“Cuentos de Detectives Victorianos” selección de Ana Useros. Imprescindible historia de lo detectivesco

cuentosvictorianosEntre los lectores ya son famosas las ediciones de Alba, sobre todo porque se caracterizan por una edición exquisita, de lujo y con un gran cuidado de la traducción realizada. Su sello de identidad es la recuperación de clásicos de todas las lenguas: inglesa, francesa, rusa…  Siempre suelen acertar, pero hay ocasiones en que, directamente, gestan obras de referencia. Podemos hablar en este último caso de la obra que comento a continuación: la antología de “Cuentos de detectives victorianos” que ha seleccionado Ana Useros con la fantástica traducción de Catalina Martín Muñoz.

Esta antología viene a rellenar un hueco fundamental: la evolución cronológica desde sus inicios de la novela de detectives. La introducción de la propia Ana Useros, en unas pocas páginas, nos introduce a la época victoriana:

“Ya es un lugar común precisar lo que llamamos la Inglaterra victoriana, el periodo de tiempo marcado por las fechas del reinado de Victoria (del 20 de junio de 1837 al 22 de enero de 1901), es tan extenso que difícilmente puede caracterizarse de manera homogénea . En cualquier caso, son los años que marcan el declive de la aristocracia como clase dominante y el ascenso de la burguesía a los puestos del poder, la era de la expansión militarista del Imperio británico, del desarrollo de las comunicaciones y el transporte colectivo; la culminación de un proceso por el que el campo pierde su preponderancia como fuente de riqueza y las ciudades adquieren muchos de los rasgos que hoy definen su fisonomía. Todos esos rasgos cristalizan en una imagen que, en puridad, pertenece al victorianismo tardío: una calle de Londres al anochecer, bajo una espesa niebla que apenas logra atravesar la luz de las farolas de gas, en la que coinciden caballeros, obreros y mendigos, damas, dependientas y prostitutas; donde los comerciantes y oficinistas que regresan al hogar tras su jornada de trabajo se mezclan con aristócratas y bohemios que inician su periplo festivo.”

Para, a continuación, unirla indisolublemente a lo literario, en una de las edades de oro de la literatura no solo inglesa sino universal, y al nacimiento del género:

“En esta época victoriana, que coincide con una edad de oro (o dos, o tres…) de la literatura en lengua inglesa, nace la literatura policíaca. Los avatares literarios que acompañan su desarrollo se mezclan y confunden, complementan y reflejan esos cambios sociales, de manera que se produce una coincidencia en el tiempo entre la construcción del universo ficticio de un género y la construcción textual de ese género. “

De esta manera, consigue realizar una síntesis de esta cronología que resulta novedosa, sobre todo porque se cita como precursor a William E. Burton por encima de las historias de Edgar Allan Poe:

“Se pueden trazar historias muy diferentes de la literatura de detectives, según tengamos o no en cuenta esa masa de géneros populares y escritores del montón. Un relato posible y muy extendido hilvanaría únicamente a los autores prestigiosos y, así, el cuento policíaco sería una invención de Edgar Allan Poe en los cuentos protagonizados por auguste dupin (aunque en esta antología, gracias al especialista Michael Syms, que lo rescató, incluimos un genuino precursor del género, “La cámara secreta”, de 1837 de William E. Burton, cuatro años anterior a los crímenes de la calle morgue), continuarían con las apariciones puntuales de los inspectores de Scotland Yard en las crónicas y novelas de Dickens y adquiriría carta de naturaleza con la creación de Sherlock Holmes en 1887. Con posterioridad a los años victorianos haría su entrada el padre Brown de Chesterton y, a partir de ahí, en la década de 1920, el género entraría en una época de plenitud que culminaría en la década siguiente, en su llamada edad de oro.”

Lo que nos llevaría al Detection Club, la edad dorada del relato policíaco de detectives, con su creación de las reglas de las historias de detectives que, desde luego, no siguen estos cuentos, anteriores a esta época. El siguiente texto ejemplifica a la perfección un pequeño resumen de los autores que van a aparecer en el volumen, caracterizados por la variedad sobre todo en cuanto a métodos y personalidades:

“Por supuesto, ningún relato de esta antología, ni siquiera los de Sherlock Holmes, cumple con estas reglas dictadas a posteriori. En todos los relatos seleccionados hay un misterio y hay un detective que lo resuelve. Pero el abanico de personalidades y métodos es muy amplio. Los policías más o menos competentes de los relatos de Dickens, Wilkie Collins o McLevy se mezclan con aficionados entusiastas, como el tierno narrador de detención bajo sospecha. Personalidades excéntricas como el propio Holmes, el príncipe Zaleski o Flaxman detective de lo sobrenatural, conviven con abanderados de la normalidad, como Martín Hewitt o Paul Beck; el extranjero de verbo florido Eugéne Valmont contrasta, con los lacónicos y eficaces profesionales  de los cuentos de William Russell, Fergus Hume y Waters. Tres de ellos están protagonizados por mujeres detectives, para recordarnos que la época victoriana marca también el inicio de la tortuosa emancipación femenina.”

El objetivo de la recopilación es claro:

“Los relatos seleccionados en esta antología perfilan una historia del género y revelan que, en un primer momento, este derivo del interés del público burgués por conocer de primera mano una realidad ajena, semioculta y aterradora, de la mano de los especialistas en su regulación.”

En efecto, a partir de este momento, en estricta ordenación cronológica irán pasando diferentes escritores que han participado en la creación del relato policíaco. Cada uno de ellos tiene una imprescindible introducción que ubica históricamente al autor y al relato escogido además de poner énfasis en los elementos por los que ha sido escogido, pondré algunos ejemplos que sirven para hacerse una idea del inmenso trabajo y del grado de exhaustividad conseguido, un verdadero prodigio:

La elección de Doyle es, por ejemplo, por un tema diferente al que podríamos esperar:

“La aventura del carbunclo azul” de Doyle. Más que tratar de establecer el mejor cuento de Sherlock Holmes, hemos buscado reflejar una característica que le distingue de los demás detectives. Y lo distinto no es (únicamente) la facultad portentosa de deducción, ni la atención a los detalles, ni que el crimen sea intrincado. Lo distintivo es la aparición de un goce que combate el tedio vital, que borra las fronteras entre detective profesional y amateur, la adicción al enigma.”

El goce aplicado a lo detectivesco, el relato sirve perfectamente como paradigma de este rasgo. En el caso del Grant Allen, nos encontramos con uno de los precursores en la elección de una mujer como detective, sobre todo porque se trata de una elección, no está impuesta u obligada por circunstancias. Nos encontramos ante uno de esos momentos que empiezan a definir la emancipación de la mujer en la sociedad:

“La aventura de la anciana cascarrabias” de Grant Allen, es el primer relato de los casos de Lois Caley, y nos presenta a un personaje que entra en ese mundo por el placer de la aventura y que no necesita , como las otras mujeres  detectives de esta antología, un motivo melodramático que excusé su ejercicio de un oficio masculino. Es un retrato de una nueva mujer moviéndose como pez en el agua en una sociedad en cambio profundo.”

No faltan las excentricidades ni el exotismo, como es el caso de del príncipe Zaleski:

“La estirpe de los Orven” de M. P. Shiel, en esta historia de locura heredada, generación tras generación, por una estirpe de sanos y descreídos condes británicos se agudiza el contraste entre el pragmatismo prosaico con el que los ingleses se resignan a lo inevitable y la actitud barroca y filosófica del fatalista Zaleski.”

O el caso de la mujer que rivalizaría con Sherlock Holmes en prácticamente todo:

“El hombre de ojos dementes” de George Robert Sims, Dorcas Dene es una detective profesional, antigua actriz, capaz de seguir e identificar pistas, hacer deducciones rigurosas y disfrazarse convincentemente. Excepto en el uso de la fuerza física rivaliza en todo con Sherlock holmes. Tiene también un cronista admirador, dispuesta a acompañarla y asistirla, en este caso un antiguo empresario teatral.”

Hasta un jugueteo con lo sobrenatural se da cita gracias a la historia que nos traen de E. y H. Heron y su detective de lo paranormal:

“La historia de los españoles de Hammersmith” de E. y H. Heron, Flaxman Low es un detective de lo sobrenatural. Su tarea es identificar a que tipo de fantasma se enfrenta (vampiro, momia, espectro..) y tratar de naturalizarlo. En este oficio combina experiencia, dotes de deducción a partir de las huellas de los fantasmas y siempre hay un enfrentamiento físico con ellos.”

El volumen tiene un excepcional colofón con un relato de Robert Barr que anticipa a Chesterton (por sus características particulares, hasta el título parece de Chesterton) y al Poirot de Christie; una historia llena de inteligencia donde no todo es lo que parece:

“Un selecto círculo de despistados”  de Robert Barr. Su trama prefigura a Chesterton. A Valmont se le considera el precursor de Poirot, pero es un gran personaje por derecho propio, que condensa todos los tópicos sobre Francia: fatuo, frívolo, Gourmet. Con su compañero de aventuras, el inspector Hale, que es a su vez la visión extranjera del típico inglés -rígido, pomposo y algo torpe-, forma un buen dúo cómico. “

Sin lugar a dudas, una obra imprescindible, necesaria para la historia del género policíaco. Con una selección muy cuidada y de gran calidad.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Catalina Martín Muñoz para estos “Cuentos de Detectives Victorianos” selección de Ana Useros en Alba.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin. Shakespeare como excusa.

trabajos de amor ensangrentadosSiempre es un acontecimiento que veamos publicada una novela de detectives; no deja de ser curioso que con el impulso de Agatha Christie, figura reconocible  y prestigiosa de este tipo de novelas y miembro del famoso “Detection Club” del que ya he hablado alguna vez en otros posts, no haya sido aprovechado para publicar otros autores similares del club o fuera de él.

Ni el auge de la novela negra ha conseguido que se publiquen más y es una verdadera pena; solo Chesterton y Christie son publicadas con regularidad. Berkeley no tiene pinta de aparecer más y no digamos el resto. Crispin no fue exactamente de dicho club pero es, inequívocamente, una muestra espléndida de dicho género, sobre todo por su capacidad de crear tramas detectivescas de alto nivel y poblar sus obras de referencias metaliterarias que hacen que los disfrutes aún más si cabe.

En “Trabajos de amor ensangrentados” tenemos otro ejemplo magnífico de su buen hacer con una trama que, desde el título, tiene resonancias “shakespereanas” que utiliza con frecuencia a lo largo de la obra.

El caso comienza, aunque parezca mentira, con un simple hecho, el nerviosismo de una muchacha en un campus:

“-Nada más. Esa muchacha es terca como una mula… Solo hay una cosa de la que estoy segura. 

-¿De qué?

-De que vio algo que la aterrorizó -sentenció la señora Parry.”

Un robo en el laboratorio de química y… a partir de ahí se desencadenan los crímenes.

La novela está a medio a camino de las “novelas de campus”, en las que se reflejaba con todo lujo de detalles la vida dentro de ellos:

“El resto del recinto, por su parte se iba animando paulatinamente. Los coches llegaban y se detenían en la diminuta media luna de gravilla del patio, o a los lados de la avenida que daba a la entrada. Los muchachos iban saliendo cada vez en mayor número para saludar, para guiar o controlar a su nerviosa parentela. El señor Philpotts venía corriendo por el campo de críquet de los first Eleven, y con su toga agitándose como una bandera. Y por todas partes había padres y más padres -padres como ratoncillos, padres agresivos, padres ostentosos, padres modestos, padres tímidos, padres animados: una riada de padres cada vez más abundantes se reunía bajo el brillante cielo azul celeste… ¿Y para qué?, se preguntaba el director. Era improbable que aquello les divirtiera en lo más mínimo. Era improbable, incluso, que sus retoños se estuvieran divirtiendo. Y sin embargo, aquello tenía un cierto glamour que hacía hervir la sangre de todos los participantes, y el propio director, mientras contemplaba el espectáculo, no era inmune a esa emoción.”

La figura del divertido Fen sigue siendo primordial a la hora de discernir quién puede ser el posible asesino, pero han pasado diez años desde “La juguetería errante” (Primer caso); Fen es famoso y reconocido por la gente; de hecho esto le sirve para bromear sobre sí mismo con los lectores:

“-Es usted el profesor Fen, ¿verdad? […] He visto su foto en los periódicos -añadió la joven-, y he seguido todos sus casos.

-¡Ah! ¡Excelente! -exclamó Fen, encantado-. eso es más de lo que los lectores de ese tal Crispin pueden decir. Y dígame señorita, ¿puedo ayudarte de algún modo?”

A mi tierno corazón literario le vuelve loco el motivo por el que se originan los crímenes, sobre todo porque tiene “lo literario” como razón principal y Shakespeare aparece de fondo, el bardo como excusa, como eje de la trama detectivesca y razón principal. Si Crispin me ganó con “El canto del cisne” y su reflejo de la ópera, aquí me ha encandilado definitivamente. Si a ello añadimos una prosa efectiva y que, por momentos alcanza gran calidad, estamos ante una de esas lecturas que siempre se vuelve necesaria:

“A Fen no le costó mucho imaginarse la escena: el fulgor de los frascos y las botellas y las pipetas a la débil luz de las estrellas, un esqueleto articulado, tal vez, con sus blanquecinos huesos pulidos, los macabros cuadros del sistema linfático, y el húmedo y penetrante olor de las ranas diseccionadas y abiertas en canal y metidas en formol. Un escenario bastante sórdido, pensó Fen, para ambientar los inocentes éxtasis del tierno amor.”

La broma final, con el propio Fen dispuesto a crear su novela aunque sin usar lo que ha acontecido en ese caso porque,  ¿a quién se le ocurriría hacer algo así? Nos muestra a un Crispin que se autoparodia, se ríe de sí mismo de una manera muy saludable.

“-¿Galbraith? -dijo Fen-. ¿Somers? ¿Trabajos de amor logrados? -Con un gesto desdeñoso apartó aquella idea de su mente-. Mi querido amigo, no hay nadie que pueda sacar una novela detectivesca de esta historia y estos personajes… Ahora bien, mi chica de los Catskills, verás…”

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(Máxima a seguir en siguientes ocasiones)

Los textos vienen de la traducción del inglés de José C. Vales de “Trabajos de amos ensangrentados” de Edmund Crispin en Impedimenta.

“Cuando sale la luna” de Gladys Mitchell

Ediciones Nevsky, de la que ya he hablado alguna vez, gracias a su sello Fábulas de Albión, inaugurado durante este año pasado, están enriqueciendo su catálogo y, por qué no decirlo, mejorado aún más si cabe la calidad de las obras que están publicando; ya que, al evidente catálogo de escritores rusos y afines a lo ruso, se están uniendo ahora obras de otro tipo de temática, más oscura, tirando al gótico y que vienen a complementar extraordinariamente a una de las editoriales más interesantes del panorama actual.

Mitchell_Portada_PrensaDentro de estas obras nos encontramos ahora con “Cuando sale la luna” de la autora británica Gladys Mitchell. Esta escritora, contemporánea de Agatha Christie y Dorothy L. Sayers, era una de las “tres grandes damas” de la ficción detectivesca los años 30 del siglo XX, la menos conocida de las tres, al menos por aquí, pero perteneciente como ellas al fabuloso “Detection Club”: la edad dorada de las historias de detectives. Su obra se caracterizó por utilizar lo clásico del género para intentar una interpretación más personal, llevando la novela policíaca a estructuras más novedosas, utilizando psicología freudiana y desembocando, según las circunstancias en novelas más oscuras, jugando con lo sobrenatural y creando casi novelas góticas.

En “Cuando sale la luna” tenemos a un asesino destripador que actúa en las noches de luna llena y que alterará la vida de un tranquilo lugar de vacaciones en la campiña británica, y muy especialmente la de los hermanos Keith y Simon Innes (el narrador), que, debido a la acusación que pende sobre su hermano mayor harán las pesquisas necesarias para averiguar el causante de los asesinatos.

La novela, en esta ocasión parte de un planteamiento tremendamente clásico, pero utilizando estas reglas le sirve para crear una historia más oscura, no revoluciona en cuanto a lo estructural, pero sí en cuanto a la caracterización psicológica de los personajes y en dotar de atmósfera, tenebrosa, a medio camino en lo macabro y el cuento de hadas desde el punto de vista del niño; la luna se convierte, claramente, en uno de los personajes del libro: “Para mí la luz de la luna siempre lo inundaba todo de un efecto tan romántico como siniestro. Aquel hombre peligroso estaba dentro de mis ideas sobre la noche”, omnipresente en todas sus páginas y dotando de un aire siniestro o lírico a la trama según el momento.

La novela, en estos parámetros, es deliciosa, además de reflejar lo que piensan los niños, también le sirve para pintar una situación social que vivía, en aquel tiempo de entreguerras la sociedad inglesa más costumbrista y le da un aire que en algunos momentos tira a lo mágico, como podemos ver en el excelente párrafo que pongo a continuación:

“La luna se volvía más pequeña y luminosa. Se estaba agrandando, volviéndose enorme. El efecto era el de un cuento de hadas, irreal, una ensoñación, hermoso. La maleza veraniega que bordeaba el canal era alta y untuosa. Las hierbas estivales comenzaban a crecer formando arbustos. Ya hacía tiempo que había pasado  la flor del espino, y las hojas eran espesas y entretejidas. En la orilla opuesta altos árboles se elevaban ennegrecidos contra la luz de la luna, ante nosotros vimos las siluetas de las vigas, líneas pesadas y gruesas, del puente de la vía del tren al otro lado del agua.”

Estamos ante una prosista excepcional y que complementa maravillosamente las clásicas novelas de detectives del resto de miembros del mejor club de detectives de ficción de la historia. Espero que tenga éxito, ya que la escritora tiene más de 65 libros en su haber y, posiblemente, sean, al menos, de una calidad parecida a este; tendríamos diversión garantizada durante mucho tiempo.

Policíacas Invernales

Se acerca el invierno, como diría uno que casi todos conocemos, y cómo no realizar una buena selección de novelas policíacas para esta época. Si el otoño ayudaba y estaba en consonancia con este género, no digamos lo que puede ser el invierno, al menos por el clima, aunque tengamos la alegría típica de las fiestas navideñas.

Es buen momento para acordarnos de autores poco comunes, quizá no hablemos de obras maestras, pero no todo tiene que ser excelso, hay que dejar cancha a otro tipo de novelas que enriquecen nuestras lecturas y consiguen que ganemos en capacidad lectora. Pasemos pues a estas recomendaciones:cruel_portada

Empiezo con el “Poesía Cruel” de Vicki Hendricks, es reseñable, en primer lugar, la forma, novedosa, de editar este libro; el editor de Es Pop Ediciones lanzó a través del portal Verkami un proyecto de “crowdfunding” para conseguir la financiación necesaria; consiste en ofrecer la edición a los lectores que quieran sufragarla y, al mismo tiempo, ofrecer recompensas de distinto valor según lo que aportes que compensen esta compra, aquí tenéis la web para echar un vistazo a las posibilidades que se ofrecían. De esta manera, aseguras que no tengas pérdidas en el caso de poder lanzarlo y, además, consigues adivinar cuál es el público potencial y seguro que está siguiendo esa colección en particular. En este caso (no siempre se consigue) las aportaciones sobrepasaron con creces lo necesario y así tenemos el libro en cuestión. En cuanto al contenido tenemos un “hardboiled” muy negro, con una protagonista femenina, la carismática prostituta Renata (“Algunos hombres solo quieren tu coño, otros quieren tu alma también. Yo solo vendo el coño… y es caro”), que es la verdadera alma de la novela caracterizada por escenas subiditas de tono casi en cualquier página que pases y un lenguaje a la altura de las circunstancias; para conformar un trama sencilla de seguir, ligeramente previsible, donde no importa tanto lo que ocurra como lo que cada personaje aporta a ella. En conclusión, erotismo a raudales (ríete tú de “50 sombras…”) y bajos fondos de amoralidad latente, razonable novela policíaca cargada de pasiones irrefrenables que solo pueden desencadenar desgracias.

el-caso-n-gustro-9788490063460El siguiente va a ser “El caso N’Gustro” del francés Jean Patrick Manchette, ha pasado mucho tiempo desde que RBA publicó la impresionante “Nada”, de hecho fue casi al principio y ahora hay más de 200 números; no ha gozado de mucha continuidad, pero por fin podemos ver una nueva novela suya, en este caso la primera que hizo individualmente y una de las novelas que dio inicio al neo-polar francés; Manchette asumió que el intento revolucionario de 1968 había fracasado y dio un giro radical que se confirmó con “Nada”: la necesidad de subvertir el orden capitalista estaba clara y centró los ataques en la izquierda incapaz, desactivada institucionalmente y al servicio del estado, telón de fondo de brutalidad y con la policía como brazo armado para ejecutarla con violencia. Todos estos temas están presentes en la novela que comenté primeramente, de incomparable sentido social y lucha anticapitalista con sentido autocrítico; la figura de Henri Butron, ultraviolento personaje (“siempre ha habido en mí una violencia que da pavor”) es la encarnación de esta lucha y la víctima del control estatal en un relato que juega con la no linealidad temporal (alternando entre el pasado y el presente) además de jugar con un humor muy negro y con la ironía de cada momento. Un estupendo relato, muy muy hardboiled, doloroso y reivindicativo.

la-hija-del-tiempo-9788490063330La última recomendación, a pesar de lo atípico, es “La hija del tiempo” de Josephine Tey, y la llamo atípica por dos motivos principales que hay que entender antes de afrontar su lectura: el primero de ellos es que se trata de una novela detectivesca pura y dura, más en la línea de Agatha Christie y el “Detection club” que en la de los Thompson, Chandler y compañía; la segunda consideración está relacionada con la trama histórica, es tremendamente exhaustiva en su exposición de la Inglaterra del siglo XV y se convierte, prácticamente, en un conglomerado de tramas palaciegas de la época. No en vano, casi al principio del libro, en una conversación entre un convaleciente Grant  y Marta, se establece la base de la novela: “-Sí, ya me figuro. Pero, ¿qué quieres averiguar sobre Ricardo III si no hay ningún misterio que investigar? -Quiero saber qué le ocurrió. Es el misterio más profundo con el que me he topado últimamente. ¿Qué le hizo cambiar casi de la noche a la mañana? Hasta el momento de la muerte de su hermano parecía una persona ejemplar y sentía devoción por Eduardo”. No podemos obviar el hecho según el cuál Grant estará postrado en cama durante toda la narración y se dedicará a desentrañar los misterios más recónditos de los personajes relacionados con Ricardo (sí, es el de “Mi reino por un caballo”) para, llegado el caso, demostrar o no su inocencia. A pesar de la falta de acción y de la, a priori, profusión de datos históricos, se lee con facilidad, muy fluidamente, y no resulta tan anacrónica como podría pensarse al principio; me quedo quizá con esta conclusión que el detective saca: “-No pienso volver a creerme nada de lo que lea en un libro de historia mientras viva.” Esto alienta mi necesidad de tener espíritu crítico cuando lees cualquier texto, espíritu que, últimamente brilla demasiado por su ausencia.

“El caso de los bombones envenenados” de Anthony Berkeley

En el prólogo de la edición inglesa de “The floating admiral”(1931), el presidente en la actualidad del Detection Club, Simon Brett, comenta a propósito de las novela negras en el momento presente que “they are certainly more psychologically credible than many of the works produced at that time. They are also more serious, sometimes even to the point of taking themselves too seriously. In crime fiction, noir is the new black”. Opinión generalizada y que tiende a denostar, en cierta manera, lo que fue la edad dorada de las historias de detectives, sobre todo ofreciendo los aspectos en los que se ha mejorado, sin duda esa credibilidad psicológica de los personajes y la seriedad de los aspectos tratados. De todos modos Simon utiliza este argumento a su favor para concluir que “Most of these differences could be seen as improvements but the one thing that has been lost with the passage of time is the sense of fun that used to be associated with crime fiction”, es decir, a pesar de que esas diferencias pueden ser vistas como mejoras, una cosa se ha perdido con el tiempo: ese sentido de la diversión que solía estar asociado con la ficción criminal.

La gran Dorothy Sayers, integrante destacada del Detection Club, comentaba “whether the detection game thus played for our own amusement will succeed in amusing other people also is for the reader to judge”, resaltando el hecho de que ellos lo hacían para divertirse y si eso divertía a otras personas, sólo el mismo lector podía juzgarlo. Ciertamente se lo debían pasar muy bien, y el propio Chesterton lo comentaba en un artículo sobre esta obra (incluido en la fantástica colección de artículos “Cómo escribir relatos policíacos” de Acantilado), que consistía en que cada uno de los integrantes del club escribía uno de los capítulos siguiendo la trama que iban dejando los predecesores hasta llegar a un increíble capítulo final donde el último “afortunado” debía cuadrar todos los cabos introducidos anteriormente, tarea harto complicada, ya que no se lo ponían fácil entre ellos.

El encargado de realizar tan titánica tarea (y que no se resolviera como un sueño, tentación que intentaba evitar), fue el destacado Anthony Berkeley; ya que, como bien sabían todos, si alguien era capaz de arreglar el entuerto era él, autor de la obra “El caso de los bombones envenenados” en 1929 en la cual demostraba que era el mayor especialista en urdir todo tipo de argumentos y acabarlos de la manera más ingeniosa.

“El caso de los bombones envenados” es la tercera obra que vemos publicada por aquí del autor y desde luego, se trató de la protohistoria, el germen, que sirvió para engendrar otros juegos del club que vinieron después, como es el caso de “The floating admiral”. La trama es aparentemente sencilla, seis componentes de un Club de Misterio (a lo Detection Club), entre los que se encuentra Roger Sheringham, deciden ayudar a Scotland Yard a descubrir quién es el asesino de un crimen que se encuentra sin resolver; pero deciden que cada uno, usando los métodos que crea convenientes, presentará su solución al caso; es decir, no trabajarán conjuntamente.

Así vemos sucederse las soluciones y los métodos utilizados, desde los métodos inductivos (cui bono? ¿quién es el beneficiado?), pasando por los simplemente psicológicos, deductivos (a lo Sherlock Holmes), recopilación de pruebas materiales o mezclas de ambos, es decir, una “lección muy instructiva en el campo de la investigación comparada” como indica Chitterwick, el último de los que habla y que crea una tabla en su argumentación con los métodos seguidos, las pruebas usadas y el asesino deducido, que es distinto en cada uno de los investigadores. De hecho, cada método, la forma de desgranar el misterio va dibujando puntualmente la personalidad de cada uno de ellos.

Lo más increíble de la situación es su capacidad de retorcer la trama pareciendo cada solución la correcta, hasta el punto de que uno de ellos, Bradley, es capaz de demostrar que él es el asesino en un desternillante ejercicio paródico, con sus propios motivos incluso. Naturalmente sólo hay una solución, que sólo se desvela en la última página, dejando una elipsis magnífica para el lector, al que sólo le puede quedar ese “sentido de la maravilla” que te deja el regusto de una gran obra.

Dorothy Sayers tenía dudas de si el lector se podría divertir con estos juegos, puedo confirmar ahora que sí, que se lo puede pasar estupendamente con un juego de tal inteligencia y humor. Estamos ante una obra que es un clásico de la novela de detectives. Una obra maestra del género. ¡Qué talento tenía el gran Anthony Berkeley!.

“La juguetería errante” de Edmund Crispin

Aprovechando la inminente publicación de la segunda aventura de Gervase Fen, nuevamente por la editorial Impedimenta, recupero la reseña que hice para su primera y fantástica novela “La juguetería errante”:

Si no fuera por Sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, gracias a sus detectives más famosos y paradigmáticos del género como son Sherlock Holmes y Hércules Poirot, la novela más tradicional de género como es la novela de detectives, hoy en día estaría más que olvidada; no porque no guste, que no es así, sino más bien debido al auge tremendo de la novela negra, que ahoga las pretensiones de un tipo de libros que no buscaba tanto lo negro del asunto sino crear una trama ingeniosa en la que un detective era capaz, mediante la deducción, a través de todos los detalles de la situación, de resolver un asesinato (u otro conflicto) aparentemente irresoluble.

Uno de los grandes hitos de la novela de detectives fue la creación del famoso “Detection Club” en Londres en 1930, entre los fundadores de este selecto club estuvieron los archiconocidos Agatha Christie, Gilbert Keith Chesterton Dorothy Leigh Sayers,  y que permanece aún activo hoy en día.

Edmund Crispin, seudónimo de Rober Bruce Montgomery, es un escritor inglés heredero de esa época  e, influenciado por dicho club, creó novelas de detectives basadas en la verdadera tradición inglesa, aunque alejado de sus reglas. Su detective es el ingenioso Gervase Fen (“El excéntrico comportamiento de Gervase Fen, profesor titular de Inglés y Literatura en St. Christopher, no se ajustaba en absoluto a los modelos tradicionales del profesorado”) que recorre las calles de Oxford (“el único lugar de Europa donde un hombre puede hacer cualquier cosa e incurrir en cualquier excentricidad y no despertar ningún interés ni emoción en absoluto en nadie”) sobre su deportivo que él llama Lily Christine III.

La premisa inicial de “La juguetería errante” es tan ingeniosa como retadora: una juguetería con un cadáver en su interior que aparece y desaparece para consternación del poeta Richard Cadogan, amigo de Gervase, y que desencadenará todo el meollo. Es mejor no contar nada más sobre la historia para que cada uno pueda ir descubriéndola. Sí es inevitable mencionar que la novela se lee con adicción, que la trama es muy ingeniosa, ya que desde la premisa inicial llegamos a un típico caso de “habitación cerrada” habitual en novela de detectives; pero no faltan persecuciones, no faltan personajes a cuál más divertido (como el peculiar camionero que lee a D. H Lawrence), ni humor en cada página que va pasando  (“Entre los bajos que ululaban malhumorados como barcos perdidos en la niebla del Canal de la Mancha – que es como suenan todos los bajos en todas las orquestas del mundo”).

Si a eso añadimos todos los juegos literarios que se trae entre manos Crispin en la boca de su detective Gervase y el poeta Cadogan (“Vamos a jugar a los libros infumables. -De acuerdo. El Ulises. – Vale. Todo Rabelais. -Vale. El Tristram Shandy”) y las constantes referencias literarias que pueblan la obra, la novela se convierte en una delicia para disfrutar sin prejuicios.

Necesitamos más novelas de Edmund Crispin (“Mi querido amigo, ¿te encuentras bien? – Estaba pensando títulos para las siguientes novelas de Crispin”), entretenimiento imprescindible, disfrutable a todos los niveles y, en definitiva, diversión de esa que te ayuda a amar cada vez más la literatura, no todo tiene que ser denso, sesudo y cerebral. Reír es bueno y, desde luego, hay que hacerlo siempre.

Valoración del libro: