Bohumil Hrabal (1914-1997) es un escritor checo cuya obra se caracteriza “por una visión satírica de la realidad y la importancia que confiere a sus aspectos absurdos”. “Considerado uno de los más grandes autores del siglo XX en su lengua por su facilidad narrativa y el uso alternativo del humor y la tragedia en un mismo plano.” Nórdica nos trae ahora una de sus obras emblemáticas, “Clases de bailes para señoras” donde un anciano cuenta sus batallitas a una señorita con todo lujo de detalles.
Para entender su estilo y su forma de escribir me voy a basar en tres fuentes, en primer lugar la opinión del escritor británico Julian Barnes:
“Hrabal es un novelista muy sofisticado, con un gran gusto por el humor y una sutil ternura en los detalles.”
De esta frase hay tres datos importantes a tener en cuenta: sutileza en los detalles, gusto por el humor y lo sofisticado de su propuesta.
Como segunda fuente vamos a utilizar al propio autor que en la novela que me ocupa hoy dice lo siguiente en el prólogo:
“Pienso que las expresiones idiomáticas poco ortodoxas a las que he recurrido en la construcción de Clases de Baile para mayores son necesarias en la misma medida, en la prosa contemporánea se aprecia un deslizamiento en la selección en la figura del héroe. Creo que existe un continuo trasvase entre la lengua coloquial y las jergas, y que un nivel idiomático presupone la existencia del otro. Las jergas, más que la lengua coloquial, tienen un interés en el idioma académico, puesto que se basan en saltarse las reglas establecidas mediante la creatividad, buscando un efecto de sorpresa y singularidad, para cogerte desprevenido.[…]”
Su defensa a ultranza de la jerga idiomática como elemento desestabilizador del orden establecido le ayuda a desplazar la figura de un héroe atípico, como es en este caso el insolente, tierno, divertido anciano que nos cuenta las típicas batallas de los abuelos. La tercera fuente es mi propia experiencia observadora: Hrabal plantea una narración en primera persona que es un flujo continuo de pensamientos, de anécdotas y experiencias que se van sucediendo a lo largo de toda la narración; no utiliza el diálogo, pero se sabe que está narrándoselo a alguien.
A pesar de la apariencia poco amigable (no hay apenas puntos y apartes) la narración avanza con solidez y resulta bastante adictiva ya que Hrabal es capaz de aderezarla con todo tipo de detalles que la enriquecen, tal es el caso de su descripción de lugares en los que nuestro querido anciano ha estado; en ese momento es cuando acentúa el uso de los adjetivos para exaltar el colorido de lugares tan exóticos como Hungría:
“[…] y me fui a hacer mundo, a Hungría ¡qué delicia!… en Sopron había una hermosa fábrica de cerveza, un edificio rojo y blanco con ventanas verdes como las tirolesas, y todo estaba alicatado, junto a cada una de las ventanas había una escalera de hierro para que los bomberos, en caso de incendio, pudieran subir y bajar con facilidad, como los monos aquellos de Dresde… y Budapest, ¡qué maravilla de ciudad!, una calle blanca con ventanas rojas y otra toda verde con ventanas amarillas; las había azules, doradas y con pintas; incluso durante la guerra se hacía un pan tan blanco como si fueran bollos…[…]”
Todo esto salpicado de momentos metaliterarios donde reflexiona sobre el verdadero fin de la poesía en particular; el símil, desde luego, ayuda a entenderlo además de sacarnos una sonrisa:
“[…] por ello el poeta Bondy me decía que la verdadera poesía debe ser dolorosa, como si uno olvidara la cuchilla de afeitar en un pañuelo y, al sonarse, la nariz se cortara con ella, que un buen libro no es el que sirve al lector para mejor conciliar el sueño, sino que, por el contrario, debe sacarle de la cama para que corra, tal como está, en calzoncillos, a propinarle unos coscorrones al señor escritor…[…]”
En este vendaval de grandilocuencia, no duda en atribuirse las palabras de su teniente Hovorka a la hora de conquistar a una mujer, esa sutileza en los detalles de la que hablaba anteriormente:
“[…]¡Chicos!, decía el teniente Hovorka, “a una mujer así hay que tratarla con suavidad, como si uno estuviera afilando un lápiz: eso con las mujeres es más eficaz que sacarles la bayoneta; […]”
Y hace gala continuamente del humor, hasta cuando le llegaron a incluir en el parte de bajas, ¡estando él presente!
“[…] y me sucedió a mí que un día, al pasar revista, leyendo el parte de bajas, me señalaron entre los caídos: todo coincidía, incluso la fecha de nacimiento, conque dije en voz alta: “¡Pero si yo estoy vivo!”, a lo que me cayeron dos semanas de arresto por hablar durante el pase de revista; […]”
Es en el epílogo donde adivinamos por fin a quién está narrando sus peripecias; es entonces cuando el gran escritor checo hace gala de una mayor profusión lírica; en efecto, su escena final es de un gusto ciertamente conmovedor, un colofón extraordinario a esta pequeña sorpresa literaria.
[…] y empezó a lavarse, y el anciano, que se había pasado toda la tarde contándole historias, en ese instante quedó como fulminado, su rodilla doblada, presa de unas manos anudadas, mirando más allá de ella, hierático, arrebatado, tierno, mientras ella le hacía ese regalo que solamente una mujer puede hacer a un hombre, lavándose, a la caída del día, para unos ojos emocionados…”
Los textos provienen de la traducción del checo de Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz de “Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal para la editorial Nórdica.