Febrero 2014: La lista de lecturas

Febrero no suele ser un buen mes de lecturas, habitualmente por diversos motivos. Parece mentira, pero esos tres días de menos con respecto al resto de meses unidos a que, tras enero, que suele tener el impulso inicial, el segundo mes del año suele ser de relajamiento. Con todo esto, era lógico que tuviera menos lecturas que el mes anterior. Aun así no han estado mal las que he sacado y que os pongo a continuación:

“Vida y época de Michael K” de J.M. Coetzee,  con el sudafricano (ahora australiano) retomaba el proyecto literario, le seguirían McCarthy y Philip Roth. Otra joya que me iluminó este post conjunto con la ayuda del primer norteamericano.

“I wear de Black Hat: Grappling with Villains” de Chuck Klosterman, su último ensayo podría haber estado entre lo mejor del año pasado. Qué capacidad para “leer” en la cultura popular.

“Mentiré si es necesario” de Daniel Ausente, ¿quién dijo que la nostalgia era siempre ñoña? Don Daniel Ausente lo confirma con esta obrita incomensurable.

“El guardián en el vergel” de Cormac McCarthy, una primera obra siempre es interesante, sobre todo cuando hablamos del bueno de Cormac. Su reflejo de la realidad lo traté en el post que tiene enlazado junto con Coetzee.

“Lionel Asbo: El estado de Inglaterra” de Martin Amis, el espléndido escritor inglés no estuvo tan afortunado con esta obra y de ello hablé más profundamente.

“Kinsey y yo” de Sue Grafton, defendí lo detectivesco a cuenta de la grandísima Grafton, estupendos relatos cortos de misterio , un ensayo muy clarificador y una extraña última parte donde la escritora juega con lo autobiográfico.

“Primer Amor” de Ivan Turgenev, estoy cada vez más convencido de que la literatura rusa es mi siguiente hito a explorar. Una pequeña nouvelle donde la condensación de lo lírico está más que presente.

“Maten al león” de Jorge Ibargüengoitia, el buen uso de la sátira por parte del mexicano siempre augura buenas novelas, en este caso nuevamente lo confirma.

“Clavos en el corazón” de Danielle Thiéry, una propuesta interesante de novela policíaca, aunque se quede sin brillantez la conclusión ante una trama potencial con muchas posibilidades.

“El resucitador” de H.P. Lovecraft, no es el mejor relato de Lovecraft, pero ay, es Lovecraft.

“El avión rojo de combate” de Manfred von Richthofen, un relato de aventuras del legendario Barón rojo en el marco de la Gran Guerra. Una propuesta excelente de una editorial humilde pero con ganas de editar, que no es poco.

“Le ParK” de Bruce Bégout, una de las primeras grandes sorpresas del año este texto dixtópico del francés. La edición exquisita de Siberia lo puso fácil, me tenía ganado desde el principio.

Se supone que lo que toca en marzo es lo que debería poner a continuación, siempre ayuda poner la foto de las últimas compras.

Adquisicionesultimas

 Lo que tengo claro es que hay ciertos libros que van a ser un MUST; en efecto, son fijos pase lo que pase:

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown, por fin la reedición de un clásico de la novela policíaca.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin, el tercer caso de Gervase Fen es uno de los mejores motivos que existen para ponerse a leer.

“La ciudad de N” de Leonid Dobychin, Nevsky recupera uno de esos autores rusos con mucho que contarnos. ¿Un clásico olvidado?

“Jagannath” de Karen Tidbeck, nueva escritora sueca que nos trae igualmente Nevsky; imagínate que sale algo tan bueno como Anna Starobinets. Tenía tantas ganas de leerla que cuando salga publicado este post ya habrá caído.

“Las dos señoras Abbot” de D.E. Stevenson, el tercer libro de la saga de la señora Buncle siempre es un motivo para estar de enhorabuena.

“Muerto el perro” de Carlos Salem, “Matar y guardar la ropa” es tan bueno que, cualquier libro del argentino me parece un pequeño acontecimiento.

Y seguiré con el proyecto literario, no puedo descansarlo ni un mes. Este mes caerá Roth, Nooteboom, Delillo, Joyce Carol Oates…  en fin, una mezcla muy sana e interesante. Veremos hasta dónde llego.

Coetzee y McCarthy: Aproximaciones a lo inhóspito

michael-kLos beneficios de mi proyecto literario  cada vez se hacen sentir más de diferentes maneras. Inicialmente solo pensé en lo evidente: leo grandes autores contemporáneos y clásicos con los que estoy seguro de disfrutar y, en la mayoría de los casos, observo los temas que tratan, veo su evolución en temas y estilo, estudio el contexto, etc…

Según voy avanzando en lecturas, sin embargo, está aumentando la lista;, he extendido las lecturas más allá de su traducción y, en muchos casos, como el de Joyce Carol Oates, estoy adquiriendo su ingente obra en inglés; de esta manera, en muchos casos voy a poder disfrutar en plenitud de su literatura. Lo que no había pensado hasta ahora era en la posibilidad de relacionarlos, y eso me lleva al post de hoy.

Las lecturas de “El guardián del vergel”, ópera prima de Cormac McCarthy, y de “Vida y época de Michael K”, otra de las joyas del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, han servido para darme cuenta de todo lo que tienen en común en cuanto a temas tratados y qué diferencias de estilo en su prosa a la hora de afrontarlos.

En particular me voy a centrar en el reflejo que hacen en su obra, lo que voy a llamar “Lo inhóspito”; ambos autores se caracterizan por mostrarnos la realidad “menos hospitalaria”, aquella que causa inseguridad al ser humano en todas sus vertientes; siendo la primera de ellas, la más evidente, la que tiene que ver con el lugar, con la localización en que ambientan sus obras. Esto se puede observar en los párrafos que voy a poner a continuación, en primer lugar en el caso de Cormac McCarthy y su guardián:

“Despertó antes de que empezara a llover. La brisa cada vez más fresca abanicó su cara y el sudor que le perlaba la frente. Se incorporó y se frotó la nuca. Dos sinsontes que hacían girándulas entre las ramas altas de los arces se quedaron quietos; y entonces, como sorprendidas ellas mismas en el calor verde dorado de la tarde, las primeras gotas de lluvia salpicaron oscuras el barro acumulado al pie de la casa. Una sombra plana ondeó sobre el patio, sobre la carretera, y trepó por el talud como si le hubiera entrado prisa; la lluvia arreció, medrando con el viento en la distancia y pintando de un verde plateado, casi amarillo, los árboles de junto al arroyo. El viejo observó la lluvia avanzar por los campos, la hierba que se agitaba, las piedras del camino que se volvían negras y después el lodo en el patio. Oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla.”

Que contrasta en estilo con la obra de Coetzee:

“La luna emergía difuminada entre las nubes cuando, a un kilómetro de la carretera principal, K se paró, ayudo a bajar a su madre, y se adentró en la espesa maleza de Port Jackson para buscar un refugio nocturno. En este submundo de raíces enmarañadas, tierra húmeda y sutiles olores putrefactos, ningún lugar parecía más protegido de los elementos que otro. Regresó junto al camino tiritando”.

La belleza de los dos párrafos es muy diferente, McCarthy escoge en esta obra (más adelante lo perfeccionará aún más) un barroquismo, por momentos exagerado, de un lirismo único (qué paradoja que retraté lo inhóspito mediante la exuberancia), no ahorra en adjetivos, en descripciones, en imágenes  que nos sirvan para entender la situación y vivirlas sensorialmente (“oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla”) como si presenciáramos la escena. Por el contrario, Coetzee aboga por una economía de la descripción, por una aridez que va indisolublemente unida a cada frase que utiliza y que tiene que ver muchísimo con lo que está describiendo, es consonante con la ambientación;  a pesar de dicha concreción, no deja de ser bella y en sus metáforas usa “sutil” con “olores putrefactos”, combinación poco habitual que imprime mucho carácter a la imagen; la sequedad del “regresó junto al camino tiritando” es simplemente sobrecogedora con el contexto usado.

el-guardian-del-vergel-mccarthy-cormacEl segundo nivel que ambos autores utilizan para definir “lo inhóspito” va unido a las personas, a los personajes que utilizan como representación de dicha cualidad, nuevamente utilizo primero al americano, y a continuación uso un texto del sudafricano:

“El viejo se detuvo para bajar por un trecho pizarroso hasta la garganta repleta de árboles partidos. El perro miró hacia abajo, levantó intrigado la vista hacia su amo, estudió una vez más la garganta y se alejó mientras el viejo cogía su bastón y seguía adelante. Uno de sus zapatos se había quedado casi sin suela y ahora renqueaba un poco, apoyándose en el otro zapato a fin de no malgastar el cordel con que la había sujetado.”

“Lo primero que advirtió la comadrona de Michael K cuando lo ayudó a salir del vientre de su madre y entrar en el mundo fue su labio leporino. El labio se enroscaba como un caracol, la aleta izquierda de la nariz estaba entreabierta. Le ocultó el niño a la madre durante un instante, abrió la boca diminuta con la punta de los dedos, y dio gracias al ver el paladar completo.”

El viejo, guardián observador de toda la trama en la novela de McCarthy, representa la fragilidad mediante la cojera y mediante el propio hecho de ser anciano, lo utiliza como personificación del paisaje;  curiosamente, en el caso de Michael K tenemos un marginado desde el propio nacimiento, su labio leporino es una seña de esta identidad “borderline”, es el epítome de “lo inhóspito” desde su primer instante de vida; funcionan bien los dos personajes, pero es indudable que lo marginal de Michael K es mucho más efectivo y consigue el objetivo que subrayaré en el final; además, el hecho de que su apellido no sea mencionado, lo universaliza, en el caso del viejo sí sabemos que se trata de Arthur Ownby, una persona con nombre y apellidos, una particularización.

Ambos cumplen a la perfección su papel de inadaptados, de estar fuera de la sociedad vigente, uno es un ermitaño, el otro no para de buscar su lugar en el mundo, como podemos ver nuevamente en estos textos:

“El funcionario hizo un fugaz esfuerzo por comprender, luego lo descartó. Lo único que necesitamos, dijo, es cierta información.

El viejo le miró. ¿Usted es también policía?, preguntó.

No, dijo el funcionario. Represento a la oficina para asistencia social… me han encargado que venga a verle… por si podíamos ayudarle de alguna manera.

Pues lo dudo mucho, dijo el viejo. Soy lo que podríamos decir carne de presidio.”

“Estaba mejor en las montañas, pensó K. Estaba mejor en la granja, estaba mejor en la carretera. Estaba mejor en Ciudad del Cabo. Pensó en la caseta oscura y calurosa, en los desconocidos amontonados en las literas alrededor, en el aire lleno de burlas. Es como volver a la infancia, pensó: es como una pesadilla.”

Uno es “carne de presidio”; el otro vive la pesadilla de no encontrar su sitio desde la infancia; “lo inhóspito” que viven los dos personajes se convierte el reflejo de su falta de adaptación: están fuera de la sociedad.

Esta particularización le sirve a los dos autores para, al final, llevarla a la generalización; además de lo catártico que tiene de por sí para los lectores esta visión, el fin último es mostrar la disconformidad ante una sociedad excluyente que no soporta las personalidades que no se adapten a lo que tiene que estar establecido; son estos pobre luchadores, los que se enfrentan al orden inherente, los que no recuerdan que no todo es tan maravilloso como nos quieren hacer entender:

“Se han ido ya. Huidos, proscritos en la muerte o el exilio, perdidos, arruinados. Sobre la tierra, sol y viento regresan todavía para quemar o mecer los árboles, los pastos. Ningún avatar, ningún vástago, ningún vestigio queda de estas personas. En boca de la extraña raza que allí mora sus nombres son ahora mito, leyenda, polvo.”

“Tu estancia en el campamento no ha sido más que una alegoría, si conoces esta palabra. De manera escandalosa y ultrajante, esta alegoría revelaba (utilizando el lenguaje erudito) hasta que punto un significado puede alojarse en un sistema sin convertirse en parte de el. “

La alegoría a la que se refiere Coetzee es, precisamente,  lo que acabo de comentar, y se refiere a ese sistema del que también hacía referencia y en el que no encaja de ninguna manera.

Dos formas, una más redonda que otra, pero igualmente válidas para reflejar “Lo inhóspito” y hacer que se “nos remuevan las entrañas” y seamos cada vez más conscientes de la realidad que nos rodea.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Luís Murillo Fort de “El guardián del vergel”  de Cormac McCarthy en Debolsillo y de Concha Manella para “Vida y época de Michael K” de John M. Coetzee en Debolsillo.

“Del color de la leche” de Nell Leyshon

Del-color-de-la-lecheSi hay una cosa de la que puede presumir Sexto Piso es de su eclecticismo a la hora de elegir títulos para publicar, además de alternarlos con diferentes géneros, alternando ficción con ensayo. Uno de esos libros que provoca empatía en el lector y que está destinado a gustar es el que traigo a continuación.

Se trata de “Del color de la leche” de la escritora británica Nell Leyshon; cuenta la historia de una mujer-niña de 15 años, Mary, en tiempos difíciles, en el año 1830; un tiempo de sombras en el que la mujer tenía que soportar los efectos del  patriarcado en una sociedad machista que instrumentalizaba su labor, tratándolas como objetos; su peculiaridad, que tiene el pelo “del color de la leche”:

“mi pierna es mi pierna y nunca he tenido otra pierna. así he sido siempre y así he caminado siempre. madre dice que ya era así cuando vine al mundo. era como una especie de desperdicio con el pelo como la leche y nací después de lo que pensaban y por esa razón estaba cubierta de pelo como si fuera un animal y tenía las uñas largas, y ella dice que eché un vistazo a mi alrededor y abrí la boca y pequé un grito y algunos dicen que no la he cerrado desde entonces.”

Como podéis ver por el texto, la escritora lo plantea como una narración en primera persona (de ella) plasmada en una especie de diario escrito por ella misma. Tras ser vendida como servicio por su padre para ayudar al vicario, recreando el Pigmalión, consigue aprender a leer y a escribir (un hito nada frecuente en los tiempos en los que se ambienta) y contar su historia:

“estoy sentada al lado de la ventana y estoy escribiendo esto con mi propia mano, y tengo que escribir en las horas de sol porque hay luz y la luna no da suficiente luz, porque por la noche está oscuro y cuando está oscuro no puedo escribir.

               me acuerdo de aquel día y sé que fue el día en que todo cambió.”

Para ello adopta un estilo característico que se va repitiendo a lo largo de la obra, Mary no es capaz de distinguir entre mayúsculas y minúsculas, su escritura no tiene artificios, es seca, cruda por momentos, me recordaba a los últimos libros de McCarthy desde “La carretera”; es la escritura de una persona oprimida y superada por los acontecimientos, una persona sencilla en la apreciación de lo que importa de la vida:

“¿es que nunca te cansas?

si me canso, me voy a dormir.

haces que todo parezca tan sencillo.

lo es. dije yo.”

Pero tan sincera que resulta hiriente al expresar lo que realmente siente y que no oculta, se siente destruida en su interior: 

“las palabras que acabas de leer, me dijo. la biblia te está diciendo que tienes que abrir tu

corazón y dar.

pero yo ya no tengo nada más que dar, le dije. porque ya he dado todo lo que tenía.”

Esta es una historia de dolor, de miseria, de lucha… una historia que consigue sobrecoger a pesar de que puedas esperar lo que va aconteciendo. La violencia es la respuesta ante tantos abusos, ante la pérdida de la capacidad de elección; esa violencia es lo único que puede resultar un atisbo de libertad.

“y ahora ya he terminado y no tengo nada más que contarte.

así que voy a terminar esta última frase y voy a secar mis palabras donde la tinta forma unos charcos al final de cada letra.”

y entonces ya seré libre.”

Estupenda propuesta de lectura la que nos trae, como siempre, la editorial Sexto piso.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Mariano Peyrou para esta edición de “Del color de la leche” de Nell Leyshon.

Se acerca el fin de año

2013-09-24 12.23.50Noviembre se ha acabado ya y ya está uno pensando en diciembre, las últimas lecturas del año e, inevitablemente, en la selección de lo mejor del año. Este año me va a costar bastante (como siempre digo) por el aumento de lecturas. Pero promete ser interesante y, espero, ecléctica. Por ahora vamos a repasar los últimos libros leídos que se han encontrado con tres escollos considerables que han jerarquizado mi ritmo lector: “Bleeding Edge”,” Jota Erre” y “La Casa de Hojas”.

“La maldición de Hill House” de Shirley Jackson, una de las grandes del género en una novela que se caracteriza por su sutileza.

“Prince” de Matt Thorne, sorprendentemente exhaustiva biografía del gran genio musical con el que me aficioné a la música pop. Es difícil no disfrutar de ella.

“Bleeding Edge” de Thomas Pynchon, el coloso ha vuelto, en plena forma, para demostrar con su creatividad que es el más grande vivo.

“Diario de una dama de provincias” de E.M. Delafield, divertidísimo diario con mucho humor inglés y que no se limita a lo anecdótico.

“¿Quién será a estas horas?” de Lemony Snicket, historia de detectives para niños, inteligencia a raudales, dibujos de Seth, ¿hace falta algo más?

“Los drusos de Belgrado” de Rabee Jaber, viaje a lo largo de las desdichas, una maravillosa forma de comenzar la nueva colección de ficción contemporánea árabe de Turner.

“El oasis” de Bahaa Taher, viaje a un oasis de contradicciones con  Alejandro Magno en retrospectiva, el pasado como argumento. Una muy buena propuesta y de calidad.

“El doctor proctor y la bañera del tiempo” de Jo Nesbo, el noruego deja a Harry Hole aparcado para hacer literatura juvenil, esta vez, con viajes en el tiempo. Hay sobrados motivos para disfrutarlo.

“La música de los bosques” de Carmen del Bosque, una propuesta clásica de literatura para niños.

“El Sunset Limited” de Cormac McCarthy, no es lo mejor del titán, pero es McCarthy.

“El consejero “ de Cormac McCarthy, la ultimísima de McCarthy, más thriller que novela contemporánea, razonable calidad. Entretenimiento digno.

“El árbol” de Slawomir Mrozek, mi pequeño homenaje póstumo al escritor polaco, un maestro de la micronarrativa.

2013-11-14 21.12.04“La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytton, un clásico del subgénero de casas encantadas del siglo XIX que se lee en un suspiro.

Si decía que las han jerarquizado es porque el primero supuso muchas horas terminarlo, Pynchon en inglés, es posiblemente, de lo más complejo a lo que puedas aspirar leyendo la lengua de la Pérfida Albión. Una lectura excelente, eso sí.

En cuanto a “Jota Erre” y “La Casa de hojas”, están suponiendo la lectura de finales de noviembre  y parte de principio de diciembre. Sobre todo la primera de ellas resulta bastante densa y absorbente: una obra de mucha calidad pero que requiere su tiempo, ya que, además, son casi 1200 páginas. “La Casa de Hojas” es otra cosa, una experimentación no sólo de la palabra sino de cómo se dispone en el propio libro, la tipografía utilizada, el color, etc… todo ellos para promover diferentes niveles de lectura. Hablaré de las dos en cuanto las acabe. Próximamente en este blog.

Esta es la foto con las últimas compras.

2013-11-27 23.16.40

Diciembre se presenta como poco bonito, con muchas posibilidades de alternar entre grandes autores. Será difícil decidir lo que voy a leer, nunca había sentido esta sensación pero creo que vale la pena vivir la incertidumbre de no saber qué elegir porque todo lo que tienes, a priori, tiene tan buena pinta.

El siguiente artículo de este tipo serán los mejores del año. Nada más y nada menos.

“El consejero” de Cormac McCarthy

elconsejeroEncadenada a la reseña que puse ayer sobre “El Sunset Limited”  acabo este díptico del McCarthy más actual con la del reciente libro “El consejero”, que tampoco es una novela al uso; está estructurada como una obra de teatro que, finalmente, se convierte en el guión de la película homónima que se acaba de estrenar en EE. UU. dirigida por Ridley Scott y que tiene como actores a Michael Fassbender, Brad Pitt, Javier Bardem o Cameron Díaz, entre otros.

El riesgo del que hablaba en la reseña mencionada, desgraciadamente, se sigue manteniendo: un Cormac complaciente y más cercano al best-seller thriller, un trabajo alimenticio que le reportará no pocos beneficios pero que nos siguen cohibiendo al escritor que lleva dentro, ese escritor dudoso que no sabe muy bien por dónde tirar. Teniendo en cuenta esta base, cierto es que el libro se disfruta y supone un entretenimiento razonable por lo absorbente de la trama. No en vano está ambientada en el mundo del tráfico de drogas del sudoeste americano lindando con México y esto, inevitablemente, sabemos que es sinónimo de momentos duros o, incluso, como es el caso, durísimos.

McCarthy maneja sencillamente los elementos y poco a poco va tejiendo las pistas de lo que sucederá. Al mismo tiempo nos presenta los personajes y vuelven a convertirse en la personificación de su desencanto, en la siguiente conversación lo podemos ver:

“Westray: veo que tu mente está fabricando una imagen turbia. ¿La conoces bien, a ella?

Consejero: no tanto como bien.

Westray: porque a una persona no la conoces hasta que sabes lo que quiere.”

Los grandes traficantes son provistos de una personalidad pragmática, más allá de iras e indecisiones, esta frialdad resulta un tanto más perturbadora que un ataque pasional:

“Westray: ahí va otra idea, para que la medites. ¿Eso de las decapitaciones y las mutilaciones? Forma parte del negocio.  Hay que mantener las apariencias, ¿entiendes? No responde a ningún tipo de ira soterrada ni nada parecido. Pero a ver si adivinas a quien les gustaría matar en realidad.

Consejero: ni idea, ¿a quién?

Westray: a ti, consejero. A ti.”

En ese mundo no hay lugar para la compasión:

“Westray: te voy a decir una cosa, Consejero. Si tu definición de amigo es alguien que moriría por ti, entonces tú no tienes amigos. Bien te dejo.”

Con el cariz que toman los acontecimientos, las decisiones tomadas se vuelven irreversibles; somos esclavos de dichas decisiones:

“Consejero: ¿va usted a ayudarme?

Jefe: lo que debería hacer es ver la realidad de su situación. Ese es mi consejo. No soy quién para decirle lo que debería haber hecho. O dejado de hacer. Sólo sé que el mundo en el que intenta usted enmendar sus errores no es el mundo en el que fueron cometidos. Está en una encrucijada y piensa qué camino debe elegir. Pero no hay nada que elegir. Aquí no existe más que la aceptación. La elección se hizo tiempo atrás. “

En la siguiente reflexión del Jefe al Consejero volvemos a encontrarnos al McCarthy incrédulo y desencantado ante un mundo que hemos creado nosotros mismos y que, desde luego, no le gusta:

“Jefe: si. La encrucijada de comprender que la vida no da marcha atrás. No es mi deseo pintar el mundo en colores más tristes de los que tiene, pero conforme el mundo va dando paso a la oscuridad resulta cada vez más difícil descartar la idea de que en realidad el mundo es uno mismo. Algo que uno ha creado, ni más ni menos.“

En esta oscuridad el fuerte es el único que sobrevive, para Cormac está claro que esta vida no es la que él desea.

“Yo creo que si algo define al cazador es más lo que se ha librado de ser que lo que ha acabado siendo. No hay distinción entre lo que es y lo que hace. Y lo que hace es matar.”

Buena obra, pero lejos de la excelencia, esa prosa deslumbrante, por momentos, en el pasado.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Luis Murillo Fort para esta edición de “El consejero” de Cormac McCarthy.

“El Sunset limited” de Cormac McCarthy

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involución.

(Del lat. involutĭo, -ōnis, acción de envolver).

1. f. Acción y efecto de involucionar.

2. f. Detención y retroceso de una evolución biológica, política, cultural, económica, etc.

Comienzo con la definición de una palabra que me viene a la mente con ciertos escritores actualmente, el caso más sangrante es quizás el que me ocupa en esta reseña. Me refiero al grandísimo Cormac McCarthy. Está claro que quien lea por primera vez al escritor norteamericano con “La carretera” o este “Sunset Limited” posiblemente los disfrute e, incluso, considere que son prácticamente unas maravillas teniendo en cuenta el nivel medio. Sin embargo, los grandes conocedores de la obra de, quizá, el más firme sucesor de Faulkner, sabemos que está a medio gas y peor aún, bajando todavía (teniendo en cuenta que el siguiente que vendrá al blog, en no mucho tiempo, se trata de un guión para una película).

No voy a decir que sea malo, porque no lo es, de hecho se le puede sacar bastante jugo como ahora me extenderé. El problema es esa aparente desgana, esa falta de esfuerzo alarmante si comparamos esta obra con maravillas como “Meridiano de Sangre” o “Todos los hermosos caballos”. Lo mejor del asunto es que mi impresión, desgraciadamente, se corroboró en las primeras páginas de este diálogo continuo entre un negro y un blanco, que encarnan la fé y la razón respectivamente:

“BLANCO: Probablemente no creo en muchas de las cosas en las que creía antes, pero eso no significa que no crea en nada.

NEGRO: Pues póngame un ejemplo.

[..]

BLANCO: Muchas. Cosas relacionadas con la cultura. Libros, música, arte. Cosas así.

NEGRO: Muy bien.

BLANCO: Ese tipo de cosas son las que tienen valor para mí. Son los cimientos de la civilización. O al menos tenían valor antes. Ahora ya no tanto.

NEGRO: ¿Y eso?

BLANCO: La gente dejó de valorarlas. Yo también, hasta cierto punto. No sabría decirle exactamente por qué. Ese mundo en gran parte ha desaparecido. Pronto habrá desaparecido del todo.

NEGRO: No sé si le capto profesor.

BLANCO: No hay nada que captar. Olvídelo. Las cosas que me gustaban eran muy frágiles. Yo eso no lo sabía. Pensaba que eran indestructibles. Y no.”

El profesor (blanco) parece ser el alter ego del propio Cormac que aprovecha esta novela  para expresar su pesar ante la decadencia cultural; las cosas que el valora y que considera “los cimientos de la civilización” ya no son valoradas por el resto de personas. Lo que creía inconmovible se ha vuelto rompible. Esta decepción es palpable en todo momento en la actitud del profesor blanco, que sería el representante de los ricos, con respecto a lo que le comenta el negro.

Solo hay que ver este otro diálogo, después de la metáfora que utiliza para referirse a los que ayudan a la gente necesitada como “colonia de leprosos morales” para comprender que el autor ya no tiene ganas de crear; la creatividad queda para los necesitados:

“NEGRO: Innovar. Exacto, profesor. ¿Y cuándo se pone uno a innovar?

BLANCO: Cuando no tiene algo que le gustaría.

NEGRO: Me va a sacar usted un sobresaliente, profesor. ¿Y a quién le pasa eso de no tener lo que le gustaría?

BLANCO: A los pobres.”

Más adelante, ya acercándonos al final, vuelve a redundar sobre el tema comentado anteriormente, esa pérdida de la ilusión ahogada por la visión de una realidad incómoda:

“NEGRO: ¿A usted por qué le parece que la gente se suicida?

[…]

BLANCO: No puedo hablar por los demás. Las mías giran en torno a una pérdida gradual de la fantasía. Eso es todo. Un paulatino esclarecimiento en cuanto al carácter de la realidad. Del mundo.”

El Negro, la fé, supone la manera irracional de reaccionar ante esto; el único atisbo de esperanza se refleja a través de él:

“NEGRO: Vaya, eso me ha gustado. Un mundo de excelencia.

BLANCO: ¿Usted cree realmente en un mundo así?

NEGRO: Desde luego, profesor. Desde luego. Yo pienso que está ahí a nuestra disposición. Hay que ponerse a la cola buena. Comprar el billete adecuado. Tomar el tren normal y dejarse de expresos. Esperar junto con los demás en el andén. Si hace falta, saludar a este o al otro con la cabeza. O hasta decirle hola.”

Parece claro que Cormac quería reflejar con esta novela parte del combate interior en el  que se encuentra inmerso, esa lucha de contrarios: fé-razón, realidad-fantasía, ilusión-abatimiento.

Lo que también es claro es que el final nihilista de esta historia y el siguiente libro denotan que está ganando por ahora lo más incómodo para sus lectores: el abatimiento.  Habrá que esperar, eso que nunca se pierde: la esperanza.

Los textos provienen de la traducción de Luís Murillo Fort para esta edición de “El Sunset Limited” de Cormac McCarthy.

Una de premios: El príncipe de Asturias y la cercanía del Nobel.

Presumiblemente, el próximo jueves 11 de octubre del 2012, tendrá lugar el acontecimiento literario más importante del año: la entrega del premio Nobel de literatura. Mucho antes, a nuestro nivel, el español, ya se ha decidido el premio príncipe de Asturias de las Letras que es el premio más importante, a nivel internacional, entregado en España. No quería dejar pasar la oportunidad de mencionar especialmente que este año ha recaído en uno de los “eternos aspirantes al Nobel”; el cliché por excelencia que oiremos en las próximas semanas hasta en la sopa en todos los medios de información. El norteamericano Philip Roth, un coloso de las letras que, posiblemente, no reciba sin embargo el máximo galardón, debido a la animadversión de la academia sueca con respecto a Estados Unidos.

El gran escritor norteamericano como agradecimiento al galardón contestó a los organizadores con el siguiente mensaje:

“Estoy encantado de recibir el Premio Príncipe de Asturias y emocionado porque el jurado haya encontrado mi obra merecedora de tal honor.

Es particularmente conmovedor para mí haber recibido la noticia del premio sólo unas semanas después de la muerte de Carlos Fuentes, quien recibió el premio en el año 1994. Carlos fue un querido amigo mío y un colega generoso durante muchas décadas y, por supuesto, uno de los más grandes novelistas en español de nuestra era. Quisiera que estuviese vivo para que pudiera oír su voz melodiosa al otro lado del teléfono dándome la enhorabuena con su cortesía habitual”.

Philip Roth, Nueva York, 6 de junio de 2012

Es tan inteligente que liga su premio al gran Carlos Fuentes, demostrando que, al menos, conoce el premio y que incluso ha mirado los ganadores desde 1994; añadiendo una nota conmovedora al agradecimiento que con una nota formal/cortés habría bastado, esperemos que venga a recoger el premio; su discurso será, sin lugar a dudas, un acontecimiento a seguir. Roth, con sus temas, tiene una carrera literaria muy meditada y, desde luego merece lo mejor. En breve espero poner un comentario sobre la increíble “La contravida”, otro exponente de su saber hacer.

Curiosamente la lista de los premios Príncipe de Asturias en los últimos años es bastante consistente y más consecuente que la de los Nobel; que hace gala de unos partidismos que, por otra parte, la hacen bastante divertida por todo lo asociado, digamos, “lateralmente” al premio.

El pistoletazo de salida del premio suele ser la apertura de la casa de apuestas de Ladbrokes con su página dedicada a este premio en particular. Aquí tenéis la página para seguir la evolución. Además, coincide con el artículo estándar que realizan en todos los medios para contar lo mismo de todos los años, con la única actualización de cuál va primero en las apuestas en ese instante.

Cierto es que un premio, que debería ser hipotéticamente el más importante a nivel mundial en el ámbito literario, no ha sido entregado a clásicos insustituibles de la talla de Joyce, Proust o Nabokov entre otros, se desacredita por sí mismo; pero también es cierto que, para todos los que amamos la literatura tenemos siempre la esperanza de que se premie a los mejores.

Algunos datos curiosos: Francia es el país con más laureados, nada menos que catorce, luego van Reino Unido y EE. UU; sin embargo este recibió su último premio en 1993, hace casi veinte años; España lo ha recibido en cinco ocasiones; en los últimos diez años solo tres mujeres han sido galardonadas. Digo estos datos porque desde luego suelen dar pistas para  ver cuál puede ser el de este año.

Y, concretando, ¿cómo están las apuestas ahora mismo? Suenan con fuerza los nombres de Murakami, Bob Dylan, Mo yan, Nooteboom, Kadaré, Adonis, Ko Un, Dacia Maraini o Philip Roth y Cormac McCarthy. Pero no hay que dejarse engañar, en años anteriores el verdadero ganador suele aparecer en los primeros puestos en los dos últimos días.. y esta lista evoluciona un montón según pasa el tiempo; solo hay que recordar los casos flagrantes, en cuanto a subida meteórica y posible filtración, de Le Clezio y Hertha Müller.

Os recuerdo los últimos laureados, desde el año 2002:

2002 Imre Kértesz

2003 J.M Coetzee

2004 Elfriede Jelinek

2005 Harold Pinter

2006 Orhan Pamuk

2007 Doris Lessing

2008 Le Clezio

2009 Hertha Müller

2010 Vargas Llosa

2011 Tomas Tranströmer

Lo que parece claro es que, este año, no va a ser un poeta; no suelen repetirse los géneros, excepto en ficción; lo más probable es que sea mujer, llevamos pocas en los últimos años, y las últimas nacionalidades que menos se han repetido son la norteamericana y la asiática, se pueden descartar los europeos. Con este perfil y, teniendo en cuenta la animadversión evidente a EE. UU. de la academia sueca, o será canadiense o será asiático, y si es posible, será mujer, no digo nombres  y que cada uno haga sus cábalas; yo añadiría los africanos, hace bastante de Coetzee también, y podrían estar ahí. Todas estas elucubraciones las discuto todos los años con mi librero, es parte del juego, y muchas conclusiones son suyas.

Y, ¿quién me gustaría a mí que ganara? El corazón, la mente, y cada fibra de mi piel querría a Pynchon, pero es casi imposible, aunque aparezca en las apuestas, además, seguro que no iba a recoger el premio o renunciaba a él; no me importaría tampoco que fuera Roth (aunque con el Príncipe de Asturias es difícil, solo Lessing en los últimos años ha recibido ambos premios). Una opción bonita aunque no realista sería la del holandés “errante” Nooteboom; no estaría mal tampoco Delillo, o McCarthy, pero están lejos de ser posibles; me encantaría, de manera egoísta, y más probable sería el caso de Joyce Carol Oates, mujer y norteamericana; además, falta mucho suyo por publicarse por aquí, esto sería un espaldarazo definitivo para conseguir ver toda su increíble carrera literaria.

Con estas últimas consideraciones lo dejo por ahora, y ya veremos cuánto acertamos, a veces se lleva uno sorpresas, es realmente entretenido.

La Gran Novela Americana: Paralelismos entre “El gran Gastby” y “Libertad”

Cada vez que un autor norteamericano de cierto relumbrón, lo que llamamos “literario”,  saca un nuevo libro, la crítica especializada no tarda en especular, si el caso lo merece, si estamos ante la “Gran Novela Americana”. Este término fue acuñado en 1868 por el escritor norteamericano John William De Forest en el ensayo homónimo para el periódico The Nation en 1868. Así decía:

                “But the Great American Novel–the picture of the ordinary emotions and manners of  American existence–the American “Newcomes” or “Miserables” will, we suppose, be possible earlier.”Is it time?” the benighted people in the earthen jars or commonplace life are asking. And with no intention of being disagreeable, but rather with  sympathetic sorrow, we answer, “Wait.” At least we fear that such ought to be our answer. This task of painting the American soul within the framework of a novel has seldom been attempted, and has never been accomplished further than very partially– in the production of a few outlines.”

Para De Forest la clave estaba en que tenía que ser “la imagen de las maneras y emociones ordinarias de la existencia del pueblo americano” (“the picture of the ordinary emotions and manners of American existence”), es decir, pintar el espíritu americano dentro de una novela (“this task of painting the american soul within the framework of a novel”).

Según ha pasado el tiempo este concepto se ha extendido por parte de críticos y escritores: ahora esta novela se distingue tanto en maestría como en el tema y debe ser totalmente representativa del “zeitgeist” de los Estados Unidos en el tiempo de su escritura, añadiendo de esta manera una dimensión temporal a la ya cultural, intelectual y social que tenía el término en sus inicios. De ahí que no se pueda hablar de una Gran Novela, sino, más bien, de un conjunto de novelas que conformarían este mito y que incorporarían la cuestión del “Sueño Americano” (y de los héroes, entendiendo como héroes los americanos como símbolos de este sueño).

A lo largo de la historia se han ido sucediendo las novelas que han sido incluidas en esta lista, desde Mark Twain (“Las aventuras de Tom Sawyer”) y Herman Melville (“Moby Dick”), pasando por Faulkner (“El ruido y la furia”) y Salinger (“El guardián en el centeno”) hasta llegar a Pynchon (“El arco iris de gravedad”), Delillo (“Submundo”), Roth (“Pastoral Americana”) o Cormac McCarthy (“Meridiano de sangre”), entre otros…

De todas ellas, me voy a centrar en particular en “El gran Gatsby” de Francis Scott Fitzgerald (1925) y en “Libertad” de Jonathan Franzen (2010), se está acercando el siglo de publicación de la primera y la segunda es una de las novelas más actuales que ha sido digna de ser considerada como tal.

Lo más sorprendente es que, a pesar de lo separadas que están en el tiempo de publicación, los paralelismos que se ven entre ellas son más que evidentes, también tienen sus diferencias por supuesto, pero la base es bastante común:

Fitzgerald planteó su gran novela como un reflejo de la sociedad, la que él mismo llamó la generación perdida (“Lost generation” o “Jazz Age”) y su respuesta ambivalente ante el contraste que se estaba dando, por un lado le gustaba saborear todo lo bueno que tenía la época, un tiempo en el que, contra el recuerdo de la Gran Guerra (la primera guerra mundial) se contraponía un entorno en el que la filosofía de “aprovechar el momento” imperaba y se usaba como alienación para poder dejar atrás el horror; por el otro lado detestaba la superficialidad de dicha generación, consecuencia directa del “carpe diem”. En Libertad Franzen lo refleja igualmente, no ha habido Gran Guerra, pero sí ha habido “11-S” y después de eso nada puede ser igual (“Lo único que Joey deseaba era que la vida normal regresara cuanto antes”, refiriéndose al evento)

En “El gran Gatsby” se plantea una crítica del mundo moderno cada vez más mecanizado, lo pastoral se opone a lo mecánico, la sociedad se mecaniza tanto, que la cultura solo es exitosa si se consigue el éxito material. Se produce una trágica separación entre el idealismo personal y el verdadero y cruel mundo real. En “Libertad” Walter Berglund realiza una lucha del ecologismo en contraposición al orden inherente que destruye lo natural, que destruye el mundo (“Joey deseó que hubiera otro mundo, un mundo más sencillo en el que fuera posible disfrutar de una buena vida”).

Gatsby es la traza del hombre hecho a sí mismo, un Adán americano abanderado del “Sueño Americano”, sigue el espíritu de la meritocracia, la simple noción de trabajar duro y obtener una recompensa por ello. Como seguidor del mito artúrico, el escritor hace que encarne este caballero en la búsqueda del Grial, una búsqueda valiente inspirada por aspiraciones nobles: el amor de Daisy Buchanan; sin embargo Fitzgerald cuestiona los límites de este sueño ya que la forma en que ha conseguido mejorar está basada en medios como poco oscuros. Walter Berglund en “Libertad” representaría el caballero en busca del Santo Grial, que en este caso igualmente se trata del amor, el de su esposa, el de su familia, el del mundo a través del ecologismo y su lucha contra la política, el fraude, la corrupción. Tampoco se puede decir que todo lo consigue sea con medios éticos.

Sorprende en el caso de Franzen la forma de narrar su historia, ya que, aunque cambia frecuentemente de punto de vista (se sirve de los vecinos, de los hijos, del amigo de Walter para pintar el retrato de toda la familia, y al mismo tiempo de la sociedad), sin embargo casi siempre utiliza un narrador omnisciente, por encima de todos los personajes y sin darles voz. El escritor está de esta manera por encima de la historia, es su historia o lo que él piensa. Afortunadamente tenemos el relato de Patty Berglund mediante un relato de su participación en lo que acontece narrado en tercera persona, una narradora que narra la acción y participa en ella. No hay mucha diferencia entre ella y Nick Carraway, el gran amigo de Jay Gatsby, narrador parcial, poco fiable, que presenta la información polarizada, dividido moralmente por su amistad con el personaje principal. Sabemos que su relato no es totalmente cierto, pero esta inestabilidad está muy de acuerdo con el tiempo en que Fitzgerald vivió y que ya indiqué anteriormente. En ambas novelas la narración, además, no es lineal, los saltos temporales se suceden, muy acorde con las épocas vividas por ambos escritores.

En ambos casos estamos viviendo la agonía del Sueño Americano (“Todo lo real, todo lo auténtico, todo lo honrado, está extinguiéndose”, Libertad), la tierra baldía que tan bien reflejó T.S Elliot, una tierra en la que la decadencia impera, en que se sigue produciendo una lucha entre realidad e ilusión, con mayor o menor éxito de la segunda. Cien años separan un tiempo de otro y sin embargo parece que las cosas no cambian tanto.

Dos novelas excelentes, paradigmas del “canon” de la “Gran Novela Americana”, literatura en letras mayúsculas.