La Flauta Mágica en Madrid: inolvidable propuesta escénica

Publicado inicialmente en Ópera World en este post.

La Flauta Mágica en Madrid: inolvidable propuesta escénica

Es imposible aburrirse con el espectáculo que nos brinda esta producción de la Komische Oper de Berlín, gracias a sus artífices Suzanne Andrade, Barrie Kosky y Paul Barrit nos encontramos en una de esas ocasiones en las que toda la producción se adecua a la perfección a la música y le da consistencia al libreto y a la acción teatral dando como resultado una inolvidable propuesta escénica.

Siempre ha sido difícil representar esta ópera, siendo un singspiel , los números musicales se intercalan entre recitativos secos, sin ningún tipo de música, donde se tiene que reforzar lo teatral, la actuación de los protagonistas; sin embargo esto es difícil cuando el libreto, como es en este caso deEmanuel Schikaneder, es tan ambiguo e inconsistente, tan pródigo en cambios de escena y localizaciones demasiado abstractas para ser bien presentadas; ello no es óbice para que la maravillosa música de Mozart fluya dando lugar a algunos de los números más conocidos de la historia pero es evidente que supone un reto para los enfoques de los directores de escena. Todavía recuerdo hace unos años en el mismo teatro cómo la Fura dels Baus optaba por cargarse todos los recitativos para poner reflexiones aparentemente trascendentales y llenar la escena de pelotas de tenis, además de poner en aprieto a una Reina de la noche en dudoso equilibrio. Una producción relegada al olvido con total justicia. Era ignominiosa.

De ahí el doble valor de la producción que se representa en estos días en el Teatro Real, no solo solventa las dificultades con dinamismo sino que consigue integrarla con la música y lo teatral de manera simbiótica; da la impresión que no falta ni sobra nada. Su original idea parte del cine mudo y la estética recuerda a Buster Keaton (como bien nos recuerda el programa) en la concepción de la animación y en el manejo soberbio de los recitativos: sustituidos por mensajes en pantalla como si se tratara de la época con música de fondo (espléndidas las fantasías en Re y Do menor), consiguiendo de esta manera dar consistencia a la trama que de otra forma podría quedar coja. Una especie de pantalla de cine llena la escena y se van proyectando las escenas según se suceden, moviéndose una serie de paneles a diferentes alturas donde van apareciendo los cantantes; esta ingeniosa idea insufla dinamismo, los cambios son rapidísimos, no entorpecen la acción, además están llenos de sorpresas y originalidad (qué ejemplos los dos con la Reina de la Noche) resultando muy divertidas o incluso evocadoras según sea necesario. Concluyendo, es mejor verla, cualquier palabra se queda corta ante imágenes que se explican por sí solas. Buen trabajo, además, de los cantantes que interactúan con lo proyectado como si fuera real. Todo un logro perfectamente pensado y milimetrado al segundo que no pierde su capacidad de empatizar con el espectador.

La Flauta Mágica en Madrid: inolvidable propuesta escénica

Ante la excelencia que supone este montaje tenemos que contraponer, lógicamente, lo musical; y ahí encontramos no pocos nubarrones debido a la concepción del teatro pero cumplen más o menos con lo que el público puede esperar. Afortunadamente la labor de Ivor Bolton estuvo acorde con lo que se esperaba de él como director titular (las dos anteriores ocasiones me habían causado dudas razonables); enérgico con la orquesta y tan dinámico como lo escénico, su lectura de la música de Mozart fue divertida y cuidada, incluso eligiendo tempos que iban ligeramente acelerados sin que la acción se resintiera, sabiendo adaptarse los cantantes a ello. La orquesta sonó bien, sin estridencias, equilibrada y empastada con los cantantes.

En cuanto a los cantantes, empiezo por lo peor en esta ocasión, la mayoría del público suele sentirse satisfecho si la soprano que hace la Reina de la noche lidia su segunda aria con todos sus sobreagudos (“Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen”) y, desde luego, Ana Durlovski, delicada muñeca en la obra de Offenbach el año pasado en este mismo teatro, tiene los agudos y la facilidad para emitirlos, estuvo notable, bastante precisa en su emisión. Sin embargo, la verdadera medida de este papel viene con la primera aria “Oh zittre nicht, mein lieber Sohn!”, complejo número debido a que tiene tres partes muy diferenciadas donde se precisa una dramática de coloratura, ese tipo extraño de soprano que consigue dotar de dramatismo y personalidad al papel; el problema es que Durlovski es una ligera de libro y cada una de las partes estaba cantada de igual forma, no hay profundización y su centro se queda ahogado, sin fuerza, sin nada de cuerpo. Su voz, me temo, no es lo más adecuado para este papel. Tampoco acabo de entender el Sarastro de Cristof Fischesser, más en un papel como este, de bajo profundo de libro pero sin grandes profundidades canoras, es una perita en dulce para un bajo habitual (todavía recuerdo lo bien que la cantaba Kurt Moll), en su aria “In diesen heil’gen Hallen” tiene que transitar por el registro grave con facilidad (sólo baja hasta un Fa3) y Cristof no lo consiguió en ningún momento, llegaba a duras penas, aumentaba el vibrato, sin apenas volumen. Lo malo es que ni siquiera los agudos, muy cómodos, resultaban adecuados. Una voz ciertamente limitada.

La Flauta Mágica en Madrid: inolvidable propuesta escénica

Mejores las prestaciones de Sophie Bevan como Pamina, hermosísima su aria (“Ach, ich fühl’s, es ist verschwunden”) cantando en todo momento con sensibilidad y con gran proyección sonora, convenció además con su actuación para configurar un papel muy completo. Lo mismo se puede decir del Tamino de Joel Prieto que cantó su joya (“Dies Bildnis ist bezaubernd schön”) con mucho sentido y con un timbre ciertamente bello, bien proyectado, un instrumento de calidad al que solo le faltaba un poco de dramatismo en algún momento. Tampoco se puede uno quejar del Papageno de Joan Martín-Royo cuya voz se adaptaba a la perfección al papel del pajarero, no demasiado complicado en lo vocal pero que requiere una gran actuación para resultar tan divertido como es necesario. Estelar Ruth Rosique en su breve pero intensa Papagena. Bien el malvado Monostatos de Mikeldi Atxalandabaso.El coro estuvo estupendo, bien empastado en los números en los que participó y contundente en el espléndido final.

Todo un triunfo, de esos que dejan una sonrisa en la boca a todos los asistentes, sepan de ópera o no

Rigoletto en Madrid con Leo Nucci: el bis como rutina

Publicado inicialmente en la web de Ópera World en este post.

Rigoletto en Madrid con Leo Nucci: el bis como rutina

Leo Nucci (Rigoletto) y Olga Peretyatko (Gilda)

Pocos artistas hay en la actualidad que puedan contar sus interpretaciones por el número de bises que hacen. Tal es el caso de Leo Nucci, toda una leyenda en activo por el número de representaciones (¡más de quinientas!) realizadas del carismático jorobado, el Rigoletto que venía a interpretar de nuevo a Madrid. El gran barítono ha conseguido establecer el bis como rutina, como una parte más de la representación que le pide el público, con una inherente artificialidad, el público no lo pide tanto espontáneamente, por la emoción del momento, sino que sabe que tiene que pedirlo, es Nucci, siempre que se lo pidas hace el bis en ese momento. Todo esto lo digo porque estuvo a punto de irse, y en ese momento fue cuando el público aplaudió más. Y estuvo soberbio, de nuevo, una vez más,; ha interiorizado tanto el papel que consigue con su voz expresar actoralmente el pathos del protagonista, una perfecta simbiosis de canto actuado verdaderamente sobrecogedora; cada momento, cada fraseo está pensada e interpretada con el sentido necesario para resultar convincente, tanto si se burla como si llora o sufre o siente ira. Un verdadero prodigio al que no le ha abandonado la voz, no solo porque sea capaz de hacer dos la bemol con esa rotundidad y casi sin vibrato sino porque no acusa el fraseo dificultoso de un papel endiablado (apenas ciertos apoyos para coger la nota posteriormente). Un espectáculo él solo.

A su lado la soprano rusa Olga Peretyatko compuso una Gilda modélica en este fantástico Rigoletto en Madrid; lo más lógico y esperado era su facilidad para acometer la primera parte hasta el “Caro Nome”, sobre todo por su experiencia en el canto ligero para las obras de Rossini, sus agilidades brillan con facilidad, bien afinadas y ligadas aunque no tenga aparentemente un volumen demasiado grande para afrontar las partes más dramáticas; sin embargo, me convenció su acto tercero, sobre todo la escena final en la que se entrega expresando perfectamente la evolución desde la inocente y virginal protagonista hasta la más madura Gilda ofreciendo su vida por su amado. El dueto final con Nucci fue excepcional, demostrando su capacidad para realizar un canto lleno de sutilezas, con sensibles pianissimi en una interpretación desgarradora de su muerte. Me da la impresión de que la cantante rusa ha madurado con este paso por Madrid, el tiempo lo dirá.

Stephen Costello (El duque de Mantua) y Justina Gringyte (Maddalena)

Stephen Costello (El duque de Mantua) y Justina Gringyte (Maddalena)

Al lado de ellos el mediocre Stephen Costello con un duque de Mantua para olvidar, estaba tan preocupado por llegar correctamente a cada agudo en sus frases que cada estrofa perdía el sentido de su interpretación; su mezza voce, imprescindible para cantar este tipo de papel, brillaba por su ausencia, pasaba las notas sin interpretar su papel; si a ello le sumamos una dicción pésima del italiano (todo hay que decirlo, da la impresión de que solo se ha preparado su aria principal en ese aspecto) deslució claramente el “questa o quella” (pésimo) o el “ella mi fu rapita”; su agudo solo brilló en su aria de referencia, como si fuera lo único importante. Hubiera preferido para esta función a Demuro, a pesar de sus limitaciones.

Del resto de intérpretes, notable el Sparafucile de Andrea Mastroni, templado en el grave, amenazador en su presencia, de canto noble y hermoso para un papel tan corto; también se puede decir que Justina Gringyte se ajustó adecuadamente a su Maddalena, un papel ingrato por su corta duración pero de gran importancia en la unidad dramática y por su interpretación del cuarteto “Bella figlia dell amore”; bien Radó en su Monterone aunque se habrían agradecido unos mejores graves para su interpretación; el resto, sin sobresalir, estuvieron en su sitio. Nuevamente el coro del Teatro Real brilló a gran altura, demostrando consistencia, rotundidad y buena dicción del italiano, un muy buen trabajo para este Rigoletto en Madrid.

No me puedo olvidar del trabajo fantástico de Nicola Luisotti en el foso, entendió a la perfección los tempos que tenía que seguir y supo sacar a la orquesta un sonido de calidad, especialmente bien en los momentos dramáticos, cargados de intensidad y verdadero fuego. Recuerdo especialmente el“Cortigiani vil razza…·” , sobrecogedora simbiosis con el canto del atormentado Rigoletto de Nucci. Gran trabajo orquestal que contribuyó en gran manera al éxito de la función.

Por último un pequeño apunte a la puesta en escena ya conocida de David McVicar, no creo que añada demasiado al argumento pero ciertamente lo acompaña adecuadamente, lástima que momentos como el inicial se conviertan en un espectáculo tan estrambótico y de mal gusto como innecesario. Aún así, el escenario giratorio en sus diversas vertientes estaba muy acorde con la acción representada.

Una nueva noche triunfal para mayor gloria de una de las mayores leyendas actuales. Cuánto tenemos que agradecerle estos momentos, inolvidables emociones que se quedan grabadas a fuego.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Alcina de Händel en el Teatro Real: deliciosa Velada Barroca

Publicado inicialmente en Ópera World en este post. 

Alcina de Händel en el Teatro Real: deliciosa Velada Barroca

Todo ello a pesar del montaje escénico que perpetró David Alden en esta coproducción con la Opéra National de Bordeaux; en efecto, como de costumbre, poco añade a lo visto y, en ciertas ocasiones entorpece, sobre todo cuando se producían esas coreografías ciertamente anárquicas con más ruido que otra cosa. Alden redunda en la idea, ya muy utilizada por activa y por pasiva en la mayoría de las manifestaciones artísticas, del escenario dentro del escenario y modela algunos de los momentos como números musicales muy vistosos dignos de Broadway, que quedan relativamente bien en lo visual pero no añaden demasiado al significado de la obra; aparte claro está de lo ya manido en la que nosotros aparecemos como observadores de ese teatro de la hechicera Alcina en el que quedan atrapados el resto de los protagonistas por su capricho; la sucesión de puertas que actúan como frontera de las dos realidades tampoco añaden más y sí muchas aperturas de puertas. Centrémonos en el aspecto musical.

Christopher Moulds, dejó clara su impronta desde el principio con una dirección puntillosa y atentísima que vigilaba en todo momento todo lo que sucedía en la escena además de controlar las dinámicas orquestales; consiguió un equilibrio orquestal-vocal que no fue óbice para que su lectura fuera emocionante incluso en la aparente contención de su propuesta. Actúo de manera muy dinámica con los tempos escogidos sin olvidarse de la intimidad de los momentos más graves y acompañó en todo momento la interpretación de los solistas consiguiendo momento memorables; sonó muy bien la orquesta titular del teatro, mejor de lo que estaban acostumbrando, sobre todo las cuerdas, tersas y muy seguras durante toda la obra; muy interesante la idea de los músicos en escena que convertían algunas arias en verdaderos diálogos con el personaje central, especialmente el violín de Víctor Ardelean y el Cello de Simon Veis.

Escena de Alcina en el Teatro Real

Anna Christy dibujó una muy buena Morgana, muy pizpireta y divertida y caracterizada por disfrutar de las arias más heroicas, con coloraturas casi imposibles pero ejecutadas admirablemente, como su famosa “O s’apre al riso” o la hermosísima “Credete al mio dolore” con el cello en escena. Lástima que no tenga una voz demasiado grande pero brilló a gran nivel. Lo mismo puede decirse del Bradamente de Sonia Prina, ejecutada muy dignamente a pesar de algunos excesos interpretativos, demasiado bufonescos, que resentían ligeramente la proyección de las agilidades. El tenor Allan Clayton empezó de manera estentórea en su primera aria, tiene una poderosa voz algo falta de control que deslució sus primeros momentos; afortunadamente, según avanzó la obra reguló más y demostró que, cuando se vuelva más contenido, es más que interesante y tiene muchas posibilidades futuras. Razonable el Melisso de Luca Tittoto, exhibió nobleza y templanza a partes iguales en su aria, a pesar de alguna dificultad al proyectar las notas más agudas; muy bien, para terminar, el Oberto de Erika Escribá, lució facilidad en la agilidad y gran volumen, una buena línea vocal.

Aplausos generosos de un teatro que no estaba lleno (habría que hablar alguna vez de los desproporcionados precios de las entradas) pero que disfrutó mucho de una gran velada barroca.

Las fotos son propiedad de Javier del Real.

Roberto Devereux en el Teatro Real.El poder de las grandes voces

Publicada originalmente en la web de Ópera world en este post.

Roberto Devereux en el Teatro Real: el poder de las grandes voces

Parece que la mayoría de críticos que asistieron al estreno no acaban de entender la elección de esta producción para comenzar el año y sin embargo, a mí me queda bastante claro. De hecho estoy seguro de que Joan Matabosch ha marcado un check de cumplimiento en su hoja de ruta anual. Y no solo porque haya traído una de las óperas que más le gusta del prolífico autor italiano al Teatro Real, sino porque el público empieza a comprobar una estrategia distinta donde el belcanto es posible y es refrendada por el poder de las grandes voces de dos maestros en esto: Mariella Devia y Gregory Kunde. Dos intérpretes veteranos que consiguen con cada intervención arrancar aplausos y “bravos” a un público que, en apariencia, era considerado frío y que sin embargo, disfruta de la música en plenitud que les ofrecen y lo agradece con verdadera desmesura, hasta el punto de que al final la mayoría comenta “Pues la producción no era tan fea.” Conseguir devolver la ilusión al público parece imprescindible y este es un gran comienzo.

Hay que reconocer que la producción de Alessandro Talevi de Roberto Devereux en el Teatro Real es bastante poco afortunada en casi cualquier aspecto; dos ideas rondaron la cabeza y sobre ellas construye una producción donde falta un hilo conductor más allá de llenar de oscuridad el ambiente y la comparación de la reina Isabel con una viuda negra. No existe prácticamente dirección escénica, cuando se llena de personas el escenario se quedan estáticos observando, sin ninguna finalidad y encima no es funcional, en medio de los actos hay cambios de escenas que cortan la acción que debería seguir; por si fuera poco el artefacto mecánico sobre el que se monta la reina hace un ruido del demonio y enmascara un poco la música. Ciertamente olvidable.

Campanella viene siempre con la vitola de especialista belcantista y bueno, tampoco es que deslumbre, no se le puede negar su extrema atención al trabajo de los solistas para apoyarles y dejarles que sobresalgan ante todo, consiguiendo un gran equilibrio entre orquesta, cantantes y coro; sin embargo la música no fluye como debería, por ejemplo en la obertura en la que va de menor a mayor intensidad, sin sacar todo el jugo a una partitura muy interesante; aún así su labor es muy correcta aunque no llegue a los umbrales de excelencia deseables; la orquesta titular sigue en un punto intermedio donde va mejorando poco a poco pero se notan desajustes, especialmente en metales, demasiadas dudas.

Escena de Roberto Devereux en el Teatro Real

Devia no tiene la voz adecuada para cantar ahora mismo a Elisabetta; es un hecho comprobado que denota una falta de graves que den consistencia a un papel que necesita esta convivencia para ser abordado con la perfección que necesita, eso que hizo sin asomo de dudas nuestra gran Montserrat Caballé hace ya algunos años; tampoco es que esté en el mejor momento de su carrera pero nadie puede dudar de la gran artista que es y el pasado viernes lo volvió a demostrar con una excelente caracterización del papel y sin necesidad de irse a sobreagudos no escritos pero con un gusto inigualable por el canto legato y con una voz que enamora desde el primer instante por su capacidad de transmitir el papel de la atormentada reina; un verdadero recital sobre cómo se debe cantar belcanto dotándole además de una grandísima capacidad dramática, memorable su “Quel sangue versato”, uno de esos momentos que se te quedan grabados a fuego.

¿Qué tenor puede cantar en menos de un mes y medio los dos Otellos (Rossini y Verdi), Manrico de Il trovatore y este Roberto Devereux en el Teatro Real sin morir en el intento y sin pifiarla en ninguno? En efecto, Gregory Kunde es de los fenómenos más extraños y estratosféricos que se pueden escuchar hoy en día. Podríamos llamarlo tenor dramático de coloratura si dicha acepción fuera habitual pero es que solo se puede aplicar a él. Había gran expectación por verle por fin en Madrid y cumplió todas las expectativas. Es inconcebible que un tenor con tal facilidad para la coloratura sea capaz de dotar de tal proyección a su voz y todo ello con una excelente afinación, capaz de variar entre un canto sentido matizado y demostraciones de tenor heroico con un fiato que (como el de Devia) asusta por su infinita capacidad, hasta en los recitativos demuestra su canto pulcro y con gran carga teatral. Un artista inolvidable que lo bordó también.

Sorpresa más que agradable la Sara de Silvia Tro Santafé, empezó con una frialdad que no podía vaticinar el desborde tanto en actuación como en voz en segundo y tercer acto excelentes; especialmente el dúo con Roberto fue apoteósico, arrancando gritos de un público que ya estaba rendido al trabajo de los solistas principales; qué tersura en las voces medias y qué potencia en los agudos a pesar de alguna pequeña desafinación. Bien, aunque un poco por debajo de los anteriores, el más limitado Marco Caria, que, contagiado por el buen hacer de sus compañeros intentó sacar lo mejor de sí mismo con el resultado de una más que adecuada actuación además de brindarnos con agudos bien colocados y proyectados. El resto de papeles cumplieron sin aspavientos. El coro estuvo igualmente a buen nivel en sus momentos, especialmente las voces masculinas, de las que sigo pensando que están últimamente un poco por encima de las voces femeninas. El resultado fue, de todos modos, el esperado en cuanto a precisión y fortaleza.

Noche mágica, noche de verdadero deleite para los asistentes. Es el poder de las grandes voces: son capaces de cambiar cualquier percepción. Buen comienzo de temporada.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Goyescas/Gianni Schicchi y Plácido Domingo: la pasión inagotable de una leyenda

Publicado originalmente en este post en Opera World.

Se supone que yo tendría que empezar hablar del atípico programa doble que se nos ofreció ayer en el Teatro Real; sin embargo, todo queda ensombrecido cuando el verdadero protagonista de la noche, por méritos propios, fue de nuevo Plácido Domingo en el interludio de dichas obras. Plácido Domingo, la pasión inagotable de una leyenda.

Hubo un tiempo en que creía que nuestro Plácido sería inmortal, su voz, sobrehumana, tiene una resistencia inigualable que le ha ayudado, a lo largo de dilatada historia, a cantar todo tipo de papeles, incluso aquellos que, a priori, no se adaptaban a sus características innatas. Si unimos esa voz a su capacidad de actuar, de meterse en cada papel que interpreta como si no hubiera un mañana; esa mezcla explosiva nos ha dado muchas interpretaciones inolvidables que le han convertido en una leyenda de la lírica, tanto a nivel nacional como, desde luego, internacional. Su gran generosidad le llevó a programar este pequeño concierto extraordinario debido a su renuncia a interpretar Gianni Schicchi por la reciente pérdida. Qué menos que hacer esto por su público, por la gente que tanto le quiere. Durante sus tres intervenciones programadas: Chénier y Verdi con el plato fuerte final del dúo de Germont de La Traviata se le vio luchando, perdiendo a veces el resuello para volver a darlo todo, falible, pero, precisamente en ese crepúsculo es cuando se nos hace consciente su entrega, el gran artista que es, la pasión con mayúsculas que destila en cada nota que sale por su garganta. Eso es sencillamente indescriptible, escucharle fue un gozo cargado de emoción, una sensación de estar viviendo la magia de hacer música, de la lírica en su máximo esplendor. Imposible resistirse ante tanto como te da nuestro querido Plácido, un servidor no pudo evitar que le cayeran las lágrimas de verdadera felicidad, de sentir que estás viviendo un momento único, imborrable. De esos que se quedan grabadoos para siempre. El público se rindió sin reparos ante su magnífica actuación e incluso nos deleitó con un bis, pleno de generosidad como siempre, con “Por el amor de una mujer que adoro” de Luisa Fernanda. Era el descanso, podría haberme ido perfectamente, todo estaba cumplido, difícilmente lo de antes y lo de después podría ser mejor.

Estrambótico y esperpéntico son los dos adjetivos aliterados que se me ocurren para calificar el programa de ayer. Una mezcla de Goyescas con Gianni Schicchi con la primera, además, en versión de concierto, constituye tal despropósito que no acaba uno de entender quién programa algo así y se queda tan ancho. Goyescas se acercó más a un “bolo” (los he visto bastante mejores) en su sentido más peyorativo, la versión de concierto perjudica especialmente esta obra, todo queda desdibujado desde un principio. María Bayo estuvo especialmente desafortunada, no entiendo lo que le ha pasado a su voz, bajos prácticamente inexistentes, inaudibles, notas agudas mal colocadas y que desentonaban, solo cuando se movía por las mezza voce se sentía un poco más cómoda dentro de una absoluta incomodidad; Andeka Gorrotxategi brilló por su inexistente química con Bayo, su voz, escasa, con agudos forzados y encima un timbre no demasiado agradable. Razonables estuvieron Ana Ibarra y César San Martin en sus papeles, que no es poco viendo las circunstancias. Tampoco hizo demasiado Guillermo García Calvo desde el foso para solucionarlo, le faltó dotar de equilibrio a la orquesta, sobre todo viendo los problemas (audibles) de los solistas, se les oía menos aún; tampoco acertó en el manejo de algunos tiempos, aunque regaló alguna página bella sobre todo al final donde sí consiguió el empaste con la destemplada intérprete. Hasta al coro, normalmente impoluto en su canto, le podría poner el “pero” de la dicción, no deja de ser curioso que entendamos peor el libretto en español que en otros idiomas, menos mal que pusieron los subtítulos.

Comparado con lo anterior, cualquier cosa que viniera con Gianni Schicchi sería mejor; en efecto, ocurrió de esta manera; el montaje escénico de Woody Allen lo podría haber montado cualquier otro, he visto producciones con menos bombo y que funcionan de la misma manera; de hecho teníamos la típica escena en una habitación con más o menos decorado; lo más novedoso fue el comienzo, con una pantalla de cine, llevándolo a su terreno y currándose un poco los nombres de los protagonistas; aun así, me parece más anecdótico que otra cosa. Carella estuvo bien, sin demasiados alardes pero subrayando los momentos cómicos y entendiendo adecuadamente la música de Puccini, la orquesta venía de los momentos con Plácido y sonó mejor, sin los desajustes iniciales. No voy a hablar de todos los intérpretes que tienen papeles pequeños en esta pequeña obra de múltiples cantantes, pero sí comentaré lo más destacable (tanto en lo bueno como en lo malo); Lucio Gallo como Schicchi sobresalió más por sus capacidades actorales que por su voz, más bien ruda, poco atractiva, demasiado tosca; estupenda Maite Alberola toda la noche tanto en su gran momento con Plácido componiendo una plausible Violetta como en su aria triunfal “O mio babbino caro” (de hecho, arrancó los aplausos del público), su voz de lírica llega con solvencia al agudo y es muy bella en dicho registro y el registro medio suena juvenil y adecuado para este papel; sin embargo el Rinuccio de Albert Casals es queda en un gran insuficiente, escasísima voz la del tenor para pintar esta pequeña joyita, sus agudos están estrangulados, sin proyección prácticamente, no tiene cuerpo para los medios, el papel le viene muy grande; destacable Praticó que además interpretó el “Sia gualunque delle figlie” de la Cenerentola en el concierto con mucha gracia, un verdadero barítono cantante, muy bufo; bastante bien Luis Cansino en su aria de Falstaff y como Marco, todo un actor, no exento de voz; interesantes los papeles femeninos de Zilio, Bayón y María José Suárez así como la cortita (pero grata) intervención de Francisco Crespo. Un resultado razonable que, por lo menos, divirtió al público.

Un público que pasó de la frialdad inicial al mayor calor, al calor pasional del grandísimo, de nuestro grandísimo Plácido Domingo, el gran triunfador de una noche para el recuerdo.

Las fotos son de Javier Del Real

Porgy and Bess de George Gershwin en el Teatro Real: entusiasmo a raudales

Publicada inicialmente en este post en Opera World.

Desde que abrió el Teatro Real en 1997 no he faltado (creo) a ninguna temporada, no enteras claro, pero siempre vi alguna ópera. Curiosamente la que vi en 1997, casi de casualidad, fue el Porgy and Bess de George Gershwin. Dieciocho años después otro círculo se cierra, un ciclo que se completa con esta producción de la Cape Town Opera Company. Lo mejor de todo es que no solo no me canso de escucharla sino que cada vez me gusta más. Ciertamente la producción ayudaba, estamos ante uno de esos espectáculos que brillan con luz propia: si hay algo que lo caracteriza es el entusiasmo a raudales de todos sus componentes.

La escena ideada por Christine Crouse es sencilla y muy funcional, no tiene apenas cambios y con pequeños giros de los elementos escénicos consigue representar las diferentes escenas que se van sucediendo. Representa un pequeño suburbio ambientado en Sudáfrica pero que podría servir para cualquier ciudad, pero se caracteriza, como la música de Gerswin, por su colorido y luminosidad, en clara contraposición con los elementos que se cuentan: asesinatos, violencia, maltrato, etc. Es evidente que sí se produce esa simbiosis entre escena y música y el espectador lo percibe. Si sumamos una dirección escénica que redunda en números de baile, acrobacias y coros, el resultado es muy vistoso, espectacular, de hecho, como ya se ha dicho en alguna otra crítica en diferentes medios.

Tim Murray desde el foso era el maestro de ceremonias de la excelente música del excepcional compositor norteamericano; transmitió la energía necesaria a una orquesta que funcionó aunque tampoco deslumbró, de menos a más, consiguió ir metiéndose en la dinámica de un coro sencillamente brutal y unos intérpretes muy adecuados como luego comentaré. No es fácil jugar con la música de Gershwin, pero me da la impresión que Murray y la orquesta podrían haber estado más acordes con lo que estábamos viendo.

Escena de Porgy and Bess de George Gershwin en el Teatro Real

En cuanto a los intérpretes de Porgy and Bess (de impronunciables nombres la mayoría de ellos) y el coro de Cape Town, preparado por Marvin Kernelle, merecen una mención especial. El coro derrocha energía durante las casi tres horas: cantando, bailando, haciendo piruetas y actuando de manera asombrosa. Es tal su convicción, lo seguros que están de lo que hacen y el entusiasmo, que subyugan con su continua presencia; hubo momentos, hacía tiempo que no pasaba, ¡que se escuchaban por encima de la orquesta! Descomunal presencia escénica y vocal a la que solo se le podría achacar alguna destemplanza en los agudos que se descolocaban ante tal despliegue de potencia y proyección. Estoy seguro que nadie en el teatro se quedó sin escucharlos estuviera donde estuviera. Los cantantes muy adecuados a los papeles representados, gran voz y actuación la de Xolela Sixaba,un Porgy capaz de estar de rodillas durante toda la actuación y cantando con una voz plena, noble, muy hermosa (como en el dúo con Bess que pintaron con gran sensibilidad no exenta de fuerza) de gran proyección y tremendos agudos, una pasada; la Bess de Nonhlanhla Yende transmite calidez y sensualidad o dulzura y sensibilidad según su papel lo necesite, bellísimas las páginas que dibujó con Porgy en el dúo y llena de fuerza (con alguna entonación brumosa en los agudos) en todo momento;  Noluvuyiso Mpofu, como Clara, cantó la famosa “Summertime” con sensibilidad y templando bien los agudos en una de las arias más interpretadas/versionadas de la historia, la más famosa pieza de la ópera; quizá algo más limitado (sobre todo en los graves, con menos potencia) el malvado Crown de Mandisinde Mbuyazwe, pero tampoco desentonó demasiado con el resto; muy bien la Maria de Miranda Tini, poderosa y gran actriz, cargada de personalidad como requiere el papel; al igual que Arline Jaftha como la radical y religiosa Serena, muy acorde con su papel; especialmente bien el Jake de Aubrey Lodewyk con una voz bastante hermosa y bien modulada, sin tanta proyección pero bien cantado su papel; muy bien cantado y actuado el Sportin’ Life de Lukhanko Moyake, papel que tiene una parte importante de declamación mezclada con sus partes cantadas y una actuación simplemente imprescindible para representar su papel, cargado de cinismo y peligrosidad para sus propios compañeros de raza.

El público ovacionó a todos los intérpretes de Porgy and Bess y disfrutó sin complejos casi desde que comenzó la función, se notaba por los aplausos entre medias y los comentarios de la mayoría de los asistentes. Una gran propuesta, un gran Gerswhin.

Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz. Berlioz en una dimensión distinta

las-tertulias-php_

Publicado inicialmente en este post en Opera World.

Las tertulias de la orquesta constituyen un paso más en el conocimiento de la figura del compositor francés Héctor Berlioz; un Berlioz en una dimensión distinta: la literaria. El prólogo de Pablo Heras-Casado introduce el tema en cuestión:

“Desde un punto de vista artístico en sentido amplio, admiro en él su capacidad literaria en la música, concretamente la altura dramática que poseen sus obras. Fue un personaje con gran interés por la literatura y el teatro, un lector ávido, del mismo modo en que lo fueron también otros compositores que son esenciales para mí, como Gluck o Verdi. Gluck y Berlioz concibieron la literatura expresiva, el drama, como sustento de sus composiciones y tanto estos como Verdi poseen una cualidad que aprecio sobremanera: ninguno de ellos se queda en lo superficial a la hora de narrar. Me gusta valorar en una obra la constatación de que cada uno de sus compases sea dramatúrgico, que no haya en ella nada superfluo como si fuera un simple dibujo de paisajes sonoros, y que el sentido dramático, la continuidad y la coherencia narrativa constituyan la base de la partitura. Berlioz representa el caso del compositor que al igual que Beethoven o Mahler es capaz de elaborar un verdadero drama artístico sin el empleo de palabras, pero que también posee esta cualidad creadora como escritor.”

En la imprescindible introducción de Enrique García Revilla, editor y traductor de esta obra, entramos en profundidad en la materia, estableciendo, además, el paralelismo con otros compositores; Berliozes el único capaz de expresarse con propiedad (y brillantez) en un lenguaje literario:

“Podemos afirmar con rotundidad y sin temor alguno a caer en equivocación que, si hay entre los compositores de toda época uno que destaque de forma clara como escritor, ese es Berlioz. Si bien Wagner destacó por la expresión en prosa de sus ideas estéticas, Schumann y Debussy por la fantasía de su pluma en su crítica musical y tal vez Tchaikovsky y en su epistolario íntimo, Berlioz es el único con verdadera vocación de escritor. Como tal, no sólo es capaz de expresarse en prosa sobre asuntos musicales, sino que posee inspiración y fantasía para elaborar sus relatos y dotarlos de una forma artística.”

Es destacable reflejar las características más sobresalientes de Berlioz a la hora de escribir,; al evidente contenido musical, en diferentes ámbitos, se suma una inesperada faceta cómica presente a lo largo de todas las tertulias,;? como bien comenta el editor, la misma premisa que sostiene todo el libro: que unos músicos en medio de una representación operística se dediquen a comentar libros o leerlos, es ya, de por sí, toda una declaración de principios del autor:

“El estilo literario de Berlioz, ágil y alejado de los excesos sentimentales propios de la literatura decimonónica, sorprenderá al lector que tenga la suerte de acercarse a él por ver primera por su agudeza y sentido humorístico. Detrás del ceño fruncido con que le muestran los retratos de Courbet o Signol, se escondía un tipo divertido y extremadamente agudo que no puede reprimir su sentido del humor cuando se expresa por escrito. De este modo, no sólo el planteamiento del libro ya es disparatado, pues no parece posible que unos músicos de orquesta se dediquen a contarse historias en el foso ante la media sonrisa cómplice del director (que también escucha atentamente), sino que en cada una de las tertulias introduce multitud de chistes, juegos de palabras y detalles de punzante ironía.”

La tercera faceta contenida en estas tertulias es, como bien podíamos suponer, una proyección autobiográfica del polifacético músico que aprovecha para, indirectamente, relacionar sus tertulias con momentos que le han sucedido a lo largo de su vida (y que el editor nos ilumina gracias a impagables notas a pie de página):

“Junto al contenido musical y al sentido humorístico, la tercera característica del estilo literario berlioziano consiste en la proyección autobiográfica del autor en sus escritos. Las tertulias de la orquesta, que sólo en cierta medida pueden considerarse una novela, constituye un espléndido retablo musical de metaliteratura, en el que la figura del narrador tiende ora a inmiscuirse en la trama, ora a alejarse, o bien simplemente a permanecer como testigo de la misma.”

Dicho lo anterior, os reviso a continuación algún fragmento del libro que sirve como ejemplo a las características anteriormente mencionadas; el siguiente párrafo, con el que se abre la primera tertulia es paradigmático de la prosa de Berlioz y refleja a la perfección el estilo del autor así como la vena humorística de la que hace uso para presentar la base en la que se sustentan las narraciones que vendrán después:

“Hay en el norte de Europa un teatro de ópera en el que los músicos, que son en su mayoría gente culta, se dedican habitualmente a la lectura e incluso a la charla sobre temas más o menos literarios y musicales cada vez que se interpreta alguna ópera mediocre. No es necesario señalar que leen y charlan con frecuencia. Así pues, sobre cada atril, al lado de la partitura, hay un libro. De este modo, el músico que aparenta estar contando a conciencia los silencios, esperando su entrada, con la máxima concentración en la lectura de su parte musical, se encuentra muy a menudo embebido en las maravillosas escenas de Balzac, en los encantadores cuadros de costumbres de Dickens o incluso en el estudio de alguna ciencia. Conozco a uno que, durante las quince primeras representaciones de una célebre ópera, leyó, releyó, meditó y asimiló los tres volúmenes del Cosmos de Humboldt; otro, mientras duró el éxito de una obra verdaderamente estúpida, hoy olvidada, se organizó para aprender inglés; e incluso sé de otro que, dotado de una memoria excepcional, recitó a sus vecinos más de diez volúmenes de cuentos, anécdotas, aventuras y noticias.”

El uso del humor es constante, a veces, indirectamente, otras, de una forma más directa y con un uso desacostumbrado del humor negro que quizá no era tan fácil de prever:

“-Pareces triste, Kleiner. ¿Te pasa algo?

-¡Oh! ¡Qué contrariedad!

-¿Contrariedad? ¿Has vuelto a perder once partidas de billar, como la semana pasada? ¿Has roto un par de baquetas nuevas o has vuelto a quemar otra pipa?

-No. He perdido… mi madre…

-Lo siento camarada. Siento no haberte tomado en serio. ¡Qué mala noticia!

-(Kleiner dirigiéndose al camarero:) ¡Camarero! Una crema bávara.

-(Entonces continúa:) Sí, amigo, Tremenda contrariedad. Mi Madre murió anoche, tras una agonía horrible de catorce horas.

-(Vuelve el camarero.) Señor no quedan cremas bávaras.

-(Kleiner golpea violentamente la mesa con el puño, arrojando al suelo con estrépito dos cucharas y una taza:) ¡Maldición! ¿Es que en esta vida todo son contrariedades?

Eso es sensibilidad en estado puro.”

Uno de los peligros de este tipo de narraciones es caer en la monotonía por la repetición de los mismos comienzos; Berlioz, consciente de ello, también presenta tertulias en las que no se produce la narración paralela a la representación; debido principalmente a que la ópera que les toca representar sí tiene calidad, tal es el caso de El cazador furtivo de Weber:

“Nadie habla en la orquesta. Cada uno de los músicos cumple con su obligación con el mayor celo e incluso con cariño. En un entreacto, uno de ellos me pregunta si es cierto que en la ópera de París utilizaron un esqueleto de verdad en la escena infernal. Respondo afirmativamente y prometo relatar al día siguiente la biografía del desafortunado personaje.”

O del Fidelio de Beethoven:

“Hoy representan Fidelio, de Beethoven.

Nadie dice una sola palabra en la orquesta. Los ojos de todos los artistas centellean. Los de los que sólo son simples músicos, permanecen abiertos. Los de los imbéciles se cierran de vez en cuando. Tamberlick, contratado por nuestro gerente para unas cuantas representaciones, canta el papel de Florestán. Con su aria de la prisión revoluciona la sala entera. El cuarteto de la pistola entusiasma violentamente al público. Tras el gran finale, Kleiner el mayor exclama:

-¡Esta música me hace arder por dentro!”

En ambos casos (y en algún otro como Spontini y su Vestale) no solo no hablan sino que se acentúa el silencio, el silencio se convierte, en manos del francés, en un catalizador del placer operístico.

El resto de tertulias tienen de todo tipo de historias, algunas hasta fantásticas,; me quedo ahora con una definición de términos de la época, aquellos que toda buena claque tenía que conocer a la perfección, especialmente divertido e irónico es el uso que se hacía de Animar:

“Fiascar significa no producir efecto alguno, no hacer gracia y caer en la indiferencia del público.

Calentar en vano es aplaudir inútilmente a un artista cuyo talento no ha sido capaz de emocionar al público por sí solo. Esta expresión es análoga al proverbio dar puñadas en el agua.

Haber acuerdo consiste en ser aplaudido por la claque y por una parte del público. Duprez, el día de su debut en Guillermo Tell, obtuvo un acuerdo extraordinario.

Animar a alguien es silbarle. Esta ironía es cruel y además presenta un sentido oculto que le da mayor mordacidad. No hay duda de que los silbidos contribuyen poco a animar al desgraciado artista, pero su rival sí se anima al verle silbado, y los demás también lo hacen en secreto. Así pues, cuando se silba a uno, siempre hay otro que se anima.[…]”

El otro texto que quería destacar era uno relacionado con la música, en particular con la crítica musical (que también realizó en su tiempo dentro de sus múltiples funciones artísticas) y el hecho de que siempre “hay un roto para un descosido”:

“Yo he visto El burgués gentilhombre silbado por estudiantes en el Odeón. Se sabe que la traducción realizada por A. De Virgny del Otelo de Shakespeare provocó buenos disturbios en el Teatro Francés; que Il Barbiere fue recibido con abucheos en Roma, lo mismo que el cazador furtivo en París. Aún no he asistido a una primera representación de la Ópera sin encontrar entre los jueces del vestíbulo una enorme mayoría hostil a la nueva partitura, por hermosa y grande que esta fuera. Tampoco hay una obra, por muy aburrida, desastrosa y nula que parezca, que no reciba la aprobación de algunos y encuentre algunos defensores de buena fe. Ya lo dice el proverbio: “siempre hay un roto para un descosido.”

En resumen, según lo indicado, el libro es ciertamente entretenido y se lee con interés a pesar de un par de detalles referentes a la edición y al propio Berlioz: En ciertos momentos el autor abusó del “namedropping”, citando y citando nombres de la época sin ningún objetivo claro y que hacen la lectura demasiado farragosa e incluso densa; por otro lado, la edición es mejorable, el libro es grande en tamaño para el estándar habitual y el número de páginas se ha ajustado tanto que entran demasiadas palabras (y en letra muy pequeña), haciendo la lectura ligeramente tortuosa. Aun así, es una buena recomendación para conocer tanto el autor como la época en la que vivió y pasar un buen rato.

Los textos provienen de la traducción/edición de Enrique García Revilla de Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz para la editorial AKAL.

Fidelio en el teatro real: espectáculo digno pero olvidable

Artículo publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Fidelio1

No me acordaba prácticamente de la producción de Pier ‘Alli cuando en el 2001 vino Barenboim a interpretar este Fidelio en el Teatro Real. No es un montaje que deslumbre especialmente, la primera parte es muy inmovilista, con pequeñas subidas y bajadas de decorados y escasa dirección artística siendo lo máximo el uso del coro en un momento puntual; sin embargo, la segunda parte utiliza de manera muy original un proyector que da mayor profundidad a lo que estamos viendo, especialmente interesante es la bajada a los calabozos y el clima claustrofóbico que se puede vivir con la entrada de Florestán y su rescate de la cárcel; no se puede decir que desentone, en general, la propuesta, y no cabe duda de que cumple su objetivo y es acorde a lo que se trata en el texto.

Tampoco es deslumbrante el trabajo en el foso de Harmut Haenchen, que opta por utilizar pasajes de la quinta sinfonía que parece que fueron escritos para la obra, aunque un servidor prefiere otras opciones; ciertamente fueron esos pasajes los que dirigió con más brío y ánimo ya que el resto de la obra se caracterizó por la monotonía, por una falta de chispa que solamente nos ofreció corrección pero lejos de la inspiración necesaria para sacar todo el jugo a una partitura que tiene muchísimos matices. La orquesta estuvo dubitativa y adormecida, especialmente en el caso de los metales. Además hubo un desequilibrio manifiesto en algunos pasajes donde la orquesta estaba muy por encima de los solitas, causando que estos tuvieran que gritar para poder ser oídos. Haenchen no cuidó demasiado estos momentos y de ahí que funcionase mejor cuando estuvo el coro en escena como en el concertante final.

fidelio2

Entre los cantantes de Fidelio en el Teatro Real hubo de todo. Bien la Leonora de Adrianne Pieczonka, cálida y poderosa en su papel, muy lírica, quizá le faltó un poco de fuerza en el final sobre todo desde el dúo con Florestán, la lucha contra la orquesta en dicha parte final minó sus fuerzas y no pudo cerrar el papel como se merecía, aun así, fue un buen trabajo y bien actuado; flojo, en cambio el Florestán de König, desde su aria de comienzo del segundo acto no dejó lugar a los matices, afortunadamente su vibrato no es muy exagerado pero en las notas más altas acusaba tirantez, sobre todo el final de su aria o el dúo con Leonora donde habría sido necesaria una mayor suficiencia, parece que en estos últimos años está volviéndose más heroico pero está perdiendo claridad en el registro más agudo; estupenda Anett Fritsch con una Marzellina bien actuada y mejor cantada, facilidad para hacer agudos y coloraturas y no perder nada de potencia, sorprende, de hecho, lo bien que se oía en el concertante final, por encima de Pieczonka; buenísimo igualmente el Rocco de un Franz-Josef Selig que se está volviendo una referencia en el registro bajo, poderoso y sonoro, noble en su factura en la mezza voce y agudos potentes y bien timbrados, un verdadero deleite escucharle; correcto sin más alardes el Don Pizarro de Alan Held, muy tosco en general en toda su actuación, sobre todo si lo comparas con Selig, la actuación por lo menos equilibraba estos detalles para obtener un resultado medio al menos suficiente; adecuados sin más Juric y Lyon como Don Fernando y Jaquino, no sobresalieron pero tampoco desentonaron. Sobresaliente el coro de nuevo en sus dos importantes intervenciones, sobre todo en ese final que suele dejar tan buen sabor de boca al público.

Aplausos y contento general de un público que disfrutó de un espectáculo digno, aunque olvidable según pase el tiempo.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

El tenor Fernando Valero (1855-1914) y su entorno, de Alberto J. Álvarez Calero

fernandovaleroPublicado inicialmente en Ópera World en este artículo.

En los tiempos que corren, cada vez se cubren más huecos en la historia de la música española; tal es el caso de El tenor Fernando Valero (1855-1914) y su entorno, que publica la editorial Arte Hispalense y cuyo autor, Alberto J. Álvarez Calero, ayudado de un equipo de investigación, ha realizado una búsqueda de información referente a dicho tenor, como revela nada más comenzar el libro, poniendo en contexto la época en la que está emplazado:

“Si tuviéramos que nombrar a los cantantes líricos españoles que más triunfaron en los principales teatros del mundo durante la segunda mitad del siglo XIX, habríamos de recordar necesariamente al tenor Julián Gayarre y a la contralto Elena Sanz. El primero de ellos hizo una carrera relativamente corta, pues estando en plena cumbre profesional murió a causa de un cáncer de laringe, mientras que Sanz vio frustrada su ascenso hacia la cima internacional por su deseo de mantener una relación extramatrimonial estable con el rey Alfonso XII, lo que además hizo sin sentir la necesidad de ocultarlo. En esa lista podría incluirse también al protagonista de este libro, el tenor Fernando Valero y Toledano (Écija, 1855 – Moscú, 1914)”

Coetáneo del gran Julián Gayarre, destacó, como bien dice Calero, por dos roles principales, Don José y Turiddu:

“Es decir, Valero cantó en los mismos centros operísticos que, apenas una década antes, frecuentaron Gayarre y Sanz, junto a otros muchos artistas, como su descubridor Enrico Tamberlick.

De los numerosísimos roles que desempeñó Valero, hubo dos que lo acompañaron buena parte de su exitosa carrera profesional, el de Don José en Carmen y el de Turiddu en Cavalleria Rusticana. La impronta dramática que lograba transmitir en ambos papeles unidad a sus cualidades como músico, lo convirtieron en un tenor completo, lo que le permitió triunfar en todo el mundo.”

De ahí el objetivo final del autor: rellenar ese pequeño hueco histórico con uno de los tenores principales de la época que rivalizó en calidad musical con otros más conocidos, (y) que ha sido injustamente olvidado:

“Queremos por eso hacer una breve semblanza de este artista y, con ello, aumentar de paso los escasísimos y parciales estudios que hay sobre un cantante que ni siquiera es citado habitualmente en los libros o diccionarios dedicados a la lírica. Aportaremos también para ello un importante volumen de críticas que demuestran la transcendencia nacional e internacional alcanzada por Valero en el ejercicio de su profesión.

En este trabajo, nos referiremos también a muchos otros cantantes, así como a compositores y a diversas personalidades que tuvieron directa o indirectamente una vinculación con Fernando Valero. Ese fondo paisajístico, junto con el propio enfoque principal de nuestro estudio, nos servirá para ofrecer quizá una visión diferente y peculiar de una parte de la historia de la ópera romántica.”

Para realizar esta función empieza a plantear la época pintando la figura del gran Gayarre o deAdelina Patti:

“Contemporáneos de Fernando Valero, nacidos solo once y doce años antes que él, la soprano Adelina Patti y el tenor Julián Gayarre, eran dos de los más aplaudidos y elogiados cantantes de toda la historia de la ópera, sin duda dos de los más excepcionales de la segunda mitad del siglo XIX.”

Entrando a nivel de detalle en la importancia que tuvo la voz del conocido tenor:

“La voz de Gayarre era en cualquier caso calificada en su tiempo de “adorable”, con un timbre de una belleza casi irreal y una técnica impecable. Y eso que presentaba una pequeña deformidad en una de sus cuerdas vocales, tal como se descubrió tras su muerte, no se sabe si adquirida o innata.”

Como bien refleja la crónica de José Francos Rodríguez sobre la irrupción de Gayarre en Madrid:“Estuve en el paraíso del Real la noche en que se presentó el ilustre roncalés, y no recuerdo haber oído nunca mayores, más espontáneas, más ruidosas, más interminables salvas de aplausos. […] Todo el auditorio fue alabardero, todo, sin distinción de categorías. Se aplaudió con la misma furia en los palcos, en las butacas que en la entrada general. Los bravos resonaron incesantemente, y al concluir la representación, la falange estudiantil, la gente alegre que constituía el grupo más levantisco de los asiduos al paraíso, esperó a Gayarre para que al salir desde el escenario a su casa oyese los postreros aplausos en aquella memorable y gloriosa noche.”

Sobre esta base es donde establece el perfil de Valero, es impagable la labor de documentación, buscando columnas como esta de “La Época” donde se auguraba su éxito de una manera muy diferente a como se hace en la actualidad; me encanta el paralelismo “shakesperiano”:

“Merced a sus disposiciones naturales y a los buenos ejemplos y enseñanzas nos atrevemos a repetir al joven Valero la profecía que hicieron las brujas a Macbeth.

-¡Serás rey! –decían aquellas en la selva al asesino del monarca escocés.

-Serás rey- le diremos nosotros al novel artista, si cultivas con el estudio tu talento.”

Su éxito se vio confirmado por críticas como la siguiente sobre una de sus actuaciones en el Teatro Real de Madrid:

“Al final de aquel año (1888), con la temporada aún recién empezada, La Moda Elegante publicó una de las mejores críticas que había recibido hasta entonces Fernando Valero. Decía el artículo:

El público ha acogido con cariño y entusiasmo a aquel que, siendo casi un niño, estimuló con sus aplausos para que desarrollara con el estudio su peregrino talento. Hoy Valero ha recibido la consagración de los principales pueblos de Europa y América, colocándose en primera línea entre los tenores actuales, y honrando el nombre español en los diversos países que ha recorrido (22-12-1888).”

Me gustaría subrayar un texto que refleja la importancia social del mundo operístico en dicha época y la forma en que fue evolucionando; este texto enriquece, por comparación con nuestra época, una narración ligeramente monótona donde se suceden textos no tan inspirados como los que voy poniendo por aquí:

“Al afianzarse la burguesía finisecular, el acto social de ir a la ópera se fue convirtiendo irremisiblemente en algo menos necesario para los que asistían como mero acto narcisista, es decir, por mostrar su preponderancia sobre los demás. Tal como apunta Andrés Moreno en La ópera en Sevilla en el s. XIX:

                  Cantantes, directores, orquesta y repertorio eran lo de menos, su única misión era, indefectiblemente, la de poner música de fondo a una parada ceremonial de trajes, joyas y bellezas en almoneda (¿qué mejor ocasión para presentar en sociedad a la hija casadera?)

Por los años en los que Fernando Valero comenzaba a triunfar, los espectáculos operísticos estaban cambiando a gran velocidad, sobre todo gracias a la progresiva instalación de luz eléctrica en los teatros. Hasta poco antes, la platea se iluminaba completamente durante las actuaciones mediante velas. No se concebía la idea de dejar a los espectadores a oscuras en un silencio absoluto. Por el contrario, durante las representaciones se hablaba con normalidad en voz alta, y la mayoría del público iba y venía. El teatro era un lugar de encuentros y desencuentros, de charlas animadas o hipócritas. Al fin y al cabo, muchos de los que allí asitían participaban de las diferentes y variadas actuaciones que se interpretaban frente al escenario, es decir, en los pasillos y vestíbulos de los coliseos. […] La evolución sufrida por el género en el último cuarto del siglo XIX fue apreciada en primer lugar por los cantantes líricos y los empresarios del sector.[…] Con el tiempo, el interés de la sociedad por la ópera se fue estancando, aunque al menos el público comenzó poco a poco a asistir a los teatros por un interés cultural antes que social.”

Los que ahora asistimos a la ópera podemos constatar que la cosa tampoco ha evolucionado mucho y se sigue entendiendo, en muchos casos, como un acto social, con sanas excepciones, desde luego. La semblanza al tenor se dilata con sus actuaciones en el extranjero y establece incluso una posible causa a su temprana retirada:

“También somos conscientes de que la figura de Fernando Valero habría alcanzado mayor trascendencia de no sufrir los prematuros problemas pulmonares que acortaron su carrera. Le faltó precisamente haber podido alargar sus éxitos unos años más allá de esa década triunfal que empezó en 1883, cuando comienzan sus triunfos en Italia, y llegó hasta 1893, cuando contribuyó a que Puccini comenzara a ser reconocido gracias a Manon Lescaut.”

Para llegar a un final que nos sirve como conclusión a esta crítica:

 “Con todo, más allá de esa decadente década final, conviene retener que nuestro protagonista puede ser considerado uno de los mejores tenores de la ópera romántica italiana, justo en la época del pleno auge de este subgénero lírico, a pesar de que su legado fuera olvidándose poco a poco.

Sin querer ser pretenciosos, deseamos contribuir con estas páginas a que la figura del tenor Fernando Valero sea hoy en día valorada como merece. No olvidemos por último que, si bien no tienen por qué coincidir la trascendencia artística con la generosidad personal, creemos haber demostrado con suficientes detalles que la grandeza de Fernando Valero hay que incluir sus solidarios valores humanos.”

El libro cumple a la perfección con el objetivo de dar a conocer la importancia del tenor FernandoValero; sin embargo, en el cómo, adolece de una narración más fluida y menos monótona , sobre todo a la hora de reflejar los comentarios críticos sobre el tenor de la época mencionada, algunos textos no aportan mucho y la narración sucinta de los conciertos y viajes es, ciertamente, un poco aburrida a pesar de su brevedad. Aun así, no puedo dejar de recomendar su lectura, una manera de acercarse más a una época y a uno de nuestros grandes tenores.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Artículo publicado originalmente en Ópera World en este enlace.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Posiblemente no hay ópera más conocida que esta, La Traviata representa el paradigma de la ópera popular debido a que la historia es bien conocida y, además, la música que compuso Verdi es brillante por su concepción teatral. Un prodigio. De ahí que, cada vez que se represente, se la mire con lupa, sobre todo desde el punto de vista escénico.

En este caso la escena de La Traviata en el Teatro Real venía avalada por David McVicar que ya había presentado además este montaje en el Liceo; tal y como entiende el director escénico la ópera todo es sombrío y lúgubre para empezar, renuncia a una posible evolución, a esos contrastes que, sin embargo, están presentes en la sublime música de Verdi, en aras de realzar el componente dramático, dando, si cabe, más oscuridad a la tragedia por anticipación; de ahí que no haya más que inmensos telones negros que reducen la escena a un pequeño hábitat que llama la atención por ser claustrofóbico, por encerrar en tan poco espacio a unos cantantes que afrontan de maneras distintas esta situación y de los que hablaré después; una vez sabido esto, hay que reconocer que la propuesta es ciertamente conservadora, sencilla, continuista, y cómoda de cara a un público que ya lidió con la vanguardia (o intento de ella) en la de Sotelo que se programó con anterioridad. Desde este punto de vista, es una pequeña reconciliación, un guiño que, a pesar de lo comento, funcionará para la mayoría de los asistentes.

Y La Traviata en el Teatro Real funciona especialmente por la adecuación y consistencia de Renato Palumbo a esta propuesta, el italiano escoge la vía que le ofrece McVicar e interpreta la música de una manera intimista, contenida, y buscando sonoros estallidos donde aprovecha toda la capacidad orquestal (poniendo en peligro las voces con menor proyección que sufren para cantar y ser escuchados con esta densidad); a pesar de ello, el conjunto no se resiente, es una lectura ágil (y) que consigue momentos ciertamente logrados, sobre todo, en el exquisito dúo de Germont y Violetta del segundo acto y en el patético final con la muerte de la protagonista. Se le podría poner algún pero a los números de coro intermedios donde hay algún desajuste en los tiempos, y alguna elección caprichosa del tempo, por ejemplo en los contrastes de Violetta con la partida de cartas; aun así, no me disgusta la visión de Palumbo.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Para tener una buena Traviata, es indispensable que el trío protagonista sea de entidad; la soprano albanesa Ermonela Jaho dibujó una Violetta atormentada desde el principio, adaptándose a la perfección a lo indicado por McVicar, no hay amor efervescente y juvenil en su “Follie, Follie…Sempre Libera” sino determinación y reafirmación como mujer, es un grito de libertad que ruge como un estampido incontrolable; pero su actuación no es inmovilista, muy al contrario, existe una evolución que roza la excelencia por su capacidad de reflejar la personalidad de Violetta, desde la frustración y el sacrificio contra su voluntad ,del segundo acto, hasta el camino inexorable a la muerte en el acto final. Este último es una interpretación de las más desgarradoras que recuerdo, con estertores de tal calibre que nos hacían sufrir a todos los que estábamos presenciándolo; totalmente unidos e integrados a su forma de cantar. Me puedo creer perfectamente a Jaho, irradiaba tanto dolor que es imposible no llegar a empatizar con ella; y su instrumento, sin embargo, no era para echar cohetes, de poca extensión en los agudos, un poco estrangulados y, encima con mucha suciedad; de hecho, sorprende que se atreviera con el Mi bemol sobreagudo que ejecutó a pesar de las dificultades; evidentemente, con la evolución de la vocalidad en los siguiente actos, se adaptaba mejor a lo que cantaba y tuvo momentos sublimes como el “Dite alla giovine…” susurrado, exquisito en ejecución y sensibilidad y todo el dúo con Germont y el final, simplemente sobrecogedor. Una excepcional Violetta, sin lugar a dudas, la gran triunfadora.

Francesco Demuro en el papel de Alfredo fue el gran perjudicado por la situación comentada, no me desagrada su timbre de tenor lírico y dibujó una buena línea de canto en “De miei bollenti spiriti”, pero su volumen se resintió con los arranques orquestales siendo tapado sin clemencia en no pocas ocasiones, acometió el Do de pecho en la cabaletta “O mio rimorso” con valentía, pero en el registro más agudo no suena firme, se le descolocó y fue poco brillante, de hecho, en varias ocasiones se le cambió de manera perceptible la voz en el cambio de registro resultando (en)sonidos extraños, alejados del más consistente registro a media voz donde estaba más cómodo (supongo que fue debido a buscar volumen y la proyección no fue lo más adecuada); tiene hechuras, falta madurez todavía. Sobreactuó ligeramente en su disposición teatral, sobre todo en comparación con Jaho.

Desbordante el Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez, está en plenitud vocal y se nota por la potencia en todas sus notas, un barítono lírico al que no le falta nada y que fue la contraposición musical perfecta por timbre y rotundidad a Violetta; hizo un “Di Provenza il mar..” de fábula, lidiando incluso con una pequeña carraspera en medio ,que consiguió tapar para acabarlo de manera brillante. Su segundo acto fue generoso en musicalidad y con gran compenetración desde el “Pura siccome un angelo”; pudo, de sobra, con la orquesta, incluso en las explosiones mencionadas y solamente habría que ponerle en el “debe” una cierta apertura de las notas agudas en algunos momentos que deslucían y desentonaban la melodía; si bien es cierto que no ocurrió con demasiada frecuencia.

En cuanto a los secundarios de La Traviata en el Teatro Real, correctos en sus papeles, podría hacer una pequeña mención a la buena Flora de Marifé Nogales, o las buenas prestaciones de César San Martín y Fernando Radó en sus Douphol y Grenvil respectivamente. El coro rozó a buen nivel en los conocidos números, siempre es un gusto escucharlos por su seguridad, fortaleza y musicalidad.

Muchos aplausos y ovaciones a una función que recupera al público que quiere ver grandes títulos en un teatro como el madrileño. Una buena propuesta con las puntualizaciones mencionadas. Una Violetta para recordar.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

War Requiem de Benjamin Britten en el Teatro Real: una interpretación sobrecogedora

Publicado originalmente en Ópera World en este post.

Una de las mayores virtudes de Britten fue su capacidad para saber renovar desde el respeto absoluto a lo clásico; supo dotar de modernidad a sus obras pero no adoptó la ruptura de la sonoridad que otros contemporáneos suyos promovieron y ejecutaron. El resultado, sorprendentemente, es que, sus obras, se mantienen  igual de vigentes en temáticas y en lo musical.

Ejemplo vivo de este proceso es este War Requiem, en el que alterna el texto latino clásico habitual con los textos poéticos de Wilfred Owen; estrenada en plena guerra fría en 1962 a propósito de la consagración de la nueva Catedral de Coventry; como muy bien advierte Luís Gago en el programa de mano, esta obra deviene en un alegato pacifista donde están las tres guerras presentes: Wilfred Owen murió en la primera, se ejecutó después de la segunda y en plena guerra fría.

Requiem

Musicalmente diseñó tres niveles, tres fuerzas musicales que interactúan entre sí, se alternan a lo largo de la obra hasta el abrumador final donde se combinan todas a la vez en perfecta simbiosis. La soprano solista y el coro van acompañados de la orquesta completa y cantan los textos clásicos; el barítono y el tenor tienen una pequeña orquesta de cámara e interpretan los poemas de Owen; por último, el coro de niños canta con el órgano y es preferible que esté a una cierta distancia de la orquesta, interpretando puntuales momentos del texto latino.

Es importante saber esto para comprender la dificultad que entraña interpretarla: los tres niveles musicales deben quedar perfectamente dibujados y el equilibrio debe mantenerse para que esto se produzca. Pablo Heras-Casado entendió y estudió perfectamente la disposición de los músicos, el coro de niños estaba situado en el palco real, la orquesta de cámara, al lado de barítono y tenor, a su derecha en el escenario y la soprano casi integrada con el coro de frente al director y a su izquierda. Esta disposición contribuía para ayudar a este equilibrio y se notaba que ha habido un trabajo detrás que se veía a lo largo de la interpretación. Heras-Casado dirigió de manera concisa con sus habitualmente claros gestos con las manos, rotundo, enérgico, pasional e intimista según el momento y sobre todo atentísimo a las dinámicas, frenando (muy sigilosamente, lo vi por estar en la primera fila) el volumen orquestal cuando la emoción llevaba a una posible descompensación; sonaron especialmente bien las cuerdas, tersas o ardientes según lo deseado; bien los metales a pesar de algún pequeño desajuste que no deslució el resultado final; fantástica la parte de cámara y el órgano a través de Miguel Ángel Tallante; especialmente reseñable me pareció la labor de la concertino, entendió a la perfección cómo se puede interpretar sintiendo la música, la que haces y la que hacen tus compañeros. Apasionante final.

RequiemBriten-0046

Por otro lado lo vocal rozó la excelencia: John Mark Ainsley es un experto en el canto recitado que solicita Britten para sus tenores (con Peter Pears como modelo); destacó especialmente por su elegancia y la homogeneidad de su canto legato no exento de la necesaria emoción para dotar de vida a los versos de Owen, hermosísimo y emocionante dúo final con Jacques Imbrailo, su solo del emotivo y lóbrego “Strange Meeting” fue simplemente conmovedor, sólo tuvo cierta tirantez en los agudos que solventó inteligentemente; Imbrailo tiene una voz de barítono templada y muy hermosa en el timbre, con un agudo brillante y seguro y pequeñas dudas en lo más bajo de la tesitura; dotó de verdadera emoción a su excepcional personaje; Susan Gritton empezó ligeramente destemplada su actuación sobre todo en los saltos de octavas requeridos, le costó un poco afinarlos y los portamentos afeaban ligeramente la falta de concisión, afortunadamente fue mejorando, tanto en el Lacrymosa como en los momentos finales ,demostró mayor seguridad y su voz brilló a gran altura. Los coros del Teatro Real y de la Comunidad de Madrid estuvieron excepcionales, rotundos cuando fue necesario, sensibles y cargados de lirismo en otros momentos. Da gusto oír partituras de este nivel tan bien interpretadas y cantadas, tan bien entendidas por los propios cantantes. Transmitiendo tanta intensidad como requería esta maravilla. El contrapunto del coro de los pequeños cantores de la Jorcam fue sencillamente subyugador, el color que lograron, la sensibilidad, puro terciopelo cargado de emoción.

El final fue simplemente prodigioso, uno de esos momentos inolvidables por conseguir llegar a lo sublime. El silencio al terminar dejó al público anonadado, como si hubiéramos vivido una experiencia única, sobrecogedora. Lástima que no estuviera el Teatro lleno para disfrutarlo. Los que estuvimos, seguramente, no lo olvidemos nunca.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

El público de Mauricio Sotelo. El subconsciente lorquiano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

Llegan los últimos flecos que nos recuerdan a Mortier; El público fue un encargo suyo a Mauricio Sotelo sobre el texto de la inusual obra de Lorca y con libreto de Andrés Ibáñez. No en vano consideraba el belga que esta obra inacabada encontraría su perfecta proyección a través de la música; ciertamente no se equivocaba, y Sotelo lo ha plasmado en esta fusión de música clásica, electrotecnia y flamenco que ahonda en lo subconsciente que habitaba en Lorca, un verdadero paisaje onírico de altos vuelos.

elpublico1

Utiliza solamente 34 instrumentos musicales y 35 altavoces que lo amplifican a todo el teatro, jugando con los efectos de sonido de todo tipo: surrounds, desvanecimientos, mezclas, balances… y los alterna con momentos de cante flamenco  por soleás o seguiriyas. El complejo resultado es apabullante en ocasiones, íntimo en otras;  pero la música es exuberante y el contraste de lo flamenco, gracias a la labor impagable de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez, del guitarrista Juan Manuel Cañizares y el percusionista Agustín Diassera, con lo musical contemporáneo, es innegablemente subyugador. La influencia wagneriana está presente pero es un elemento más, sin preponderar sobre fragmentos cantados, recitados o ariosos que ensamblaban como un perfecto puzle. Cumple a la perfección el efecto evocador que la escena de Robert Castro nos muestra al mismo tiempo.

El fantástico texto de Andrés Ibáñez se ve refrendado por el onirismo puesto en escena por Castro, donde lo popular se mezcla con lo culto y nos muestra la mente (surrealista o no) de un Lorca que lucha en su interior por lo que el exterior no lo permite; su homosexualidad oculta, la incomprensión ante su obra, la percepción del arte, y… cómo no, la recepción del público, verdadero protagonista e intérprete de la escena. Imágenes sugerentes, disfraces, travestidos, un escenario invertido que subvierte lo establecido. La revolución de la cuarta escena supone el culmen, una sugerente escena llena de espejos que recuerdan a la Dama de Shangai, perdemos la perspectiva, que se amplía hasta el infinito y se refleja al público que se vuelve partícipe y verdadero integrador de la acción, uno más de la escena que se está representando, un remedo  subvertido de Romeo y Julieta. La obra de arte sin el público no se puede considerar como tal.

Qué mejor que Roberto Heras-Casado para ejecutar la partitura de Sotelo, el flamante director invitado titular del teatro interpretó, como suele ser habitual, la música con concisión meridiana. Su claro gesto ayuda a que no haya dudas de ningún tipo en un tipo de representación que le obliga a dirigir a los lados e incluso detrás de él sin perder el sentido de lo que se está realizando. Se notaba que estaba estudiado al milímetro y la orquesta respondió a la perfección asegurando, especialmente los metales, la correctísima ejecución. Manejó con gran sabiduría las dinámicas contrastando los momentos de flamenco con los de mayor densidad orquestal y sirvió todo ello para disfrutar de todos los colores que se nos ofrecían. Sobresaliente la labor de José Manuel Cañizares a la guitarra solista y de Agustín Diassera a la percusión, virtuosismo al servicio del drama, intimismo y pasión al mismo tiempo. Herás-Casado sabe perfectamente que una gran ejecución no es nada sin pasión y lo lleva a cabo en cada interpretación que realiza con su característica versatilidad.

elpublico2

Es difícil hablar de la labor de tantos cantantes, muy adecuados para este estreno; bellas páginas las evocadas por el omnipresente José Antonio López con una voz contundente pero no exenta de templanza y que aguantó el papel sin cansancios; o las dificilísimas intervenciones de Isabella Gaudí como Julieta en un papel extremo que solventó con no poca solvencia; ya he hablado del trabajo excelente de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez o del bailaor Rubén Olmo; o la hermosísima aria del Pastor Bobo por parte de Antonio Lozano; tampoco se quedó lejos el coro del teatro Real, impecable en su afinación en sus momentos estelares de la segunda parte, mucho más equilibrada que su primera parte antes del descanso.

Digno trabajo que el público, como no podía ser de otra manera, aplaudió sin reserva. La primera parte, más densa, originó algunas espantadas, no demasiadas, todo hay que decirlo. Los que quedamos para el final ovacionamos a los intérpretes, con un Mauricio Sotelo ciertamente emocionado que rendía homenaje a Mortier en el programa de mano por haberle dado la oportunidad. Lorca estaría orgulloso de esta interpretación.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Divagaciones rossinianas de Alberto Zedda. Virtuosismo al servicio del drama

Cub Rossini Lomo 13.inddEra necesaria la aparición de un libro de esta índole para dotar a Rossini de la importancia que realmente se merece, sobre todo entre los músicos, que suelen considerarlo un sucedáneo de Mozart  con todo lo peyorativo que conlleva esta etiquetación. Nadie mejor para escribirlo que el maestro Alberto Zedda, verdadero conocedor y estudioso de la obra del autor de Pésaro desde sus propios orígenes, lo que le ha llevado a realizar la mayoría de las ediciones críticas existentes de sus obras.

El maestro avisa en el comienzo del libro sobre su composición en “Libreta de Estudio y de pasión” hablando de sí mismo en tercera persona y alertando sobre la heterogeneidad de los textos que pueden resultar en una cierta irregularidad:

“Este libro recoge heterogéneas reflexiones de un músico que, tras encontrarse fortuitamente con Rossini, quedó fascinado por la profundidad de sus creaciones musicales y dramatúrgicas, hasta el punto de dedicarle una gran parte de su energía. Su interés por la materia ha podido crecer sin límite porque no se trataba solo de un viaje iniciático por el campo de la fenomenología musical, sino que ha abarcado toda una serie de temáticas de primera importancia, como una concepción teatral de descollante originalidad, una conciencia artística de valor paradigmático, una capacidad para juzgar hombres y hechos con gran inteligencia, un intrigante modo de relatar mediante imágenes figuradas recurriendo a la metáfora alusiva, a la paradoja lógica, a la gozosa locura del nonsense: un constante e irónico distanciamiento que tiñe de misterio y ambigüedad la figura de un genio, huidizo a pesar de la luminosidad de su mensaje.”

De hecho, él interpreta el libro como un resumen de sus experiencias en el sucesivo estudio de la obra de Rossini:

“El libro no es una biografía ni un análisis técnico-artístico de la producción de Rossini: es el resumen de una exaltante convivencia con un músico cuyo verbo se desea difundir, una ocasión para traducir una larga experiencia en sugerencias útiles para entender e interpretar sus obras.”

Sin embargo, el libro no se resiente de esta mezcla, muy al contrario, ahonda de tal manera en la obra del compositor que, en sí mismo, se convierte en un estudio musicológico de primer orden que va más allá de un simple acercamiento crítico. La profundidad del análisis sirve para entender la verdadera magnitud de un músico superlativo. Zedda no duda en mostrar las grandes virtudes del compositor resaltando en primer lugar el ritmo:

“Sobresale un componente de la sintaxis de Rossini que juega un papel absolutamente preponderante: la pulsión motora que anima su música, una rítmica distinta de la de todos los operistas que lo precedieron o que lo seguirán. No hay duda de que el ritmo constituye el aspecto más original y revolucionario de su modo de componer, animando con una escansión fantasiosa y traviesa incluso páginas repetitivas difíciles de justificar. Se trata de una rítmica perentoria, en absoluto mórbida y discreta, en aparente contraste con la aérea libertad que buscan las florituras del predilecto canto belcantista que marcan indiferentemente páginas apolíneas, no vulneradas por ella, y páginas inflamadas por la urgencia dionisíaca. Esclarecedoras son al respecto las palabras de Antonio Zanolini tras un paseo parisiense con el Maestro: “La expresión musical está en el ritmo, en el ritmo está toda la potencia de la música.”

Está pulsión se suma a las características innatas de Rossini, su versatilidad  y su maduración precoz, que le convirtieron en un maestro de la orquestación y la vocalidad:

“Una versatilidad comparable a la de su idolatrado Mozart favoreció en él una maduración precoz y la posibilidad de desarrollar en tiempos muy breves una profesionalidad de asombrosa concreción. Su memoria prodigiosa le permitió un ritmo frenético de aprendizaje y de trabajo; el dominio de técnicas instrumentales complejas, que van del violín al contrabajo, del clave a la voz de óptimo timbre bari-tenoril, hace de Rossini un maestro de la orquestación y de la vocalidad. Experiencias adquiridas en directo por su asistencia a los teatros y el trato con músicos en compañía de su madre, discreta cantante, carente de teoría musical pero infatigable para prodigarse por el bienestar de su familia, privada a menudo del apoyo paterno por las tendencias libertarias de un progenitor rebelde a la autoridad vigente.”

Solo Zedda, por sus estudios críticos, es capaz de discernir la personalidad del compositor a través de los trazos, de los signos escritos en las partituras originales, a través de una serie de dicotomías podemos hacernos una idea del carácter de un compositor tremendamente ambiguo:

“Los signos trazados por Rossini con febril exaltación en miles de páginas revelan júbilo y tormento, duda y cansancio, frenesí y distensión, conciencia y extravío, intuición sublime y gran oficio, expresados con el trazo autorizado y fluido de quien tiene muy claro en la cabeza lo que quiere decir, de quien es consciente de poseer el don de la revelación. Los trazos de pluma, fuertes y decididos o débiles e inciertos, se convierten en palpitantes confesiones que no engañan porque reflejan el diálogo directo entre el individuo y su yo. En las páginas manuscritas de sus partituras, cada vez más atormentadas y despaciosas, se refleja el drama que ha transformado al más grande compositor lírico de su tiempo en un inquieto superviviente, asaltado por turbaciones no calmadas por el placebo de los aplausos.”

Hablando de la dramaturgia rossiniana, resalta una de esas anomalías que caracterizan su obra: escapa a la fisiología de la evolución, cosa que, por ejemplo, no sucede en Mozart (aunque también podemos observarlo en compositores posteriores como Verdi y Wagner) y alerta sobre la escucha superficial que se ha practicado frecuentemente en el caso del compositor italiano:

“Entre las tantas anomalías del fenómeno Rossini, resulta sorprendente la de escapar de la regla fisiológica de la evolución. Mientras que no hay un mozartiano que prefiera Lucio Silla  a Don Giovanni o Ascanio in Alba a La flauta mágica, hubo y sigue habiendo quieres, con argumentos no peregrinos, anteponen Tancredi a Guillaume Tell o L’Italiana in Algeri a Le Comte Ory. Cuando un Rossini adolescente llega a enfocar de forma perentoria el vocabulario y la gramática de un código musical personalísimo, es difícil establecer para sus óperas una clasificación de primacía, y ello porque también a él, como a Mozart, le fue impedido ceder al mal gusto, perderse en la banalidad. Cada uno de sus melodramas representa un discurso completo y diferente, a pesar de que la peculiaridad de un léxico inmediatamente reconocible pueda dar ante una escucha superficial la impresión del déjà entendu.”

A la hora de definir las características esenciales del compositor Zedda enmarca el  “virtuosismo” como elemento diferenciador de sus composiciones, le quita la posible superficialidad dotándole  de vida cuando encuentra su conjunción con el texto:

“El secreto para transformar en efusiones de poesía unas fórmulas de por sí inexpresivas y genéricas se encierra en el concepto de virtuosismo, en el que el término exalta el valor de la raíz primaria “virtú”, y pierde ese ligero sentido de fastidio y suficiencia que ha adquirido para algunos intérpretes. Hay que aclarar ante todo que el virtuosismo de Rossini no puede ser solo la capacidad de plasmar correctamente las figuraciones de un belcantismo acrobático. Cantar arduas secuencias a una velocidad vertiginosa es obligado sin duda alguna, pero solo de ello no puede nacer la conmoción del sentimiento. Es indispensable dominar toda la gama de los sonidos, desde los tonos dulces y apagados a las emisiones fuertes y viriles, para que la “virtud” del intérprete llegue a insuflar vida a estas fórmulas asemánticas por antonomasia, a iluminarlas con el concurso de la fantasía y la imaginación, a transformar áridos mecanismos en éxtasis de amor, delirio de pasión, estallidos de furor.”

La ornamentación entonces se convertiría en la función fundamental que utiliza Rossini para dotar de significado a cada momento de sus composiciones, el cantante podrá entonces introducir los adornos que considere para subrayar la expresividad y la teatralidad:

“[…] pero Rossini no se limita a emplearlas como elementos complementarios de exorno: la ornamentación tiene una función primordial en el desarrollo del discurso, convirtiéndose en el elemento portante. Transformar en datos fundamentales del lenguaje unos artificios que otros compositores utilizan como oropeles secundarios es una tarea que exige al cantante una severa toma de conciencia y una escrupulosa disección analítica del texto.

El artificio exornativo tiene de por sí un valor musical limitado y escaso significado semántico pero consiente al intérprete inteligente sacar de él gestos teatrales eficaces para subrayar la emoción del momento. Por ello, el intérprete de Rossini tiene derecho a modificarlo o a sustituirlo para conseguir todo su potencial expresivo.”

Esta vocalidad es heredera del barroco, pero se vuelve más terrena:

“La vocalidad en Rossini hunde sus raíces en la práctica del canto barroco, a pesar de que el teatro barroco y Rossini sean antitéticos en sustancia: el teatro barroco exige una rica gestualidad para encontrar su realista irracionalidad. En el barroco son los dioses del Olimpo quienes hablan y actúan como los hombres; en el teatro de Rossini son los hombres los que buscan el distanciamiento y sublimidad de los dioses.”

Más que inspiradas son las reflexiones de Zedda al respecto de sus dos obras maestras sacras: lo religioso le sirve como excusa para liberar toda la tensión emotiva:

“En los interminables años de su exilio creativo, Rossini rompió la consigna de silencio justamente con dos obras sacaras de gran compromiso, el Stabat Mater y la Petite Messe solennelle, a lo que se añadieron algunas páginas corales como La foi, l’esperance et la charité, el Tantum Ergo y el O salutaris hostia, de modesta relevancia. En el Stabat Mater y en la Petite Messe se verifica un fenómeno interesante: bajo el signo de la inspiración religiosa, Rossini rompe la reserva y el pudor que siempre frenaron la manifestación de sus sentimientos para abandonarse por fin a un canto de gran tensión emotiva, de terrenal efervescencia.”

Como es el caso de su maravillosa Petite Messe Solennelle, un oxímoron en sí mismo, un logro sin igual que supone la culminación de esta liberación emotiva:

“[…] Rossini, antes de despedirse del mundo, da muestras de que ha comprendido  los “mecanismos” del canto romántico, aunque se niega a aplicarlos a los sentimientos de los hombres. El texto latino de la liturgia católica, simbólico y cifrado, lo protege de la retórica sentimental, consintiéndole dar libre curso a la carga de la emoción. […] La oximorónica contradicción del título, Petite y solennelle, encierra, como sucede a menudo con Rossini, una doble verdad: la definición de Petite, amén de consentirle la irónica profesión de humildad expuesta en la dedicatoria del Buen Dios, afecta al carácter íntimo de una confesión religiosa expuesta sin los esplendores de la pompa ritual con una plantilla inusual y muy reducida: la de solennelle se refiere a la ambiciosa profundidad de los contenidos musicales más que a su dimensión estructural.”

En la parte final del ensayo nos encontramos con consejos directos para los directores, aprovechando la experiencia de su conocimiento adquirido vuelve al tema del tempo como generador del ritmo que hablaba anteriormente, para el compositor de Pésaro, el tempo animato se convierte en un vehículo para su expresividad:

“De las tres variantes a disposición del intérprete para insuflar vida rítmica al discurso musical –tempo sostenuto, tempo giusto, tempo animato- el tempo giusto (entendido como escansión rígida, carente de oscilaciones) es el que menos se adecua a la música de Rossini. La frase en Rossini exige continuas mutaciones de tempo aún en ausencia de indicaciones explícitas del autor, y el intérprete que quiera aprovechar por completo la potencialidad de un canto destinado a transformarse en gestos teatrales concretos debe recurrir a ellas continuamente. El tempo ideale para la música de Rossini es, por tanto, el que consiente que el cantante alcance en todo momento el máximo resultado expresivo, y la articulación rítmica se vuelve la clave que proporciona al canto la linfa vital que exige la poética musical.”

Y no solo los consejos, imprescindibles, tienen que ver con el ritmo, sino también con las dinámicas, los instrumentos a utilizar, la forma de afrontarlo, es toda una “guía de la interpretación óptima de las obras de Rossini”:

“Para obtener una ejecución fluida y animada es indispensable recurrir a la variedad propiciada por los tres aspectos diferentes de la rímica de Rossini: el tempo giusto (raro), el tempo animato (frecuentísimo), el tempo sostenito (en los Adagi y en general en los pasajes de ritmo lento).

Un cuidado muy particular hay que reservárselo a las dinámicas. Dada la ampliada sonoridad de los instrumentos modernos, es oportuno disminuir un grado cada prescripción dinámica referida a los pasajes de sonoridad intensa, para que ff se vuelva f, f=mf, mf=mp. […] en las arias de naturaleza dulce y amorosa, el f debería tener un carácter diferente del que suena en arias de significado dramático; más en general, el f de Rossini deberá ser ligero, rebotante y proyectado hacia adelante.”

Zedda resume a la perfección las sensaciones que origina su música, esa simbiosis entre placer y reflexión crítica que nos lleva a una complacencia, a un disfrute inigualable:

“Al escuchar sus obras, la coincidencia de un placer sensual hedonísticamente saboreado y de una reflexión crítica espiritualmente orientada puede conducir a una festiva complacencia, pero también puede contribuir a responder al imperativo del “conócete a ti mismo”, sin conculcar el derecho del arte a no expresar nada, ni explicar nada, fuera de sí mismo y de su propia magia.”

Estas Divagaciones rossinianas se convierten, por sí mismas, gracias a la sapiencia del maestro, en una obra imprescindible para comprender la verdadera relevancia del compositor además de acentuar aún más la satisfacción que produce su escucha. Quizá esta última reflexión sirva como colofón a este comentario:

“Con Guillaume Tell, Rossini se demuestra a sí mismo y al mundo que su talento era capaz de triunfar en el dominio del nuevo romanticismo, a condición de renunciar al canto artificial de los virtuoso castrati. Como había hecho con Semiramide, Rossini forja con Guillaume Tell una ópera que sobrepasa las dimensiones normales para reafirmar la validez de sus opciones artísticas y preanunciar su voluntad de apartarse de un mundo sediento de emociones explícitas. Equidistante entre pasado y futuro, Rossini no se preocupa por las clasificaciones: las etiquetas de conservador o de revolucionario no valen para un compositor que ha hecho dar  a la música italiana un salto de gigante, reintroduciendo en la tradición europea un lenguaje que se había empantanado en fórmulas de elemental superficialidad.”

Los textos pertenecen a la traducción de Carlos Alonso Otero de Divagaciones rossinianas de Alberto Zedda en Turner.

Lo que podemos esperar de la temporada 2015-2016 del Teatro Real

Zauberflöte

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Está claro que esta temporada va a ser la confirmación del trabajo de Joan Matabosch, la apuesta por lo clásico popular es más que palpable, Donizetti, Verdi, Mozart, Wagner, Haendel, apuestas seguras acompañadas de producciones ya realizadas, aderezado todo ello con cantantes de buen nivel. Es evidente que es necesario recuperar al público que se ha perdido en el camino y qué mejor forma que esta. Vamos a hacer el repaso de rigor para comprobarlo en profundidad:

 

Roberto Devereux

22/09-08/10

Bruno Campanella, Andrily Yurkevych

Mariella Devia/Maria Pia Piscitelli, Gregory Kunde/Ismael Jordi, Mariusz Kwiecien/Simone Piazzola, Silvia Tro Santafé/Veronica Simeoni

Producción: Welsh National Opera

Empezar la temporada con un Donizetti puede ser un gran presagio. En este caso uno ya programado aunque en su versión concierto hace poco. Los atractivos son evidentes en lo vocal. La grandísima Mariella Devia y el consagrado Gregoy Kunde, unidos a la sobriedad de Kwiecien y Silvia Tro Santafé y la batuta contrastada y fiable de Campanella que ya triunfó este año con “La fille…”. Gran ópera de belcanto que hará las delicias del coliseo madrileño.

 

Alcina

27/10-10/11

Christopher Moulds

Karina Gauvin/Sofia Soloviy, Anna Christy/Maria José Moreno, Malena Ernman/José Maria Lo Monaco, Sonia Prina

Producción: Ópera Burdeos en coproducción con el Teatro Real. 

Tengo especial cariño, dentro del dilatado repertorio Häendeliano, a esta ópera; no puedo ser imparcial con Häendel y el barroco en general. Si encima nos traen a Karina Gauvin para hacer el papel estelar, todo apunta a que vaya a triunfar si la producción acompaña. Alcina es una ópera que guarda la ortodoxia musical del autor y es ciertamente deslumbrante.

 

Rigoletto

30/11-29/12

Nicola Luisotti

Leo Nucci/Juan Jesús Rodriguez/Luca Salsi, Olga Peretyatko/Lisette Oropesa, Stephen Costello/Francesco Demuro/Piero Pretti/Ho-Yoon Chong

Producción: Royal Ópera House  a cargo de David McVicar 

Quizá los dos autores más efectivos para presentar la ópera a alguien que quiera descubrirla pueden ser Mozart y Verdi, este año tenemos a los dos escenificados y son puertas de entrada muy valiosas. En el caso del italiano, Rigoletto es una de las más representativas (junto con La traviata y El trovador) del paradigma musical e interpretativo del compositor. Perfecta conjunción de música, teatro y drama, y, además plagada de momentos musicales sobradamente conocidos como “La donna é mobile” o el cuarteto más famoso de la historia (“Bella figlia dell’ amore”). ¿Será capaz Leo Nucci de hacer otro bis en la Vendetta? ¿Y Olga Peretyako cuadrará  con el enrevesado papel de Gilda? La oscuridad de la producción de McVicar buscará intensificar al máximo el dramatismo de una obra inmortal.

 

Die Zauberflote

16/01-30/01

Ivor Bolton

Christof Fischesser/Rafal Siwek, Joel Prieto/Norman Reinhardt, Ana Durlovski/Kathryn Lewek, Sophie Bevan/Sylvia Schwartz, Joan Martin-Royo/ Gabriel Bermudez

Producción: Komische Oper Berlin

Si antes hablaba de Verdi, a continuación se ha programado una de las óperas más conocidas de Mozart, La flauta mágica es deliciosa desde cualquier punto de vista y cada momento musical es conocidísimo y cargado de inspiración, del Mozart del final de su vida, mucha gente alucinará escuchando las endiabladas arias de la Reina de la Noche que Ana Durlovski (tras su éxito con los Cuentos de Hoffman en el mismo teatro) intentará realizar con un más que posible éxito de ejecución. El reparto parece tener garantías, más si tenemos en cuenta la presencia de Sylvia Schwartz tras su éxito con el Gretel de la obra de Humperdinck . Bolton deberá confirmar que este repertorio es el suyo tras la pifia de su anterior Mozart.

 

Das Liebesverbot

19/02-05/03

Ivor Bolton

Christopher Maltman/James Rutherford, Manuela Uhl/ Sonja Gornik, Andrew Stapels/Peter Lodahl, Ante Jerkunika/Martin Winkler

Producción: Teatro Real en coproducción con el Royal Opera House

Bolton de nuevo, como director titular, dirigirá también este Wagner tempranero, La prohibición de amar no es una ópera que se programe tanto (igual que ocurre con Las hadas) como las típicas óperas wagnerianas; no estamos ante una obra que entre dentro del drama y la obra de arte total que concibió el compositor alemán. Muy al contrario, la gente se encontrará con una ópera influida por la música de sus contemporáneos franceses e italianos y alejada de su estilo. Es una curiosa propuesta, una comedia (Wagner solo tiene dos) pero cuya música es atractiva. El reparto parece solvente para las circunstancias. 

 

Parsifal

02-30/04

Semyon Bychkov/Paul Weigold

Christian Elsner, Detlef Roth, Franz Josef Selig, Ante Jerkunika, Evgeny Nikitin, Anja Kampe

Producción: Teatro Liceu de Barcelona y la Opernhaus Zurich

Semyon Bychkov es una de las batutas más en forma en la actualidad. Parsifal es todo un reto para cualquier director, el crepúsculo wagneriano con una música que aunaba a la perfección el ideal de la obra de arte total que ideo el genio.  Una obra simplemente agotadora para los intérpretes, con una densidad orquestal y una profundidad que llegan directamente al corazón.  El reparto, prácticamente nórdico, deberá ofrecer una digna lectura a priori de tan magna obra. 

 

Moses Und Aron

24/05-17/06

Lothar Koenings

Albert Dohmen, John Graham-Hall, Catherine Wyn Rogers, Michael Pflumm, Julie Davies

Producción: Teatro Real en coproducción con la Ópera De Paris 

Schöenberg es siempre difícil para el público, se acerca más al oratorio que a la ópera, pero es un digno representante del siglo XX y sus incertidumbres. Plenamente dodecafónica, ocasionará no pocos abandonos en el público más clásico. Qué mejor forma de acercarse a ella que con una representación escénica. Es una obra para experimentar con tus gustos, más adecuada para los más audaces. Es, a pesar de lo que parece, muy interesante. 

 

Der Kaiser Von Atlantis

10-18/06

Pedro Halffter

Alejandro Marco-Buhrmester, Martin Winkler, Torben Jüngers, Roger Padullés, Sonia De Munck, Ana Ibarra y José Luis Sola

Producción: Teatro Real/Teatro De La Maestranza

El emperador de la Atlántida, o el rechazo de la muerte es una ópera en un acto con música de Viktor Ullmann y libreto en alemán de Peter Kien, estrenada en 1975, no es una obra muy representada y hay muy pocas grabaciones. Con ella se cubre el expediente de obras del siglo XX y tiene su fuerte en el texto. El compositor la hizo durante su cautiverio en un campo de concentración de donde no salió. La música, en la órbita de sus contemporáneos Weill, Schöenberg,… no esperéis mucha tonalidad.  Lo bueno de esta es que va a servir para que veamos una sana mezcla de intérpretes españoles y extranjeros. Empezando por el director, nuestro Pedro Halffter, pasando por nuestras magníficas Sonia de Munck y Ana Ibarra y acabando con el ya conocido por estos lares Alejandro Marco-Buhrmester. Será una más que interesante propuesta. 

kob_zauberfloete_0150_pf

I Puritani

04-24/07

Evelino Pidó

Diana Damrau/Venera Gimadieva, Javier Camarena/Celso Albelo, Ludovic Tezier/Nicola Alaimo

Producción: Teatro Real/Teatro Municipal Santiago De Chile

El final de año termina con esta maravilla de Bellini, un paradigma del bel canto con una partitura bellísima. Elvira y Arturo tienen probablemente dos de los papeles más endiablados escritos por el compositor y será un placer disfrutarlos con los cantantes escogidos. Damrau/Girmadieva deberán lidiar con las impresionantes agilidades de Elvira y Albelo/Camarena son un lujo para cantar Arturo, ¿eludirán el Fa sobreagudo “rubiniano” o lo cantarán, aunque sea en falsette? Tezier/Alaimo acometerán uno de los papeles más hermosos que se han escrito para barítono. Yo, si fuera vosotros, no me lo perdería. 

Hasta aquí el repaso a las que se van a representar, nos quedan tres propuestas más en versión concierto que no son para nada desdeñables:

 

Written On Skin

17/03

George Benjamin, Christopher Purves, Barbara Hannigan, Tim Mead, Victoria Simmonds, Robert Murray

El propio compositor dirigirá esta curiosa ópera con libreto de Martin Crimp con quien ya colaboró en su otra composición de este tipo Into the Little Hill y que estrenó en el 2012 en el Festival de Aix-en Provence. Para ello se trae a los intérpretes que ha utilizado en su propia grabación. Es contemporánea, extravagante, da colorido y variedad, con todo lo que conlleva de positivo y negativo. Una verdadera maravilla contemporánea.

 

Luisa Miller

23-26/03

James Conlon

Lana Kos, Francesco Meli, Leo Nucci, Maria José Montiel, Dimitry Beloselskiy

Nuevo verdi, con la dirección del contrastado Conlon y un Meli que intentará que me olvide de Bergonzi al escucharla, cosa bastante difícil, aunque Meli canta realmente bien. Leo Nucci volverá a deleitarnos con su actuación y nuestra maravillosa Maria José Montiel dará colorido español. Lástima que solo venga en versión de concierto, a pesar de no ser tan conocida, tiene una música inolvidable.

 

I Due Foscari

12-18/07

Pablo Heras Casado

Plácido Domingo, Ainhoa Arteta, Michael Fabiano, Roberto Tagliavini.

Y acabamos con otro plato fuerte, otro Verdi, pero esta vez con la presencia escénica del incombustible Domingo haciendo papel de barítono, además gozaremos con Ainhoa Arteta, el lleno está asegurado, la calidad de la batuta del internacionalísimo Heras Casado es una verdadera garantía. Lástima que no dirija alguna ópera más, para ser el segundo titular puede resultar escaso, en mi opinión.

En esta ocasión, aunque otras veces no lo haga, no me gustaría dejar pasar la ocasión de comentar el Ciclo de grandes voces ya que la calidad de los cantantes es de un nivel elevado. Natalie Dessay, aun no estando en plenitud es toda una artista; Juan Diego Flórez es un éxito asegurado por su canto con gusto y ciertamente espectacular de cara al público; Bejun Mehta y Andreas Scholl nos deleitarán como contratenores de mucha calidad; lo femenino estará más que representado con Susan Graham y la fabulosa Renee Fleming. Dentro de los conciertos es reseñable la presencia de nuestro Xavier Sabata, completando un trío de contratenores de gran altura a lo largo del año.

Y esto es todo, sinceramente, sobre el papel, el programa promete. Habrá que ver si la realidad lo confirma, la idea es, claramente, que el público vuelva al teatro; parece que la mejor idea es programar este tipo de repertorio que se puede afianzar el año que viene con Strauss y Puccini.

Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck en el Teatro Real. Cuento de hadas wagneriano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

hansel1

Casi un siglo hacía desde la última vez que se programó Hänsel und Gretel en Madrid;  nunca es tarde si la dicha es buena como en este caso en particular.

La producción inicialmente pensada se tuvo que cambiar por una ya establecida, en este caso, la de Pelly que realizó para el Festival de Glyndebourne; sobre el papel parecía una buena idea, sobre todo teniendo en cuenta la gran acogida que tuvo también su montaje de la Fille du Régiment que vimos hace nada en este mismo teatro. El resultado en esta ocasión, nuevamente, es un triunfo. Pelly siempre consigue hacer montajes que, sin ser clásicos o anacrónicos, resultan actuales y guarda un gran respeto por el contenido del libretto, logrando, de este modo, satisfacer a un tipo de público muy amplio: los que piden una fidelidad y los que quieren una evolución.

En este maravilloso cuento de hadas, el francés hace contemporánea la historia, la casa en la que viven Hansel y Gretel está hecha de cartones, la ropa que llevan los protagonistas está sucia, están viviendo una crisis, no tienen casi alimentos para comer;  la casa de la bruja está formada de estantes de un supermercado, hay carteles de rebajas, cajas registradoras..  que representan el consumismo, el capitalismo de una sociedad jerarquizada por una situación en la que nos vemos atrapados. En este orden de cosas, los niños liberados están todos gordos, se convierten en los símbolos de la mala alimentación, del consumismo sin límites. Esta crítica está presente pero sin llegar a cansar ya que no se olvida del cuento y de los elementos mágicos, como las apariciones de los duendes del rocío del sueño. Su creatividad es paradigmática a la hora de crear a la bruja, la dependienta del supermercado, que nos anticipa en uno de interludios con un juego de sombras chinescas. Todo funciona porque, además, no entorpece la acción teatral, sino que la realza.

hansel2

La música de Humperdinck, exuberante, de gran densidad orquestal,  de este gran admirador de Wagner, tuvo como ejecutor un Paul Daniel incisivo e inspirado.  Desde la obertura hasta el fin supo sacar todo el jugo posible sin olvidar los matices, llevados a cabo con seguridad por la orquesta que sonó especialmente bien en las cuerdas (como ya adelanté en Romeo y Julieta), tersas y sensibles en los momentos de más sensibilidad, contundentes en los más potentes. A pesar de algún desajuste en los metales, su trabajo fue encomiable.  Daniel, consiguió, que todo sonara empastado y equilibrado, sin tapar a los solistas que se pudieron distinguir sin esfuerzo.

La Gretel de Sylvia Schwartz fue de referencia, entre otras cosas, porque consiguió conjuntar a la perfección su trabajo actoral con la vocalidad necesaria para cada momento. Desde los dúos con Coote, donde empastaba a la perfección, hasta momentos intimísimos y sensibles, como alguno de los del bosque, sin olvidar la proyección es los momentos más fuertes orquestalmente. Da la impresión de que su voz se adapta a la perfección por tesitura y proyección a este papel. Fue un prodigio comprobar cómo se debe conjuntar la voz, evolucionar y actuar. Hasta saludando, seguía interpretando su papel, qué capacidad de interiorización. Al lado de ella estaba una Alice Coote que cantó bien y que contrastaba a la perfección con la voz de Schwartz, sus dúos, ciertamente, fueron deliciosos, emocionantes desde casi cualquier punto de vista. No descuidó la actuación, que trabajó realmente bien y su voz fue aterciopelada y redonda, pierde un poco por lo completa que fue Gretel, pero Coote construyó un muy buen Hansel.  Diana Montague en su papel más reducido estuvo solvente, sin estridencias vocales a pesar de algún vibrato en el agudo más descompensado; fue una perfecta réplica musical al Peter de Bo Skovhus que cantó atronadoramente las notas agudas, contrastaba demasiado con la casi ausencia de notas bajas pero, de cara a los oyentes, tenía una presencia escénica y vocal brutal. Gran actuación de José Manuel Zapata, travestido de Bruja, lógico que triunfara, buscó todas las posibilidades que le ofrecía el papel y las llevó al extremo; centrado tanto en ello que se resintió en lo vocal, algunas de sus notas, especialmente agudas estuvieron ligeramente desentonadas al cogerlas, aunque luego corrigiera. Buen trabajo de los dos duendes con especial atención  a Elena Copons y su sensible interpretación del duende del sueño. Un poco destemplada  en las notas agudas, gritadas más  que cantadas, aunque bien actuado el duende del rocío de Ruth Rosique. Especialmente relevante, para acabar, la actuación del coro de pequeños cantores de la JORCAM, afinadísimos y con muchísimo gusto en su interpretación, cantar y hacerlo bailando es siempre difícil y ellos lo bordaron.

hansel3

Gran ovación del público a una función ciertamente memorable. El trabajo de estos artistas nos llevó a todos a un cuento de hadas, uno lleno de sorpresas agradables. 

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

“Roméo et Juliette” de Charles Gounod en el Teatro Real. Gato por liebre

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

“Por motivos debidamente justificados, la soprano Irina Lungu interpretará el papel de Juliette en sustitución de Sonya Yoncheva en la representación de hoy.”

Rom-Julieta-0037Esta pequeña hoja confirmaba los peores augurios. Al día siguiente, se aclaró desde el teatro que esos “motivos debidamente justificados” eran médicos, sumados a los “motivos familiares” de Alagna, dejaron la función en las manos de Lungu y Castronovo. Lo mismo, claro. Lo extraño es que el teatro ocultara que esos “motivos familiares” no surgieron de un día para otro; parece evidente que Alagna no tenía pensado hacer esa función y el Teatro Real ocultó dicha información de una manera poco transparente para sus clientes, los que pagan las funciones. La función se convirtió en una broma de mal gusto para aquellos que pagaron oro (porque las entradas de el Real son caras, busquen cuánto cuesta ver a Kauffmann en Munich por poner un ejemplo) por ver a dos divos que se transformaron, por arte de birlibirloque, en los pobres Lungu y Castronovo. Y esto, digan lo que digan, es engañar al público, que compra dichas entradas con unas expectativas y se encuentra con algo muy distinto. Ya se dice por ahí que Alagna (si las condiciones higrométricas no lo  impiden) ha matizado sus declaraciones  y podría venir a hacer Luisa Miller el año que viene… Lo que está claro es que habrá que ir al estreno, es lo único “un poco seguro”. El resultado es que el teatro estaba a media entrada tras la ya sabida baja de Alagna y los pocos que fueron se quedarían con una sensación agridulce.

Menos mal que quien dirigía era Michel Plasson, el solo pudo mantener el buen tono de la función y el público se lo agradeció generosamente.  Su batuta estuvo muy medida en todo momento, concisa en la intimidad, intensa y pasional en los momentos de mayor densidad orquestal. Me atrevo a decir que hacía tiempo que no oía las cuerdas con una riqueza como la de este día. Desgranó la fantástica partitura de Gounod demostrando que todavía podemos pensar en los grandes directores de orquesta más allá de escenógrafos. Una labor maravillosa y emocionante que, en mi opinión, no estuvo tan bien acompañada como se merecía.

lunguCastronovo es un tenor de escasos medios, con unas dificultades en los agudos más que notorias, abusando del vibrato y con la amenaza de romperse en cualquier momento. Todavía en las voces medias, con mucha potencia, su voz sacó algún pasaje bello, incluso en su aria de referencia. El problema aún mayor fue su manejo de los “pianos”, teniendo que recurrir a un “falsete” estrangulado  bastante feo en ejecución y timbrado,; en la parte final incluso se le fue, sorprendentemente… por si alguien no tenía claro que no estaba Alagna, esto fue tan evidente que provocaba un poco de vergüenza. Irina Lungu tampoco es que estuviera muy familiarizada con el papel (tuvo que salir, como Castronovo, con la partitura en la mano, fueron los únicos) pero los medios de la rusa son bastante mejores que los del tenor. Sin tener demasiada extensión vocal  y a pesar de la oscuridad de su color (que lo acercan a una soprano más spinto que lírica) lidió su papel con soltura, pese a algunas agilidades que no corrieron como deberían. El agudo tiene volumen (se comió irremisiblemente lo que intentaba su pareja) y su voz es muy juvenil en las medias voces dibujando una Juliette inocente en algunos momentos, más dramática y temperamental en otros. No fue errónea su intención y es de agradecer su entrega. Viene a hacer La traviata el año que viene y quizá se me antoja limitada en tesitura para el primer acto pero habrá que darle el beneficio de la duda. El resto de comprimarios estuvo bastante bien en general, destacando el Stéphano de Marianne Crebassa, qué bella canción de la tórtola realizó, pizpireta y consistente vocalmente, o el Tybalt de Atxalandabaso  y el grandísimo Hermano Laurent de Tagliavini. Todos rayando a un nivel bastante alto con un punto negro difícilmente explicable, Laurent Alvaro hizo una actuación bochornosa como Capulet, peor no se puede cantar. Por último muy destacable la labor del coro, muchos pasajes de gran dificultad y con una cada vez mejor dicción francesa que para todos los que nos dedicamos a esto comprendemos su dificultad. Un hito más en su gran evolución.

En fin, menos mal que nos quedaba Plasson

“Death in Venice” de Benjamin Britten en el Teatro Real. Simbiosis perfecta

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

El quejarse de los montajes escénicos es una mala costumbre adquirida, dado que habitualmente la música y el texto difieren entre sí o no tienen nada que ver entre sí.

death1

Afortunadamente, tenemos logros como el de Willy Decker y Wolfgang Gussmann; un montaje atemporal que no pierde su vigencia en ningún momento, sobre todo porque funciona a modo de simbiosis perfecta de música y letra, y todo ello sin tener que recurrir a montajes anacrónicos (como habría sido una típica decoración con Venecia de fondo). Funciona porque han entendido a la perfección el sentido de la obra de Britten, su testamento musical y, sobre todo vital y la escena no solo es acorde sino que refuerza lo que estamos escuchando: la subyugante música de un compositor inigualable. “Death in Venice” transcurre prácticamente como un monólogo interior en el que el protagonista, Gustav von Aschenbach, el propio Britten ni más ni menos; transcurre como un Künstlerroman literario,cuyo núcleo es la figura del artista y en la que se narra la evolución y el destino de este. El escritor descubrirá la belleza a través de los sentidos, una belleza física;  se trata como dice Willy Decker: no de una “meditación, aparece la vivencia directa y sensual, la voluntad vital de la belleza.” En su epifanía descubrirá que este anhelo por la belleza estaba siempre presente en él, pero necesita despojarse de todo lo que era para vivir esa devoción total por esa belleza personificada real y oníricamente por Tadzio, el joven polaco, uno de los personajes mudos que tan significativamente intercala Britten en la ópera. El montaje realza esta situación, el flujo de conciencia se desarrolla mediante escenas minimalistas que transcurren a la perfección, las transiciones son sutiles; se alternan coros y ballet y las entradas de una sombra que simboliza su destino final; cada escena está tan bien planeada reforzando no sólo el texto sino la fabulosa música del británico, tan rica en texturas,  desplazándose de números minimalistas hasta otros de gran densidad orquestal: en conclusión, la vivencia de una simbiosis perfecta.

death2

Alejo Pérez vuelve a demostrar una vez más que en sus lecturas de los autores del siglo XX y contemporáneas está mucho más cómodo que en lecturas más clásicas. Preciso en la interpretación e intentando sacar las infinitas posibilidades que le ofrece Britten aunque se queda un poco a medio camino, con buenos momentos puntuales sobre todo en la recta final, quizá su lectura adolece de algo más pasional aunque esté bien interpretada; la orquesta respondió en general bien a pesar de algún momento puntual dubitativo, especialmente reseñable es el trabajo de la percusión, que no denotó dichas dudas. En conclusión, más de “La conquista de México” que de su “Don Giovanni” lo cual agradecemos enormemente.

Es inevitable, al hablar de las óperas de Britten, pensar en Peter Pears, su actor fetiche y al que estaba unido sentimentalmente, para el que escribió particularmente estos papeles; John Daszak conformó un Gustav von Aschenbach muy cercano en la vocalidad e incluso el timbre al del británico: una voz de poca extensión pero que encarnaba a la perfección ese canto declamado que le hace característico al tenor “britteniano”; teniendo en cuenta que prácticamente no abandona la escena en ningún momento, Daszak dibujo a la perfección su papel en cuanto a la intencionalidad y evolución psicológica, mostrando trazas de gran belleza por cuanto se acercaba pasionalmente a ese momento de descubrimiento de la belleza que mencioné con anterioridad. Una interpretación muy inteligente, con buena línea de canto además de no olvidar los momentos más sensoriales. Contrariamente a esto, Leigh Melrose abusó, a veces sin medida, de lo histriónico que le ofrecía su múltiple cometido en todos los papeles que iban sucediéndose. Tampoco es que su voz ofreciese algo mejor, estentórea, destemplada, demasiado abierta, rozando en ciertos momentos la  desafinación sobre todo en notas bajas.

death3

La voz de Apolo del contratenor Anthony Roth Constanzo cumplió en tesitura aunque no ofreciese nada especial, correcta sin alardes. Lo mismo podemos decir de Duncan Rock en su doble cometido, aunque su voz es más adecuada para el papel; fantástica la expresividad en todo momento de Tomasz  Borczyk en el papel del mudo Tadzio, su interpretación artística (en su papel y como ballet) fue excelente y acompañó en todo momento al protagonista con muchos matices y una espléndida sensibilidad;  muy bien todos los comprimarios que aparecían en interpretación conjunta, entre ellos destacando varios cantantes españoles como Itxaro Mentxaka, Nuria García Arrés , Ruth Iniesta, Antonio Lozano y Damián del Castillo; el contraste con Melrose fue evidente ya que actuaron sin tantos excesos pero sin dejar de caracterizar adecuadamente sus papeles, especialmente las intérpretes femeninas estuvieron bastante bien en sus intervenciones. El coro, en su línea, muy bien en lo vocal, especialmente los hombres,  aunque momentos puntuales quedaron emborronados por la dicción inglesa que se podría trabajar un poco más en aras de la claridad.

Noche fabulosa, de esas donde la buena música se une indefectiblemente a lo que estás viendo; una noche, en definitiva, para disfrutar de un gran espectáculo.

Las fotos pertenecen a Javier del Real

“Las 50 mejores arias de Verdi” de Arturo Reverter. Más que lectura, experiencia musical

50ariasCon motivo del bicentenario de Verdi que tuvo lugar el año pasado, Alianza Editorial, gracias a la figura del crítico musical Arturo Reverter, lanzó este compendio que incluye las 50 mejores arias de Verdi según el autor; a priori, reunía todos los ingredientes que a un buen aficionado de ópera podría buscar; sobre todo si, como es mi caso particular, acompaño la lectura del libro con la atenta audición de cada uno de los momentos mencionados.

Hoy en día, con los medios que se nos ofrecen: youtube, spotify, etc… este tipo de libros se convierten en verdaderas experiencias musicales, más que simples lecturas; me atrevo a asegurar que es imprescindible dedicarle el tiempo necesario para leer las explicaciones del autor al mismo tiempo que se escucha el aria porque es la mejor manera de: primero, entender el carácter  musical gracias al análisis particularizado; segundo, deleitarse con el genio del gran Verdi a la hora de componer música.

Una vez entendida esta parte indispensable, vayamos al  prólogo del propio Reverter para comprobar el objetivo del libro en cuestión:

“¿Qué mejor homenaje se puede hacer a un compositor que estudiar su música y promover su escucha? Esto es lo que pretende el presente libro, en el que se disponen las bases de conocimiento necesarias para empezar a penetrar en los secretos de la escritura de Giuseppe Verdi, de cuyo nacimiento se han cumplido no hace mucho doscientos años. Durante ellos, al menos a partir de 1839, el del estreno de su primera ópera: “Oberto, Conte di San Bonifacio”, la figura del músico de Busetto no ha hecho sino crecer hasta convertirse en una de las más preclaras, trascendentes, influyentes y conocidas del mundo de la ópera. “

En efecto, lo primero, y más fundamental, conseguir que se estudie su música y promover la escucha; más en este caso, ya que estamos hablando de uno de los compositores más conocidos por la mayoría de la gente; se trata, ni más ni menos que de escuchar activamente, el estudio, como muchas veces he dicho, refuerza la ya de por sí excelente música convirtiendo la experiencia en algo aún más sublime.

El punto polémico viene, como no podría ser menos, en la elección de las arias, así como el número escogido, Reverter también se refiere a este asunto en particular en su introducción:

“En cuanto a la selección, el número redondo nos parecía indicado considerando que era suficiente para dar una vívida y fiel imagen, adecuadamente contrastada, del arte del compositor dentro de una dimensión razonable, en busca de un manejo cómodo a la hora de la consulta y de la localización. También, evidentemente, de la extensión de un libro de estas características, que ha de buscar ante todo la máxima claridad, la sencillez expositiva y la incorporación del dato pertinente. ¿Qué criterios hay que seguir en un caso así? Las posibilidades son múltiples.

Si se hubieran elegido las arias buscando la pureza musical, la perfección de la forma, el equilibrio estructural, la profundidad, no estarían incluidas algunas de las páginas más famosas.”

Es evidente que la elección obedece a dos motivos: el de tamaño: el formato estándar del libro no debe superar las alrededor de trescientas páginas para que no se suban los costes; el de la comercialidad: de ahí que este la mencionada aria de Verdi o, incluso una cabaletta como es el caso de “Di quella pira”, o que la mayoría de arias sean conocidas o interpretadas por tenores o sopranos. No vamos a poner más énfasis en el tema, la elección es la que viene y, sinceramente, funciona muy bien por los motivos mencionados  y por otro motivo que diré en la parte final de esta reseña.

Por otro lado, el autor se centra en identificar lo que va a comentar por cada una de las arias en el siguiente párrafo:

“En cada caso se manejan similares elementos de conocimiento, bien que no siempre expuestos de la misma manera o en un idéntico orden: estudio musical riguroso, con ejemplos pentagramáticos adjuntos;  descripción del momento dramático que se vive; aproximación a la psicología del personaje; rememoración de los cantantes que intervinieron en el estreno; valoración del tipo vocal adecuado, al aria en cuestión y a la ópera en la que se inscribe en general; repaso sucinto de los cantantes que, en la historia del fonógrafo, mejor han servido la parte y, en especial, la pieza analizada. No se suelen dar datos relacionados con la discografía, ni referencias numéricas, muchas veces variadas y variables en los catálogos.”

Las arias vienen ordenadas en estricto orden cronológico de  composición de la ópera y en cada una de ellas se empieza con una introducción a dicha ópera: contexto histórico y musical, circunstancias del estreno, intérpretes, etc. El siguiente ejemplo, en el caso de “Macbeth” resulta muy ilustrativo:

“Pero Macbeth, pese a sus carencias, a sus artificios, a sus irregularidades, es una obra apasionante en la que, encontramos páginas de enorme contenido emotivo y musical; como el aria La luce langue, que estudiamos en página vecina. Son, por supuesto, de excelente factura los grandes finales de los actos primero y segundo, y brillantes y tópicos, en la mejor tradición del Verdi guerrero, el coro de los prófugos escoceses y el himno de la victoria que cierra la ópera.

Fuera como fuera, Verdi consiguió hacer verdaderamente algo distinto, nuevo, unitario, de extremada concisión dramática; una ópera experimental, en palabras de Degrada, un drama a lo Séneca releído según los esquemas culturales de moda para unir el mundo de las brujas a las creencias contemporáneas y a las tradiciones populares, fabricando una metáfora horrible y grandiosa de la conciencia atormentada del protagonista. Una especie de intuitiva y sui generis Gesamtkunstwerk wagneriana que establece la unión entre canto, declamación, parlato, gesto escénico; nuevas relaciones entre música y drama. Tenemos aquí la búsqueda del nuevo ideal: “la palabra escénica.”

A continuación se hace el estudio de cada aria o arias que pertenezcan a la ópera mencionada y que merezcan dicho estudio según la selección. En todas ellas se pone el texto en el idioma original (italiano) y se traduce justo al lado de la misma. Después se procede a examinar/analizar con la ayuda de varios pentagramas la descripción exacta del momento musical/dramático, así como de la conjunción música/letra que utiliza Verdi para evolucionar el personaje, en el mismo “Macbeth” vemos uno de estos ejemplos:

“La voz insiste luego en la coda en la palabra cadrá, que representa el anhelo soberano de la dama y también su historia. Los contratiempos de la orquesta, que desarrolla una figura rítmica impetuosa y motora, animan esa parte conclusiva, que es coronada con un brillantísimo si natural agudo.

Esa brillantez también dependerá de la soprano, que habrá de ser evidentemente una dramática de agilidad, en la línea de Odabella de Attila y, sobre todo, de Abigaille de Nabucco –de la que hemos hablado en otro capítulo y de cuyo tipo vocal hemos dado pistas-  que se puede aplicar al personaje de la pérfida Lady Macbeth, que, evolucionada, posee hechuras similares en cuanto a carácter con otras criaturas verdianas, dotadas en cualquier caso de mayores claroscuros, como Azucena de Trovador, Eboli de Don Carlo o Amneris de Aida.”

Por último, y a la luz del tipo de vocalidad necesitada para dicho aria (y dicha ópera), se analizan los intérpretes históricos ponderando especialmente el interés en aquellos que han conseguido la interpretación más adecuada.  En este caso es donde puede cansar un poco más porque, desgraciadamente hay pocos intérpretes ideales para Verdi y siempre aparecen los mismos nombres por la calidad que han atesorado.

Si todavía no he convencido a alguien de leer este libro, me queda una última baza, aquel motivo que mencioné al principio y que saco ahora a colación: la selección ayuda a la apreciación de la evolución musical del compositor en toda su escala, desde las primeras óperas,  más influenciadas por los belcantistas hasta el final de su carrera (con Wagner de fondo) pero con personalidad propia.

Estamos, sin lugar a dudas, ante un libro imprescindible para todo aficionado a la ópera en particular y, por extensión, a la música clásica. No hay que dejar pasar esta oportunidad de vivir una experiencia tan íntima en lo musical.

“La fille du régiment” de Gaetano Donizetti en el Teatro Real. Apoteosis “tenoril”

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Pocas veces vivimos un éxito tan aplastante como el que tuve ocasión de presenciar ayer.

No puedo evitar sentir, como tenor de coro  que soy, un gran orgullo al escuchar un despliegue de medios como el que ofreció ayer el mexicano Javier Camarena, más tratándose de una de las arias más famosas que se conocen por su gran dificultad técnica; “Ah! mes amis”, con sus nueve “Dos de pecho”; es un escollo de gran dureza ya, que requiere una conjunción de técnica y una gran resistencia para llegar al do final sostenuto con garantías.  Y sorprende aún más porque lo afronta con voz de pecho, alejado de la más etérea interpretación de Flórez que adolece del volumen del mexicano. Camarena aprovecha la técnica sul fiato al máximo consiguiendo una proyección atronadora de cualquier nota que ejecute. En el caso de los proverbiales “Dos” era más que escuchable por todo el teatro, que asistía con reverencia a un espectáculo de esos que no se olvidarán nunca; no hay rastro de gola  sino que el sonido se proyecta desde la máscara central consiguiendo una gran resonancia, milagrosamente no necesita prácticamente vibrato en el sostenuto final, es prácticamente imperceptible; y todo ello con una afinación perfecta, no caló ni uno solo de ellos. Se notó durante toda la actuación, sobre todo cuando el protagonismo era de Marie cómo se adecuaba para empastar y no sobresalir demasiado; pero claro, con ese torrente en los “concertantes” se le oía por encima de todo. Quizá se le podría poner algún pero en la parte final, puede que fuera el cansancio, o la relajación, pero la mezza voce que manejó fantásticamente toda la obra se resintió un poco en su “Pour me rapprocher de Marie” pero fue un espejismo que finalizó brillantemente con otro de sus épicos agudos (improvisado en este caso).

fille3

No todo fue Camarena claro. El montaje escénico de Pelly, muy conocido ya por llevar bastante tiempo trasladándose de un teatro a otro es tremendamente efectivo. Sencillo en concepción, ambientado en la primera guerra mundial, clásico, pero que aprovecha a la perfección los momentos cómicos que abundan a lo largo del libretto para acentuarlos aún más, sobre todo en la original disposición del segundo acto, donde aprovecha el carácter musical para realizar coreografías divertidísimas que arrancaron las sonrisas de los espectadores en no pocos momentos. Junto a este buen montaje no podemos olvidar la dirección musical del veterano Bruno Campanella, perfecto conocedor de la obra, que sabe sacar todo el jugo que destila su partitura. Sonó conjuntada la orquesta, con matices, con buen uso de los crescendos a pesar de que inicialmente los metales estuvieron un poco despistados. Todo se iba ensamblando en el gran espectáculo.

Aleksandra Kurzak hizo un esfuerzo encomiable con el endiablado papel de Marie, consciente de los medios de su compañero y de la rotundidad, intentó ganar por la parte actoral, se mostró muy divertida, pizpireta en su papel, buscando todos los rasgos que hacen encantadora a esta protagonista. Sin embargo, sus problemas de afinación durante buena parte de la obra lastraron su actuación. Fueron evidentes desde su “Au bruit de la guerre” donde transitaba por las notas agudas bruscamente y sin detenerse demasiado en las notas de paso para calar en la nota más aguda. Este problema de afinación fue más escandaloso en los momentos en piano de “Il faut partir” donde afeaba completamente muchos de sus pasajes, quedó ciertamente deslucida. Si a eso sumamos que su voz en el agudo no es precisamente bella, pues el resultado final  no fue todo lo que se podría esperar de un papel como este. Sonó mejor cuando cantó el dúo con Tonio o el trío con Sulpice. Lástima, aun así el público reconoció su esfuerzo. Spagnoli nos pintó un Sulpice muy Fille2dicharachero, un contrapunto cómico que brilló con luz propia, especialmente en los diversos momentos en los que cantaba con los protagonistas, su centro está bien timbrado y tiene la voz adecuada aunque le faltó un poco de proyección, quedando ligeramente en segundo plano su voz la mayoría de las veces. Podles, con la voz ciertamente avejentada, confío en su capacidad como actriz más que en el canto, ya en su “Pour une femme de mon nom” inicial prácticamente no se la oía con la entrada de coro, aunque sabíamos que cantaba, se esforzó porque por lo menos las notas finales se escucharan pero hablar de un intento de canto legato sería demasiado aventurado, todo sonó muy entrecortado aunque, por lo menos, fue divertida; el papel teatral de nuestra Ángela Molina como la duquesa de Crakentorp fue lo que tenía que ser, extravagante, rozando la parodia en todo momento, ni más ni menos que lo que se le tenía que pedir; bien Isaac Galán como Hortensius, otro de los contrapuntos cómicos y con solvencia. El resto de comprimarios cumplió sin más. Nuevamente tenemos que congratularnos del papel del coro del Teatro Real que volvió a mostrarse sólido en su actuación, especialmente en los concertantes del primer acto cantados con mucho gusto al mismo tiempo que tenían que moverse por todo el escenario; como siempre, plenos de energía y con una calidad en cada nota interpretada que no se puede poner prácticamente ningún pero. Siguen demostrando que son toda una referencia.

En conclusión, una noche magnífica, gozosa, de esas que ayudan a aficionarse al género. De las necesarias en estos tiempos. Así, yo digo sí.

Las fotos son propiedad de Javier del Real

“La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte. El diálogo de dos genios

VisitaWagnerRossiniEl prefacio de Xavier Lacavalerie a este curioso libro es muy esclarecedor en cuanto al contenido que nos podemos encontrar en el interior de “La visita de Wagner a Rossini”:

“Con fecha del 15 de abril de 1906 (es la fecha que figura al pie del prefacio o, más bien, de la larga dedicatoria introductoria, texto, como sabemos, escrito con frecuencia a vuelapluma, a última hora, sobre la misma platina, en la imprenta), aparecía en la sediciones Charles Bulen de Bruselas un inesperado opúsculo firmado por un (relativo) desconocido llamado Edmond Michotte. En unas cincuenta páginas, el autor relataba allí la visita que hizo, en su presencia y unos cincuenta años antes, el compositor Richard Wagner (1813-1883) al ilustre Gioacchino Rossini (1792-1868), que había regresado a París para vivir apaciblemente una bien merecida jubilación dorada. Visita durante la cual él tomó unas notas […]”

Por lo tanto se trató de una visita que realizó Richard Wagner en la compañía de Edmond Michotte a un Rossini en el crepúsculo de su carrera. Lo que parecía augurar una sucesión de anécdotas más o menos curiosas en lo histórico-musical, sin embargo, se convierte en algo muy distinto, ya que el propio Lavacalarie se encarga de indagar en los objetivos de la visita del alemán:

“Más allá de la simple curiosidad humana de conocer a una celebridad antaño adulada, tal vez Wagner quisiera sencillamente hacer balance sobre sí mismo al visitar a Rossini. Como si deseara despedirse definitivamente del viejo orden musical europeo que tan bien encarnaba el viejo maestro, pues había hecho vibrar salas enteras […] a golpe de arias de bravura, gorgoritos virtuosos y crescendos orquestales, de lo que solo él parecía poseer el secreto.”

Y se vuelve mucho más interesante de lo esperado en la parte final de la entrevista cuando se convierte en una constatación de dos estilos, de dos formas de hacer y entender la música:

“Pero sobre todo les interesa el presente. Nuestros dos compositores van, pues, a lanzarse a una apasionante disputatio, cada cual argumentando, paso a paso, sobre la reforma de la ópera y las concepciones wagnerianas de la “música del porvenir”, que da todo su interés a este pequeño texto: pues, con el agudo ingenio que le caracteriza, Rossini comprende muy pronto que tiene ante él a un teórico inspirado y a un interlocutor de primer orden que sabe perfectamente lo que quiere y a dónde va.”

En efecto, y como bien dice el autor del prefacio “que no nos impidan degustar el particular sabor de este texto inesperado y rico en enseñanzas”.

Aparte de la típica anécdota, como la vez que Rossini conoció a Beethoven (Rossini es un puente musical e histórico entre Beethoven y Wagner, su figura se convierte en algo privilegiado por haber podido vivir ambas épocas):

“En Milán, yo había oído hablar de los cuartetos de Beethoven, y no necesito decirle con qué impresión de admiración. Conocía también algunas obras de piano. En Viena, asistí por primera vez a la ejecución de una de sus sinfonías, la Heroica. Aquella música me trastornó. Ya únicamente pensé en una cosa: conocer a aquel gran genio, verle, aunque solo fuera una vez.”

O cuando, a partir del halago de Wagner sobre la música de Rossini, Rossini es capaz de compararse con otros músicos aunque no crea tener parangón con ellos:

“Me está usted citando, y lo acepto de buena gana, afortunados cuartos de hora en mi carrera. ¿Pero qué significa todo eso comparado con la obra de un Mozart o un Haydn? Nunca le diré bastante cómo admiro en esos maestros esa flexible ciencia, esa seguridad que tan natural les es en el arte de escribir. Siempre se las he envidiado; eso nunca debe aprenderse en los bancos de la escuela, y además es preciso ser Mozart para sacar provecho de ello. Por lo que se refiere a Bach, para no abandonar su país, es un genio abrumador. Si Beethoven es un prodigio de la humanidad, Bach es un milagro de Dios.”

Sin embargo, donde de verdad el texto despega y se vuelve más profundo es cuando hablan sobre su forma de hacer la música; Rossini, como no podía ser de otra manera, hace gala de un carácter más dicharachero que su contrapartida alemana y no duda en ridiculizar momentos en los que tuvo que claudicar a las convenciones musicales de la época; este ejemplo sobre los septetos solemnes que aparecían inevitablemente en todas sus óperas es muy representativo:

“¿Y sabe usted cómo llamábamos a eso, en mis tiempos, en Italia? La fila de las alcachofas. Reconozco que yo advertía perfectamente lo ridículo de la cosa. Me hacía siempre el efecto de una pandilla de facchini cantando para obtener una propina. Pero, ¿qué quiere usted?, era la costumbre; una concepción que debíamos hacer al público, de lo contrario nos hubieran tirado manzanas cocidas… ¡e incluso algunas que no lo estaban!”

Wagner, sin embargo, mucho más afectado, serio, parece querer dar a conocer a Rossini la concepción de su revolución, de su drama musical así como la melodía y el leitmotiv. En el siguiente diálogo, una joya, habla sobre sus ideas y las compara con uno de los maravillosos momentos de la inconmensurable “Guillermo Tell” para regocijo del chispeante compositor italiano que no puede evitar preguntarle si él, también, hizo en algún momento música del porvenir (el texto no es más aclarativo sobre esta pregunta que puede ser admirativa o irónica):

“Wagner: “Quiero la melodía libre, independiente, sin trabas. Una melodía que especialice en su contorno característico no solo a cada personaje de modo que no se confunda con otro, sino también determinado hecho, determinado episodio inherentes al contexto del drama. Una melodía de forma muy precisa que, plegándose por sus múltiples inflexiones al sentido del texto poético, pueda extenderse, reducirse, ampliarse siguiendo las condiciones exigidas por el efecto musical, tal como quiera obtenerlo el compositor. Por lo que se refiere a esta melodía, usted mismo, maestro, estereotipó de ella un sublime espécimen en la escena de Guillermo Tell “Sois immobile”, donde el canto libre, acentuando cada palabra y sostenido por los jadeantes trazos de los violoncelos, alcanza las más altas cimas de la expresión humana. 

Rossini: ¿De modo que, sin saberlo, hice ahí música del porvenir? 

Wagner: Hizo ahí, maestro, música de todos los tiempos, y es la mejor.”

Lo que sí es claro es que la respuesta de Wagner fue aduladora. Un elogio de la música de Rossini en el ejemplo ya establecido de “Guillermo Tell”.

En fin, un gozoso y breve descubrimiento que hará las delicias de todos los aficionados a la música pero que puede disfrutar prácticamente cualquier persona.

Los textos provienen de la traducción de Manuel Serrat Crespo de “La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte para Antoni Bosch Editor.