Hoy os propongo un par de posibilidades ciertamente divergentes entre sí; quién sabe las razones que me llevaron a alternarlas, pero el resultado dispar es, a pesar de todo, bastante apetecible. No hablamos de obras que vayan a pasar a la historia por su calidad, pero sin embargo, nos ofrecen un entretenimiento más que digno.
El primer caso es otro exponente de la “Houdiniexploitation” que estamos viviendo en la actualidad, bienvenido sea, pero con precaución, ¿qué es lo que nos podemos encontrar en este libro? Pues el menú de un tragafuegos:
“El menú solía consistir en lo siguiente:
De primero, antorchas de brea ardiente, carbón incandescente y pequeños cantos rodados calentados al máximo.
El asado, cuando Dufour se sentía realmente hambriento, consistía en nueve kilos de buey o media ternera. A modo de fogón, se valía de la palma de la mano o de la lengua. La salsa de mantequilla con la que se servía el asado era azufre, derretido o cera ardiendo. Cuando el asado estaba listo, ingería el carbón y el asado juntos.
De postre se tragaba los cuchillos y los tenedores, las copas, y los platos de barro cocido.
Se encargaba de mantener al público animado presentando todo esto con un espíritu cómico y grosero y, para reforzar el elemento cómico, incluía el número la participación de varios gatos amaestrados.”
Tal menú nos hace una idea de lo que surgió en la época en cuanto a esas figuras, Houdini se dedica a describir los pormenores, las vidas, los trucos que utilizaban estos personajes; desvelando al mismo tiempo la antigüedad de algunos de los trucos utilizados; estamos ante un desfile de rarezas que desafían nuestro sentido de la maravilla y que nos retrotraen a una época distinta que, probablemente, no se volverá a dar:
“Siempre habrá entre nosotros personas forzudas, ya sean embaucadoras o atletas genuinos. Pero, con el gradual refinamiento de los gustos del público, la demanda de exhibiciones como las que ofrecen tragafuegos, tragasables, masticadores de cristal y el repertorio entero del así llamado Avestruz humano fue decayendo paulatinamente, y sólo recuerdo un anuncio de la actuación de un artista de este género en un teatro de primera clase de este país durante la generación presente, y el número nunca llegó a efectuarse.”
Esos “dime museums” vivieron un “exploitation” en su momento que nosotros, actualmente, no podemos ni sospechar, pero sí podemos hacernos una idea, la televisión y sus realities han sustituido con creces a esos “freaks”:
“Todavía existía una demanda considerable de esas personas en los dime museums, hasta que el enorme incremento del número de establecimientos de esta clase creó una necesidad de freaks que excedía con mucho la oferta, y muchos se vieron obligados a cerrar porque no había freaks disponibles, ni siquiera a pesar del enorme incremento de los salarios que por entonces se produjo.”
No se equivocaba al suponer que con el tiempo ese tipo de representaciones escénicas desaparecerían.
“El dime museum ya no es más que un recuerdo, y dentro de tres generaciones habrá caído, con toda probabilidad en el olvido. Algunos de los números eran lo bastante buenos como para que mereciese la pena seguir a los empresarios en su incursión en el vodevil, pero estos no tienen cabida en esta crónica, cuya finalidad última es la de conmemorar ciertas formas de entretenimiento a las que el olvido amenaza con sumir en la oscuridad bajo la envergadura de sus grandes alas.”
Para los que hemos leído el fantástico “Cómo hacer bien el mal” que sacó el año pasado Capitán Swing puede que este libro nos resulte menos novedoso e, indudablemente, la calidad de este último era mayor; los lectores noveles lo disfrutarán mucho más. Mención aparte, las Ilustraciones de Iban Barraenetxea en mitad del libro que describen uno de los trucos del gran Houdini y que sirven de aderezo a esta buena edición de Nórdica.
La segunda curiosidad es algo que no me “pega” nada aparentemente; aunque los seguidores del blog y los que me conocen saben que una novela como “Diez” con el argumento de “Diez negritos” de Agatha Christie y un desarrollo de slasher noventero (estilo Scream), son dos reclamos más que suficientes para que caiga en ella sin remedio.
Gretchen McNeil es una escritora que fue cantante de ópera y en este segundo libro (enfocado al público juvenil, no en vano lo saca Maeva en su sello Young para este segmento); la premisa de partida es, como podéis imaginar, la novela de la gran dama del crimen; la primera parte, de presentación de los personajes, ciertamente resulta más cargante de cara al público más adulto que pudiera leerla: se reflejan con demasiados detalles los típicos amoríos juveniles y pueden llegar a un momento de saturación; afortunadamente, sin abandonarlos, entra en faena a toda velocidad y en cuanto empiezan a producirse los crímenes, pasan a un segundo plano y se integran con la trama principal.
La presentación del ambiente es, como de costumbre, necesaria para el buen hacer de la novela, una de las bazas para que funcione es mostrarnos el aislamiento y la impenetrabilidad del lugar en el que tendrán lugar los acontecimientos:
“White Rock House se erguía ante sus ojos. Mezcla de faro y mansión criolla, relucía como un foco en mitad de la nada. Había un patio cubierto y cercado por una balaustrada de hierro forjado frente a la fachada principal que continuaba por los laterales, los hastiales de la segunda y la tercera planta sobresalían por encima de las ventanas, quizá para protegerlas de la furia de la madre naturaleza. Del centro de la casa emergía una enorme torre de cuatro pisos que parecía no tener relación alguna con la fachada.
Por el rabillo del ojo, Meg percibió un resplandor en un lateral de la casa. Entrecerró los ojos y se dio cuenta de que todo el suelo alrededor de la casa estaba cubierto por piedras blancas y brillantes.
De ahí el nombre de White Rock House.”
A partir de ahí se sucederán las muertes, una tras otra, en un desarrollo típico de slasher y que recuerda “Sé lo que hicisteis el último verano” o “Scream” ; afortunadamente, la resolución está a la altura y funciona a la perfección mostrándonos a uno de esos enemigos que desafían las leyes de la cordura:
“Da igual -dijo Tom-. Eres culpable por asociación.
Una lógica genial y demencial.”
Teniendo en cuenta lo anterior, los elementos terroríficos y de típica novela policíaca se desenvuelven con la suficiente coherencia para obtener una lectura amena y que nos hará pasar unas buenas horas de diversión. Buena propuesta sin duda.
Traducción del inglés de Alicia Frieyro de “Traficantes de milagros y sus métodos” de Harry Houdini en Nórdica.
Traducción del inglés de Daniel Hernández Chambers de “Diez” de Gretchen McNeil en Maeva Young.