“Silencios de pánico. Historia del cine fantástico y de terror Español, 1897-2010” de Diego López & David Pizarro.

silencios de panico diego lopez david pizarroSolamente viendo el ambicioso subtítulo (Historia del cine fantástico y de terror Español, 1897-2010), que acompaña a este “Silencios de pánico” editado por Tyrannosaurus Books, nos podemos hacer una idea de la importancia que cobra, y sí, decirlo muy en voz alta, se convierte en una obra de lectura obligada, imprescindible.

En la introducción de los autores (Diego López y David Pizarro) podemos comprobar sus nada desdeñables pretensiones y sus intenciones:

“A pesar de que teníamos claro este concepto como libro-entrevista, no queríamos limitarnos a exponer una profusa crónica de declaraciones sin ton ni son, también deseábamos aportar nuestra perspectiva crítica, exponiéndola de forma diversificada, bien analizando ciertos largometrajes, destripando otros o, simplemente, narrando curiosidades de rodaje. En definitiva, componiendo una sólida historia de nuestro cine más sobrenatural pero de dilatada concepción, pues los límites de lo imaginario en la mayoría de ocasiones sobrepasan los delirios mentales del ser humano. Así pues, no es de extrañar que a diferencia de otras obras dediquemos apartados a películas esquinada, oscuras o malditas, movimientos cinematográficos vanguardistas o simplemente, films clasificados “S” que se arrimaban al género por pura comercialidad; amén de dedicar un apartado especial en clave de bonus track al cine fantástico fronterizo, donde, con ánimo de impulsar una serie de títulos poco conocidos para el aficionado al fantástico, se profundiza en campos “vírgenes” de los márgenes del género, apuntalando el policíaco con tintes fantasmáticos, el Spanish Giallo, el Spanish Gothic, el cine X con esquirlas (para)normales o la animación fantástica.”

Esta estructura ayuda a que el relato cronológico de los sucesos no se vuelva monótono en ningún momento; al referirse a Luís Buñuel y “Un perro andaluz” (“Obra visionaria y adelantada a su tiempo, bien podría considerarse una de las primeras muestras de pregore mundial”), encontramos la clave por la cual está obra se vuelve única:

“Lamentablemente, y como es habitual en estos casos, su línea de creatividad no fue explorada ni seguida por la industria española, quedando desterrada como la mayor parte de la filmografía de su realizador. Una pena que nuestro realizador más universal y prestigioso haya forjado su fama en países extranjeros. Pero por triste que parezca, esta ha sido la tónica habitual en nuestra cinematografía y evidente es: la esencia se perdió (o nunca se poseyó) y la marginalidad que sintió el fantástico durante muchos años fue producto de la falta de compromiso por parte de las productoras que despreciaban, por incultura o ignorancia, propuestas como la buñueliana, que revitalizaban nuestra filmografía con nuevos aires fantásticos.”

En efecto, tanto en el cine, como en la literatura, etc…  se empieza a considerar cada vez más el valor de la temática de género y la existencia de un libro como este certifica que estas fronteras están cada vez más diluidas, afortunadamente para nosotros.

Si a esto le sumamos el grado de exhaustividad del inmenso trabajo de los autores que recorren la historia de nuestro fantástico cinematográfico desde Nemesio N. Sobrevila hasta las últimas obras de Paco Plaza, Alex de la Iglesia o Jaume Balagueró, pasando por los verdaderos fundadores del género español con varias figuras especialmente preponderantes. Jesús (Jess) Franco es una de ellas:

“Nada hacía prever que Franco (Jesús) diera un tumbo súbito a su filmografía y ese mismo año realizara Gritos en la noche (1961), una de las películas más importantes, influyentes y representativas de nuestro fantástico. Escudándose en un guión propio de marcadas referencias terroríficas, el realizador navega entre tramas policiales y un trasfondo gótico de remarcadas connotaciones macabras, donde la figura del mad doctor, magníficamente interpretado por Howard Vernon, es reinventada a base de canalizaciones de otros filmes y/o géneros –siendo el más evidente Los ojos sin rostros (Georges Franju, 1960), pero también encontramos resquicios de expresionismo alemán, del terror de la Universal, de seriales, del krimi…”

Chicho Ibáñez Serrador  es otra de estas figuras, como podemos comprobar al hilo del comentario sobre “La residencia” :

“Narciso Ibáñez Serrador nos introduce a una obra gótica, fiel reflejo de las producciones de Hammer Films, con una evidente carga erótica, lésbica e incestuosa, y un sentido de la violencia, a menudo grotesca, lindante con el giallo, capaz de condensar en imágenes las tensiones necrófilas más perversas, el suspense hitchcokiano más tenso, la atmósfera más barroca y la violencia más extrema. Además se apoya a la perfección en el compositor Waldo de los Ríos para crear una banda sonora inquietante e irrepetible.”

Y, desde luego, no puede faltar Jacinto Molina, más conocido como Paul Naschy:

“Si el decenio anterior viene, ponderosamente, marcado por el nombre de Jesús Franco, quien gracias a su labor escribe una buena parte del fantástico español de los años sesenta, en los setenta nos topamos con un caso similar, aunque en esta ocasión personificado en la figura de Jacinto Molina, igualmente conocido por su habitual seudónimo de Paul Naschy.  Una personalidad importante para el desarrollo de la industria del fantastique al concebir al mítico hombre lobo Waldemar Daninsky, esencia principal del fantaterror español.”

Por citar algunos de los artífices de nuestra jugosa tradición fantástica que van apareciendo sin falta en el libro. Con reflexiones de los propios autores a momentos históricos que han marcado el devenir de nuestro cine, como es el caso de la “Ley Miró”:

“Es evidente que la ley Miró desarmó el cine de géneros español y la viabilidad comercial del mismo. Sin embargo, el director que mejor supo desenvolverse, o al menos con más ahínco, con las nuevas normativas fue Jesús Franco, quien en un primer momento se mostró resentido: “Mi vida se divide en dos etapas. Antes y después de la muerte del general Franco, y antes y después del mandato de Pilar Miró. Por culpa de Pilar Miró yo he estado a punto de irme a la ruina, de morirme de inanición.”

En la parte final, una vez llegados al 2010, encontramos una serie de entrevistas a autores contemporáneos que complementan perfectamente el trabajo realizado anteriormente, además de una serie de artículos finales bastante interesantes que ayudan a comprender aún más la importancia de nuestro cine fantástico, habitualmente denostado por “crítica especializada”. Me gustaría quedarme, por poner un ejemplo con su definición del Spanish Gothic cuando comentan la película de Fernando Fernán Gómez de 1964 “El extraño viaje” y que es la precursora de un género genuino español:

“Una amalgama de géneros contrapuestos, donde se trataba desde el documental al terror, pasando por la comedia, el drama, el erotismo, el policíaco… lo cual sirvió para construir un profundo y esperpéntico sainete de terror gótico, repleto de callejones oscuros, sombras alargadas, espectros vivientes… personajes ambiguos. En fin un film fantasmático sin elementos sobrenaturales pero de marcada atmósfera gótica y con sopesados ingredientes intrigantes que elevaban el suspense a cotas desmesuradas.”

Creo que lo mejor que puede decirse de este libro es que se ha convertido desde el minuto uno de su concepción en una obra de referencia. Vaya trabajo inconmensurable el de Diego López y David Pizarro, vaya (robusta) y fantástica edición con fotogramas, pósters de películas, etc… de Tyrannosaurus Books.

“Les contes D’Hoffmann” en el Teatro Real: Sin-sentido escénico

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Parece ser que hay “barra libre” con los montajes escénicos, hoy en día todo está permitido. Da la impresión que no hace falta ni tener en cuenta si tiene algo que ver con la ópera en cuestión. El caso es hacer algo diferente, extraño, surrealista y luego ya buscaremos algún tipo de motivación. Atrás han quedado esos momentos en que la escena tenía que servir para representar lo que se estaba cantando (musical y textualmente), o que ayudara a enfatizar o aclarar algo, o incluso dar una diferente versión que añadiera matices al texto… no, está visto que cada vez son menos las óperas que muestran una conjunción escénica-textual-musical de algún tipo.

La función de “Les contes D’Hoffmann” a la que asistí ayer volvió, desgraciadamente, a reafirmar esta opinión; lo que han concebido Christoph Marthaler y su escenógrafa Anna Viebrok no tiene ni pies ni cabeza, ni aunque intente buscarle una justificación, cosa a la que siempre estoy abierto, pero en esta ocasión no me voy a romper la cabeza. Por ejemplo, poner una chica en cueros que se va cambiando con otra cada cierto tiempo no conecta con nada de lo que está ocurriendo en la escena, encima distrae, mucho, de las fantásticas historias de E.T.A Hoffmann. Lo mismo sucedía en el segundo acto pero entonces se daban paseos desnudas…; en la primera parte por lo menos parecía que había una dirección escénica de los que aparecían (al azar) en escena, pero luego, directamente en los últimos actos, brillaba por su ausencia; puesta en escena tremendamente estática y, encima, aburrida. Las mesas de billar en el final con gente tirándose en cima tampoco tenían mucho sentido. Estos y otros elementos tuvieron su culmen en la parrafada que se soltó Stella justo antes del final de la ópera, nuevo sin-sentido, uno más, que distrajo toda la atención de lo que sucedía antes del aria de Nicklausse. Un pequeño desastre, tampoco merece la pena hablarlo más.

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Pasemos a lo musical, en el foso, Till Drömann, ayudante musical de Cambreling en Stutgart, tenía muy claro lo que quería, la ópera duró menos de lo previsto, entiendo que no se mostró tan sosegado en el manejo de tempi como Cambreling, ciertamente sonó dinámico, especialmente en los pasajes en los que el coro participaba, ligeramente desequilibrado en el comienzo debido a que el coro cantaba fuera de escena; el resto del tiempo manejó con soltura los grandísimos momentos musicales que ofrece una partitura tan hermosa como esta de Offenbach. Cierto que hubo algún desajuste, sobre todo en parte final pero no empañó una dirección solvente.

En los cantantes hubo claroscuros, el Hoffmann de Cutler , papel delicioso pero difícil, por resistencia y tesituras, no olvidemos que permanece en escena prácticamente toda la obra, no habitual en el caso de tenores, estuvo generoso y hay que reconocer que no desfalleció; lástima que el instrumento no de más de sí en un agudo estrecho, solamente conseguía proyectar en momentos escogidos, como en su aria inicial o algún otro momento en los que se lo preparaba a conciencia; cuando se trataba de notas de paso el sonido salía estrangulado, no mantuvo mal la mezza voce al menos; von Otter ha sido muy grande pero no está viviendo en una segunda juventud, se notó mucho que su voz ya no es lo que era, ni en color ni en el volumen, especialmente sangrante en la barcarola por la potencia de Brueggergosman, prácticamente ni se la oía; Vito Priante hizo lo que pudo en su temible cuádruple papel de villanos, desgraciadamente es una voz pequeña, el agudo no tiene cuerpo y los graves no son convincentes en su tesitura actual; prodigiosa, en cambio, fue la Olympia de Ana Durlovski, hubo verdadera magia sobrenatural en su aria imposible, cada una de las notas fue perfecta y estuvo unida a una actuación que resultaba enternecedora  e inocente al mismo tiempo que rotunda, como la mejor Dessay en la grabación de Nagano, una delicia que volvió loco al público; sorprendido desagradablemente por la voz de Measha Brueggergosman, sobre todo por un vibrato muy desagradable y extraño para la edad que tiene, no tiene mucho sentido abusar tanto de él, compuso dos papeles muy distintos en lo actoral, una Antonia rozando la inocencia y una más sexual que sensual Giulietta, su cálida y potente voz se adapta mejor al segundo,; le falta, de todos modos, ser menos abrupta, usar más el canto legato en algunos momentos; Homberger y Jean-Phillipe Lafont estuvieron más ocupados en actuar que en cantar, sus voces denotaron cansancio y resultaron muy insuficientes; bien Lani Poulson en el terceto de la escena de Antonia, la mejor, de hecho en esa parte, empastada, hermosa en el agudo; el resto de papeles en su sitio sin más alardes. Lo de Altea Garrido con su parrafada hablada… pues bueno… eso. El coro nuevamente rozó un nivel altísimo, lo que no es una novedad.

El público disfrutó y recompensó con cálidas ovaciones el trabajo de los protagonistas, especialmente la Olympia de Durlovski. No disfrutó tanto del trabajo escénico. Lástima de música acompañada de tal despropósito.

Publicado Originalmente en Ópera World.

Fotos de Javier del Real.

“Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas”. Reflejo de la sociedad victoriana

estampas-de-caballeretes-y-de-parejitas--estampas-de-senoritas-9788484289708En su maravilloso afán de publicar todo lo que escribió Charles Dickens,  lo último publicado por Alba es ciertamente curioso, es importante conocer la descripción de la editorial que informa sobre la gestación de este “Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas”:

“El éxito en 1837 de Estampas de señoritas de William Caswall, un oscuro humorista que escribía con seudónimo, empujó a Charles Dickens a publicar una réplica anónima, Estampas de caballeretes (1838), dedicada a «las señoritas del Reino Unido». En ella acusaba amablemente a Caswall de cierta misoginia y se disponía a ampliar el repertorio al género masculino. En 1840, justo el día de la boda de la reina Victoria (16 de febrero), Dickens continuó el ciclo con Estampas de parejitas, preocupado por el peligro de «superpoblación» que podría acarrear el ejemplo del matrimonio real.”

En el libro en cuestión tenemos recopilados entonces las Estampas de señoritas que escribió en primer lugar Edward Caswall, coetáneo de Dickens, para a continuación poner las Estampas de caballeretes y las de parejitas. Del prefacio de Caswall podemos inferir, en su ironía, una cierta misoginia que desencadenaría la respuesta del segundo:

“A menudo hemos tenido ocasión de lamentar que, aunque en los últimos tiempos se haya consagrado tanto genio a la clasificación de los reinos animal y vegetal, se haya pasado por alto de manera total e inexplicable la clasificación de las señoritas. Y, no obstante, ¿quién dudaría de que esa hermosa parte de la creación ofrece tanta o más variedad que cualquier sistematización de la botánica publicada hasta la fecha? De hecho, la naturaleza parece haber exhibido, aquí más que en ninguna otra de sus obras, su incontrolable tendencia a desarrollarse con absoluta libertad; y, de ese modo, ha diversificado de forma bellísima la especie femenina, no solo en lo que se refiere a su inteligencia y su físico, sino incluso en cosas más importantes como los sombreros, los guantes, los chales y otras partes del vestido no menos interesantes.”

Después del prefacio dedicó varios capítulos a parodiar diferentes mujeres características; un par de ejemplos os pueden servir para haceros una idea, empezando por el de “La señorita poco agraciada”:

“En cualquier vecindario tolerable es seguro que haya cuatro o cinco especímenes de señorita poco agraciada, término con el cual nos referimos no solo a una mera falta de belleza, sino también a la apropiación y posesión, en mayor o menor grado, de cabellos rojizos, ojos saltones, dientes negros, viruela, barba y otros agradables etcéteras, que proporcionan en conjuntos a algunas de nuestras señoritas una patética figura que no es fácil olvidar.”

O el desternillante relato que tiene protagonista “La señorita frugal”:

“Hay un tipo nada infrecuente de señorita al que denominaremos “señorita frugal”. Esta hermandad parece vivir, según nuestras noticias, del aire, y de nada más. Nunca se las ve comer, y aun así son bastante  corpulentas. Hemos visto ejemplares de ochenta y noventa kilos, lo cual no está nada mal para una señorita frugal. En las cenas dejan todo en el plato, después de haber probado un bocadito apenas suficiente para un gorrión. Observad con qué delicadeza sujetan el cuchillo y el tenedor, justo por el extremo del mango, de tal manera que, aunque estuviesen dispuestas a condescender el vulgar hábito de la comida, no podrían levantar más de un gramo de peso.”

Hay que reconocer que Caswall se desenvuelve en la descripción de las mujeres tipo y tenía una chispa de humor considerable, algunos de los retratos se convierten en una sucesión de gags a cual más tronchante que nos llevan a la sonrisa y hasta la carcajada. Adolece de originalidad en los planteamientos literarios pero desde luego te hace pasar un buen rato.

Dickens, sin perder de vista la posibilidad humorística, fue más allá, buscó, como suele ser habitual en él más niveles de lectura; gracias a Caswall planeó la verdadera caracterización de una sociedad como la victoriana, completando su visión pero con su inigualable estilo,; solo tenemos que ver el comienzo de su relato de “El caballerete con inquietudes políticas”, modelado como un cuento de hadas:

“Érase una vez –no cuando los animales hablaban y los burros volaban, sino en un período más reciente de nuestra historia- un lugar donde era costumbre no hablar de política cuando había señoras presentes. Si dicha costumbre hubiese perdurado, no habríamos podido dedicar un capítulo a los caballeretes con inquietudes políticas, pues las señoritas no habrían sabido qué tipo de monstruo es un caballerete de inquietudes políticas. Pero, como esta buena costumbre, al igual que tantas otras, se ha “perdido” y nadie sabe cuándo volveremos a encontrarla, y, dado que las señoritas aficionadas a la política no son precisamente raras, y que los caballeretes con inquietudes políticas son cualquier cosa menos escasos, nos vemos obligados, en el estricto ejercicio de nuestro más responsable deber, a no descuidar esa división natural de nuestro objeto de estudio”.

Recurso que no utilizará más en esta recopilación; al contrario, para describir “La pareja que se lleva la contraria” lo hace a través de un diálogo de lo más ocurrente:

“La pareja que se lleva la contraria no se pone de acuerdo en nada que no sea llevar la contraria.

[…]

-Es increíble que me lleves así la contraria, Charlotte –dice.

-¿Llevarte la contraria? –Exclama la dama-. ¡Qué típico de ti!

-¿El qué? –pregunta bruscamente el caballero.

-Pues afirmar que te llevo la contraria –responde la dama.

-¿Es que vas a decir que no me llevas la contraria? –replica el caballero-. ¿Qué no llevas todo el día llevándome la contraria? ¿Vas a negarlo?

-No niego nada –le contradice la dama sin inmutarse-, pero por supuesto te llevaré la contraria si te equivocas.”

La capacidad creativa de un Dickens efervescente, el de los primeros años, no tiene parangón; humor, caracterización de la sociedad, impulso social, estilo inconmensurable. Todo está unido en uno de los más grandes de la literatura universal.

Mención especial las magníficas ilustraciones/grabados de la época del ya conocido Phiz, contemporáneo de los dos escritores victorianos. Una verdadera delicia visual. El aderezo necesario para pasar un rato más que entretenido.

Traducción del inglés de Miguel Temprano García para esta edición de “Estampas de caballeretes y de parejitas/Estampas de señoritas” de Charles Dickens y Edward Caswall para Alba Clásica.

Baileys Prize: Un premio de (para) mujeres que gana más prestigio cada día

Si uno echa un vistazo a suplementos de cultura de España posiblemente no se entere de la existencia de ciertos premios literarios hasta que no se conceden, y a veces, ni eso. Uno de ellos es el Womens Prize for Fiction, instaurado en el año 1996 en el Reino Unido y que tiene una filosofía diferente a los habituales como podemos ver en su propia web:

“The UK’s most prestigious annual book award for fiction written by a woman is proud to return in 2014 as The BAILEYS Women’s Prize for Fiction.

The BAILEYS Women’s Prize for Fiction is awarded for the best novel of the year written by a woman of any nationality in the English language. Established in 1996, the prize was set up to celebrate excellence, originality and accessibility in writing by women throughout the world.”

Los requisitos para poder optar a él son:

-Ser mujer.

-Escribir en Inglés.

-Cualquier nacionalidad es susceptible de ganarlo.

-Haber escrito una novela (no vale poesía, ni relatos cortos, etc…)

Naturalmente,  las jueces son mujeres; este año, en particular, se trata de las siguientes (cambian cada año como en el Man Booker):

Helen Fraser (chair)

Mary Beard

Denise Mina

Caitlin Moran

Sophie Raworth

El premio tiene una dinámica de trabajo parecida al más antiguo de mayor prestigio, Man Booker: elección de una longlist, reducción a shortlist y de ahí sacan el ganador.  Por las características que he citado anteriormente la shortlist final ha salido ciertamente variada tanto en nacionalidades como en temas tratados:

Chimamanda Ngozi Adichie (nigeriana) – “Americanah” (“Americanah”)

Hannah Kent (australiana) – “Burial Rites” (“Ritos Funerarios”)

Jhumpa Lahiri (india-americana) – “The Lowland” (“La hondonada”)

Audrey Magee (irlandesa) – “The Undertaking”

Eimear McBride (británica) – “A Girl Is A Half-Formed Thing”

Donna Tartt (norteamericana) – “The Goldfinch” (“El jilguero”)

En mi opinión esto da riqueza a la propuesta; lo que no sabía es que los británicos estuvieran tan cabreados; para tener todos los ingrediente del cabreo es necesario tener en cuenta la última decisión del Man Booker, premio pensando inicialmente solo para escritores ingleses y que, tras la victoria de Eleanor Catton con “The luminaries” (que curiosamente no pasó al shortlist de este Baileys ;-)), se decidiera ampliar las nacionalidades en sus próximas ediciones. Los británicos se sienten maltratados y estiman que así no va a ganarlo nunca ni un británico, a pesar de haberse creado ambos premios en el Reino unido. De hecho hay una campaña a favor de la única puramente británica de la lista, Eimear McBride, denostando en todo lo posible al resto de finalistas.

eljilgueroEn mi caso personal, sabiendo además que cuatro de los libros están publicados en España, me lie la manta a la cabeza para evaluar la calidad del premio y a día de hoy solo me falta acabar Americanah; así que aprovecharé para hacer una opinión crítica además de evaluar las posibilidades de cada uno. Lástima, porque los  de Magee y McBride no he llegado a leerlos, aunque prometo hacerlo si uno de ellos lo gana. La elección es el día 4 de junio, es decir, mañana.  Pasemos entonces al análisis:

La favorita: “The Goldfinch” (“El jilguero”) de Donna Tartt.

Cualquier posibilidad que contemple que no gane Tartt el premio suena descabellada a estas alturas; máxime tras haber ganado el Pulitzer de ficción y gozar de una opinión crítica y de público bastante unánime. De hecho ha conseguido esa rara cualidad de aunar ventas a una presunta calidad e incluso, prestigio; alimentado por un proceso productivo sosegado que le ha llevado a hacer cada uno de sus tres libros en un intervalo de diez años.

No me voy a dedicar a hablar de la trama más de la sinopsis que os pongo a continuación:

“Aged 13, Theo Decker, son of a devoted mother and a reckless, largely absent father, miraculously survives an accident that otherwise tears his life apart. Alone and rudderless in New York, he is taken in by the family of a wealthy friend. He is bewildered by his new home on Park Avenue, disturbed by schoolmates who don’t know how to talk to him, tormented by an unbearable longing for his mother, and down the years he clings to the thing that most reminds him of her: a small, strangely captivating painting that ultimately draws Theo into the criminal underworld.

As he grows up, Theo learns to glide between the drawing rooms of the rich and the dusty labyrinth of an antiques store where he works. He is alienated and in love – and his talisman, the painting, places him at the centre of a narrowing, ever more dangerous circle.”

Pensada como un flashback inmenso, asistimos a la narración en primera persona de un Theo Decker que se convierte en el paradigma dickensiano por su prácticamente real orfandad al perder a su madre en un atentado en un museo; un cuadro, el del Jilguero, se convetirá en su compañero de fatigas a lo largo de una vida sin sentido de añoranza y soledad:

“¿Cómo era posible añorar a alguien tanto como yo añoraba a mi madre? La echaba tanto de menos que quería morirme; una intensa nostalgia física, como la necesidad de aire bajo el agua. Desvelado en mi cama, intentaba recordar los mejores momentos que había compartido con ella y fijarlos en mi mente para no olvidarla, pero en lugar de los cumpleaños y las ocasiones felices, no paraban de acudir a mi memoria detalles absurdos, como que, pocos días antes de su muerte, ella me había parado en la puerta para quitarme un hilo del chaquetón.”

“¿Alguna vez se había sentido alguien tan solo? De nuevo en casa de los Barbour, en medio del estruendo y de la plenitud de una familia que no era la mía, ahora me sentía aún más solo que de costumbre.”

El cuadro le sirve a Tartt para sacar lo más lírico de su prosa además de unirlo a la sublimidad del arte y la importancia que puede tener en nuestras vidas:

“Era demasiado -demasiado tentador- tener en mis manos el cuadro y no mirarlo. Lo saqué rápidamente del paquete, y casi de inmediato me vi envuelto en su resplandor, algo casi musical, una dulzura interior que resultaba inexplicable más allá de una profunda y vibrante armonía de la rectitud, del mismo modo que el corazón te palpitaba lento y seguro cuando estabas con alguien con quien te sentías protegido y amado.”

Ciertamente no me convenció demasiado; Tartt fuerza excesivamente los parecidos con autores clásicos y le sirve en bandeja a los “críticos” la posibilidad de hacer un “namedropping” que se está convirtiendo en algo ciertamente monótono y, por qué no decirlo, enervante (me viene a la mente no solo Dickens sino Proust, Tostoy, Pushkin, etc..)

Esto no tendría que ser malo por defecto, el problema es la falta de sutileza de la autora y la inherente pretenciosidad; esa necesidad de, después de diez años, haber creado una obra maestra “por narices”; si se lee teniendo en cuenta esto se disfruta un poco más pero tampoco creo que sea especialmente buena como best-seller : ese final se sostiene difícilmente a nivel narrativo por la falta de coherencia y el alegato final a la sublimidad del arte, queda especialmente gris con el pesimista arrebato nihilista que le lleva a prácticamente  despreciar la vida por momentos (como en varias etapas del libro…).El uso narrativo de la primera persona se combina de una manera extraña, resultando incluso rancio por momentos; el estilo tampoco ayuda, decir que está cerca del de Dickens es una total entelequia.

Conclusión: Seguro que gana pero no se trata de esa obra maestra maravillosa que nos han querido vender. Más bien, un entretenimiento más o menos digno.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Aurora Echevarría.

Hondonada, La_135X220Mi favorita: “The Lowland” (“La Hondonada”) de Jhumpa Lahiri

Sin lugar a dudas, estamos hablando de la mejor propuesta para este humilde lector, la propuesta de la escritora nacida en la india pero nacionalizada norteamericana, es una propuesta claramente postcolonialista que está llena de claroscuros que enriquecen un texto fantástico, matices que dan color sin dejar de ser sociales.

“From Subhash’s earliest memories, at every point, his brother was there. In the suburban streets of Calcutta where they wandered before dusk and in the hyacinth-strewn ponds where they played for hours on end, Udayan was always in his older brother’s sight.

So close in the age, they were inseparable in childhood and yet, as the years pass – as US tanks roll into Vietnam and riots sweep across India – their brotherly bond can do nothing to forestall the tragedy that will end up as their lives. Udayan – charismatic and impulsive – finds himself drawn to the Naxalite movement, a rebellion waged to eradicate inequality and poverty. He will give everything, risk all, for what he believes, and in doing so, will transform the futures of those dearest to him.”

Tomando como eje la vida de los dos hermanos indios, Subhash y Udayan, la novela camina fuera de la linealidad, con continuos flashbacks (en presente y pasado) que sirven para reconstruir los hechos pasados que puedan explicar el presente y lo que va a suceder. También hay cambios de puntos de vista entre los dos hermanos, la esposa de Udayan Gauri y Bela, la hija de Gauri y Udayan, que enriquecen aún más la narración.

Esta hermandad sirve como eje a los hechos que van sucediendo y por extensión le ayudan a la autora para presentarnos hechos históricos de indudable relevancia para los protagonistas y que suponen, de fondo, una  crítica al imperialismo británico:

“La carta terminaba con una cita: “La guerra traerá la revolución; la revolución pondrá fin a la guerra.”

Subhash releyó la carta varias veces. Era como si Udayan estuviera allí, hablándole, pinchándolo. Sentía que la lealtad que se profesaban el uno al otro, su cariño, se extendía a través de medio mundo. Se tensaba al máximo por todo lo que ahora se interponía entre ellos, pero al mismo tiempo se resistía a romperse.”

Entre esta maraña de hechos históricos, Lahiri no desdeña el lirismo;más si lo asocia a las relaciones amorosas entre los protagonistas, un buen ejemplo es cuando Subhash se relaciona con Holly, a la que conoce durante su periplo americano.

“La superficie de su piel lo fascinó. Todas las pequeñas señales e imperfecciones, los dibujos trazados por pecas, lunares y granos. La variedad de colores y tonos que contenía, no solo las marcas del bronceado, que realzaban partes de su cuerpo que él veía por primera vez, sino también una textura más delicada, inherente, tan sutilmente abigarrada como un puñado de arena, que solo ahora, a la luz de una lámpara, podía distinguir.”

Subhash no duda en ayudar a su hermano y a su mujer, adoptando un rol que no será tan cómodo como él esperaba, en ojos de Gauri, la mujer de su hermano, asistimos a la omnipresencia invisible de este último, que se resolverá solo en las últimas páginas, en un flashback. El poder de las mujeres durante todo el libro se hace patente en la impotencia de Subhash para controlar su propia vida, siempre a merced de las decisiones de Gauri, Bela e incluso su madre:

“Allí estaba, de pie detrás de un codón del aeropuerto, esperándola. Su cuñado, su marido. El segundo hombre con quien se casaba en dos años.

La misma estatura, una constitución parecida. Dobles, compañeros, aunque ella nunca los hubiera visto juntos. Subhash es una versión más afable. Comparada con la de Udayan, su cara era como el sello ligeramente imperfecto que el funcionario de inmigración acababa de estampar en el pasaporte de Gauri para confirmar su llegada, y que había vuelto a estampar por segunda vez para darle mayor énfasis.[…]

Allí estaba para recibirla, para acompañarla a partir de entonces. Nada había cambiado en él; al final de su viaje, no la recibió nada más que la realidad de la decisión que había tomado.”

ritosfunerar-896453Un relato que ahonda aún más  en el papel de la mujer, a caballo entre la sociedad india (patriarcado impuesto y establecido) y la norteamericana (patriarcado implícito); la lucha de la mujer ante una sociedad que la condena a un papel impuesto.

Conclusión: Sería bonito que ganara, su propuesta tiene mucha calidad.

Los textos provienen de la traducción de Gemma Rovira Ortega.

La tapada: “Burial Rites” (“Ritos funerarios”) la ópera prima de Hannah Kent.

En esta edición del premio hay tres óperas primas, la primera de ellas, recientemente publicada por Alba, es esta obra de la australiana Hannah Kent; una propuesta ciertamente curiosa:

“In Northern Iceland, 1829, Agnes Magnusdottir is condemned to death for her part in the brutal murder of her lover.

Agnes is sent to wait out her final months on the farm of district officer Jon Jonsson, his wife and their two daughters. Horrified to have a convicted murderer in their midst, the family avoid contact with Agnes. Only Toti, the young assistant priest appointed Agnes’s spiritual guardian, is compelled to try and understand her. As the year progresses and the hardships of rural life force the household to work side by side, Agnes’s story begins to emerge – and with it the terrible realization that all is not as they had assumed…”

Curiosa porque está ambientada en la Islandia del siglo XIX y tiene como protagonista a Agnes Magnusdottir que es condenada a muerte por el brutal asesinato de su amante. No parece el tema más habitual de una novela anglosajona; sin embargo, a Kent le sirve de pretexto para tratar unos temas que por ser comunes no dejan de tener su importancia: el papel de la mujer en el siglo XIX con todo lo que conlleva. Lo bueno de reflejar lo que sufre en particular Agnes es que se puede extender a todo lo que sufre el género de por sí, antiguamente y en la actualidad; y este sufrimiento no es solo físico:

“Por fin Margrét, arremangada y con los dientes apretados, le había quitado el trapo y la había frotado con él hasta que no quedó un milímetro de tela limpia. Mientras la lavaba, y sin poderlo evitar, había buscado esas imperfecciones que Lauga había pensado que serían visibles, la marca de la asesina. Solo los ojos de Agnes habían sugerido algo. Parecían distintos, pensó Margrét. Muy azules y muy claros, pero de un color demasiado pálido para considerarse bonito.

El cuerpo de la mujer había sido un territorio de malos tratos. Incluso Margrét, acostumbrada a las heridas, a las inevitables contusiones que traen consigo el trabajo duro y los accidentes, se había conmocionado.”

Sino también espiritual:

“Hay momentos en los que me pregunto si no estaré ya muerta. Esto no es vida; esperar en la oscuridad, en silencio, en una habitación tan mísera que he olvidado a qué huele el aire fresco. El orinal está lleno de mis desperdicios que como alguien no venga a recogerlo pronto va a rebosar.

¿Cuándo fue la última vez que vino alguien? Todo es ya una larga noche.”

La novela funciona perfectamente a pesar de la previsibilidad argumental; poco importa lo que vaya a ocurrir cuando la reivindicación es evidente, la mujer con un destino impuesto por una sociedad patriarcal:

“Igual debería decirle, pobrecito mío, vuélvete a la parroquia y a tus queridos libros. Me he equivocado. No puedes hacer nada por mí. Dios ha tenido Su oportunidad de liberarme y, por razones que solo Él conoce, me ha destinado al infortunio, y aunque he hecho todo lo posible, he sido pasto una y otra vez del desastre; el destino me ha clavado su cuchillo hasta la empuñadora.”

Conclusión: sería un sorpresón, sin más. No estamos hablando de una novela que vaya a pasar la historia, aunque sí es una buena novela que encantará por grado de empatización a los lectores.

Los textos provienen de la traducción de Laura Vidal.

americanahMi segunda favorita: “Americanah” de Chimamanda NGozi Adichie.

No la he terminado todavía, pero hay que reconocer que la propuesta de la nigeriana es consistente, aunque esté alejada de las posibilidades reales de ganarlo; ya que por su obra “Half of a yellow sun” ya lo ganó en el año 2007. La historia tiene la siguiente sinopsis:

“As teenagers in a Lagos secondary school, Ifemelu and Obinze fall in love. Their Nigeria is under military dictatorship, and people are leaving the country if they can. Ifemelu – beautiful, self-assured – departs for America to study. She experiences defeats and triumphs, finds and loses relationships and friendships, all the while feeling the weight of something she never thought of back home: race.

Obinze – the quiet, thoughtful son of a professor – had hoped to join her, but post 9/11 America will not let him in, and he plunges into a dangerous, undocumented life in London. Years later, he is a wealthy man in a newly democratic Nigeria, while Ifemelu has achieved success as a writer of an eye-opening blog about race in America. But when Ifemelu decides to return home, she and Obinze will face the toughest decisions of their lives.”

La historia de amor entre los nigerianos Ifemelu y Obinze a caballo entre Norteamérica y Nigeria es el hilo conductor de una novela que juega con los siguientes factores en la primera impresión que he sacado:

-El papel de la mujer en una sociedad como la nigeriana fuertemente dominada por el patriarcado (un poco como ocurría en el caso de la India); es más fácil buscar el problema en la mujer que en el abuso del hombre:

“La bolsa de la chica estaba en el suelo, abierta, con la ropa asomando. Kosi, de pie al lado, sostenía en alto, con las puntas de los dedos, una caja de condones.

-¿Esto para qué es? ¿Eh? ¿Has venido a mi casa para ejercer de prostituta?

Al principio la chica bajó la vista, en silencio; finalmente miró a Kosi a la cara y dijo:

-En mi último empleo el marido de la señora me forzaba continuamente.

Kosi la miró con ojos desorbitados. Hizo además de abalanzarse sobre ella, como para agredirla de algún modo, y de pronto de detuvo.”

-En este contexto, la mujer empieza a querer tomar cartas en la elección de su destino y lo manifiesta al hombre, es el comienzo de una emancipación largamente buscada.

“-¿No vamos a besarnos? –preguntó ella.

Él pareció sorprenderse.

-¿Y eso a qué viene?

-Es solo preguntar. Llevamos aquí sentados mucho rato.

-No me gustaría que pensaras que eso es lo único que quiero.

-¿Y qué pasa con lo que quiero yo?”

-Por último, el papel del inmigrante en un país que le acoge, un papel que puede desencadenar un sentimiento de inferioridad por una gratitud mal entendida:

“Ahí estaba otra vez, esa extraña candidez con la que la tía Uju se había envuelto como una manta. A veces, mientras mantenían una conversación, Ifemelu tenía la impresión de que la tía Uju había dejado atrás adrede una parte de sí misma, una parte esencial, en un lugar lejano y olvidado. Obinze dijo que era la exagerada gratitud derivada de la inseguridad del inmigrante.”

the-girl_fb-500x697Conclusión: Estupenda propuesta, de hecho es la segunda que más me ha encandilado. Pocas posibilidades reales de ganar el premio por lo anteriormente mencionado.

Las otras óperas primas: la obra de Eimear McBride “A Girl Is A Half-Formed Thing”, la más británica de las propuestas podría tener algo que decir. La novela es ciertamente original en su concepción:

“Eimear McBride’s debut tells the story of a young woman’s relationship with her brother and the long shadow cast by his childhood brain tumour. It is not so much a stream of consciousness as an unconsciousness railing against a life that makes little sense, forming a shocking and intimate insight into the thoughts, feelings and chaotic sexuality of a young and isolated protagonist. To read A Girl is a Half-formed Thing is to plunge inside into the narrator’s head, experiencing her world first-hand. This isn’t always comfortable – but it is always a revelation.”

Un relato solipsista que juega con el flujo de pensamiento desencadenado tras la muerte del hermano de la protagonista por un tumor cerebral. Si tuviera que leer uno de los dos que me quedan desde luego apostaba por este; sostener un relato de este estilo requiere de un estilo más que depurado para no caer en monotonía, no hablamos de manejo de una trama, sino de la expresión interna de los sentimientos.

El último libro que aparece en la shortlist es el de la irlandesa Audrey Magee “The Undertaking”, con el que nos encontramos algo diferente a los anteriores:

the undertaking“Desperate to escape the Eastern front, Peter Faber, an ordinary German soldier, marries Katharina Spinell, a woman he has never met; it is a marriage of convenience that promises honeymoon leave for him and a pension for her should he die on the front. With ten days’ leave secured, Peter visits his new wife in Berlin; both are surprised by the attraction that develops between them.

When Peter returns to the horror of the front, it is only the dream of his wife that sustains him as he approaches Stalingrad. Back in Berlin, Katharina, goaded on by her desperate and delusional parents, ruthlessly works her way into the Nazi party hierarchy, wedding herself, her young husband and their unborn child to the regime. But when the tide of war turns and Berlin falls, Peter and Katharina, ordinary people stained with their small share of an extraordinary guilt, find their simple dream of family increasingly hard to hold on to.”

Que nos trae el imposible sueño de una familia en el marco de la segunda Guerra mundial. Aprovechar el relato histórico para desarrollar temas característicos y que ya he indicado en obras anteriores. No parece que vaya a tener muchas posibilidades.

Conclusión: la obra de McBride podría tener alguna posibilidad real, de hecho está segunda en las apuestas, la de Magee no parece estar en ninguna apuesta.

Y esto es todo por ahora, veremos quién gana… perdonad el tremendo párrafo, aunque creo que, en esta ocasión, lo merece.

Dos Antologías: “Tras las huellas de Arsenio Lupin” y “Relatos hispánicos asombrosos y de terror”

tras-las-huellas-de-arsenio-lupin-9788494148941Lo que son las cosas, estas últimas semanas no hago más que leer antologías de cuentos de diferentes tipos; las dos propuestas que traigo hoy tienen que ver con el género y se caracterizan por tener autores de lo más variado, no son de un autor únicamente.

La primera, desde su título, “Tras las huellas de Arsenio Lupin” nos aclara de alguna manera por dónde puede ir, en el prólogo de Miguel Ángel de Rus de M.A.R. Editor queda meridiana esta condición:

“Cinco clásicos se reúnen en este libro, para deleite de quieres conocieron la literatura negra, criminal y detectivesca en sus orígenes: Maurice Leblanc, Marcel Schwob, Ambrose Bierce, Arthur Conan Doyle y Guillaume Apollinaire. Les rinden homenaje autores que en su obra literaria han buscado habitualmente el lado más oscuro del alma humana como Manuel A. Vidal, Kalton Harold Bruhl, Isaac Bélmar, Juan Guerrero Sánchez, Andrés Fornells y Joseba Iturrate, y autores que han preferido decantarse por disfrutar del hecho histórico, de la vivencia de la época, como Montserrat Suáñez, Belén Rodríguez Quintero, Raymond Mora Espinosa, Sol Antolín Herrero, Ángela Hernández, Pilar Mata Solano, Javier Fernández Jiménez y Sonia Ehlers. 

M.A.R. Editor ofrece al lector volver al pasado y sanar las heridas del alma. El lector decide si avanza a través de sus páginas.”

Los cinco clásicos que comenta son ciertamente imprescindibles: desde el ocurrente caso de Arsenio Lupin en “El collar de la Reina” hasta “Su último saludo en el escenario” de Doyle pasando por “Mi crimen favorito” (Incluido también en “El clan de los parricidas y otras historias macabras” de Bierce que comenté aquí) que rebosa maldad y buen hacer a partes iguales (“Sin excepción, creo poder afirmar que en lo referido a atrocidad artística, mi asesinato del tío William ha sido superado muy pocas veces”) .

Los motivos para incluir ciertas historias en una antología con este nombre están, en algunos casos, ciertamente difusos, hay una sensación de irregularidad más que patente que desluce el resultado final.

A pesar de algunos relatos reseñables como “Los comediantes” de Raymond Mora Espinosa (“-El mundo es un teatro, y los hombres no son más que meros comediantes”) o el “Gambito Veneciano” ambientado en la Venecia del siglo XIX de Montserrat Suáñez; o incluso “El foulard escarlata” de Pilar Mata Solano, donde la prensa se convierte en el desencadenante de los asesinatos.

Junto a estos, nos encontramos un despropósito total en cuanto a historia, edición y faltas de ortografía en cada página: “La encantadora Madame Delamieux” de Andrés Fornells. No es posible que un cuento de esta calaña haya pasado algún filtro, me sorprende desagradablemente.

Por fortuna, la recopilación no deja mal sabor de boca por un par de buenas historias en su etapa final: “Ojos Pardos” de Joseba Iturrate,  con una historia que le da la  vuelta al mito del destripador, a la inversa, con las prostitutas acuchillando a criminales o el fantástico “El caso de la muchacha de los cabellos de seda” de Juan Guerrero Sánchez con un guiño final muy conforme  a Leblanc y su Arsenio.

En conclusión, una mezcla ciertamente irregular y agridulce.

relatos-hispanicos-asombrosos-y-de-terror-9788437632667Sin embargo la segunda propuesta que os traigo “Relatos hispánicos asombrosos y de terror” en la edición de Emilio J. Sales Dasí es tan genial que no sé cómo no os la habéis leído ya.

Vale la pena ver la nómina de autores escogida (Relatos de Juan Montalvo, Pedro Antonio de Alarcón, Julio Calcaño, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Miguel de Unamuno, Miguel Sawa, Rubén Darío, Vicente Blasco Ibáñez, Amado Nervo, Pío Baroja, Abraham Valdelomar); en primer lugar, por su calidad; en segundo, porque se demuestra que ellos también se dedicaron a realizar historias de terror o ciencia ficción; esto confirma que cada vez se derriba más la frontera entre literatura “seria” y de género y esto es una gran noticia. Sobre todo porque se trata de una edición didáctica, muy pensada para la enseñanza, que no ignora el valor de dicha literatura.

En la imprescindible introducción  tenemos un esbozo del género citando a sus referentes en el extranjero, los Lovecraf, Hoffmann, Poe, etc… para luego centrarse en los autores escogidos y su implicación en lo fantástico:

“La atracción hacia lo fantástico, en todo caso, fue más relevante en unos escritores que en otros. Cuantitativamente, Alarcón, Pardo Bazán, Darío, Nervo o el propio Pérez Galdós probaron las posibilidades de lo inverosímil en varios de sus relatos, mientras que la incursión en estos territorios sería más ocasional en Blasco Ibáñez o Baroja. Por otra parte la oportunidad de tales ejercicios surgió en momentos diferentes de la trayectoria creativa de cada escritor. Así, mientras el cuento “Médium” se integraría en “Vidas sombrías”, primer título dado a la imprenta por Pío Baroja, el relato “¿Dónde está mi cabeza?” fue escrito por Galdós después de su etapa naturalista, en tanto que “El préstamo de la difunta” apareció cuando Blasco Ibáñez ya era un autor sobradamente conocido por sus novelas valencias.”

La selección, no como en la anteriormente mencionada, posee una ordenación cronológica y una unidad temática que aglutina y da sentido al resultado final:

“En la selección de los relatos que integran la antología se ha tenido en cuenta el criterio cronológico, recopilando títulos representativos del cuento fantástico y de terror en castellano del siglo XIX y principios de la centuria siguiente. Pero, asimismo, se ha atendido al propósito de conferirle a la colección una interesante variedad temática que resulte ilustrativa de los motivos característicos de dicho género  y, a la vez, asegure el entretenimiento, sin descartar la opción de animar al público juvenil a la lectura futura de otras obras de la misma índole. […] Si la literatura fantástica se caracteriza por desafiar a las certezas que todos admitimos tradicionalmente, deberás considerar los ejercicios planteados también como un reto que te impulse a penetrar en los reinos del misterio y lo ambiguo. Para esos deberás estar bien despierto y no dejarte doblegar por cualquier visita inesperada. Por si acaso.”

A partir de ahí, solo tenemos que dejar volar nuestra imaginación y disfrutar de lo lindo con propuestas de todo tipo de una gran calidad, por citar alguna:

En “La mujer alta” de Alarcón se afrontan las figuras fantasmagóricas:  “…cuando, a poco de penetrar en mi calle por el extremo que da a la de Peligros, y al pasar por delante de una casa recién construida de la acera que yo llevaba, advertí que en el hueco de su cerrada puerta estaba de pie, inmóvil y rígida, como si fuese de palo, una mujer muy alta y fuerte, como de sesenta años de edad, cuyos malignos y audaces ojos sin pestañas se clavaron en los míos como dos puñales, mientras que su desdentada boca me hizo una mueca horrible por vía de sonrisa….”

En “¿Dónde está mi cabeza?” de Galdós, asistimos a una faceta no tan conocida del autor de “Misericordia”, su capacidad para mostrarnos una situación altamente terrorífica con todo nivel de detalle:

“Antes de despertar, ofreciose a mi espíritu el horrible caso en forma de angustiosa sospecha, como una tristeza hondísima, farsa cruel de mis endiablados nervios que suelen desmandarse con trágico humorismo. Desperté; no osaba moverme; no tenía valor para reconocerme y pedir a los sentidos la certificación material de lo que ya tenía en mi alma todo el valor del conocimiento… Por fin, más pudo la curiosidad que el terror; alargué mi mano, me toqué, me palpé… Imposible exponer mi angustia cuando pasé la mano de un hombro a otro sin tropezar en nada.. El espanto me impedía tocar la parte, no diré dolorida, pues no sentía dolor alguno…, la parte que aquella increíble mutilación dejaba al descubierto….”

En “El que se enterró” de Unamuno encontramos una clave oculta que, en realidad está inherente en nuestras vidas, aunque no queramos ser conscientes de ello:

“En el tratado a que hago referencia sostenía, según me dijeron, que a muchas, a muchísimas personas les ocurren durante la vida sucesos trascendentales, misteriosos, inexplicables, pero que no se atreven a revelar por miedo a que se les tenga por locos. “La lógica –dice- es una institución social a la que se llama locura una cosa completamente privada. Si pudiéramos leer en las almas de los que nos rodean veríamos que vivimos envueltos en un mundo de misterios tenebrosos, pero palpables.”

En “Médium” de Pío Baroja la frontera entre el sueño y la realidad se desvanecen peligrosamente:

 “¿Quién ha dicho que estoy loco? ¡Miente!, porque los locos no duermen, y yo duermo… ¡Ah! ¿Creíais que yo no sabía esto? Los locos no duermen, y yo duermo. Desde que nací, todavía no he despertado.”

El “Finix Desolatrix Veritae” de Valdelomar  nos trae una dixtopía desasosegante, un mundo destruido incomprensible, parece mentira que estemos ante un autor clásico español, ¿verdad?

“-Decidme, por Dios, una palabra! […] ¿Dónde estamos?…

-En la tierra.

-Pero ¿y el Tiempo?

-Ya no hay Tiempo.

-¿Y el Espacio?

-Ya no hay Espacio.

-¿Y el Sol?

-Vele allí, que agoniza; ya está inmóvil.

-¿Qué ha pasado por el mundo?

-Los siglos.

-¿Estamos, pues, en el fin? ¿Hemos sido llamados por Dios?…

-¡Quién sabe!”

Simples ejemplos para demostrar la grandeza de la selección y la edición impecable de esta antología que nos trae Cátedra.  Esto sí que vale la pena.

“La cámara sangrienta” de Angela Carter. Deconstruyendo cuentos de hadas.

la-camara-sangrientaEsta reedición de los cuentos de Angela Carter es, sin lugar a dudas, uno de los grandes acontecimientos literarios del año por varios motivos: sobre todo por la calidad de los relatos y por la espléndida edición de Sexto Piso, con unas ilustraciones/grabados de Alejandra Acosta que, sencillamente, quitan el aliento.

No voy a esconder que me encantan las recopilaciones de cuentos; tampoco voy a negar que es de lo más difícil de reseñar porque requieren más tiempo pensarlas, encontrar nexos de unión, reflejar lo que has leído., etc… más cuando se trata de recopilaciones de autores variados; afortunadamente, en esta ocasión, los cuentos son todos de la misma escritora.

“La Cámara sangrienta” “es una colección de diez relatos explícitamente basados en cuentos de hadas, en especial, de Charles Perrault, pero también de Jeanne Marie Leprince de Beaumont, del folclore europeo, e incluso de la radionovela, con claras influencias de la narrativa del Marqués de Sade.”

Tomando dicha base realiza una reescritura de los mismos aprovechando nuestro conocimiento de ellos; esta intertextualidad es imprescindible para realizar su deconstrucción; ya que, de esta manera, somos capaces de interpretar los cambios que se producen en la historia, unos sutiles y otros no tanto. Esta reescritura tiene un fin muy claro, la lectura feminista es inevitable, pero es inusualmente placentera por el estilo que usa la escritora.

El cuento homónimo,  basado en el Barba Azul de Perrault, es una muestra excelente, abre la recopilación y encontramos las constantes que se van repitiendo en cada uno de sus exponentes:

“Mi camisón acababa de ser liberado de su envoltura; se había posado sobre mis hombros y mis pechos jóvenes y puntiagudos, leve como una prenda de agua pesada, y ahora me acariciaba con picardía, flagrante, insinuante, abriéndose paso entre mis muslos mientras yo me movía sin sosiego en la estrecha litera. El beso de mi esposo, su beso con lengua y dientes y el roce de una barba, me había insinuado la noche de bodas con el mismo tacto exquisito del camisón que me había regalado; una noche de bodas que se aplazaría voluptuosamente hasta que yaciéramos en su antigua y fabulosa cama, en un dominio situado en una cumbre y rodeado por el mar que todavía escapaba a mi imaginación… aquel lugar mágico, el castillo de hadas con muros de espuma, la morada legendaria donde él había nacido. El lugar donde, algún día, yo le daría un heredero. Nuestro destino, mi destino.”

Lo sensual se une a lo sexual, la ambientación opresiva, los secretos sin desvelar; de fondo, la aparente fragilidad de la mujer que, en un primer momento, une su felicidad a la de su marido de una manera indisoluble; las consecuencias del patriarcado son más patentes cuando descubrimos que él, sin embargo, puede mantener secretos a su mujer:

“-Todo hombre debería ocultar un secreto, aunque solo sea uno, a su esposa –dijo-. Prométeme esto, mi pálida concertista de piano; prométeme que usarás todas las llaves del llavero menos la pequeña que te he enseñado al final. […] Solo es un estudio privado, un escondrijo, un cubil, como dicen los ingleses, al que a veces voy en las infrecuentes pero inevitables ocasiones en las que el yugo del matrimonio me pesa demasiado sobre los hombros. Voy allí, como seguro que comprendes, para saborear el raro placer de imaginarme soltero.”

Ese secreto será el desencadenante de la curiosidad de la protagonista que descubrirá una terrible revelación. El final de esta prodigiosa reescritura nos muestra la fuerza de la unión entre las mujeres, esa especie de telepatía final entre ellas incide en uno de los aspectos que resaltaba la gran Adrienne Rich, exponente del feminismo más radical, al hablar de una especial comunicación que se da entre las mujeres únicamente y que ninguna amistad entre hombres podría conseguir nunca.

En “La novia del tigre” no se olvida de los elementos sobrenaturales, una marioneta interactúa con la protagonista, no hay nada humano, incluido el hombre:

“Un golpe y unos ruidos tras la puerta del armario. La puerta se abre y de repente aparece una soubrette de opereta, con lustrosos rizos de color castaño caoba, mejillas sonrosadas y grandes ojos azules. Tardo un momento en reconocerla con su capita, sus medias blancas y sus enaguas con volantes. Lleva un espejo en una mano y una borla de polvera en la otra y tiene una caja de música en el lugar donde debería tener el corazón. Mientras avanza hacia mí sobre unas ruedas, tintinea.

-Aquí no vive nada humano –dijo el criado.”

En “La dama de la casa del amor” utiliza el vampirismo de su ocupante femenina, obsesionada con un destino preestablecido por su origen, para mostrarnos que, incluso a pesar de este origen, es capaz de decidir por sí misma su destino:

“Las blancas manos de la tenebrosa belleza barajan las cartas del destino. Sus uñas son más largas que las de los mandarines de la antigua China y todas terminan en una punta afilada. Estas y sus colmillos, tan finos como hilos de caramelo, son los signos visibles de la fatalidad de la que intenta escapar con nostalgia a través de los arcanos. Sus uñas y dientes se han ido afilando durante siglos y siglos de cadáveres. Ella es el último brote del árbol ponzoñoso que surgió de las entrañas de Vlad el Empalador, quien se daba festines de cadáveres en los bosques de Transilvania.”

En “El hombre lobo” Caperucita Roja lleva un cuchillo en la cesta, en efecto, ese cuchillo es la manifestación de su poder; una mujer contemporánea cada vez más poderosa y que se revela ante el dominio del hombre.

“La niña tenía una roñosa capa de piel de oveja para protegerse del frío; conocía tan bien el bosque que no le daba miedo, pero nunca bajaba la guardia. Cuando oyó el aterrador aullido de un lobo, dejó caer los regalos, sacó el cuchillo y se giró hacia la bestia.

Era enorme, de ojos rojos y fauces grandes y babeantes. Cualquiera se habría muerto de miedo al verlo, excepto la hija de unos montañeses. Se le lanzó a la garganta, como hacen los lobos, pero ella le asestó un golpe con el cuchillo de su padre y le cortó la pata derecha.”

La paradoja final de esta versión es deliciosa por sus implicaciones, aunque prefiero no desvelarlo para los futuros lectores.

En “Lobalicia” redunda en dos temas principales, el coming of age o relato de formación, y la metamorfosis:

“Pobre criatura herida…  atrapado entre estados tan extraños, una transformación abortada, un misterio incompleto que se retuerce de dolor en la cama negra de su dormitorio, tan parecida a una tumba micénica, que aúlla como un lobo con la pata en una trampa o una mujer de parto, y sangra.”

Esa metaformofosis sirve como metáfora de la lucha de la mujer en una sociedad que quiere oprimirla, del sufrimiento que tiene pasar; la mujer que saldrá de tanto dolor será válida por sí misma, tendrá valor en sí, sin que la sociedad se lo atribuya.

Excelente, sin lugar a dudas, una verdadera maravilla que se paladea desde todos los niveles de lectura que ofrece para nosotros, humildes lectores. No os los perdáis. De lo mejor que llevamos este año.

Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez de “La cámara sangrienta” de Angela Carter para Sexto Piso.

Magnifícas Ilustraciones de Alejandra Acosta

“La última noche” de James Salter. Lo que se dice y lo que no se dice: ingeniería del relato.

la_última_noche_james_salterNo se prodiga mucho el norteamericano James Salter; no es Donna Tartt, pero tampoco podemos decir que sea muy prolífico; cuando pedí consejo sobre qué leer de él la recomendación (del de siempre…) fue esta recopilación de cuentos cortos “La última noche”, del 2005,y tengo que reconocer que he acertado de pleno, estamos ante una verdadera maravilla.

Para profanos, es necesario comentar algún aspecto inicial; estamos hablando de una recopilación de cuentos cortos, con todo lo que ello conlleva;  el cuento, relato breve o narración corta está a medio camino de la poesía y la novela; juega otro tipo de recursos muy diferentes a los habituales en la novela más larga y que son más afines al público general deseoso de entrar en historias que les transporten durante un tiempo determinado. El cuento tiene que impactar/funcionar de otra manera y en un espacio más corto, de ahí que esté más cerca de lo poético (mucho menos  popular…) y no todo el mundo puede apreciarlo. Esto es un hecho demostrado, de hecho, lo estoy comprobando casi cada día con los que se van estrellando en la narrativa de la última ganadora del Nobel de literatura: Alice Munro.  No quiere decir que el público general no disfrute de la narrativa breve, ahí están los casos de Poe o Murakami; sin embargo, Lorrie Moore y Salter, por poner algún ejemplo, son menos accesibles.

El primer relato de esta antología “Cometa” es un prodigio de ese tipo de cosas que convierten su lectura en algo especial: continuos cambios de punto de vista, Silencios que implican a veces más que lo que está contando explícitamente. Concreción y puntillismo. Pinceladas que lo dicen todo. No hay paja que emborrone. Estamos ante pequeñas narraciones que se saltan toda linealidad: del presente al pasado (y viceversa)  sin apenas transición.

Una historia que trata de las sorpresas que pueden aparecer en la vida y de los trenes que pasan y puedes coger o no:

“Estaba acodado en la mesa, con la barbilla apoyada en la mano. Crees que conoces a alguien, te lo parece porque cenas con él o con ella, juegas a las cartas, pero en realidad no es así. Siempre te llevas una sorpresa. Uno no sabe nada.”

La metáfora del cometa como imagen paradigmática de lo fugaz que puede ser algo que te sucede:

“-No veo ningún cometa –dijo ella.

-¿No?

-¿Dónde está?

-Justo ahí encima –señaló él-. No se distingue de cualquier otra estrella. Es eso que sobra al lado de las Pléyades. –Phil conocía todas las constelaciones. Las había visto surgir con la oscuridad sobre costas desoladoras.

-Vamos, ya lo mirarás mañana –dijo ella, casi como si lo consolara, pero no se acercó a él.

-Mañana no estará. Solo pasa una vez.”

Esos recursos se irán repitiendo en cada una de las diez maravillas, obligando al lector a un esfuerzo, una complicidad mayor; no puedes descuidarte ni un momento porque, posiblemente, estés perdiéndote un detalle, elíptico o escrito, que sea imprescindible para la cohesión de la historia.

En “Los ojos de las estrellas” es el recuerdo, de un autor en el crepúsculo de su vida, lo que mantiene nuestra estabilidad, no lo que sucede después: “Estaba acordándose de cómo empezó todo. Recordó las botellas de cerveza rodando por el suelo de la parte trasera del coche cuando tenía quince años y él le hacía el amor todas las mañanas y  ella no sabía si estaba iniciando la vida o tirándola por la ventana, pero lo amaba y nunca olvidaría.”

“El don”, sin embargo,  es el pretexto de una pareja para solucionar las dificultades que van surgiendo y que entorpecen su convivencia; la renuncia a uno mismo para mantener la unión, aunque sea insalvable, como es el sorprendente desenlace:

“Teníamos una manera de solventar las pequeñas cosas que al principio pasábamos por alto pero que con el tiempo resultaban molestas. Lo llamábamos “el don” y estábamos de acuerdo en que tenía que ser un compromiso duradero. La frase usada con exceso, cierto hábito al comer, incluso esa prenda de ropa favorita… un don era el resultado de un ruego para el otro renunciara a esa cosa en concreto. No podías pedirle que hiciera algo, sólo que dejara de hacerlo.”

Hay un lamento ante las decisiones tomadas en el pasado en “Palm court”; el remordimiento ante una decisión errónea reconcome al protagonista:

“Caminando por la calle con tacones altos, solas o en grupo, había chicas como la que Noreen había sido, en gran número. Pensó en el amor que había llenado la gran habitación central de su vida y en que no volvería a conocer a nadie como ella. No supo qué lo embargaba, pero en medio de la calle se echó a llorar.”

El cuento homónimo, con la eutanasia de fondo, nos agarra de nuestro subconsciente más hondo, saber lo que puede suceder no resta dramatismo y lirismo a una historia que se convierte en una paradoja:

“La oyó suspirar. Tenía los ojos cerrados cuando se tumbó con expresión apacible. Había subido a bordo. Dios mío, pensó él. Dios mío. La había conocido cuando ella tenía veintipocos años, las piernas largas y el alma inocente. Ahora la había deslizado bajo el flujo del tiempo, como un sepelio marino. Su mano aún estaba caliente. Se la llevó a los labios. Luego subió la colcha para taparle las piernas. La casa estaba increíblemente serena. El silencio se había adueñado de ella, el silencio de un acto fatídico. No oyó que soplara el viento.”

Poco puedo decir más, simplemente, abandonaos al poder de la narración de Salter. Un gran maestro de las distancias cortas.

Los textos provienen de la traducción del inglés de Luís Murillo Fort para “La última noche” de James Salter en Salamandra.

Las lecturas de Abril del 2014: Afectado por un jilguero

Sé que es mitad de mes, me he retrasado bastante con el resumen del mes anterior, y todo, debido a que se me acumulan las reseñas; he intentado llegar a todas las que he podido y, desgraciadamente, se me ha quedado alguna en el tintero que llegará más adelante.

Una de las que se me ha quedado en el tintero es, precisamente, una de las estrellas del año: “El Jilguero” de Donna Tartt. Lectura no tan satisfactoria como cabría esperar y que me ha sumergido en un dilema sobre cómo orientar lo que he vivido leyéndolo. En las siguientes semanas llegará aunque no sé lo que saldrá aún.

Una vez hecha esta distinción, ¡qué pase la lista de lecturas!

“Historias de Belkin” de Alexander Pushkin, este mes cayeron bastantes rusos, el primero de ellos fue estos relatos breves de Pushkin, una buena muestra de su buen hacer.

“El arte de la defensa” de Chad Harbach, la ópera prima del norteamericano es uno de esos libros difíciles de olvidar; con el baseball de fondo se convierte en uno de esos exponentes del canon de la “Gran novela norteamericana”. Una obra casi perfecta.

“Rusia Gótica” de Nikolai Karamzin y otros, cuando los rusos juegan con la ciencia ficción y el relato gótico, hablamos aún más de palabras mayores, excelente recopilación traída nuevamente por Nevsky.

“Un Jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates, ya me extendí ampliamente con esta segunda obra de su dilatada carrera. Baste decir que sirve para hacerse una idea de cómo se puede llegar a gestar una gran escritora. Un inicio demoledor.

“Piel de Serpiente” de James McClure, no me cansaré de recomendar la obra del sudafricano, ya quedan menos obras inéditas. Reino de Cordelia lo puede conseguir.

“Traficantes de milagros y sus métodos” de Harry Houdini, una buena muestra de la “Houdiniexpoitation” que estamos viviendo, no está al nivel de “Cómo hacer bien el mal” pero el resultado es más que interesante.

“Diez” de Gretchen McNeil, ya lo dije, Agatha Christie, Diez negritos, slasher noventero, inevitable pasar un buen rato.

“Relatos londinenses” de Charles Dickens, este mes se ha caracterizado por avanzar mi proyecto por fin, y lo ha hecho gracias al gran Charles Dickens. Este libro contiene relatos de su primera época como periodista, la que le empezaría a hacer famoso, muy apetecibles.

“Paseos nocturnos” de Charles Dickens, otra recopilación de textos iniciáticos del británico.

“El jilguero” de Donna Tartt, extraña forma de aunar las críticas positivas y la capacidad de vender, estamos ante un best seller bien calificado. Una rara mezcla pero, sin lugar a dudas, efectiva.

“La Navidad cuando dejamos de ser niños” de Charles Dickens, una recopilación de textos navideños posteriores a los más conocidos.

“La declaración de George Silverman” de Charles Dickens, cuento corto con sello “dickensiano” y unas ilustraciones de lo más iconoclasta de Ricardo Cavolo.

“Heridas Abiertas” de Gillian Flynn, la confirmación de una reina de la novela policíaca, malevolencia y perversión en estado puro.

“La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf, antología de relatos que tienen en común el universo de “La señora Dalloway”, edición fantástica de Lumen con unas ilustraciones muy de la época de Yelena Bryksenkova.

“Cazador de ratas” de Alexander Grin, realidad y ficción se mezclan en la San Petersburgo post-revolucionaria. Una sorpresa de lo más agradable.

“El Clan de los parricidas y otras historias macabras” de Ambrose Bierce, magnífica recopilación de cuentos de uno de los grandes de la novela de género. Imprescindible.

Tengo que reconocer que no se está dando mal la cosa este año. Y tiene visos de continuar así.

Que mi cumpleaños y el día del libro estén tan cercanos en el tiempo ha ocasionado una cantidad ingente de libros comprados, regalados, etc…

Os pongo a continuación las fotos que tienen que ver con estas compras. Lo primero lo reservado en el día del libro.

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A continuación los regalos de mi cumpleaños, aquí faltarían otros tres de los que no tengo foto: “La divina comedia”, “El Decamerón” y “Lexicon”, sí habéis leído bien.

2014-04-24 09.11.42

Estos tres “tochazos” van a absorber mucho de mi tiempo como os podéis imaginar. Lovecraft y Dostoievski, ¡vaya mezcla insuperable!

Es tal la cantidad que siento no hablar en particular de cada uno de ellos; pero sí que auguro un gran disfrute.

Veremos cómo se da el próximo mes. Lo sabréis puntualmente.

“Los entusiastas” de Arturo Borja. La moto como protagonista de nuestra historia.

entusiastasTengo que reconocer que, a priori, este libro no me interesaba demasiado; pero también es cierto que, una vez terminado, la realidad ha superado a la expectativa creada  y se puede decir que he disfrutado bastante de su lectura.

“Los entusiastas” está escrito por el escritor valenciano Arturo Borja y entra perfectamente en la filosofía de una editorial que busca distinguirse por una temática muy alejada de lo habitual: Macadán es una editorial marginal especializada en literatura de motor y en su web podemos ver su motivación, “Asumimos el desafío de acercar a los lectores la mejor narrativa de ficción y no-ficción sobre automovilismo, motociclismo, aviación y cualquier otra mecánica de fin cinético y evasivo, en la tradición del pulp español y norteamericano.“ Si en “El avión rojo de combate” aprovechaban la autobiografía del Barón rojo para repasar la mecánica de los aviones de la primera guerra mundial. En este caso, la primera página del libro nos ayuda a discernir por dónde va este:

“Finalizaba el año 1922 y aquella mañana del veintidós de diciembre el estado del tiempo no se diferenciaba mucho de otras mañanas del mismo mes. A primera hora, en las calles, los charcos estaban helados, la hierba del parque cubierta de escarcha y hacía un frío intenso, pero en el cielo no se veían nubes, no soplaba el viento y lucía un espléndido sol. […]

Sin embargo, para don Guido era una mañana especial. No porque confiase en su buena estrella en la lotería de aquel sorteo de Navidad que se estaba celebrando, sino, simplemente porque iba a recoger su esperada Harley-Davidson a  las dependencias del importador.”

En efecto, la verdadera protagonista de la historia es una Harley-Davidson; verdadera observadora, omnipresente a lo largo de la historia española, desde finales de 1922 hasta el presente pasando por la guerra civil española:

“Cierta noche empezaron a entrar en el cartel algunos civiles que fueron reunidos en la sala de banderas. El momento que se vivía resultaba muy extraño para muchos. La tropa estaba acuartelada y a Juan Peláez, como a otros, se le retiró a última hora el permiso que tenía concedido. Una extraña sensación, algo así como la ráfaga de viento que anuncia una tormenta, azoraba el ambiente. Oficiales desconocidos hasta la fecha engrosaron el número de los habituales en servicio. Y de repente comenzaron a escucharse arengas y órdenes que rompieron la tensión de aquellos bochornosos días de verano.

Esto sólo fue el preludio. Después vendría la sangre.”

Este relato de los hechos históricos, de lo cotidiano del día a día de las personas que se van encontrando con la moto es el sello de identidad de una obra que ahonda en la relación entre ella y sus dueños; ese tipo de magia que cada motero sabe definir, una simbiosis hombre-máquina que llega a atribuir características humanas más allá de ser un elemento motorizado:

“Retrocedió hasta la entrada de su chabola y contempló la moto. Para protegerla del relente de la noche le tenía tapado el motor y la magneto con un saco. Ella sí que le era fiel. Era ya vieja, aún conservaba la pintura en parte del depósito; había sido una moto muy bonita, no cabe duda. No corría mucho, pero siempre arrancaba con facilidad, y aunque petardease lo suyo, tiraba y bien. Hacía tiempo que pensaba que aquella máquina tenía conocimiento. En las situaciones más peligrosas nunca se averió.”

Características como la fidelidad, el conocimiento…. E incluso, cómo no, el envejecimiento a lo largo de nuestra historia, sobreviviendo, eso sí, a tres generaciones:

“Nuestra Harley a nadie podía contar su historia y tampoco nadie se preocupó de averiguarla. A fin de cuentas, reconozcamos que para quien la veía en aquellas fechas no era más que un montón de hierro viejo.”

La culminación de la historia nos muestra a su último dueño reafirmándose en la idea de esa simbiosis entre moto-motorista desde un punto de vista social, no solo es una relación entre ambos sino entre la gente que vive está unión con la moto.

“La historia le gustó a Don Julián, que a su vez le relató una de las muchas que de pequeño escuchase de boca de su tío Antonio. Aquel nuevo entretenimiento con las motos antiguas le brindaba cada día nuevas amistades, y le apasionaba descubrir que detrás de cada moto había un hombre, y con él, un retazo de su existencia en común con la motocicleta, que aunque no dejase de ser una simple máquina, daba vida propia a esta.”

A estos dos niveles se suma, además, la relación de la moto con nuestra propia historia.

Destacar, para terminar este comentario, las Ilustraciones de Cristina Bueno al comienzo de cada capítulo, en clave más juvenil pero que están muy acordes con el tono del texto. Una mezcla nostálgica en blanco y negro.

Novela que apasionará especialmente a los moteros pero que no dejará indiferente a profanos en el tema como es mi caso particular.

“Escenas de la vida de Londres” de Dickens. Lo cotidiano como expresión de grandeza literaria

Escenas_de_la_vida_de_Londres_por__(313)La lectura de “Escenas de la vida de Londres por “Boz” de Charles Dickens me lleva  a este post que escribí hace poco tiempo sobre el Dickens primerizo; bien podría haber aparecido en ese momento ya que, en esta recopilación de Abada Editores, nos encontramos veinticinco esbozos que puede ser la recopilación más completa traducida por estos lares. En el prólogo de esta fantástica edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza queda bien claro lo que nos podemos encontrar:

“El Londres de los Esbozos es el de los aprendices y oficinistas, de los juzgados y los periódicos, de las crónicas parlamentarias y las cenas benéficas, de los teatros, la feria de Greenwich y el circo de Astley, de los jardines públicos y de las licorerías, de los viejos coches de punto y los nuevos ómnibus. Los cinco primeros esbozos urbanos, “Los ómnibus”, “Las tiendas y los comerciantes”, “Los tribunales de justicia”, “Las casas de empeño y las tiendas de efectos navales” y “Los caballeros venidos a menos”, representarían algo nuevo en las descripciones de Londres. Ensayistas como Charles Lamb, Leigh Hunt y Washington Irving habían escrito con espíritu romántico sobre los rincones pintorescos de la ciudad; Pierce Egan en su popular Life in London (1820) había llevado a los lectores por los locales nocturnos de una forma estilizada; pero serían las dotes de observación y atención al detalle lo que permitiría a Boz reflejar las escenas de la vida diaria londinense y los hábitos de las clases menos favorecidas con asombrosa fidelidad.”

Es más que patente el reflejo de lo cotidiano gracias al realismo de descripciones, más cercano gracias a la reproducción del habla de la calle, ese cockney que causa quebraderos de cabeza en la traducción; pero lo mejor de todo es que nos encontramos al Dickens más creativo sin perder de vista las características que le harán grande, bien lo dice Miguel Ángel:

“En los Esbozos es fácil encontrar elementos que más tarde definirían el sello “dickensiano”: las situaciones absurdas, la disparidad entre los pensamientos y las acciones, o el conflicto entre la conducta natural y las convenciones sociales. Sin embargo el material del que parten –excluyendo los cuentos- viene dado por la realidad.”

En una descripción de una escena diaria podemos comprobar el estilo del escritor inglés, en plena efervescencia; tiene la maravillosa virtud de hacernos partícipe del momento; como si estuviéramos viendo la acción, cargada de elementos que suceden habitualmente, todos los días:

“Chicos de los recados con sombreros más grandes que ellos, convertidos en hombres antes de ser niños, pasan de prisa en parejas con su primer frac bien cepillado y los pantalones blancos del domingo pasado profundamente manchados de polvo y tinta. Por supuesto requiere un considerable esfuerzo mental evitar invertir parte del dinero para la comida del día en la compra de tartas rancias expuestas tentadoramente en latas empolvadas a las puertas de las pastelerías; sin embargo, la conciencia de sentirse importantes y la paga de siete chelines a la semana con la expectativa de un rápido aumento a ocho viene en su auxilio y en consecuencia inclinan sus sombreros un poco más hacia un lado y miran bajo las tocas de todas las modistillas de los sombrereros y fabricantes de corsés -¡pobres chicas!- a quienes mientras más trabajan peor les pagan, y que muy a menudo son la clase más explotada de la sociedad.” (“Las calles de día”).

Cada momento tiene su magia inherente, a pesar de estar describiendo acciones que no pasan de ser el día a día de una gran ciudad, con su aparente monotonía, hasta se puede escribir sobre el transporte público sin ser aburrido; los coches de día y los ómnibus se vuelven familiares gracias al humor de Dickens:

“Generalmente se admite que el transporte público proporciona un vasto campo para la observación y el entretenimiento. De todos los transportes públicos que se han inventado desde los tiempos del Arca de Noé –pensamos que ese es el más antiguo del que se tiene constancia- hasta la actualidad, me quedo con el ómnibus.” (“Los ómnibus”).

Buena cuenta de su capacidad humorística se pone de relieve en algo tan aparentemente falto de interés como una crónica parlamentaria; así en “Un esbozo parlamentario” el prólogo es muy sintomático de esta virtud, además de utilizar la exhortación directa al lector como recurso para aumentar la involucración:

“Esperamos que nuestros lectores no se alarmen por lo ominoso del título. Les aseguramos que no vamos a tratar de política ni tenemos la más ligera intención de ser más aburridos que de costumbre –si podemos evitarlo-. Se nos ha ocurrido que un esbozo superficial del aspecto general de “la Cámara” y las multitudes que acuden a ella la noche de un debate importante daría lugar a algún entretenimiento.”

Según avanzamos en su lectura comprobamos que, en efecto, su sátira es aún más ejemplarizante y cómica al mismo tiempo:

“El espacio principal de la Cámara y las galerías laterales están llenos de parlamentarios, unos con las piernas sobre el asiento de delante, otros con las piernas estiradas por completo en el suelo, unos saliendo, otros entrando, todos hablando, riendo, ganduleando, tosiendo, gritando de asombro preguntando o gruñendo, presentando un conglomerado de ruido y confusión imposible de encontrar en ningún otro lugar, ni tan siquiera con las excepciones de Smithfield en día de mercado o una pelea de gallos en su apogeo.”

Solamente por el proverbial esbozo “Una visita a Newgate” esta recopilación valdría la pena; prodigio de estilo y manejo de la estructura más arriesgada a medio camino del realismo más lírico sin dejar de ser social:

“La chica pertenecía a una clase –por desgracia tan extendida- cuya misma existencia debería hacer sangrar los corazones. Apenas pasada la infancia, no hacía falta más que una ojeada para descubrir que era una de esas criaturas nacidas y criadas en el abandono y el vicio, que jamás han conocido lo que es la niñez, a las que nunca se les ha enseñado a amar ni buscar la sonrisa de los padres, o temer su ceño fruncido. Los mil cariños de la infancia, su alegría e inocencia les son todos desconocidos. Han entrado en seguida en las duras responsabilidades y penurias de la vida, y después es casi inútil apelar a su mejor naturaleza con las referencias que despiertan, aunque sea solo durante un instante, algún buen sentimiento en el pecho de cualquiera, por más corrupto que haya llegado a estar.”

Red Christmas giftEntrando por momentos en el territorio del sueño para volver a la crónica:

“Sigue un periodo de inconsciencia. Se despierta, aterido y consternado. La mortecina luz gris de la mañana se cuela en la celda y cae sobre la figura del carcelero de guardia. Confuso por los sueños, salta del camastro dudando por un instante. Pero solo es un instante. Todos y cada uno de los objetos de la estrecha celda son demasiado terriblemente reales como para dar lugar a duda o error. Vuelve a ser el reo condenado de nuevo, culpable y desesperado; y en dos horas más estará muerto.”

Todo ello acompañado, además, por los magníficos grabados de la época de George CruikShank, que componen una indisoluble unión de mucha calidad.

Los textos provienen de la traducción y edición de Miguel Ángel Martínez-Cabeza para Abada Editores.

Bis Dickensiano: “La navidad cuando dejamos de ser niños” es una recopilación de cuentos navideños, o que se relacionan con lo navideño y que el mismo Dickens escribió entre 1851 y 1853, ya alejado de sus cuentos más conocidos. Tanto el cuento homónimo como los otros cuatro guardan una calidad media que  nos retrotraen a esa época a la que tanto valor daba el británico. Especialmente hermoso resulta “El cuento del pariente pobre” donde juega nuevamente con la imaginación como elemento alienador a la hora de sobrevivir:

“Ese es mi castillo, y esas son las circunstancias reales de vida allí. A veces llevo al pequeño Frank conmigo. Mis nietos lo reciben con alegría, y juegan juntos. En esta época del año, Navidad y Año Nuevo, rara vez salgo de mi Castillo. Pues los recuerdos de estos días parecen retenerme allí, y sus preceptos parecen enseñarme que es bueno estar en él.

-Y el castillo está… -empezó a decir la voz grave y armoniosa de uno de los presentes. […]

-¡Mi castillo está en el aire! He llegado al final. ¿Tendría la amabilidad de contar su historia el siguiente?”

El verdadero valor de la Navidad tal y como entendía Dickens tenía que ver con lo social, con el amor fraterno, sobre todo de los que no están en buenas relaciones:

“Nuestra marcha, la de los más orgullosos lleva el camino polvoriento por el que ellos avanzan. ¡Ay! Acordémonos de ellos este año al calor del fuego navideño, y no los olvidemos cuando este se extinga.”

cover silverman.cdrTextos de la traducción de Marta Salís de “La Navidad cuando dejamos de ser niños” para Alba Brevis

Segundo Bis Dickensiano: “La declaración de George Silverman”, cuento corto de un Dickens ya en su madurez que nos trae la curiosa historia de uno de esos pequeños inadaptados, un relato de formación que comienza en la nada más absoluta:

“Hasta entonces no había tenido la más ligera idea de lo que era el deber. Tampoco había tenido conocimiento de que existiera nada hermoso en esta vida. Cuando en alguna ocasión había trepado por las escaleras del sótano hasta la calle y había mirado los escaparates, lo había hecho sin un ánimo superior al que le suponemos a un cachorro sarnoso o a un lobezno. Igual que nunca había estado a solas, en el sentido de mantener una conversación altruista conmigo mismo. Muy a menudo estaba solo, pero nada más.”

Y que avanza a través de la vida eclesiástica:

“Al saberme incapacitado para la ruidosa agitación de la vida social, pero creyéndome cualificado para cumplir mi deber de una forma ponderada, aunque con esfuerzo, en el caso de obtener algún nombramiento poco importante en la Iglesia, me dediqué a la carrera eclesiástica.”

Descubriendo igualmente lo malo que puede ser todo, pero encontrando también amor en un camino lleno de dolor; una pequeña gran historia aderezada con las iconoclastas y vivaces ilustraciones de Ricardo Cavolo.

Los textos son de la traducción de Elena García Paredes para esta edición de Periférica

“Cazador de ratas” de Alexander Grin. La difusa frontera entre ficción y realidad

cazador-de-ratas-9788494116254La brevedad de la obra “Cazador de ratas” del ruso Alexander Grin no me va imposibilitar el dedicarle un texto. Estamos ante una de sus obras que van a pasar desapercibidas  sin remedio, principalmente porque la editorial que ha apostado por él, Pasos perdidos, no es de las grandes y no tiene los medios de las que ya conocemos; para agravarlo más, el libro es de un ruso desconocido y es pequeñito. Es un hándicap en sí mismo.

Y es una pena porque estamos ante una de esas obras que dejan una más que grata impresión; en la fantástica sinopsis de la editorial se resume la primera parte:

“Una anciana que vende un gorrito amarillento para comer ese día, unmujik que pesca clandestinamente en el Moika o un tendero que la revolución ha convertido en responsable de los alojamientos de la ciudad, trazan un clima de miseria en el que el protagonista, después de salir del hospital, encuentra refugio en el edificio desierto del antiguo Banco Central. “

Anclada en la base realista, el autor se dedica a reflejar el San Petersburgo de 1920, una ciudad destruida tras la revolución, este realismo entra sin dificultades:

“Pocas veces había conocido a alguien tan natural. No creemos en la sencillez o no la vemos; o quizá sólo la advertimos, por desgracia, cuando estamos desesperados.”

Unir la sencillez, o el discernimiento de la misma, a nuestra desesperación es un síntoma de un realismo inherente y que nos da una seguridad. Sin embargo a partir de que el protagonista se refugie en el edificio del Banco Central se produce una progresiva desestabilización del conjunto , la realidad se difumina y lo onírico empieza a cobrar cada vez más importancia, es en ese momento cuando el autor hace gala de su mayor expresividad lírica:

“Hacía tiempo que venía meditando sobre los encuentros, las primeras miradas, el primer intercambio de palabras.  Permanecen en la memoria, y dejan una profunda huella siempre que no sea haya sobrepasado la justa medida. Hay una pureza inmaculada en los instantes que nos marcan, esos que pueden expresarse íntegramente mediante versos, o sobre un lienzo. Son esos momentos de la vida los que constituyen el origen de la creación artística. A este acontecimiento auténtico, forjado en la serena simplicidad de un tono natural y preciso, es al que volvemos una y otra vez, con toda el alma.”

La reminiscencia de esos primeros momentos permanece para siempre en nuestra vida, nos marcan, no tienen mácula, nos recuerdan lo bello, lo sublime que hemos vivido, se vuelven sueños irreemplazables que nos ayudan a sobrevivir en un mundo que nos azota. La conjunción del realismo inicial con esos momentos cada vez más oníricos, hacen que nos cuestionemos la realidad de nuestras vidas: la difusa frontera de lo real y lo ficcional.

“Pero yo había oído, había hablado, y eso tenía que ser real. Los sentimientos que acababa de experimentar, ahora confusos, me abandonaban como un torbellino en el que aún me hallaba inmerso. Me senté, repentinamente exhausto como si hubiera subido una escalera interminable.”

Sin embargo quizá la solución no es elegir una u otra, sino aprender a convivir con ambas:

“Pero ya lo había comprendido. A veces, preferimos callarnos para que la impresión, amenazada por el aguijón de los razonamientos, encuentre un refugio seguro.”

Y hasta en la inseguridad de nuestra cruda realidad podemos encontrar una comodidad gracias a la ficción, a lo irreal. Ese mundo de los sueños nos da una estabilidad mágica. Como decía Chesterton, “la ficción es una necesidad”.

Los textos provienen de la traducción del ruso de Mercedes Noriega Bosch para esta edición de “Cazador de Ratas” de Alexander Grin en Pasos perdidos.

“La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf. Alrededor de la Señora Dalloway.

lafiestadallowayDe la nota de edición de Lumen al libro podemos leer:

“Los siete relatos que componen La fiesta de la señora Dalloway son el complemento ideal de la novela, pues Virginia Woolf los escribió en el período comprendido entre 1922 y 1927, así que, de alguna manera, estos textos rodean y acompañan a La señora Dalloway, que se publicó en 1925.

Dos de ellos sirven de introducción a lo que luego será el evento, y otros se acercan a los personajes secundarios para enfocarlos mejor, mirar de cerca vestidos y chalecos, y dedicarles una atención que quizá no cabía en las páginas de la novela. Finalmente hay algunos que sirven de epílogo, como si la autora no quisiera abandonar del todo a sus criaturas y tuviera ganas de seguir disfrutando de ese momento tan peculiar, cargado de tensión y brío: una copa más, otro chisme pillado al vuelo, un último repaso a los volantes de un vestido antes de que las luces se apaguen y cada cual vuelva a ser lo que buenamente pueda.”

Tengo que reconocer que el enfoque que ha dado Lumen a la obra no me ha gustado nada de nada, de hecho el prólogo de Bimba Bosé no es lo que esperaba para empezar a leer estos relatos de Woolf; por mucho que a la británica le gustaran las “parties” no creo que centrar todo el libro en lo relacionado con la moda, cómo visten, etc… sea precisamente la manera de encauzar a esta escritora. Obviando este hecho, lo más interesante es leer estos textos relacionados con “La señora Dalloway”, ahí está la verdadera magia del asunto, volvemos a encontrar sus personajes, un microuniverso que catapultó a la escritora al Olimpo modernista y literario.

De hecho el primero de los relatos, “La señora Dalloway en Bond Street”, nos trae precisamente a la protagonista que reflexiona sobre lo literario y sobre el pasado, paradoja ciertamente interesante, ya que Virginia abogó por el avance, como estandarte del modernismo, luchando por las nuevas formas de entender la creación literaria (no olvidemos su encarnizada lucha con Arnold Benett, epítome de la tradición decimonónica):

“¡Se había casado con él por eso! ¡No había leído a Shakespeare! Tenía que haber algún libro barato que pudiera comprar para Milly, ¡ya está, Cranford! ¿Había algo más gracioso que esa vaca en enaguas? Ojalá la gente tuviera ahora esa clase de humor, esa clase de dignidad, pensó Clarissa al recordar las amplias páginas; las frases que tenían un final; los personajes, de los que se hablaba como si fueran reales. Para todas las cosas grandes hay que remitirse al pasado, se dijo.”

Sin embargo, en “El hombre que amaba al prójimo” sí que encontramos algo más acorde a su pensamiento considerando a los Shakespeare, Dickens… como lujos en un tiempo de problemas, de crisis… casi como el tiempo actual, perfectamente extrapolable.

“Le habría gustado releer a algunos de sus autores preferidos –Shakespeare, Dickens-, habría deseado tener tiempo para ir a la National Gallery, pero no podía, no, era imposible. Era de verdad imposible, con el mundo en la situación en que se encontraba. Cuando todo el día la gente solicitaba su ayuda, casi la pedía a gritos. No era momento para lujos.”

Woolf fue una personalidad inherentemente contradictoria, buena prueba de esta personalidad está incluida en sus obras, y estas narraciones cortas no son menos, del mismo cuento podemos comprobarlo en la dicotomía amor-odio:

“-Me temo que soy una de esas personas muy corrientes que aman al prójimo –dijo él poniéndose en pie.

A lo que la señorita O’Keefe casi gritó:

-También yo.

Odiándose el uno al otro, odiando a toda la gente que llenaba la casa y que les había proporcionado esa velada penosa, decepcionante, los dos amantes del prójimo se levantaron y, sin mediar palabra, se separaron para siempre.”

Su personalidad maníaco depresiva  es más que patente en “Juntos y separados”:

“De todas las cosas, nada es tan extraño como el trato humano, se dijo, debido a sus cambios, a su extraordinaria irracionalidad, pues su antipatía no distaba ahora del amor más intenso y arrebatado, y al instante le vino a la imaginación la palabra “amor” y la rechazó pensando de nuevo en lo oscura que era la mente, con sus poquísimas palabras para designar todas esas percepciones asombrosas, esas alternancias de dolor y placer. “

El trato humano le resultaba ajeno, oscuro; el juego de contrarios amor-razón fue uno de los ejes de su vida, como amor-odio o dolor-placer. Esta inestabilidad literaria era un total reflejo de su vida. Su literatura nos recuerda esto, pero también nos retrotrae a otra época, a una época de fiestas donde cualquier detalle cuenta, y lo más pequeño puede volverse relevante. Es imprescindible leer a Woolf, por lo menos por todo lo que nos puede hacer pensar. Eso, en mi opinión, siempre es estimulante.

Traducción del inglés de Ramón Gil Novales  de  “La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf para Lumen

Ilustraciones de la nacida rusa, nacionalizada estadounidense Yelena Bryksenkova

“Heridas abiertas” de Gillian Flynn. La (saludable) confirmación de la malevolencia de Flynn

314_RH28115.jpgCiertamente, Flynn ha tenido una publicación errática en este país; de sus tres libros publicados los dos primeros, prácticamente inencontrables, pasaron sin pena ni gloria por las editoriales “El andén” y “ Viceversa”;  es ahora cuando, gracias al éxito de “Perdida”, su tercera novela, se le está dando el reconocimiento que se merece; de hecho, el sello de novela negra “Roja y negra” de PRHM (aka Penguin Random House Mondadori) ha aprovechado el gran éxito de “Perdida” (que además va a tener el impulso de la película dirigida nada menos que por David Fincher) para empezar a recuperar sus obras anteriores.

Tal es el caso de este “Heridas Abiertas”, la primera novela que realizó la autora norteamericana, y que volvemos a tener disponible, afortunadamente, en estos días; y es una suerte porque esta novela confirma claramente la saludable predisposición a la perversidad de esta maquiavélica dama del crimen; una forma de entender lo psicológicamente depravada que puede llegar a ser la naturaleza humana, que la convierte en heredera directa de la grandísima Highsmith.

La protagonista de este libro, Camille Preaker, es una periodista, recién salida de una estancia en un hospital psiquiátrico que será enviada a su pueblo natal, Wind Gap, para cubrir las noticias relacionadas con el asesinato de dos niñas; hechos que pueden llevar a pensar que haya un asesino en serie en su pueblo de la infancia. La trama se convierte, por lo tanto, en una trama más clásica, ya que de fondo tenemos un asesino en serie y una investigación en toda regla; sería convencional si no fuera por el montón de detalles que consiguen volver la narración en algo subversivo, sobre todo empezando por la propia protagonista.

Flynn irá dejando detalles que clarifiquen el porqué del paso de Camille por el psiquiátrico y resulta más escabroso de lo que pueda llegarse a pensar,  aunque pudiéramos creer que la bebida y su falta de autoestima puedan ser esas causas:

“Me tomé el segundo bourbon de un solo trago, estiré un poco los hombros agarrotados, me di unas palmaditas en las mejillas, me subí en mi enorme Buick azul y deseé haberme tomado una tercera copa. No soy de esa clase de reporteros que disfrutan metiéndose en la vida privada de la gente. Seguramente esa es la razón por la que soy una periodista de segunda fila, pero al menos soy periodista.”

Estamos, sin embargo, bastante alejados, como nos daremos cuenta más tarde, la protagonista se “automutilaba” indiscriminadamente:

“Verán, yo me hago cortes. También incisiones, tajos, escarificaciones y heridas. Soy un caso  muy especial; tengo un propósito. Bueno lo que pasa es que mi piel grita. Está recubierta de palabras, “cocina”, “bollo”, “garito”, “rizos”, como si un crío de primaria hubiese aprendido a escribir sobre mi carne con un cuchillo en las manos. A veces, pero solo a veces, me río. Cuando salgo de la bañera y veo, con el rabillo del ojo, en el lado de una pierna: “muñeca”. Cuando me pongo un suéter y, en un destello, veo en la parte interna del brazo: “dañino”. ¿Por qué esas palabras? Miles de horas de terapia han arrojado como resultado unas cuantas ideas de los buenos doctores.”

La fuerte presión del (re)encuentro con su madre, unido a la propia investigación, pondrán al límite a nuestra periodista que luchará por no tener recaídas:

“Me había escrito “Richard poli, Richard poli” doce veces en la pierna y tuve que obligarme a parar porque me moría de ganas de coger una cuchilla.”

Flynn no se conforma con realizar una caracterización psicológica de todos los personajes que van apareciendo sino que, además, en esta ocasión, nos muestra las consecuencias físicas con un gran lujo de detalles, en ocasiones, tirando a la truculencia, aunque bien justificados.

No se queda en la simple investigación con todas sus ramificaciones sino que no duda en reflejar a los personajes del pueblo, estereotipos del Medio Oeste Americano, el crimen, tanto allí como en la realidad, se convertirá en un acontecimiento que les definirá a ellos y a sus conciudadanos:

“Los tres rezumaban un orgullo mal entendido por su ciudad. La infamia había llegado a Wind Gap y ellos le harían frente. Podrían seguir trabajando en el supermercado, la droguería y la granja de pollos. Cuando muriesen, aquello (junto con el hecho de haberse casado y haber tenido hijos) pasaría a engrosar la lista de cosas que habían hecho en la vida. Y era algo que, simplemente, les había pasado a ellos. No, mejor dicho: era algo que había pasado en su ciudad. Yo no estaba del todo segura de compartir la opinión de Meredith: a algunos les habría encantado que el asesino fuese alguien nacido y criado en Wind Gap, alguien con quien hubiesen ido a pescar alguna vez, alguien que hubiese sido miembro del mismo club de boy scouts. Eso haría la historia más interesante.”

Con estos ingredientes, Flynn crea una trama absorbente donde ahonda en último término en las relaciones materno-filiales y  el conjunto, sin lugar a dudas, constituye una novela de altos vuelos dentro de  la novela policíaca/negra, con una conclusión que quita el aliento, nuevamente, por su capacidad de desencadenar dolor en el lector.

A mí, particularmente, Gillian Flynn me tiene totalmente enamorado con lo malvado de sus propuestas.

Traducción del inglés de Ana Alcaina de “Heridas Abiertas” de Gillian Flynn para esta edición de “Roja y negra” de PRHM.

“El clan de los parricidas y otras historias macabras” de Ambrose Bierce. Humor negro y fantasmas

EL CLUB DE LOS PARRICIDASEl escritor norteamericano Ambrose Bierce, nacido en 1842 y desaparecido misteriosamente en 1913 es uno de los mejores exponentes del relato breve fantástico. Mi bautismo de fuego con él ha sido precisamente esta recopilación de cuentos cortos denominada “El clan de los parricidas y otras historias macabras” y el resultado ha sido demoledor.

Bierce no hace concesiones al estilo para centrarse más en lo que cuenta; un especialista en las narraciones cortas normalmente con temas relacionados con la guerra o con el género fantástico (más concretamente con las ghost-stories o historias de fantasmas). El primer relato de la antología deviene en epítome del estilo del autor y en cuanto al tema tratado, con humor muy muy negro, en las primeras frases podemos encontrar esto:

“Me llamo Boffer Bing. Mis respetables padres eran de clase muy humilde: él fabricaba aceite de perro y mi madre tenía un pequeño local junto a la iglesia del pueblo, en donde se deshacía de los niños no deseados. Desde mi adolescencia me inculcaron hábitos de trabajo: ayudaba a mi padre a capturar perros para sus calderos y a veces mi madre me empleaba para hacer desaparecer los “restos” de su labor.”

La característica del cuento homónimo es el que se trata de una pequeña antología de parricidas, donde Bierce, haciendo gala de un humor que va más allá del negro nos describe un catálogo de perversidades en las que el nexo en común es un hijo/a matando algún padre (o los dos si se tercia la ocasión); esta estructura resulta más que curiosa, ya que da la impresión de que estás leyendo una antología incluida en la antología (meta…); es un recurso que utiliza en más ocasiones, por ejemplo para unir varias desapariciones misteriosas u otro tipo de historias. Dando la impresión de tratarse de experimentos narrativos reales, periodísticos:

“Estos han sido algunos de los experimentos que he realizado en el campo de la sugestión hipnótica. Que esta pueda emplearse con malos propósitos, es algo que desconozco.”

El que juegue con estos factores no es óbice para que en otros momentos busque una descripción más física, con un punto más lírico que nos sirva para entrar de una manera más realista en el cuento:

“Un charco formado en la rodada de una carreta emitía un reflejo carmesí que llamo su atención. Se agachó y hundió la mano en él. Al sacarla, sus dedos estaban manchados. ¡Era sangre! Sangre que, como pudo observar entonces, le rodeaba por todas partes: los helechos que bordeaban profusamente el camino mostraban gotas y salpicaduras sobre sus grandes hojas; la tierra seca que delimitaba las rodadas parecía  haber sido rociada por una lluvia roja. Sobre los troncos de los árboles había grandes manchas de aquel color inconfundible, y la sangre goteaba de sus hojas como si fuera rocío.”

Lo que es evidente es que buscaba confundir al lector y presentarnos amenazas que no fructifican, no se hacen evidentes, hasta que llegamos a la parte final del relato:

“Hay algo de lo que sí tengo conciencia clara: la presencia de aquel hombre a mi lado me resultaba singularmente desagradable e inquietante; tanto que cuando por fin detuve el carro bajo el anuncio luminoso del hotel Putnam, experimenté  la sensación de haber escapado a algún peligro espiritual de naturaleza especialmente funesta. Esa sensación de alivio se vio modificada al descubrir que el doctor Dorrimore también se alojaba en el mismo hotel.”

De hecho el autor suele jugar con esa sorpresa final que tan bien funciona en este tipo de relatos en un continuo “crescendo”.  Hay en todos los cuentos una sensación de irrealidad inherente,  y es en esa frontera entre la ficción y la realidad en la que se mueve Bierce para estimular nuestros miedos más ocultos.

Excelente recopilación para descubrirle, gracias, cómo no, al trabajo de la editorial Valdemar.

Traducción del inglés de Javier Sánchez García-Gutiérrez de la antología “El clan de los parricidas y otras historias macabras.” De Ambrose Bierce.

“Relatos londinenses” y “Paseos nocturnos” de Charles Dickens. Londres como personaje

relatoslondinensesCharles Dickens (1812-1870), a los 20 años,  era un joven periodista con toda la energía de que hacen gala los jóvenes a su edad. Fruto de su colaboración con el Morning Chronicle como periodista parlamentario y gracias a sus viajes para cubrir esos eventos políticos, surgieron los “Sketches by Boz”, pequeños bocetos más cercanos al ensayo donde se dedicaba a relatar escenas cotidianas de la vida en Londres. Boz era el pseudónimo con el que los escribió (rara abreviatura que provenía del nombre con que su padre llamaba a su hermano menor Augustus, Moses, que derivó en Boses y ya luego Boz) y, desgraciadamente, nunca han sido editados al completo en castellano, pero sí hay varias recopilaciones que van intentando realizar esta labor. Hoy vengo con dos de ellas que reflejan varios de estos relatos.

El primero es “Relatos londinenses” editado por Gadir, en el prólogo de dicha recopilación encontramos el sentido de ellos y su hilo conductor:

“La pequeña selección de textos que aquí se presenta tiene como hilo conductor al Londres que tanto inspiró a Dickens, probablemente el autor que más se ha identificado con la ciudad. Se trata de textos de diversa procedencia y naturaleza, cuya lectura nos acerca al Londres que conoció Dickens y a su forma de ver la ciudad. Una ciudad encantadora en la pluma de Dickens, y de abruptos contrastes, en la que cabe encontrar la grandeza de la capital del Imperio junto a miserias de todo tipo.”

Dickens es capaz de describir Londres con toda su intensidad poética pero sin olvidar tanto los detalles que la hacen grande como aquellos que reflejan sus miserias; es fascinante cómo, a través de la presencia del Big Ben y su sonido es posible definir una ciudad, como en “El corazón de Londres”:

“Me senté frente a él y, oyendo su voz regular e inalterable, esa profunda nota constante, preponderante entre todo el ruido y alboroto de las calles de abajo, que indicaba que, aumentase o decreciese el tumulto, continuara o se detuviera, fuese noche o mediodía, mañana u hoy, este año o el siguiente, aún seguía desempeñando sus funciones con la misma  sorda constancia, regulando el progreso de la vida a su alrededor, descendió sobre mí la fantasía de que aquel era el corazón de Londres y que, cuando cesara de latir, la ciudad dejaría de existir.”

O a través de sus “Tascas”, con un reflejo, marca de la casa, de los problemas que viven sus ciudadanos:

“La ginebra es un gran mal en Inglaterra, pero la desgracia y la suciedad lo son más, y hasta que no mejoren ustedes los hogares de los pobres o persuadan a un desgraciado medio muerto de hambre de que no busque alivio en el olvido temporal de su propia desgracia con la miseria que, dividida entre su familia proporcionaría un mendrugo de pan a cada uno, las tascas crecerán en número y esplendor. Si las Sociedades por la templanza sugiriesen un antídoto contra el hambre, la inmundicia y el aire viciado, o si pudieran establecer dispensarios para la distribución gratuita de botellas de agua del Leteo, los palacios de la ginebra se contarían entre las cosas del pasado.”

paseos-nocturnos_medCuriosamente el volumen termina con el relato que comienza el siguiente libro en el que se recopilan algunos de estos bocetos y que es homónimo: “Paseos Nocturnos” editado por Taurus. Este el problema de que ninguna editorial se haya decidido, dos de los ensayos han sido repetidos por Taurus.

Esta selección funciona igualmente a la maravilla por la calidad de los textos del británico, como de costumbre, en ese relato inicial nos encontramos el relato de las peripecias nocturnas de un Dickens insomne y que nos descubre la ciudad a través de su fauna nocturna:

“Yo, de haberlo querido, sabía perfectamente en qué lugares podía encontrar al vio a la desgracia en todas sus formas; pero el vicio y la desgracia se ocultaban a la vista, y mi condición de persona sin hogar disponía de millas y millas de calles en las que podía ir y venir solitaria y a su gusto. Y eso era lo que yo hacía.”

No falta la crítica social y en “El asilo de Wapping” los “cristianos” menos coherentes tienen su parte de culpa:

“¡Sí, amigo mío cristiano que vas elegantemente vestido; habría sido mejor, mucho mejor, no recurrir a los niños cantores y dejar que la multitud cantase por sus propias bocas! Quizá vos sepáis más que yo, pero creo haber leído que hubo tiempos en que se hacía eso y que hubo Alguien (que no vestía ropas elegantes) que “después que ellos cantaron un himno” se dirigió desde allí al monte de los Olivos.”

La situación de los pobres y del empleo peligroso y mal pagado aparece en “Una estrellita en el oriente”:

“Dijo que bastaba el olor que reinaba dentro de la fábrica para hacer caer a una desmayada; pero ella volvería para que la admitiesen. ¿Qué podía hacer? Mejor era que le saliesen a una úlceras y le acometiese la parálisis ganando, mientras había posibilidad, ocho peniques al día que ver a sus hijos pasar hambre.”

El estado tampoco se libra de la censura dickensiana, en “Comerciando con la muerte” donde comenta jocosamente ante la celebración de “unos solemnes funerales oficiales en honor del difunto duque de Wellington”:

“Dejamos muy seriamente constancia ante nuestros lectores de que ninguna clase de honor hay ni puede haber en semejante resurrección de una costumbre; de que cuanto más auténticamente grande sea el hombre, más auténticamente pequeña es la ceremonia; y de que, desde el principio hasta el fin, se ha dado con esto un pernicioso ejemplo y aliento a la desmoralizadora costumbre de comerciar con la muerte.”

En estas microestampas de Londres nos encontramos ya al mejor Dickens, en estos pequeños ensayos se refleja lo que es la ciudad a través de escenas cotidianas que contienen una viveza insuperable a pesar de lo temprano de su edad; si a eso unimos la carga lírico poética inherente en la escritura del gran escritor inglés y su crítica social de fondo a las situaciones que viven los desfavorecidos o a los estamentos más privilegiados, nos encontramos con unas lecturas de una calidad inmensa y que deberían estar recopiladas en un suculento volumen.  Espero que alguna editorial acometa tan magna tarea en no poco tiempo.

Traducción del inglés de Celia Recarey Rendo y Carlos Valdés García de “Relatos londinenses” de Charles Dickens para Gadir.

Traducción del inglés de José Méndez Herrera de “Paseos Nocturnos” de Charles Dickens para Taurus

“Traficantes de milagros y sus métodos” y “Diez”. Dos curiosas propuestas

traficantes-de-milagros-y-sus-metodos-9788416112036Hoy os propongo un par de posibilidades ciertamente divergentes entre sí; quién sabe las razones que me llevaron a alternarlas, pero el resultado dispar es, a pesar de todo, bastante apetecible. No hablamos de obras que vayan a pasar a la historia por su calidad, pero sin embargo, nos ofrecen un entretenimiento más que digno.

El primer caso es otro exponente de la “Houdiniexploitation” que estamos viviendo en la actualidad, bienvenido sea, pero con precaución, ¿qué es lo que nos podemos encontrar en este libro? Pues el menú de un tragafuegos:

“El menú solía consistir en lo siguiente:

De primero, antorchas de brea ardiente, carbón incandescente y pequeños cantos rodados calentados al máximo.

El asado, cuando Dufour se sentía realmente hambriento, consistía en nueve kilos de buey o media ternera. A modo de fogón, se valía de la palma de la mano o de la lengua. La salsa de mantequilla con la que se servía el asado era azufre, derretido o cera ardiendo. Cuando el asado estaba listo, ingería el carbón y el asado juntos.

De postre se tragaba los cuchillos y los tenedores, las copas, y los platos de barro cocido.

Se encargaba de mantener al público animado presentando todo esto con un espíritu cómico y grosero y, para reforzar el elemento cómico, incluía el número la participación de varios gatos amaestrados.”

Tal menú nos hace una idea de lo que surgió en la época en cuanto a esas figuras, Houdini se dedica a describir los pormenores, las vidas, los trucos que utilizaban estos personajes; desvelando al mismo tiempo la antigüedad de algunos de los trucos utilizados; estamos ante un desfile de rarezas que desafían nuestro sentido de la maravilla y que nos retrotraen a una época distinta que, probablemente, no se volverá a dar:

“Siempre habrá entre nosotros personas forzudas, ya sean embaucadoras o atletas genuinos. Pero, con el gradual refinamiento de los gustos del público, la demanda de exhibiciones como las que ofrecen tragafuegos, tragasables, masticadores de cristal y el repertorio entero del así llamado Avestruz humano fue decayendo paulatinamente, y sólo recuerdo un anuncio de la actuación de un artista de este género en un teatro de primera clase de este país durante la generación presente, y el número nunca llegó a efectuarse.”

Esos “dime museums” vivieron un “exploitation” en su momento que nosotros, actualmente, no podemos ni sospechar, pero sí podemos hacernos una idea, la televisión y sus realities han sustituido con creces a esos “freaks”:

“Todavía existía una demanda considerable de esas personas en los dime museums, hasta que el enorme incremento del número de establecimientos de esta clase creó una necesidad de freaks que excedía con mucho la oferta, y muchos se vieron obligados a cerrar porque no había freaks disponibles, ni siquiera a pesar del enorme incremento de los salarios que por entonces se produjo.” 

No se equivocaba al suponer que con el tiempo ese tipo de representaciones escénicas desaparecerían.

“El dime museum ya no es más que un recuerdo, y dentro de tres generaciones habrá caído, con toda probabilidad en el olvido. Algunos de los números eran lo bastante buenos como para que mereciese la pena seguir a los empresarios en su incursión en el vodevil, pero estos no tienen cabida en esta crónica, cuya finalidad última es la de conmemorar ciertas formas de entretenimiento a las que el olvido amenaza con sumir en la oscuridad bajo la envergadura de sus grandes alas.”

Para los que hemos leído el fantástico “Cómo hacer bien el mal” que sacó el año pasado Capitán Swing puede que este libro nos resulte menos novedoso e, indudablemente, la calidad de este último era mayor; los lectores noveles lo disfrutarán mucho más. Mención aparte, las Ilustraciones de Iban Barraenetxea en mitad del libro que describen uno de los trucos del gran Houdini y que sirven de aderezo a esta buena edición de Nórdica.

diez-Gretchen-McNeil-portadaLa segunda curiosidad es algo que no me “pega” nada aparentemente; aunque los seguidores del blog y los que me conocen saben que una novela como “Diez” con el argumento de “Diez negritos” de Agatha Christie y un desarrollo de slasher noventero (estilo Scream), son dos reclamos más que suficientes para que caiga en ella sin remedio.

Gretchen McNeil es una escritora que fue cantante de ópera y en este segundo libro (enfocado al público juvenil, no en vano lo saca Maeva en su sello Young para este segmento); la premisa de partida es, como podéis imaginar, la novela de la gran dama del crimen; la primera parte, de presentación de los personajes, ciertamente resulta más cargante de cara al público más adulto que pudiera leerla: se reflejan con demasiados detalles los típicos amoríos juveniles y pueden llegar a un momento de saturación; afortunadamente, sin abandonarlos, entra en faena a toda velocidad y en cuanto empiezan a producirse los crímenes, pasan a un segundo plano y se integran con la trama principal.

La presentación del ambiente es, como de costumbre, necesaria para el buen hacer de la novela, una de las bazas para que funcione es mostrarnos el aislamiento y la impenetrabilidad del lugar en el que tendrán lugar los acontecimientos:

“White Rock House se erguía ante sus ojos. Mezcla de faro y mansión criolla, relucía como un foco en mitad de la nada. Había un patio cubierto y cercado por una balaustrada de hierro forjado frente a la fachada principal que continuaba por los laterales, los hastiales de la segunda y la tercera planta sobresalían por encima de las ventanas, quizá para protegerlas de la furia de la madre naturaleza. Del centro de la casa emergía una enorme torre de cuatro pisos que parecía no tener relación alguna con la fachada.

Por el rabillo del ojo, Meg percibió un resplandor en un lateral de la casa. Entrecerró los ojos y se dio cuenta de que todo el suelo alrededor de la casa estaba cubierto por piedras blancas y brillantes.

De ahí el nombre de White Rock House.” 

A partir de ahí se sucederán las muertes, una tras otra, en un desarrollo típico de slasher y que recuerda “Sé lo que hicisteis el último verano” o “Scream” ; afortunadamente, la resolución está a la altura y funciona a la perfección mostrándonos a uno de esos enemigos que desafían las leyes de la cordura:

“Da igual -dijo Tom-. Eres culpable por asociación.

Una lógica genial y demencial.”

Teniendo en cuenta lo anterior, los elementos terroríficos y de típica novela policíaca se desenvuelven con la suficiente coherencia para obtener una lectura amena y que nos hará pasar unas buenas horas de diversión. Buena propuesta sin duda.

Traducción del inglés de Alicia Frieyro de “Traficantes de milagros y sus métodos” de Harry Houdini en Nórdica.

Traducción del inglés de Daniel Hernández Chambers de “Diez” de Gretchen McNeil en Maeva Young.

“Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates. La génesis de una gran escritora

un-jardin-placeres-terrenales_grandeCuando empecé con “Un jardín de placeres terrenales” no me fijé demasiado en el título ni en la portada del libro; para nada, mi referencia era la escritora,  Joyce Carol Oates, a quien conocía bastante bien; lo segundo que tenía en cuenta era empezar a conocer desde sus inicios a la norteamericana con todos sus libros incluidos en Mi proyecto literario (que si habéis comprobado, lo he alargado un año más, con tanto libro es imposible llegar a leerlos todos en tres años).

Al ser un libro extenso, y llevarlo encima varios días, varias personas me comentaron algo de lo que no era consciente: lo posiblemente “rosa” , reforzado, además, por la portada glamurosa; y claro, el comentario unánime era que no me pegaba; lo curioso es que lo acaba de leer este párrafo cargado de violencia:

“Notó cómo la hoja fina y afilada le atravesaba la ropa, la rasgaba, la levantaba, la hundía, y Rafe seguía sin soltarle. Rafe trató de agarrarse a él, cogió aire, emitiendo un sonido lánguido de estremecimiento y Carleton empezó a sollozar intentando liberarse, ahora le rajó con la cuchilla resbaladiza en la parte de atrás del cuello de Rafe, donde la carne es tierna, donde su propia carne ardía y latía por un sarpullido extraño de la piel y Rafe le agarró de la cabeza con las dos manos, con los pulgares en los ojos queriendo arrancárselos, y ahora era Carleton el que aullaba “¡Para,para!” y la hoja de la navaja se sumergió, dando de nuevo en el hueso y lo atravesó, lo hundió; le apuñaló, sin encontrar ahora resistencia alguna en el grueso del hombre, que cayó, inclinado hacia atrás de modo que parecía que Carleton pudiera estar golpeando a su amigo con tan solo una mano, con el puño, en un gesto de afectuosidad fraternal. Y al final Rafe le soltó y cayó al suelo.”

Me fascina tremendamente la capacidad que tiene Joyce para describir este tipo de momentos en sus libros. O este otro párrafo:

“En los campos, la gente descuida su aspecto, la mayoría. Nadie te mira, o le importa un bledo, por lo que a veces acabas hablando contigo mismo, entrecerrando los ojos, reviviendo viejas peleas o altercados, y a veces buenos momentos también, si puedes recordar buenos momentos, y escupir sobre la tierra. Son pensamientos que zumban por tu mente, como las moscas gordas y negras que revolotean sobre espirales de excrementos humanos en la parte trasera de los campos, en el pequeño bosque de pinos secos, el lugar donde tienes que ir si te entran ganas de defecar. Y el capataz que se fija en cómo te alejas del campo por si vagueas.”

El reflejo de la sociedad rural norteamericana en los tiempos posteriores a la Gran Depresión es descrito con crudeza, más enmarcado en la tradición realista que lo que hará posteriormente con experimentos de corte más postmodernista; la paradoja entre el contenido y el continente era más que evidente en esta ocasión, tanto para mí como para la editorial, la dicotomía de la belleza-crudeza realista es palpable según pasas las páginas.

Sin embargo, hay otro giro a esta percepción, y tiene que ver con el magnífico postfacio de la escritora a esta obra donde llega a afirmar que, a pesar de lo raro que pueda ser, existe una añoranza asociada a esta época cargada de tintes autobiográficos; en este postfacio aborda conceptos relacionados con la creación literaria, sobre el momento inicial en el que se gesta un escritor, que vale la pena comentar,: el primero, la envida del autor hacia esos primeros tiempos:

“Sobre todo son las primeras obras, motivadas por ese calor blanco, las que con el paso de los años le resultan más misteriosas por sus orígenes a un escritor, rebosantes de la energía de la juventud que aún no se ha rendido y a su vez atormentadas, o quizá muy conscientes respecto a cómo una obra de arte ambiciosa será recibida por otros. Todos los escritores repasan sus primeras creaciones con envidia, incluso con admiración: cuánta energía rebosábamos entonces, habiendo vivido tan poco.”

El segundo está relacionado con el objetivo por el cual se escribe (la metáfora del nido resulta muy efectiva a tal efecto):

“Pero claro, un trabajo literario es una especie de nido: un nido cuidadosa y arduamente tejido de palabras que incorpora trozos y fragmentos de la vida del escritor dentro de una estructura imaginada, de la misma manera que el nido de un pájaro incluye todo tipo de cosas del mundo que existe más allá de nuestras ventanas, y en él se entretejen de forma ingeniosa. Para muchos de nosotros escribir es una forma de aliviar, aunque también quizá una manera de echar leña a la añoranza del hogar. Escribimos para monumentalizar lo que es pasado, lo que está empezando a ser pasado, y todo aquello que pronto desaparecerá de la tierra.”

Es curioso cómo el libro lo estructura en tres partes diferenciadas, con los nombres de tres hombres en ellas: Carleton, Lowry y Swan. Y digo esto porque, en realidad, la verdadera protagonista es Clara, Hija de Carleton, novia de Lowry y madre de Swan. A pesar de desviar esta perspectiva, Clara brilla con luz propia, un carácter cargado de violencia y que nunca ha conocido la niñez propiamente dicha:

“-¿Cuántos años tienes, joder?

-No me acuerdo. Dieciocho.

-No, solo eres una niña.

[…]

-No soy una niña –dijo con ira-. Nunca lo he sido.”

Es Clara la que tendrá que elegir entre la febril efervescencia del simpático Lowry (“Paraban en algunos lugares a lo largo de la carretera. Pequeños restaurantes, tabernas. Al entrar en estos sitios, parecía como si siempre reconociesen a Lowry; si no su cara y su nombre, a Lowry en sí mismo. Por el modo en el que sonreía, sabía que la gente le devolvía la sonrisa, sabía que estaban contentos de ver su sonrisa y no otra cosa.”) o la sobriedad y seguridad del gris pero sólido Revere (“Revere la miró solemne. Si Curt Revere fuera un naipe, Clara pensó, sería uno de los reyes. Con una pesada mandíbula, inclinado hacia la reflexión. No inquieto, sexy y traidor como las sotas. Solías pensar que el rey de espadas era más fuerte que la sota de espadas, pero no era así. Tener tanto, conocer tanto, desgastaba el alma, ya que sabías que podías perderlo todo.”).

Su vida, desgraciadamente, tendrá las consecuencias que sus elecciones ocasionan, estas serán palpables en su hijo Steven, al que ella llama Swan (Cisne):

“Y también sabía en qué tipo de hombre se convertiría cuando creciera: no sería como Revere, tan bondadoso, sino otra clase de persona. No alguien amable, sino de mirada afilada como Clara. Aquel otro hombre tenía una cara que Swan casi podía recordar, y quizá en sueños lograría verla. No tenía prisa, las cosas sucederían como debían. Se convertiría en lo que otros quisieran, sin poder elegir. Revere era su padre, y querría a su padre, aunque su  verdadero padre fuera otro. Ese era el secreto de Clara y de él: moriría con aquel secreto. Ahora comprendió algo acerca del sol cegador y centelleante. No había palabras, no había lógica. Solo el calor, y la terrible luz cegadora.”

Swan, progresivamente, se dará cuenta de que no todo es lo que parece, más bien, todo lo que ve le repugna por su falsedad y, aunque al principio, como niño, sea capaz de compartirlo con su madre:

“Había tantas cosas a su alrededor, que había dejado de contarlas. No tenía dedos suficientes en las manos. ¡Ni siquiera si contaba también los dedos de los pies! Cuando era más pequeño, casi un bebé, Clara y él se reían de cosas como esas, de contar los dedos de las manos y de los pies. Pero ya no era un bebé.”

Según pasa su vida, habrá una separación materno-filial que no tendrá reconciliación, en la voz de Swan encontramos palabras durísimas, las mismas que su madre tuvo anteriormente en su vida; su madre, a pesar de que no quería que su hijo tuviera su misma vida, fracasa estrepitosamente:

“Por primera vez en toda su vida, Swan no compartió con su madre el estado de ánimo. Había encendido la luz de la habitación, sin importarle que eso pudiese molestar a sus ojos, y Swan se tapó la cara con el brazo. “Te odio, eres una zorra.” Le hubiese gustado castigarla, y llamarla de esa manera era un castigo, aunque ella no pudiera escucharlo. Incluso aunque no lo supiera jamás.”

El final, profundamente desmotivador, está cargado de violencia, no puede ser de otra manera:

“Temblaba, se preparaba para saltar sobre él. Usaría sus uñas. Le arañaría, le golpearía. La estaba atacando como hacían los niños crueles con los más débiles.

-No no vas a disparar. Ni a mí ni a nadie. ¿Crees que puedes matar a tu propia madre? No puedes, no puedes apretar el gatillo. Eres débil, no te pareces en nada a tu padre, ni a tu abuelo, en el fondo de mi corazón sé perfectamente cómo eres, Steven Revere.

Swan levantó la pistola, a ciegas. El rugido en sus oídos era ensordecedor y aun así se mantenía tranquilo, había tomado una determinación.”

A pesar de lo que podemos pensar, la novela no trata de víctimas, en el postfacio que mencionaba la autora lo dice muy claro, ; en efecto, quería tratar temas que, en esa época, no eran ni siquiera castigados y se veían con normalidad; pero buscaba el reflejo de una sociedad, sí, la autodefinición, cómo se hace a sí mismo, ni más ni menos que el “sueño americano”:

“Aunque actualmente términos como “víctimas de abuso”  o “supervivientes de abusos” pueden parecer clichés, no existían en los tiempos de “Un Jardín…”, de hecho era habitual que muchos hombres siguiesen siendo moral y legalmente inocentes aun cuando daban palizas a sus mujeres  y sus familias; y aunque el acoso sexual, el abuso sexual y la violación eran habituales, no lo era, sin embargo, la terminología para definirlos, y rara vez se denunciaba, y todavía era más extraño que la policía se lo tomara en serio.” “Un jardín…” es un reflejo de ese mundo, pero no se trata de una novela sobre víctimas, sino sobre cómo los individuos se definen a sí mismos y se hacen a la vez “americanos”, es decir, todo menos víctimas.

Una vez acabada esta increíble primera parte del Wonderland Quartet,  busqué los siguientes sin mucho éxito en español, siento decir que las próximas entregas (“Expensive People”, “Them” y “Wonderland”) llegarán con textos en inglés…. No puedo perderme nada de ella.

Traducción del inglés de Cora Tiedra de “Un jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates para Punto de lectura.

“Piel de Serpiente” de James McClure. Calidad por encima de todo

piel-de-serpiente-9788415973256James McClure dignificó el género policíaco hasta unos niveles insospechados; no hay novela suya que no tenga un nivel calidad elevado; de hecho es la tercera vez que aparece por el blog y, a este paso, cada vez que Reino de Cordelia publique otra, seguirá apareciendo, porque bien lo merece.

La última, inédita hasta ahora, es este “Piel de serpiente” publicada inicialmente en 1975 con el nombre de “Snake” nos trae de nuevo al teniente Kramer y al sargento Zondi, esta extraña pareja de detectives en el post-apartheid sudafricano, el “veld” como marco geográfico; esta vez con la inesperada muerte de una bailarina de Striptease que hacía un número con una pitón y una serie de robos extraños y aparentemente sin sentido por la cuantía del dinero robado.

En la última novela comentada,  ya incidía en los aspectos más típicos, sello de la casa, que la llevan a la total excelencia y que aquí vemos reflejados de nuevo; con McClure volvemos a vivir el duro desequilibrio entre la población blanca y negra en el clima del post-apartheid;  en ese estado de las cosas se llega a discutir la posibilidad de que un negro no solo no sea igual a un blanco sino si incluso se le puede considerar un ser humano:

“En cuestión de diez minutos, el color de la piel de Lucky se había aclarado, pasando del chocolate al chocolate con leche, empezaba a desprender un olor dulzón y la expresión de sorpresa en su rostro había desparecido casi por completo.

-¡Ostras! Sí que hace calor –dijo Kramer, dirigiéndose al sargento blanco con mono color caqui que estaba a su lado. Las manchas de grase en los rasgos planos y compactos del hombre le hicieron pensar en el manual de un taller.

-Qué mala suerte, ¿no cree, teniente?

-Es mejor que el cáncer.

-¿Los negros tienen cáncer?

-Sí.

-Vaya, cada día se aprende algo nuevo.”

De hecho, se le considera algo distinto:

“-También lo ha hecho Martha. Hace de todo. Eso sí, he intentado ayudarla a mejorar su alfabetización, pero no quiere.

-Los mejores saben cuál es su sitio.

-En eso podríamos no estar de acuerdo –contestó Shirley, sonriendo amablemente-, pero naturalmente usted ve una cara de la comunidad africana mucho más sórdida de lo que pueda ver yo. Eso contribuye a tergiversar algo las cosas.

-En mi opinión, un cafre es una cafre, se mire del lado que se mire.”

Lo bueno es que McClure lo utiliza de dos formas: la primera, ya reseñada, como base de la situación sudafricana, este reflejo de su sociedad de desigualdad sirve como crítica al régimen establecido; la segunda, más sutil, será imprescindible para la resolución del caso por la particularización de la relación entre negros y blancos; ah, claro, hay una tercera forma, evidentemente, la relación entre Zondi y Kramer, una relación de amigos más allá de las fronteras raciales, una relación cargada de buen humor:

“-Esa es la verdad. Lo que lo hizo grande fue el miedo de la gente a la oscuridad… la oscuridad de sus propias mentes.

-¿Tú qué eres, Mickey Zondi?

-Un cafre supersticioso –dijo Zondi, sonriendo de oreja a oreja-. Y usted, jefe, es más sabio que el elefante.

-Bueno, yo no diría tanto. Pero una cosa sí te digo: yo no sufro de esta forma por los puntos flacos de mi gente. Al menos no en el trabajo.”

La trama sigue siendo más que satisfactoria y no voy a relatar nada sobre ella, los que le descubran ya se darán cuenta de esto; lo que sí quería comentar es un nuevo nivel que aparece en esta entrega y que nos introduce pequeñas reflexiones sobre el género a través de sus grandes creadores:

“-Ya, así que queda descartado. Perdone que me haya dejado llevar por la imaginación. Se debe a los libros que lee mi mujer.

-¿Agatha Christie o Dick Francis? –preguntó Strydom con interés.

-Edward McBain, un caballero americano, me temo.”

James McClure revela que una de sus influencias es el gran Ed McBain (visitante también en este blog), pseudónimo de Evan Hunter  y creador de las novelas del Distrito 87. Esta referencia cobra más importancia si tenemos en cuenta la progresiva conversión de sus novelas en “novelas corales”; sin quitar el protagonismo a Zondi y Kramer, pero es evidente que los secundarios (Marais, Kloppers, Strydom…) tienen voz propia, hasta el punto de que el sudafricano cambia continuamente de punto de vista en un mismo capítulo para mostrar avances en las investigaciones que serán necesarias para la resolución final poniendo el punto de vista de estos secundarios; de esta manera consigue hacer fluir la narración aunque nos obligue a estar muy atentos para no perder detalle.

El resultado final es una nueva muestra del talento que poseía McClure para realizar novelas policíacas; nueva oportunidad para rezagados de conocer a este grandísimo autor. No me puedo cansar de recomendarlo.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Susana Carral de “Piel de Serpiente” de James McClure en Reino de Cordelia.

“El arte de la defensa” de Chad Harbach. Auge y caída del sueño americano

el arte de la defensaCon todo lo que lee uno, a veces algún libro se puede quedar en el tintero, gracias a la insistencia de un “personajillo vasco” (él sabe quién es) me acabé leyendo “El arte de la defensa”, primera novela del norteamericano Chad Harbach; lo curioso es que si hubiera caído en el año de la publicación habría estado en mi top particular del año porque lo merece, es una novela soberbia. Pero tiene un hándicap de cara al público lector en España: la trama principal que vertebra la novela tiene que ver con el béisbol,  deporte sin atractivo por estos lares; no en vano, autores como Philip Roth siguen sin ver traducidas al idioma de Cervantes “The great american novel” o, en el caso de Stephen King, “Blockade Billy”, con esta temática de fondo también, fue publicada directamente en bolsillo.

La historia no tiene nada de original, Mike Schwartz, un ojeador (y miembro) de un equipo de béisbol, está buscando un jugador con el que el equipo pueda subir al más alto nivel, y que esta mejora consiga su propia mejora personal:

“Toda su vida Schwartz había anhelado poseer un único talento supremo, un brillo singular que el mundo accediese a llamar genio. Ahora que había visto de cerca esa clase de talento, no podía dejarlo escapar.”

La aparición de Henry Skrimshander como ese jugador con talento es toda una paradoja en sí, ya que se trata de un jugador defensivo perfecto, muy alejado de los tipos lanzadores o bateadores que hemos visto en tantas películas del estilo:

“Lo que sabía hacer era defender. Se había pasado la vida estudiando cómo salía la pelota tras el impacto con el bate, los posibles ángulos y efectos, y por ello sabía con antelación si debía echar a correr hacia la derecha o la izquierda, si la bola se acercaba a él, en el rebote, saldría alta o casi a ras de suelo. Atrapaba la pelota limpiamente, siempre, y la devolvía con un lanzamiento perfecto, siempre.” 

A pesar de su aparente protagonismo, no falta una galería de secundarios maravillosamente caracterizados, empezando por el rector Affenlight, amante lector, especialmente de la obra de Melville:

“En su despacho del piso de arriba tenía su colección más variada de teoría y  narrativa de posguerra, junto con el puñado de libros verdaderamente valiosos que poseía: primeras ediciones de Walden, Un yanqui en la corte del rey Arturo y unas pocas novelas menores de Melville, además de El Libro. En el despacho había tantas estanterías  que solo quedaba espacio para un objeto artístico, un letrero en blanco y negro pintado a mano que Affenlight había encargado hacía años y que constituía uno de su bienes más preciados: AQUÍ NO SE PERMITE EL SUICIDIO, rezaba, NI SE PERMITE FUMAR EN EL SALÓN.”

Cada uno de los personajes ejemplifica, a su manera, el auge y caída del “sueño americano” en algún momento de la novela: el hombre hecho a sí mismo es la base de dicho sueño y esto se encarna no solo en el caso de Henry sino en el de Mike, epítome del triunfo continuo:

“Sin embargo, ese era precisamente el problema: él era Mike Schwartz. Todo el mundo esperaba que triunfase allá donde fuera, y por tanto el fracaso, aun el pasajero, había dejado de ser una opción. Nadie lo entendería, ni siquiera Henry. Henry menos que nadie. El mito que se hallaba en la base de su amistad –el mito de su propia infalibilidad- se haría añicos.”

Harbach, indudablemente, personificará en Henry el miedo a este fracaso, sobre todo cuando, inexplicablemente, empiece a fallar en sus recepciones y lanzamientos:

“En el lapso de quince entradas había realizado los cinco peores tiros de su etapa en Westish: el que alcanzó a Owen, los dos errores del primer partido de ese día y los dos torpes tiros del segundo partido. Los cinco se habían producido en jugadas rutinarias y de hecho casi idénticas: bolas bateadas con fuerza directamente hacia él poco más o menos, con lo que había tenido tiempo de sobra para afianzar los pies y localizar el guante de Rick antes de tirar. Jugas elementales, en las que no la pifiaba desde la adolescencia.”

Mike, en su relación con Pella (la hija de Affenlight) también se hará más consciente de esto sobre todo cuando se dé cuenta de sus propias incapacidades:

“Ella no entendía su vida. No era que él quisiese que todo fuera difícil, sino que realmente todo era difícil. Dinero aparte. Él no era listo de la misma manera que ella. Lo único que sabía hacer era motivar a los demás. Lo que en definitiva equivalía a nada. Manipulación, juegos de muñecos. ¿Qué no daría por tener un talento propio, un talento como el de Henry? Cualquier cosa. Lo daría todo. Los que no destacan en el campo, se dedican a entrenar.”

En boca de Schwartz es, sin embargo, en quien Chad Harbach mostrará la paradoja del deporte con respecto al hombre:

“Para Schwartz, eso constituía la paradoja presente en la esencia misma del béisbol, o del fútbol, o de cualquier otro deporte. Lo adorabas porque lo considerabas un arte: una actividad en apariencia sin sentido, llevada a cabo por personas con aptitudes especiales, una actividad que escapaba a todo intento de quienes pretendían definir su valor y sin embargo, de algún modo, parecía transmitir algo verdadero o incluso fundamental sobre la condición humana.”

“El béisbol es un arte, pero para destacar en él había que convertirse en una máquina. No importaba lo bien que jugaras a veces, lo que hicieses en tu mejor día, la cantidad de jugadas espectaculares que realizases. No eras un pintor o un escritor, no trabajabas en privado y desechabas los errores, y no eran solo tus obras maestras lo que contaba. Lo realmente importante, como ocurría con cualquier máquina, era la cantidad de veces que pudieras repetirlo. Los momentos de inspiración no eran nada comparados con la eliminación del error.”

La ambición de Harbach: mostrarnos el deporte como metáfora de la condición humana y la propia novela como reflejo del sueño americano; no se queda ahí, el primer fallo producido por un jugador de béisbol en 1973 se convierte en las manos del escritor en el catalizador de la la cultura posmoderna (al mismo tiempo con Pynchon y otras referencias literarias):

“En la imaginación del público, 1973 no podía haber sido un año más tenso: Watergate, el caso Roe contra Wade, la retirada de Vietnam,  El arco iris de la gravedad. ¿Fue también el año en que se extendió la parálisis prufrockiana, el año en que se introdujo en el béisbol? […] De hecho, eso podría llegar a ser una definición viable de toda la era posmoderna, una época en que incluso los deportistas fueron modernos angustiados.  Así, el período posmoderno norteamericano se inició en la primavera de 1973, cuando un lanzador llamado Steve Blass perdió la puntería.”

De fondo no falta la crítica a un sistema que no duda en favorecer a sus artífices, aunque ese mismo sistema  desencadene la desesperación de los que no viven imbuidos en él y no lo puedan afrontar, como es el caso del rector, que oculta su condición hasta que es chantajeado por ella:

“-No concibo que la hija de un ex-rector pague la matrícula en Westish College. Ni sus nietos ni los nietos de sus nietos. No es así como funciona el sistema.

El sistema. Affenlight asintió, se miró la corbata, levantó una mano trémula para alisársela innecesariamente.”

En una parte final cargada de épica y desesperación a partes iguales, solo el sacrificio conseguirá que “el sueño americano” pueda ser posible. Mike Schwartz se convertirá en el Ahab que les guiará en esa quimera:

“Schwartz recorrió el círculo con la mirada una vez más. Percibió algo más que seguridad, una sensación de que el partido ya podría haberse jugado. No sabía si él mismo estaba listo para jugar –tenía la mente en todas partes, insomne, dispersa y sentimental-, pero desde luego ellos sí lo estaban. Si él era el Ahab de esa operación, y ese torneo constituía el blanco de su obsesión, ellos eran la tripulación secreta del Fedallah.

-Tíos –dijo en voz baja, con sincero respeto-, dais miedo, cabronazos.

Nadie sonrió al oírlo, y menos aún rio; solo asintieron y salieron al campo.”

Excepcional ópera prima que muestra como nadie la sociedad norteamericana y, por extensión, en este caso, los anhelos del hombre. No puede quedar en el olvido. Aquí hay magia.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Isabel Ferrer de “El Arte de la Defensa” de Chad Harbach en Salamandra.

“Lohengrin” en el Teatro Real: Apoteosis coral

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Empiezo de una manera poco común, ya que suelen ser reseñados en último lugar casi siempre; pero me gustaría empezar hablando del coro, uno de los máximos artífices del éxito que se vivió en la función de ayer de Lohengrin en el Teatro Real. El reconocimiento del público y su entusiasmo fue unánime, hacía tiempo que no oía ovaciones y “bravos” como en esta ocasión. Y no fue para menos, el coro, en esta ópera de Wagner tiene un papel protagonista, es indispensable y está claro que lo solventaron de una manera magnífica; como cantante que es uno, sé lo difícil que es cantar Wagner, extremo por momentos, delicado en otros, pero sobre todo, exigente;  el coro Intermezzo, particularmente la sección de hombres, lo bordó, simplemente, cuánto equilibrio y empaste en voces tan sobresalientes individualmente. No hubo crispación a pesar de las dificultades y los textos se escucharon con una fantástica dicción alemana.

Fue una de esas noches en que ni la errática producción ni las dificultades de los cantantes podían ensombrecer un triunfo como el que se vivió. La puesta en escena de Hemleb rozó el esperpento por su sencillez y arbitrariedad. Sencillez porque la ambientó en una cueva, onmipresente durante cada acto; arbitrariedad porque había un monolito iluminado en el centro de la misma que aparecía y desaparecía sin ninguna función clara. El pobre iluminador por lo menos intento hacer algo más vivo lo estático de la situación. La dirección escénica se reducía a mover al coro de atrás a delante del escenario o hacer dar vueltas a Elsa o Telramund; una pena, pero por lo menos en esta ocasión no entorpecía lo visionado/escuchado y la mayoría del público no creo que ni se acuerde de él por el éxito de lo musical.

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Harmut Haenchen transmite mucha serenidad desde que coge la batuta iluminada en total oscuridad y hace que se desenvuelva esa joyita inconmensurable que compuso Wagner para la obertura; gesto claro, enérgico solo cuando es necesario; manejó muy bien las dinámicas para intentar equilibrar todo el conjunto especialmente en el difícil segundo acto; en el primero quizá se dejó se llevar consiguiendo un resultado demasiado ruidoso y un poco caótico; el tercer acto, más intimista por momentos, estuvo muy bien llevado. Encomiable el trabajo de la orquesta que, como el Coro, empieza a demostrar su categoría cada vez más y el resultado fue excelso, transmitiendo con toda su intensidad una obra mágica (a pesar de su pesimismo final) a un público que se rindió a la dirección musical de Haenchen y al trabajo orquestal.

En cuanto a los cantantes, cumplieron; no podemos hablar de interpretaciones para la historia, pero, en el conjunto, no desentonaron ni restaron un ápice al disfrute masivo que se produjo a pesar de ciertas limitaciones evidentes. Ventris escogió una manera muy heroica de interpretar a Lohengrin, no creo que sea lo más acertado, las mejores interpretaciones han sido más líricas como es el caso de Konya, Windgassen o Jess Thomas; pero hay que reconocer que dio las notas aunque no matizó lo deseable, su “In fernem land..” no tuvo enjundia, resultó tosco y sin contrastes, y en el último acto rozó el grito por momentos al ir reduciéndose su caudal; aun así el primero y segundo actos, a su manera, funcionaron. Esperaba más del trabajo de Catherine Naglestad, Elsa no es un papel difícil por tesitura, es un caramelo para cualquier soprano y, aunque parezca mentira, abusó con frecuencia del portamento para coger algunas notas y otras, directamente, salieron caladas; su interpretación olvidó la inocencia de Elsa para mostrarnos una atormentada protagonista rozando la locura, su timbre no es demasiado limpio y virginal para el contraste con Ortrud; Thomas Johannes Mayer afrontó al maléfico Telramund  con mucha fuerza , atacando con potencia los agudos aunque su voz adolece de una oscuridad que sería deseable en la configuración de este papel (siempre recuerdo a Uhde en estas ocasiones), pero hay que reconocer que se mostró seguro y no perdió la voz en ningún momento en este barítono tan particularmente wagneriano. Lo de Polaski, a su edad, no tiene mucho sentido; su voz no puede cantar Ortrud, sin más, el vibrato (que se fue haciendo cada vez más acusado) está desde la primera nota de su actuación; el último acto fue un desfile de gritos desentonados sin ningún sentido; el público agradeció su perversa actuación pero vocalmente es un desastre que no debía haber ocurrido. Hawlata, veterano ya también en estos menesteres, no puede tampoco con su papel del rey Heinrich, su voz disminuyó cada vez más, ni siquiera en el primer acto estuvo bien, noble en la media voz, escaso de medios para los agudos.  Muy bien el Heraldo de Anders Larsson, con una voz hermosa, sin desfallecer en ninguna de sus actuaciones y una buena línea de canto.

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Como ya dije anteriormente, estos pequeños detalles que he ido citando no disminuyeron el brillo de un verdadero triunfo musical, una de esas veladas en las que todos los espectadores salieron con una sonrisa en la cara. Lástima que Mortier no pudiera verlo en esta ocasión pero ese es el mayor homenaje que se le puede hacer: disfrutar de la música.

Publicado inicialmente en Ópera World aquí.

Fotos de Javier del Real para el Teatro Real.