La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Artículo publicado originalmente en Ópera World en este enlace.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Posiblemente no hay ópera más conocida que esta, La Traviata representa el paradigma de la ópera popular debido a que la historia es bien conocida y, además, la música que compuso Verdi es brillante por su concepción teatral. Un prodigio. De ahí que, cada vez que se represente, se la mire con lupa, sobre todo desde el punto de vista escénico.

En este caso la escena de La Traviata en el Teatro Real venía avalada por David McVicar que ya había presentado además este montaje en el Liceo; tal y como entiende el director escénico la ópera todo es sombrío y lúgubre para empezar, renuncia a una posible evolución, a esos contrastes que, sin embargo, están presentes en la sublime música de Verdi, en aras de realzar el componente dramático, dando, si cabe, más oscuridad a la tragedia por anticipación; de ahí que no haya más que inmensos telones negros que reducen la escena a un pequeño hábitat que llama la atención por ser claustrofóbico, por encerrar en tan poco espacio a unos cantantes que afrontan de maneras distintas esta situación y de los que hablaré después; una vez sabido esto, hay que reconocer que la propuesta es ciertamente conservadora, sencilla, continuista, y cómoda de cara a un público que ya lidió con la vanguardia (o intento de ella) en la de Sotelo que se programó con anterioridad. Desde este punto de vista, es una pequeña reconciliación, un guiño que, a pesar de lo comento, funcionará para la mayoría de los asistentes.

Y La Traviata en el Teatro Real funciona especialmente por la adecuación y consistencia de Renato Palumbo a esta propuesta, el italiano escoge la vía que le ofrece McVicar e interpreta la música de una manera intimista, contenida, y buscando sonoros estallidos donde aprovecha toda la capacidad orquestal (poniendo en peligro las voces con menor proyección que sufren para cantar y ser escuchados con esta densidad); a pesar de ello, el conjunto no se resiente, es una lectura ágil (y) que consigue momentos ciertamente logrados, sobre todo, en el exquisito dúo de Germont y Violetta del segundo acto y en el patético final con la muerte de la protagonista. Se le podría poner algún pero a los números de coro intermedios donde hay algún desajuste en los tiempos, y alguna elección caprichosa del tempo, por ejemplo en los contrastes de Violetta con la partida de cartas; aun así, no me disgusta la visión de Palumbo.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Para tener una buena Traviata, es indispensable que el trío protagonista sea de entidad; la soprano albanesa Ermonela Jaho dibujó una Violetta atormentada desde el principio, adaptándose a la perfección a lo indicado por McVicar, no hay amor efervescente y juvenil en su “Follie, Follie…Sempre Libera” sino determinación y reafirmación como mujer, es un grito de libertad que ruge como un estampido incontrolable; pero su actuación no es inmovilista, muy al contrario, existe una evolución que roza la excelencia por su capacidad de reflejar la personalidad de Violetta, desde la frustración y el sacrificio contra su voluntad ,del segundo acto, hasta el camino inexorable a la muerte en el acto final. Este último es una interpretación de las más desgarradoras que recuerdo, con estertores de tal calibre que nos hacían sufrir a todos los que estábamos presenciándolo; totalmente unidos e integrados a su forma de cantar. Me puedo creer perfectamente a Jaho, irradiaba tanto dolor que es imposible no llegar a empatizar con ella; y su instrumento, sin embargo, no era para echar cohetes, de poca extensión en los agudos, un poco estrangulados y, encima con mucha suciedad; de hecho, sorprende que se atreviera con el Mi bemol sobreagudo que ejecutó a pesar de las dificultades; evidentemente, con la evolución de la vocalidad en los siguiente actos, se adaptaba mejor a lo que cantaba y tuvo momentos sublimes como el “Dite alla giovine…” susurrado, exquisito en ejecución y sensibilidad y todo el dúo con Germont y el final, simplemente sobrecogedor. Una excepcional Violetta, sin lugar a dudas, la gran triunfadora.

Francesco Demuro en el papel de Alfredo fue el gran perjudicado por la situación comentada, no me desagrada su timbre de tenor lírico y dibujó una buena línea de canto en “De miei bollenti spiriti”, pero su volumen se resintió con los arranques orquestales siendo tapado sin clemencia en no pocas ocasiones, acometió el Do de pecho en la cabaletta “O mio rimorso” con valentía, pero en el registro más agudo no suena firme, se le descolocó y fue poco brillante, de hecho, en varias ocasiones se le cambió de manera perceptible la voz en el cambio de registro resultando (en)sonidos extraños, alejados del más consistente registro a media voz donde estaba más cómodo (supongo que fue debido a buscar volumen y la proyección no fue lo más adecuada); tiene hechuras, falta madurez todavía. Sobreactuó ligeramente en su disposición teatral, sobre todo en comparación con Jaho.

Desbordante el Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez, está en plenitud vocal y se nota por la potencia en todas sus notas, un barítono lírico al que no le falta nada y que fue la contraposición musical perfecta por timbre y rotundidad a Violetta; hizo un “Di Provenza il mar..” de fábula, lidiando incluso con una pequeña carraspera en medio ,que consiguió tapar para acabarlo de manera brillante. Su segundo acto fue generoso en musicalidad y con gran compenetración desde el “Pura siccome un angelo”; pudo, de sobra, con la orquesta, incluso en las explosiones mencionadas y solamente habría que ponerle en el “debe” una cierta apertura de las notas agudas en algunos momentos que deslucían y desentonaban la melodía; si bien es cierto que no ocurrió con demasiada frecuencia.

En cuanto a los secundarios de La Traviata en el Teatro Real, correctos en sus papeles, podría hacer una pequeña mención a la buena Flora de Marifé Nogales, o las buenas prestaciones de César San Martín y Fernando Radó en sus Douphol y Grenvil respectivamente. El coro rozó a buen nivel en los conocidos números, siempre es un gusto escucharlos por su seguridad, fortaleza y musicalidad.

Muchos aplausos y ovaciones a una función que recupera al público que quiere ver grandes títulos en un teatro como el madrileño. Una buena propuesta con las puntualizaciones mencionadas. Una Violetta para recordar.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

War Requiem de Benjamin Britten en el Teatro Real: una interpretación sobrecogedora

Publicado originalmente en Ópera World en este post.

Una de las mayores virtudes de Britten fue su capacidad para saber renovar desde el respeto absoluto a lo clásico; supo dotar de modernidad a sus obras pero no adoptó la ruptura de la sonoridad que otros contemporáneos suyos promovieron y ejecutaron. El resultado, sorprendentemente, es que, sus obras, se mantienen  igual de vigentes en temáticas y en lo musical.

Ejemplo vivo de este proceso es este War Requiem, en el que alterna el texto latino clásico habitual con los textos poéticos de Wilfred Owen; estrenada en plena guerra fría en 1962 a propósito de la consagración de la nueva Catedral de Coventry; como muy bien advierte Luís Gago en el programa de mano, esta obra deviene en un alegato pacifista donde están las tres guerras presentes: Wilfred Owen murió en la primera, se ejecutó después de la segunda y en plena guerra fría.

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Musicalmente diseñó tres niveles, tres fuerzas musicales que interactúan entre sí, se alternan a lo largo de la obra hasta el abrumador final donde se combinan todas a la vez en perfecta simbiosis. La soprano solista y el coro van acompañados de la orquesta completa y cantan los textos clásicos; el barítono y el tenor tienen una pequeña orquesta de cámara e interpretan los poemas de Owen; por último, el coro de niños canta con el órgano y es preferible que esté a una cierta distancia de la orquesta, interpretando puntuales momentos del texto latino.

Es importante saber esto para comprender la dificultad que entraña interpretarla: los tres niveles musicales deben quedar perfectamente dibujados y el equilibrio debe mantenerse para que esto se produzca. Pablo Heras-Casado entendió y estudió perfectamente la disposición de los músicos, el coro de niños estaba situado en el palco real, la orquesta de cámara, al lado de barítono y tenor, a su derecha en el escenario y la soprano casi integrada con el coro de frente al director y a su izquierda. Esta disposición contribuía para ayudar a este equilibrio y se notaba que ha habido un trabajo detrás que se veía a lo largo de la interpretación. Heras-Casado dirigió de manera concisa con sus habitualmente claros gestos con las manos, rotundo, enérgico, pasional e intimista según el momento y sobre todo atentísimo a las dinámicas, frenando (muy sigilosamente, lo vi por estar en la primera fila) el volumen orquestal cuando la emoción llevaba a una posible descompensación; sonaron especialmente bien las cuerdas, tersas o ardientes según lo deseado; bien los metales a pesar de algún pequeño desajuste que no deslució el resultado final; fantástica la parte de cámara y el órgano a través de Miguel Ángel Tallante; especialmente reseñable me pareció la labor de la concertino, entendió a la perfección cómo se puede interpretar sintiendo la música, la que haces y la que hacen tus compañeros. Apasionante final.

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Por otro lado lo vocal rozó la excelencia: John Mark Ainsley es un experto en el canto recitado que solicita Britten para sus tenores (con Peter Pears como modelo); destacó especialmente por su elegancia y la homogeneidad de su canto legato no exento de la necesaria emoción para dotar de vida a los versos de Owen, hermosísimo y emocionante dúo final con Jacques Imbrailo, su solo del emotivo y lóbrego “Strange Meeting” fue simplemente conmovedor, sólo tuvo cierta tirantez en los agudos que solventó inteligentemente; Imbrailo tiene una voz de barítono templada y muy hermosa en el timbre, con un agudo brillante y seguro y pequeñas dudas en lo más bajo de la tesitura; dotó de verdadera emoción a su excepcional personaje; Susan Gritton empezó ligeramente destemplada su actuación sobre todo en los saltos de octavas requeridos, le costó un poco afinarlos y los portamentos afeaban ligeramente la falta de concisión, afortunadamente fue mejorando, tanto en el Lacrymosa como en los momentos finales ,demostró mayor seguridad y su voz brilló a gran altura. Los coros del Teatro Real y de la Comunidad de Madrid estuvieron excepcionales, rotundos cuando fue necesario, sensibles y cargados de lirismo en otros momentos. Da gusto oír partituras de este nivel tan bien interpretadas y cantadas, tan bien entendidas por los propios cantantes. Transmitiendo tanta intensidad como requería esta maravilla. El contrapunto del coro de los pequeños cantores de la Jorcam fue sencillamente subyugador, el color que lograron, la sensibilidad, puro terciopelo cargado de emoción.

El final fue simplemente prodigioso, uno de esos momentos inolvidables por conseguir llegar a lo sublime. El silencio al terminar dejó al público anonadado, como si hubiéramos vivido una experiencia única, sobrecogedora. Lástima que no estuviera el Teatro lleno para disfrutarlo. Los que estuvimos, seguramente, no lo olvidemos nunca.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

El público de Mauricio Sotelo. El subconsciente lorquiano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

Llegan los últimos flecos que nos recuerdan a Mortier; El público fue un encargo suyo a Mauricio Sotelo sobre el texto de la inusual obra de Lorca y con libreto de Andrés Ibáñez. No en vano consideraba el belga que esta obra inacabada encontraría su perfecta proyección a través de la música; ciertamente no se equivocaba, y Sotelo lo ha plasmado en esta fusión de música clásica, electrotecnia y flamenco que ahonda en lo subconsciente que habitaba en Lorca, un verdadero paisaje onírico de altos vuelos.

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Utiliza solamente 34 instrumentos musicales y 35 altavoces que lo amplifican a todo el teatro, jugando con los efectos de sonido de todo tipo: surrounds, desvanecimientos, mezclas, balances… y los alterna con momentos de cante flamenco  por soleás o seguiriyas. El complejo resultado es apabullante en ocasiones, íntimo en otras;  pero la música es exuberante y el contraste de lo flamenco, gracias a la labor impagable de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez, del guitarrista Juan Manuel Cañizares y el percusionista Agustín Diassera, con lo musical contemporáneo, es innegablemente subyugador. La influencia wagneriana está presente pero es un elemento más, sin preponderar sobre fragmentos cantados, recitados o ariosos que ensamblaban como un perfecto puzle. Cumple a la perfección el efecto evocador que la escena de Robert Castro nos muestra al mismo tiempo.

El fantástico texto de Andrés Ibáñez se ve refrendado por el onirismo puesto en escena por Castro, donde lo popular se mezcla con lo culto y nos muestra la mente (surrealista o no) de un Lorca que lucha en su interior por lo que el exterior no lo permite; su homosexualidad oculta, la incomprensión ante su obra, la percepción del arte, y… cómo no, la recepción del público, verdadero protagonista e intérprete de la escena. Imágenes sugerentes, disfraces, travestidos, un escenario invertido que subvierte lo establecido. La revolución de la cuarta escena supone el culmen, una sugerente escena llena de espejos que recuerdan a la Dama de Shangai, perdemos la perspectiva, que se amplía hasta el infinito y se refleja al público que se vuelve partícipe y verdadero integrador de la acción, uno más de la escena que se está representando, un remedo  subvertido de Romeo y Julieta. La obra de arte sin el público no se puede considerar como tal.

Qué mejor que Roberto Heras-Casado para ejecutar la partitura de Sotelo, el flamante director invitado titular del teatro interpretó, como suele ser habitual, la música con concisión meridiana. Su claro gesto ayuda a que no haya dudas de ningún tipo en un tipo de representación que le obliga a dirigir a los lados e incluso detrás de él sin perder el sentido de lo que se está realizando. Se notaba que estaba estudiado al milímetro y la orquesta respondió a la perfección asegurando, especialmente los metales, la correctísima ejecución. Manejó con gran sabiduría las dinámicas contrastando los momentos de flamenco con los de mayor densidad orquestal y sirvió todo ello para disfrutar de todos los colores que se nos ofrecían. Sobresaliente la labor de José Manuel Cañizares a la guitarra solista y de Agustín Diassera a la percusión, virtuosismo al servicio del drama, intimismo y pasión al mismo tiempo. Herás-Casado sabe perfectamente que una gran ejecución no es nada sin pasión y lo lleva a cabo en cada interpretación que realiza con su característica versatilidad.

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Es difícil hablar de la labor de tantos cantantes, muy adecuados para este estreno; bellas páginas las evocadas por el omnipresente José Antonio López con una voz contundente pero no exenta de templanza y que aguantó el papel sin cansancios; o las dificilísimas intervenciones de Isabella Gaudí como Julieta en un papel extremo que solventó con no poca solvencia; ya he hablado del trabajo excelente de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez o del bailaor Rubén Olmo; o la hermosísima aria del Pastor Bobo por parte de Antonio Lozano; tampoco se quedó lejos el coro del teatro Real, impecable en su afinación en sus momentos estelares de la segunda parte, mucho más equilibrada que su primera parte antes del descanso.

Digno trabajo que el público, como no podía ser de otra manera, aplaudió sin reserva. La primera parte, más densa, originó algunas espantadas, no demasiadas, todo hay que decirlo. Los que quedamos para el final ovacionamos a los intérpretes, con un Mauricio Sotelo ciertamente emocionado que rendía homenaje a Mortier en el programa de mano por haberle dado la oportunidad. Lorca estaría orgulloso de esta interpretación.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Lo que podemos esperar de la temporada 2015-2016 del Teatro Real

Zauberflöte

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Está claro que esta temporada va a ser la confirmación del trabajo de Joan Matabosch, la apuesta por lo clásico popular es más que palpable, Donizetti, Verdi, Mozart, Wagner, Haendel, apuestas seguras acompañadas de producciones ya realizadas, aderezado todo ello con cantantes de buen nivel. Es evidente que es necesario recuperar al público que se ha perdido en el camino y qué mejor forma que esta. Vamos a hacer el repaso de rigor para comprobarlo en profundidad:

 

Roberto Devereux

22/09-08/10

Bruno Campanella, Andrily Yurkevych

Mariella Devia/Maria Pia Piscitelli, Gregory Kunde/Ismael Jordi, Mariusz Kwiecien/Simone Piazzola, Silvia Tro Santafé/Veronica Simeoni

Producción: Welsh National Opera

Empezar la temporada con un Donizetti puede ser un gran presagio. En este caso uno ya programado aunque en su versión concierto hace poco. Los atractivos son evidentes en lo vocal. La grandísima Mariella Devia y el consagrado Gregoy Kunde, unidos a la sobriedad de Kwiecien y Silvia Tro Santafé y la batuta contrastada y fiable de Campanella que ya triunfó este año con “La fille…”. Gran ópera de belcanto que hará las delicias del coliseo madrileño.

 

Alcina

27/10-10/11

Christopher Moulds

Karina Gauvin/Sofia Soloviy, Anna Christy/Maria José Moreno, Malena Ernman/José Maria Lo Monaco, Sonia Prina

Producción: Ópera Burdeos en coproducción con el Teatro Real. 

Tengo especial cariño, dentro del dilatado repertorio Häendeliano, a esta ópera; no puedo ser imparcial con Häendel y el barroco en general. Si encima nos traen a Karina Gauvin para hacer el papel estelar, todo apunta a que vaya a triunfar si la producción acompaña. Alcina es una ópera que guarda la ortodoxia musical del autor y es ciertamente deslumbrante.

 

Rigoletto

30/11-29/12

Nicola Luisotti

Leo Nucci/Juan Jesús Rodriguez/Luca Salsi, Olga Peretyatko/Lisette Oropesa, Stephen Costello/Francesco Demuro/Piero Pretti/Ho-Yoon Chong

Producción: Royal Ópera House  a cargo de David McVicar 

Quizá los dos autores más efectivos para presentar la ópera a alguien que quiera descubrirla pueden ser Mozart y Verdi, este año tenemos a los dos escenificados y son puertas de entrada muy valiosas. En el caso del italiano, Rigoletto es una de las más representativas (junto con La traviata y El trovador) del paradigma musical e interpretativo del compositor. Perfecta conjunción de música, teatro y drama, y, además plagada de momentos musicales sobradamente conocidos como “La donna é mobile” o el cuarteto más famoso de la historia (“Bella figlia dell’ amore”). ¿Será capaz Leo Nucci de hacer otro bis en la Vendetta? ¿Y Olga Peretyako cuadrará  con el enrevesado papel de Gilda? La oscuridad de la producción de McVicar buscará intensificar al máximo el dramatismo de una obra inmortal.

 

Die Zauberflote

16/01-30/01

Ivor Bolton

Christof Fischesser/Rafal Siwek, Joel Prieto/Norman Reinhardt, Ana Durlovski/Kathryn Lewek, Sophie Bevan/Sylvia Schwartz, Joan Martin-Royo/ Gabriel Bermudez

Producción: Komische Oper Berlin

Si antes hablaba de Verdi, a continuación se ha programado una de las óperas más conocidas de Mozart, La flauta mágica es deliciosa desde cualquier punto de vista y cada momento musical es conocidísimo y cargado de inspiración, del Mozart del final de su vida, mucha gente alucinará escuchando las endiabladas arias de la Reina de la Noche que Ana Durlovski (tras su éxito con los Cuentos de Hoffman en el mismo teatro) intentará realizar con un más que posible éxito de ejecución. El reparto parece tener garantías, más si tenemos en cuenta la presencia de Sylvia Schwartz tras su éxito con el Gretel de la obra de Humperdinck . Bolton deberá confirmar que este repertorio es el suyo tras la pifia de su anterior Mozart.

 

Das Liebesverbot

19/02-05/03

Ivor Bolton

Christopher Maltman/James Rutherford, Manuela Uhl/ Sonja Gornik, Andrew Stapels/Peter Lodahl, Ante Jerkunika/Martin Winkler

Producción: Teatro Real en coproducción con el Royal Opera House

Bolton de nuevo, como director titular, dirigirá también este Wagner tempranero, La prohibición de amar no es una ópera que se programe tanto (igual que ocurre con Las hadas) como las típicas óperas wagnerianas; no estamos ante una obra que entre dentro del drama y la obra de arte total que concibió el compositor alemán. Muy al contrario, la gente se encontrará con una ópera influida por la música de sus contemporáneos franceses e italianos y alejada de su estilo. Es una curiosa propuesta, una comedia (Wagner solo tiene dos) pero cuya música es atractiva. El reparto parece solvente para las circunstancias. 

 

Parsifal

02-30/04

Semyon Bychkov/Paul Weigold

Christian Elsner, Detlef Roth, Franz Josef Selig, Ante Jerkunika, Evgeny Nikitin, Anja Kampe

Producción: Teatro Liceu de Barcelona y la Opernhaus Zurich

Semyon Bychkov es una de las batutas más en forma en la actualidad. Parsifal es todo un reto para cualquier director, el crepúsculo wagneriano con una música que aunaba a la perfección el ideal de la obra de arte total que ideo el genio.  Una obra simplemente agotadora para los intérpretes, con una densidad orquestal y una profundidad que llegan directamente al corazón.  El reparto, prácticamente nórdico, deberá ofrecer una digna lectura a priori de tan magna obra. 

 

Moses Und Aron

24/05-17/06

Lothar Koenings

Albert Dohmen, John Graham-Hall, Catherine Wyn Rogers, Michael Pflumm, Julie Davies

Producción: Teatro Real en coproducción con la Ópera De Paris 

Schöenberg es siempre difícil para el público, se acerca más al oratorio que a la ópera, pero es un digno representante del siglo XX y sus incertidumbres. Plenamente dodecafónica, ocasionará no pocos abandonos en el público más clásico. Qué mejor forma de acercarse a ella que con una representación escénica. Es una obra para experimentar con tus gustos, más adecuada para los más audaces. Es, a pesar de lo que parece, muy interesante. 

 

Der Kaiser Von Atlantis

10-18/06

Pedro Halffter

Alejandro Marco-Buhrmester, Martin Winkler, Torben Jüngers, Roger Padullés, Sonia De Munck, Ana Ibarra y José Luis Sola

Producción: Teatro Real/Teatro De La Maestranza

El emperador de la Atlántida, o el rechazo de la muerte es una ópera en un acto con música de Viktor Ullmann y libreto en alemán de Peter Kien, estrenada en 1975, no es una obra muy representada y hay muy pocas grabaciones. Con ella se cubre el expediente de obras del siglo XX y tiene su fuerte en el texto. El compositor la hizo durante su cautiverio en un campo de concentración de donde no salió. La música, en la órbita de sus contemporáneos Weill, Schöenberg,… no esperéis mucha tonalidad.  Lo bueno de esta es que va a servir para que veamos una sana mezcla de intérpretes españoles y extranjeros. Empezando por el director, nuestro Pedro Halffter, pasando por nuestras magníficas Sonia de Munck y Ana Ibarra y acabando con el ya conocido por estos lares Alejandro Marco-Buhrmester. Será una más que interesante propuesta. 

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I Puritani

04-24/07

Evelino Pidó

Diana Damrau/Venera Gimadieva, Javier Camarena/Celso Albelo, Ludovic Tezier/Nicola Alaimo

Producción: Teatro Real/Teatro Municipal Santiago De Chile

El final de año termina con esta maravilla de Bellini, un paradigma del bel canto con una partitura bellísima. Elvira y Arturo tienen probablemente dos de los papeles más endiablados escritos por el compositor y será un placer disfrutarlos con los cantantes escogidos. Damrau/Girmadieva deberán lidiar con las impresionantes agilidades de Elvira y Albelo/Camarena son un lujo para cantar Arturo, ¿eludirán el Fa sobreagudo “rubiniano” o lo cantarán, aunque sea en falsette? Tezier/Alaimo acometerán uno de los papeles más hermosos que se han escrito para barítono. Yo, si fuera vosotros, no me lo perdería. 

Hasta aquí el repaso a las que se van a representar, nos quedan tres propuestas más en versión concierto que no son para nada desdeñables:

 

Written On Skin

17/03

George Benjamin, Christopher Purves, Barbara Hannigan, Tim Mead, Victoria Simmonds, Robert Murray

El propio compositor dirigirá esta curiosa ópera con libreto de Martin Crimp con quien ya colaboró en su otra composición de este tipo Into the Little Hill y que estrenó en el 2012 en el Festival de Aix-en Provence. Para ello se trae a los intérpretes que ha utilizado en su propia grabación. Es contemporánea, extravagante, da colorido y variedad, con todo lo que conlleva de positivo y negativo. Una verdadera maravilla contemporánea.

 

Luisa Miller

23-26/03

James Conlon

Lana Kos, Francesco Meli, Leo Nucci, Maria José Montiel, Dimitry Beloselskiy

Nuevo verdi, con la dirección del contrastado Conlon y un Meli que intentará que me olvide de Bergonzi al escucharla, cosa bastante difícil, aunque Meli canta realmente bien. Leo Nucci volverá a deleitarnos con su actuación y nuestra maravillosa Maria José Montiel dará colorido español. Lástima que solo venga en versión de concierto, a pesar de no ser tan conocida, tiene una música inolvidable.

 

I Due Foscari

12-18/07

Pablo Heras Casado

Plácido Domingo, Ainhoa Arteta, Michael Fabiano, Roberto Tagliavini.

Y acabamos con otro plato fuerte, otro Verdi, pero esta vez con la presencia escénica del incombustible Domingo haciendo papel de barítono, además gozaremos con Ainhoa Arteta, el lleno está asegurado, la calidad de la batuta del internacionalísimo Heras Casado es una verdadera garantía. Lástima que no dirija alguna ópera más, para ser el segundo titular puede resultar escaso, en mi opinión.

En esta ocasión, aunque otras veces no lo haga, no me gustaría dejar pasar la ocasión de comentar el Ciclo de grandes voces ya que la calidad de los cantantes es de un nivel elevado. Natalie Dessay, aun no estando en plenitud es toda una artista; Juan Diego Flórez es un éxito asegurado por su canto con gusto y ciertamente espectacular de cara al público; Bejun Mehta y Andreas Scholl nos deleitarán como contratenores de mucha calidad; lo femenino estará más que representado con Susan Graham y la fabulosa Renee Fleming. Dentro de los conciertos es reseñable la presencia de nuestro Xavier Sabata, completando un trío de contratenores de gran altura a lo largo del año.

Y esto es todo, sinceramente, sobre el papel, el programa promete. Habrá que ver si la realidad lo confirma, la idea es, claramente, que el público vuelva al teatro; parece que la mejor idea es programar este tipo de repertorio que se puede afianzar el año que viene con Strauss y Puccini.

Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck en el Teatro Real. Cuento de hadas wagneriano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

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Casi un siglo hacía desde la última vez que se programó Hänsel und Gretel en Madrid;  nunca es tarde si la dicha es buena como en este caso en particular.

La producción inicialmente pensada se tuvo que cambiar por una ya establecida, en este caso, la de Pelly que realizó para el Festival de Glyndebourne; sobre el papel parecía una buena idea, sobre todo teniendo en cuenta la gran acogida que tuvo también su montaje de la Fille du Régiment que vimos hace nada en este mismo teatro. El resultado en esta ocasión, nuevamente, es un triunfo. Pelly siempre consigue hacer montajes que, sin ser clásicos o anacrónicos, resultan actuales y guarda un gran respeto por el contenido del libretto, logrando, de este modo, satisfacer a un tipo de público muy amplio: los que piden una fidelidad y los que quieren una evolución.

En este maravilloso cuento de hadas, el francés hace contemporánea la historia, la casa en la que viven Hansel y Gretel está hecha de cartones, la ropa que llevan los protagonistas está sucia, están viviendo una crisis, no tienen casi alimentos para comer;  la casa de la bruja está formada de estantes de un supermercado, hay carteles de rebajas, cajas registradoras..  que representan el consumismo, el capitalismo de una sociedad jerarquizada por una situación en la que nos vemos atrapados. En este orden de cosas, los niños liberados están todos gordos, se convierten en los símbolos de la mala alimentación, del consumismo sin límites. Esta crítica está presente pero sin llegar a cansar ya que no se olvida del cuento y de los elementos mágicos, como las apariciones de los duendes del rocío del sueño. Su creatividad es paradigmática a la hora de crear a la bruja, la dependienta del supermercado, que nos anticipa en uno de interludios con un juego de sombras chinescas. Todo funciona porque, además, no entorpece la acción teatral, sino que la realza.

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La música de Humperdinck, exuberante, de gran densidad orquestal,  de este gran admirador de Wagner, tuvo como ejecutor un Paul Daniel incisivo e inspirado.  Desde la obertura hasta el fin supo sacar todo el jugo posible sin olvidar los matices, llevados a cabo con seguridad por la orquesta que sonó especialmente bien en las cuerdas (como ya adelanté en Romeo y Julieta), tersas y sensibles en los momentos de más sensibilidad, contundentes en los más potentes. A pesar de algún desajuste en los metales, su trabajo fue encomiable.  Daniel, consiguió, que todo sonara empastado y equilibrado, sin tapar a los solistas que se pudieron distinguir sin esfuerzo.

La Gretel de Sylvia Schwartz fue de referencia, entre otras cosas, porque consiguió conjuntar a la perfección su trabajo actoral con la vocalidad necesaria para cada momento. Desde los dúos con Coote, donde empastaba a la perfección, hasta momentos intimísimos y sensibles, como alguno de los del bosque, sin olvidar la proyección es los momentos más fuertes orquestalmente. Da la impresión de que su voz se adapta a la perfección por tesitura y proyección a este papel. Fue un prodigio comprobar cómo se debe conjuntar la voz, evolucionar y actuar. Hasta saludando, seguía interpretando su papel, qué capacidad de interiorización. Al lado de ella estaba una Alice Coote que cantó bien y que contrastaba a la perfección con la voz de Schwartz, sus dúos, ciertamente, fueron deliciosos, emocionantes desde casi cualquier punto de vista. No descuidó la actuación, que trabajó realmente bien y su voz fue aterciopelada y redonda, pierde un poco por lo completa que fue Gretel, pero Coote construyó un muy buen Hansel.  Diana Montague en su papel más reducido estuvo solvente, sin estridencias vocales a pesar de algún vibrato en el agudo más descompensado; fue una perfecta réplica musical al Peter de Bo Skovhus que cantó atronadoramente las notas agudas, contrastaba demasiado con la casi ausencia de notas bajas pero, de cara a los oyentes, tenía una presencia escénica y vocal brutal. Gran actuación de José Manuel Zapata, travestido de Bruja, lógico que triunfara, buscó todas las posibilidades que le ofrecía el papel y las llevó al extremo; centrado tanto en ello que se resintió en lo vocal, algunas de sus notas, especialmente agudas estuvieron ligeramente desentonadas al cogerlas, aunque luego corrigiera. Buen trabajo de los dos duendes con especial atención  a Elena Copons y su sensible interpretación del duende del sueño. Un poco destemplada  en las notas agudas, gritadas más  que cantadas, aunque bien actuado el duende del rocío de Ruth Rosique. Especialmente relevante, para acabar, la actuación del coro de pequeños cantores de la JORCAM, afinadísimos y con muchísimo gusto en su interpretación, cantar y hacerlo bailando es siempre difícil y ellos lo bordaron.

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Gran ovación del público a una función ciertamente memorable. El trabajo de estos artistas nos llevó a todos a un cuento de hadas, uno lleno de sorpresas agradables. 

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

“Roméo et Juliette” de Charles Gounod en el Teatro Real. Gato por liebre

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

“Por motivos debidamente justificados, la soprano Irina Lungu interpretará el papel de Juliette en sustitución de Sonya Yoncheva en la representación de hoy.”

Rom-Julieta-0037Esta pequeña hoja confirmaba los peores augurios. Al día siguiente, se aclaró desde el teatro que esos “motivos debidamente justificados” eran médicos, sumados a los “motivos familiares” de Alagna, dejaron la función en las manos de Lungu y Castronovo. Lo mismo, claro. Lo extraño es que el teatro ocultara que esos “motivos familiares” no surgieron de un día para otro; parece evidente que Alagna no tenía pensado hacer esa función y el Teatro Real ocultó dicha información de una manera poco transparente para sus clientes, los que pagan las funciones. La función se convirtió en una broma de mal gusto para aquellos que pagaron oro (porque las entradas de el Real son caras, busquen cuánto cuesta ver a Kauffmann en Munich por poner un ejemplo) por ver a dos divos que se transformaron, por arte de birlibirloque, en los pobres Lungu y Castronovo. Y esto, digan lo que digan, es engañar al público, que compra dichas entradas con unas expectativas y se encuentra con algo muy distinto. Ya se dice por ahí que Alagna (si las condiciones higrométricas no lo  impiden) ha matizado sus declaraciones  y podría venir a hacer Luisa Miller el año que viene… Lo que está claro es que habrá que ir al estreno, es lo único “un poco seguro”. El resultado es que el teatro estaba a media entrada tras la ya sabida baja de Alagna y los pocos que fueron se quedarían con una sensación agridulce.

Menos mal que quien dirigía era Michel Plasson, el solo pudo mantener el buen tono de la función y el público se lo agradeció generosamente.  Su batuta estuvo muy medida en todo momento, concisa en la intimidad, intensa y pasional en los momentos de mayor densidad orquestal. Me atrevo a decir que hacía tiempo que no oía las cuerdas con una riqueza como la de este día. Desgranó la fantástica partitura de Gounod demostrando que todavía podemos pensar en los grandes directores de orquesta más allá de escenógrafos. Una labor maravillosa y emocionante que, en mi opinión, no estuvo tan bien acompañada como se merecía.

lunguCastronovo es un tenor de escasos medios, con unas dificultades en los agudos más que notorias, abusando del vibrato y con la amenaza de romperse en cualquier momento. Todavía en las voces medias, con mucha potencia, su voz sacó algún pasaje bello, incluso en su aria de referencia. El problema aún mayor fue su manejo de los “pianos”, teniendo que recurrir a un “falsete” estrangulado  bastante feo en ejecución y timbrado,; en la parte final incluso se le fue, sorprendentemente… por si alguien no tenía claro que no estaba Alagna, esto fue tan evidente que provocaba un poco de vergüenza. Irina Lungu tampoco es que estuviera muy familiarizada con el papel (tuvo que salir, como Castronovo, con la partitura en la mano, fueron los únicos) pero los medios de la rusa son bastante mejores que los del tenor. Sin tener demasiada extensión vocal  y a pesar de la oscuridad de su color (que lo acercan a una soprano más spinto que lírica) lidió su papel con soltura, pese a algunas agilidades que no corrieron como deberían. El agudo tiene volumen (se comió irremisiblemente lo que intentaba su pareja) y su voz es muy juvenil en las medias voces dibujando una Juliette inocente en algunos momentos, más dramática y temperamental en otros. No fue errónea su intención y es de agradecer su entrega. Viene a hacer La traviata el año que viene y quizá se me antoja limitada en tesitura para el primer acto pero habrá que darle el beneficio de la duda. El resto de comprimarios estuvo bastante bien en general, destacando el Stéphano de Marianne Crebassa, qué bella canción de la tórtola realizó, pizpireta y consistente vocalmente, o el Tybalt de Atxalandabaso  y el grandísimo Hermano Laurent de Tagliavini. Todos rayando a un nivel bastante alto con un punto negro difícilmente explicable, Laurent Alvaro hizo una actuación bochornosa como Capulet, peor no se puede cantar. Por último muy destacable la labor del coro, muchos pasajes de gran dificultad y con una cada vez mejor dicción francesa que para todos los que nos dedicamos a esto comprendemos su dificultad. Un hito más en su gran evolución.

En fin, menos mal que nos quedaba Plasson

“Death in Venice” de Benjamin Britten en el Teatro Real. Simbiosis perfecta

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

El quejarse de los montajes escénicos es una mala costumbre adquirida, dado que habitualmente la música y el texto difieren entre sí o no tienen nada que ver entre sí.

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Afortunadamente, tenemos logros como el de Willy Decker y Wolfgang Gussmann; un montaje atemporal que no pierde su vigencia en ningún momento, sobre todo porque funciona a modo de simbiosis perfecta de música y letra, y todo ello sin tener que recurrir a montajes anacrónicos (como habría sido una típica decoración con Venecia de fondo). Funciona porque han entendido a la perfección el sentido de la obra de Britten, su testamento musical y, sobre todo vital y la escena no solo es acorde sino que refuerza lo que estamos escuchando: la subyugante música de un compositor inigualable. “Death in Venice” transcurre prácticamente como un monólogo interior en el que el protagonista, Gustav von Aschenbach, el propio Britten ni más ni menos; transcurre como un Künstlerroman literario,cuyo núcleo es la figura del artista y en la que se narra la evolución y el destino de este. El escritor descubrirá la belleza a través de los sentidos, una belleza física;  se trata como dice Willy Decker: no de una “meditación, aparece la vivencia directa y sensual, la voluntad vital de la belleza.” En su epifanía descubrirá que este anhelo por la belleza estaba siempre presente en él, pero necesita despojarse de todo lo que era para vivir esa devoción total por esa belleza personificada real y oníricamente por Tadzio, el joven polaco, uno de los personajes mudos que tan significativamente intercala Britten en la ópera. El montaje realza esta situación, el flujo de conciencia se desarrolla mediante escenas minimalistas que transcurren a la perfección, las transiciones son sutiles; se alternan coros y ballet y las entradas de una sombra que simboliza su destino final; cada escena está tan bien planeada reforzando no sólo el texto sino la fabulosa música del británico, tan rica en texturas,  desplazándose de números minimalistas hasta otros de gran densidad orquestal: en conclusión, la vivencia de una simbiosis perfecta.

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Alejo Pérez vuelve a demostrar una vez más que en sus lecturas de los autores del siglo XX y contemporáneas está mucho más cómodo que en lecturas más clásicas. Preciso en la interpretación e intentando sacar las infinitas posibilidades que le ofrece Britten aunque se queda un poco a medio camino, con buenos momentos puntuales sobre todo en la recta final, quizá su lectura adolece de algo más pasional aunque esté bien interpretada; la orquesta respondió en general bien a pesar de algún momento puntual dubitativo, especialmente reseñable es el trabajo de la percusión, que no denotó dichas dudas. En conclusión, más de “La conquista de México” que de su “Don Giovanni” lo cual agradecemos enormemente.

Es inevitable, al hablar de las óperas de Britten, pensar en Peter Pears, su actor fetiche y al que estaba unido sentimentalmente, para el que escribió particularmente estos papeles; John Daszak conformó un Gustav von Aschenbach muy cercano en la vocalidad e incluso el timbre al del británico: una voz de poca extensión pero que encarnaba a la perfección ese canto declamado que le hace característico al tenor “britteniano”; teniendo en cuenta que prácticamente no abandona la escena en ningún momento, Daszak dibujo a la perfección su papel en cuanto a la intencionalidad y evolución psicológica, mostrando trazas de gran belleza por cuanto se acercaba pasionalmente a ese momento de descubrimiento de la belleza que mencioné con anterioridad. Una interpretación muy inteligente, con buena línea de canto además de no olvidar los momentos más sensoriales. Contrariamente a esto, Leigh Melrose abusó, a veces sin medida, de lo histriónico que le ofrecía su múltiple cometido en todos los papeles que iban sucediéndose. Tampoco es que su voz ofreciese algo mejor, estentórea, destemplada, demasiado abierta, rozando en ciertos momentos la  desafinación sobre todo en notas bajas.

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La voz de Apolo del contratenor Anthony Roth Constanzo cumplió en tesitura aunque no ofreciese nada especial, correcta sin alardes. Lo mismo podemos decir de Duncan Rock en su doble cometido, aunque su voz es más adecuada para el papel; fantástica la expresividad en todo momento de Tomasz  Borczyk en el papel del mudo Tadzio, su interpretación artística (en su papel y como ballet) fue excelente y acompañó en todo momento al protagonista con muchos matices y una espléndida sensibilidad;  muy bien todos los comprimarios que aparecían en interpretación conjunta, entre ellos destacando varios cantantes españoles como Itxaro Mentxaka, Nuria García Arrés , Ruth Iniesta, Antonio Lozano y Damián del Castillo; el contraste con Melrose fue evidente ya que actuaron sin tantos excesos pero sin dejar de caracterizar adecuadamente sus papeles, especialmente las intérpretes femeninas estuvieron bastante bien en sus intervenciones. El coro, en su línea, muy bien en lo vocal, especialmente los hombres,  aunque momentos puntuales quedaron emborronados por la dicción inglesa que se podría trabajar un poco más en aras de la claridad.

Noche fabulosa, de esas donde la buena música se une indefectiblemente a lo que estás viendo; una noche, en definitiva, para disfrutar de un gran espectáculo.

Las fotos pertenecen a Javier del Real

“La fille du régiment” de Gaetano Donizetti en el Teatro Real. Apoteosis “tenoril”

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Pocas veces vivimos un éxito tan aplastante como el que tuve ocasión de presenciar ayer.

No puedo evitar sentir, como tenor de coro  que soy, un gran orgullo al escuchar un despliegue de medios como el que ofreció ayer el mexicano Javier Camarena, más tratándose de una de las arias más famosas que se conocen por su gran dificultad técnica; “Ah! mes amis”, con sus nueve “Dos de pecho”; es un escollo de gran dureza ya, que requiere una conjunción de técnica y una gran resistencia para llegar al do final sostenuto con garantías.  Y sorprende aún más porque lo afronta con voz de pecho, alejado de la más etérea interpretación de Flórez que adolece del volumen del mexicano. Camarena aprovecha la técnica sul fiato al máximo consiguiendo una proyección atronadora de cualquier nota que ejecute. En el caso de los proverbiales “Dos” era más que escuchable por todo el teatro, que asistía con reverencia a un espectáculo de esos que no se olvidarán nunca; no hay rastro de gola  sino que el sonido se proyecta desde la máscara central consiguiendo una gran resonancia, milagrosamente no necesita prácticamente vibrato en el sostenuto final, es prácticamente imperceptible; y todo ello con una afinación perfecta, no caló ni uno solo de ellos. Se notó durante toda la actuación, sobre todo cuando el protagonismo era de Marie cómo se adecuaba para empastar y no sobresalir demasiado; pero claro, con ese torrente en los “concertantes” se le oía por encima de todo. Quizá se le podría poner algún pero en la parte final, puede que fuera el cansancio, o la relajación, pero la mezza voce que manejó fantásticamente toda la obra se resintió un poco en su “Pour me rapprocher de Marie” pero fue un espejismo que finalizó brillantemente con otro de sus épicos agudos (improvisado en este caso).

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No todo fue Camarena claro. El montaje escénico de Pelly, muy conocido ya por llevar bastante tiempo trasladándose de un teatro a otro es tremendamente efectivo. Sencillo en concepción, ambientado en la primera guerra mundial, clásico, pero que aprovecha a la perfección los momentos cómicos que abundan a lo largo del libretto para acentuarlos aún más, sobre todo en la original disposición del segundo acto, donde aprovecha el carácter musical para realizar coreografías divertidísimas que arrancaron las sonrisas de los espectadores en no pocos momentos. Junto a este buen montaje no podemos olvidar la dirección musical del veterano Bruno Campanella, perfecto conocedor de la obra, que sabe sacar todo el jugo que destila su partitura. Sonó conjuntada la orquesta, con matices, con buen uso de los crescendos a pesar de que inicialmente los metales estuvieron un poco despistados. Todo se iba ensamblando en el gran espectáculo.

Aleksandra Kurzak hizo un esfuerzo encomiable con el endiablado papel de Marie, consciente de los medios de su compañero y de la rotundidad, intentó ganar por la parte actoral, se mostró muy divertida, pizpireta en su papel, buscando todos los rasgos que hacen encantadora a esta protagonista. Sin embargo, sus problemas de afinación durante buena parte de la obra lastraron su actuación. Fueron evidentes desde su “Au bruit de la guerre” donde transitaba por las notas agudas bruscamente y sin detenerse demasiado en las notas de paso para calar en la nota más aguda. Este problema de afinación fue más escandaloso en los momentos en piano de “Il faut partir” donde afeaba completamente muchos de sus pasajes, quedó ciertamente deslucida. Si a eso sumamos que su voz en el agudo no es precisamente bella, pues el resultado final  no fue todo lo que se podría esperar de un papel como este. Sonó mejor cuando cantó el dúo con Tonio o el trío con Sulpice. Lástima, aun así el público reconoció su esfuerzo. Spagnoli nos pintó un Sulpice muy Fille2dicharachero, un contrapunto cómico que brilló con luz propia, especialmente en los diversos momentos en los que cantaba con los protagonistas, su centro está bien timbrado y tiene la voz adecuada aunque le faltó un poco de proyección, quedando ligeramente en segundo plano su voz la mayoría de las veces. Podles, con la voz ciertamente avejentada, confío en su capacidad como actriz más que en el canto, ya en su “Pour une femme de mon nom” inicial prácticamente no se la oía con la entrada de coro, aunque sabíamos que cantaba, se esforzó porque por lo menos las notas finales se escucharan pero hablar de un intento de canto legato sería demasiado aventurado, todo sonó muy entrecortado aunque, por lo menos, fue divertida; el papel teatral de nuestra Ángela Molina como la duquesa de Crakentorp fue lo que tenía que ser, extravagante, rozando la parodia en todo momento, ni más ni menos que lo que se le tenía que pedir; bien Isaac Galán como Hortensius, otro de los contrapuntos cómicos y con solvencia. El resto de comprimarios cumplió sin más. Nuevamente tenemos que congratularnos del papel del coro del Teatro Real que volvió a mostrarse sólido en su actuación, especialmente en los concertantes del primer acto cantados con mucho gusto al mismo tiempo que tenían que moverse por todo el escenario; como siempre, plenos de energía y con una calidad en cada nota interpretada que no se puede poner prácticamente ningún pero. Siguen demostrando que son toda una referencia.

En conclusión, una noche magnífica, gozosa, de esas que ayudan a aficionarse al género. De las necesarias en estos tiempos. Así, yo digo sí.

Las fotos son propiedad de Javier del Real

“Le nozze di Figaro”: Mozart supera las vicisitudes

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

bodas1Había grandes expectativas por el comienzo de esta nueva temporada; evidentemente, es un hecho que estamos en el año uno después de la etapa Mortier y eso pesa en el público madrileño que ha reaccionado con optimismo aumentando la compra de abonos ante las perspectivas futuras. Este estreno, en especial, tenía un acicate más, y este era la presentación oficial (después del Alceste) del director musical titular, Ivor Bolton.

La ocasión, además se presentaba propicia, un montaje escénico, el de Sagi, bien conocido por los espectadores: una puesta en escena clásica, efectiva, sin lugar a sorpresas, que no entorpece la acción y resulta bella por momentos; naturalmente, estamos hablando de una ópera, “Le nozze di Figaro”, que, además, es una de esas maravillas que soporta por igual éxito de crítica y público. La perfección hecha música, una de esas partituras que embriaga por su conjunción texto-música y que , en última instancia, divierte muchísimo.

No voy a hablar del montaje entonces, se ha hablado mucho ya; soy de los que cree que funciona realmente bien y ensalza las virtudes musicales, es una delicia que los juegos ideados por Sagi sigan arrancando las sonrisas de los espectadores.

La labor de Bolton en el foso no fue lo que un servidor esperaba; era consciente de la labor del británico y que estábamos ante “su repertorio” y, como tal, uno espera la excelencia, ni más ni menos; máxime después del fiasco que supuso su dirección de “Alceste” en la temporada pasada, que ya comenté además por aquí. Si bien es cierto que la obertura, bien llevada, con chispa y sentido del ritmo, no auguraba lo que vendría después. Me temo que la irregularidad es la marca de la casa: adopta ritmos caprichosos que no ayudan a entender mejor la música o el drama, falta de equilibrio orquestal con respecto a los cantantes que se traducía en un esfuerzo demasiado grande de bodas2estos para intentar que se les oyera, desajustes con los cantantes que, en algunos momentos, no iban con la orquesta sorprendentemente, etc.. No quita que hubiera buenos momentos, que los hubo, como el concertante final del segundo acto o el del tercero y la orquesta hay que reconocer que sonó empastada entre sí. El resultado no fue un desastre, de hecho,  estuvo hasta bien, pero hablamos de excelencia y en este caso y para esta música en particular no se dio; no quiero ser derrotista, pero tengo serias dudas sobre el rendimiento futuro del foso.

En cuanto las cantantes, más de lo mismo; destacaron por su falta de idoneidad a los papeles que interpretaban y esto es un lastre para conseguir una interpretación óptima, quedó pasable, resultón, pero, desde luego, siempre hay que esperar más: Andreas Wolf como Figaro vuelve a demostrar que posee medios y proyección directamente proporcionales a su tosquedad, a veces por dicho volumen abría tanto el sonido que desafinaba sonoramente sobre todo en notas tenutas; Sylvia Schwartz se queda cortísima para el papel de Susanna, sus agudos son muy tirantes y  el volumen se resiente, tapada por el volumen orquestal  de Bolton en todo momento, era casi un milagro escucharla;  Pisaroni tiene presencia escénica y musical para interpretar al conde, su voz era de las que más se escuchaba y menos desbordaba,  no es exactamente un canto señorial pero no desentonaba tanto en su papel; Sofia Soloviy empezó con una condesa desentonada en su bodas3primera aria, la verdad es que fue un pequeño desastre, afortunadamente para el Dove Sono se lució y logró aplausos unánimes de un público que tampoco es que estuviera muy entregado ante el plantel, su interpretación fue de menos a más, pero podría ser una condesa interesante a pesar de alguna dificultad en la proyección; Tsagallova dibujó un Cherubino pizpireto y seguro en sus más que conocidas arias, mejor en el Voi che sapete aunque su voz tampoco creo que sea la mejor para el papel;  bien Schneiderman como Barbarina, sin alardes; insuficiente el griego Stamboglis como Bartolo, es impensable que un bajo cantante no sea capaz de cantar el trabalenguas de la Vendetta, todavía estoy alucinando con su interpretación; estupendo José Manuel Zapata con un papel más que feliz a pesar de su poca presencia, suele causar risas en el público y un buen recuerdo musical; razonable la disposición de Khatouna Gadelia como Barbarina y el resto sin destacar especialmente.

El resultado, de esta manera,  fue, como ya he dicho anteriormente; solo la música de Mozart consigue sobreponerse a sus intérpretes y brillar con luz propia siempre. Razonable éxito que abre una temporada en la que lo mejor está por llegar.

“Lohengrin” en el Teatro Real: Apoteosis coral

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Empiezo de una manera poco común, ya que suelen ser reseñados en último lugar casi siempre; pero me gustaría empezar hablando del coro, uno de los máximos artífices del éxito que se vivió en la función de ayer de Lohengrin en el Teatro Real. El reconocimiento del público y su entusiasmo fue unánime, hacía tiempo que no oía ovaciones y “bravos” como en esta ocasión. Y no fue para menos, el coro, en esta ópera de Wagner tiene un papel protagonista, es indispensable y está claro que lo solventaron de una manera magnífica; como cantante que es uno, sé lo difícil que es cantar Wagner, extremo por momentos, delicado en otros, pero sobre todo, exigente;  el coro Intermezzo, particularmente la sección de hombres, lo bordó, simplemente, cuánto equilibrio y empaste en voces tan sobresalientes individualmente. No hubo crispación a pesar de las dificultades y los textos se escucharon con una fantástica dicción alemana.

Fue una de esas noches en que ni la errática producción ni las dificultades de los cantantes podían ensombrecer un triunfo como el que se vivió. La puesta en escena de Hemleb rozó el esperpento por su sencillez y arbitrariedad. Sencillez porque la ambientó en una cueva, onmipresente durante cada acto; arbitrariedad porque había un monolito iluminado en el centro de la misma que aparecía y desaparecía sin ninguna función clara. El pobre iluminador por lo menos intento hacer algo más vivo lo estático de la situación. La dirección escénica se reducía a mover al coro de atrás a delante del escenario o hacer dar vueltas a Elsa o Telramund; una pena, pero por lo menos en esta ocasión no entorpecía lo visionado/escuchado y la mayoría del público no creo que ni se acuerde de él por el éxito de lo musical.

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Harmut Haenchen transmite mucha serenidad desde que coge la batuta iluminada en total oscuridad y hace que se desenvuelva esa joyita inconmensurable que compuso Wagner para la obertura; gesto claro, enérgico solo cuando es necesario; manejó muy bien las dinámicas para intentar equilibrar todo el conjunto especialmente en el difícil segundo acto; en el primero quizá se dejó se llevar consiguiendo un resultado demasiado ruidoso y un poco caótico; el tercer acto, más intimista por momentos, estuvo muy bien llevado. Encomiable el trabajo de la orquesta que, como el Coro, empieza a demostrar su categoría cada vez más y el resultado fue excelso, transmitiendo con toda su intensidad una obra mágica (a pesar de su pesimismo final) a un público que se rindió a la dirección musical de Haenchen y al trabajo orquestal.

En cuanto a los cantantes, cumplieron; no podemos hablar de interpretaciones para la historia, pero, en el conjunto, no desentonaron ni restaron un ápice al disfrute masivo que se produjo a pesar de ciertas limitaciones evidentes. Ventris escogió una manera muy heroica de interpretar a Lohengrin, no creo que sea lo más acertado, las mejores interpretaciones han sido más líricas como es el caso de Konya, Windgassen o Jess Thomas; pero hay que reconocer que dio las notas aunque no matizó lo deseable, su “In fernem land..” no tuvo enjundia, resultó tosco y sin contrastes, y en el último acto rozó el grito por momentos al ir reduciéndose su caudal; aun así el primero y segundo actos, a su manera, funcionaron. Esperaba más del trabajo de Catherine Naglestad, Elsa no es un papel difícil por tesitura, es un caramelo para cualquier soprano y, aunque parezca mentira, abusó con frecuencia del portamento para coger algunas notas y otras, directamente, salieron caladas; su interpretación olvidó la inocencia de Elsa para mostrarnos una atormentada protagonista rozando la locura, su timbre no es demasiado limpio y virginal para el contraste con Ortrud; Thomas Johannes Mayer afrontó al maléfico Telramund  con mucha fuerza , atacando con potencia los agudos aunque su voz adolece de una oscuridad que sería deseable en la configuración de este papel (siempre recuerdo a Uhde en estas ocasiones), pero hay que reconocer que se mostró seguro y no perdió la voz en ningún momento en este barítono tan particularmente wagneriano. Lo de Polaski, a su edad, no tiene mucho sentido; su voz no puede cantar Ortrud, sin más, el vibrato (que se fue haciendo cada vez más acusado) está desde la primera nota de su actuación; el último acto fue un desfile de gritos desentonados sin ningún sentido; el público agradeció su perversa actuación pero vocalmente es un desastre que no debía haber ocurrido. Hawlata, veterano ya también en estos menesteres, no puede tampoco con su papel del rey Heinrich, su voz disminuyó cada vez más, ni siquiera en el primer acto estuvo bien, noble en la media voz, escaso de medios para los agudos.  Muy bien el Heraldo de Anders Larsson, con una voz hermosa, sin desfallecer en ninguna de sus actuaciones y una buena línea de canto.

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Como ya dije anteriormente, estos pequeños detalles que he ido citando no disminuyeron el brillo de un verdadero triunfo musical, una de esas veladas en las que todos los espectadores salieron con una sonrisa en la cara. Lástima que Mortier no pudiera verlo en esta ocasión pero ese es el mayor homenaje que se le puede hacer: disfrutar de la música.

Publicado inicialmente en Ópera World aquí.

Fotos de Javier del Real para el Teatro Real.

“Alceste”: A medias…

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“A medias…” son las palabras que resumen a la perfección las sensaciones que me produjo el “Alceste” que tuve la oportunidad de presenciar el pasado día cuatro de marzo.

A medias estaba el teatro al empezar la función, ni la polémica atrae a la gente; 400 a 500 butacas libres todos los días que están disponibles en la web… y no hablemos de las entradas que encima son regalos. El propio Warlikowski estaba en el patio de butacas, pequeño, de apariencia frágil, con una gorrita puesta y observando los acontecimientos, nadie le reconocía curiosamente, le tenía a dos metros y en el descanso empezó él a aplaudir.

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A medias se quedó la propuesta escénica del polaco; venía precedida, como no podía ser de otra manera, de unas declaraciones bastante  curiosas sobre su concepción del teatro por encima de la música y el libretto, viniendo a decir que quien quiera oír música que se fuera a casa. El director de escena vive de este “status quo”, es un hecho que, además, es alentado por los directores de teatros como el que hemos “sufrido” en estos últimos años en Madrid. Sorprende especialmente el que los directores de escena de ahora se quieran convertir cada vez más en creadores, intentando ponerse por encima del propio compositor, no hablemos de los cantantes o directores de orquesta. El sentido común dicta que la escena debe funcionar como unión con la música y el texto y de esta manera se debe llegar a esa simbiosis que suele traer momentos aún más excelsos por aunar tantas facetas artísticas. Para Krzystof no es así, ya que considera que la acción teatral está por encima de todo. Eso le lleva a “reescribir” con sus insertos lo que nos cuenta la ópera “per se”. Así, comienza en su visión este Alceste, con una entrevista en inglés a Alceste que se convierte en sosias de Lady Di, aunque no se diga explícitamente (ya se encargaron de recordárnoslo antes del estreno); a pesar de que el paralelismo de los dos personajes no me parece tan adecuado ni en trayectoria ni en el final a menos que nos movamos a parámetros generalistas como la cuestión de lo necesario de la monarquía y del papel de la mujer, no  solo en dicha monarquía, sino en general en la sociedad patriarcal. Desde ese punto de vista, podemos encontrar más aciertos en la escena a pesar de que, en ocasiones, haya tantos elementos arbitrarios (la famosa bailarina…) que, irremediablemente, te sacan de la escena. Lo único que me queda pensar es si lo hace adrede o hay un hilo conductor por detrás, me temo que lo segundo no es así, ya que se queda en un estado intermedio donde, al final, no concluye lo empezado. Aun así, la analogía final del Hades con una morgue es lúcida y el tercer acto resulta por lo menos más acorde con la música y el texto consiguiendo esa simbiosis de la que hablaba al empezar.

A medias, muy a mi pesar, resultó la dirección musical del flamante nuevo director del Teatro real Ivor Bolton; sobre todo porque esta era su presentación tras su elección y, además, lo hacía con una obra de un repertorio que manejaba con soltura; desgraciadamente se evidenció, sobre todo en los dos primeros actos, una dirección plana que aunque hizo el esfuerzo de mostrar dinámicas, no sacó todas las texturas necesarias para que la obra de Gluck resultara atractiva; con lo cual todo resultaba pastoso, sin fluidez y, ciertamente, un poco aburrido, sobre todo en todos los recitativos acompañados que son la base de la obra. Producto quizá de una falta de entendimiento con una orquesta que tiene que acostumbrarse a lo que le pedirá el inglés no acababa de fluir como debe hacerlo la música del alemán. Me quedo con esperanza por  el tercer acto, donde sí se pudo apreciar una mejor aclimatación, a lo mejor ayudado por el contraste de tiempos y cambios dinámicos de la música en sí misma; pero esto es a lo que me agarro hasta el año que viene donde hará “Las bodas de Fígaro”.

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A medias también la desafortunada actuación de los papeles principales; Denoke no es una voz adecuada para el papel de Alceste en estos momentos, y no lo es porque todas las notas agudas estaban tremendamente forzadas, sin frescura, calantes y desafinadas; en una obra como la de Gluck, este flujo de voz debe ser continuo, sin estridencias y Ángela no puede acometerlo ahora mismo. Peor es el caso de Paul Groves con una vergonzosa línea de canto para el papel de Adméte; no se puede cantar peor, agudos fuera de estilo y cantados sin sutileza, su voz no es lo que era, pero dio la impresión de estar peor que nunca con esos vibratos y su falta de adecuación, una elección desastrosa para el papel principal. Willard White tiró de galones para realizar una interpretación poderosa, a pesar de que su voz no está en plenitud, siempre demuestra que puede actuar y resultar convincente en sus papeles sin que se note que se resiente musicalmente.  Mejores las prestaciones de Magnus Staveland y Thomas Oliemans en los papeles de Évandre y Hercule respectivamente, sobre todo teniendo en cuenta los roles principales. Muy interesantes Radó como Heraldo y Oráculo e Issac Galán en el corto, pero bien dibujado, papel de Apollon. Sorprendentemente hasta el coro titular, habitualmente regular en sus actuaciones en los últimos meses, se mostró inseguro en los dos primeros actos, con desajustes y pequeños problemas de afinación en sus numerosas actuaciones; ya en el foso en el tercer acto, todo sonó bastante mejor , devolviéndonos la sensación más habitual.

Más gris que brillante este “Alceste” gluckiano. El público recompensó a Bolton y la mitad abucheó  la propuesta de Warlikowski, nada nuevo bajo el sol.

Las fotografías son de Javier del Real para el Teatro Real

Publicado inicialmente para la revista Ópera World aquí.

Lo que podremos ver en la temporada 2014/2015 del Teatro Real

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Había mucha expectación por comprobar lo que iba a pasar con la nueva temporada del Teatro Real; parece que la era Mortier ha acabado pero, hasta que no se vieran las nuevas temporadas parece que no es oficial. El resultado tras el anuncio de la nueva temporada se ha quedado, de hecho, todavía en un estado intermedio, un limbo musical con ciertos atisbos de cambio que son los que promueve Matabosch y otras óperas que son herencia todavía del legado de Mortier. Entre dichos atisbos se puede ver la mayor presencia de intérpretes españoles, la elección de Ivor Bolton como director musical titular (aunque en ese año solo va a hacer una producción, ya que lo oficial será el próximo año) y algunas producciones que iban a ir al Liceo y que vienen por aquí. Además de la vuelta de cantantes mediáticos que tan poco le gustaban a Mortier.

Vayamos pues a lo que podemos esperar, que no es poco:

-Se abrirá la temporada con la reposición del ya conocido montaje de “Las bodas de Fígaro” de Mozart de Emilio Sagi; no seré yo el que me queje pero, ciertamente, se programó no hace mucho y es una de esas óperas que ha venido en no pocas ocasiones, con todo lo que se podría programar de Mozart…  Lo más interesante será ver de nuevo a Ivor Bolton (flamante director musical titular) dirigiéndola (es la única que hará ese año hasta su entrada oficial) y dos elencos heredados, especialmente de los que ya hemos visto en la etapa de Mortier, varios bastante conocidos  ya de estos años, sin ser especialmente importantes; por lo menos son adecuados al repertorio.

-La segunda ópera “La hija del regimiento”, de Donizetti, sí que es algo nuevo por fin. Tenemos la producción de Laurent Pelly y la dirección musical de Bruno Campanella y Jean-Luc Tingaud. Oportunidad de oro de descubrir otra de esas joyas del compositor, no se programa con tanta frecuencia y que constituye un emblema del bel canto. Los papeles de la soprano que alternará a Natalie Dessay (aunque está prácticamente retirada), Kurzak  y Rancatore y del tenor con su famosa aria de los 9 “dos de pecho” (“Ah Mes amis), que tendrá a Siragusa y Camarena como protagonistas, son paradigmas de lo más endiablado y bello del canto. Pietro Spagnoli y Luis Cansino como Sulpice y Ewa Podles y Ann Murray completan los roles principales. Mediática, además de anecdótica, será la presencia de Carmen Maura como Duquesa de Krakenthorp, pero atraerá a mucha más gente y se venderá muy bien. De todos modos valdrá la pena. Es muy disfrutable. Echo de menos lo que podría haber hecho Celso Albelo con un papel que borda especialmente como es el caso de Tonio.

“Muerte en Venecia” del británico Benjamin Britten es una coproducción con el Liceo que ha llegado demasiado tarde por partida doble, no solo por la producción sino por el centenario de Britten. Aun así la fantástica producción de Willy Decker puede triunfar; veremos si otro de los prometidos de Mortier, Alejo Pérez, corrobora las buenas sensaciones que dejó este año con “The Indian Queen”María José Suárez y Vicente Ombuena completan un reparto muy especializado en este tipo de obras y del que se puede esperar un buen rendimiento.

-Tres funciones hay programadas para “Romeo y Julieta” de Gounod.  Versión concierto que, sin embargo, tiene más de un atractivo; en primer lugar, en la dirección musical con Plasson a la batuta; lo segundo serán sin duda los cantantes, la presencia de Tagliavini, Yoncheva y, sobre todo, el tan cacareado “divo” Roberto Alagna (suspenderá función antes de cantar?? Con él nunca se sabe) aseguran por lo menos impacto y, posiblemente, tres buenas noches de música.

-El cuento de hadas de Humperdinck “Hansel y Gretel” tendrá el aderezo del vestuario de Agatha Ruíz de la Prada. La dirección musical será de Paul Daniel y Diego Rodríguez. La dirección escénica de Joan Font de los Comediants. Esperemos que esta pequeña obra maestra se vea reforzada por estas propuestas escénicas; la música, deliciosa, lo merece. Parece que Alice Coote y Sylvia Schartz en los papeles de Hänsel y Gretel  y el gran Bo Skovhus como Peter pueden asegurar un buen papel en lo musical.

“El público” de Mauricio Sotelo, sobre el texto de Andrés Ibáñez de la obra de Federico García Lorca, será el primer estreno mundial del año, y además español. Con dirección del fantástico Pablo Heras-Casado y unos cantantes que tendrán que enfrentarse, auguro, a una partitura contemporánea difícil y de texto complicado igualmente (no en vano la obra de Lorca es bastante compleja). Esta, así como el otro estreno, generará sentimientos encontrados como suele ocurrir con este tipo de obras. La escena vendrá a cabo de Robert Castro. El foso será ocupado por la Klangforum Wien.

Matabosch habrá tenido mucho que ver en “La traviata” de Verdi que tendremos a continuación con producción de David McVicar y dirección musical de Renato Palumbo ya que se trata de una coproducción del Teatro Real, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, la Scottish Opera de Glasgow y la Welsh National Opera de Cardiff. Siempre es un gusto encontrarnos con esta maravilla. Habrá que ver si Ciofi puede con él todavía, se alternará con Irina Lungu y Ermonela Jaho. Alfredo será interpretado por Francesco Demuro, Antonio Gandía y Teodor Ilincái, sin demasiadas garantías para sacar algo más digno que lo que podría haber hecho más de un español. Cubierto con creces el papel de Giorgio Germont con el inmenso Juan Jesús Rodríguez, Ángel Ódena y el experimentado Nucci. Siempre es un éxito de público, o sea que, tiene pinta de triunfar a lo grande con su música imperecedera y archiconocida.

Harmut Haenchen dirigirá el “Fidelio” de Beethoven con esta nueva producción del Teatro Real en coproducción con l’Opéra national de Paris que realizará Alex Ollé (La fura dels Baus) con Valentina Carrasco. Los cantantes, con la figura bien conocida de König como Florestan y de Pieczonka como Leonore estarán bien acompañados por el Rocco del poderoso Franz-Josef Selig. Completan reparto Anett Fritsch, Ed Lyon, Alan Held y Goran Juric.

-Si mediático era lo de Carmen Maura, qué podemos decir de este “Gianni Schichi”, tercera ópera del Tríptico pucciniano que tendrá la dirección escénica nada menos que de Woody Allen y Plácido Domingo debutará en el barítono protagonista. La dirección musical de Giuliano Carella se quedará oscurecida por el tamaño escénico propuesto. Acompañarán en esta divertida obra de Puccini Maite Alberola, Elena Zilio, Albert Casals, Maria José Suárez, Vicente Ombuena, Luis Cansino… para una posibilidad realmente atractiva para el público, el texto de la obra junto con las ocurrencias de Allen pueden resultar más que entretenidas.

Plácido Domingo es el gran protagonista de las “Goyescas” de Granados en esta coproducción del Teatro Real y Los Angeles Opera, ya que se encargará de su dirección musical. José Luís Gómez será el encargado de la escena. El trío protagonista nos trae, desde hace bastante tiempo, de nuevo a María Bayo a la que acompañarán Andeka Gorrotxategi y José Carbó. Es una verdadera maravilla, preveo éxito total.

-Para acabar la temporada el otro estreno mundial español, “La ciudad de las mentiras” de Elena Mendoza con libreto de Matthias Rebstock basado en relatos de Juan Carlos Onetti (Un sueño realizado, El álbum, La novia robada y El infierno tan temido). La dirección escénica será de Matthias Rebstock y Titus Engel asegurará una siempre profesional dirección musical. En cuanto a los cantantes, seguro que tendrán que trabajar a lo grande por las dificultades inherentes. Katia Guedes, Anne Landa, Anna Spina y Graham Valentine serán algunos de los valientes. Mi comentario anterior a la obra de Sotelo aplica perfectamente a esta.

Eso es todo, comienza el cambio, se pueden ver los indicios, pero tendremos que esperar un poco más para comprobar de lo que es capaz Joan Matabosch, mientras disfrutemos en lo posible esta temporada de transición.

Artículo publicado inicialmente en Ópera World

“Brokeback Mountain”: mucho ruido y pocas nueces

El segundo de los estrenos mundiales de Mortier (y el último) guarda muchas similitudes con el anterior que pudimos escuchar el año pasado, el “The perfect American”de Philip Glass; los dos son autores norteamericanos, uno de más renombre internacional, ya que Charles Wuorinen es más conocido en EE. UU. que en la escena europea; los dos tratan temas que, a priori traen polémica: si en el segundo se trataba de desmitificar la figura de Disney, en el primero el amor homosexual de los vaqueros, que llevó al cine magníficamente Ang Lee con el tristemente fallecido Heath Ledger y Jake Glyllenhal como pareja protagonista; los dos se nos han vendido como posible estupendas partituras que, finalmente, resultan en mediocres propuestas; y vuelvo a la palabra polémica, ya que, cada estreno del señor que conocemos (también en repertorio clásico) utiliza hasta la saciedad cualquier elemento que lleve a ese posible rechazo por una parte del público y lo publicita descaradamente.

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Solo teníamos que ver la rueda de prensa donde se llegó a comparar, bastante desafortunadamente,  la música y el sentido de la obra con el “Tristan und Isolde” del grandísimo Wagner. Más allá de la imposibilidad de encontrar el amor en vida y la frustración al no encontrarlo, que cada una de las obras trata a su manera, la música de Wuorinen está ciertamente a años luz del alemán, tanto en genio como en emoción. Esta sistemática explotación de lo potencialmente escandaloso, ha causadoen esta ocasión, una nueva avalancha crítica mundial que esperaba que el público del Teatro Real, tan conservador, liara un escándalo en directo; la sorpresa para Mortier y su séquito es que no ha sido así, los que no querían a priori verla por el tema tratado no han ido, el día que fui yo había muchos huecos (solo comparables a los que vi en la de Rihm este mismo año); los que no disfrutaban con ella se fueron en mitad de la representación, independientemente de que fuera continua; y los que se quedaron, educadamente,  apreciaron y respetaron lo que estaban viendo.

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¿Podemos hablar de éxito entonces como ha aparecido en varios medios? Sinceramente, es un éxito de prensa, que nos ha servido la música de Wuorinen a bombo y platillo y en bandeja de plata; se ha conseguido el éxito a nivel mundial pero los abonados están esperando el cambio de temporada como agua de mayo. Yendo ya a la música de la obra, lo único común con la de Wagner era en el uso de leitmotifs, tanto para los vaqueros como para la montaña (Brokeback Mountain) , un juego de notas graves tremendamente sobrecogedor que actúa como hilo conductor de la evolución de los dos personajes según avanzan los años:  la elocuencia del tenor Jack ante lo implícito del discurso musical del bajo Ennis, prácticamente un recitado hasta que llega a su parte final; hay ciertos guiños entre el dodecafonismo a la tradición operística, como algunos números de dúos o incluso un número de coro; pero el conjunto resulta más o menos árido para el común espectador y los pocos momentos líricos no consiguen que se produzca la empatía necesaria en un conjunto que adolece de fuerza y que deja bastante frío en general musicalmente.

En cuanto a la escena ideada por Ivo von Hoave, es muy acorde con la historia que se está contando y resalta los buenos textos de Annie Proulx sobre su propia obra; desde el minimalismo inicial y final donde solo vemos un vídeo con la proyección de una montaña (Brokeback Mountain) y que reflejan la soledad de los dos vaqueros y de su amor, hasta los momentos entre medias, donde hay mobiliario y asistimos a una típica historia de amores y desamores con la presencia del resto de personajes. No es que sobresalga especialmente todo lo utilizado pero no molesta y está totalmente en consonancia con lo contado.

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En este panorama resulta vivificante encontrarse la batuta de Titus Engel que saca posiblemente todo lo que se podría sacar a la partitura, desde los bellísimos graves para describir el motivo de la montaña al comienzo, somos conscientes de lo impecable de su idea; la precisión de sus gestos ayuda a resaltar los contrastes musicales y matizar al máximo el discurso musical; deja que la música fluya en su medida y que los verdaderos protagonistas, Ennis y Jack nos describan lo irresoluble de su amor.
Con esto llegamos al papel de Daniel Okulitch como Ennis del Mar y Tom Randel como Jack;  espléndida la labor de los dos a nivel artístico y musical; la voz de tenor de Randel transmite a la perfección la jovialidad de Jack Twist, alternando entre recitados y buenos momentos líricos su voz se adapta sin problemas a la extensión de la partitura y resulta fresca en este contexto; el contraste viene con su compañero el barítono-bajo Ennis del Mar que resulta introspectivo en su actuación y que va evolucionando según lo hace su amor hasta ese final donde se convierte en el verdadero sostén, con un monólogo cargado de emoción que le convierte en el verdadero triunfador; su voz tiene algún problema para las notas graves pero sube con entereza y proyecta muy bien los agudos, que resultan bastante bellos. Muy interesantes las voces de Heather Buck en el papel de la atormentada Alma, y de Hannah Esther Minutillo en el de la mujer de Jack; sus voces son ciertamente lo necesario para estos papeles de corto recorrido y endiablados saltos tonales;  Ethan Herschenfeld en el papel de Aguirre no tuvo prácticamente dificultades para representar su parte;  buena voz la de Ryan McPherson para hacer el padre de Jack, una voz que no reflejaba para nada la flojedad aparente; buenos, aunque cortos, los de Henschel en el papel de la madre de Jack; del resto poco que destacar en sus apariciones breves, no desentonaron, pero nada más se puede sacar de sus papeles. El coro, en su único número, lo solventó sin artificios.

Representación plausible la de este estreno de Charles Wuorinen; con más sombras que luces pero que, sin embargo, no causa rechazo sino, más bien, frialdad colectiva.

Publicado inicialmente en la web de Ópera world (aquí)

“Tristán e Isolda”: el amor terrenal hacia lo místico

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“… höchste Lust!”, suenan los últimos acordes de este “supremo deleite”, Isolda (en esta ocasión en la piel de Violeta Urmana) . Las lágrimas anegan mis ojos y resbalan poco a poco pero seguras por mis mejillas sin control, me hacen reprimir el gesto; no son dolorosas, son lágrimas de felicidad, de suprema unión con la música de Wagner, otra vez; ¿ocurrirá algún día que no llore cuando escucho “Tristán e Isolda”? Todavía lo estoy esperando, mientras sigo disfrutándola cada vez. Sigo emocionándome hasta el límite con una música inmortal, una obra perfecta por su simbiosis texto-música; una obra eterna que acaba en esa palabra, Lust (deleite), el último grito de una Isolda mística, en un Fa en pianísimo; qué paradójico que uno de los monumentos más grandes a la humanidad acabe con tal sencillez, sin hacer ruido, dejándonos con la música fluyendo, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sucedido en nuestro interior.

Espectáculo plausible, con sus luces y sus sombras, el que nos trae en esta ocasión el Teatro Real para representar una de las obras maestras de Wagner más conocidas y apreciadas por el  público; de hecho, en las varias ocasiones que la he visto, a pesar de su duración, normalmente de 4 horas, la gente suele disfrutar; no es lo mismo oír a Wagner en un disco que disfrutarlo en vivo, lo cambia todo. “Tristán e Isolda” permite prácticamente todo tipo de montajes; de hecho, los mejores, sin que sirva de precedente, suelen ser minimalistas, porque entroncan directamente con el carácter de la obra. En este caso, Sellars y el videógrafo Bill Viola lo tenían muy claro. Ya comentó Sellars, de hecho,  que su objetivo era que la gente se fijará en el vídeo proyectado por detrás con el montaje de Viola y, en mi opinión, lo consiguió, excepto en ciertos momentos que detallaré ahora. La mayoría del tiempo era una puesta en escena espartana, sin mobiliario, sin trajes, los protagonistas del momento iluminados por los focos. O ni eso, ya que el marinero canta desde un lugar indefinido del teatro nada más empezar la obra, convirtiéndose en la tónica con el resto de personajes. Esto es más que patente en la escena del filtro de amor, el coro canta desde las alturas del paraíso, instrumentos debajo del paraíso, el rey Marke por el pasillo central, se ilumina todo… y, a pesar de buscar espectacularidad e introducir al espectador en la representación, se desvía totalmente la atención, no ya solo del vídeo, sino de la escena crucial del Filtro de amor que está sucediendo en ese momento. Sin embargo en otros casos sí funciona, como en la sobrecogedora escena de los avisos en el dúo de amor con una Brangäne que cantaba desde el paraíso y nos envolvía a todo el teatro con su música sin quitar sentido a la representación. Los vídeos de Viola siguen un hilo conductor muy claro: el paso del amor terrenal hacia un amor más trascendental, prácticamente místico, y sus vídeos van encaminados a ello aunque unas veces funcionen mejor que otras. El primer acto, en especial, en opinión de este crítico, es el menos logrado; no desde su hilo conductor, en el que está perfectamente integrado, sino en la obra, el tipo de imágenes que iban apareciendo conseguían sacarte por momentos de la representación, de la música y eso no debe ocurrir; las grandes obras parecen cohesionadas, aquí por momentos te sentías desubicado con la música a pesar de algunos momentos de gran belleza. En cambio en el segundo acto estaba perfectamente hilada la unión de los amantes y posterior disolución y, encima, las imágenes eran bellísimas: el fuego del amor, el agua de la purificación. Esa imagen de las velas que van encendiéndose según su amor se inflama al límite. Ese ocaso en la traición al Rey Marke. El  acto final continúa en la línea del anterior y enfatiza la disolución de los amantes para llegar a algo superior, por encima de todo, donde se encontrarán. El agua se convierte en la imagen que une su muerte y  en el “Liebestod” la cascada que eleva un cuerpo refleja como nunca lo cantado; qué imagen más inolvidable.

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Tengo que reconocer que no tenía esperanzas en lo que iba a hacer Piollet con esta obra; pero me encanta decir que estaba equivocado, a pesar de mis prejuicios iniciales, entendió bastante bien la obra y consiguió transmitir al público su visión personal; no es un director sutil, y desde luego no es paciente, tiende a entusiasmarse con la música y acelera los clímax de tal forma que no se disfrutan como se deberían; le ocurrió en la escena del Filtro de amor donde, como las decisiones escénicas, no pegaban demasiado con lo que en realidad se debería haber buscado: demasiado efectismo innecesario. Sin embargo, todo el segundo acto estuvo comedido y tuvo unos momentos de gran inspiración, como en los avisos  y durante todo el dúo de amor, el acto final tendría que haberlo leído de otra manera, los cantantes estaban agotados, y habría hecho falta un poco más de contención,  afortunadamente la música fluyó y fue una dirección razonable, sin exquisiteces pero efectiva para transmitir la grandísima música del compositor alemán. Gran momento el del solo del Corno inglés por Álvaro Vega, una verdadera maravilla.

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La Isolda de Violeta Urmana  estuvo bien dibujada desde lo actoral, colérica en ese primer acto de desesperación que la llevaba a desear la muerte, amante pasional en el segundo en sus delicados momentos con Tristán y totalmente transfigurada ante la muerte de su amor en el último; el problema es que la voz, a pesar de cumplir con todos los sobreagudos y luchar con la orquesta con un volumen desmesurado, ya no está en su mejor momento, las notas más agudas sonaron afeadas, por momentos con demasiado vibrato, y en el final, compuso el Liebestod que pudo, cansada, no pudo dar un Fa en piano de una duración  celestial como suele ser habitual, casi se cortó, fue una interpretación adecuada pero lejos de lo que se le puede sacar al grandísimo papel; Robert Dean Smith, en esta época de crisis de voces wagnerarianas y en ausencia de heldentenors, se ha convertido en el que repite una y otra vez este papel a pesar de no serlo, es más un lírico spinto con voz ancha y cierta potencia en las notas medias pero al cubrir las notas su emisión no llega a más de lo que lo hace ahora, digamos que es poco heroico; estuvo muy valiente, sorprendentemente, en el segundo acto, acto que, la mayoría de tenores suelen bajar su rendimiento para brillar en el último; aquí no sucedió (ojo a lo que puede pasar en las siguientes representaciones), lo dio todo, lo que puede dar, y no calculó demasiado bien, en una voz media, casi acabando rompió la voz audiblemente; el tercer acto estuvo demasiado comedido, miedoso y sin confianza; fue aplaudido, sobre todo porque el público es consciente de la dificultad, pero no fue la mejor de sus noches, a pesar de ser tan bravo. Alejandro Marco-Buhrmester tuvo que sustituir a última hora a Jukka Rasilainen (sorprendente que el teatro no pusiera una octavilla o avisara en el teatro, solo se dijo en redes sociales…) hizo lo que pudo, mejor en el primer acto, pero en el último su voz no fluía, como si se hubiera agotado, parecían recitados a gran volumen más que otra cosa. Franz-Josef Selig, en cambio, estuvo excelente en su interpretación del Rey Marke, su tierno patetismo ante la traición de su amigo Tristán fue reflejada con una voz plena, con unos graves bellos, gran potencia y agudos claros aunque un poco abiertos en algún momento, qué interpretación más convincente la del bajo; Ekaterina Gubanova perfiló una buena Brangania, sin aspavientos, con buen fraseo y algún momento hermoso como el ya comentado en el primer aviso especialmente, subyugó con su voz aunque se descompensó ligeramente por cantar desde arriba y querer que se escuchara bien; no es una mezzo de gran tesitura pero lo que tiene lo ejecuta con precisión. El Melot de Suliman no sobresale por nada en especial, es adecuado para el papel y con eso ya es bastante. Lo mismo podemos decir de los condenados a cantar en algún sitio escondido por Sellars; Nigro y César San Martin. Bien el primero en la canción del marinero del principio. El coro por una vez no sobresalió en demasía desde el paraíso.

En conclusión, buena representación que servirá para que mucha gente haya descubierto o redescubierto a Wagner y que, aunque no sea excelsa, se guardará en un rincón de nuestro corazón.

“L’elisir d’amore”: (Ex) Celso Albelo y el histrión Schrott se disputan la playa.

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Tiene gracia que el montaje que pudimos observar no resultó, al final, nada transgresor, y cuando digo que no lo resultaba es porque todos los papeles principales prácticamente mantenían su personalidad, no había subversión en ello. Ni tampoco en la ambientación en la que podría ser cualquier playa mediterránea. El director de escena Damiano Michieletto plantea que Adina es la dueña del Bar homónimo y es tan frívola y aparentemente segura como siempre, consciente de sus encantos para ligar con cualquier hombre que la interese. Su escena inicial, en la que lee el cuento de Tristán e Isolda no lo hace en un libro sino directamente de un portátil. Nemorino es el típico perdedor, un recogedor de basuras de la playa, un palurdo entrañable que vive ensimismado por el amor que siente por la dueña del Bar. Belcore no cambia absolutamente nada, el sargento del ejército es en esta producción un sargento de navío y es igual de creído y mujeriego que en cualquier montaje que hayamos visto antes. El papel que cambia un poco en su planteamiento es el de Dulcamara, aquí el buhonero adquiere connotaciones bastante oscuras ya que se convierte en un vulgar camello que reparte papelinas en las fiestas. La interpretación, rozando el histrionismo, del uruguayo Schrott lleva al límite a un personaje que, sin embargo, hace las delicias del público por sus elementos cómicos; pocos pueden negar que su presentación es apabullante: un coche todoterreno con cuatro azafatas y gigantescas bebidas refrescantes hinchables. Con coreografías con las azafatas y una actuación sencillamente memorable. A partir de la presentación de todos ellos la trama se sostiene durante casi toda la obra. elixir-300x168Consigue añadir elementos cómicos ajenos a la obra sin hacernos olvidar los ya presentes en el texto. Quizá el único momento en el que el italiano no sabe como ligar las escenas es justo después de la fiesta de espuma (con un Celso remojado… sí es cierto) hasta llegar a la escena final. Falta en ese momento el hilo conductor; aún así no ensombrece una concepción del espectáculo que, a pesar de rozar peligrosamente lo grotesco e incluso el mal gusto en algún momento puntual, funciona bastante bien y causó no pocas risas en el público.

Marc Piollet entendió perfectamente el carácter festivo de la ópera, reforzando con su dirección lo que tenía que ser una fiesta (playera); el problema es que se olvidó de la sutileza y la orquesta sonó muy descompensada por momentos, en comparación con los solistas que tenían que hacer esfuerzos encomiables para que se les oyera. Este desequilibrio se notó sobre todo en los concertantes, en los que los músicos tocaron demasiado fuerte y sin matices.

Esta obra maestra del gran Donizetti necesita cinco papeles principales de mucho carácter y características bien distintas. Celso Albelo estuvo inmenso en todos los aspectos de su actuación y del manejo de su espléndida voz; qué facilidad para cantar en mezza voce en la mayoría de los momentos; qué equilibrado en todos los momentos en que cantaba con otros y en los que adaptaba su voz para buscar el empaste; se permitió improvisar “dos de pecho” que nos permitieron descubrir la sencillez en la emisión de un agudo brillantísimo, sin apenas vibrato, colosal; si además juntamos a eso que estuvo divertidísimo y que la famosa “Una furtiva lagrima” la cantó con sentimiento, buen gusto y una línea de canto envidiable, nos encontramos con el gran triunfador de la noche. El segundo fue más sorprendente, no me molesta que los cantantes tengan ego, muy al contrario, normalmente un cantante con ego tiene mucha confianza y canta cada vez mejor, este es el caso del más que atractivo cantante uruguayo Erwin Schrott, su Dulcamara fue tan diferente a lo habitual que resultó inolvidable, llevó el papel de barítono bufo al límite elixirde lo permisible pero salió airoso, su papel fue el más divertido de la noche porque derrocha carisma por todas partes; lo bueno es que no se queda en la actuación; su voz es descomunal, con un volumen bestial, estaba tan cómodo que hizo muchas improvisaciones (en agudos), algunas no muy adecuadas, también hay que decirlo. Su voz es un torrente que no se acaba, impresionante y merecido segundo triunfador. En estas condiciones pasó un poco desapercibida la voz de la bellísima georgiana Nino Machaidze, con una voz realmente perfecta para el papel; no ahorró en agudos y los realizó con seguridad, el problema es que su voz no es excesivamente hermosa, sobre todo si comparamos con los anteriores intérpretes, y no consiguió el éxito de sus predecesores, aún así no desentonó para nada;  lo mismo podríamos decir de Capitanucci, su Belcore, por lo menos, estuvo bien caracterizado, su voz, pequeña, aunque muy cálida y templada, fue una de las más oscurecidas por la labor orquestal; no se le pueden poner peros a una actuación bien pensada y bien cantada aunque no rozara el sobresaliente; Ruth Rosique, en cambio, demostró que no existen papeles pequeños y cantó con mucho gusto a Gianneta, su voz es bastante potente, por momentos conseguía sobrepasar a la georgiana, aunque se abrían los agudos resultando un poco desafinados; su actuación estuvo sembrada ayudada por la dirección escénica que le dio mucha importancia a su papel. El coro titular siempre consigue que se le oiga, le pongan la orquesta que le pongan, estuvo como de costumbre matizado, afinado y muy correcto en todos sus momentos.

Un total éxito que fue premiado por los aplausos de un público entregado y que disfrutó de un montaje por momentos divertidísimo. Celso y Schrott se han doctorado en el Teatro Real, el público ya no les olvidará.

Lo sublime: “The Indian Queen” de Henry Purcell en la nueva versión de Peter Sellars

No voy a esconder mis reticencias ante el espectáculo que iba a ver en esta ocasión en el Teatro Real; sobre todo por lo que suponía que una ópera por arte de magia pasara de una hora escasa a tres horas y media, prácticamente debido a esta especie de mezcla que iba a realizar un director de escena, en este caso Peter Sellars. Sin embargo, no podía estar más equivocado, es difícil que este año haya un espectáculo que vaya a superar lo que vimos en la noche del 7 de noviembre en el Teatro Real con esta versión remozada de “The indian Queen”. No exagero al considerarlo como uno de los mejores que he tenido la suerte de disfrutar y vivir, llegando por momentos a lo sublime.

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Sellars utiliza como base la música de Purcell, no solo la escrita específicamente para la ópera en cuestión sino también la de otras canciones e himnos del autor, y los textos extraídos de la novela “La niña blanca y los pájaros sin pies” de Rosario Aguilar, que una actriz, Maritxell Carrero, declama en momentos puntuales. Todo se convierte en una mezcla de música y de (momentos de) declamación, que suelen desencadenar un momento musical, sobre todo coral, aunque también hay algunos individuales. Más allá de la heterogeneidad aparente, el norteamericano consigue integrarlo en una historia común y consistente, no son meras digresiones (que sería lo más sencillo) sino que contribuyen a ir avanzando la singular historia de la conquista de México (como ya vimos en la ópera de Rihm el mes anterior como primera parte de este díptico). Es fascinante lo bien que integra cada uno de los momentos con la danza, esos cuatro bailarines casi omnipresentes, con el juego de iluminación y con la teatralidad necesaria acorde a lo que está diciendo. Especialmente interesante en los espectáculos de Sellars (solo hay que recordar el fabuloso montaje de “Iolanta/Persephone” del año pasado) es el manejo del cuerpo, y particularmente de las manos. Cada frase, cada momento recitado o cantado tiene una dirección teatral que ha cuidado al milímetro: arrodillarse, simular una corona, mirar al cielo, cerrar los ojos… todo ello contribuye a reforzar cada nota, cada palabra. Cada personaje en escena tiene algo que hacer, y es consecuente con lo que está sucediendo. Los dibujos de Gronk, a medio camino entre el horror y lo infantil, ayudan aún más en este propósito. Ciertamente solo por dicha integración se consiguen momentos de gran belleza. Es importante considerar también la idea subyacente que ha querido dar a entender Sellars con este montaje y es el de dar importancia al papel de la mujer en los tiempos de la conquista. Reescribir la obra para dar una visión nueva que ensalza su papel (más allá de análisis simplistas sobre el papel de los españoles que he leído en otros periódicos, que solo buscan amarillismo sin criterio).

Si al montaje anterior le sumamos un trabajo musical como el que vivimos, entonces es cuando llegamos a la excelencia. La labor de Teodor Currentzis en la batuta y de la orquesta de Perm fue otro gran punto a favor de la noche. Puntilloso en la dirección, muy seguro en el manejo de los tiempos (que por otra parte se cambiaron de los originales en varias ocasiones), dando prepronderancia a los cantantes o a la orquesta según fuera necesario. Su único objetivo era sacar lo mejor de todos y lo consiguió con gran calidad de matices orquestales durante el largo tiempo que tuvo que realizarlo. Qué gran trabajo, reconocido por el público en los aplausos finales. En cuanto a los cantantes, prácticamente no encuentro “peros”:  muy bien el contratenor Vince  Yi con una facilidad pasmosa en los agudos y no exenta de calidez; de menos a más Julia Bullock, fabulosa según avanzaba a la obra, puro terciopelo en el grave, agudos bellísimos y sentimiento actoral y dramático en la maravillosa reescritura del “lamento de Dido” en su parte final; preciosa la voz de Nadine Koutcher que, aunque era más errática en la faceta de actriz, nos deleitó con unos momentos individuales con un lirismo que enamoraba, qué sensibilidad; nada mal tampoco Markus Brutcher, sobre todo en el dúo con Noah Stewart que, sin embargo, descuidó su afinación en algún momento por una exagerada actuación rozando el histrionismo, lástima, la voz del barítono es muy reseñable; algún problema tuvo en los medios graves Luthando Qave pero los solventó con entereza con otros momentos más intimistas mejor realizados; el contratenor Cristophe Dumaux  me asombró muchísimo por la sencillez al cantar, por unos medios de gran categoría y un gusto exquisito al desgranar cada frase sin olvidarse de la actuación. Hay que reseñar el papel de la declamadora Maritxell Carrero que tuvo que pasarse buena parte de la obra en escena sobre todo por sus cualidades como actriz y porque supo transmitir con mucha expresividad los textos. Hay que reconocer que todos los cantantes, bailarines y figurantes tenían clarísimo cómo hacer cada parte, buena parte de culpa la tiene Sellars.

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Y dejo para un punto y aparte en esta ocasión la labor del Coro de Perm. He escuchado en mi vida muchos coros, me fijo especialmente en su labor porque yo también canto en uno y, lo que vi anoche me sobrecogió,; hacía tiempo que un coro no me hacía llegar al éxtasis una y otra vez con la música. Habría que acunar el término “diminuendo infinito” para asociárselo a ellos, capaces de reducir el volumen más allá de lo humanamente posible hasta ser un murmullo, gradualmente, con una calidez excelente.  Matices de todo tipo, “pianísimis”, “fortes”, reguladores, “messa di voces”… Si le sumamos una dicción inglesa extraordinaria y un manejo de la expresión, de la dirección en la línea de canto como la que hacen gala en cada nota interpretada (y actuada, como comenté al principio, ¡no paraban en escena!!) el resultado es sencillamente conmovedor, prodigioso, estratosférico.

Su labor fue percibida especialmente por el público, que le dedicó los primeros bravos de la noche a pesar de las horas que eran, como al resto del reparto y directores. Un triunfo, sin duda; de la etapa Mortier me quedaré con lo bueno, en este caso con esta joya inolvidable que recomiendo encarecidamente que vayáis a ver.

“La conquista de México”: cuando lo teatral está tan indisolublemente unido a la música

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Desde la propia definición de la “ópera” el compositor Wolfgang Rihm no escondía sus intenciones al llamarlo música teatral en cuatro partes. Si remontamos a otros tiempos, estaba claro que la música era el pretexto principal a la hora de construir una ópera, sin descuidar el libretto y la acción teatral; hoy en día, en la música contemporánea, teniendo en cuenta la importancia que tiene la dirección escénica sobre la dirección musical o de los cantantes, los propios compositores conciben sus obras, lógicamente, desde esta perspectiva teatral; es decir, como música para ser representada sobre todo.

De ahí que mi primera impresión al escucharla: sonidos inconexos, gritos, coros repetitivos, textos deslavazados, luchas, percusiones desaforadas, etc. resultara tan árida a pesar de poseer parte del libretto. Todo este repertorio de aparentes rarezas, sin embargo, con la representación de Pierre Audi se contextualiza, la escena se convierte en el necesario sustento con el que cada momento cobra su significado, de los muchos que se le puede buscar a una obra muy rica en detalles. La escena se vuelve tridimensional, gracias a los músicos que se encuentran en los palcos y detrás de los espectadores en el palco real. Incluso los papeles de contralto y soprano uno a la derecha y el otro a la izquierda de los espectadores. También contribuye la aparición de los figurantes en medio del patio de butacas. Esa sensación de ser parte de la representación, no un mero observador de acontecimientos sino un vividor de los mismos con los protagonistas.

La multiplicidad de significados de la puesta en escena y de la música de Rihm no esconde algunos más evidentes como la crítica al imperialismo, el choque de culturas mediante la vuelta a lo básico, lo primitivo. El discurso lingüístico desaparece por momentos e iguala a los contendientes: los civilizados y los salvajes, que se vuelven iguales. Es en esa igualdad cuando la violenta percusión y los gritos guturales cobran aún más significado como único medio de comunicación entre ambos. La elección de una mujer para el papel de Montezuma supone otra dicotomía antagonista a tener en cuenta, donde el discurso de género está también vigente, hay una voluntariedad de igualar, es el signo de nuestros tiempos que el alemán no olvida.

Miedo tenía, después del año pasado, y su infame dirección de “Don Giovanni”, por comprobar lo que tenía que hacer uno de los protegidos de Mortier: Alejo Pérez. De hecho me sorprendía bastante su predilección con él habida cuenta de sus fallos evidentes. Afortunadamente, es el repertorio contemporáneo el que cuida y consigue llevar a buen término. Su dirección de la música de Rihm fue fantástica, clara y concisa, muy atenta a todos los músicos que estaban en la sala a los que dirigió con gestos ostentosos para que se notara muy bien lo que hacía ; especialmente cuidadoso fue en el manejo de los tempos que marcó con cierta facilidad y luminosidad. Intenso en el manejo de la percusión, le sacó prácticamente todo lo posible, no resultó nada monótona. Fue verdadero ejecutor de la música del compositor alemán.

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En cuanto a los protagonistas, Nadja Michael estuvo más que correcta en el papel de Montezuma durante todo el tiempo, su voz ejecutaba bien los sonidos agudos y las dificultades vocales de la partitura y fue la que arrancó los momentos más líricos aunque se notó algo de cansancio en la parte final (recordemos que la obra se hace sin descansos);  Geor Nigl no tiene una voz tan atractiva pero es más que suficiente para representar a Cortez, denso y caluroso fraseo según se acercaba al final especialmente; de los demás son muy destacables los papeles de Caroline Stein y Katarina Bradic como soprano y contralto respectivamente, muy dificultoso el primero por los continuos y estridentes agudos que realizó con solvencia, muy cálida la segunda con una voz que, por momentos, subyugaba a los espectadores, puro terciopelo en unos graves sobresalientes. El resto adecuados, más teatrales, como el de Ryoko Aoki como Malinche. El coro, en una representación grabada, adecuado para lo solicitado.

El teatro no estaba lleno, ya había algunos espectadores que esperaban algo de este estreno en España, algunos se marcharon en el medio. Los que quedamos disfrutamos de un espectáculo distinto y, en algunas fases, cautivador.

La sombra de Flórez es muy alargada.

Parece mentira que Rossini compusiera “El barbero de Sevilla” en 1816, con apenas 24 años y en menos de 20 días; sobre todo porque con tan tierna edad y en tan poco tiempo creó una obra maestra imperecedera, una de esas maravillas que no solo no te cansas de escuchar sino que es posible que encuentres nuevos detalles cada vez.

barbier_0191Esto es posible, además, por el auge de voces rossinianas, muy al contrario de la escasez que se está produciendo con Verdi y Wagner. Con este contexto, es indudable que Juan Diego Flórez ha sido un artífice indispensable en la revitalización de las obras del de Pessaro; solo hay que recordar la recuperación de la difícil tercera aria del tenor “Cessa di più resistere”  en esta misma ópera y las sucesivas grabaciones de otras a menudo olvidadas.

Lo que nos lleva a la función de ayer: el montaje de Emilio Sagi ya se había visto en enero del 2005; sorprende bastante que se comience la temporada con algo ya visto y encima con un reparto netamente inferior al de aquel año (Juan Diego Flórez, María Bayo, Pietro Spagnoli y Ruggero Raimondi); aun así, el resultado no estuvo mal. El montaje, no me quiero detener mucho en él, pero funciona realmente bien por momentos, la dirección artístico da importancia a actores secundarios que añaden líneas secundarias verosímiles, al mismo tiempo que cómicas, a la trama principal, esto hace que la naturalidad se convierta en bandera y se refuercen las situaciones humorísticas además de añadir otras; las carcajadas del público se dejaron oír, y esto contribuye al buen recuerdo de los espectadores, esto es indudable. Además, el juego  de colores, la transición en la tormenta hacia esa plenitud en el amor de los protagonistas, es una metáfora que resulta muy efectiva. Poco más queda por decir.

El checo Tomas Hanus realizó una dirección sólida y muy dirigida a la sensación orquestal en su conjunto, olvidándose un poco de otras direcciones más camerísticas, en mi opinión más apropiadas; contribuyó a que en los concertantes la orquesta no estuviera equilibrada con respecto a los cantantes, estaba en la sexta fila y me costaba distinguir pasajes que, habitualmente, son fáciles de seguir por los contrastes de Rossini. Precisamente por esto faltó sutileza en los efectos: crescendos que no fueron tales, tiempos acelerados o lentos que causaron alguna dificultad por momentos a ciertos cantantes y, en general,  a  pesar de sonar bien,  poca atención a los detalles.

malfi-granPara acabar, cómo no, los cantantes; a pesar del “éxito” que tuvo Kurchak quiero empezar con el papel de la encantadora Rosina que ejecutó Serena Malfi, precisamente por su regularidad y por tener la voz que más se ajustaba al papel  en la noche de ayer. Malfi eligió, por tesitura, el papel de mezzo, y su interpretación se aproximó más a aquellas de Horne y Bartoli, lejos de la canónica Berganza, pero sin la extensión de la voz de aquellas; con un puntito de ordinariez y bravura que la hacía ciertamente encantadora; estuvo espléndida y rotunda en los agudos, segurísima y clara en la ejecución de las endiabladas articulaciones; su papel quizá no pase a la historia pero es muy solvente. A Kurchak le escuché en el Don Pasquale de Muti e indiqué su potencial aún por pulir; lo que hizo ayer con su Almaviva me sorprendió,  ¿cómo es posible que en el primer acto tuviera tan malos momentos y, sin embargo, se marcara un segundo acto como el que hizo ayer, pleno de facultades? En “Ecco Ridente in cielo” tuvo, sorprendentemente, momentos en los que calaba notas, sobre todo en las transiciones de notas bajas e incluso problemas articulatorios, alternados con improvisaciones de notas de calidad;  o cambios de registro al falsete inexplicables en la romanza; sin embargo se marcó un aria final, la que, gracias a Flórez, ahora tienen que cantar todos los tenores, plena, con articulación casi impecable, agudos brillantes, bien timbrados, con volumen; quizá es parte de su planificación, consciente de que si hace este aria bien, el público va a quedar con la idea de que lo ha bordado; pero si esto hace que descuide el resto de su papel, me parece ciertamente absurdo;  en cuanto al Figaro de Cassi, fue de menos a más, empezó tan frío que ni la letra de su aria más conocida “Largo al factotum” se pudo oír con claridad en el patio de butacas, estuvo más concentrado en actuar y tuvo bastantes problemas con el ritmo además de cantar de una manera muy tosca; mejoró luego en los dúos con Almaviva y Rosina pero le falta delicadeza,  para conseguir construir un papel más digno; de todos modos, su actuación no se resintió en el conjunto. Buena actuación de Bruno de Simone en configuración del papel de Bartolo, con una voz clásica de bajo cantante o buffo que era perfecta para las trampas recitadas de Rossini; estuvo aderezado con agudos potentes y resultó muy divertido; el Basilio de Ulyanov fue claramente insuficiente en fiato y volumen para hacer la famosa “Calumnia”, no pasó del aprobado raspado; es de destacar el papel excelente, por gracia e intención de nuestra Susana Cordón en una divertidísima Berta; el coro, magnífico como de costumbre.

Buen comienzo de temporada, que deja buen sabor de boca a pesar de que, a priori, no pudiéramos tener estas expectativas.

La “Novena” de Rattle, buena ejecución, pero sin llegar a lo sublime

Rattle

Nunca me cansaré de escuchar (y cantar) la Novena Sinfonía de Beethoven, llamada “Coral” habitualmente. Es una obra de una perfección inusitada, no solo técnicamente sino, por su capacidad de despertar la emoción en quien la escucha (y no digamos en quien la canta). No exagero si nos encontramos ante una de esas obras maestras que se han convertido por derecho propio en un monumento a la humanidad, a la universalidad. Sí, es una de las obras que más ha trascendido y será siempre un símbolo.

Dicho esto, este servidor, después de haber oído tantas versiones, considera la legendaria grabación de Wilhelm Furtwängler como el paradigma de cómo debe hacerse y siempre tomo como modelo esta perfección.

Tras la cancelación de la flauta mágica (por presupuesto… u otros asuntos), se propuso a Rattle hacer unas funciones de esta sinfonía con la maravillosa Filarmónica de Berlín. Esto era, sin lugar a dudas, un acontecimiento; estamos hablando de una de las mejores orquestas mundiales y uno de los mejores directores actuales. Lástima, a pesar de todo, no haberlo utilizado con otra obra que no se hiciera tan frecuentemente, no olvidemos que días antes López Cobos había hecho todas las sinfonías en el día de la música.

En este marco, aún así, la expectación era máxima por lo que suponían los intérpretes y no defraudaron para nada. Rattle hace una interpretación muy personal de la sinfonía. Juega con diferentes detalles, cambia tempos, intenta poner sutilezas de todo tipo para engrandecer aún más el resultado. Fabuloso como acompaña cada movimiento, prácticamente ayudando a cada instrumento a hacer un crescendo, un arpegio o un pizzicato. Estuvo preciso al límite, atento a todo lo que iba surgiendo y adaptándose a los posibles cambios. Qué estupenda dirección de uno de los más grandes actuales. Cuánta energía desprende por los cuatro costados.

Si para ello cuenta con una orquesta en la que cada instrumento es un virtuosista que, además, empasta perfectamente con sus compañeros, pues claro, el resultado es excelente; me quedo con el clímax del primer movimiento Allegro, primoroso y emocionante, todo el movimiento dirigido a ese final tenebroso y amargo; o el manejo de las cuerdas en el tercer movimiento adagio, cómo estuvieron los violines en esa joyita que es ese movimiento, que cerca de lo sublime; que excepcional cada uno de los solistas: el oboe y la flauta travesera por poner ejemplos a una ejecución maravillosa.

Sin embargo, el pero vino en el último movimiento, justo el coral; desde la entrada del bajo solista Ivaschenko, que vociferó, en una especie de declamación más que una línea de canto, su intervención inicial, todo se quedó un poco descafeinado: los solistas estuvieron adecuados pero sin alardes, muy bella la voz de Tilling pero insuficiente, no se oía en demasía; Kaiser lo mismo, por lo menos su parte solista estuvo más adecuada que la del bajo; la más empastada fue la contralto de Stutzman, con gran proyección y brillantez.

Creo que los tempos y la forma en que tiene pensado este último movimiento Rattle no es el más adecuado; algunos de ellos eran extremadamente lentos, por poner un ejemplo la fuga o el presto final. Y desgraciadamente no ayudaban a resaltar lo musical; a pesar de que el coro del Teatro Real se merece un aparte, estuvo excepcional; qué fácil es cantar la Novena gritando, lo hacen casi todos los coros; pero cantarla como lo hicieron ellos, bien, es bastante dificultoso. No olvidemos que son veinte minutos al más alto nivel de exigencia en tesitura y potencia y que el posible calentamiento que hubieras hecho está más que olvidado cuando llega el momento, se entra frío y no tienes tiempo para reanimarte. Tal es la intensidad de esta obra. Pues bien, aunque Rattle la dirigió tan lentamente que podría matar a cualquier coro, este no dio ninguna muestra de fatiga y estuvo, no exagero, excelente. De hecho quiero hacer un inciso a favor, especialmente,  de la cuerda de tenores (no lo puedo evitar, lo soy también…); el comienzo de la fuga fue el ejemplo de cómo se debe cantar; el “la” sobreagudo fue brillante, pleno, estupendamente colocado, sobrecogedor; toda su actuación fue un prodigio, como la de todo el coro.

Conclusión: estupenda novena, sin llegar a la excelencia, pero, sinceramente, yo iría a ver a Rattle y su Berliner Philharmoniker siempre que aparecieran. Es un lujazo oírles.

Gala de homenaje descafeinada para la sin par Teresa Berganza

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Cuando digo descafeinada, no digo que la gala fuera mala; de hecho tengo que reconocer que el espectáculo fue mejor de lo esperado y tuvo muy buenos momentos. El problema es que todo lo que rodeó el espectáculo no fue lo que se podía esperar, sobre todo por los cantantes que asistieron; cuando celebras los 80 años de alguien tan grande dentro del “mundillo” como es Teresa Berganza, debe venir lo más grande del género y, salvo honrosas excepciones, José Van Dam y los españoles Bros, Bayo, Álvarez…, el resto de los partícipes, incluyendo el foso, estuvo voluntarioso pero eran de un nivel medio para abajo; para ser justos, rindieron estupendamente. Pero claro, qué podemos esperar de un teatro que, con su gestión, ha conseguido que los grandes divos no vengan aquí nunca. También parece inexplicable la no-presencia, de algún modo (documento gráfico, mensaje…) de Domingo, Caballé, Carreras, etc… los grandes españoles de su misma época y que participaron con ella en innumerables ocasiones. Tampoco contribuyó a la brillantez de la gala la sonora pitada que recibió el ministro de cultura, no evaluaré su gestión; pero, indudablemente, sus medidas no están haciendo demasiado bien a la música y el público expresó su malestar, consciente de la situación de la cultura en España.

Pasemos ya a la gala; el repertorio, sin embargo, fue excelentemente escogido: en una primera parte se interpretaron obras de Rossini y Zarzuela y en la segunda, obras de Mozart, con directores y cantantes diferentes para ambos cometidos. Me gustó lo escogido porque reflejaba parte del repertorio por el que se hizo famosa nuestra Teresa (con la única falta de Carmen, quizá su papel más paradigmático…).

En la primera parte dirigía Alejo Pérez, lo recordaréis porque ya hablé de él en ese hito que supuso “Don Giovanni” este año; hito, desgraciadamente, por los malos aspectos musicales y escénicos. Ayer volvió a demostrar que su dirección es insulsa, sobre todo para Rossini, una obertura como la de “La gazza ladra” sonó deslucida, sin ritmo, sin intensidad; mejor en los fragmentos zarzuelísticos, pero claro, porque los cantantes hicieron los mejores momentos de la noche. Sé que Mortier sigue creyendo en su talento pero, de verdad, no provoca más que bostezos. Del repertorio rossiniano, cabe destacar la interpretación pausada de Marie-Nicole Lemieux de “Di tanti palpiti” de “Tancredi”, con un poderoso instrumento por pulir todavía pero con buenas maneras; el intento de realizar el imposible aria de “Semiramide” “Bel raggio lusinghier” fue encomiable, Annick Massis, una verdadera especialista rossiniana, acusó el cansancio con notas caladas en la parte final pero fue portentosa; José van Dam, en franca decadencia, suplió sus limitaciones actuales con una “Calumnia” inteligentemente cantada y actuada, qué grande y variado ha sido el holandés. El concertante final de “Il barbiere di Siviglia” estuvo divertido, aunque, al no haber subtítulos, la mayoría de la gente no pudo disfrutar de la actuación ni del texto. Lo mejor llegó en ese momento; Carlos Álvarez estuvo cálido, templado, pasional, excelente el manejo de la potente voz con “En la cárcel de Villa” de “La linda tapada”, y arrancó los primeros bravos de la noche; me recordó a sus primeros momentos de la carrera; ojalá le hayamos recuperado para la escena. Bayo bordó también las “Sierras de Granada” de “La tempranica”, era la Bayo afinada y con un timbre bellísimo que todos queríamos oír, estuvo deliciosa; el colofón lo puso nuestro José Bros con un “No puede ser” de “La tabernera del puerto”, a su canto legato habitual le ha sumado volumen y el resultado fue pletórico. Fue lo mejor de la noche, qué casualidad, con todos los cantantes españoles y el repertorio de Zarzuela, ¿casualidad? Sabéis que no.

En la segunda parte tuvimos en el foso al otro protegido de Mortier (solo faltó el griego…), Sylvain Cambreling; aún así, es mucho mejor que su predecesor, y su interpretación de Mozart estuvo más afortunada, precisa y pasional, se pudo escuchar desde la dirección de la obertura de “La clemenza de Tito”. De lo demás, se puede destacar el dúo de “Don Giovanni” “La ci darem la mano” de nuevo con van Dam y una Serena Malfi estupenda que bordó más tarde “Voi che sapete”; esta italiana tiene un timbre precioso y canta muy afinadamente, además de que escénicamente funciona también muy bien; fue muy apreciada por el público. Auxiliadora Toledano, antes de interpretar muy personalmente el “Deh, vieni, non tardar” de “Le nozze de Figaro” le dedicó unas palabras a Teresa resaltando especialmente su apoyo a los cantantes más jóvenes; bonito detalle sin duda que le valió cantar luego el final del acto segundo, aunque ella no estuviera programada inicialmente. Señorial la condesa de Sofia Soloviy en el “Dove sono” que destacó especialmente con Carlos Álvarez con su gran Almaviva en el fragmento final del homenaje.

Se continuó con un vídeo que recordaba alguno de los momentos musicales pasados de Teresa Berganza con fragmentos de “Carmen” y la “Cenerentola” que sirvieron para que, a continuación, saliera ella misma a la palestra para hablar. Bonito discurso que tenía dos mensajes principales, además del agradecimiento; la defensa de la cultura y de la ópera sobre todas las cosas y, sobre todo, que no olvidáramos nuestro patrimonio musical: la Zarzuela. Fue un discurso sincero, amable y emocionante. Todo el público estaba rendido a sus pies. Decía que se conformaba con haber conseguido que su público se hubiera emocionado alguna vez con ella. Ay Teresa, no sabes cuántas veces lo has hecho y lo harás. ¡Qué grande eres!