Las expectativas que tenía hace unos meses se van cumpliendo, al menos en cuanto a la calidad que se podía esperar de las obras que voy leyendo. Había mucho que esperar del tercer título de la colección Ático Historia de la editorial Ático libros por varios motivos: calidad de los dos volúmenes anteriores (los reseñé por aquí y aquí), por el gusto exquisito de las ediciones, por las buenas traducciones y, en este caso, además, por el tema tratado en la obra “¿Por qué manda Occidente… por ahora?” por el británico Ian Morris, todo un reto, un desafío cargado de incógnitas. Las expectativas se han visto cumplidas en su mayoría, aunque también he encontrado un “pero” importante que explicaré a continuación.
La introducción del catedrático le sirve para establecer las reglas que va a poner en juego para tamaña gesta:
“Y punto. Fin de la historia.
Excepto, claro está, que es no es el fin de la historia. Solamente lleva a otra pregunta: ¿por qué tenía Occidente la ametralladora Maxim y el resto del mundo no? Esta es la primera pregunta que pienso abordar, porque la respuesta nos dará la clave de por qué Occidente sigue mandando hoy en día. A continuación, respuesta en mano, podremos hacernos una segunda pregunta. Cuando la gente se plantea las causas del dominio de Occidente, la mayor parte de las veces lo que quiere saber es si esta hegemonía durará mucho, y si es así, cuánto tiempo y bajo qué condiciones. En resumen: ¿qué pasará en el futuro?”
Se puede adivinar que su idea es estudiar el porqué de algunos eventos pasados que le ayudarán a ver lo que puede deparar el futuro; en este camino desarma las teorías vigentes, la de los partidarios del azar moderno y, sobre todo, las de los partidarios del destino antiguo:
“La idea unificadora que subyace en las teorías de los “antiguos” es que desde tiempos remotos existe un factor esencial que ha diferenciado a Oriente y Occidente de forma total y absoluta, y que ha sido determinante para que la revolución industrial tuviera lugar en Occidente. Los defensores de esta teoría, sin embargo, están en ferviente desacuerdo sobre cuál es ese factor y cuándo empezó a operar. Algunos ponen el acento en las fuerzas materiales, como el clima, la topografía o los recursos naturales; otros señalan aspectos más intangibles, como la cultura, la política o la religión.”
Desde luego no está a favor de esa predestinación y una simple especulación le sirve para demostrar lo infundado de dicha teoría:
“Quizá debamos dejar a un lado la vieja pregunta y hacernos otra nueva: no por qué manda Occidente, sino si es verdad todavía que Occidente manda. Si la respuesta es no, entonces todas las teorías de un destino antiguo que cimientan la explicación del dominio de Occidente en razones arraigadas en un pasado histórico no tienen mucho sentido, especialmente si creemos que Occidente ya no gobierna el mundo.”
Esto le sirve para plantearse una perspectiva distinta como indica en la siguiente afirmación:
“El hecho de que tantos expertos distintos puedan llegar a conclusiones tan dispares indica que algo no cuadra en cómo se ha abordado el problema. En este libro sostengo que tanto los defensores de las teorías de un destino antiguo como los que abogan por el azar moderno no han comprendido correctamente la forma de la historia, y por lo tanto solo han llegado a conclusiones parciales y contradictorias. Lo que necesitamos, en mi opinión, es una perspectiva distinta.”
Lo novedoso de dicha nueva perspectiva es, precisamente, que se remonta a los orígenes de la humanidad, entender lo que ha sucedido desde nuestros ancestros nos debería llevar, en su opinión, a predecir, de alguna manera el devenir de los tiempos futuros:
“Lo único que podemos hacer para resolver el debate es analizar los periodos anteriores y tratar de establecer la forma de la historia desde un punto de vista general. Solo entonces, con un punto de partida previamente establecido, podremos debatir acerca de por qué las cosas sucedieron como lo hicieron y llegar a alguna conclusión.”
En esa teoría realiza la invención de lo que él denomina Índice de desarrollo social, un valor matemático que calculará independientemente para Occidente y Oriente y que calculará con una suma de factores que él considera indispensables para medir este desarrollo social de la civilización: Captura de energía, urbanización, tecnología de la información y capacidad bélica.
Este índice lo utilizará en cada uno de los epígrafes en los que se divide el libro y, de esta manera, explicará cada uno de los cambios que se produzcan según sus cálculos.
Sin embargo, antes de esto, en la misma introducción desarrolla dos conceptos muy creativos y que le servirán para hilar acontecimientos; el primero de ellos es muy ingenioso, ya que utiliza una frase del escritor de ciencia ficción Robert Heinlein:
“El gran escritor de ciencia ficción Robert Heinlein sugirió una vez que “el progreso lo provocan los hombres perezosos en busca de maneras más fáciles de hacer las cosas. “ […] Pero si lo pulimos un poco, creo que el punto de vista de Heinlein se convierte en un acertado resumen, tan bueno como cualquier otro, de las causas del cambio social. De hecho a medida que avancemos por este libro empezaré a mencionar una versión menos sucinta de este aforismo y lo bautizaré como mi propio “teorema de Morris”: “El cambio se debe a la gente perezosa, cobarde y codiciosa que busca maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas. Y raramente sabe lo que hace.” La historia nos enseña que cuando la situación apremia, el cambio despega como un cohete.”
El Teorema de Morris establece entonces que los cambios se suelen deber a “gente perezosa, cobarde y codiciosa que buscan maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas.” Otra de las grandes ideas que utilizará lo denomina paradoja del desarrollo y define, ni más ni menos, que la marcha de nuestras vidas, nunca cesan los problemas, más bien se generan nuevos después de un éxito:
“Pero este no es el punto final de nuestra historia, porque si la gente tiene éxito en su propósito de extraer energía de su entorno y reproducirse, su actividad desembocará inevitablemente en más presión sobre los recursos de los que dispone (recursos materiales y también intelectuales y sociales). Paradójicamente, entonces, es el auge del desarrollo social el que genera las fuerzas que impiden un crecimiento social aún mayor. A este fenómeno lo he bautizado como “paradoja del desarrollo”. El éxito da lugar a nuevos problemas; al solucionarlos, se crean otros problemas nuevos. La vida, como suele decirse, es un valle de lágrimas.”
Según van pasando los capítulos Morris (apoyado por su equipo) utiliza el índice de desarrollo social como hilo conductor y partir del resultado intenta deducirlo mediante las herramientas mencionadas (y va), añadiendo otras que explican dichos cambios. Es muy importante mencionar, a raíz de que Oriente se ponga delante de Occidente en el siglo VI, la influencia innegable de uno de los factores que sacará a colación en varias ocasiones: la geografía:
“¿Por qué Oriente se puso por delante en el siglo VI? ¿Y por qué su puntuación de desarrollo social ascendió tan rápido durante el siguiente medio milenio mientras Occidente se quedaba cada vez más rezagado? Estas preguntas son cruciales para explicar por qué manda hoy occidente, y al intentar darles respuesta en este capítulo encontraremos un nutrido reparto de héroes y villanos, de genios e idiotas. Tras todo el ruido y la furia, sin embargo, encontraremos el mismo sencillo hecho que ha marcado la diferencia entre Oriente y Occidente a lo largo de la historia: la geografía.”
Morris desarrolla sucesivamente cada uno de los capítulos con una prosa muy clara y una mezcla de conceptos bien llevados que hacen que la lectura sea ligera a pesar de los temas tratados y de la densidad de información. El culmen se produce con la llegada de uno de los hechos más importantes para el aumento del índice del desarrollo social: la Revolución industrial:
“Boulton y sus competidores habían abierto la caja de Pandora de la captura de energía. Aunque su revolución tardó varias décadas en desarrollarse por completo (en 1800 los fabricantes británicos todavía generaban tres veces más energía a partir de ruedas hidráulicas que por motores de vapor), fue de todos modos la mayor y más rápida transformación acaecida en la historia del mundo. En tres generaciones los cambios tecnológicos destrozaron el techo duro del nivel del desarrollo. […] Los combustibles fósiles hicieron posible lo imposible.”
Y su consiguiente segunda revolución con la entrada del petróleo y la mezcla consistente de ciencia tecnología:
“Alemania y Estados Unidos lideraron lo que los historiadores a menudo denominan la segunda revolución industrial, consistente en aplicar de forma más sistemática la ciencia a la tecnología. Pronto hicieron que las gestas de Phileas Fogg parecieran arcaicas y convirtieron el siglo XX en una era de petróleo, automóviles y aviones.”
Es a partir del capítulo “ …Por ahora”, el último epígrafe, cuando llega el “pero” que indiqué anteriormente y que hace que la obra no sea redonda del todo. Solo tenemos que leer el siguiente párrafo:
“Aquí es donde todos los pronósticos que comenté en la sección anterior se desmoronan. Todos extrapolan el presente al futuro próximo y todos –como es normal- concluyen que el futuro será más o menos como el presente pero con una China más rica. Si en lugar de limitarnos a eso traemos a colación todo el peso de la historia –es decir, si hablamos con el espíritu de las navidades pasadas- nos vemos obligados a reconocer que el aumento del nivel de desarrollo social que se va a producir no tiene precedentes.”
De pronto, él mismo desmonta sus teorías, aquellas que ha desarrollado razonablemente durante más de 600 páginas para decir que mira, que a lo mejor es imprevisible lo que va a suceder y lo fundamenta en un aumento exponencial del índice del desarrollo social y en el comportamiento imprevisible del hombre:
“El cambio climático no es lineal: todo está interconectado y los fenómenos se retroalimentan de modos tan complejos y desconcertantes que resultan imposibles de prever. Habrá momentos críticos en los que el clima cambiará abrupta e irreversiblemente, pero no sabemos cuándo serán ni qué sucederá cuando llegue ese momento.
Y la más aterradora de las cosas que aún no sabemos es cómo reaccionarán los humanos.”
Lo que le lleva a lo siguiente:
“Y ahí radica la ironía más profunda: contestar a la primera pregunta de este libro (por qué manda Occidente) responde también en buena parte la segunda (qué pasará en el futuro próximo), pero esa segunda respuesta a la segunda pregunta desposee a la primera de casi toda su trascendencia. Ver lo que nos aguarda revela lo que quizá debería haber sido obvio desde hace tiempo: que la historia que realmente importa no es sobre Oriente, Occidente o cualquier otra subsección de la humanidad. La historia que importa es global y evolutiva y explica cómo pasamos de organismos de una sola célula a la Singularidad.”
Al final, ¿para qué queremos Occidente y Oriente? ¿Quiere esto decir que la premisa de partida en realidad no valía la pena? No sé si buscaba un final efectista para romper los esquemas del lector, esto lo cumple a la perfección; sin embargo la impresión del que lo lee es de incoherencia, obvia elementos mencionados en sus argumentaciones para, de pronto, dejar de tener validez para el futuro. Una lástima, podría haber sido una obra que rozara la perfección.
De todos modos, y a pesar de este extraño final, ciertamente, el esfuerzo del escritor merece la lectura muchísimo; es un camino fabuloso por la historia de la humanidad y con una premisa muy atractiva. Una excelente lectura que no dejo de recomendar.
Los textos provienen de la traducción de la traducción del inglés de Joan Eloi Roca de “¿Por qué manda Occidente…. por ahora?” de Ian Morris para Ático Libros.