Carthage de Joyce Carol Oates. Viviendo en la paradoja de Zenón

carthage“Porque cada paso no es más que una fracción de la distancia total. Y la distancia total es algo que queda más allá de la experiencia.

En la paradoja de Zenón no llegas nunca a tu destino.

En la paradoja de Zenón te encuentras en un estado de anhelo perpetuo.”

La paradoja de Zenón simplemente da un nombre a algo inherente en el ser humano: el anhelo. Un anhelo que se vuelve perpetuo, una vez alcanzamos un aparente destino no nos sentimos completos, sino que vamos a por otra meta que creemos que será lo que nos complete definitivamente.

Cressida Mayfield, la protagonista del Carthage de Joyce Carol Oates, es la personificación de dicho anhelo en la narración de la norteamericana. A lo largo de tres partes (Joven desaparecida, Exilio, El Regreso)  se nos relata el viacrucis de la protagonista y las consecuencias de sus decisiones para los que la rodean. Si hay algo que caracteriza a Oates es el estudio de las consecuencias de las acciones que se producen; todo ello cargado de una gran ración crítica ante la situación de un pueblo como el americano.  Dos factores funcionan como desencadenantes narrativos en este caso. Por un lado la guerra de Iraq, legitimada religiosamente como único cauce para defenderse del enemigo; Brett Kincaid, el novio de la hermana de Cressida sufrirá esta situación:

“Toda la feligresía rezaba por ti. Por ti y por los demás que habían ido a la guerra…a las guerras.

Son tantos los que han muerto, me resulta difícil recordar la cifra, ¿más de mil?

La mayoría, soldados como tú, no oficiales. Y todos amados por Dios, es lo que una quiere pensar.

Porque a todos los ama Dios. Incluso al enemigo.

De todos modos tenemos que defendernos. Un cristiano tiene que defenderse de los enemigos de Jesucristo.

Esta guerra contra el terror es una guerra contra los enemigos de Jesucristo.

Sé que no querías matar a nadie. Te conozco, Brett, cariño mío,y eso lo sé: no querías matar a ningún enemigo ni a nadie. Pero eras militar y era tu obligación.”

Aunque ya en Mujer de Barro anticipaba este argumento, Oates vuelve a sacar a la palestra la necesidad de identificar un enemigo visible tras el atentado del 11-S: Al Qaeda es la sustitución del Fantasma comunista del que hablaba Robert Coover en su celestial hoguera.

“La lucha contra el terror es una lucha contra los enemigos de la moralidad norteamericana, contra la fe cristiana. En algún lugar de aquel país olvidado de Dios estaban los imanes de los terroristas de Al Qaeda que habían volado las Torres Gemelas. Nada más que por el simple deseo, lleno de odio, de destruir la democracia americana y sus principios cristianos como querían hacerlo los paganos de la Antigüedad, siglos atrás. La Roma imperial de los tiempos de los gladiadores: se te exigía morir por tu fe. Se lo había explicado su capellán: esto es una cruzada para salvar a la cristiandad.[…]  los Estados Unidos se habían visto forzados a reaccionar militarmente. Los Estados Unidos nunca pactarán con el mal. No había otro remedio que mandar tropas antes de que el enloquecido dictador Sadam utilizara las armas de destrucción masiva: Bombas atómicas, y guerra biológica con gases y gérmenes.”

Las consecuencias originadas a la vuelta de Kincaid son, como podía ser esperable, de dos tipos: físicas, por lo que ha sufrido en su cuerpo; y psicológicas, por lo que ha visto allí y tiene que callar para no tener represalias:

“Estaba enfermo de vergüenza. Enfermo de culpabilidad. Que se le acumulaba como en un sumidero. Y no era capaz de expulsarla.

Mejor morir. Haber muerto… “en combate”.

Pero ya era demasiado tarde. Lo habían matado pero no había muerto… exactamente.

Se sentía como algo hecho a la buena de Dios para parecer un ser humano: un híbrido de maniquí y momia. Trozos de piel verdadera curtidos como cuero, mechones de cabellos semejantes a lo que se puede ver en un museo de historia natural.”

La situación de Brett es la causa, de alguna manera, del segundo motor de la historia: la desaparición de Cressida; una Cressida que se siente cohibida, desde el primer momento, por el etiquetado al que se la ha sometido en contraposición con su hermana:

“Era evidente que le fastidiaba cómo en Carthage, entre las personas que conocían a los Mayfield, probablemente se la describía como la lista mientras que su hermana era la guapa.

¡Qué claro estaba que una adolescente prefería ser guapa antes que inteligente!

Y es que, por supuesto, se consideraba que Cressida era demasiado lista.

Como en “demasiado lista para su propio bien”.

Como en “demasiado lista para una chica de su edad.”

A propósito de la publicación de este libro, en una entrevista la escritora comentaba su fascinación por indagar en las causas que, en una misma familia, originan dos personalidades tan distintas en aparente igualdad de condiciones. Parte de culpa de estas diferencias está implícito en “lo establecido socialmente”, eso es lo que lleva a juzgar a una persona como “lista”, “guapa”, etc…

Lo que nos lleva de nuevo al anhelo, mientras Cressida deseaba haber sido guapa, se nos revela más adelante que Arlette deseaba haber sido valorada por su inteligencia más allá que por su belleza. Aunque Cressida huye por no cumplir el destino que cree que necesitaba, su huida funciona más como alienación que como satisfacción:

“Todavía era una convaleciente. Llevaba convaleciendo tantos años que había perdido la cuenta.

Había huido. Se había exiliado. Aquel otro sitio era un modo de nombrar lo innombrable.

Básicamente estás en la vida en el Punto X –este, donde estamos- de manera continua. Es mentira creer que se puede volver a aquel otro sitio del que has sido expulsado.”

El inesperado regreso es un deseo más, nuestra protagonista se da cuenta de que lo que necesita de verdad es a su familia; aunque su familia, como es el caso de su hermana, no lo aceptará tan fácilmente; por el anhelo que le hace sufrir por una vida que podría haber tenido y que no ha podido disfrutar por culpa de su hermana:

“Y lo sé: debería perdonarla.

Los demás piensan que reboso de Alegría tanto como ellos. Creen que soy una verdadera hermana para ella. Todo el mundo piensa: Las hermanas Mayfield, reunidas.

Pero no la perdono, creo que la detesto.

La sensación de odio es brutal y nueva para mí, me deja sin aliento. ¿Cómo voy a perdonarla? Me ha destrozado la vida, a mí y a Brett Kincaid. Durante siete años ha sido la causa de los sufrimientos de mis padres, todas las horas y los minutos de su vida envenenados por su ausencia.

Detesto su egoísmo, que el mundo malinterpreta como enfermedad.

Enfermedad mental, angustia psicológica, “amnesia”…

Mi hermana es moralmente deficiente.”

La misma Cressida se dará cuenta  de que lo que ahora busca no será fácil de cumplir porque las acciones que realizó en el pasado fueron dolorosas para su familia y para Brett:

“Mi hermana sigue enamorada de Brett Kincaid. El soldado joven, con el brillo de la inocencia. Está enamorada del recuerdo que tiene de Brett Kincaid antes de que lo hirieran y por lo tanto no quiere verlo y sentir que se despiertan de nuevo en ella aquel amor y aquella nostalgia.

Entendí aquel amor. Lo entendí y me amargaron los celos y el rencor. Y fui yo quien mató su amor y nunca me podrán perdonar de verdad.

Tengo que aceptarlo; aceptar que nunca me podrán perdonar. No querría que Juliet me perdonara. Ni Brett.

Quien tendría que estar en la cárcel soy yo, Cressida, la lista,  [..]”

A pesar de la intuición  que tenemos de no estar nunca satisfechos, Oates deja una nota final optimista que nos llena de esperanza. Quizá el conseguir estar felices depende, en primera instancia, de nosotros mismos, de cómo reaccionamos a las vicisitudes que nos suceden.

Los textos pertenecen a la traducción de José Luís López Muñoz de Carthage  de Joyce Carol Oates para Alfaguara.

Mr Mercedes de Stephen King. Aproximación a la novela policíaca “a lo King”

mr-mercedesA estas alturas, el Sr King es muy consciente de su posición aventajada, ha ganado un estatus tal, que sabe que, haga lo que haga, tiene un rédito muy grande: siempre venderá sus grandes clásicos y de lo nuevo tiene un núcleo de seguidores que confía bastante en lo que va realizando. Teniendo en cuenta esta situación, lo que más me gusta de King es que no se ha relajado, como hacen muchos escritores a su edad, se dedica a experimentar, intentar nuevas temáticas, modificar estilo, etc. Pocos escritores se podrían haber arriesgado a hacer los siete tomos de la indigesta Torre oscura (cuando hablo de indigestión me refiero sobre todo al juego arriesgado que propone: metaficción, artificios postmodernos y mucha, mucha aridez; una obra que, en su aproximación holística, se encuentra en un camino indefinido que va desde la inquietud pop pasando por el pastiche hasta llegar a conformar una obra casi de “auteur”  por su ambición); el norteamericano sale continuamente de su círculo de comodidad para intentar siempre crear con mayor o menor éxito, pero sin acomodarse; no en vano, sigue sacando dos o tres libros al año.

Mr Mercedes se ha vendido, a nivel de marketing, como la primera novela netamente policíaca que intenta; no es que esperara una trama netamente “hardboiled”, tampoco creía que se fuera a ir a un “whodunit”; en efecto adopta un tramo intermedio que, sinceramente, empieza policíaco y desencadena más bien en un thriller “a su manera” (como diría Frankie); la misma contraportada del libro lo deja claro desde el principio: dos personajes, por un lado Bill Hodges, policía jubilado; por el otro, Brady Hartsfield, asesino múltiple. El mal y el bien enfrentados en una lucha sin cuartel aunque con una investigación policíaca de fondo; un Apocalipsis policíaco, por coger una de las novelas que el escritor ha utilizado con esta base general. Quizá uno de los sellos de King es llevar a su terreno cualquier tema que trate, cualquier novela que escriba.

Y eso que, inicialmente, en la presentación de los dos protagonistas, podría haberlo llevado a otro sitio, sobre todo en el caso del policía jubilado es sintomático el intento de presentar un policía alcohólico pero  que ya no lo es, intentando subvertir  la estampa habitual:

“Hodges toma otro sorbo de cerveza y sabe que ni siquiera se beberá la mitad de la lata. Es curioso, porque cuando aún estaba en la policía, era prácticamente un alcohólico. Después, cuando la bebida acabó con su matrimonio, asumió que era un alcohólico. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, controló el hábito y se prometió entonces que en cuanto llevara cuarenta años trabajados –una antigüedad más que considerable habida cuenta de que el cincuenta por ciento de los policías se retiraban a los veinticinco años de servicio y el setenta por ciento a los treinta- bebería tanto como quisiera. Y ahora que ha superado esos cuarenta años, el alcohol apenas le interesa. Se obligó a emborracharse unas cuantas veces, solo para ver si aún era capaz, y lo era, pero estar borracho, como vio, no era mucho mejor que estar sereno. De hecho era un poco peor. “

La presentación del villano, Brady, mediante una carta que envía a Hodges, es muy conveniente; resulta efectiva y desasosegante por lo que implica, una especie de persecución, un fin para el que los medios no importan, hará lo que sea para conseguir ese fin:

“[..] En un artículo (cuya publicación coincidió con su ceremonia de jubilación), su compañero durante mucho tiempo (el ins. de 1er grado Peter Huntley) lo describió a usted como “una combinación de fidelidad al reglamento y brillante intuición.”

¡Un buen cumplido!

Si es verdad, y creo que lo es, ya habrá deducido a estas alturas que soy uno de esos pocos a los que no consiguió atrapar. Soy, de hecho, el hombre a quien la prensa decidió llamar:

  1. El Joker,
  2. El payaso, o
  3. El Asesino del Mercedes.

¡Yo prefiero este último!

Estoy seguro de que sudó la camiseta, pero lamentablemente (para usted, no para mí) no le sirvió de nada. Imagino que si alguna vez ha deseado de verdad atrapar a un “mareante”, inspector Hodges, ese ha sido el hombre que el año pasado embistió con toda intención a la muchedumbre congregada ante el Centro Cívico con motivo de la Feria de Empleo, matando a ocho personas e hiriendo a otras muchas. (Debo admitir que superé mis expectativas más optimistas.) ¿Me tenía en mente cuando le entregaron aquella placa conmemorativa en la ceremonia oficial de jubilación?”

Como de costumbre, aprovecha su universo (el Universo King), la existencia de una serie de novelas que ya ha creada, para realizar multirreferencias para sus seguidores más acérrimos, referencias que, por otra parte, no entorpecen la trama ni la tensión dramática, no hacen más que enriquecer la situación:

“Mechones de pelo anaranjado, a lo Bozo, sobresalían por encima de las sienes como cuernos. La nariz era un bulbo de goma rojo. Sin cabeza que la tensara, la sonrisa de aquellos labios rojos se había convertido en una mueca de desdén.

-Pone la carne de gallina. ¿Has visto esa película del payaso en la alcantarilla?

Hodges negó con la cabeza. Más tarde –solo unas semanas antes de jubilarse- compró esa película en DVD, y Pete tenía razón. La máscara se parecía mucho al rostro de Pennywise, el payaso de la película.”

Su objetivo final, el de este atípico psicópata, no es otro que conseguir que el policía jubilado se acabe suicidando:

“De vez en cuando Brady se pregunta si sería muy difícil envenenar todos los helados de la camioneta: el de vainilla, el de chocolate, el de frutas del bosque, el sabor del día, los sorbetes Tastey, las chocodelicias, incluso los polos clásicos y los silbatos helados. Ha llegado al punto de investigar por internet. Ha hecho lo que Anthony Frobisher, alias Tones, su jefe en Discount Electronix, probablemente llamaría “estudio de viabilidad”, y ha decidido que si bien podría hacerse, sería una estupidez. No es que sea reacio al riesgo. Al fin y al cabo, salió airoso de la Matanza del Mercedes, cuando tenía más probabilidades de ser atrapado que de quedar impune. Pero no quiere que lo pillen ahora. Tiene un trabajo pendiente. Para lo que queda de primavera y principios del verano, su trabajo es el ex poli gordo: G. William Hodges.”

Y para ello no duda en realizar cualquier tipo de acción desproporcionada, una acción que conlleve, incluso si hace falta, el sacrificio de un gran grupo de personas.

“El sol es agradable, pero sus beneficios serán efímeros. Brady reflexiona sobre los beneficios más duraderos que le proporcionará la oscuridad. Ya no tendrá que escuchar las diatribas lesbofeministas de Freddi Linklatter. Ya no tendrá que escuchar a Tones Frobisher cuando pretexta que no puede asumir los servicios a domicilio por su RESPONSABILIDAD PARA CON LA TIENDA, pese a que la verdad es que no distinguiría un fallo de disco duro ni aunque le mordiera la polla. Ya no tendrá que sentir el frío en los riñones mientras conduce la camioneta de Mr. Tastey en agosto con los frigoríficos a plena potencia. Ya no tendrá que dar manotazos al salpicadero del Subaru cuando la radio pierde la señal. Ya no tendrá que pensar en las bragas de encaje y los larguísimos muslos de su madre. Ya no tendrá que indignarse porque nadie le hace caso ni lo valora. Ya no tendrá que padecer más dolores de cabeza. Y ya no tendrá más noches de insomnio, porque a partir de hoy dormirá para siempre.

Sin sueños.”

“Se acordarán de mí –piensa cuando se detiene al borde de la carretera, esperando un hueco en el tráfico para poder regresar al motel-. El mayor número de víctimas de todos los tiempos. Pasaré a la historia”. Ahora se alegra de no haber matado al ex poli gordo. Hodges debe vivir para enterarse de lo que va a ocurrir esta noche. Tendrá que recordarlo. Tendrá que convivir con eso.”

No quiero desvelar nada de la trama pero baste decir que avanza con solvencia: continuos cliffhangers que van uniendo capítulos y que te obligan prácticamente a seguir leyendo, muertes absurdas, a veces casi de casualidad, un equipo de atípicos ayudantes que ayudan a nuestro jubilado en la investigación, un final que deja sin aliento hasta que se resuelve  como un gran thriller, etc; lo tiene todo para conseguir un resultado final más que digno, de muy buen nivel, como el que nos tiene usualmente acostumbrados.

De fondo, toda la novela respira un miedo por el desconocido internet y todo lo derivado de él, es tan palpable que, está claro que King, que ha entrado recientemente en twitter, teme, como si de una novela de terror se tratase, lo que pueda llegar a través de este gran mastodonte global. No dudo que en las próximas novelas puede jugar más con este factor.

También adolece la novela del abuso de la presentación de los personajes; viendo que tiene previstas otras dos entregas para hacer una trilogía, es muy posible que podamos evaluar en su plenitud estas obras cuando haya escrito las siguientes, ya sin las ataduras (obligadas eso sí) de estos necesarios orígenes.

El resultado es, para nuestro regocijo, una novela de género que está por encima de la media y que nos vuelve a traer a King a la palestra. Habrá que esperar lo nuevo con el mismo anhelo que de costumbre, está claro.

Los textos provienen de la traducción de Carlos Milla Soler de Mr Mercedes de Stephen King para Penguin Random House Mondadori

El indolente viaje de dos aprendices perezosos y otros relatos de Charles Dickens. Sello de calidad y variedad

el-indolenteEn su afán por publicar libros para los completistas dickensianos, las editoriales están buscando combinaciones de sus narraciones breves de todo tipo, con desigual resultado. Ya comenté aquí  la irregularidad de la propuesta que nos traía Periférica.  Mejor suerte ha habido con este El indolente viaje de dos aprendices perezosos y otros relatos (escrito el cuento que da nombre conjuntamente con Wilkie Collins y que fue publicado en 1988 con el nombre Los perezosos por ediciones B) ya que los cinco capítulos que engloban el sugerente título del cuento principal son de un nivel alto; pero, en este caso, los otros tres relatos que completan el volumen (“El secreto del ahorcado”, “El armario viejo” y “Excursión de placer”) también guardan una calidad similar;  quizá ayuda el que se trate de cuentos más cercanos al género policíaco como es el caso del primero de ellos, pero también es cierto que su prosa es indicativa de esta calidad y destila buen humor como en el caso del tercero:

“-Se lo agradecemos mucho, querida; pero mi hija ha cantado siempre sin acompañamiento.

-Y sin voz –murmuró por lo bajo la señora Briggs.

Sentada a su lado la señora Taunton, aunque no pudo captar la frase íntegra, se dio cuenta de su sentido y replicó con todo descompuesto:

-Quizá no tenga voz, pero sería mejor que la de ciertas personas no llegase a los oídos de las gentes bien educadas.

La señora Briggs no se mordió la lengua:

-Quizá también, si los señores a quienes se quiere acaparar para las hijas de ciertas personas no tuviesen el buen gusto de ocuparse de las hijas de otras personas, algunas personas no tendrían que demostrar el mal carácter que, gracias a Dios, las distingue de otras personas.

-¿Personas dice usted? –exclamó la señora Taunton roja de ira.

-¡Digo Personas! –afirmó no menos excitada la señora Briggs.

-¡Pécora!

-¡Arpía!”

El cuento homónimo, de ocurrente título, El indolente viaje de dos aprendices perezosos, reúne todas esas características que ya he enumerado en alguna ocasión y que nos enamoran a los dickensianos, como esa descripción única de los personajes, en este caso, dos vagos como la “copa de un pino” descritos desde sus propios nombres:

“Los mal aconsejados jóvenes que así eludían el cumplimiento de sus deberes con la noble dama que les prestara muchos y señalados favores, obraban a impulso de la vil idea de realizar un viaje perfectamente ocioso en una dirección cualquiera. No tenían el propósito de encaminarse a ningún sitio concreto, ni de ver nada, ni de conocer nada ni de aprender nada: sólo deseaban no hacer nada. Únicamente querían no trabajar. A imitación de Hogarth, se aplicaron a sí mismos los nombres de Thomas Idle (Ocioso) y de Francis Goodchild (Niño bueno); pero conviene advertir que en cuanto a ociosidad no diferían uno de otro, moralmente hablando, ni el blanco de una uña, pues ambos eran holgazanes a más no poder.”

Entra dentro de su genialidad la capacidad de Dickens de distinguir entre diferentes tipos de holgazanes según su localización geográfica, todo ello contribuye a dotar a la narración de un dinamismo que recuerda sus mejores momentos, además de seguir sacándonos sonrisas:

“Sin embargo, entre Francis y Thomas existían algunas diferencias de carácter: Goodchild era un holgazán diligente, capaz de soportar toda clase de trabajos y molestias con tal de proporcionarse la certeza de estar ocioso en absoluto. Para abreviar, diremos que su noción de la holganza consistía en creer que al practicarla se entregaba a una ocupación útil. Por su parte, Thomas Idle era un perezoso mixto del tipo de holgazán irlandés y vago napolitano, o sea uno holgazán pasivo, un perezoso de nacimiento y por educación, un ocioso consecuente, que practicaba lo que hubiese predicado de no haber sido harto indolente para predicar. Era, pues, la encarnación completa y perfecta de la holgazanería.”

Entre otras cosas porque es capaz de definir, a lo largo de los cinco capítulos que consta, la vagancia y las acciones derivadas de ella desde diferentes puntos de vista y estados; hasta en la enfermedad se puede ser un indolente, como es el caso de Idle, uno de los protagonistas:

“[…]¿cómo Thomas Idle, lisiado y confinado en casa, pasaba las horas del largo día?

Replicaré que Thomas, tendido en el sofá, no hacía intento alguno por pasar las horas, sino que se limitaba, pasivo, a dejar que las horas pasasen por él. Mientras otro hombre en su situación hubiera leído y tratado de aumentar el caudal de sus conocimientos mentales, él dormía y dejaba aumentar su reposo corporal. Mientras otro hombre hubiese pensado con anhelo en su existencia futura, Thomas repasaba perezosamente su vida pasada. “

Lo bueno es que no se limita a la narración de los hechos sino que le añade elementos fantásticos, a veces entre los protagonistas que se van encontrando, como es el caso del anciano fantasma que se convierte en uno más según pasan las horas y rememora su muerte:

“Pero durante el mes que yo fui por violencia despojado de la vida (el actual mes de treinta días) la cámara nupcial está desierta y en paz. No así mi antigua prisión, ni las estancias donde habité inquieto y temeroso diez años. Una y otras están entonces horrendamente hechizadas. A la una de la madrugada soy lo que usted vio a esa hora: uno solo viejo. A las dos de la madrugada soy dos viejos. A las tres, tres. A las doce, soy doce viejos: uno a razón de cada cien por cien de la antigua ganancia. Y cada uno de los doce experimenta doce veces mi antiguo sufrimiento y tortura. Desde esta hora hasta las doce de la noche, yo, trocado en doce hombres enloquecidos de terror y angustia, espero la llegada del verdugo. A las doce de la noche, yo, convertido en doce viejos, pendo, invisible, en el exterior del Castillo de Lancaster, de cara a la pared.”

El resultado es, desde luego, lúcido, una narración que se caracteriza por el buen humor y que recoge retazos de la genialidad de nuestro Dickens además de su habilitad innata para mezclar relatos de género y ficción de tipo más costumbrista; es imposible no terminar con una sonrisa al acabar el libro de esta manera:

“¿Adónde llevarán los perezosos vientos estas perezosas páginas y dónde la última de ellas se perderá un día para ser definitivamente olvidada? Ociosa pregunta y ocioso pensamiento, tras de formular los cuales el señor Idle hace una correcta inclinación y el señor Goodchild otra, dando con esto fin al INDOLENTE VIAJE DE DOS APRENDICES PEREZOSOS.”

No me canso nunca de encontrarme con Dickens.

Los textos pertenecen a la traducción de El indolente viaje de dos aprendices perezosos y otros relatos de Charles Dickens de la editorial Espuela de plata.

“Viaje a Rusia” de Stefan Zweig. Travesía anecdótica

Viaje-a-Rusia-250x369“Viaje a Rusia” es más anecdótico que otra cosa. No pienso engañar a nadie, no tenemos aquí al mejor Zweig, pero no es una lectura desdeñable. Hay reflexión e, indudablemente, lo que más se perfila es la figura del propio austriaco. Es una manera de conocer aún más a la persona, ya que, alejado de su estilo habitual, opta por un estilo más directo de lo acostumbrado, más allá del virtuosismo, abogando por la claridad de la exposición. Es una manera de conocer al autor más que a su obra.

Solo hay que comprobar sus reticencias a viajar a la Unión Soviética, consecuencia de los miedos del propio autor a una situación europea altamente inestable; será la figura de Tolstoi en forma de homenaje el que le animará a dicha travesía:

“[…] no me acababa de decidir a viajar a la Unión Soviética”, escribió años después Zweig en su autobiografía, “El mundo de ayer” […] La ocasión llegó con ese homenaje a Tolstoi, exento a priori de partidismo y ajeno a la política. Zweig se trasladó a Moscú sin ánimo alguno de elaborar juicios, antes al contrario, sólo con la intención de observar. Y lo hizo, no sin desconcierto, maravilla y alguna sospecha, y sabiendo en todo momento que tan breve visita no podía fundamentar impresiones que aspiraban a tener validez objetiva”

Sus dudas se resuelven una vez está allí, está claro que el cruce de culturas es tan impactante que no puede evitar sentirse en un mundo diferente al que está viviendo habitualmente, hay aquí un rejuvenecimiento del autor, subyugado por Rusia y sus encantos:

“¿Qué otro viaje puede hacerse hoy que sea más interesante y fascinante, más enriquecedor y apasionante, que una visita a Rusia? […]  Cada encuentro, cada conversación, cada trozo de ciudad suscita en nosotros mil preguntas, nuevas curiosidades sobre el pensar y el vivir en este mundo inédito; y sin cesar va y viene uno del entusiasmo a la duda, y del asombro a la vacilación. Y cada hora tiene aquí un contenido tan denso y apretado, que con sólo diez días de estar en Rusia podría escribirse un voluminoso libro acerca de este país.”

Encantos que tienen que ver con lo cultural inevitablemente, el trato a los museos diferencia, en este caso, la sensibilidad de los rusos sobre todo si se compara con los franceses:

“El flujo de visitantes es incesante: soldados, campesinos, mujeres del pueblo llano que aún hace diez años ignoraban lo que fuera un museo. Todos recorren ahora las salas con devoción. Conmueve verles avanzar sobre el parquet, con sus altas y pesadas botas, con prudencia y respeto, y comprobar con cuanta deferencia, con cuanta ansia de aprender, conducidos por benévolos guías, se detienen en grupos ante las obras de arte. Es este motivo de orgullo de los directores de los museos, de los dirigentes y de todo el pueblo: a diferencia de la Revolución francesa, que destruyó no pocos tesoros arrasando iglesias, la Revolución rusa (aunque más dura y radical que aquella) no destruyó ninguna obra maestra.”

Tostoi es prácticamente el álter ego para Zweig, la visita a su habitación le ayuda a descubrir al autor ruso, su persona; para nosotros, como lectores, la figura de Tolstoi sirve para dibujar aún más rasgos de la personalidad del escritor austriaco:

“Y en la habitación de trabajo –que ningún escritor europeo reservaría hoy para sus sirvientes-, todavía se ve, clavado en la pared, el gancho al que Tolstoi, durante el año de su crisis, pensó ahorcarse.  Y lleno de veneración contempla uno la famosa escalera por la que Tostoi, el viejo escritor de ochenta y tres años, descendió un amanecer, a las cuatro de la mañana, hasta la cuadra, para huir a caballo de su pueblo y de su familia e irse en busca de la muerte. Y aquí se respira la historia, tan densa y apasionante, de su vida, y el recuerdo de su obra da a todas estas pequeñas cosas de su hogar una calidad emocional que nos llega a lo más hondo del alma.”

Zweig toma partido por los rusos y alienta a olvidar “lo político” en favor de “lo humano” gracias al desarrollo intelectual que considera cargado de vitalidad:

“Cuando un pueblo viene padeciendo tantos sufrimientos y acepta con semejante heroísmo tantos sacrificios por amor a una idea, me parece más importante incitar a admirar el aspecto humano que tomar posición política. Además, ante tamaña vitalidad intelectual, la humilde posición del testigo me resulta más honesta que la demasiado temeraria de juez.”

La obra de Gorki, nos desvela, es la llave para entender el sentir del pueblo ruso:

“El que conoce la obra de Gorki, conoce el pueblo ruso de hoy y en él la miseria y privación de todos los oprimidos; sabe con el alma que participa de ellos, por su sentimiento último, más raro y apasionado, lo mismo que por su miserable existencia cotidiana: todos sus tormentos y pruebas de los años de transición podemos conocerlos de forma más turbadora que en cualesquiera otros en los libros de Gorki.” 

Lo bonito de completar la obra de un autor es descubrir facetas pequeñas que pueden llegar a ser grandes. Este texto corrobora esa sensación. En lo pequeño se descubre lo grande de un autor, en muchas ocasiones.

Los textos provienen de la traducción de Sequitur para “Viaje a Rusia” de Stefan Zweig

“Los papeles de Mudfog” de Charles Dickens. Curiosidades dickensianas

Papeles de MudfogEs mi afán completista, con todo lo que tiene que ver con Dickens, lo que me lleva a comprar todo lo que sale relacionado con él. Tal es el caso de “Los papeles de Mudfog” donde Periférica reúne siete relatos de etapas primerizas del autor, cuando escribía bajo el seudónimo de Boz; en el postfacio de la traductora Ángeles de los Santos podemos aclarar el origen de dichos textos:

“Los textos recogidos en este volumen fueron publicados originalmente en la revista literaria Bentley’s Miscellany entre enero de 1837 y febrero de 1839, período en el que el propio Dickens, que todavía firmaba con el seudónimo Boz, fue editor de la revista. Estas historias no se recopilaron y publicaron como libro hasta 1880, diez años después de la muerte del autor, y constituyen una de las obras menos conocidas y menos estudiadas de Charles Dickens, incluso en el Reino Unido. Probablemente quedaron para siempre en segundo plano debido a que coincidieron en el tiempo con “Oliver Twist”, que fue recibida desde el principio con gran interés.”

Realmente solo tres de los textos son referidos a Mudfog (“La vida pública del señor Tulrumble, en otro tiempo alcalde de Mudfog” e “Informe completo de la primera (y segunda) reunión de la Sociedad Mudfog para el Avance de Todo”). En los cuatro restantes sobresalen dos: “La pantomima de la vida” y “Epístola familiar de un padre a su hijo de dos años y dos meses”. Los últimos textos, mucho peores (“Detalles referentes a un león” y “Roberto Bolton, el caballero con contactos en la prensa”) complementan un volumen ciertamente irregular.

El postfacio, bien ubicado en este caso, ya que desvela detalles de trama, en su análisis resalta dos ideas que me parecen muy interesantes para afrontar este volumen de relatos. En primer lugar, la presencia de las características esenciales de la obra del autor británico:

“Por otra parte los textos aquí recogidos anuncian los temas y las claves que seguirán apareciendo y desarrollándose en las posteriores obras de Dickens, y que definen su estilo: de un lado, el compromiso social, la preocupación por los desfavorecidos y la crítica a las instituciones; de otro, el talento para la caracterización de personajes, la capacidad de observación de la realidad, la ironía, el sentido del humor, la tendencia a la exageración y al “surrealismo”, la utilización de elementos autobiográficos, la presencia de la ciudad de Londres como un personaje más, etc.”

Especialmente reseñables son estas características en los tres primeros relatos, los relativos a Mudfog, por ejemplo, al describir la ciudad, hay aquí como alguien más ha comentado, ecos del Dickens “pickwickiano”, el creador efervescente con descripciones muy vivas y cargadas de buen humor tanto a la hora de definir la ciudad como para pintar personajes:

“Mudfog es un lugar saludable –muy saludable-, húmedo quizás, pero no peor por ello. Es un error suponer que la humedad es malsana: las plantas crecen muy bien en lugares húmedos, ¿por qué no habría de ser igual para las personas? Los habitantes de Mudfog son unánimes al afirmar que no hay mejor raza de personas sobre la faz de la tierra. Ahí tenemos una refutación, irrebatible y veraz al mismo tiempo, del error común. Así que, admitiendo que Mudfog es húmeda, afirmamos categóricamente que es saludable.”

“Consideramos el ayuntamiento uno de los mejores ejemplos que existen de arquitectura de establo: es una combinación de los estilos pocilga y granja, y la simplicidad de su diseño es de una belleza incomparable.”

La descripción de Ned Nariz de Botella entraría de lleno en este Dickens efervescente:

“Se emborrachaba por encima de la media una vez al día, y se arrepentía más o menos al mismo nivel una vez al mes. Y cuando se arrepentía estaba invariablemente en la última etapa de una borrachera llorosa. Era un tipo andrajoso, errabundo, protestón, con tendencia al alboroto, agudo y listo, y era capaz de trabajar cuando le apetecía. En absoluto se oponía al trabajo duro por principios, porque podía trabajar sin descanso en un partido de cricket durante un día entero, corriendo y atrapando y bateando y lanzando y disfrutando con un esfuerzo que dejaría exhausto a un galeote. Habría tenido un valor incalculable para un parque de bomberos: nunca hubo un hombre con tal gusto natural por una bomba de agua, por subir escaleras corriendo y por tirar muebles por la ventana de un segundo piso; ni era este el único elemento en el que se sentía a sus anchas.”

La segunda idea del postfacio tiene que ver con algo particularizado a estos relatos:

“Estos informes de la Sociedad Mudfog reflejan especialmente un rasgo fundamental de la época anteriormente citado: los continuos avances tecnológicos, científicos e industriales. […] Dickens, atento observador y cronista de su mundo, refleja igualmente en su parodia la inseguridad y la inquietud por los cambios que dichos avances traían consigo.”

De hecho, Dickens, adelantado a su tiempo, es capaz de crear un proto-steampunk patente en los dos informes de la sociedad Mudfog donde la mezcla de lo victoriano con los inventos resulta ocurrente e inspirada:

“El pasado mes de octubre nos otorgamos el inmortal honor de reflejar, a un coste enorme y con unos esfuerzos sin precedente en la historia del periodismo, los actos de la Sociedad Mudfog para el Avance de Todo, que en este mes celebró su primera gran reunión anual para maravilla y deleite de todo el imperio.”

El único relato al nivel de los tres ambientados en Mudfog es el que lleva por título “La pantomima de la vida” y nos traen de nuevo al mejor Dickens con su identificación de los payasos y la vida:

“Sí, el gran parecido que hay entre los payasos del escenario y los de la vida real es, en verdad, extraordinario. Mucha gente suspira al hablar del declive de la pantomima y murmuran con tono triste y sombrío el nombre de Grimaldi. No pretendemos despreciar a ese honorable y excelente caballero cuando decimos que esto es una verdadera tontería. Los payasos que superan con creces a Grimaldi surgen cada día, y nadie los patrocina. ¡Es una pena!”

A pesar de su irregularidad, esta recopilación de cuentos reúne trazas del talento de Dickens y solo por ellas vale la pena, aunque, ciertamente, estaríamos hablando de una obra que está más dirigida a completistas de su obra. Como conclusión os dejo con el final del cuento que acabo de mencionar donde utiliza al ”bardo” como inspiración parafraseando unos versos de “As you like it”:

“Un caballero, no del todo desconocido como poeta dramático, escribió hace dos o tres años: “El mundo es un escenario/y los hombres y mujeres meros actores”, y nosotros, siguiendo sus huellas a una pequeña distancia que no merece la pena mencionar, de unos cuantos millones de leguas, nos aventuramos a añadir, a modo de nueva lectura, que el poeta se refería a una pantomima y que todos somos actores en la pantomima de la vida.”

En efecto, todos somos actores en esta pantomima que es la vida.

Los textos provienen de la traducción de Ángeles de los Santos de “Los papeles de Mudfog” de Charles Dickens en Periférica

Mis estadísticas del 2014. Propósitos 2015

Los números sirven, con su frialdad, para poner en perspectiva. Ese es el objetivo de este post: complementar la visión cualitativa que ya comenté en Mis libros favoritos del 2014.

barkEn el 2014 he batido mi récord, he llegado a 200 libros…  superando los 171 del anterior. Han supuesto un total de 55746 páginas que son más que las 50195 del año anterior.  Este número de páginas supone que:

1º El libro medio tenía 278,73 páginas; sin embargo, en el 2013 fue de 295 páginas aproximadamente, ha habido una cierta disminución totalmente lógica por una cuestión que comentaré al hilo de propósitos.

2º Teniendo en cuenta los 12 meses del año, la media de libros mensual ha sido de casi 17 (lo que supone unas 4645 páginas mensuales)

3º Si dividimos el año en 52 semanas, compruebo de esta manera que he leído, de media, casi cuatro libros por semana (1072 páginas) por semana.

El “mamotreto” del año fue Gaddis y sus “Reconocimientos” con 1376 páginas.

En cuanto a la lista de libros ha sido la que pongo al final del post,  muchísima variedad de autores este año, los únicos de los que he leído tres libros o más son en orden de mayor a menor: Charles Dickens (7), Stephen King (6), Jim Thompson y Rick Riordan (5), Lawrence Block (4), Jim Butcher, Harry Houdini y Joyce Carol Oates (3).

Esto significa que mi proyecto a tres años, que lo he alargado a cuatro, ha avanzado poco… En cuanto a la famosa distinción de hombres y mujeres, de estas últimas han caído 42 libros, lo que supone un 21% de libros de mujeres. En inglés, ha habido 10, sólo un 5% sobre el total. Y las nacionalidades, ha habido de todo.

Las consecuencias de estos números son más importantes de lo que parecen, saco estas reflexiones:

-He llegado a un límite de compromiso entre lo que puedes leer sin que perjudique la calidad de lo que lees. En mi caso, leer más podría ser contraproducente. Sobre todo porque en la parte final condicionaba el tipo de lectura para conseguir esa cantidad que tenía en Goodreads. La cantidad no debe ser el criterio de selección de lecturas sino el gusto, el disfrute por encima de todo, o los intereses que tengas.

-Me he centrado tanto en las lecturas nuevas que he olvidado demasiado mi proyecto de lecturas, que he escogido porque son los autores que más me gustan.

-He leído poco en inglés. Muy poco.

Por ello, este año he bajado mi reto de cantidad a algo más cómodo (180) y me voy a centrar en dos temas primordiales:

-Mi proyecto.

-Lecturas de género (negro, terror, ciencia ficción…)

Y para conseguirlo voy a cambiar la forma de elegir las lecturas, todos los meses pondré una foto de las lecturas que he elegido para el mes que viene y donde la mitad de ellas serán seguro, referentes a mi proyecto. El resto serán de género, inglés, etc…

Es la única manera de asegurar lecturas. Cierto que se vuelve un poco programático… pero avanzaré las lecturas del proyecto y deja margen para añadiduras varias. No sé cómo saldrá el experimento.

Y para acabar, la lista…. Que ya toca…

Jacques Abeille

Los jardines estatuarios

 

Edmond About

La nariz de un notario

 

Ryunosuke Akutagawa  (y otros)

Antología de relatos japoneses

 

Nina Allan

Máquinas del tiempo

 

Martin Amis

Lionel Asbo: El estado de Inglaterra

 

Sherwood Anderson

Muerte en el bosque

 

Freddy Arteaga Canessa

Un Zombi ilustrado y otras anomalías

 

Daniel Ausente

Mentiré si es necesario

Mataré a vuestros muertos

 

John Banville

El mar

 

Leigh Bardugo

Sombra y hueso

 

Julian Barnes

Niveles de vida

 

Bruce Bégout

Le park

 

Ambrose Bierce

El clan de los parricidas y otras historias macabras

 

Lawrence Block

Cuchillada en la oscuridad

Cuanto el antro sagrado cierra

Un baile en el matadero

Caminando entre tumbas

 

Arturo Borja

Los entusiastas

 

Alan Bradley

Flavia de luce y el misterio de la gitana

 

Allie Brosh

Hipérbole y Media

 

Fredric Brown

La noche a través del espejo

 

Mijail Bulgákov

El maestro y Margarita

 

Edward Bunker

Huida del corredor de la muerte

 

Jim Butcher

La tumba

El caballero

Máscaras de muerte

 

Angela Carter

La cámara sangrienta

 

Noel Ceballos

La escuela nocturna

 

Gilbert Keith Chesterton

El gran mínimo (inglés)

 

Lincoln Child, Douglas Preston

Fuego Blanco

 

Inger Christensen

Alfabeto

 

Ann Cleeves

Una trampa para cuervos

 

Eoin Colfer

El ultimo guardián

 

J.M Coetzee

La infancia de Jesús

Vida y época de Michael K

 

Robert Coover

La hoguera pública

 

Edmund Crispin

Trabajos de amor ensangrentados

 

Roger Crowley

Imperios del mar

 

Don Delillo

Jugadores

 

Emilio de Marchi

El sombrero del cura

 

E. M. Delafield

La dama de provincias prospera

 

Sergio De la Pava

Una singularidad desnuda

 

Charles Dickens

Relatos londinenses

Paseos nocturnos

Escenas de la vida de Londres por “Boz”

La navidad cuando dejamos de ser niños

La declaración de George Silverman

Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas

Los papeles de Mudfog

 

Paula Daly

¿Y tú qué clase de madre eres?

 

Leonid Dobychin

La ciudad de N

 

Fiodor Dostoievski

La mujer de otro hombre y su marido debajo de la cama

Los hermanos Karamazov

 

Will Eisner

Contrato con Dios y otras historias de Nueva York

 

James Ellroy (y otros)

American Noir

 

Jeffrey Eugenides

La trama nupcial

 

Gillian Flynn

Heridas abiertas

 

C.S.Forester

Los perseguidos

 

David Foster Wallace

This is Water (inglés)

 

Matt Fraction

Ojo de Halcón 2: Pequeños aciertos

 

William Gaddis

Los reconocimientos

 

Enrique Gallud Jardiel

Historia estúpida de la literatura

 

Curtis Garland

El fantasma de Baker Street

 

Ángel Gil Cheza

El hombre que arreglaba las bicicletas

 

Francisco González Ledesma

El adoquín Azul

Rancho Drácula (como Silver Kane)

 

Sue Grafton

Kinsey y yo

 

Alexander Grin

El cazador de ratas

 

Jack Handey

The stench of Honolulu (ingles)

 

Chad Harbach

El arte de la defensa

 

Joe Hill

NOS4A2

 

Hugo Von Hofmannsthal

Carta de Lord Chandos

 

Harry Houdini

Sherlock Holmes contra Houdini (con sir Arthur Conan Doyle)

Traficantes de milagros y sus métodos

Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con rayos X en los ojos (Con Grace Morales y Ramón Mayrata)

 

Bohumil Hrabal

Clases de baile para mayores

 

Víctor Hugo

Nuestra señora de París (vol 1)

Nuestra señora de París (vol2)

 

Jorge Ibargüengoitia

Maten el león

 

Eva Illouz

El futuro del alma

 

Henry James

Pandora

El comienzo de la madurez

 

P.D. James

Un impulso criminal

 

Paul Jenkins

Origen: Lobezno

 

Geoff Johns

La noche más oscura Omnibus

 

Nikolay Karanzim (y otros)

Rusia Gótica

 

Hannah Kent

Ritos funerarios

 

Stephen King

El ciclo del hombre lobo

The colorado Kid

Riding the bullet

El fugitivo

Carretera maldita

La larga marcha

 

Chuck Klosterman

I wear the black hat (inglés)

 

William Kotzwinkle

El nadador en el mar secreto

 

Ko Un

Ananda: 108 poemas Zen

 

Jhumpa Lahiri

La hondonada

 

Roque Larraquy

La comemadre

 

Maurice Leblanc (y otros)

Tras las huellas de Arsenio Lupin

 

Elmore Leonard

Mr Paradise

Yibuti

 

Nell Leyshon

Del color de la leche

 

Daniel Lipkowitz

Lego Star Wars: The Yoda Chronicles (ingles)

 

Rob Lloyd Jones

Wild boy

 

Diego López

Silencios de pánico: Historia del cine fantástico y de terror 1897-2010

 

H.P Lovecraft

El resucitador

 

Richard Matheson

Nacido de hombre y mujer (y otros relatos espeluznantes)

 

Ana María Matute

Pequeño Teatro

 

Ed McBain

El estafador

El traficante

 

Eimear McBride

A girl is a Half-formed Thing (ingles)

 

Cormac McCarthy

El guardián del vergel

 

James McCLure

Piel de serpiente

 

Ian McEwan

Operación Dulce

 

Todd McEwen

Las cinco máquinas simples

 

William McIllvaney

Laidlaw

 

Gretchen McNeil

Diez

 

Margaret MacMillan

1914: De la paz a la guerra

 

José-Carlos Mainer

Historia Mínima de la literatura española

 

Seicho Matsumoto

El expreso de Tokio

 

George Meredith

El general Ople y Lady Camper

 

Edmond Michotte

La visita de Wagner a Rossini

 

Jessica Mitford

Nobles y rebeldes

 

Charlotte Moberly

Una Aventura en el tiempo

 

Alan Moore

Miracleman 1: El sueño de volar

 

Lorrie Moore

Bark Stories (inglés)

 

Ian Morris

¿Por qué manda Occidente… por ahora?

 

John Mortimer

El regreso de Titmuss

 

Tasashea Nesbit

Las esposas de los álamos

 

Jo Nesbo

El doctor Proctor y el fin del mundo. O no

El leopardo

 

Chimamanda Ngozi Adichie

Americanah

 

David Nobbs

EL regreso de Reginald Perrin

 

Joyce Carol Oates

Un jardín de placeres terrenales

The fabulous beasts (inglés)

Zombie (inglés)

 

Rohan O’Grady

Matemos al tío

 

Okamoto Kido

Fantasmas y samuráis

 

Seumas O’Kelly

Al borde del camino

 

Carmen Pardo

La escucha oblicua

 

Stephen Pastis

Desastre total 2: Mira lo que has hecho

 

Carlos Pérez Merinero

Días de guardar

 

Inmaculada Pertusa Seva

Fundido en negro (varias escritoras)

 

Nic Pizzolatto

Galveston

 

Edgar Allan Poe (con Benjamin Lacombe)

Cuentos Macabros

 

Robert Polito

Arte salvaje: Una biografía de Jim Thompson

 

Patricio Pron

Nosotros caminamos en sueños

El libro tachado

 

Alexander Pushkin

Historias de Belkin

 

Louis Raemaekers

Historia en viñetas de la Gran Guerra

 

Marcel Reich-Ranicki

Sobre la crítica literaria

 

Arturo Reverter

Las 50 mejores arias de Verdi

 

Sofía Rhei

El joven Moriarty: El misterio del Dodo

El joven Moriarty y la planta carnívora

 

Rosa Ribas

La detective miope

 

Manfred von Richthofen

El avión rojo de combate

 

Rick Riordan

El ladrón del rayo

El mar de los monstruos

La maldición del titán

La batalla del laberinto

El último hérode el olimpo

 

Charles Rosen

Schoenberg

 

Philip Roth

Deudas y dolores

 

Carlos Salem

Muerto el Perro

 

Emilio J. Sales Dasí

Relatos hispánicos asombrosos y de terror

 

James Salter

La última noche

 

Mikel Santiago

La última noche en Tremore Beach

 

George Saunders

Pastoralia

 

Erwin Schrödinger

Candentes Cenizas

 

Peter Sís

El piloto y el principito

 

Lemony Snicket

¿Cuándo la vio por última vez?

 

Somerset Maugham

Collected Short Stories Vol. 1 (ingles)

 

Jean Stafford

Los niños se aburren los domingos

 

Anna Starobinets

La glándula de Ícaro

 

D. E. Stevenson

Las dos señoras Abott

 

Steve Stevenson

Asesinato en la Torre Eiffel

 

Igor Stravinski

Poética Musical

 

Jonathan Stroud

Agencia Lockwood

 

Matt Sumell

Hacer el bien

 

Jiro Taniguchi

Enemigo

 

Donna Tartt

El jilguero

 

Danielle Thiéry

Clavos en el corazón

 

Jim Thompson

El exterminio

Libertad Condicional

Aquí y ahora

Asesino burlón

La sangre de los King

 

Karin Tidbeck

Jagannath

 

Jack Trevor Story

Pero… ¿quién mató a Harry?

 

Ivan Turquenev

Primer Amor

 

Ana Useros

Cuentos de detectives victorianos

 

Kurt Vonnegut

Que levante mi mano quien crea en la telequinesis

 

Richard Wagner

Cartas sobre Luís II de Baviera y Bayreuth

 

Thornton Wilder

La cábala

 

Virginia Woolf

La fiesta de la señora Dalloway

¿Soy una Snob? ¿Qué regalar a una snob?

 

Guillermo Zapata

Una bala para Dios y otra para el Diablo

 

Stefan Zweig

Confusión de sentimientos

Viaje a Rusia

 

“Los reconocimientos” de William Gaddis. La ambición de un maestro

losreconocimientosEl mundo se divide entre los que han leído “Los reconocimientos” y los que no. Ni más, ni menos.

Me siento orgulloso de estar entre los primeros. Haber disfrutado de una experiencia única que he definido como lectura reverencial-agotadoramente-jubilosa.

Y cada adjetivo tiene su sentido y guarda una evolución en mi caso:

“Reverencial”: nada más empezar, esa sensación de estar leyendo algo que no puedes abarcar, una obra que te deja pequeño (mucho más pequeño de lo habitual). Sí, es una primera obra, pero sorprende tanto que el norteamericano se atreviera a hacer algo tan ambicioso…, desde el principio es palpable la transformación desde la perspectiva decimonónica hasta empezar a experimentar poco a poco,  dotándolo de una evolución inconcebible en la época, y puestos a ser justos, hoy tampoco.

“Agotadora (mente)”: no voy a engañar a ningún lector, según las páginas van pasando, me sentí agotado física y (sobre todo) mentalmente; intentar quedarte con todos los detalles que utiliza Gaddis, con todas las estrategias, transformaciones de estilo, estructura,… es improductivo, apuntas y apuntas citas y luego tienes tal ristra que resulta que podrías escribir hasta doscientas páginas solo con los textos; todo esto va unido a una sensación de obra que no tiene fin, ineludible y la vez interminable.

“Jubilosa”: en la recta final, una vez pasas las dudas y te sobrepones al cansancio mencionado; de la misma manera,  te invade una gozosa sensación de felicidad que me ayudó a terminarla. Hay júbilo por terminarla, por saber que continúa en tu interior, porque habrá una relectura futura en la que la disfrutarás aún más. Sin duda. El halo de una obra maestra.

Parafraseando a William H. Gass en el prólogo, “no voy a profanar esta obra de arte intentando explicarla o analizarla”; simplemente citaré unas observaciones, ideas, cavilaciones… que puedan servir al lector futuro, acompañadas, eso sí, de algún texto del autor:

“El reverendo Gwyon hizo las maletas y viajó lentamente por la península. Vio gente y reliquias, movimiento y colapso, la acumulación del tiempo en los muros, los pórticos derruidos, mosaicos en monocroma exposición que recuperaban sus colores de vida romana cuando se les echaba encima un cubo de agua, las fachadas rotas de catedrales donde el tiempo no había pasado, sino que se había aglomerado, y que perduraban no como testigos de su destrucción, sino como custodios de su pervivencia. Al entrar en las ciudades lo perseguían los gritos de los buhoneros, hombres que compraban botellas, que vendían escobas, que gritaban como hombres afligidos por grandes dolores. Por las calles lo perseguía la desesperada esperanza de felicidad de las melodías rotas de los organillos, y se detenía a contemplar los juegos de los niños sobre el pavimento, buscando allí (como buscaba en la forma de los tejados, en el trazado de las escaleras, los pasillos, los dormitorios y las cocinas abandonados en paredes todavía en pie donde el edificio colindante se había derrumbado, o en la sombra del respaldo de una silla sobre el embaldosado repetitivo de un suelo) indicios de un modelo persistente, de una forma significativa. Visitó catedrales, la desentrañada mezquita de Córdoba, la inmensa mole de Granada, y esa frenética demostración gótica de Burgos donde hay un Cristo firmemente clavado del que una vez se dijo que estaba hecho con un pellejo humano disecado, pero que luego había pasado por cuero de búfalo, un material menos frecuente, que recordaba en su humor a la sirena compuesta de un mono y un bacalao.”

-El engañoso comienzo, anclado en la tradición realista, puede dejar a al lector con una sensación errónea; de hecho, en el texto anterior vemos una narración habitual donde el narrador omnisciente relata los viajes del reverendo Gwyon con todo lujo de detalles, comparaciones y metáforas. Toda la primera parte se puede entender como un Künstlerroman, cuyo núcleo es la figura del pintor Wyatt Gwyon, verdadero protagonista, y en la que se narra la evolución (el destino irá avanzando según pasen las páginas).  Sin embargo esa evolución del protagonista se verá acompañada de un continuo transitar hacia características postmodernistas, alejándose entonces de la narración tradicional y probando nuevas formas:

“Pueblo fundado en 1666 annus mirabilis Oh Caray Oh caramba s-Santo Cristo t- Tenemos gan labor por delante interconfesional infra supra sub tiró el tintero: conferencia en el Convento de Monjas, ilustrada, ceremonia Pagana, curas con sotana, Monjas, altar mayor, &c. Un gemido de ultratumba. Vean chica en mazmorra. Tío Sam al rescate. Público invitado. Entrada 50 $  no nos dejes caer en la tentación.”

-A pesar de lo que pueda parecer, el autor es consciente de lo que está realizando; lo podemos ver claramente en este “tumulto de pensamientos” en una fase inicial, un preludio a lo que realizará en “Jota Erre” y en “Gótico Carpintero”; estamos viendo los inicios de una narración en multiperspectiva, sin identificación de los hablantes, que llevará hasta sus últimas consecuencias en sus últimas obras; ese tumulto es su idea para reflejar el caos en el que vivimos:

“En aquella mesa alguien dijo: “Eso no me hace ningún efecto. ¿Pero no habéis notado que el cielo se está acercando?”. “Por supuesto que amo el arte, por eso estoy en París”, dijo una chica. El chico que estaba con ella dijo: “Ye man fú, eso significa en francés…”, “Putas, putas, putas”, murmuró el hombre del traje de zapa. Alguien dijo: “Tengo las manos ocupadas, ¿te importaría sacarme unas cerillas del bolsillo…? Aquí, el bolsillo de los pantalones”. Alguien dijo: “¿Te gusta esto?”. Otro dijo: “Por la mañana no quería, así que se la puse bajo el brazo mientras molía café”. Un hombre con un opaco monóculo marrón dijo “Gshzhzhzht… uh…”, y se cayó de la silla. Alguien contó el chiste de Carruthers y su caballo.”

-En las manos del escritor ese caos reinante (y que quería reflejar en sus obras) es el que gobierna nuestras vidas, muy especialmente la del artista y su relación con la obra de arte:

“Era a través de esta acumulación de caos impuesta donde luchaba ahora por moverse: más allá estaba la simplicidad, inconmensurable, residencia de la perfección, donde nada era creado, donde la originalidad no existía, porque era el origen; donde, una vez llegaba, no existían el trabajo ni el pensamiento en secuencia causal y vacilante, sino sólo la trascripción: donde el poema que conocía pero no podía escribir existía, ya formado, esperando su recuperación ene se momento en que escribirlo resultaba imposible, porque ella era el poema.”

Gaddis exige como nadie al lector, pero lo respeta, no solo quiere hacernos partícipe de su obra sino que no entendería su obra sin nuestra aportación como verdaderos creadores de la misma; la obra de arte sale de la órbita inherente al creador tradicional y cobra sentido en la esfera de cada lector; la teoría de la recepción, más cercana en su interpretación al postmodernismo actual:

“-Pero si el señor Feddle ve un ejemplar de una obra de Ibsen, si le encanta “El pato salvaje” y le gustaría haberlo escrito, si quiere ser Ibsen sólo por un momento y dedicar su obra a alguien que ha sido amable con él, ¿es eso mentir? No es tan malo como la gente que hace un trabajo por el que no siente ningún respecto. Todo el mundo tiene esa sensación cuando mira una obra de arte y está bien, esa súbita familiaridad, una especie de… reconocimiento, como si la estuvieran creando ellos mismos, como si la estuvieran creando a través de ellos mientras la miran o la escuchan, ¿y ha de ser pecado el querer haber creado belleza?”

-Si hay un eje sobre el que gira toda la obra es el de la dicotomía auténtico-falso u original-reproducible/falsificable, que nos lleva a la consiguiente creador-farsante (que identifica con mercantil), en los dos siguiente textos tenemos dos facetas referentes a estas dos posibilidades:

“No es por amor a la cosa misma por lo que trabaja un artista, sino porque a través de ella expresa su amor por algo superior, porque esa es la única forma en que el arte es realmente libre, sirviendo a algo superior a sí mismo, como nosotros, como lo somos nosotros…”

-Eleva el arte a un estatus muy superior, a una esfera en la que sólo están los propios lectores, verdaderos receptores-creadores; ¿son ellos los que tienen que “reconocer” la obra de arte? Desde luego Gaddis los consideraba así, dentro de sus diversas acepciones de la palabra que tantas veces se repite a lo largo del texto. Sentirse reconocido a través de los lectores como ideal artístico.

“-No tiene suficiente imaginación para eso. Probablemente estará escribiendo otro libro.

-Ya ha escrito cincuenta. Si tenía algo que decir es para pensar que ya lo habría dicho. ¿Por qué siguen publicándoselos?

-Porque sigue escribiéndolos. Y a un editor le cuesta más parar el negocio que mantener en funcionamiento las prensas, así que las ceban con cualquier cosa.”

Lo mercantil se identifica entonces como la creación del farsante, es identificado como no-auténtico por el autor, contrario a todo lo que rodea la creación artística con su comercialización (“No lo habrás comprado, ¿verdad? Cristo, ¿a ese precio? Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podría habértelo dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.”)

-Erudición. Gaddis es un erudito de lo artístico, del lenguaje y de la forma de escribir. Esta sapiencia es más que palpable en la conjunción música-texto que aparece en todo momento en cada obra suya. En esta no podían faltar, como de costumbre, referencias musicales que van más allá del aficionado y que nos llevan al diletante que fue; este último texto refleja esta simbiosis sensorial:

“A estas alturas, la música se había convertido en algo inherente a la habitación; era como si se hubiera amalgamado con el humo y los olores incongruentes en una presencia tangible, el desecho del refinado sobrenadando en el atanor, donde el alquimista esperaba con la paciencia de toda una vida, contemplando su improbable compuesto de ingredientes tan dispares en naturaleza como en proporción, mezclándose pero negándose a fundirse bajo su mano, y tan ajenos a su mano como a su propia finalidad, de modo que unos se hundían y otros salían enteramente a la superficie, todo ello como si nada hubiera cambiado desde que la mano filtraba la escoria de la Edad Media en busca de lo que todas las edades han buscado, y encontrado, al descubrir que lo que buscan se ha refinado hasta consumirse, dejando solo las cenizas de la necesidad.”

Seguramente si escribiera otro día sobre él, escribiría otras reflexiones. Posiblemente quedaría mejor incluso; lo que está claro es que nada como leer directamente a Gaddis; puede que se convierta en esa “lectura reverencial-agotadoramente-jubilosa” que comentaba al principio. ¡Pero vaya experiencia!

Los textos pertenecen a la traducción de Juan Antonio Santos de “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

Gass sobre Gaddis: Un aperitivo a “Los reconocimientos”

losreconocimientosLlevo ya un par de semanas, gracias a Sexto Piso, degustando poco a poco la ópera prima de William Gaddis. “Los reconocimientos”, es una obra inabarcable casi desde cualquier punto de vista: su volumen es considerable (mi gimnasio particular), su número de páginas (casi 1400, van a constituir mi récord en una novela), la temática (el arte, la falsificación), el estilo, los personajes, etc. Las sensaciones al leerla son contradictorias en todo momento, desde la más febril reverencia ante el autor hasta el agotamiento más absoluto por tal despliegue de erudición.

Posiblemente me queden aún algunos días para terminarlo así que voy a escribir más de un post sobre él. En este caso me voy a centrar, a modo de aperitivo, en el primoroso prólogo que la editorial consiguió añadir a esta fabulosa reedición de la obra, a cargo del “otro” William: William H. Gass, otro de los representantes del postmodernismo en su versión norteamericana.

No tiene desperdicio, sus comentarios sirven, sin lugar a dudas, como acicate para abrir el apetito antes de comenzar esta magna obra, ese es el pequeño objetivo de este post. Repasemos alguna de sus ideas:

“En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis, por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico Carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.

Cuando me felicitaban siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.

Todas esas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas?”

Gass alude a la cualidad que tiene Gaddis (como Pynchon) de ser esquivo, hasta tal punto de haber sido confundido con otros muchos escritores (incluso el mismo prologuista), que también han alentado este anonimato y alejamiento del mundo que conocemos. Lo más interesante viene al final cuando emparenta estas identificaciones erróneas con la propia escritura de Gaddis, caracterizada por la alternancia de personajes sin apenas posibilidad de identificarlos igualmente.

“En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.”

Gass-En efecto, “Los reconocimientos” es un libro del que se habla mucho pero que no se lee por prácticamente nadie. Me siento un héroe por haberlo casi acabado tras no poco trabajo. Gaddis es muy exigente con el lector. No es una lectura fácil y, además, es una primera lectura no podrás llegar a todo lo que propone. En este punto es, ciertamente frustrante.

“Además, el paso de las preocupaciones de “Los reconocimientos” a las de “Jota Erre” es totalmente razonable. “Los reconocimientos”, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. “Jota Erre” muestra un mundo absolutamente decadente.”

-Haber leído ya “Jota Erre” es primordial para entender esta afirmación, “Los reconocimientos”, como la ópera prima del autor que es, aborda lo fundamental, es fundacional tanto en el caso del postmodernismo como de la propia escritura del norteamericano. La pregunta que plantea Gass es imprescindible y necesaria para entender el devenir de las páginas: “¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos?”. El mundo decadente al que alude lo desgrané someramente en este post.

“Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar este. Una explicación –en realidad, cualquier explicación- lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama –por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda- falsean gravemente las obras. Las guías son útiles pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso.”

-Me apasiona la identificación de explicación “como profanación de la obra de arte” y me alivia. Lo que escriba sobre esta magna obra no buscará explicarla, muy al contrario, mi interpretación nunca debe reemplazar el sentido del original. De fondo se encuentra la teoría de la recepción literaria según la cual, cada interpretación de un lector enriquecería el sentido final de la obra. Otra aproximación al postmodernismo referente al sentido final no cerrado de una obra de arte.

“Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos?”

-Primordial es esta afirmación que se encuadra precisamente en el postmodernismo, Gass, otro de sus representantes, defiende precisamente esta forma de escribir sobre el realismo, porque, al fin y al cabo, ¿qué es más real que una realidad compleja, oscura, ambigua..? Quizá el postmodernismo refleje mejor lo que vivimos en nuestro día a día que el “realismo”.

-Me gustaría acabar con dos temas que Gass retoma al final de su magnífico prólogo, por un lado su alusión a las “epifanías” de los personajes de la obra que nos ocupa (“Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”) con especial énfasis nuevamente sobre el discernimiento de lo que es una auténtica obra de arte y cómo afecta a nuestros orígenes dicho reconocimiento.

-Por otro lado creo que el siguiente párrafo resume a la perfección lo que está siendo mi experiencia lectora gracias a las ideas de Gass:

“No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro –disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización- como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche.”

Disfrutar letra a letra, palabra a palabra, frase a frase; con calma regocijándonos en el deleite que nos produce; mantener el sosiego, sin impaciencia, como si de tu pareja se tratase, este libro se quedará, quizá, para siempre contigo. “Leer alegremente”, qué gran consejo.

Los textos pertenecen a la traducción de Mariano Peyrou del prólogo de William H. Gass a “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

“This is Water” by David Foster Wallace. No quiero usar “paradoja” pero….

EstoEsAgua…. Es inevitable que surja tras leer este texto, que recoge el Discurso de Graduación de la promoción de 2005 del Kenyon College expuesto por el escritor norteamericano David Foster Wallace (a partir de aquí DFW); principalmente porque es un discurso orientado a cómo avanzar en la vida y, sin embargo, el autor se suicidó tres años después de haberlo dado.

En la primera parte del discurso adopta un tono formal pero sin ser condescendiente, en ningún momento da consejos de un modo paternal sino desde su experiencia, no quiere vender valores (aunque puedan llegar a serlo) sino que se centra en nuestra capacidad de elección ante lo que llama el modo por defecto de actuar (default-setting) y que nos viene impreso de fábrica a todos:

“This is not a matter of virtue — it’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default-setting, which is to be deeply and literally self-centered, and to see and interpret everything through this lens of self.

People who can adjust their natural default-setting this way are often described as being “well adjusted,” which I suggest to you is not an accidental term.”

De hecho, establece que ese modo que viene por defecto, está centrado en nosotros mismos y que la llave para salir de esa zona de comodidad ajustada a nuestros intereses es nuestra libertad para elegir lo que queremos hacer.

Sí subraya que ese modo de vivir nos lleva a una cierta esclavitud y esa esclavitud día tras día nos conduce a estar completamente solos en las vicisitudes que surjan en esa rutina:

“And I submit that this is what the real, no-bull- value of your liberal-arts education is supposed to be about: How to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default-setting of being uniquely, completely, imperially alone, day in and day out.”

Ante la amenaza que trae esta posible desesperación la única salida que ofrece DFW es nuestra elección, lo que decidimos “adorar”, no hay más truco que la perfecta conciencia de esta situación y afrontarla sabiendo lo que puede ocurrir si no lo hacemos:

“The only thing that’s capital-T True is that you get to decide how you’re going to try to see it. You get to consciously decide what has meaning and what doesn’t. You get to decide what to worship.

The trick is keeping the truth up-front in daily consciousness”

Finalizando el discurso, nos alienta sobre la posible clave para salir de nuestro egoísmo, la entrega al resto de personas que nos rodean, pequeños sacrificios que hay cultivar a todas horas y que nos sacan de nuestro margen de comodidad:

“The really important kind of freedom involves attention, and awareness, and discipline, and effort, and being able truly to care about other people and to sacrifice for them, over and over, in myriad petty little unsexy ways, every day. That is real freedom. The alternative is unconsciousness, the default-setting, the “rat race” — the constant gnawing sense of having had and lost some infinite thing.”

Aunque no quiere engañarlos, por mucho que lo diga, es terriblemente duro tomar esta decisión en cada día que vamos pasando:

“It is unimaginably hard to do this, to stay conscious and alive, day in and day out.”

De hecho, sabiendo cómo acabó su vida, está claro que él mismo no pudo predicar con el ejemplo de lo que comentaba.

Muy curiosa publicación que nos sirve para entender un poco más la figura de uno de los autores contemporáneos más interesantes del siglo XX y para, de hecho, aprovechar de alguna manera el indudable trasfondo de la forma de vivir que nos comentaba el norteamericano.

“¿Soy una Esnob? ¿Qué regalar a un esnob?” Woolf, Benjamin. Destellos de inteligencia

soyunaesnobJosé J. de Olañeta Editor tiene una de esas colecciones que tienen personalidad propia; se trata de su sello Centellas que reúne a modo de flashes, destellos de obras cortas, grandes autores en un formato, igualmente, bastante pequeño, manejable, trasladable a cualquier sitio y en cualquier circunstancia. Recoge perfectamente mi filosofía de poder llevar un libro a cualquier lado porque “nunca se sabe cuándo te va a surgir un momento muerto” y el libro ocupará ese momento.

Dentro de esta colección me atrajo poderosamente la atención el título de este “¿Soy una Esnob?” de Virginia Woolf, en el imprescindible prólogo de Fernando Ortega se hace un resumen histórico de la motivación del texto; la creación del Memoir Club a partir de los miembros del Bloomsbury Group:

“Molly MacCarthy –esposa de Desmond MacCarthy- impulsó la formación, en marzo de 1920, del Memoir Club, al que se le unieron la mayor parte de los componentes de grupo. Su actividad fundamental consistía en unas reuniones periódicas en las que algún integrante del club pronunciaba una conferencia basada en sus propios recuerdos vitales. Era condición esencial que dichos recuerdos fuesen rigurosamente verídicos, si bien, como señalaba Leonard Woolf, “la sinceridad absoluta es siempre relativa, incluso entre los más íntimos.”

En tales condiciones de “sinceridad” y “recuerdos vitales” brilló, como de costumbre, Virginia Woolf; la británica realizaría hasta tres de estas “memorias”:

“Virginia leyó tres “memorias” en el club. La primera de ellas, “Hyde Park Gate, 22” en 1921; la segunda, “Old Bloomsbury”, ha llegado a ser la más conocida, quizá no tanto por su intrínseco valor literario, cuanto porque en ella se extendía sobre los abusos sexuales que sufrió en su adolescencia por parte de su hermanastro; no parece haber acuerdo en cuanto a la fecha de su lectura, aunque probablemente es también de comienzos de esa década. “¿Soy una esnob?” fue leído en el Memoir Club mucho después el 1 de diciembre de 1936, cuatro años antes de su muerte, cuando Virginia ya había publicado todas sus obras importantes.”

Siendo la tercera la que lleva el título de esta “centella”; es curioso comprobar cómo Woolf planteó el posible tema y su indecisión inicial:

“Yo misma podría ser, entonces, el tema de esta charla; pero se plantean ciertos inconvenientes. Este tema único ocuparía tantos volúmenes que aquellos de los presentes que aún conservan el pelo, aquellos cuyos cabellos todavía pueden crecer, empezarían a sentir un hormigueo en los dedos de los pies antes de que hubiera terminado. Debo separar un minúsculo fragmento de un tema tan vasto;” 

Una vez entrada en faena, da una definición de esnobismo que resulta ciertamente elocuente y que resulta clarificadora además de estar de rabiosa actualidad:

“En cualquier caso, he hecho un descubrimiento. La esencia del esnobismo es la voluntad de impresionar a los demás. El esnob es una criatura de mentalidad revoloteante e inestable, tan escasamente satisfecha de su condición que, a fin de consolidarla, está siempre alardeando públicamente de títulos u honores, para que los otros crean, y le ayuden a creer, lo que él o ella realmente no cree: que es una persona importante.”

Con tal definición sí que reconoce que en algunos momentos es esnob, aunque por motivos distintos de los que podríamos llegar a imaginar:

“He llegado a la conclusión de que no soy solamente una esnob de escudos nobiliarios, sino también una esnob de salones iluminados y las fiestas de la alta sociedad.”

La conferencia estuvo muy bien llevada y resulta muy amena, a pesar de tratar de temas y personas muy afines al momento en que estaba viviendo, ese 1936 que tan lejos queda de nosotros.

Este texto se complementa perfectamente con el  ocurrente “¿Qué regalar a un esnob?” del alemán Walter Benjamin que en su primer momento exhorta sobre la dificultad de regalar algo a una persona que sufre este mal:

“Hacer un regalo a un esnob es como embarcarse en una partida de póquer. De hecho, el farol es el alma del esnobismo. Y es tan difícil como en el póquer  distinguir en ese farol el aplomo del miedo. En todos los casos, el peor error que se podría cometer consistiría en mantenerse a la defensiva preguntándose tímidamente: ¿qué tendrá que objetar a un neceser de viaje?, ¿qué dirá del modelo de pijama?, ¿qué mueca podrá hacer ante un Cointreau?”

A esta creatividad inicial le siguen una serie de recomendaciones literarias que no son demasiado conocidas en nuestro ámbito y que hacen perder un poco de interés, por quedar las referencias tan lejanas a nuestro ámbito; aun así, la brevedad del texto ahorra cualquier tono plomizo.

El resultado final de esta pequeña propuesta no desmerece la obra de la británica; lectura más que interesante para conocer un poco más a la fascinante Woolf.

Los textos provienen de la traducción de María Tabuyo y Agustín López para esta edición de “¿Soy una Esnob?” de Virginia Woolf y “¿Qué regalar a un esnob?” de Walter Benjamin  para José J. de Olañeta, Editor.

“The fabulous Beasts” by Joyce Carol Oates

fabulousEn mi afán imposible de tener todo el material publicado por la escritora norteamericana Joyce Carol Oates ( afán irrealizable, por ser tal la cantidad de libros publicados que, varios de ellos están incluso descatalogados); hoy me he acercado a una vertiente suya que desconocía: la poética.

“The Fabulous Beasts” es un libro de poemas escrito en 1975 que goza de las detallistas Ilustraciones de A.G. Smith Jr. ; se estructura en cuatro partes bien diferenciadas, que suponen elnexo de unión de los poemas.

La primera parte, “Broken Connections”, nos habla de la dificultad para comunicarse en un mundo cada vez más fragmentado. Dentro del poema homónimo hallamos la manida metáfora del teléfono para reflejar esta falta de comunicación:

“[…]He is saying, Can you hear –

As the telephone line crackles, like laughter,

then goes dead.

It is dead.

 

Nothing to do but replace the receiver,

like this.

If the line is dead it is totally dead.

There is no deadness like it […]”

Aun así, el tema es muy actual, en un mundo social en apariencia por la posibilidad de poder compartir mediante redes sociales y con todos los medios que nos sirven para comunicarnos, es paradójica la falta de relación con los demás; esta separación de lo individual con respecto al conjunto total de la sociedad es expresada desde lo pequeño. La consecuencia de lo pequeño lleva igualmente a lo grande.

Los testimonios prohibidos de la segunda parte, “Forbidden Testimonies”; ahondan en lo que está oculto en lo individual, lo que no se refleja habitualmente, llegando a ser prohibido por el resto de miembros de la sociedad o, simplemente, por la vergüenza de expresarlos. Es el caso del poema “But I love…” donde asistimos a la ansiedad ante el amor no correspondido, la amargura de la incompletitud y la frustración ante ella:

“[…] Useless, the labor on unloving

you beg him to begin

Useless, your explanations.

He does not listen.

Yes, he listens, but smiles patiently .

Because he pursues you he is defined to himself

as one who pursues you

as one in constant bitter pursuit

as one who does not listen or who listens

but smiles patiently. […]”

La tercera parte, “The Child-Martyr”, nos hace contemplar el jugueteo con la prosa de la escritora para hablar de una vidriera, aquella que contiene el niño mártir. La prosa es igualmente muy poética, más cerca del poema que de los párrafos prosaicos. Esta tercera parte es la expresión de nuestros anhelos, con poemas que reflejan nuestra separación con respecto al orden existente; gran ejemplo de esta situación es el que J.C. Oates dedica a Sylvia Plath, epítome de esta desesperación latente en nuestras vidas (“Mourning and melancholia: In Memory of Sylvia Plath”)

“[…]

Ceaseless the noise, the strangers –

Readying for enormities, we are anchored hard

We persist in our Being.

We are never known.”

 

“Persistimos en nuestra forma de ser y nunca se nos conoce”.

La cuarta parte, definitiva, “The fabulous beasts”, lleva el nombre de la antología, esas “bestias fabulosas” que representan la conjunción de espacio-tiempo; nosotros, indefensos ante el devenir de los tiempos nos refugiamos en la espera (“Waiting”), poema que cierra la antología y que supone nuestra única respuesta:

“Too many gulls to be counted.

Unrhythmic waves -inmense, shallow-

                the sucking noises never predictable.

He waits on the beach, his arms tight around his knees.

He is not a child, he sits too heavily.

 

A Canada goose flies in, the wings ungainly, noisy.

Seven mallards ride the waves

and there are innumerable sailboats, all silent.

Is this perfection?

He waits for the next wave to change everything.”

Lo arquetípico temporal, cada instante que esperamos, lo puede cambiar todo.

“Bark: Stories” de Lorrie Moore. Dark Stories

barkTengo que suponer que este libro acabará publicándose por aquí. Pero no me he podido resistir, al final lo he leído en inglés. Lorrie Moore es escritora de contrastes, de ella, y de sus propios lectores, no hay término medio entre los que la amamos sin remedio  y los que la odian sin piedad.

Hacía dieciséis años de su última y famosa recopilación de cuentos, el fabuloso “Pájaros de América”. Este “Bark: Stories” recoge ocho pequeños relatos que nos traen nuevamente el genio de la escritora, aunque en este caso estén cada vez más teñidos de pesadumbre, de amargura y falta de determinación, es un cotidiano deprimente; las historias de Moore no tienen artificios, no hay crescendos que nos lleven a un clímax final, no hay posibilidad, la mayoría de las veces, de empatizar con los personajes; sus historias son un reflejo de la vida, de lo que ocurre cada día, de rutinas que pueden llegarnos o no, pero ante las que tenemos que adoptar una cierta distancia.

La historia que abre el tomo, “Debarking”, me sorprendió por la nota de humor constante, solamente tenemos que fijarnos en la conversación que Ira mantiene con su hija Bekka; Ira está recientemente divorciado de su mujer y es uno de esos momentos que comparte con su hija:

“Bekka  shrugged and chewed. “Whatever,” she said, her new word for “You’re Welcome,” “Hello”, “Good-bye,” and “I’m only eight.” “I really just don’t want all his stuff there. Already his car blocks our car in the driveway.”

“Bummer,” said Ira, his new word for “I must remain as neutral as possible” and “Your mother’s a whore.”

“I don’t want a stepfather,” Bekka said.

“Maybe he could just live on the steps,” Ira said, and Bekka smirked, her mouth full of mozzarella.

“Besides,” she said. “I like Larry better. He’s stronger.”

“Who’s Larry?” Ira said, instead of “Bummer.”

“He’s this other dude,” Bekka said. She sometimes referred to her mother as a “dudette.” “She’s a dudette, all right,” Ira would say.

“Bummer,” said Ira now, “Big, big bummer.”

El humor, ciertamente, no es brillante, no es para sacar sonrisas, entre otras cosas porque lo que hay detrás es un fondo en el que las cosas no salen todo lo bien que uno esperaba: Ira está divorciado y su mujer se relaciona con otras personas en varias ocasiones (el juego con “dudette”  que hace su hija es el reflejo de esta situación); el uso de los eufemismos es un reflejo de su propia impotencia, es un perdedor, ni más ni menos.

Otra característica es su reflejo de la situación política en EE.UU., con el mismo tipo de humor satiriza la gestión del archiconocido George Bush, desde luego no sale bien parado:

“WAR IS NOT THE PATH TO PEACE, she read slowly aloud. Then added, “Well duh.”

WAR IS NOT THE ANSWER, She read on another. “Well that doesn’t make sense,” she said to Ira. “War is the answer,” she said. “It’s the answer to the question What’s George Bush going to do real soon?”

Esta mezcla de cotidianidad y amargura es paradigmática en el comienzo  de “The Juniper Tree”:

“The night Robin Ross was dying in the hospital, I was waiting for a man to come pick me up -a man she had once dated, months before I began dating him- and he was late an I was wondering whether his going to see her with me was even wise. Perhaps I should go alone. Her colleague ZJ had called that morning and said, “Things are bad. When she leaves the hospital, she’s not going home.”

El comienzo y el final del párrafo son demoledores, no hay nada positivo que se le pueda sacar a esa situación, en el medio, las disquisiciones que haríamos cualquier día de nuestra vida; la vida no es un “camino de rosas” y, sobre todo, está llena de indecisiones ante los grandes problemas que pueden surgir.

Esta infelicidad es más que palpable en “Paper Losses” donde vuelve a tratar el tema del divorcio, del fracaso de la pareja, y más allá, extendiéndolo, de las relaciones entre personas, más si eres mujer:

“It had been a year since Rafe had kissed her. She sort of cared and sort of didn’t. A woman had to choose her own particular unhappiness carefully. That was the only happiness in life: to choose the best unhappiness. An unwise move, good God, you could squander everything.” 

“La única felicidad (de una mujer) es poder elegir su propia infelicidad”, no hay lugar para bromas  de una historia ciertamente demoledora.

En “Referential” volvemos a encontrarnos con esta carencia de alegría que nos trae, a veces, vivir; el objetivo es conseguir tener menos dolor, por lo menos, la esperanza como única posibilidad para superar esa infelicidad, a pesar de ser etérea, se vuelve una posible respuesta:

“There he was a plumpish teenager, his arm around Pete. And there in the corner he was an infant again, held by his dignified, handsome father, whom her son did not recall because he had died so long ago. All this had to be accepted. Living did not mean one joy piled upon another. It was merely the hope for less pain, hope played like a playing card upon another hope, a wish for kindnesses and mercies to emerge like kings and queens in an unexpected change of the game. One could hold the cards oneself or not: they would land the same regardless. Tenderness did not enter except in a damaged way and by luck.”

Hasta un relato que aparenta una acción de gracias, como es “Thank you for having me” no se libra de una enfermiza falta de optimismo, reflejado especialmente en los vestidos que llevan las damas de honor:

“The bridesmaids were in pastels: one the light peach of baby aspirin; one the seafoam  green of low-dose clonazepam; the other the pale daffodil of the nest lowest close of clonazepam. What a good idea to have the look of Big Pharma at your wedding. Why hadn’t I thought of that? What hadn’t I thought of that until now?”

Que el narrador identifique los colores con un medicamento como el clonazepam que se usa para tratar trastornos de ansiedad, pánico, fobia social y hasta trastornos bipolares, desde luego, no parece una casualidad. Es el reflejo de lo más oscuro de nuestro interior, de nuestras dificultades para relacionarnos con los demás, de nuestras dudas ante lo que nos va ocurriendo.

Una telaraña de cuentos cuyas hebras se hunden en una complejidad estilística y estructural con un fondo de dolor y aflicción continua: una mezcla indigesta para muchos, un cóctel irresistible para otros.

“Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas”. Reflejo de la sociedad victoriana

estampas-de-caballeretes-y-de-parejitas--estampas-de-senoritas-9788484289708En su maravilloso afán de publicar todo lo que escribió Charles Dickens,  lo último publicado por Alba es ciertamente curioso, es importante conocer la descripción de la editorial que informa sobre la gestación de este “Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas”:

“El éxito en 1837 de Estampas de señoritas de William Caswall, un oscuro humorista que escribía con seudónimo, empujó a Charles Dickens a publicar una réplica anónima, Estampas de caballeretes (1838), dedicada a «las señoritas del Reino Unido». En ella acusaba amablemente a Caswall de cierta misoginia y se disponía a ampliar el repertorio al género masculino. En 1840, justo el día de la boda de la reina Victoria (16 de febrero), Dickens continuó el ciclo con Estampas de parejitas, preocupado por el peligro de «superpoblación» que podría acarrear el ejemplo del matrimonio real.”

En el libro en cuestión tenemos recopilados entonces las Estampas de señoritas que escribió en primer lugar Edward Caswall, coetáneo de Dickens, para a continuación poner las Estampas de caballeretes y las de parejitas. Del prefacio de Caswall podemos inferir, en su ironía, una cierta misoginia que desencadenaría la respuesta del segundo:

“A menudo hemos tenido ocasión de lamentar que, aunque en los últimos tiempos se haya consagrado tanto genio a la clasificación de los reinos animal y vegetal, se haya pasado por alto de manera total e inexplicable la clasificación de las señoritas. Y, no obstante, ¿quién dudaría de que esa hermosa parte de la creación ofrece tanta o más variedad que cualquier sistematización de la botánica publicada hasta la fecha? De hecho, la naturaleza parece haber exhibido, aquí más que en ninguna otra de sus obras, su incontrolable tendencia a desarrollarse con absoluta libertad; y, de ese modo, ha diversificado de forma bellísima la especie femenina, no solo en lo que se refiere a su inteligencia y su físico, sino incluso en cosas más importantes como los sombreros, los guantes, los chales y otras partes del vestido no menos interesantes.”

Después del prefacio dedicó varios capítulos a parodiar diferentes mujeres características; un par de ejemplos os pueden servir para haceros una idea, empezando por el de “La señorita poco agraciada”:

“En cualquier vecindario tolerable es seguro que haya cuatro o cinco especímenes de señorita poco agraciada, término con el cual nos referimos no solo a una mera falta de belleza, sino también a la apropiación y posesión, en mayor o menor grado, de cabellos rojizos, ojos saltones, dientes negros, viruela, barba y otros agradables etcéteras, que proporcionan en conjuntos a algunas de nuestras señoritas una patética figura que no es fácil olvidar.”

O el desternillante relato que tiene protagonista “La señorita frugal”:

“Hay un tipo nada infrecuente de señorita al que denominaremos “señorita frugal”. Esta hermandad parece vivir, según nuestras noticias, del aire, y de nada más. Nunca se las ve comer, y aun así son bastante  corpulentas. Hemos visto ejemplares de ochenta y noventa kilos, lo cual no está nada mal para una señorita frugal. En las cenas dejan todo en el plato, después de haber probado un bocadito apenas suficiente para un gorrión. Observad con qué delicadeza sujetan el cuchillo y el tenedor, justo por el extremo del mango, de tal manera que, aunque estuviesen dispuestas a condescender el vulgar hábito de la comida, no podrían levantar más de un gramo de peso.”

Hay que reconocer que Caswall se desenvuelve en la descripción de las mujeres tipo y tenía una chispa de humor considerable, algunos de los retratos se convierten en una sucesión de gags a cual más tronchante que nos llevan a la sonrisa y hasta la carcajada. Adolece de originalidad en los planteamientos literarios pero desde luego te hace pasar un buen rato.

Dickens, sin perder de vista la posibilidad humorística, fue más allá, buscó, como suele ser habitual en él más niveles de lectura; gracias a Caswall planeó la verdadera caracterización de una sociedad como la victoriana, completando su visión pero con su inigualable estilo,; solo tenemos que ver el comienzo de su relato de “El caballerete con inquietudes políticas”, modelado como un cuento de hadas:

“Érase una vez –no cuando los animales hablaban y los burros volaban, sino en un período más reciente de nuestra historia- un lugar donde era costumbre no hablar de política cuando había señoras presentes. Si dicha costumbre hubiese perdurado, no habríamos podido dedicar un capítulo a los caballeretes con inquietudes políticas, pues las señoritas no habrían sabido qué tipo de monstruo es un caballerete de inquietudes políticas. Pero, como esta buena costumbre, al igual que tantas otras, se ha “perdido” y nadie sabe cuándo volveremos a encontrarla, y, dado que las señoritas aficionadas a la política no son precisamente raras, y que los caballeretes con inquietudes políticas son cualquier cosa menos escasos, nos vemos obligados, en el estricto ejercicio de nuestro más responsable deber, a no descuidar esa división natural de nuestro objeto de estudio”.

Recurso que no utilizará más en esta recopilación; al contrario, para describir “La pareja que se lleva la contraria” lo hace a través de un diálogo de lo más ocurrente:

“La pareja que se lleva la contraria no se pone de acuerdo en nada que no sea llevar la contraria.

[…]

-Es increíble que me lleves así la contraria, Charlotte –dice.

-¿Llevarte la contraria? –Exclama la dama-. ¡Qué típico de ti!

-¿El qué? –pregunta bruscamente el caballero.

-Pues afirmar que te llevo la contraria –responde la dama.

-¿Es que vas a decir que no me llevas la contraria? –replica el caballero-. ¿Qué no llevas todo el día llevándome la contraria? ¿Vas a negarlo?

-No niego nada –le contradice la dama sin inmutarse-, pero por supuesto te llevaré la contraria si te equivocas.”

La capacidad creativa de un Dickens efervescente, el de los primeros años, no tiene parangón; humor, caracterización de la sociedad, impulso social, estilo inconmensurable. Todo está unido en uno de los más grandes de la literatura universal.

Mención especial las magníficas ilustraciones/grabados de la época del ya conocido Phiz, contemporáneo de los dos escritores victorianos. Una verdadera delicia visual. El aderezo necesario para pasar un rato más que entretenido.

Traducción del inglés de Miguel Temprano García para esta edición de “Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas” de Charles Dickens y Edward Caswall para Alba Clásica.

“Escenas de la vida de Londres” de Dickens. Lo cotidiano como expresión de grandeza literaria

Escenas_de_la_vida_de_Londres_por__(313)La lectura de “Escenas de la vida de Londres por “Boz” de Charles Dickens me lleva  a este post que escribí hace poco tiempo sobre el Dickens primerizo; bien podría haber aparecido en ese momento ya que, en esta recopilación de Abada Editores, nos encontramos veinticinco esbozos que puede ser la recopilación más completa traducida por estos lares. En el prólogo de esta fantástica edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza queda bien claro lo que nos podemos encontrar:

“El Londres de los Esbozos es el de los aprendices y oficinistas, de los juzgados y los periódicos, de las crónicas parlamentarias y las cenas benéficas, de los teatros, la feria de Greenwich y el circo de Astley, de los jardines públicos y de las licorerías, de los viejos coches de punto y los nuevos ómnibus. Los cinco primeros esbozos urbanos, “Los ómnibus”, “Las tiendas y los comerciantes”, “Los tribunales de justicia”, “Las casas de empeño y las tiendas de efectos navales” y “Los caballeros venidos a menos”, representarían algo nuevo en las descripciones de Londres. Ensayistas como Charles Lamb, Leigh Hunt y Washington Irving habían escrito con espíritu romántico sobre los rincones pintorescos de la ciudad; Pierce Egan en su popular Life in London (1820) había llevado a los lectores por los locales nocturnos de una forma estilizada; pero serían las dotes de observación y atención al detalle lo que permitiría a Boz reflejar las escenas de la vida diaria londinense y los hábitos de las clases menos favorecidas con asombrosa fidelidad.”

Es más que patente el reflejo de lo cotidiano gracias al realismo de descripciones, más cercano gracias a la reproducción del habla de la calle, ese cockney que causa quebraderos de cabeza en la traducción; pero lo mejor de todo es que nos encontramos al Dickens más creativo sin perder de vista las características que le harán grande, bien lo dice Miguel Ángel:

“En los Esbozos es fácil encontrar elementos que más tarde definirían el sello “dickensiano”: las situaciones absurdas, la disparidad entre los pensamientos y las acciones, o el conflicto entre la conducta natural y las convenciones sociales. Sin embargo el material del que parten –excluyendo los cuentos- viene dado por la realidad.”

En una descripción de una escena diaria podemos comprobar el estilo del escritor inglés, en plena efervescencia; tiene la maravillosa virtud de hacernos partícipe del momento; como si estuviéramos viendo la acción, cargada de elementos que suceden habitualmente, todos los días:

“Chicos de los recados con sombreros más grandes que ellos, convertidos en hombres antes de ser niños, pasan de prisa en parejas con su primer frac bien cepillado y los pantalones blancos del domingo pasado profundamente manchados de polvo y tinta. Por supuesto requiere un considerable esfuerzo mental evitar invertir parte del dinero para la comida del día en la compra de tartas rancias expuestas tentadoramente en latas empolvadas a las puertas de las pastelerías; sin embargo, la conciencia de sentirse importantes y la paga de siete chelines a la semana con la expectativa de un rápido aumento a ocho viene en su auxilio y en consecuencia inclinan sus sombreros un poco más hacia un lado y miran bajo las tocas de todas las modistillas de los sombrereros y fabricantes de corsés -¡pobres chicas!- a quienes mientras más trabajan peor les pagan, y que muy a menudo son la clase más explotada de la sociedad.” (“Las calles de día”).

Cada momento tiene su magia inherente, a pesar de estar describiendo acciones que no pasan de ser el día a día de una gran ciudad, con su aparente monotonía, hasta se puede escribir sobre el transporte público sin ser aburrido; los coches de día y los ómnibus se vuelven familiares gracias al humor de Dickens:

“Generalmente se admite que el transporte público proporciona un vasto campo para la observación y el entretenimiento. De todos los transportes públicos que se han inventado desde los tiempos del Arca de Noé –pensamos que ese es el más antiguo del que se tiene constancia- hasta la actualidad, me quedo con el ómnibus.” (“Los ómnibus”).

Buena cuenta de su capacidad humorística se pone de relieve en algo tan aparentemente falto de interés como una crónica parlamentaria; así en “Un esbozo parlamentario” el prólogo es muy sintomático de esta virtud, además de utilizar la exhortación directa al lector como recurso para aumentar la involucración:

“Esperamos que nuestros lectores no se alarmen por lo ominoso del título. Les aseguramos que no vamos a tratar de política ni tenemos la más ligera intención de ser más aburridos que de costumbre –si podemos evitarlo-. Se nos ha ocurrido que un esbozo superficial del aspecto general de “la Cámara” y las multitudes que acuden a ella la noche de un debate importante daría lugar a algún entretenimiento.”

Según avanzamos en su lectura comprobamos que, en efecto, su sátira es aún más ejemplarizante y cómica al mismo tiempo:

“El espacio principal de la Cámara y las galerías laterales están llenos de parlamentarios, unos con las piernas sobre el asiento de delante, otros con las piernas estiradas por completo en el suelo, unos saliendo, otros entrando, todos hablando, riendo, ganduleando, tosiendo, gritando de asombro preguntando o gruñendo, presentando un conglomerado de ruido y confusión imposible de encontrar en ningún otro lugar, ni tan siquiera con las excepciones de Smithfield en día de mercado o una pelea de gallos en su apogeo.”

Solamente por el proverbial esbozo “Una visita a Newgate” esta recopilación valdría la pena; prodigio de estilo y manejo de la estructura más arriesgada a medio camino del realismo más lírico sin dejar de ser social:

“La chica pertenecía a una clase –por desgracia tan extendida- cuya misma existencia debería hacer sangrar los corazones. Apenas pasada la infancia, no hacía falta más que una ojeada para descubrir que era una de esas criaturas nacidas y criadas en el abandono y el vicio, que jamás han conocido lo que es la niñez, a las que nunca se les ha enseñado a amar ni buscar la sonrisa de los padres, o temer su ceño fruncido. Los mil cariños de la infancia, su alegría e inocencia les son todos desconocidos. Han entrado en seguida en las duras responsabilidades y penurias de la vida, y después es casi inútil apelar a su mejor naturaleza con las referencias que despiertan, aunque sea solo durante un instante, algún buen sentimiento en el pecho de cualquiera, por más corrupto que haya llegado a estar.”

Red Christmas giftEntrando por momentos en el territorio del sueño para volver a la crónica:

“Sigue un periodo de inconsciencia. Se despierta, aterido y consternado. La mortecina luz gris de la mañana se cuela en la celda y cae sobre la figura del carcelero de guardia. Confuso por los sueños, salta del camastro dudando por un instante. Pero solo es un instante. Todos y cada uno de los objetos de la estrecha celda son demasiado terriblemente reales como para dar lugar a duda o error. Vuelve a ser el reo condenado de nuevo, culpable y desesperado; y en dos horas más estará muerto.”

Todo ello acompañado, además, por los magníficos grabados de la época de George CruikShank, que componen una indisoluble unión de mucha calidad.

Los textos provienen de la traducción y edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza para Abada Editores.

Bis Dickensiano: “La navidad cuando dejamos de ser niños” es una recopilación de cuentos navideños, o que se relacionan con lo navideño y que el mismo Dickens escribió entre 1851 y 1853, ya alejado de sus cuentos más conocidos. Tanto el cuento homónimo como los otros cuatro guardan una calidad media que  nos retrotraen a esa época a la que tanto valor daba el británico. Especialmente hermoso resulta “El cuento del pariente pobre” donde juega nuevamente con la imaginación como elemento alienador a la hora de sobrevivir:

“Ese es mi castillo, y esas son las circunstancias reales de vida allí. A veces llevo al pequeño Frank conmigo. Mis nietos lo reciben con alegría, y juegan juntos. En esta época del año, Navidad y Año Nuevo, rara vez salgo de mi Castillo. Pues los recuerdos de estos días parecen retenerme allí, y sus preceptos parecen enseñarme que es bueno estar en él.

-Y el castillo está… -empezó a decir la voz grave y armoniosa de uno de los presentes. […]

-¡Mi castillo está en el aire! He llegado al final. ¿Tendría la amabilidad de contar su historia el siguiente?”

El verdadero valor de la Navidad tal y como entendía Dickens tenía que ver con lo social, con el amor fraterno, sobre todo de los que no están en buenas relaciones:

“Nuestra marcha, la de los más orgullosos lleva el camino polvoriento por el que ellos avanzan. ¡Ay! Acordémonos de ellos este año al calor del fuego navideño, y no los olvidemos cuando este se extinga.”

cover silverman.cdrTextos de la traducción de Marta Salís de “La Navidad cuando dejamos de ser niños” para Alba Brevis

Segundo Bis Dickensiano: “La declaración de George Silverman”, cuento corto de un Dickens ya en su madurez que nos trae la curiosa historia de uno de esos pequeños inadaptados, un relato de formación que comienza en la nada más absoluta:

“Hasta entonces no había tenido la más ligera idea de lo que era el deber. Tampoco había tenido conocimiento de que existiera nada hermoso en esta vida. Cuando en alguna ocasión había trepado por las escaleras del sótano hasta la calle y había mirado los escaparates, lo había hecho sin un ánimo superior al que le suponemos a un cachorro sarnoso o a un lobezno. Igual que nunca había estado a solas, en el sentido de mantener una conversación altruista conmigo mismo. Muy a menudo estaba solo, pero nada más.”

Y que avanza a través de la vida eclesiástica:

“Al saberme incapacitado para la ruidosa agitación de la vida social, pero creyéndome cualificado para cumplir mi deber de una forma ponderada, aunque con esfuerzo, en el caso de obtener algún nombramiento poco importante en la Iglesia, me dediqué a la carrera eclesiástica.”

Descubriendo igualmente lo malo que puede ser todo, pero encontrando también amor en un camino lleno de dolor; una pequeña gran historia aderezada con las iconoclastas y vivaces ilustraciones de Ricardo Cavolo.

Los textos son de la traducción de Elena García Paredes para esta edición de Periférica

“La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf. Alrededor de la Señora Dalloway.

lafiestadallowayDe la nota de edición de Lumen al libro podemos leer:

“Los siete relatos que componen La fiesta de la señora Dalloway son el complemento ideal de la novela, pues Virginia Woolf los escribió en el período comprendido entre 1922 y 1927, así que, de alguna manera, estos textos rodean y acompañan a La señora Dalloway, que se publicó en 1925.

Dos de ellos sirven de introducción a lo que luego será el evento, y otros se acercan a los personajes secundarios para enfocarlos mejor, mirar de cerca vestidos y chalecos, y dedicarles una atención que quizá no cabía en las páginas de la novela. Finalmente hay algunos que sirven de epílogo, como si la autora no quisiera abandonar del todo a sus criaturas y tuviera ganas de seguir disfrutando de ese momento tan peculiar, cargado de tensión y brío: una copa más, otro chisme pillado al vuelo, un último repaso a los volantes de un vestido antes de que las luces se apaguen y cada cual vuelva a ser lo que buenamente pueda.”

Tengo que reconocer que el enfoque que ha dado Lumen a la obra no me ha gustado nada de nada, de hecho el prólogo de Bimba Bosé no es lo que esperaba para empezar a leer estos relatos de Woolf; por mucho que a la británica le gustaran las “parties” no creo que centrar todo el libro en lo relacionado con la moda, cómo visten, etc… sea precisamente la manera de encauzar a esta escritora. Obviando este hecho, lo más interesante es leer estos textos relacionados con “La señora Dalloway”, ahí está la verdadera magia del asunto, volvemos a encontrar sus personajes, un microuniverso que catapultó a la escritora al Olimpo modernista y literario.

De hecho el primero de los relatos, “La señora Dalloway en Bond Street”, nos trae precisamente a la protagonista que reflexiona sobre lo literario y sobre el pasado, paradoja ciertamente interesante, ya que Virginia abogó por el avance, como estandarte del modernismo, luchando por las nuevas formas de entender la creación literaria (no olvidemos su encarnizada lucha con Arnold Benett, epítome de la tradición decimonónica):

“¡Se había casado con él por eso! ¡No había leído a Shakespeare! Tenía que haber algún libro barato que pudiera comprar para Milly, ¡ya está, Cranford! ¿Había algo más gracioso que esa vaca en enaguas? Ojalá la gente tuviera ahora esa clase de humor, esa clase de dignidad, pensó Clarissa al recordar las amplias páginas; las frases que tenían un final; los personajes, de los que se hablaba como si fueran reales. Para todas las cosas grandes hay que remitirse al pasado, se dijo.”

Sin embargo, en “El hombre que amaba al prójimo” sí que encontramos algo más acorde a su pensamiento considerando a los Shakespeare, Dickens… como lujos en un tiempo de problemas, de crisis… casi como el tiempo actual, perfectamente extrapolable.

“Le habría gustado releer a algunos de sus autores preferidos –Shakespeare, Dickens-, habría deseado tener tiempo para ir a la National Gallery, pero no podía, no, era imposible. Era de verdad imposible, con el mundo en la situación en que se encontraba. Cuando todo el día la gente solicitaba su ayuda, casi la pedía a gritos. No era momento para lujos.”

Woolf fue una personalidad inherentemente contradictoria, buena prueba de esta personalidad está incluida en sus obras, y estas narraciones cortas no son menos, del mismo cuento podemos comprobarlo en la dicotomía amor-odio:

“-Me temo que soy una de esas personas muy corrientes que aman al prójimo –dijo él poniéndose en pie.

A lo que la señorita O’Keefe casi gritó:

-También yo.

Odiándose el uno al otro, odiando a toda la gente que llenaba la casa y que les había proporcionado esa velada penosa, decepcionante, los dos amantes del prójimo se levantaron y, sin mediar palabra, se separaron para siempre.”

Su personalidad maníaco depresiva  es más que patente en “Juntos y separados”:

“De todas las cosas, nada es tan extraño como el trato humano, se dijo, debido a sus cambios, a su extraordinaria irracionalidad, pues su antipatía no distaba ahora del amor más intenso y arrebatado, y al instante le vino a la imaginación la palabra “amor” y la rechazó pensando de nuevo en lo oscura que era la mente, con sus poquísimas palabras para designar todas esas percepciones asombrosas, esas alternancias de dolor y placer. “

El trato humano le resultaba ajeno, oscuro; el juego de contrarios amor-razón fue uno de los ejes de su vida, como amor-odio o dolor-placer. Esta inestabilidad literaria era un total reflejo de su vida. Su literatura nos recuerda esto, pero también nos retrotrae a otra época, a una época de fiestas donde cualquier detalle cuenta, y lo más pequeño puede volverse relevante. Es imprescindible leer a Woolf, por lo menos por todo lo que nos puede hacer pensar. Eso, en mi opinión, siempre es estimulante.

Traducción del inglés de Ramón Gil Novales  de  “La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf para Lumen

Ilustraciones de la nacida rusa, nacionalizada estadounidense Yelena Bryksenkova

“Relatos londinenses” y “Paseos nocturnos” de Charles Dickens. Londres como personaje

relatoslondinensesCharles Dickens (1812-1870), a los 20 años,  era un joven periodista con toda la energía de que hacen gala los jóvenes a su edad. Fruto de su colaboración con el Morning Chronicle como periodista parlamentario y gracias a sus viajes para cubrir esos eventos políticos, surgieron los “Sketches by Boz”, pequeños bocetos más cercanos al ensayo donde se dedicaba a relatar escenas cotidianas de la vida en Londres. Boz era el pseudónimo con el que los escribió (rara abreviatura que provenía del nombre con que su padre llamaba a su hermano menor Augustus, Moses, que derivó en Boses y ya luego Boz) y, desgraciadamente, nunca han sido editados al completo en castellano, pero sí hay varias recopilaciones que van intentando realizar esta labor. Hoy vengo con dos de ellas que reflejan varios de estos relatos.

El primero es “Relatos londinenses” editado por Gadir, en el prólogo de dicha recopilación encontramos el sentido de ellos y su hilo conductor:

“La pequeña selección de textos que aquí se presenta tiene como hilo conductor al Londres que tanto inspiró a Dickens, probablemente el autor que más se ha identificado con la ciudad. Se trata de textos de diversa procedencia y naturaleza, cuya lectura nos acerca al Londres que conoció Dickens y a su forma de ver la ciudad. Una ciudad encantadora en la pluma de Dickens, y de abruptos contrastes, en la que cabe encontrar la grandeza de la capital del Imperio junto a miserias de todo tipo.”

Dickens es capaz de describir Londres con toda su intensidad poética pero sin olvidar tanto los detalles que la hacen grande como aquellos que reflejan sus miserias; es fascinante cómo, a través de la presencia del Big Ben y su sonido es posible definir una ciudad, como en “El corazón de Londres”:

“Me senté frente a él y, oyendo su voz regular e inalterable, esa profunda nota constante, preponderante entre todo el ruido y alboroto de las calles de abajo, que indicaba que, aumentase o decreciese el tumulto, continuara o se detuviera, fuese noche o mediodía, mañana u hoy, este año o el siguiente, aún seguía desempeñando sus funciones con la misma  sorda constancia, regulando el progreso de la vida a su alrededor, descendió sobre mí la fantasía de que aquel era el corazón de Londres y que, cuando cesara de latir, la ciudad dejaría de existir.”

O a través de sus “Tascas”, con un reflejo, marca de la casa, de los problemas que viven sus ciudadanos:

“La ginebra es un gran mal en Inglaterra, pero la desgracia y la suciedad lo son más, y hasta que no mejoren ustedes los hogares de los pobres o persuadan a un desgraciado medio muerto de hambre de que no busque alivio en el olvido temporal de su propia desgracia con la miseria que, dividida entre su familia proporcionaría un mendrugo de pan a cada uno, las tascas crecerán en número y esplendor. Si las Sociedades por la templanza sugiriesen un antídoto contra el hambre, la inmundicia y el aire viciado, o si pudieran establecer dispensarios para la distribución gratuita de botellas de agua del Leteo, los palacios de la ginebra se contarían entre las cosas del pasado.”

paseos-nocturnos_medCuriosamente el volumen termina con el relato que comienza el siguiente libro en el que se recopilan algunos de estos bocetos y que es homónimo: “Paseos Nocturnos” editado por Taurus. Este el problema de que ninguna editorial se haya decidido, dos de los ensayos han sido repetidos por Taurus.

Esta selección funciona igualmente a la maravilla por la calidad de los textos del británico, como de costumbre, en ese relato inicial nos encontramos el relato de las peripecias nocturnas de un Dickens insomne y que nos descubre la ciudad a través de su fauna nocturna:

“Yo, de haberlo querido, sabía perfectamente en qué lugares podía encontrar al vio a la desgracia en todas sus formas; pero el vicio y la desgracia se ocultaban a la vista, y mi condición de persona sin hogar disponía de millas y millas de calles en las que podía ir y venir solitaria y a su gusto. Y eso era lo que yo hacía.”

No falta la crítica social y en “El asilo de Wapping” los “cristianos” menos coherentes tienen su parte de culpa:

“¡Sí, amigo mío cristiano que vas elegantemente vestido; habría sido mejor, mucho mejor, no recurrir a los niños cantores y dejar que la multitud cantase por sus propias bocas! Quizá vos sepáis más que yo, pero creo haber leído que hubo tiempos en que se hacía eso y que hubo Alguien (que no vestía ropas elegantes) que “después que ellos cantaron un himno” se dirigió desde allí al monte de los Olivos.”

La situación de los pobres y del empleo peligroso y mal pagado aparece en “Una estrellita en el oriente”:

“Dijo que bastaba el olor que reinaba dentro de la fábrica para hacer caer a una desmayada; pero ella volvería para que la admitiesen. ¿Qué podía hacer? Mejor era que le saliesen a una úlceras y le acometiese la parálisis ganando, mientras había posibilidad, ocho peniques al día que ver a sus hijos pasar hambre.”

El estado tampoco se libra de la censura dickensiana, en “Comerciando con la muerte” donde comenta jocosamente ante la celebración de “unos solemnes funerales oficiales en honor del difunto duque de Wellington”:

“Dejamos muy seriamente constancia ante nuestros lectores de que ninguna clase de honor hay ni puede haber en semejante resurrección de una costumbre; de que cuanto más auténticamente grande sea el hombre, más auténticamente pequeña es la ceremonia; y de que, desde el principio hasta el fin, se ha dado con esto un pernicioso ejemplo y aliento a la desmoralizadora costumbre de comerciar con la muerte.”

En estas microestampas de Londres nos encontramos ya al mejor Dickens, en estos pequeños ensayos se refleja lo que es la ciudad a través de escenas cotidianas que contienen una viveza insuperable a pesar de lo temprano de su edad; si a eso unimos la carga lírico poética inherente en la escritura del gran escritor inglés y su crítica social de fondo a las situaciones que viven los desfavorecidos o a los estamentos más privilegiados, nos encontramos con unas lecturas de una calidad inmensa y que deberían estar recopiladas en un suculento volumen.  Espero que alguna editorial acometa tan magna tarea en no poco tiempo.

Traducción del inglés de Celia Recarey Rendo y Carlos Valdés García de “Relatos londinenses” de Charles Dickens para Gadir.

Traducción del inglés de José Méndez Herrera de “Paseos Nocturnos” de Charles Dickens para Taurus

“Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates. La génesis de una gran escritora

un-jardin-placeres-terrenales_grandeCuando empecé con “Un jardín de placeres terrenales” no me fijé demasiado en el título ni en la portada del libro; para nada, mi referencia era la escritora,  Joyce Carol Oates, a quien conocía bastante bien; lo segundo que tenía en cuenta era empezar a conocer desde sus inicios a la norteamericana con todos sus libros incluidos en Mi proyecto literario (que si habéis comprobado, lo he alargado un año más, con tanto libro es imposible llegar a leerlos todos en tres años).

Al ser un libro extenso, y llevarlo encima varios días, varias personas me comentaron algo de lo que no era consciente: lo posiblemente “rosa” , reforzado, además, por la portada glamurosa; y claro, el comentario unánime era que no me pegaba; lo curioso es que lo acaba de leer este párrafo cargado de violencia:

“Notó cómo la hoja fina y afilada le atravesaba la ropa, la rasgaba, la levantaba, la hundía, y Rafe seguía sin soltarle. Rafe trató de agarrarse a él, cogió aire, emitiendo un sonido lánguido de estremecimiento y Carleton empezó a sollozar intentando liberarse, ahora le rajó con la cuchilla resbaladiza en la parte de atrás del cuello de Rafe, donde la carne es tierna, donde su propia carne ardía y latía por un sarpullido extraño de la piel y Rafe le agarró de la cabeza con las dos manos, con los pulgares en los ojos queriendo arrancárselos, y ahora era Carleton el que aullaba “¡Para,para!” y la hoja de la navaja se sumergió, dando de nuevo en el hueso y lo atravesó, lo hundió; le apuñaló, sin encontrar ahora resistencia alguna en el grueso del hombre, que cayó, inclinado hacia atrás de modo que parecía que Carleton pudiera estar golpeando a su amigo con tan solo una mano, con el puño, en un gesto de afectuosidad fraternal. Y al final Rafe le soltó y cayó al suelo.”

Me fascina tremendamente la capacidad que tiene Joyce para describir este tipo de momentos en sus libros. O este otro párrafo:

“En los campos, la gente descuida su aspecto, la mayoría. Nadie te mira, o le importa un bledo, por lo que a veces acabas hablando contigo mismo, entrecerrando los ojos, reviviendo viejas peleas o altercados, y a veces buenos momentos también, si puedes recordar buenos momentos, y escupir sobre la tierra. Son pensamientos que zumban por tu mente, como las moscas gordas y negras que revolotean sobre espirales de excrementos humanos en la parte trasera de los campos, en el pequeño bosque de pinos secos, el lugar donde tienes que ir si te entran ganas de defecar. Y el capataz que se fija en cómo te alejas del campo por si vagueas.”

El reflejo de la sociedad rural norteamericana en los tiempos posteriores a la Gran Depresión es descrito con crudeza, más enmarcado en la tradición realista que lo que hará posteriormente con experimentos de corte más postmodernista; la paradoja entre el contenido y el continente era más que evidente en esta ocasión, tanto para mí como para la editorial, la dicotomía de la belleza-crudeza realista es palpable según pasas las páginas.

Sin embargo, hay otro giro a esta percepción, y tiene que ver con el magnífico postfacio de la escritora a esta obra donde llega a afirmar que, a pesar de lo raro que pueda ser, existe una añoranza asociada a esta época cargada de tintes autobiográficos; en este postfacio aborda conceptos relacionados con la creación literaria, sobre el momento inicial en el que se gesta un escritor, que vale la pena comentar,: el primero, la envida del autor hacia esos primeros tiempos:

“Sobre todo son las primeras obras, motivadas por ese calor blanco, las que con el paso de los años le resultan más misteriosas por sus orígenes a un escritor, rebosantes de la energía de la juventud que aún no se ha rendido y a su vez atormentadas, o quizá muy conscientes respecto a cómo una obra de arte ambiciosa será recibida por otros. Todos los escritores repasan sus primeras creaciones con envidia, incluso con admiración: cuánta energía rebosábamos entonces, habiendo vivido tan poco.”

El segundo está relacionado con el objetivo por el cual se escribe (la metáfora del nido resulta muy efectiva a tal efecto):

“Pero claro, un trabajo literario es una especie de nido: un nido cuidadosa y arduamente tejido de palabras que incorpora trozos y fragmentos de la vida del escritor dentro de una estructura imaginada, de la misma manera que el nido de un pájaro incluye todo tipo de cosas del mundo que existe más allá de nuestras ventanas, y en él se entretejen de forma ingeniosa. Para muchos de nosotros escribir es una forma de aliviar, aunque también quizá una manera de echar leña a la añoranza del hogar. Escribimos para monumentalizar lo que es pasado, lo que está empezando a ser pasado, y todo aquello que pronto desaparecerá de la tierra.”

Es curioso cómo el libro lo estructura en tres partes diferenciadas, con los nombres de tres hombres en ellas: Carleton, Lowry y Swan. Y digo esto porque, en realidad, la verdadera protagonista es Clara, Hija de Carleton, novia de Lowry y madre de Swan. A pesar de desviar esta perspectiva, Clara brilla con luz propia, un carácter cargado de violencia y que nunca ha conocido la niñez propiamente dicha:

“-¿Cuántos años tienes, joder?

-No me acuerdo. Dieciocho.

-No, solo eres una niña.

[…]

-No soy una niña –dijo con ira-. Nunca lo he sido.”

Es Clara la que tendrá que elegir entre la febril efervescencia del simpático Lowry (“Paraban en algunos lugares a lo largo de la carretera. Pequeños restaurantes, tabernas. Al entrar en estos sitios, parecía como si siempre reconociesen a Lowry; si no su cara y su nombre, a Lowry en sí mismo. Por el modo en el que sonreía, sabía que la gente le devolvía la sonrisa, sabía que estaban contentos de ver su sonrisa y no otra cosa.”) o la sobriedad y seguridad del gris pero sólido Revere (“Revere la miró solemne. Si Curt Revere fuera un naipe, Clara pensó, sería uno de los reyes. Con una pesada mandíbula, inclinado hacia la reflexión. No inquieto, sexy y traidor como las sotas. Solías pensar que el rey de espadas era más fuerte que la sota de espadas, pero no era así. Tener tanto, conocer tanto, desgastaba el alma, ya que sabías que podías perderlo todo.”).

Su vida, desgraciadamente, tendrá las consecuencias que sus elecciones ocasionan, estas serán palpables en su hijo Steven, al que ella llama Swan (Cisne):

“Y también sabía en qué tipo de hombre se convertiría cuando creciera: no sería como Revere, tan bondadoso, sino otra clase de persona. No alguien amable, sino de mirada afilada como Clara. Aquel otro hombre tenía una cara que Swan casi podía recordar, y quizá en sueños lograría verla. No tenía prisa, las cosas sucederían como debían. Se convertiría en lo que otros quisieran, sin poder elegir. Revere era su padre, y querría a su padre, aunque su  verdadero padre fuera otro. Ese era el secreto de Clara y de él: moriría con aquel secreto. Ahora comprendió algo acerca del sol cegador y centelleante. No había palabras, no había lógica. Solo el calor, y la terrible luz cegadora.”

Swan, progresivamente, se dará cuenta de que no todo es lo que parece, más bien, todo lo que ve le repugna por su falsedad y, aunque al principio, como niño, sea capaz de compartirlo con su madre:

“Había tantas cosas a su alrededor, que había dejado de contarlas. No tenía dedos suficientes en las manos. ¡Ni siquiera si contaba también los dedos de los pies! Cuando era más pequeño, casi un bebé, Clara y él se reían de cosas como esas, de contar los dedos de las manos y de los pies. Pero ya no era un bebé.”

Según pasa su vida, habrá una separación materno-filial que no tendrá reconciliación, en la voz de Swan encontramos palabras durísimas, las mismas que su madre tuvo anteriormente en su vida; su madre, a pesar de que no quería que su hijo tuviera su misma vida, fracasa estrepitosamente:

“Por primera vez en toda su vida, Swan no compartió con su madre el estado de ánimo. Había encendido la luz de la habitación, sin importarle que eso pudiese molestar a sus ojos, y Swan se tapó la cara con el brazo. “Te odio, eres una zorra.” Le hubiese gustado castigarla, y llamarla de esa manera era un castigo, aunque ella no pudiera escucharlo. Incluso aunque no lo supiera jamás.”

El final, profundamente desmotivador, está cargado de violencia, no puede ser de otra manera:

“Temblaba, se preparaba para saltar sobre él. Usaría sus uñas. Le arañaría, le golpearía. La estaba atacando como hacían los niños crueles con los más débiles.

-No no vas a disparar. Ni a mí ni a nadie. ¿Crees que puedes matar a tu propia madre? No puedes, no puedes apretar el gatillo. Eres débil, no te pareces en nada a tu padre, ni a tu abuelo, en el fondo de mi corazón sé perfectamente cómo eres, Steven Revere.

Swan levantó la pistola, a ciegas. El rugido en sus oídos era ensordecedor y aun así se mantenía tranquilo, había tomado una determinación.”

A pesar de lo que podemos pensar, la novela no trata de víctimas, en el postfacio que mencionaba la autora lo dice muy claro, ; en efecto, quería tratar temas que, en esa época, no eran ni siquiera castigados y se veían con normalidad; pero buscaba el reflejo de una sociedad, sí, la autodefinición, cómo se hace a sí mismo, ni más ni menos que el “sueño americano”:

“Aunque actualmente términos como “víctimas de abuso”  o “supervivientes de abusos” pueden parecer clichés, no existían en los tiempos de “Un Jardín…”, de hecho era habitual que muchos hombres siguiesen siendo moral y legalmente inocentes aun cuando daban palizas a sus mujeres  y sus familias; y aunque el acoso sexual, el abuso sexual y la violación eran habituales, no lo era, sin embargo, la terminología para definirlos, y rara vez se denunciaba, y todavía era más extraño que la policía se lo tomara en serio.” “Un jardín…” es un reflejo de ese mundo, pero no se trata de una novela sobre víctimas, sino sobre cómo los individuos se definen a sí mismos y se hacen a la vez “americanos”, es decir, todo menos víctimas.

Una vez acabada esta increíble primera parte del Wonderland Quartet,  busqué los siguientes sin mucho éxito en español, siento decir que las próximas entregas (“Expensive People”, “Them” y “Wonderland”) llegarán con textos en inglés…. No puedo perderme nada de ella.

Traducción del inglés de Cora Tiedra de “Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates para Punto de lectura.

“Jugadores” de Don Delillo. La obsesión de Delillo por reflejar la época en la que vivimos.

jugadoresLa tormenta lectora que tuve el mes anterior ha tenido sus consecuencias; una de ellas ha sido el retraso “ad infinitum” de algunas reseñas, en particular de este “Jugadores” de Don Delillo, alentado indudablemente por el hecho de no ser precisamente una de las obras fundamentales del autor. Aun así, no quería dejar pasar el momento de comentar alguna de las ideas más interesantes que aparecen:

1º El zapping televisivo como elemento de alienación primordial de nuestra sociedad; resaltando el carácter alucinógeno-repetitivo de lo que vemos en ella y cómo influencia nuestra manera de percibir el tiempo:

“Lyle pasaba el tiempo viendo la televisión. Sentado en la penumbra a poco más de medio metro de la pantalla, cambiaba de canal cada medio minuto poco más o menos, a veces con frecuencia mucho más alta. No buscaba algo que pudiera suscitar y mantener su interés. No se trataba de eso. Simplemente disfrutaba con el destello de cada nueva imagen. Exploraba el contenido solo hasta cierto punto. El deleite entre táctil y visual que le procuraba cambiar de canales era aún mayor, y transformaba incluso los momentáneos contenidos aparecidos al azar en plácidas abstracciones territoriales. Ver televisión era para Lyle una disciplina como las matemáticas o el zen. Los anuncios, los cortes de emisión, los programas en español daban de sí mucho más, por norma, que la programación al uso. La naturaleza reiterativa de los anuncios le interesaba. Ver muchas veces idénticas secuencias era una prueba de fuego para sus recursos oculares, para su capacidad de seleccionar, de fraccionar el tiempo y subdividir cada instante. Rara vez ponía el sonido.”

2º La percepción (ya manifiesta en la década de 1970) de que nuestro ombliguismo nos aisla cada día más de un mundo construido en una continua negación:

“-¿De qué me estás hablando? –dijo Lyle.

-Del mundo exterior.

-Ah, ¿todavía sigue ahí? Creí que lo habíamos negado con absoluta eficacia. Creí que ese era el resultado final.”

3º El sexo puede ser descrito sin abusar de los lugares comunes; Gaddis, Pynchon… y ahora Delillo, se unen a este selecto club:

“Conocían las imágenes cambiantes de la similitud física. Era un vínculo tácito, parte de su conciencia compartida, el silencio minado entre personas que viven juntas. Acurrucado cada cual en las extremidades y siluetas del otro, parecían repetibles, células hijas de alguna división muy precisa. Sus lenguas derivaron sobre carne más húmeda. Este presentimiento de lo húmedo, una intuición de la naturaleza sumergida, fue lo que puso a cien uno con otro, a mordiscos, a arañazos de ansia. A él le supo a vinagre el pelo alborotado de ella. Se separaron un momento, se tocaron desde una distancia calculada, se sondearon introspectivamente, un intercambio complejo. Él se levantó de la cama para apagar el aire acondicionado y subir la ventana.  La velada se había recargado de fragancias. Atronaba encima de ellos. Lo mejor del verano eran esas tormentas que llenan una habitación, casi medicinalmente, de climatología, de luz variable.”

“Jugadores” es uno de los mejores ejemplos de presagio del terrorismo y, en particular, de los atentados del 11S sin habérselo propuesto; la fuerza de las metáfora del World Trade Center que usa Delillo refuerzan lo ocurrido posteriormente y su importancia:

“En la planta 83 de la torre norte, Pammy se las ingenió para pasar el tiempo ideando una pregunta que formular a Ethan Segal. Si los ascensores del World Trade Center eran sitios, tal como ella creía que lo eran, y si los vestíbulos eran meros espacios, como ella también creía, ¿qué era entonces el World Trade Center en sí? ¿Una condición, un acontecimiento, un suceso físico, una circunstancia existente y dada de antemano, una presencia, un estado, un conjunto de invariables?”

5º La importancia de la tecnología, fundamentada en lo electrónico, como verdadero sostén de una realidad deshumanizada.

“-Reciben amenazas. Están al tanto. Hay vigilantes a cada paso. Pero matar a alguien en el parqué… Nos vino dado. Sabíamos que algo íbamos a hacer. Rafael quería trastocar ese sistema, la idea del dinero mundial. Ese es el sistema que, según creemos, encierra su poder secreto. Es algo que flota sobre el parqué. Corrientes de vida invisible. Ese es el centro de su existencia. El sistema electrónico. Las olas, las cargas de uno u otro signo. Los números verdes en la pantalla. Eso es lo que mi hermano llama su manera de continuar, de seguir a pesar de la carne podrida, su prueba más íntima de la inmortalidad. No es por el grueso de ese dinero, tantísimo dinero, una montonera de dinero. Es el sistema en sí, la corriente.”

6º La realidad fragmentada es la que nos da estabilidad; esta descomposición en partes con sentido da sentido a una realidad caótica:

“Le resumió lo ocurrido en frases cortas, meros enunciados. Pareció  servir de ayuda el descomponer la historia en segmentos coherentes. Suavizó el tormento surreal, la sensación de aberración. Oír la secuencia reafirmada de manera inteligible le supo en ese momento a algo más que a mero consuelo. Le aportó un punto focal, un punto diferenciado y nítido, en el que las cosas concebiblemente pudieran desvanecerse al cabo de un rato, caos y divergencias, enemigos de Dios.”

7º La poca fiabilidad del lenguaje como transmisor de ideas:

“Caminó bajo una marquesina de un albergue para vagabundos. Decía: TRANSITORIOS. Algo en esa palabra la confundió. Adquiría una tonalidad abstracta, como sucedía con las palabras en su experiencia (aunque no a menudo), si subsistían en su mente en calidad de unidades de lenguaje que misteriosamente se habían evadido de toda responsabilidad. Trans-isterias. Lo que transmitía no podía traducirse en palabras. El valor funcional se había deslizado fuera de la corteza, se había volatilizado.”

Me han salido más cosas de las que me esperaba… Quizá no estaba tan mal el libro.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Miguel Martínez Lage de “Jugadores” de Don Delillo en Seix Barral.

“Deudas y Dolores” de Philip Roth. El final de un camino es el comienzo de otro.

P86631A.jpg“Deudas y Dolores” sí que puede ser considerada la primera novela de Philip Roth; al fin y al cabo, “Goodbye Columbus” era una antología de historias cortas, y nos encontramos ya con varios de los temas que continuarán durante toda su obra; lo curioso es que, para ser  una novela que escribió en 1962, demuestra ser una obra madura y un buen exponente del gran Roth, del coloso de las letras norteamericano.

Ambientada en los años 50 en EE.UU., Roth escoge como gran protagonista y narrador a Gabe Wallach; aunque cambie de punto de vista y focalización en otras ocasiones para representar la vida de Paul y Libby o de Martha Reganhart, el verdadero eje y observador es Gabe que le sirve para representar en todo su esplendor una época difícil, sobre todo, por las patentes restricciones de tipo social.

En Wallach Roth epitomiza la lucha interior del intelecto y lo sentimental; el libro se abre precisamente por una carta que le ha dejado escrita su madre recién fallecida y que dará un vuelco completo a la percepción que tenía de su vida hasta entonces:

“La muerte lo trastornó todo. Cuando murió mi madre en 1952, resultó evidente que por aquel entonces no se consagraba menos a ayudar a mi padre, para que mantuviera su equilibrio en el mundo, de lo que lo hiciera en 1942; que él no pudiera mantenerse en equilibrio por sí solo había sido la causa de gran parte de la aflicción que ella prefería no exteriorizar. Inmediatamente después de su muerte, culpé a mi padre de haber sido indigno de ella. Pero entonces recibí su carta y, pese a lo desolado que me sentía, pese a lo sobrecogido que estaba por las circunstancias en que la escribió, la confesión que contenía me obligó a aceptar una verdad que yo mismo me había negado a ver. Mi madre había sido una persona tan atractiva que me había resultado difícil juzgarla mientras vivía, pero, una vez muerta, llegó a parecerme una especie de mala de la película, y cuando abandoné el ejército estaba dispuesto a creer que era ella quien había arruinado la vida de mi padre.”

De pensar que su padre era una persona indeseable todo se volverá del revés, demostrando que su madre era la que había en realidad arruinado sus vidas;  se refugiará entonces, abandonando lo intelectual, en una vida más sentimental; Gabe representa claramente la confusión de no saber cuál es su verdadera identidad, un desbalanceo que le hará cometer errores y que se desarrollará según pasen las páginas:

“Cree ser mejor de lo que cuanto ha hecho en la vida le ha enseñado a ser. A menudo, cuando se separa de amigos y conocidos, sospecha que su comportamiento ha sido reprobable; lo que haya sucedido o no, en realidad, altera muy poco su actitud hacia sí mismo. Sufre el malestar de muchos hombres jóvenes saludables pero vulgares: no sabe muy bien qué hacer consigo mismo. Aunque también está sujeto a sufrir depresiones, pesadillas y melancolía, no puede disfrutar a fondo de nada de eso (y por lo tanto percibe su auténtico y trágico valor), debido a una duda insistente: piensa que es muy afortunado y debería estar agradecido y callarse.”

Teniendo en cuenta las acusaciones de misoginia que ha recibido frecuentemente a lo largo de su carrera literaria sorprende bastante encontrar tres mujeres tan poderosas y con  tanta personalidad en sus páginas; por un lado tenemos el caso de Martha Reganhart que se convertirá en la pareja de Gabe y con la que se establece un conflicto de clase, ya que es una divorciada  que intenta sacar a sus hijos adelante y que no ha gozado de una vida que ella consideraría “normal”:

“Al principio su inmovilidad se debía tan solo que deseaba volver a Hildreth’s y tomar una última taza de café. Pero entonces reparó en que quería que él se llevara a sus hijos, pero no solo al otro lado de la calle, sino tan lejos como le viniera en gana. Quería que los tres siguieran caminando y desaparecieran de su vida. Quería ser tan insensata como una universitaria de segundo curso. Quería tener una cita con alguien que se la llevara en el coche de su padre. Lo que deseaba era recuperar aquellos años desaparecidos. Jamás había gozado del sencillo placer de sentirse como una veinteañera. Un día había tenido diecinueve años; al día siguiente tendría treinta. Por un momento quiso que el tiempo se detuviera.”

Martha, que tuvo que madurar demasiado rápidamente, no busca más que alguien que la haga sentir especial, debido al bagaje que ha tenido que soportar; de ahí que le diga a Gabe:

“-No se trata de matrimonio ¿sabes? No tienes que pensar en eso… nadie ha de casarse conmigo. ¿Comprendes? Nadie ha tenido jamás que sentir la obligación de casarse conmigo. Por favor, no te preocupes por mis pequeños, no hay ningún problema con ellos. Solo yo debo preocuparme por ellos. Nadie tiene que quitármelos de las manos, Gabe. No necesito un marido, cariño… solo un amante, Gabe, solo alguien que pura y simplemente me quiera.”

En una durísima escena, Martha reniega de los hombres y del “consuelo paternalista”, no lo busca, no lo quiere para nada y así se lo dice a Gabe que demuestra habitualmente no estar a la altura de ella:

“Tuve a esa niña, no me la rasparon y desapareció por algún desagüe en un callejón oscuro. Y entonces una mañana me desperté y ese hijo de puta volvía a estar encima de mí, y tampoco entonces aborté. Se trata de vidas por el amor de Dios. Quiero a estos niños. Me alegro de haberlos tenido, me alegro muchísimo. He de trabajar de noche y lo detesto, no sabes cuánto lo detesto, pero me alegro de haber tenido a mis hijos. Son algo serio, maldita sea. Por lo menos no se dedican a hacer su equipaje continuamente. Los hombres son un fastidio. Alguien debería llevarse su equipaje y quemarlo. ¿Dónde estarían entonces? Te diré una cosa sobre los sentimientos, amigo mío: ya nadie los tiene. ¡Todo lo que tiene son maletas! Y no me toques con esas manos tuyas que acarician grandes tetas… tengo derecho a llorar. ¡No me consueles, coño!”

Libby Herz es la segunda mujer y junto con Paul representan el conflicto familiar, siendo de dos religiones distintas, judía y católica, se enfrentan a la incomprensión por ambos lados ante los eventos que les irán sucediendo: la dificultad de tener hijos, aborto, adopción, relaciones de pareja en conflicto, etc. La religión y la sexualidad mal orientada (en una frontera difícil entre la santidad y la concupiscencia) desestabilizan profundamente su relación; solamente cuando Gabe les ayude a conseguir un hijo en adopción este equilibrio parece producirse, aunque para ello Gabe destruya su relación con Martha:

“En la familia más protestante de Norteamérica no podría existir más frialdad que la que envolvió a Libby durante los primeros cinco años de su matrimonio. Pero tal vez ella tuviera en parte la culpa. Tal vez había una salida definitiva de aquel embrollo que no era el psicoanálisis ni el dinero en el banco ni la sexualidad ni la lástima de sí misma ni la locura, sino la religión. No aquella mistificación de Cristo y María, ni siquiera necesariamente la creencia en Dios, aunque, vete a saber, quizás el mismo Dios llegaría a su debido tiempo. Pero primero algo básico y vigorizante, algo que los preparase realmente para tener un hijo, que los hiciera merecedores de ellos; algo cálido, sagrado, válido: tradiciones y ceremonias, festividades y costumbres religiosas…”

La tercera mujer en discordia es Theresa Haug, se convertirá en la madre que dará en adopción una niña a la pareja Herz; a Theresa la vida no la ha tratado bien tampoco y, con la influencia de su marido no pondrá las cosas tan fáciles para la ejecución de la adopción; Gabe se erigirá como mediador en el conflicto:

“Miré de nuevo a Theresa Haug, que estaba a cierta distancia de nuestra mesa. Era callada y servicial con los clientes, y eficiente hasta llegar a la histeria (o tal vez fuese histeria hasta llegar a la eficiencia, me parecía lo mismo).  […] Tanto su cuerpo como sus facciones parecían haber sido diseñados y construidos por un comité de esposas de ministros baptistas. Las medias le colgaban por las pantorrillas subdesarrolladas de una manera lastimera, su piel carecía de misterio y su boca era un tímido guión en la cara inexpresiva. Sin embargo, alguien se había tomado la molestia de desnudarla, tumbarla y echarse encima de ella. Habían sembrado en ella una simiente, y yo había ido a verla para hablar de su fruto.”

Martha, en su infinita espera de la decisión de Gabe, lo abandonará, causando la más profunda de las humillaciones a Gabe; él, incapaz de buscar una solución a su vida se desorienta hasta el límite:

“Lo único que a él se le ocurría como respuesta, como defensa, era contarle lo sucedido aquella tarde en Gary. Pero, naturalmente, eso no era ninguna respuesta. No podía decir nada. La hora que había pasado con Bigoness… después de todo, ¿de qué iba a servir aquello? Aquel lastimoso intercambio, la humillación de un hombre estúpido, no bastaba para elevar su vida. La vida que llevaba era pequeña, insignificante. Penosa… En aquellos momentos nada parecía capaz de aportarle proporción o dignidad.”

En esta desesperación, conseguir que se produzca la adopción se convierte en una meta, en algo que pueda ayudarle a avanzar, a discernir entre la razón o el sentimiento o, simplemente , a unirlas como única solución.

“Abrazaba a la niña como si se estuviera abrazando a sí mismo, como si la niña abrazara al hombre y no al revés. Apretó los dientes, cerró los brazos: ojalá pudiera estar tan convenido como decidido; ojalá pudiera saber qué estaba siendo, si prudente, imprudente, valiente, sentimental… Un defensor de causas perdidas, un hombre de corazón frío, un blando, un duro, un cauto… ¿qué? Ah, si pudiera desmoronarse y romper a llorar. Pero no había consuelo para él ni en las lágrimas ni en la razón. Había ido más allá de lo que consideraba el recorrido normal de la vida, más allá de lo que se consideraba normal por fortuna y por estrategia. Las lágrimas solo resbalarían por su cubierta exterior. Y cada razonamiento tenía su pareja. Adondequiera que volviese, había una clase de horror.” 

No hay un final para Gabe sino el comienzo de un camino, un nuevo camino madura hacia esa identidad buscada; quizá es porque siempre estamos empezando y nunca sabemos si estamos en un final. Roth, maestro, ayudándonos a seguir nuestro camino.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Jordi Fibla de “Deudas y Dolores” de Philip Roth en Debolsillo.

“Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig. En torno al intimismo

confusionsentimientosSi hay un autor clásico con el que disfrute en demasía ese es, sin lugar a dudas, el austríaco Stefan Zweig, elección ineludible para mi proyecto de acabar de leer toda la obra de algunos autores en los próximos años.

Y es imprescindible porque su estilo (gracias a las fantásticas traducciones que, por otra parte, le realizan) roza lo sublime en todo momento, de un lirismo exacerbado, lleno de imágenes, metáforas y belleza sin entrar en lo “cursi”, te puede gustar más o menos la historia que cuenta, pero, indudablemente, siento que me diluyo en esa prosa; es como entrar en el “séptimo cielo”, un sitio del que no quieres escapar.

Lo bueno del autor es que, además, suele interesarme bastante lo que cuenta; buena cuenta de ello es el último libro publicado por Acantilado: “Confusión de sentimientos”. En él, asistimos a una narración en primera persona de Roland que nos cuenta sus sensaciones cuando le hacen un regalo: una relación de los hechos de su vida y cómo, sin embargo, es consciente de que no refleja el hecho que de verdad cambió su forma de ser:

“Y así yo, que había dedicado una vida a describir a gente a partir de sus obras y a dar una dimensión real a las estructuras espirituales de su mundo, descubrí de nuevo, precisamente por experiencia propia, cuán inescrutable permanece en cada destino el núcleo esencial del ser, la célula motriz que da origen a todo crecimiento. Vivimos miríadas de segundos y, sin embargo, es uno solo, siempre uno, el que pone en ebullición todo nuestro mundo interior, es el segundo en que (Stendhal lo ha descrito) la flor interior, saturada ya de todos los jugos, llega como un relámpago a la cristalización: un segundo mágico, parecido al de la procreación y, como él, oculto en el cálido interior de la vida propia, invisible, impalpable, imperceptible, misterio vivido una sola vez. Ningún álgebra del espíritu puede calcularlo, ninguna alquimia del presentimiento puede adivinarlo, y raras veces lo capta la percepción de uno mismo.”

A partir de entonces se desencadenará una prolepsis que nos llevará a sus tiempos de estudiante y que va encaminada a reflejar ese hecho que vivió en su interior y que cambiará su percepción de la vida; el discurso del profesor, esa persona que será tan importante, fluye como una sinfonía, erigido como director de una orquesta de la elocuencia:

“Y bastaron unos minutos para que yo mismo, olvidando mi intrusión, sintiera la fuerza cautivadora de su disertación que actuaba con un poder magnético; sin querer me acerqué un poco más para ver, más allá de las palabras, los gestos de sus manos que envolvían y abrazaban y a veces, cuando una palabra prorrumpía majestuosa, se extendían como alas y se elevaban temblorosas para después descender musicalmente poco a poco imitando el gesto tranquilizador de un director de orquesta.”

La relación entre el profesor, su esposa y el narrador es entonces narrada desde su perspectiva y asistimos a una profunda lucha interior de los tres personajes por motivos que tendréis que descubrir vosotros aunque os podéis figurar. El reflejo de esta lucha, en el caso de profesor y alumno, queda perfectamente expuesto aquí:

“-¿De veras quieres irte… hoy, precisamente hoy? -Me cogía de la mano: una tensión invisible la hacía pesada. Pero de pronto la dejó caer bruscamente, como una piedra-. Lástima -exclamó decepcionado-, me habría alegrado tanto hablar una vez contigo francamente. ¡Lástima!

Por un momento ese profundo suspiro se propagó por toda la habitación como una mariposa negra. Yo estaba avergonzado, lleno de un miedo perplejo inexplicable; me retiré vacilante y cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido.”

El miedo a mostrar lo que uno es y el miedo a aceptarlo por parte del alumno, la vergüenza de ambos, la sinceridad encubierta por un falso miedo a complicar aún más las cosas. Su extensión será palpable en el bellísimo final donde sí que surgirá la sinceridad del profesor en su confesión “largamente pospuesta” con todo el impulso poético del autor:

“Pero aquí un hombre se reveló ante mí en toda su desnudez, aquí un hombre se rasgó el pecho, ávido de descubrirme su corazón roto a golpes, envenenado, consumido y supurante. Una voluptuosidad indómita se martirizaba, se flagelaba voluntariamente en aquella confesión contenida durante años y años. Solo quien durante toda una vida había sentido vergüenza, había bajado la cabeza y se había escondido podía, bajo los efectos de una embriaguez tan abrumadora, descender hasta el rigor de tal confesión. Pedazo a pedazo, un hombre arrancó la vida de su pecho, y en aquella hora, yo, un muchacho, penetré azorado, por primera vez, en las inimaginables profundidades del sentimiento humano.”

Parece mentira la facilidad que tiene Zweig para reflejar el dolor de ese secreto tanto tiempo guardado sin caer en sentimentalismos pero con toda la fuerza lírica de sus palabras.  Qué placer más inmenso siento con cada libro suyo. Basta de intentar explicarlo, solo hay que disfrutarlo.

Los textos vienen de la traducción del alemán de Joan Fontcuberta de “Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig en Acantilado.