2018_09_12: Recuerdos del verano, actualidad lectora

Hablar a estas alturas de mis lecturas de verano es bastante complicado; ha sido, como de costumbre, una cantidad bastante elevada de ellas; afortunadamente, gracias a GoodReads podéis echarle un vistazo en el enlace que os he puesto.

Ha sido un verano variado y tomé como base la lista que hice para el verano en Canino y añadí otros que salieron posteriormente. La verdad es que funcionó  a la perfección, he disfrutado mucho de la lectura.

Entre ellos, brilla con luz propia el dúo que forman Dixtópicas /Poshumanas, proyecto asombroso de Teresa López-Pellisa y Lola Robles que tiene como resultado una recopilación de pequeñas historias de ciencia ficción de autoras españolas desde el siglo XIX hasta la actualidad que cumplen a perfección su cometido: dar visibilidad, quitar prejuicios sobre ellas y, sobre todo, disfrutar de historias mucha calidad y suficientemente variadas por la amplitud de los temas escogidos.

Dos grandes triunfos del verano (y del año!) son las nuevas historias de Josephine Tey y Margery Allingham, escogidas de nuevo con gran acierto por los editores de Hoja de Lata e Impedimenta. Lo de Tey es un festín absoluto de lo policíaco, siempre capaz de mostrar nuevos puntos de vista y, al mismo tiempo, añadir un desarrollo psicológico de los personajes a la altura de las circunstancias, en Patrick ha vuelto no importa tanto lo que va a pasar sino el cómo se ha llegado a esa situación y es una evolución realizada con maestría. Excepcional, igualmente, Más trabajo para el enterrador, novela de madurez de una de las autoras menos conocidas del “detection club” y que demuestra su manera de crear una trama mediante el desarrollo de una ambientación, en un barrio, inteligentísima y realmente bien escrita. Un lujo en nuestras manos.

El terror también ha triunfado este verano en mi pila de libros. Gracias especialmente a dos editoriales que tienen muy claro hacia dónde van. Por un lado, Orcinny; por el otro, Cerbero.

Orcinny sigue con su apuesta (todavía minoritaria) de publicar “bizarro” y se ha lanzado este verano pasado con otros dos títulos de grandísimo nivel que tuve el placer de disfrutar. Volvió Laura Lee Bahr, la autora del impactante Fantasma, con un libro de nombre provocador: Porno religioso improvisado (llevarlo en transporte público era una fiesta de caras ajenas). El libro no es tan arriesgado en cuanto a estilo pero, sin embargo, tira por otros derroteros, lo policíaco está muy presente y el humor negro también. La mezcla funciona muy bien nuevamente gracias a las convenientes dosis de misterio que propone la autora. Mejor incluso diría que es Monstruos Bizarros,  una antología de cinco historias de bizarro muy originales y altamente recomendables para hacerse una idea de los tropos que se utilizan en este subgénero.

Con Cerbero estoy encantado, haberles seguido desde el principio me ha hecho más consciente de su evolución y me da la impresión que se han asentado en un estándar de calidad mayor. No me pierdo ningún título de su sello de terror (Tíndalos) y Micosis, de Enerio Dima, además de Agnus Dei de Nieves Mories son dos títulos tremendamente interesantes y de temáticas muy variadas. Me parece que el camino para que el terror funcione en España está siendo allanado cada vez más.

Otro día hablo de otro par de lecturas de verano, pero que no falte un apunte de lo actual. Estoy en medio de una lectura de largo recorrido, una de las apuestas fuertes de esta temporada en el sello Alfaguara: La octava vida (Para Brilka), de Nino Haratischwili, una escritora georgiana que se ha atrevido a realizar una de esas sagas familiares monumentales que transcurre a lo largo del agitado siglo XX. No quiero dar pistas sobre mis impresiones todavía, no sería justo adelantarlo, más en una lectura de más de mil páginas. Ya iré comentando cosas que surjan en este pequeño diario.

Una de mis prácticas lectoras más habituales cuando me introduzco en “tochos” de este calibre es alternarla con otras lecturas que sean, además, radicalmente distintas. Se gana mucha destreza y consigues que no te canse el recorrido. Buen ejemplo de esto es el libro que acabo de terminar, La casa del reloj en la pared, de John Bellairs, una fantasía juvenil que tiene como mayor virtud introducir elementos terroríficos de una manera no demasiado horripilante, con pequeñas gotas de buen humor, elementos mágicos y un personaje que lucha, como cualquier adolescente, por integrarse en la sociedad tras una tragedia como es perder a sus padres. Tic-Tac, un reloj de fondo que presagia el apocalipsis y mucha imaginación del autor confluyen en un cóctel irresistible.

Creo que esta entrada se ha extendido más de lo que esperaba, otro día más.

Abrazos y ¡buenas lecturas!

2018_05_17: Luisa Carnés y Rosalía

Ayer me habría gustado escribir algo pero fue imposible, el trabajo manda y tocó viaje relámpago a Roma, ciudad soñada… a la que no pude echar un vistazo. Es lo que tienen las reuniones de un día completo sin prácticamente tiempo para descansar.

Lo único bueno de estos viajes suele ser que, ya que tienes tantas horas muertas entre avión y avión, siempre llevo libros a mano para rellenarlos.  Soy incapaz de sacar el portátil en esas circunstancias y ponerme a escribir. Lo que sí consigo es aislarme mentalmente (no tengo otra cosas que hacer) y pueden caer un par de libros. Lo más curioso es que tiendo a llevar cinco o seis. Recordad una de mis obsesiones: no quedarme sin lectura. Así, además, puedo escoger otro si el que estoy leyendo no me motiva demasiado. También está el aeropuerto y sus quioscos, una vía alternativa en el caso de no funcionar nada de lo anterior.

Me gustaría comentar la finalización del libro de Clarissa Goenawan: Pájaros de Lluvia. Como ya adelanté el otro día, es una propuesta bastante distinta de género policíaco/negro. Toda la historia transita desde el sosiego con un ritmo muy alejado del thriller y de la novela policíaca habitual. Quiero imaginar que la autora es muy consciente de esto y me encanta la idea porque se sale de lo conocido. Importa, no tanto la resolución del crimen, sino la especial relación que la asesinada, y su hermano después, alcanzan con todos los habitantes de ese pequeño pueblo japonés. Se podría pensar que esto es una manera de indagar en el ruralismo japonés en las novelas de género y me parece ciertamente interesante. Mucha gente puede pensar que es lenta, sobre todo comparada con los paradigmas, pero ella aprovecha esta calma para cuidar lo que escribe y presentarnos la sociedad japonesa fuera de la gran ciudad. Estoy convencido de que puede tener su público.

Hoja de lata es una editorial que suele sacar cosas que me interesan en su catálogo, toca varios de mis puntos débiles: policíaco, fantástico… etc. Gracias a ellos, además, podemos contar con la recuperación progresiva de la obra de Luisa Carnés, y esto es un gran acontecimiento teniendo en cuenta la calidad de lo que ha salido hasta ahora. Buena prueba de ello es el excepcional Rosalía que sirve por partida doble: para (re)descubrir a Carnés y a Rosalía de Castro. Es una biografía pero ya aviso que no tiene nada que ver con lo acostumbrado en este tipo de género, ya que la autora es capaz de ir mucho más allá del relato somero de unos hechos. Sólo hay que fijarse en el comienzo del libro, centrado en la madre de Rosalía y en su posterior nacimiento. Monta una biografía articulada como una obra de ficción y le aporta todo su buen hacer estilístico, aderezando la narración de sugerentes imágenes y metáforas que nos llevan a los campos gallegos sin ninguna dificultad, trasladados de un plumazo en tiempo y espacio para imbuirnos de su atmósfera. Además, todo el relato se convierte en una amalgama de los hechos puramente biográficos junto a la obra de la excelsa poeta. Carnés aprovecha cada capítulo para contextualizar y demostrar la magia de la poesía de la escritora.  El resultado está cargado de delicadeza y emoción, sinceramente, me ha parecido prodigioso.

Creo que por hoy voy a dejar de escribir, pero voy a dar una pista del libro en el que me he metido hoy: JENGIBRE.

Abrazos y ¡buenas lecturas!

PS: tengo casi definida la que va a ser la lista veraniega para Canino.

La sonámbula y más relatos inquietantes de Marie Luise Kaschnitz. Renovada inquietud

Un 30 de octubre del 2015 salía publicada mi crítica al primer libro de la autora austriaca que publicaba la siempre interesante Hoja de lata, fue mi primera crítica en Canino y una apuesta por todo lo alto. Los cuentos que se incluían en dicha antología transitaban caminos inesperados que, finalmente, han tenido continuidad.

Después de un año y medio, los editores han sacado una segunda edición del título anteriormente mencionado y han podido sacar una nueva antología de Marie Luise Kaschnitz con el título La sonámbula y más relatos inquietantes;  es uno de esos casos en los que estoy más orgulloso ya que, de alguna manera, he contribuido a su difusión y ha habido confirmación de mis expectativas por el público.

¿Y qué nos ofrece este nuevo libro?

Afortunadamente otros doce momentos gozosos, en forma de inquietud/turbación.

En aquella crítica, utilicé turbación o inquietud en vez de los típicos términos usados para describir la literatura de terror debido a que, como otras autores van explorando, estas historias no buscan el susto fácil, al contrario, establecen situaciones en las que se van introduciendo elementos que nos causan incomodidad; me encanta recordar al hilo de esto la frase del epílogo del anterior libro del traductor y editor Santiago Martín Arnedo: 

“No es la suya una literatura de entretenimiento, de fantasía. No le interesa tanto explorar nuevos niveles de realidad como de iluminar zonas oscuras, investigar en el problema de la identidad, sacar a la luz los miedos y los sinsentidos en los que a veces estamos enredados, y la fantasía es un medio al servicio de este autoconocimiento. El conocimiento de algún modo nos hace ver todo de otra forma. Y al final del relato descubrimos que hemos profundizado un poco más en nuestra misteriosa condición de humanos.”

Su utilización de la fantasía es muy aplicada a la realidad, su objetivo último es que investiguemos sobre nosotros y lo que pasa, discernir lo más oculto de nuestra vida y la de los demás. Esta reflexión aplica a la perfección de nuevo a los relatos escogidos en esta ocasión; se le puede echar un vistazo a este fragmento de “La brizna de paja.”

“Todavía reina una calma tensa y de pronto le llega intensamente el aroma de los miles de arbustos del lugar, invisibles, dulces como la miel, amargos como la berza, y en esta quietud y esta intensidad aromática, el niño se desploma como un muñeco al que se le estuviera desparramando el serrín. Es imposible de concebir, se podría pensar que ha sido solo la mirada de Rosie, seguramente terrible, un instinto primigenio ha debido despertar en el interior del chico, el instinto de defensa, del mismo modo que antes había surgido el instinto de codicia en sus súplicas y en sus balbuceos y en sus últimas muecas embravecidas. Todo es novedoso, todo ha surgido por primera vez en esta tarde calurosa y radiante, experiencias desnudas, inéditas, el apego a la vida, el ansia y la vergüenza, estos chicos, El despertar de la primavera, pero sin amor, tan solo anhelo y temor.”

Me gusta mucho por su capacidad (muy viva) de mostrar una escena real mediante un uso acusado de adjetivos, encontramos la familiaridad y, sin embargo, se rompe en pedazos porque todo es nuevo y acaba en “anhelo y temor.” Ese momento hace que nos inquietemos y nos sintamos más incómodos, como es el caso de este otro texto de “La sonámbula”:

“Resultaba un alegre cuadro, al que la sonámbula se entregó con embelesamiento. Pero pronto se hizo evidente que no era el mejor momento para embelesarse inconscientemente. Pues apenas había entrado en la tienda, lo invisible se mostró de nuevo.

¿Qué ve usted?, preguntó.

Pescado, dijo la sonámbula con lago de candidez.

¿Qué clase de pescado?

La sonámbula se fijó en los ojos de los pescados y descubrió que parecían lagos de cráter entre collados cenagosos o platos de nácar en cuyo interior refulgían granos negros. Y entonces percibió en todos estos ojos algo de la inexorabilidad de la muerte violenta y algo de la terrible estupidez de las criaturas que no son capaces de mirar el futuro ni de atemorizarse.” 

No es solo que aparezca un elemento invisible, lo que de verdad me vuelve loco es la comparación de los ojos de los pescados (“lagos de cráter entre collados cenagosos…”), impactante, y cómo luego aprovecha ese símil para hablar de algo relacionado con lo que vivimos, en este caso de la “inexorabilidad de una muerte violenta” o de la incapacidad de muchas personas para mirar más adelante. 

Uno de los cuentos más logrados rompe un poco las reglas establecidas narrativamente en los anteriores, en “Historia de un barco” (de forma parecida a “Sueños de Jennifer”, incluido en la anterior entrega) utiliza un diario que, progresivamente, va mostrando elementos más bizarros, en un continuo crescendo que acaba con un final al estilo de Poe, con un fuerte efecto final: 

“Tal y como don Miguel ya había sospechado, las fotografías no acompañaban a los folios. En la quinta hoja que cogió, ya algo desanimado, Viola había registrado las cosas más extrañas, como el hecho de que en su barco fuera sencillamente imposible fijar la fecha, la hora o la posición. Todos los relojes, escribió ella, continuamente se retrasan o se adelantan, de camino al almuerzo pueden ser las doce y de vuelta al camarote pueden ser las cinco de la tarde. En el salón hay un almanaque que unas veces muestra un día perteneciente a un pasado lejano y otras veces un día del futuro más lejano. La banderita que debería indicar nuestra posición actual sobre el mapa del océano está ahora sobre los mares del polo norte, lo cual no puede ser otra cosa que una broma del oficial encargado de ubicar dicha banderita. Lo más sorprendente es la prensa de a bordo, que un día informa sobre acontecimientos del siglo pasado, y al día siguiente sobre las fiestas de recepción que han tenido lugar en Venus.”

Otro cuento estupendo (“Persona enigmática”) plantea, en un momento de su narración, una situación conocida, el momento de antes de dormirse, pero consigue darle la vuelta para mostrar un momento en el que la protagonista supera su miedo para entrar en un mundo de fantasía en la que ella es la reina; todo ello va muy unido a la necesidad de tener un refugio ante la existencia, ese lugar imaginario es un lugar seguro, un lugar necesario para luchar contra la adversidad:

“Me gusta leer un poco, respondí inocentemente.

No me refiero a eso, respondió con severidad la desconocida. Me refiero al momento en que apaga la luz.

Me pongo a pensar, dije yo.

Ajá, pensar, dijo la desconocida, y dejó caer la cabeza despectivamente hacia atrás. Eso no es nada.

¿Y  qué hace usted en ese tiempo?, pregunté con curiosidad.

Cuando era niña, respondió la desconocida rápidamente, nos permitían dejar abierta la puerta del dormitorio, la que daba al cuarto de al lado, hasta que nos durmiésemos, y un rayo de luz tenue se deslizaba hasta nosotros.  Mientras mis hermanos cerraban valientemente los ojos, comenzaba para mí, justo en ese preciso instante, propiamente la vida. Retiraba la colcha y me escurría bajo la sábana, que ahora albergaba, como una amplia tienda de campaña, diversos espacios con figuras y misterios. En este palacio encantado yo era la señora, en tal paisaje lunar yo era como una diosa extasiada…”

Ese lugar puede ser imaginario o puede ser, simplemente, la capacidad para superar los reveses que, inevitablemente, surgen a lo largo de nuestro devenir diario. Descubrir a Marie Luise Kaschnitz es descubrirse a sí mismo y descubrir a los demás, y todo ello gracias a la literatura, al poder indefinible de las letras, de los cuentos de la autora austríaca.

Los textos provienen de la traducción de Santiago Martín Arnedo de La sonámbula y más relatos inquietantes de Marie Luise Kaschnitz para Hoja de Lata.

El rancho de la U alada de B.M. Bower. Costumbrismo inglés en el oeste

UAladaEngaña bastante el título de esta novela de la escritora norteamericana B.M. Bower (1871-1940), y lo hace porque El rancho de la U alada no referencia solamente a una novela de vaqueros, un típico western; sino que esconde una trama de un calibre bastante distinto y se dirige a un público bastante diferente al que podría comprarla a priori.

La trama, que nos brinda la editorial Hoja de Lata, sirve para clarificar la situación:

“Montana, un verano a principios del siglo xx. En el rancho de La U Alada, James G. Whitmore, el Viejo, y sus muchachos viven plácidamente entre bromas y ganado. Sin embargo, la visita inesperada de Della, la hermana del patrón, va a revolucionar el día a día de estos entrañables vaqueros, en especial de uno de ellos… Comienza así la accidentada y romántica historia de amor entre Chip, un vaquero aparentemente duro y reservado con increíbles dotes para la pintura, y Della, una joven doctora de armas tomar no muy encantada a priori de pasar unos meses entre caballos y reses. Una historia pícara y divertidísima que describe las rudezas de la mítica vida en un Salvaje Oeste tan desenfadado, cercano y sencillo que resulta imposible no zambullirse en él.”

Pocas diferencias hay entre esta novela del oeste y la típica novela costumbrista ambientada en la campiña británica y que podría firmar sin problemas D. E. Stevenson o Stella Gibbons; todo en un clima de humor desenfado y malentendidos de todo tipo, no en vano, Chip y la Doctorcita constituyen una de esas parejas impensables al comenzar la novela:

“-Por supuesto, para usted son una especie totalmente nueva. ¿Cómo se lleva con ellos? –preguntó Dunk.

Y la Doctorcita le respondió clara y sinceramente:

-Oh, muy bien, teniendo en cuenta las circunstancias. Me proporcionan algo de diversión y yo les ofrezco algo nuevo de lo que hablar, así que estamos en paz. Son buena gente, ¡pero tan ignorantes! No creo…

Las palabras continuaron convertidas en un murmullo indescifrable, enfatizado por las risotadas agudas y discordantes de Dunk.”

Chip, sin embargo, va más allá del típico vaquero rudo e ignorante, es un aficionado a la literatura y sobre todo al arte:

“Supuso que en el Este se le consideraría un ignorante. Comparado con el doctor Cecil Granthum -¡maldito fuera! – debía parecer un tipo lamentable, sin duda. Nunca había visto una universidad por fuera, ya ni hablar de imbuirse de conocimientos dentro de una. Había aprendido algo de la sabiduría que la naturaleza transmite a aquellos que pueden interpretar su lenguaje y había leído mucho tumbado boca abajo bajo un cielo estival, mientras que el ganado pacía a su alrededor y su caballo comía las dulces hierbas al alcance de su mano. Podía repetir páginas enteras de Shakespeare y de Scott, y de Bobbie Burns. Le hubiese gustado poner a prueba al doctor Cecil con algunos de ellos y ver quién ganaba. Aun así, él era ignorante, y nadie era más intensa y amargamente consciente de ello que Chip.”

Y, concretamente, un gran pintor, hay un relato de formación del artista que se muestra en su forma de pintar, momentos en los que la autora muestra toda la lírica de su propia pluma:

“Al principio, parecía que fuera a repetirse La última batalla. Se veían las mismas cimas irregulares y los mismos pinos achaparrados atenazados por el fiero abrazo del helado Chinook. ¿Los mismos? Pero había una diferencia. No podía explicarse, quizá, pero sí sentirse, sin duda. Las colinas de la Doctorcita eran colinas irregulares e inhóspitas; sus pinos eran pinos muy bonitos. Las colinas de Chip también eran irregulares e inhóspitas, pero se veían desoladas; sus pinos eran temblorosos pinos solitarios, porque había vagado solo entre ellos y había captado el Mensaje de la Naturaleza. Su cielo era el frío y siniestro cielo de La última batalla, pero aún más frío, más siniestro porque era de noche. Una joven luna brillaba baja al oeste, medio oculta tras un claro de apresuradas nubes de nieve. La diminuta cuenca se veía entre sombras y vagamente, el terraplén era un muro negro acariciado aquí y allá por un tembloroso rayo de luz.”

Chip, su microuniverso, ese rancho, ese pequeño corral, son el encanto de una aventura romántica sin caer en las ñoñerías habituales:

“Se detuvo en el lugar donde el sendero se bifurcaba, agitó su crin rizada con aire triunfal y miró atrás. Para él, la libertad era un dulce placer, dulce y raro. Todo su mundo era un amplio compartimento de establo con un pequeño corral como acontecimiento muy especial. Le parecía que dos millas era alejarse mucho de casa. Contempló la colina a su espalda un momento, alzó la cabeza y salió trotando por el camino que llevaba a casa de los Denson.”

Como podéis comprobar, estamos ante un libro encantador, donde la conjunción entre lo inglés costumbrista-la rudeza del oeste- el humor y la fina ironía se unen en una mezcla francamente entretenida y con una gran calidad por el estilo de la autora. Espero que haya suerte y veamos más aventuras de la serie por aquí.

Los textos provienen de la traducción de Raquel Duato García de El rancho de la U alada de B.M. Bower para la editorial Hoja de Lata.