Cada uno de estos libros merecería una entrada propia. Normalmente suelo unirlos en posts conjuntos, porque si no, el blog estaría lleno de entradas de la excelente colección de novela negra/policíaca del sello de RBA Serie Negra. En esta ocasión, y aprovechando el tirón de este monográfico de literatura de género, os pongo a continuación una nueva batería con tres clásicos que ordenaré de más moderno a más antiguo.
El primero del que voy a hablar se trata de “El pato mexicano” de James Crumley (1939-2008); publicada en 1993, se trata de la segunda novela protagonizada por el peculiar veterano de guerra metido a investigador C. W. Sughrue, tuvieron que pasar quince años para que viera la luz tras la primera, la maravillosa e inconmensurable “El último buen beso” (1978); anecdóticamente ganó el el Dashiell Hammet Award por ella.
Y digo anecdótico porque, desde luego, no es tan buena como la primera novela, pero supongo que fue la confirmación del buen hacer del gran escritor norteamericano. Este libro tiene dos partes claramente diferenciadas: en la primera, surrealista por momentos, caótica, absurda, tan enloquecedora… y, sin embargo, le sirve para presentar los personajes que centrarán la segunda parte , un caso de búsqueda de una persona desparecida. Una buena muestra del genio incombustible de su prosa es esta descripción de Norman el Anormal Hazelbrook, que, a la postre encargará la búsqueda de Sarita Cisneros, su hipotética madre:
“Aparte de dar la impresión de estar aún más loco de lo que en realidad estaba, Norman parecía el único superviviente de un desastre genético, un hombre hecho de pedazos sueltos, y todos de personas sin la menor relación entre ellas. Sus lacios y grasientos cabellos enmarcaban, negros y espesos, una larga cara pálida de ojos gris claro y un fino bigote, casi oriental. Sus largos brazos flacos terminaban en manos pequeñas; sus piernas cortas pugnaban por sostener el torso de un hombretón sobre pies tan diminutos que podrían enamorar a un príncipe chino. Y, además, por su puesto, estaba su mirada, siempre fija, con expresión de gran interés en algún punto por encima de tu hombro, en una demencial cuarta dimensión. Y la peste, una mezcla de orina rancia, dientes podridos, marihuana y probablemente lluvia ácida y micosis inguinal, que lo seguía a todas partes como un mal karma.”
Con cada palabra se puede paladear, sentir asco, oler la putrefacción, más allá del sentido de la vista; es una de las cualidades del estilo, muy personal, de Crumley; la segunda parte, más tradicional, es un relato hardboiled, un tour de force ciertamente caótico pero con más sentido del que parece inicialmente; hay muchas drogas, alcohol, gánsters, tráfico de armas y un personaje que lo llena todo, nuestro veterano de guerra capaz del momento más tierno:
“Su hermano Frank estaba intentando quitarse la vida; mi hermano Frank se estaba muriendo sin motivo, y yo no podía impedir ninguna de las dos cosas. Pero mi mano recordaba el tacto de la cabeza del pequeño Lester, el latido de su vida, el sonido de su risa mientras se me orinaba en la cara.”
Como reconocer claramente que bien puede provenir del infierno, pero que nadie va a poder con él:
“-Hijo de puta –escupió, sujetándose la mano contra el pecho como un animal herido-. Acabas de comprarte un billete de ida al infierno.
-Recuerda una cosa, guerrero de fin de semana, oficiaducho de mierda –susurré-. Yo he estado allí y he vuelto. Puede que me cagase en los pantalones, pero no salí corriendo. Estuve en la guerra, cabronazo, y tú en un plató de televisión.”
Una muy buena novela de nuevo. Si hay suerte veremos más novelas de Crumley por aquí, por lo menos las dos que nos quedan de C. W. Sughrue.
Textos de la traducción de Antonio Iriarte para la edición de RBA serie negra.
“El manuscrito Godwulf”, escrito en 1973 por Robert B. Parker (1932-2010) es el primer libro de la extensa serie (¡Son cuarenta entregas!!!) del detective Jack Spenser.
“Me gusta cocinar, y beber mientras cocino. Las vieiras Saint Jacques o gratinadas es un plato complicado, con crema de leche, vino, zumo de limón y chalotas, y cuando estuvo listo me sentí muy bien. Puse unos panecillos en el horno, también para mí solo, y me comí las vieiras y los panecillos recién horneados con una botella de Pouilly Fuissé, sentado en el mostrador. Después me fui a dormir. Y dormí profundamente, muchas horas.”
Spenser, detective de Boston, es capaz de cocinar en una escena, tallar madera en la siguiente y repartir estopa al primer matón que se le cruce por delante o conquistar a una exuberante señorita a continuación:
“-Hola me llamo Spenser, ¿te acuerdas de mí?
Ella se rio, una risa estupenda, una risa de clase alta.
-El de los hombros anchos, y los ojos bonitos, sí, claro que me acuerdo. –Y se echó a reír otra vez. Una risa buena, llena de promesas, una risa cojonuda, si se piensa bien.”
Es un detective heredero del estilo de los grandes Marlowe o Spade, con unas pizcas de Hammer; tiene un estilo tan particular que puede llegar a subyugar sin muchas dificultades.
En esta que fue la primera novela, Parker planteó como pretexto el robo de un manuscrito que, sin embargo, le sirve como tapadera para una trama policíaca de toda la vida donde los mafiosos, los bajos fondos y las drogas están más que presentes.
“Al romper la puerta, había hecho un ruido infernal, y el disparo previo debió de sonar muy fuerte. Pero, por lo visto, aquel barrio no era de esos… No era de esos en los que vas a ver qué ocurre cuando oyes disparos y revientan puertas. Era más bien de esos en los que te tapas con la manta y entierras la cabeza y piensas “Que se jodan. Mejor ellos que yo.”
Una espléndida muestra de novela policíaca que no debe quedarse perdida por la gran calidad que puede tener toda la serie.
Textos de la traducción de Ana Herrera para la edición de RBA Serie Negra.
Y para acabar un clasicazo en toda regla, “Rendez-vous en negro” (1948) de Cornell Woolrich (1903-1968); a pesar de repetir la estructura y premisa de su gran novela “La novia vestía de negro” (1940), Woolrich supo reinventar cada episodio para que esta repetición no fuera tal.
En el primer y extraño capítulo se cumple a la perfección el ideal de la presentación: por el hermetismo que destila por las pinceladas en la que se produce una mezcla de lo enigmático-onírico-lírico…
“Algo con lunes rojas, un carro del infierno, aparcaba por allí, dando marcha atrás para situarse adecuadamente. E introducían algo en su interior. Algo que no le era útil a nadie, algo que nadie amaba, algo para tirar. Cerraron de golpe las portezuelas traseras del carro del infierno. El oscilante resplandor rojizo lo cubrió todo, iluminando durante un minuto a la multitud, tiñéndola de su refulgente carmesí, como si fuese un cohete mal lanzado el cuatro de julio que cae sobre el público en lugar de elevarse; y después se alejó con un doloroso lamento.”
“Los seres humanos son raros. Pueden ser tan crueles o tan cariñosos… pueden ser tan insensibles o tan tiernos…”
Otro de esos elementos diferenciador es el curioso investigador que nos desvelará poco a poco el caso, resulta subversivo el que le tergiverse el nombre, alterando el orden de su nombre y su apellido, ese toque de atención nos trae a colación lo especial que puede llegar a ser:
“El nombre de pila de Cameron era MacLain, por efecto de algún ancestral y extraño cambio en el orden lógico. En cualquier caso, a nadie excepto a él mismo le importaba lo más mínimo. Era demasiado delgado y su rostro tenía un aspecto crónicamente demacrado, probablemente debido a eso. Tenía los pómulos prominentes y las mejillas hundidas. Su actitud era una mezcla de indecisión seguida de ráfagas de gestos precipitados, seguidos de más indecisión, como si ya estuviese lamentando la determinación que acababa de tomar. Siempre seguía cualquier protocolo habitual, como si estuviese aplicándolo por primera vez. Incluso cuando eran antiguos y debería estar más que habituado a ellos.”
El caso, tan estrambótico como el propio, se irá resolviendo en sentido contrario a lo habitual en novelas del estilo:
“-Saben lo que lo mueve y lo que no. Saben que el dinero no puede influenciarlo. Saben que es un maníaco. Saben la fecha en la que atacará y que el plazo del posible ataque es de solo veinticuatro horas. Pero no saben quién es. Un gran trabajo policial. ¿Cómo lo han desarrollado?, ¿al revés?
-A veces hay que hacerlo así. A veces las cosas suceden de ese modo. No muy a menudo, gracias a Dios, pero esta vez ha sido así.”
Cada capítulo se cargará de tensión ya que, aun sabiendo lo que va a ocurrir, no se sabe cómo lo va a realizar, todo para desembocar en el inusitado final, teñido con un perverso romanticismo. Es un particular Liebestod en toda regla.
Textos de la traducción de Mauricio Bach para RBA Serie negra.