About Mariano Hortal

Mariano Hortal (Madrid, 1976), Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones y ahora Licenciado en Filología Inglesa. Después de casi 15 años trabajando en el sector, se convierte en abanderado de todo aquello que signifique cultura. “La literatura y la Ópera son mi pasión… aunque también canto en mis ratos libres (que son pocos). No me faltan ganas e ilusión ahora que comienzo esta nueva andadura.” Me podrás encontrar en esta página y como corresponsal de www.operaworld.es a las órdenes de Francisco García Rosado desde el 7 de enero del 2013 “Deja un poco de la tristeza que llevas encima y empecemos una nueva aventura”

“¿Por qué manda Occidente…. por ahora?” de Ian Morris. Un final deslucido ante un trabajo monumental

Occidente_frontaldilveLas expectativas que tenía hace unos meses se van cumpliendo, al menos en cuanto a la calidad que se podía esperar de las obras que voy leyendo. Había mucho que esperar del tercer título de la colección Ático Historia de la editorial Ático libros por varios motivos: calidad de los dos volúmenes anteriores (los  reseñé por aquí y aquí), por el gusto exquisito de las ediciones, por las buenas traducciones y, en este caso, además, por el tema tratado en la obra “¿Por qué manda Occidente… por ahora?” por el británico Ian Morris, todo un reto, un desafío cargado de incógnitas. Las expectativas se han visto cumplidas en su mayoría, aunque también he encontrado un “pero” importante que explicaré a continuación.

La introducción del catedrático le sirve para establecer  las reglas que va a poner en juego para tamaña gesta:

“Y punto. Fin de la historia.

Excepto, claro está, que es no es el fin de la historia. Solamente lleva a otra pregunta: ¿por qué tenía Occidente la ametralladora Maxim y el resto del mundo no? Esta es la primera pregunta que pienso abordar, porque la respuesta nos dará la clave de por qué Occidente sigue mandando hoy en día. A continuación, respuesta en mano, podremos hacernos una segunda pregunta. Cuando la gente se plantea las causas del dominio de Occidente, la mayor parte de las veces lo que quiere saber es si esta hegemonía durará mucho, y si es así, cuánto tiempo y bajo qué condiciones. En resumen: ¿qué pasará en el futuro?”

Se puede adivinar que su idea es estudiar el porqué de algunos eventos pasados que le ayudarán a ver lo que puede deparar el futuro; en este camino desarma las teorías vigentes, la de los partidarios del azar moderno y, sobre todo, las de los partidarios del destino antiguo:

“La idea unificadora que subyace en las teorías de los “antiguos” es que desde tiempos remotos existe un factor esencial que ha diferenciado  a Oriente y Occidente de forma total y absoluta, y que ha sido determinante para que la revolución industrial tuviera lugar en Occidente. Los defensores de esta teoría, sin embargo, están en ferviente desacuerdo sobre cuál es ese factor y cuándo empezó a operar. Algunos ponen el acento en las fuerzas materiales, como el clima, la topografía o los recursos naturales; otros señalan aspectos más intangibles, como la cultura, la política o la religión.”

Desde luego no está a favor de esa predestinación y una simple especulación le sirve para demostrar lo infundado de dicha teoría:

“Quizá debamos dejar a un lado la vieja pregunta y hacernos otra nueva: no por qué manda Occidente, sino si es verdad todavía que Occidente manda. Si la respuesta es no, entonces todas las teorías de un destino antiguo que cimientan la explicación del dominio de Occidente en razones arraigadas en un pasado histórico no tienen mucho sentido, especialmente si creemos que Occidente ya no gobierna el mundo.”

Esto le sirve para plantearse una perspectiva distinta como indica en la siguiente afirmación:

“El hecho de que tantos expertos distintos puedan llegar a conclusiones tan dispares indica que algo no cuadra en cómo se ha abordado el problema. En este libro sostengo que tanto los defensores de las teorías de un destino antiguo como los que abogan por el azar moderno no han comprendido correctamente la forma de la historia, y por lo tanto solo han llegado a conclusiones parciales y contradictorias. Lo que necesitamos, en mi opinión, es una perspectiva distinta.”

Lo novedoso de dicha nueva perspectiva es, precisamente, que se remonta a los orígenes de la humanidad, entender lo que ha sucedido desde nuestros ancestros nos debería llevar, en su opinión, a predecir, de alguna manera el devenir de los tiempos futuros:

“Lo único que podemos hacer para resolver el debate es analizar los periodos anteriores y tratar de establecer la forma de la historia desde un punto de vista general. Solo entonces, con un punto de partida previamente establecido, podremos debatir acerca de por qué las cosas sucedieron como lo hicieron y llegar a alguna conclusión.”

En esa teoría realiza la invención de lo que él denomina Índice de desarrollo social, un valor matemático que calculará independientemente para Occidente y Oriente y que calculará con una suma de factores que él considera indispensables para medir este desarrollo social de la civilización: Captura de energía, urbanización, tecnología de la información y capacidad bélica.

Este índice lo utilizará en cada uno de los epígrafes en los que se divide el libro y, de esta manera, explicará cada uno de los cambios que se produzcan según sus cálculos.

Sin embargo, antes de esto, en la misma introducción desarrolla dos conceptos muy creativos y que le servirán para hilar acontecimientos; el primero de ellos es muy ingenioso, ya que utiliza una frase del escritor de ciencia ficción Robert Heinlein:

“El gran escritor de ciencia ficción Robert Heinlein sugirió una vez que “el progreso lo provocan los hombres perezosos en busca de maneras más fáciles de hacer las cosas. “ […] Pero si lo pulimos un poco, creo que el punto de vista de Heinlein se convierte en un acertado resumen, tan bueno como cualquier otro, de las causas del cambio social. De hecho a medida que avancemos por este libro empezaré a mencionar una versión menos sucinta de este aforismo y lo bautizaré como mi propio “teorema de Morris”: “El cambio se debe a la gente perezosa, cobarde y codiciosa que busca maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas. Y raramente sabe lo que hace.” La historia nos enseña que cuando la situación apremia, el cambio despega como un cohete.”

El Teorema de Morris establece entonces que los cambios se suelen deber a “gente perezosa, cobarde y codiciosa que buscan maneras más fáciles, rentables y seguras de hacer las cosas.” Otra de las grandes ideas que utilizará lo denomina paradoja del desarrollo y define, ni más ni menos, que la marcha de nuestras vidas, nunca cesan los problemas, más bien se generan nuevos después de un éxito:

“Pero este no es el punto final de nuestra historia, porque si la gente tiene éxito en su propósito de extraer energía de su entorno y reproducirse, su actividad desembocará inevitablemente en más presión sobre los recursos de los que dispone (recursos materiales y también intelectuales y sociales). Paradójicamente, entonces, es el auge del desarrollo social el que genera las fuerzas que impiden un crecimiento social aún mayor. A este fenómeno lo he bautizado como “paradoja del desarrollo”. El éxito da lugar a nuevos problemas; al solucionarlos, se crean otros problemas nuevos. La vida, como suele decirse, es un valle de lágrimas.”

Según van pasando los capítulos Morris (apoyado por su equipo) utiliza el índice de desarrollo social como hilo conductor y partir del resultado intenta deducirlo mediante las herramientas mencionadas (y va),  añadiendo otras que explican dichos cambios. Es muy importante mencionar, a raíz de que Oriente se ponga delante de Occidente en el siglo VI, la influencia innegable de uno de los factores que sacará a colación en varias ocasiones: la geografía:

“¿Por qué Oriente se puso por delante en el siglo VI? ¿Y por qué su puntuación de desarrollo social ascendió tan rápido durante el siguiente medio milenio mientras Occidente se quedaba cada vez más rezagado? Estas preguntas son cruciales para explicar por qué manda hoy occidente, y al intentar darles respuesta en este capítulo encontraremos un nutrido reparto de héroes y villanos, de genios e idiotas. Tras todo el ruido y la furia, sin embargo, encontraremos el mismo sencillo hecho que ha marcado la diferencia entre Oriente y Occidente a lo largo de la historia: la geografía.”

Morris desarrolla sucesivamente cada uno de los capítulos con una prosa muy clara y una mezcla de conceptos bien llevados que hacen que la lectura sea ligera a pesar de los temas tratados y de la densidad de información. El culmen se produce con la llegada de uno de los hechos más importantes para el aumento del índice del desarrollo social: la Revolución industrial:

“Boulton y sus competidores habían abierto la caja de Pandora de la captura de energía. Aunque su revolución tardó varias décadas en desarrollarse por completo (en 1800 los fabricantes británicos todavía generaban tres veces  más energía a partir de ruedas hidráulicas que por motores de vapor), fue de todos modos la mayor y más rápida transformación acaecida en la historia del mundo. En tres generaciones los cambios tecnológicos destrozaron el techo duro del nivel del desarrollo. […] Los combustibles fósiles hicieron posible lo imposible.”

Y su consiguiente segunda revolución con la entrada del petróleo y la mezcla consistente de ciencia tecnología:

“Alemania y Estados Unidos lideraron lo que los historiadores a menudo denominan la segunda revolución industrial, consistente en aplicar de forma más sistemática la ciencia a la tecnología. Pronto hicieron que las gestas de Phileas Fogg parecieran arcaicas y convirtieron el siglo XX en una era de petróleo, automóviles y aviones.”

Es a partir del capítulo “ …Por ahora”, el último epígrafe, cuando llega el “pero” que indiqué anteriormente y que hace que la obra no sea redonda del todo.  Solo tenemos que leer el siguiente párrafo:

“Aquí es donde todos los pronósticos que comenté en la sección anterior se desmoronan. Todos extrapolan el presente al futuro próximo y todos –como es normal- concluyen que el futuro será más o menos como el presente pero con una China más rica. Si en lugar de limitarnos a eso traemos a colación todo el peso de la historia –es decir, si hablamos con el espíritu de las navidades pasadas- nos vemos obligados a reconocer que el aumento del nivel de desarrollo social que se va a producir no tiene precedentes.”

De pronto, él mismo desmonta sus teorías, aquellas que ha desarrollado razonablemente durante más de 600 páginas para decir que mira, que a lo mejor  es imprevisible lo que va a suceder y lo fundamenta en un aumento exponencial del índice del desarrollo social y en el comportamiento imprevisible del hombre:

“El cambio climático no es lineal: todo está interconectado y los fenómenos se retroalimentan de modos tan complejos y desconcertantes que resultan imposibles de prever. Habrá momentos críticos en los que el clima cambiará abrupta e irreversiblemente, pero no sabemos cuándo serán ni qué sucederá cuando llegue ese momento.

Y la más aterradora de las cosas que aún no sabemos es cómo reaccionarán los humanos.”

Lo que le lleva a lo siguiente:

“Y ahí radica la ironía más profunda: contestar a la primera pregunta de este libro (por qué manda Occidente) responde también en buena parte la segunda (qué pasará en el futuro próximo), pero esa segunda respuesta a la segunda pregunta desposee a la primera de casi toda su trascendencia. Ver lo que nos aguarda revela lo que quizá debería haber sido obvio desde hace tiempo: que la historia que realmente importa no es sobre Oriente, Occidente o cualquier otra subsección de la humanidad. La historia que importa es global y evolutiva y explica cómo pasamos de organismos de una sola célula a la Singularidad.”

Al final, ¿para qué queremos Occidente y Oriente? ¿Quiere esto decir que la premisa de partida en realidad no valía la pena? No sé si buscaba un final efectista para romper los esquemas del lector, esto lo cumple a la perfección; sin embargo la impresión del que lo lee es de incoherencia, obvia elementos mencionados en sus argumentaciones para, de pronto, dejar de tener validez para el futuro. Una lástima, podría haber sido una obra que rozara la perfección.

De todos modos, y a pesar de este extraño final, ciertamente, el esfuerzo del escritor merece la lectura muchísimo; es un camino fabuloso por la historia de la humanidad y con una premisa muy atractiva. Una excelente lectura que no dejo de recomendar.

Los textos provienen de la traducción de la traducción del inglés de Joan Eloi Roca de  “¿Por qué manda Occidente…. por ahora?” de Ian Morris para Ático Libros.

“Las 50 mejores arias de Verdi” de Arturo Reverter. Más que lectura, experiencia musical

50ariasCon motivo del bicentenario de Verdi que tuvo lugar el año pasado, Alianza Editorial, gracias a la figura del crítico musical Arturo Reverter, lanzó este compendio que incluye las 50 mejores arias de Verdi según el autor; a priori, reunía todos los ingredientes que a un buen aficionado de ópera podría buscar; sobre todo si, como es mi caso particular, acompaño la lectura del libro con la atenta audición de cada uno de los momentos mencionados.

Hoy en día, con los medios que se nos ofrecen: youtube, spotify, etc… este tipo de libros se convierten en verdaderas experiencias musicales, más que simples lecturas; me atrevo a asegurar que es imprescindible dedicarle el tiempo necesario para leer las explicaciones del autor al mismo tiempo que se escucha el aria porque es la mejor manera de: primero, entender el carácter  musical gracias al análisis particularizado; segundo, deleitarse con el genio del gran Verdi a la hora de componer música.

Una vez entendida esta parte indispensable, vayamos al  prólogo del propio Reverter para comprobar el objetivo del libro en cuestión:

“¿Qué mejor homenaje se puede hacer a un compositor que estudiar su música y promover su escucha? Esto es lo que pretende el presente libro, en el que se disponen las bases de conocimiento necesarias para empezar a penetrar en los secretos de la escritura de Giuseppe Verdi, de cuyo nacimiento se han cumplido no hace mucho doscientos años. Durante ellos, al menos a partir de 1839, el del estreno de su primera ópera: “Oberto, Conte di San Bonifacio”, la figura del músico de Busetto no ha hecho sino crecer hasta convertirse en una de las más preclaras, trascendentes, influyentes y conocidas del mundo de la ópera. “

En efecto, lo primero, y más fundamental, conseguir que se estudie su música y promover la escucha; más en este caso, ya que estamos hablando de uno de los compositores más conocidos por la mayoría de la gente; se trata, ni más ni menos que de escuchar activamente, el estudio, como muchas veces he dicho, refuerza la ya de por sí excelente música convirtiendo la experiencia en algo aún más sublime.

El punto polémico viene, como no podría ser menos, en la elección de las arias, así como el número escogido, Reverter también se refiere a este asunto en particular en su introducción:

“En cuanto a la selección, el número redondo nos parecía indicado considerando que era suficiente para dar una vívida y fiel imagen, adecuadamente contrastada, del arte del compositor dentro de una dimensión razonable, en busca de un manejo cómodo a la hora de la consulta y de la localización. También, evidentemente, de la extensión de un libro de estas características, que ha de buscar ante todo la máxima claridad, la sencillez expositiva y la incorporación del dato pertinente. ¿Qué criterios hay que seguir en un caso así? Las posibilidades son múltiples.

Si se hubieran elegido las arias buscando la pureza musical, la perfección de la forma, el equilibrio estructural, la profundidad, no estarían incluidas algunas de las páginas más famosas.”

Es evidente que la elección obedece a dos motivos: el de tamaño: el formato estándar del libro no debe superar las alrededor de trescientas páginas para que no se suban los costes; el de la comercialidad: de ahí que este la mencionada aria de Verdi o, incluso una cabaletta como es el caso de “Di quella pira”, o que la mayoría de arias sean conocidas o interpretadas por tenores o sopranos. No vamos a poner más énfasis en el tema, la elección es la que viene y, sinceramente, funciona muy bien por los motivos mencionados  y por otro motivo que diré en la parte final de esta reseña.

Por otro lado, el autor se centra en identificar lo que va a comentar por cada una de las arias en el siguiente párrafo:

“En cada caso se manejan similares elementos de conocimiento, bien que no siempre expuestos de la misma manera o en un idéntico orden: estudio musical riguroso, con ejemplos pentagramáticos adjuntos;  descripción del momento dramático que se vive; aproximación a la psicología del personaje; rememoración de los cantantes que intervinieron en el estreno; valoración del tipo vocal adecuado, al aria en cuestión y a la ópera en la que se inscribe en general; repaso sucinto de los cantantes que, en la historia del fonógrafo, mejor han servido la parte y, en especial, la pieza analizada. No se suelen dar datos relacionados con la discografía, ni referencias numéricas, muchas veces variadas y variables en los catálogos.”

Las arias vienen ordenadas en estricto orden cronológico de  composición de la ópera y en cada una de ellas se empieza con una introducción a dicha ópera: contexto histórico y musical, circunstancias del estreno, intérpretes, etc. El siguiente ejemplo, en el caso de “Macbeth” resulta muy ilustrativo:

“Pero Macbeth, pese a sus carencias, a sus artificios, a sus irregularidades, es una obra apasionante en la que, encontramos páginas de enorme contenido emotivo y musical; como el aria La luce langue, que estudiamos en página vecina. Son, por supuesto, de excelente factura los grandes finales de los actos primero y segundo, y brillantes y tópicos, en la mejor tradición del Verdi guerrero, el coro de los prófugos escoceses y el himno de la victoria que cierra la ópera.

Fuera como fuera, Verdi consiguió hacer verdaderamente algo distinto, nuevo, unitario, de extremada concisión dramática; una ópera experimental, en palabras de Degrada, un drama a lo Séneca releído según los esquemas culturales de moda para unir el mundo de las brujas a las creencias contemporáneas y a las tradiciones populares, fabricando una metáfora horrible y grandiosa de la conciencia atormentada del protagonista. Una especie de intuitiva y sui generis Gesamtkunstwerk wagneriana que establece la unión entre canto, declamación, parlato, gesto escénico; nuevas relaciones entre música y drama. Tenemos aquí la búsqueda del nuevo ideal: “la palabra escénica.”

A continuación se hace el estudio de cada aria o arias que pertenezcan a la ópera mencionada y que merezcan dicho estudio según la selección. En todas ellas se pone el texto en el idioma original (italiano) y se traduce justo al lado de la misma. Después se procede a examinar/analizar con la ayuda de varios pentagramas la descripción exacta del momento musical/dramático, así como de la conjunción música/letra que utiliza Verdi para evolucionar el personaje, en el mismo “Macbeth” vemos uno de estos ejemplos:

“La voz insiste luego en la coda en la palabra cadrá, que representa el anhelo soberano de la dama y también su historia. Los contratiempos de la orquesta, que desarrolla una figura rítmica impetuosa y motora, animan esa parte conclusiva, que es coronada con un brillantísimo si natural agudo.

Esa brillantez también dependerá de la soprano, que habrá de ser evidentemente una dramática de agilidad, en la línea de Odabella de Attila y, sobre todo, de Abigaille de Nabucco –de la que hemos hablado en otro capítulo y de cuyo tipo vocal hemos dado pistas-  que se puede aplicar al personaje de la pérfida Lady Macbeth, que, evolucionada, posee hechuras similares en cuanto a carácter con otras criaturas verdianas, dotadas en cualquier caso de mayores claroscuros, como Azucena de Trovador, Eboli de Don Carlo o Amneris de Aida.”

Por último, y a la luz del tipo de vocalidad necesitada para dicho aria (y dicha ópera), se analizan los intérpretes históricos ponderando especialmente el interés en aquellos que han conseguido la interpretación más adecuada.  En este caso es donde puede cansar un poco más porque, desgraciadamente hay pocos intérpretes ideales para Verdi y siempre aparecen los mismos nombres por la calidad que han atesorado.

Si todavía no he convencido a alguien de leer este libro, me queda una última baza, aquel motivo que mencioné al principio y que saco ahora a colación: la selección ayuda a la apreciación de la evolución musical del compositor en toda su escala, desde las primeras óperas,  más influenciadas por los belcantistas hasta el final de su carrera (con Wagner de fondo) pero con personalidad propia.

Estamos, sin lugar a dudas, ante un libro imprescindible para todo aficionado a la ópera en particular y, por extensión, a la música clásica. No hay que dejar pasar esta oportunidad de vivir una experiencia tan íntima en lo musical.

“Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal. Un insolente y divertido libertino

ClasesBaileBohumil Hrabal (1914-1997) es un escritor checo cuya obra se caracteriza “por una visión satírica de la realidad y la importancia que confiere a sus aspectos absurdos”. “Considerado uno de los más grandes autores del siglo XX en su lengua por su facilidad narrativa y el uso alternativo del humor y la tragedia en un mismo plano.” Nórdica nos trae ahora una de sus obras emblemáticas, “Clases de bailes para señoras” donde un anciano cuenta sus batallitas a una señorita con todo lujo de detalles.

Para entender su estilo y su forma de escribir me voy a basar en tres fuentes, en primer lugar la opinión del escritor británico Julian Barnes:

“Hrabal es un novelista muy sofisticado, con un gran gusto por el humor y una sutil ternura en los detalles.”

De esta frase hay tres datos importantes a tener en cuenta: sutileza en los detalles, gusto por el humor y lo sofisticado de su propuesta.

Como segunda fuente vamos a utilizar al propio autor que en la novela que me ocupa hoy dice lo siguiente en el prólogo:

“Pienso que las expresiones idiomáticas poco ortodoxas a las que he recurrido en la construcción de Clases de Baile para mayores son necesarias en la misma medida, en la prosa contemporánea se aprecia un deslizamiento en la selección en la figura del héroe. Creo que existe un continuo trasvase entre la lengua coloquial y las jergas, y que un nivel idiomático presupone la existencia del otro. Las jergas, más que la lengua coloquial, tienen un interés en el idioma académico, puesto que se basan en saltarse las reglas establecidas mediante la creatividad, buscando un efecto de sorpresa y singularidad, para cogerte desprevenido.[…]”

Su defensa a ultranza de la jerga idiomática como elemento desestabilizador del orden establecido le ayuda a desplazar la figura de un héroe atípico, como es en este caso el insolente, tierno, divertido anciano que nos cuenta las típicas batallas de los abuelos. La tercera fuente es mi propia experiencia observadora: Hrabal plantea una narración en primera persona que es un flujo continuo de pensamientos, de anécdotas y experiencias que se van sucediendo a lo largo de toda la narración; no utiliza el diálogo, pero se sabe que está narrándoselo a alguien.

A pesar de la apariencia poco amigable (no hay apenas puntos y apartes) la narración avanza con solidez y resulta bastante adictiva ya que Hrabal es capaz de aderezarla con todo tipo de detalles que la enriquecen, tal es el caso de su descripción de lugares en los que nuestro querido anciano ha estado; en ese momento es cuando acentúa el uso de los adjetivos para exaltar el colorido de lugares tan exóticos como Hungría:

“[…] y me fui  a hacer mundo, a Hungría ¡qué delicia!… en Sopron había una hermosa fábrica de cerveza, un edificio rojo y blanco con ventanas verdes como las tirolesas, y todo estaba alicatado, junto a cada una de las ventanas había una escalera de hierro para que los bomberos, en caso de incendio, pudieran subir y bajar con facilidad, como los monos aquellos de Dresde… y Budapest, ¡qué maravilla de ciudad!, una calle blanca con ventanas rojas y otra toda verde con ventanas amarillas; las había azules, doradas y con pintas; incluso durante la guerra se hacía un pan tan blanco como si fueran bollos…[…]”

Todo esto salpicado de momentos metaliterarios donde reflexiona sobre el verdadero fin de la poesía en particular; el símil, desde luego, ayuda a entenderlo además de sacarnos una sonrisa:

“[…] por ello el poeta Bondy me decía que la verdadera poesía debe ser dolorosa, como si uno olvidara la cuchilla de afeitar en un pañuelo y, al sonarse, la nariz se cortara con ella, que un buen libro no es el que sirve al lector para mejor conciliar el sueño, sino que, por el contrario, debe sacarle de la cama para que corra, tal como está, en calzoncillos, a propinarle unos coscorrones al señor escritor…[…]”

En este vendaval de grandilocuencia, no duda en atribuirse las palabras de su teniente Hovorka a la hora de conquistar a una mujer, esa sutileza en los detalles de la que hablaba anteriormente:

“[…]¡Chicos!, decía el teniente Hovorka, “a una mujer así hay que tratarla con suavidad, como si uno estuviera afilando un lápiz: eso con las mujeres es más eficaz que sacarles la bayoneta; […]”

Y hace gala continuamente del humor, hasta cuando le llegaron a incluir en el parte de bajas, ¡estando él presente!

“[…] y me sucedió a mí que un día, al pasar revista, leyendo el parte de bajas, me señalaron entre los caídos: todo coincidía, incluso la fecha de nacimiento, conque dije en voz alta: “¡Pero si yo estoy vivo!”, a lo que me cayeron dos semanas de arresto por hablar durante el pase de revista; […]”

Es en el epílogo donde adivinamos por fin a quién está narrando sus peripecias; es entonces cuando el gran escritor checo hace gala de una mayor profusión lírica; en efecto, su escena final es de un gusto ciertamente conmovedor, un colofón extraordinario a esta pequeña sorpresa literaria.

[…] y empezó a lavarse, y el anciano, que se había pasado toda la tarde contándole historias, en ese instante quedó como fulminado, su rodilla doblada, presa de unas manos anudadas, mirando más allá de ella, hierático, arrebatado, tierno, mientras ella le hacía ese regalo que solamente una mujer puede hacer a un hombre, lavándose, a la caída del día, para unos ojos emocionados…”

Los textos provienen de la traducción del checo de Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz de “Clases de baile para mayores” de Bohumil Hrabal para la editorial Nórdica.

Gass sobre Gaddis: Un aperitivo a “Los reconocimientos”

losreconocimientosLlevo ya un par de semanas, gracias a Sexto Piso, degustando poco a poco la ópera prima de William Gaddis. “Los reconocimientos”, es una obra inabarcable casi desde cualquier punto de vista: su volumen es considerable (mi gimnasio particular), su número de páginas (casi 1400, van a constituir mi récord en una novela), la temática (el arte, la falsificación), el estilo, los personajes, etc. Las sensaciones al leerla son contradictorias en todo momento, desde la más febril reverencia ante el autor hasta el agotamiento más absoluto por tal despliegue de erudición.

Posiblemente me queden aún algunos días para terminarlo así que voy a escribir más de un post sobre él. En este caso me voy a centrar, a modo de aperitivo, en el primoroso prólogo que la editorial consiguió añadir a esta fabulosa reedición de la obra, a cargo del “otro” William: William H. Gass, otro de los representantes del postmodernismo en su versión norteamericana.

No tiene desperdicio, sus comentarios sirven, sin lugar a dudas, como acicate para abrir el apetito antes de comenzar esta magna obra, ese es el pequeño objetivo de este post. Repasemos alguna de sus ideas:

“En 1976, cuando su segunda novela, Jota Erre, ganó el National Book award, sus admiradores, confundidos por el anonimato anterior de William Gaddis, por lo juicioso de la fumata blanca y por los balbuceos habituales en los cócteles celebratorios, con frecuencia felicitaban a otro hombre, más gordo. Incluso The New Yorker, tocando fondo, atribuyó su tercera novela, Gótico Carpintero, a esa misma persona, cuyo nombre es tan parecido al suyo. Sí. Tal vez William Gaddis no sea B. Traven, después de todo, ni J. D. Salinger, ni Ambrose Bierce, ni Thomas Pynchon. Tal vez sea yo.

Cuando me felicitaban siempre me mostraba muy amable. Cuando me atribuyeron su libro por error, me sentí honrado.

Todas esas identificaciones equivocadas parecen formar parte de la escritura de William Gaddis, en la que la realidad ya ha sido secuestrada, pues ¿qué puede ser cierto en un mundo hecho de farsantes, apropiaciones indebidas, fraudes y patrañas?”

Gass alude a la cualidad que tiene Gaddis (como Pynchon) de ser esquivo, hasta tal punto de haber sido confundido con otros muchos escritores (incluso el mismo prologuista), que también han alentado este anonimato y alejamiento del mundo que conocemos. Lo más interesante viene al final cuando emparenta estas identificaciones erróneas con la propia escritura de Gaddis, caracterizada por la alternancia de personajes sin apenas posibilidad de identificarlos igualmente.

“En nuestro tiempo, extrañamente clamoroso a la vez que silente, ser un escritor famoso consiste en ser desconocido en todo el mundo. Del mismo modo, Los reconocimientos, la obra que envolvió a William Gaddis en una nube de confusiones cuidadosamente alumbradas, es un libro del que se oye hablar a menudo y con reverencia, pero que apenas se lee. Parece tener, como un faraón en su tumba, una vida subterránea, presumiblemente rodeado por otras cosas preciosas y protegido por una maldición.”

Gass-En efecto, “Los reconocimientos” es un libro del que se habla mucho pero que no se lee por prácticamente nadie. Me siento un héroe por haberlo casi acabado tras no poco trabajo. Gaddis es muy exigente con el lector. No es una lectura fácil y, además, es una primera lectura no podrás llegar a todo lo que propone. En este punto es, ciertamente frustrante.

“Además, el paso de las preocupaciones de “Los reconocimientos” a las de “Jota Erre” es totalmente razonable. “Los reconocimientos”, desde luego, aborda las preguntas fundamentales: ¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos? Pero una generación más tarde, no hay preguntas fundamentales que puedan plantearse. “Jota Erre” muestra un mundo absolutamente decadente.”

-Haber leído ya “Jota Erre” es primordial para entender esta afirmación, “Los reconocimientos”, como la ópera prima del autor que es, aborda lo fundamental, es fundacional tanto en el caso del postmodernismo como de la propia escritura del norteamericano. La pregunta que plantea Gass es imprescindible y necesaria para entender el devenir de las páginas: “¿Qué es lo real, y cómo podemos encontrarlo en nosotros mismos y en las cosas que hacemos?”. El mundo decadente al que alude lo desgrané someramente en este post.

“Los grandes libros no pueden explicarse, y yo no voy a tratar de explicar este. Una explicación –en realidad, cualquier explicación- lo profanaría, ya que a lo que una obra de arte se opone es precisamente a la reducción. Las respuestas fáciles, los resúmenes prácticos, las preguntas de los exámenes, las anotaciones, las flechas, las frases subrayadas, las listas de referencias, los números de sus fuentes, los ecos y las influencias, los esquemas de la trama –por mucho que en ocasiones nos sirvan de ayuda- falsean gravemente las obras. Las guías son útiles pero sólo para enfrentarse al pasado. La interpretación reemplaza al original de un modo pobre y soso.”

-Me apasiona la identificación de explicación “como profanación de la obra de arte” y me alivia. Lo que escriba sobre esta magna obra no buscará explicarla, muy al contrario, mi interpretación nunca debe reemplazar el sentido del original. De fondo se encuentra la teoría de la recepción literaria según la cual, cada interpretación de un lector enriquecería el sentido final de la obra. Otra aproximación al postmodernismo referente al sentido final no cerrado de una obra de arte.

“Con demasiada frecuencia, aplicamos a la literatura la preferencia por el “realismo” con la que, en general, nos hemos criado, y como consecuencia de eso consideramos que una obra como Los reconocimientos es demasiado imaginativa, oscura y enigmática; pero ¿acaso la realidad es siempre clara e inequívoca? ¿Es acaso simple y no compleja? ¿Se despliega como las páginas de un periódico, o su despliegue se parece más al de un mapa de carreteras, que es difícil de abrir, difícil de interpretar y difícil de volver a plegar? Y ¿acaso se recuerda todo con precisión y nada se repite, y la gente que conocemos desaparece inexplicablemente durante largos períodos de tiempo para surgir de repente cuando menos la esperamos?”

-Primordial es esta afirmación que se encuadra precisamente en el postmodernismo, Gass, otro de sus representantes, defiende precisamente esta forma de escribir sobre el realismo, porque, al fin y al cabo, ¿qué es más real que una realidad compleja, oscura, ambigua..? Quizá el postmodernismo refleje mejor lo que vivimos en nuestro día a día que el “realismo”.

-Me gustaría acabar con dos temas que Gass retoma al final de su magnífico prólogo, por un lado su alusión a las “epifanías” de los personajes de la obra que nos ocupa (“Entre estas “epifanías” se encuentra una especial, de la que ya he hablado: la de qué es una auténtica obra de arte y qué es lo que, siendo auténtico, “toca con reconocimiento los orígenes del designio”) con especial énfasis nuevamente sobre el discernimiento de lo que es una auténtica obra de arte y cómo afecta a nuestros orígenes dicho reconocimiento.

-Por otro lado creo que el siguiente párrafo resume a la perfección lo que está siendo mi experiencia lectora gracias a las ideas de Gass:

“No hay por qué darse prisa; las páginas que tiene usted por delante pueden estar ahí todo el tiempo que usted quiera. Es perfectamente aceptable que algunas cosas no se entiendan desde el principio, y que haya referencias a cosas que usted no reconoce. Siga leyendo alegremente. No nos quedamos todo el día en la cama sólo por haber extraviado la agenda, ¿verdad? No, necesitamos entender este libro –disfrutar de su encanto, de su ingenio, de su ironía, de su erudición, de su sensual materialización- como entendemos a una pareja con la que hemos vivido y a la que hemos escuchado y amado durante muchos años, noche tras noche.”

Disfrutar letra a letra, palabra a palabra, frase a frase; con calma regocijándonos en el deleite que nos produce; mantener el sosiego, sin impaciencia, como si de tu pareja se tratase, este libro se quedará, quizá, para siempre contigo. “Leer alegremente”, qué gran consejo.

Los textos pertenecen a la traducción de Mariano Peyrou del prólogo de William H. Gass a “Los reconocimientos” de William Gaddis en Sexto Piso.

Pulp de Moda: La segunda remesa de Memento Mori

escuelanocturnaQuién me iba a decir a mí que iba a ver tantos libros pulp publicados en los últimos tiempos… hace ya un tiempo que publiqué un pequeño monográfico del pulp español  donde resumía las características del género y donde ponía algunas muestras representativas: estas incluían recuperaciones de los grandes clásicos, algún ensayo e incluso tentativas de pulp actualmente.

Afortunadamente este proceso se está viendo continuado en la actualidad, solo tenemos que ver la tentativa de editoriales pequeñas como Darkland que están intentando publicar novelas emblemáticas de Silver Kane o Donald Curtis (otro día habrá que hablar de ellos) sino que también las propuestas más modernas de autores jóvenes que respetan temas y formatos.

Ayer mismo hablaba de Daniel Ausente y su fantástico “Mataré a vuestros muertos”  que constituía una propuesta actual; hoy traigo la segunda remesa de libros de la editorial Memento Mori, capitaneada por Alberto Haj-Saleh que se lanza de nuevo con dos autores distintos a los que reseñé con anterioridad.

La primera de las novelas tiene como autor a Noel Ceballos, el mediático, carismático y nunca suficientemente reconocido autor del blog de referencia El Emperador de los Helados ; su título “Escuela nocturna”; su carta de presentación, la siguiente:

“Permítame presentarles al primer castigo ejemplar de la Escuela Nocturna. Nuestra educación de terror exigirá más sacrificios antes de que extendamos el manto escarlata sobre la realidad putrefacta. Hasta la siguiente lección—–D.”

Dicha organización realiza una serie de asesinatos rituales que serán investigados por Simón Latour, el intrépido reportero de “El avispón esmeralda”; la ambientación es clave en este Madrid de principios de siglo, no pude evitar recordar alguno de los lanzamientos de la Felguera, especialmente en momentos como este:

“[…] tres años atrás, él (Víctor Latour) y un pérfido inglés habían fundado Investigaciones Joyce Sance & Latour, un negocio a medio camino entre el trabajo de sabueso y la astucia del trilero que consistía, como el propio Arthur se había encargado de subrayar varias veces, en asistir a sus clientes en la resolución de asuntos ultraterrenales. En lengua romance, la traducción aproximada de eso sería algo muy parecido a “atrapar fantasmas”.

No me gusta desvelar la trama porque mi objetivo no es contar sinopsis que luego descubra el lector; baste decir que tiene los suficientes vericuetos como para llevarnos de un lado a otro sin aliento y con detalles truculentos que enriquecen su faceta más pulp; Noel se muestra ambicioso e intenta ir un poco más allá, la siguiente identificación del cinematógrafo y su influencia en nuestras vidas (que puede ser aplicado a la actual) lo demuestra:

“-Seguimos usando el espectáculo para mirar más allá del velo. El cinematógrafo nos convierte a todos en embalsamadores del presente, pero hace algo más con los que se dejan fotografiar en movimiento. Temo, Latour, que los está convirtiendo en muertos en vida.”

De hecho, al leer ciertos párrafos, he detectado una influencia subyacente inconfundible que seguro que hará sonreír a Noel: ¡nuestro adorado Pynchon! Esa “ruptura formal”, “una pieza literaria de otros tiempos”, como la obra del esquivo escritor norteamericano:

 “Entonces fue cuando  María comprendió que estaba ante algo que el resto de sus contemporáneos tardaría años en vislumbrar, una pieza literaria de otros tiempos, un concepto apenas esbozado para el que el presente aún no estaba preparado. El impacto fue devastador: había algo en esa ruptura formal que no estaba bien, que no pertenecía a aquel lugar en el tiempo, que apuntaba a una inocencia perdida quizá…”

La posible existencia de la “Escuela nocturna” más allá de tiempo y espacio es un delirio paranoico digno de él, todos somos Pynchon:

“A veces su influencia es invisible, a veces necesitan recurrir a nosotros para que todo funcione. Señorita Guideón, siempre habrá una Escuela Nocturna. Considérese afortunada de vivir en una realidad donde ha podido verla: miles de millones de personas viven y mueren vidas sin sentido y no llegan, ni siquiera por un segundo, a vislumbrar quién las gobierna.”

Una-bala-a-Dios-y-otra-al-DiabloBuena primera novela, ambiciosa, aunque evidentemente tiene problemas de ritmo, irregular en ciertos momentos, confusa en otros; pero que constituye un comienzo bastante esperanzador. Hay potencial por desarrollar.

El segundo título es “Una bala a Dios y otra al Diablo” de Guillermo Zapata y tiene un comienzo espectacularmente pensado desde sus primeros párrafos, sobre una premisa que recuerda, sin rubor, a un capítulo de Buffy o Angel:

“Esta es la historia de cómo cambié de nombre y de vida y empieza el día que firmé mi primer contrato de trabajo, el día que murió mi abuela atropellada por un autobús. Tenía 84 años. El golpe la desplazó treinta metros, al menos eso nos dijeron. […] Cuando mi abuela murió (ahora diría que fue asesinada, pero tampoco puedo probarlo) pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos. Ahora creo que se divide entre los que saben las cosas y los que las ignoran. Los que tienen herramientas y los que carecen de ellas. Los que hacen algo y los que no hacen nada.”

La pérdida del alma, cual si Angel-Angelus se tratara, se convierte en el campo de batalla de nuestro desafortunado protagonista:

“Va a ir al infierno si no hacemos lo que te he dicho ya. Está en deuda desde hace casi veinte años. Yo también lo estoy. Los médicos le diagnosticaron un tumor inoperable. No había forma de salvarla, así que hicimos un pacto, el alma del primero de los dos que muriera a cambio de curarla. ¿Entiendes lo serio que es esto?”

Un campo de batalla con dos bandos bien diferenciados, el de los ángeles y los demonios:

“Mastema no me podía matar porque yo había vendido mi alma al otro bando. El otro bando no era una facción de demonios peleada con otra, eran ángeles. Me lo repetí un par de veces. Mi alma había sido vendida al bando de los ángeles. Los ángeles compraban almas. Los demonios y los ángeles tenían una tregua. Vomité por tercera vez en lo que iba de noche. No me quedaba nada, bilis. Los ojos rojos me ardían.”

Guillermo hace que la trama avance a golpe de buen humor usando la multirreferencialidad cultural como en el caso del Doctor Who:

“Beatriz (había decidido llamarla Beatriz, me resultaba más cómodo) sin embargo, consiguió que la dejaran pasar utilizando una identificación que, a mis ojos, estaba en blanco.

-Vi el juguete en una serie y me gustó –me dijo como excusa.”

O bien, con una gran expresividad como en el momento de la invocación de un espíritu

“La verdad, la sensación que me dio en ese momento es que decía algo parecido a: “Agramon, soy yo, saca la cabeza del culo, deja de acosar a los súcubos y sube aquí para que pueda terminar de joderte eso que llamas no-vida. Es hora de pagar.”

Es una gran baza, necesaria incluso, ya que la trama es muy deslavazada, caótica e incoherente en algunos momentos y esos momentos ayudan a no perder las ganas de seguir avanzando; pero lastran lógicamente el resultado final, bastante irregular. La premisa inicial se enreda tanto que, al final, no queda ya claro el cómo solucionarla, ni siquiera para el propio autor, habida cuenta del epílogo que escribe:

“Quería contaros esa historia porque casi nadie atiende a los principios. Al principio nada está claro, nadie sabe realmente cómo van a salir las cosas, ni si tendrán éxito o no. Los héroes pasan la mayor parte del tiempo llorando, vomitando o en medio de una confusión absoluta. No saben nada. No sabemos nada, pero vamos improvisando.”

Estoy convencido de que Guillermo puede ofrecernos un resultado más redondo en próximos textos, trazas para ello hay.

La conclusión es que tenemos dos novelas, como comenté al principio, deliciosamente pulp, tremendamente entretenidas; con una editorial como Memento Mori que apuesta por autores jóvenes de gran potencial y nosotros los seguiremos disfrutando por estos lares y más en este blog, defensor hasta la muerte de propuestas como esta. Espero que podamos ver en breve alguna propuesta más de este estilo.

“Mataré a vuestros muertos” de Daniel Ausente. Lovecraft quinqui

MATARÉ A VUESTROS MUERTOSSiempre es un placer traer a este blog a Daniel Ausente del que hablé ya largo y tendido a propósito de su fantástica “Mentiré si es necesario” , una novela a medio camino entre el ensayo y la narración autobiográfica que iba muy en consonancia con la faceta más ensayística del autor. Ahora ha vuelto y, esta vez, por fin se ha arriesgado con una ficción, encuadrada por temática y formato en el pulp: novela corta, de capítulos rápidos con cliffhangers adictivos y terror a raudales.

En la construcción de la novela utiliza cada uno de los capítulos iniciales para establecer una base, con los siguientes ejes: por un lado, la amenaza, bien conocida por todos los que leemos a Lovecraft; en el encantador siguiente pasaje podemos reconocer, sin atisbo de duda, una de sus criaturas primigenias:

“Algo parece arrastrarse hacia ella en un reptar viscoso. Levanta como puede la nuca para enfocar mejor y de la oscuridad emerge algo indefinido, una silueta irregular que no se parece a nada de este mundo. La iluminación es tenue y apenas permite apreciar cómo agita lo que parecen brazos largos y asimétricos. Puede centrar la vista en una de esas extremidades porque avanza hacia ella con un movimiento ondulado, como si fuera una enorme serpiente de carne despellejada, lleva de palpitantes bulbos blanquecinos y negros filamentos que se mueven enhiestos. El aullido se incrementa, excitado, y Selena se da cuenta de que está desnuda y de que sus piernas atadas y separadas forman un triángulo cuya cúspide es su sexo abierto e indefenso, y que ese es el destino de aquella cosa asquerosa que ahora puede ver algo mejor, porque el apéndice ya está allí mismo y su extremo delantero parece la cabeza de una gaviota que abre el pico. Entonces Selena grita, pero nadie la escuchará, ni ahora ni nunca más.”

La escritura de Daniel es prolija en detalles sexuales y viscerales que refuerzan  expresivamente el relato enmarcado, sin lugar a dudas, en el terror; muchos años de visionado del noveno arte son un bagaje incalculable para afrontar este tipo de narración. Por otro lado Daniel apela, en el grandísimo segundo capítulo, “Fauna”, a sus vivencias personales; dicho capítulo finaliza de la siguiente manera:

“-¡Joder, Sole, que estamos abajo, me cago en tu puta madre! –grita la Nati.

-¡Vete a la mierda, Nati! –responden desde una ventana.

Toda la escena sucede en el cruce de tres calles, Voltés, Plom y Enriqueta Martí, que forman un pequeño reducto del viejo barrio chino de Barcelona, cada vez más pequeño y arrinconado.”

Refleja a la perfección la vida de la Barcelona más arraigada, la de los personajes que habitan esas tres calles; un barrio de miserias, un barrio de gente humilde y trabajadora que se erigirán en verdaderos protagonistas de una historia de terror “lovecraftiano”; Daniel sabe llevar lo que vive día a día, lo que lleva observando a lo largo de toda su vida, la cotidianidad quinqui se suma al terror sobrenatural en una mezcla explosiva de fatídicas consecuencias.

No se olvida de ningún detalle, como podemos extraer del siguiente pasaje, el nexo entre los dos ejes mencionados:

“-¿Y esto a dónde lleva, Juan?

-Uf. La verdad es que no lo sé bien. Ya sabes que todo el barrio está lleno de túneles y caminos y hay quien dice que antaño iban de la falta de la montaña de Montjuich hasta la Catedral. Recto, como a unos treinta metros, se llega al piso inferior del garaje aquel al que se entraba por Voltés y que lleva cerrado cinco o seis años. Es un sitio curioso porque tiene arcos y columnas como de claustro de monjas, que es lo que debía de ser antes, sólo que ahora están bajo tierra. De ahí salen varios caminos pero la mayoría están tapiados o acaban haciéndose inaccesibles.”

Túneles y caminos (desde antaño construidos) que servirán para dotar a los suburbios de Barcelona de un elemento mítico; la ciudad y lo que tiene de oculto servirán como vehículo para que nuestra deliciosa (y mortífera) criatura se desplace sin que sea detectada de un sitio a otro causando muertes por doquier.

En otro memorable capítulo (“Pantera Rosa”) tenemos una muestra del gran talento del escritor barcelonés; cargado de buen humor, recursos y, desde luego, mucha creatividad, para dotar a narración de riqueza; no le faltan medios, hasta nuestro entrañable Chuck Norris puede servir para ello:

“-Tu madre hacía las mejores mamadas del Chino, Sardina, sobre todo cuando se sacaba la dentadura.

El Sardina asiente sin alterarse porque hace años que se acostumbró al comentario. Con la mirada busca la cosa del Kala, que no es otra cosa que un subfusil Kalashnikov AD-47. Al Kala le llaman así por eso, porque hace veinte años se hizo con uno. Hay diversas teorías al respecto; que fue parte del botín tras una guerra de bandas, que movió cielo y tierra para comprarlo tras ver la película “Delta Force”, donde lo llevaban los terroristas que se enfrentaban a Chuck Norris o, simplemente, porque el destino lo puso en sus manos.”

La narración funciona como un verdadero tiro; los personajes, inolvidables, van entrelazando sus historias hasta llegar a una batalla final que denota su afán por sorprendernos y que adolece de algún pequeño defecto lógico: una vez que todo está establecido se acaba muy abruptamente, estoy seguro que de que podría haber desarrollado otras cien páginas sin ninguna dificultad. Parece que, ya llegando a esa parte, está tan cómodo que le cuesta horrores tener que cortar por el formato.

Un libro con tantísimas virtudes que no me voy a cansar de recomendarlo, a menos que no guste el terror claro; esperamos más maravillas como esta Sr Ausente, buena literatura (pulp o lo que sea), ni más ni menos.

Resumen Octubre 2014. Un mes “negro”

Sabéis que siempre tardo en poner resumen del mes. Entre otras cosas porque me gusta que hayan aparecido las reseñas del mes en cuestión antes; ha sido un mes difícil, con un ritmo menor de lecturas, debido precisamente a la lectura de una de esas lecturas “grandes” por calidad, número de páginas y tamaño. Es el caso de la obra “¿Por qué manda el occidente… por ahora?” de Ian Morris. Del que veréis reseña próximamente, ya que se extendió su lectura y lo terminé en  noviembre. Del resto de lecturas, sin lugar a dudas me centré temáticamente en la novela negra y policíaca como habéis ido observando en las reseñas mensuales.

Pasemos entonces a la ristra de lecturas, quince, a pesar de Morris:

“Hacer el bien” de Matt Sumell, tercer libro de la nueva colección “El cuarto de las maravillas” de Turner. Un pseudo-Palahniuk que ofrece una lectura más que entretenida con un poco de barrabasadas y situaciones que rozan lo transgresor polémico.

“Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth” de Richard Wagner, Fórcola nos trajo uno de esos libros que sacan a relucir una faceta del compositor que no conocíamos: epistológrafo. Sirven para entender además el contexto histórico y saber de primera mano el mecenazgo que vivió.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto, una verdadera delicia detectivesca que nos trae una trama que funciona “al segundo” por su precisión.

“La sangre de los King” de Jim Thompson, no es lo mejor de Thompson, para nada. Estamos hablando de una obra del crepúsculo creativo del autor. Pero, claro, es una novela de Thompson.

“Wild Boy” de Rob Lloyd Jones, aproximación “freak” al mito de Sherlock Holmes, el protagonista, nuestro peludo “chico salvaje” hará las delicias del público juvenil, y del adulto. Buena nueva de presentación.

“Candentes Cenizas” de Erwin Schrödinger, un texto de esos curiosos y lleno de calidad, el físico y sus contradicciones. Poesía en estado puro.

“Niveles de Vida” de Julian Barnes, ya me extendí en su reseña. Baste decir que me encanta encontrar cualquier libro del británico. Es pequeña pero muy bella.

“Al borde del camino” de Seumas O’Kelly, recopilación de cuentos del irlandés que dejan tan buen sabor de boca que piden relectura próxima. Mezcla de costumbrismo y mito.

“El Leopardo” de Jo Nesbo, prefería al Nesbo de antes, aunque siempre ofrece un divertimento de calidad; en la reseña podéis ver las razones.

“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero, nuestro Jim Thompson patrio en una novela donde el punto de vista del criminal asusta y divierte por igual.

“Galveston” de Nic Pizzolato, el primero número de Salamandra Black ha sido un bombazo comercial que viene de la mano de su escritor, el creador de la famosa True Detective; lo que en la serie quedaba oculto tras la producción y dirección artística queda desnuda a la hora de escribir; un escritor mediocre, con “ecos” de todo según sus fervientes seguidores y que no hace más que mostrar sus vergüenzas en cada palabra: incoherencias, falta de cohesión, estilo inexistente, trama previsible…; una de las peores novelas negras de que he leído últimamente, una decepción que hace que se me ponga la mosca detrás de la oreja con lo que tiene que ofrecernos este nuevo sello.

“Laidlaw” de William McIlvaney, fantástica novela del escritor escocés con uno de esos detectives que tiene una personalidad única.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block, por fin una novela más de Scudder, a ver cuánto tiempo tendremos que esperar para tener otra por aquí.

“Los perseguidos” de C.S. Forester, atípica novela policíaca con un punto de vista bastante arriesgado para la época en que fue escrita. Un tour de force más que una novela negra.

“This is Water” de David Foster Wallace, el famoso (y paradójico) discurso del norteamericano que complementa lo poco que queda por publicar de su intensa obra.

Y ya estamos en pleno noviembre, las compras del mes anterior, a pesar de que no se distinguen muy bien, fueron copiosas.

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En medio del mes lo que está claro es que  Gaddis va a ser la lectura central, “Los reconocimientos”, su primera y fabulosa obra está jerarquizando el resto del mes. No sé qué vendrá después. Es difícil saberlo, el vendaval Gaddis tiene efectos secundarios y duraderos.

Lo que sí he pensado es en preparar una especie de  novelas que me voy a leer en el siguiente mes. Este mes imposible claro, Pero en el siguiente, sí tocará y pondré foto. Entre otras cosas porque la buena marcha del año que viene dependerá muy mucho de ser previsor y un poco programático. Si no, mi proyecto no hay manera de avanzarlo.

Y eso es todo por ahora. ¡Buenas lecturas!

“El Leopardo” de Jo Nesbo. El inevitable camino hacia el thriller

650_RH28948.jpgNesbo ya es un habitual por aquí. Tengo que reconocer que he leído todo lo que se ha publicado, incluído al Doctor Proctor y su aproximación al thriller “Headhunters” que tenía su aquél, de hecho, podéis encontrar varios artículos sobre él si buscáis en el blog. Como el de las razones de su éxito o el de “Headhunters”  o incluso alguno del Doctor Proctor  con suerte dispar. En su anterior publicación en España “El muñeco de nieve” , me sentí un poco discordante por subrayar los motivos por los que veía que dicha novela era un paso atrás en su evolución; me temo que mis augurios se siguen cumpliendo, pero de diferente manera a lo esperado; sigue haciendo buenas novelas, con entretenimiento asegurado y adicción inherente pero su viraje hacia el thriller hace que cambie la concepción inicial de Harry Hole.

“El Leopardo” es su novela más voluminosa hasta la fecha; siempre he pensado que una novela policíaca no debería pasar de trescientas páginas pero eso daría para otro artículo; sus 700 páginas ya de principio achantan irremisiblemente. Si bien es cierto que el comienzo es parecido al de sus otras novelas, una  posible víctima, en una situación aparentemente insalvable:

“Se despertó. Parpadeó ante aquella oscuridad profunda. Abrió la boca y respiró por la nariz. Volvió a parpadear. Notó que le caía una lágrima, notó que disolvía la sal de otras lágrimas. Pero ya no le bajaba la saliva por la garganta, tenía la cavidad bucal reseca y dura. Se le habían tensado las mejillas por la presión interior. Tenía la sensación de que aquel cuerpo extraño que tenía en la boca fuera a reventarle la cabeza. […] ¿Y él, donde se habría metido? ¿Estaría allí mismo, detrás de ella? Contuvo la respiración, aguzó el oído. No oía nada pero sí sentía la presencia. Como un leopardo.”

No puede faltar la voz del asesino en estas primeras páginas para subrayar algo que resulte escandaloso por su falta de ética y hacernos la idea de a quién se va a enfrentar:

“Personalmente pienso que la capacidad de asesinar es fundamental en todo hombre. Nuestra existencia es una lucha por las cosas buenas, y aquel que no es capaz de matar a su prójimo no tiene derecho a existir. Matar es, pese a todo, anticipar lo inevitable. La muerte no hace excepciones, y mejor así, porque la vida es dolor y sufrimiento. Visto de ese modo, toda muerte es un acto de compasión.”

Hasta aquí todo va bien, a pesar de que la forma de matar a la víctima se acerqué cada vez más a Jigsaw, el encantador protagonista de la brutal saga de terror Saw, podría ser algo habitual en los casos de nuestro Harry pero… de pronto, saltamos a Hong Kong, porque resulta que Harry está allí y se enfrenta a la Mafia japonesa. El Nesbo de antes lo habría mandado a cualquier ciudad nórdica para desaparecer; el actual busca el efectismo de un ambiente exótico que vira claramente a un típico thriller (que, ojo, no es malo “per se”, adoro muchos thrillers) y nuestro Harry se convierte casi en un remedo de James Bond. Esta sensación se irá repitiendo según avanza la novela, a pesar de tener momentos más habituales como su recuerdo del alcohol y sus consecuencias:

“Harry se dio cuenta de que ya estaba totalmente despierto, de que estaba sentado al borde de la silla. Notaba el temblor, la tensión. Y las náuseas. Como cuando tomo el primer trago, el que le revolvió el estómago, el que su cuerpo rechazaba desesperadamente. Y del que luego no tardaba en suplicar que le dieran más. Y más, y más. Hasta que lo aniquilara a él y a todos los que tuviera a su alrededor.”

Y las alusiones a su sensación de “loser”, de haber sido castigado en la vida:

“Harry estaba cansado. Cansado de golpes, cansado de tener miedo, cansado de quedarse atrás. Pero en aquel preciso momento estaba cansado de los adultos que nunca se cansaban de jugar a ser el rey del castillo.”

La trama está llena de cliffhangers que hacen que avance a todo marcha, muy en la línea de los thrillers habituales; la trama, vuelve a tener hasta tres finales distintos para poder acabarla, lógicamente, para mantener tal cantidad de páginas necesita usar estos trucos; el mismo Nesbo refuerza esta complicación con un comentario de Hole a su compañera Beate Lönn:

“Pero ¿por qué lo ha hecho todo el Caballero de un modo tan tremendamente complicado?

-Porque las personas son complicadas -dijo Harry, y oyó resonar un eco de algo que había oído y olvidado-. Hacemos cosas complejas, que influyen unas en otras, en las que controlamos el destino y podemos sentirnos señores de nuestro propio universo.”

Aunque recupera algo del “Holeverso” del que ya he hablado alguna vez; esta internacionalización de sus aventuras deja este esfuerzo en simple anécdota, parece que no quiera recuperar esa senda que buscaba más coralidad.

Da la impresión de que Nesbo está buscando que su personaje fetiche salte a la gran pantalla; este libro, desde luego, es un guiño escandaloso a Bourne o a James Bond, a Hollywood; de ahí que haya decidido tomar la senda de “Headhunters” en vez de la más intimista y psicológica de “Petirrojo” y posteriores; no es algo que me entusiasme, pero tengo que reconocer que siempre hace buenas novelas a pesar de ello. Seguiré leyéndolo, pero parece que no vamos a alcanzar mejores cotas de calidad que las anteriores.

Lo curioso va a ser cuando Roja y Negra, que es la que tiene ahora los derechos tras haber quitado a Nesbo a Serie Negra, publique el siguiente de Hole, que es el anterior a “Petirrojo”, el antiguo Hole, alguno se va a sorprender bastante con las diferencias.

Los textos provienen de la traducción de Ada Berntsen y Carmen Montes Cano de “El Leopardo” de Jo Nesbo en Roja y Negra.

“Caminando entre tumbas” de Lawrence Block. El infierno cada vez más cerca

caminando_entre_tumbas_300x456“Caminando entre tumbas” es la décima novela de Lawrence Block sobre Matt Scudder y continúa las cosas tal y como acabaron en la brutal “Un baile en el matadero”; si la anterior supuso el avance hacia una nueva forma de gestionar la ley: haciendo que se cumpla cueste lo que cueste y con los medios que hagan falta; esta supone la confirmación de este camino hacia el infierno, lleno de claroscuros que no permiten ver luz; de hecho, la única luz estriba en la relación que mantiene con Elaine:

“Eludíamos usar esa palabra que empieza por A, pero sin duda lo que yo sentía por ella –y ella por mí- era amor. Evitábamos hablar de la posibilidad de casarnos, o de irnos a vivir juntos, aunque yo sí pensaba en eso, y me consta que ella también. Pero no lo hablábamos, como tampoco hablábamos de amor o de lo que hacía ella para ganarse la vida. […] Como alguien había afirmado, lo mejor era vivir la vida entera al día, porque así es, al fin y al cabo, como nos la entrega el mundo.”

El caso, escabroso como ya va siendo habitual, es el de un traficante de drogas cuyo único objetivo es la venganza cueste lo que cueste, Matt es consciente de la situación desde el primer momento y la acepta a pesar de posibles implicaciones morales:

“-Así que supongo que ya te imaginas lo que propongo y qué sentido tiene todo esto. ¿Quieres que lo diga?

-Puedes decirlo.

-Quiero ver muertos a estos hijos de puta. Quiero estar allí, quiero hacerlo, quiero verlos morir. –Pronunció estas palabras con calma, de manera desapasionada, sin el menor rastro de emoción-. Eso es lo que quiero. Ahora mismo, lo deseo tanto que no me interesa nada más, ni me imagino siquiera la posibilidad de que pueda interesarme nada más. ¿Es más o menos lo que suponías?”

Como en el anterior caso, los detalles son escabrosos, tan dolorosos que, tanto Elaine como Matt, no pueden llegar a entender en lo que se está convirtiendo el hombre:

“[…] Elaine es una mujer de recursos, y fuerte además, pero en ese momento me pareció conmovedoramente vulnerable.

-Santo Dios –acertó a decir.

-De lo que es capaz la gente.

-No tiene límites, ¿verdad? Es infinita. –Bebió un sorbo de agua-. La crueldad, quiero decir, el sadismo más absoluto. ¿Por qué iba alguien a…? En fin, ¿para qué preguntarse por qué?

-Supongo que les causaba placer –aventuré-. Que disfrutaban con ello, y no me refiero solo al acto de matarla, sino al hecho de restregárselo a él por las narices, de hacerlo ir de un lado para otro, de decirle que estaba en el coche y luego que estaría en casa cuando él llegara, para después dejar que la encontrara cortada a trocitos en el maletero del Ford.”

En un mundo como este, Matt se adapta de la manera que él cree más adecuada, sabe que no todo se resuelve y que un criminal puede escapar sin castigo, al menos castigo de la ley; en la siguiente conversación da un doble sentido a dicha impunidad: física y espiritual. La espiritual por sus consecuencias para la persona:

“-Y siempre se suelta, tarde o temprano, ¿no? Según se decía, nadie puede salir impune de un asesinato.

-¿Eso se solía decir? Pues me temo que ya no se dice. Todos los días alguien comete un asesinato y sale impune de ello.

Bajé del coche y luego me incliné para concluir mi razonamiento.

-En un sentido, al menos, pero no en otro. Para serte sincero, no creo que nadie salga impune de nada.”

No lo dice de casualidad, en un caso de ese calibre, nadie puede salir ileso de las consecuencias; el final, la venganza, es de una dureza sin límites, muy acorde con la crueldad sin límites de la que hablaba Matt con Elaine; y esa venganza nos destruye un poco a todos. Entre tanto “hardboiled” el único motivo para la esperanza está en ese final, una pequeña concesión de Block, relacionada con la pareja.

Matt Scudder está acercándose cada vez más al infierno; cuando se pierde la perspectiva moral y se pierde lo único que la sustenta: el amor hacia los demás, puede desencadenar consecuencias imprevistas. Espero que podamos ver las siguientes novelas del detective y podamos comprobarlo.

Los textos provienen de la traducción de Montse Triviño de “Caminando entre tumbas” de Lawrence Block publicado por RBA en su Serie Negra.

“Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos” editado por La Felguera. Sello de identidad

Valle-Inclan_y_el_hombre_con_rayos_x-2-257e0Si hay algo que caracteriza a la La Felguera Editores en cada uno de los libros que están publicando es el mimo a la hora de editar (a diferencia de otras que lo pretenden); ya que sus libros no se tratan específicamente de una traducción de un libro existente sino de una conjunción de diferentes textos, de diversas procedencias, que dan un contexto único a la obra en cuestión.

Ya comenté con el fantástico “Sherlock Holmes contra Houdini” varias de estas características y en el caso que me ocupa hoy: “Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos”, nos encontramos con otro ejemplo de este estilo, que confirma lo que es su sello de identidad único. Esa mezcla de textos con dibujos, cárteles de la época, fotos, diversas tipografías, etc… para conformar obras muy especiales y cargadas de interés.

En este caso empiezan con un texto de Mondo Brutto de la ensayista y redactora Grace Morales (“Valle-Inclán y la luz astral del peregrino”) que sirve como prefacio a la situación que se desarrollará más adelante; esta introducción alerta sobre la tradicional incredulidad española, en relación con los fenómenos extraños (muy paradójica con lo que vendrá luego):

“Aquí, salvo el tradicional rosario de supersticiones, prejuicios de toda clase y gusto por la quincallería religiosa, el pensamiento nunca se han caracterizado por la impregnación espiritual y contemplativa. Eso, por no hablar del género de la fantasía y los tratados sobre fenómenos del espíritu, que durante cien años se limitaron a seguir los postulados de El criterio del padre Balmes y su “filosofía del sentido común”. Fuera de esos límites de pensamiento llano y de orden, el resto estaba maldito, era un atentado contra la vieja normalidad española.”

E introduce la figura del escritor Valle-Inclán, que servirá para comprender su papel en el caso en cuestión; una faceta poco conocida debido a que no se ha hecho énfasis en ella habitualmente:

“Ramón del Valle-Inclán fue el primer escritor español que se convirtió a sí mismo en un personaje. […] No hay escritor en castellano que como él demostrara tanto interés en la metapsíquica y rescatara la antigua influencia de Oriente en la cultura española como forma de expresión, pero no como una simple moda con la que se viste uno una temporada, asunto que él sabía manejar muy bien, sino como herramienta y deseo de comunicación.”

El texto central que resume la situación ocurrida en la época es del poeta y novelista Ramón Mayrata (“Valle-Inclán, Houdini y el hombre que tenía rayos X en los ojos”) y, con pocas palabras, hace un resumen inicial altamente clarificador presentando las figuras desencadenantes de la situación:

“En aquel tiempo Valle-Inclán lucía barba negra y Harry Houdini iba perfectamente rasurado. Coincidían en pocas cosas y cuando ambos se enfrentaron a un mismo enigma, reaccionaron de manera muy distinta. El enigma fue el llamado “caso Argamasilla”, un joven español que aseguraba poseer visión de rayos X, de manera que podía ver a través de los cuerpos opacos.”

El obrador del milagro, Joaquín Argamasilla de la Cerda y Elio, fue dado a conocer por su padre que  “En noviembre de 1922 descubrió en el muchacho una nueva facultad humana a la que denominó metasomoscopia. Consistía en la visión a través de ciertos cuerpos opacos.”

Tal fue la fama que alcanzó que empezó una gira en Nueva York donde encontraría su némesis, el que, a la postre, descubriría el fraude; un periodista modeló este combate como una pelea de boxeo:

“Pero un combate de boxeo precisa, al menos, de dos contendientes. ¿Quién es el oponente de Argamasilla? El periodista descubre al hombre de complexión atlética, no demasiado alto, en el que cree advertir una fuerza grandiosa. Se trata de Harry Houdini el ilusionista.”

La actitud de Houdini pilló por sorpresa a Argamasilla que no esperaba este acoso y derribo hasta encontrar los trucos y desmitificar un posible poder sensorial; a nosotros, lectores avezados, no nos parece tan raro, sobre todo si ya hemos leído “Sherlock Holmes contra Houdini” donde se reflejaba la situación que llevó a Houdini a convertirse en el adalid de la destrucción de los trucos espiritualistas:

“Lo que Houdini hace con truco –sostienen en el filo de la lógica y del sentido común-, los espiritistas lo llevan a cabo sin ninguna clase de manipulación. Sin embargo, quienes son capaces de hacer estas disquisiciones son una minoría. Cuando Houdini emplaza a un médium en su punto de mira, sus intervenciones son demoledoras y acaban situándole frente a la decepción y el repudio de los espectadores. Esta actitud de Houdini asombra  y, tal vez, desazona a Argamasilla, pero no resulta sorprendente para quien dirija una mirada a la historia de la magia.”

Lo cual nos lleva a una característica aún más interesante de La Felguera, me encontré otras referencias a otros títulos de la editorial, reforzando la idea de un “Universo Felguerano” donde cada obra que van publicando ocupa un hueco y una serie de conexiones con otras que ya estaban publicadas. Es evidente que esto es todo un acicate para el lector habitual de sus obras, ya que encontrará nexos de unión a la más que interesante época en la que están ambientadas, a sus personajes, a toda una forma de editar.

Naturalmente, Houdini encontró el truco, ya que, como podéis suponer, Argamasilla no tenía Rayos X en los ojos:

“Argamasilla solo lograba descifrar los textos ocultos cuando utilizaba sus propias cajas metálicas. Houdini logró reproducir su diseño y los movimientos y maniobras con los que las manipulaba, de manera que consiguió remedar sus efectos públicamente.”

Y esto, desde luego, solo tuvo una correspondencia lógica: “La consecuencia fue el descrédito del joven médium español y de las teorías metapsíquicas de su fogoso padre.” Lo podemos ver explicado en un  texto de Houdini que revela el desenmascaramiento de Argamasilla y que está traducido por Raquel Duato.

Lo más curioso es que, en un vano alarde de patriotismo, hubo muchos periódicos que se pusieron de lado de Argamasilla a pesar del indudable desenmascaramiento de Houdini. El libro termina con una serie de cartas donde se refleja la lucha de la época entre los detractores y los promotores del susodicho; cartas del propio padre de Argamasilla y de nuestro Valle-Inclán defendiéndole, poniéndose en contra incluso del doctor Lafora:

“He leído el artículo del doctor Lafora, sobre el cual me preguntas, y no creo que deba preocuparte. Este doctor parece que es un eminente alienista, pero nunca ha mostrado ser un zahorí en achaque de trucos y tahurerías. Su opinión en este punto carece de toda autoridad. Hablar de lo que no se ha visto y suponernos tontos a los que hemos tenido plena comprobación, acusa más ligereza que sentido científico.”

Todo esto, como viene siendo habitual, viene aderezada con fotos, carteles e incluso periódicos de la época con los artículos que se desencadenaron para conformar una obra deliciosamente pulp, psicotrónica en su concepción pero con un acabado, ciertamente, de lujo.

Otro gran logro, un verdadero disfrute en todos los sentidos.

“This is Water” by David Foster Wallace. No quiero usar “paradoja” pero….

EstoEsAgua…. Es inevitable que surja tras leer este texto, que recoge el Discurso de Graduación de la promoción de 2005 del Kenyon College expuesto por el escritor norteamericano David Foster Wallace (a partir de aquí DFW); principalmente porque es un discurso orientado a cómo avanzar en la vida y, sin embargo, el autor se suicidó tres años después de haberlo dado.

En la primera parte del discurso adopta un tono formal pero sin ser condescendiente, en ningún momento da consejos de un modo paternal sino desde su experiencia, no quiere vender valores (aunque puedan llegar a serlo) sino que se centra en nuestra capacidad de elección ante lo que llama el modo por defecto de actuar (default-setting) y que nos viene impreso de fábrica a todos:

“This is not a matter of virtue — it’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default-setting, which is to be deeply and literally self-centered, and to see and interpret everything through this lens of self.

People who can adjust their natural default-setting this way are often described as being “well adjusted,” which I suggest to you is not an accidental term.”

De hecho, establece que ese modo que viene por defecto, está centrado en nosotros mismos y que la llave para salir de esa zona de comodidad ajustada a nuestros intereses es nuestra libertad para elegir lo que queremos hacer.

Sí subraya que ese modo de vivir nos lleva a una cierta esclavitud y esa esclavitud día tras día nos conduce a estar completamente solos en las vicisitudes que surjan en esa rutina:

“And I submit that this is what the real, no-bull- value of your liberal-arts education is supposed to be about: How to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default-setting of being uniquely, completely, imperially alone, day in and day out.”

Ante la amenaza que trae esta posible desesperación la única salida que ofrece DFW es nuestra elección, lo que decidimos “adorar”, no hay más truco que la perfecta conciencia de esta situación y afrontarla sabiendo lo que puede ocurrir si no lo hacemos:

“The only thing that’s capital-T True is that you get to decide how you’re going to try to see it. You get to consciously decide what has meaning and what doesn’t. You get to decide what to worship.

The trick is keeping the truth up-front in daily consciousness”

Finalizando el discurso, nos alienta sobre la posible clave para salir de nuestro egoísmo, la entrega al resto de personas que nos rodean, pequeños sacrificios que hay cultivar a todas horas y que nos sacan de nuestro margen de comodidad:

“The really important kind of freedom involves attention, and awareness, and discipline, and effort, and being able truly to care about other people and to sacrifice for them, over and over, in myriad petty little unsexy ways, every day. That is real freedom. The alternative is unconsciousness, the default-setting, the “rat race” — the constant gnawing sense of having had and lost some infinite thing.”

Aunque no quiere engañarlos, por mucho que lo diga, es terriblemente duro tomar esta decisión en cada día que vamos pasando:

“It is unimaginably hard to do this, to stay conscious and alive, day in and day out.”

De hecho, sabiendo cómo acabó su vida, está claro que él mismo no pudo predicar con el ejemplo de lo que comentaba.

Muy curiosa publicación que nos sirve para entender un poco más la figura de uno de los autores contemporáneos más interesantes del siglo XX y para, de hecho, aprovechar de alguna manera el indudable trasfondo de la forma de vivir que nos comentaba el norteamericano.

Cápsulas policíacas: C.S. Forester y Jim Thompson. Dos consagrados

LosPerseguidosPodría haber dedicado a ambos libros una entrada completa; sin embargo, a veces tengo esta tendencia curiosa a agrupar, para dar salida libros que quiero comentar (algunos ni llegan a ser comentados); lo más curioso es que me gusta encontrar puntos en común entre ellos, un hilo conductor que los una. En este caso más que una temática (la novela negra) les uniría su caracterización como clásicos del negro.

Así, tenemos inicialmente la novela “Los perseguidos” del escritor Cecil Scott Forester (1899-1966); novela que se trató de un manuscrito perdido durante casi 70 años y encontrado en 2003 cuando el autor ya había fallecido, había sido escrita, sin embargo, en 1935; en pleno auge de las novelas de detectives.

Hablé hace poco sobre “suicidios aparentes”; un poco antes que el escritor japonés, Forester planteó otro de esos casos donde se nota desde el principio que hay gato encerrado por la forma en que ha muerto un personaje; pero Forester, sorprendentemente, no plantea el caso como una investigación estándar, si no que se centra (desde un narrador omnisciente, eso sí) más bien en cómo vive la situación la hermana de la fallecida, Marjorie, ante la posible amenaza de su marido:

“Marjorie sabía perfectamente que aquella noche no iba a dormir: ahora permanecía siempre despierta, inquieta y nerviosa, cuando Ted se ponía “pesado”, y aquella noche fue mucho, mucho peor. Supuso que debían de ser las dos cuando Ted se durmió, acalorado y pesado a su lado, con el aliento un poquito más ruidoso que cuando estaba despierto. Ella se quedó echada de espaldas en el borde de la cama, con la almohada metida en la nuca, demasiado cansada para llorar, y con las emociones demasiado confundidas para que su sufrimiento fuese agudo. Solo era consciente de sentir una depresión negra e insomne, una infelicidad mucho más arraigada de la que había conocido nunca.”

Y sorprende precisamente porque se dedica a expresar los miedos de una mujer ante la infelicidad en el matrimonio, que tiene un causante principal, su marido Ted; todo ello ambientado en un tiempo tan lejano como eran los primeros años del siglo XX y desde la perspectiva de un hombre; sinceramente, lo hace muy bien; pinta en primer lugar la situación y, a continuación, asistimos a la liberación de Marjorie al conocer el amor de nuevo en un período vacacional, alejado de su opresor:

“Marjorie sintió un dolor estremecedor en el pecho cuando el sol bajó todavía más. Aquel lugar, absolutamente maravilloso, la tristeza de la tarde, el dolor al saber que aquel tiempo tan feliz estaba concluyendo, todo aquello pesaba sobre ella mientras luchaba por tomar una decisión sobre Ted. La cabeza le daba vueltas, no podía pensar con claridad.”

La instigadora de un cambio brutal será, paradójicamente, su madre, que tampoco confía en Ted, a pesar de que parezca no entender la situación:

“En ese caso, sería también inútil buscar la ayuda de su madre para dejar a Ted. Su madre sería la última persona de toda la tierra que animase a una esposa a separarse de su marido. La cabeza le daba vueltas a Marjorie. Estaba exhausta por la tensión emocional.”

Ella será el desencadenante de un tour de force del que tendrán que escapar, convirtiendo la parte final de la novela en una persecución como si de un capítulo de “El fugitivo” se tratase. No hay lugar a una resolución del crimen inicial; todo ello se sustituye por un buen manejo de la trama y una desviación hacia lo más negro, olvidando la parte más detectivesca.

La conclusión al viaje deja buen sabor de boca a pesar de lo aparentemente negativo. Una gran novela, sin lugar a dudas.

Los textos provienen de la traducción de Ana Herrera Ferrer de “Los perseguidos” de C.S. Forester.

LaSangreKingLa segunda propuesta viene de otro clásico, uno de los más grandes, del que vemos publicado otra de sus obras, “La sangre de los King”; hablamos, claro que sí, de Jim Thompson. Estamos ante una obra crepuscular, ya en el final de su carrera, un Thompson muy pasado de vueltas se desvió hacia el western y lo dotó de la violencia habitual en sus obras; violencia que, en este caso, traspasa las fronteras familiares, solo hay que ver cómo Critch King habla de su madre; siempre resulta muy crudo leer algo de esta magnitud:

“Solo durante el último año, cuando su madre ya llevaba más de dos años haciendo de puta. Y una puta, si se la magulla y se la maltrata, acaba viendo disminuidos sus ingresos. Ray había conseguido contenerse. Aquella noche, sin embargo Ray había ido demasiado lejos. No tenía nada que perder golpeándola, o eso le parecía. La estúpida zorra había estado ocupada todo el día. Un cliente tras otro. Y sin embargo, al final de la jornada había vuelto con menos dinero del que tenía al principio. Además de su cuerpo, regalaba el dinero. ¡Coño gratis y encima regalaba dinero!”

Los King son salvajes por naturaleza, hasta tal punto que llegan a definir sus propias reglas por las que regirse; sus límites están muy por encima de lo que entendemos como ética, de ahí que todo lo que vaya sucediendo esté “justificado”, han sido educados así por su patriarca:

“-Somos totalmente distintos. Nos lo han inculcado. Papá era más salvaje que civilizado. Entre él y Tepaha nos educaron para creer que podíamos hacer prácticamente cualquier cosa, siempre y cuando no nos cogieran. Por lo que se refiere a nuestra madre… Bueno, acabó vendiendo el culo a cualquiera que llegaba. Lo vendía o lo regulaba; tampoco parecía importarle mucho.

[…]

-Pero no pasa nada si lo hace un King. La diferencia entre el bien y el mal es algo que no va con nosotros.”

En tal orden de cosas, no es extraño comprobar como un hermano intenta matar al otro sin ningún tipo de remordimiento:

“-Eh… ¿Qué crees que ocurrió? –dijo Arlie por fin-. ¿Se rompió la cincha?

-Debió de ser eso.  Si alguien la cortó, debía de ser un hijo de puta miserable, malnacido, cabrón y desgraciado, ¿no te parece? Yo no conozco a nadie de por aquí que lo sea, ¿y tú?”

Aparte de la violencia explícita y de tipo psicológica que se gasta el norteamericano, falta profundización psicológica, y la trama, para qué engañarnos, es simple y dulcificada en un final poco coherente con lo leído anteriormente; el estilo, inconfundible,  hace que valga la pena su lectura, pero no estamos ante una de sus obras maestras. Por lo menos puede servir para acercarse a ellas.

Los textos provienen de la traducción de Damià Alou de “La sangre de los King” de Jim Thompson.

“El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto. Precisión nipona

ExpresoTokioSi tenemos libros como este publicado es gracias a que hay editoriales independientes como Libros del Asteroide. Otro día vendré con alguno de los libros de novela policíaca que nos trae Quaterni, otra de esas editoriales pequeñas que están buscando obras de autores japoneses que nos parecían impensables hace un tiempo.

Pero hoy es el turno de de Seicho Matsumoto, escritor japonés que publicó “El expreso de Tokio” por entregas en 1958 como bien nos dice la bio de la editorial:

“Seicho Matsumoto (1909-1992) fue un prolífico escritor japonés que comenzó a publicar cuando ya tenía más de cuarenta años, pero su carrera literaria no despegó hasta su segundo libro, cuando recibió el premio Akutagawa por Historia del diario de Kokura (Aru Kokura-nikki den). El expreso de Tokio se publicó por entregas en una revista en 1958 y obtuvo un éxito inmediato, su reedición en forma de libro lo convirtió en uno de los mayores best sellers de la posguerra japonesa.”

La novela tiene un comienzo bastante atípico, dos apuntes bastan y son necesarios para luego entender los derroteros por los que va la novela, en primer lugar una referencia velada a un escándalo de corrupción:

“En otoño del año anterior, en ese ministerio había estallado un escándalo de corrupción en el que decía que había varios proveedores implicados. La prensa destacaba que por el momento solo afectaba a los cargos inferiores, pero que en primavera empezaría a salpicar las altas esferas.”

En segundo lugar la inofensiva presentación de Tatsuo Yasuda y su relación con las camareras del bar Koyuki:

“Tatsuo Yasuda era un hombre de unos cuarenta años. Tenía la frente ancha y la nariz perfilada. Su tono de piel era más bien oscuro y tenía la mirada bondadosa y las cejas pobladas pero bien definidas. Era todo un hombre de negocios y su carácter era franco y abierto. Era muy popular entre las camareras del Koyuki. Aun así, nunca intentaba aprovecharse de ellas y las trataba a todas con la misma amabilidad.”

Después de esta escena inicial en la que no hay que perder detalle de lo que va sucediendo, abruptamente, en el siguiente episodio nos encontramos con un aparente doble suicidio:

“Pero nunca había visto lo que descubrieron ese día sus ojos clavados en el suelo. Sobre la oscura superficie de una roca destacaban dos cuerpos, un inoportuno obstáculo en mitad de aquel paisaje que le resultaba tan familiar. Estaban inmóviles, tumbados bajo la pálida luz de la mañana. El sol aún no había salido. El viento frío azotaba su ropa, lo único que se movía demás de su pelo. Los zapatos negros y los calcetines blancos también estaban inmóviles.”

No estoy desvelando parte de la trama, desde el principio el autor japonés deja claro la potencialidad de algo “por suceder”, y ese evento se nos presenta de una manera que puede ser malentendida y tomada por algo más sencillo de lo que es; nada más lejos de la realidad, a partir de dicho momento los detalles más pequeños conformarán una trama milimétrica, una novela de detectives en su sentido más cerrado, donde nos encontramos una habitación cerrada  estándar con el tiempo como protagonista. El memorable capítulo “Un intervalo de cuatro minutos” nos pone en perspectiva y nos alerta sobre lo que está sucediendo; el investigador tendrá que hacer una labor dificultosa, abstraer cual Sherlock Holmes, los posibles movimientos que pudo llevar el asesino, un cúmulo de casualidades que parecen no cuadrar hasta que se estudian con minuciosidad.

La manida metáfora del reloj y su precisión se aplica a la perfección a esta trama policíaca que recuerda a aquellas que elaboraban en el genial “Detection Club”; la base de la solución serán las sospechas de un detective que no confió en lo que aparentemente era lo más evidente:

“Todavía recuerdo lo que me dijo usted en su última carta: “Todos somos víctimas de prejuicios inconscientes y dejamos escapar los detalles más obvios. Es peligroso. De vez en cuando, los prejuicios ofuscan el sentido común y es necesario revisar e investigar una vez más aquello que se daba por sentado.” Tenía usted toda la razón. Un hombre y una mujer mueren juntos. Para una mente ofuscada por los prejuicios, se trata de un doble suicidio. La verdad es que fuimos víctimas de una ilusión. Nuestro enemigo se aprovechó del sentido común crónico de los humanos, que nos hace dar por sentadas ciertas cosas que parecen evidentes.”

Estupenda novela con el mejor sabor de la “mistery novel” más clásica; pero esta vez nos llega desde Oriente, bienvenida sea.

Los textos provienen de la traducción de Marina Bornas de “El expreso de Tokio” de Seicho Matsumoto para Libros del Asteroide.

“Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero. La incomodidad de un punto de vista

DiasdeGuardarAntes de empezar este comentario, aviso, los textos de la novela “Días de guardar” de Carlos Pérez Merinero no son para estómagos sensibles. De ahí que, los que lean esta reseña, se los pueden saltar si lo consideran conveniente.

Una vez dicho esto, qué mejor forma para darle el contexto necesario a esta obra que recurrir al prólogo de Óscar Urra donde la ubica temporalmente con otras novelas claves de lo policíaco español:

“Así, Los mares del sur (1977) de Vázquez Montalbán, establece el canon del detective chandleriano asociado al análisis social y cultural; Demasiado para Gálvez, de Jorge Martínez Reverte, que aparece en el mismo año, indaga en las posibilidades de denuncia y explicación de ciertas tramas financieras desde el punto de vista periodístico; Un beso de amigo (1980), de Juan Madrid, plantea la investigación abordada desde “el otro lado de la barrera”, el policial; por su parte, Prótesis, de Andreu Martín, también en ese año, brega con el conflicto psicológico y delictivo compartido entre la autoridad y el delincuente común; por fin, en 1981, aparece Días de guardar, primera novela de un muy joven Carlos Pérez Merinero que no solo completa el repóquer de este período dorado del género en nuestro país, sino que aporta al mismo el sentir, el pensar y el hacer radicales del delincuente, sin renunciar a trazar, siquiera sea de pasada, pero de manera precisa e impresionista, un fresco de las tensiones políticas y sociales de la época.”

El propio Urra nos indica la diferencia primordial de las novelas de género negro con respecto al autor y lo compara con Jim Thompson; podríamos considerar a Carlos Pérez Merinero como nuestro Jim Thompson patrio; Antonio Domínguez es el simpar y amoral protagonista:

“Porque, a diferencia de la gran mayoría de novelas de género negro, en Días de guardar, no es el tema moral (social o individual) el que interesa al autor, sino la estupidez y la mezquindad de la ciudadanía media en sus múltiples formas actitudes y paisanajes. Al lado de lo que la sociedad y las circunstancias pergeña todos los días con la vida de la mayoría de los personajes que se cruzan con el protagonista, la brutalidad que este se gasta […], se antoja ingenua y circunstancial; el proceder de Antonio es el de un tipo amoral que escribe sus propias leyes, no un inmoral que pretende burlarlas.”

Este punto de vista, el de un asesino amoral que elige sus propias leyes por encima de lo establecido es, precisamente por eso, muy incómodo; no hay un intento de justificación del porqué de esta amoralidad por parte del autor; su único objetivo es mostrar tal y como cree que debe ser su vida y eso va más allá de las convenciones sociales; de hecho, cada intervención en esta primera persona es violenta, descarnada y profundamente incomprensible para el lector; solo tenemos que coger cualquiera de sus pensamientos, como lo que piensa de una mujer con la que se acaba de acostar:

“Cuando vuelvo al cuarto ella duerme como una bendita. Serán gilipollas, desagradecidas y todo lo que ustedes quieran, pero tengo que reconocer –si tengo una virtud esa es la de ser objetivo- que están buenísimas. La ves así, durmiendo, en pelotita viva, y te dan ganas de olvidarte de que es lunes y de que la tienes un poco floja y de ponerte sobre ella y tirar de vareta. Se iba a despertar con toda la mandanga dentro.”

O la forma en que describe sus sensaciones a la hora de robar un banco; la metáfora sexual que utiliza es ciertamente brutal y desagradable en algunos momentos:

“Es la primera vez que atraco un Banco y tengo un gustazo en el cuerpo de aquí te espero. Algo así como si me hubiera tirado a un regimiento de tías del Playboy, pero todavía en mejor. Si no me corro es por no manchar los calzoncillos. Ganas no me faltan.”

Lo cual no quita para que tenga alguna reflexión lúcida en su particular mundo, un universo en el que los periodistas no aportan nada interesante a su vida (probablemente a la nuestra tampoco):

“Y la culpa de todo la tienen los periodistas. Por mi madre, que con las tripas del mejor ahorcaba al peor. ¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de paridas que se escriben en los periódicos? Pues si no se han fijado, fíjense. Cosas que le interesen a uno, lo que se dice cosas que le interesen a uno, hay que buscarlas con la lupa. Sin embargo, chorradas todas las que quieran. Pero eso sí, le dan un barniz los tíos que parece que nos va a ir la vida en que tal menda de nombre impronunciable gane las elecciones en Dinamarca o que en los Estados Unidos no vendan trigo a los rojazos de los rusos. La monda en bicicleta, vamos.”

A pesar de los estallidos de violencia física y psicológica a la que vamos asistiendo, sus peripecias están teñidas siempre de un cierto humor, muy negro, indudablemente, pero sirve para aligerar la crudeza de lo que nos cuentan; el uso de la jerga es otra característica esencial que se nota en cada momento y que, contrario a lo que podía pensar inicialmente, no resulta tan chocante a pesar de usar expresiones de los años ochenta:

“-¡Qué suerte! –dice una voz femenina a mi espalda.

Es una voz que suena como los ángeles. Me vuelvo esperando encontrarme con una tía de bandera, de esas que te la guardan en su coñito con honres de reina, pero lo que veo es una cuarentona con unas gafotas que le sientan como un tiro y una cara de pedorra como para jugar al abejorro con ella.”

Si el punto de vista era incómodo, la conclusión lo es aún más; y no será porque no avisa sobre ello al reflejar la incapacidad de la policía, él si cree en el crimen perfecto pero no por su pericia sino por la inutilidad de los medios policiales:

“Porque el crimen perfecto existe. Sí, hombre, no se rían. Existe. […] Además, qué coño, la prueba de la impericia de la poli es la cantidad de casos que quedan sin resolver. Los cabrones de los periodistas –mamporreros de pro- en cuanto que aclaran algo lanzan las campanas al vuelo y la gente que lee los periódicos piensa: “¡Qué listos son nuestros Sherlock Holmes!” ¡Una leche! ¿Por qué no publican la lista de los casos pendientes? ¿Eh, por qué no la publican? Muy sencillo. Porque ocuparía todas las páginas y aún faltarían más.”

Como en las novelas de Thompson, no hay conclusión satisfactoria para el lector ávido de finales felices; aquí no se coge al ladrón ni al asesino. La impunidad con que lo logra demuestra que, como la vida misma, no siempre los buenos ganan y los malos son castigados.  La vida y sus grises.

“Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones. Sherlock Holmes (nuevamente) como inspiración

WildBoyUno se encuentra sorpresas de diferente calibre en todo tipo de sellos; en este caso, en el de Alfaguara Juvenil, se trata de la novela “Wildboy. El chico salvaje” del británico Rob Lloyd Jones, libro que, me temo va a pasar desapercibido a pesar de su indudable potencial manifestado ya en el prólogo con el que da comienzo, ambientado en 1838, en el que un empresario va a buscar a alguien, un chico muy especial, a un orfanato; os dejo con dos textos muy indicativos de los derroteros que va a tomar:

“-He venido a por el chico -respondió el empresario.

Los ojos del ventanuco se entornaron.

-¿Qué chico? Aquí hay docenas de chicos.

El empresario se inclinó hacia delante, mostrando su rostro bajo la sombra de su chistera ladeada. Era una cara horrorosa, surcada por tantas cicatrices que parecía hecha con trozos de piel cosidos entre sí. Tenía marcas de latigazos, cuchilladas y arañazos. Señales de mordiscos, quemaduras y cortes de sierra. Y un largo tajo que recorría su nariz huesuda como maquillaje morado. Se acarició la herida con un dedo mientras se acercaba al ventanuco para gruñir.

-El chico.”

De los ojos del muchacho rodaron lagrimas que escamparon el vello de sus mejillas. Pero apretó los dientes y aguantó el dolor del pecho.

-¿Veré cosas? -susurró.

El empresario miró a Bledlow, desconcertado por la pregunta.

-Le gusta observarlo todo -explicó el encargado. Es lo único que hace este pequeño animal. Se sienta ahí y mira por la ventana.

El empresario soltó el pelo del muchacho dejándolo caer al suelo.

-Verás un montón, claro que sí -dijo-. Sólo que, donde tú irás, no habrá muchas cosas bonitas.

-¿Una parada de monstruos? -preguntó el chico.

-Una parada de monstruos -confirmó el empresario.”

Aparte de las inevitables resonancias dickensianas, tenemos un chico muy especial, con gran capacidad de observación, y al que recoge un empresario de circo salido de una película que nos retrotrae al “Freaks” de Todd Browning, de rabiosa actualidad actualmente con la cuarta temporada de American Horror Story y su Freakshow.

Estas pistas se irán revelando de manera muy inteligente según empiece a desarrollar la historia Lloyd Jones, ya tres años más tarde (1841) en el Londres victoriano. Nuestro chico, Wild Boy, recibe ese nombre de su condición más animal que humana, recordando más a un oso que a otra cosa. Se convierte en un personaje más de un circo que es un “Gabinete de curiosidades”, con lo cual ya tenemos el lugar en el que se desarrollará la acción y el contexto.

A continuación, sucederá un asesinato de uno de los integrantes de esta “Parada de monstruos”, del que culparán a nuestro protagonista; Wild Boy confrontará al asesino casi por casualidad al encontrarse con él y le hablará de una misteriosa máquina:

“No conseguirás la máquina.

[…]

Trató de que su voz sonara firme, pero había algo en aquella figura que le había provocado un escalofrío por todo el cuerpo, un terror más profundo que cualquiera de los acontecimientos de aquella noche. Quienquiera que fuera, se alegraba de que se hubiera marchado.”

El autor aprovechará entonces la dimensión social para poner de relevancia la típica situación en la que se culpa al que es más raro, extraño, al que puede amenazar el estatus quo de los que se consideran normales y juzgan lo que es normal desde su óptica; esto, de hecho lo está explotando también Ryan Murphy en Freakshow. Donde se desmarca Lloyd Jones es en la otra característica comentada anteriormente, la última por reseñar: su capacidad de observación:

“Le invadió la ira. Sólo porque fuera un bicho raro todo el mundo creía que era culpable. Sin poder controlarse, cogió uno de los cuencos de sopas, lo estrelló contra la pared de la cámara subterránea. Se inclinó sobre la mesa, maldiciendo y tirándose del pelo de la cara.

-¿Has terminado ya de compadecerte de ti mismo? -le preguntó Clarissa.

-no, no he terminado -gritó Wild Boy-. Déjame en paz, ¿quieres?

-¡No voy a dejarte en paz! Mi nombre está también en esa casa, ¿sabes? Y vas a ayudarme a salir de esta.

-¿Sí? Dime cómo.

-Encontraremos pistas que demuestren nuestra inocencia.”

No esconde el británico su adoración por Conan Doyle y su maravilloso personaje, dotando a nuestro peludo personaje de una capacidad de fijarse en los detalles digna del detective de Baker Street; de ahí que decida, junto a Clarissa, la acróbata, intentar desentrañar el misterio detrás de los asesinatos que se van sucediendo a continuación.

Volverá a encontrarse con el asesino y este utilizará su inseguridad para escapar; el caramelo de la máquina que puede hacerle “normal” será un germen que descompensará a nuestro protagonista y le llenará de dudas:

“El asesino entornó sus ojos tras la máscara.

-Es una máquina muy poderosa. Una máquina que te cambia. Imagina algo así Wild Boy de Londres. Imagina una máquina que pudiera volverte normal como todo el mundo.

Wild Boy estaba demasiado sorprendido para responder. Lo que el asesino acababa de decir no era posible, ¿verdad? Él nunca podría ser normal.”

No dejarán de sucederse las persecuciones llenas de acción, aparecerán aliados inesperados, sociedades secretas que esconden más de lo que se dice… hasta llegar a una resolución digna de una mistery novel con nuestro velludo compañero transmutado en un Sherlock Holmes Freak encantador que consigue aceptarse a sí mismo con sus virtudes y sus defectos.

Comienzo de una serie que, al dedicarse a la presentación de personajes, no puede desarrollar  a fondo lo que ha presentado, pero que tiene un gran potencial para las siguientes entregas. Mucho más que un entretenimiento, con una resolución sorprendente. Más que recomendable.

Los textos provienen de la traducción de Montserrat Nieto Sánchez de “Wildboy. El chico salvaje” de Rob Lloyd Jones para Alfaguara.

“Niveles de vida” de Julian Barnes. Sehnsucht y ausencia

Maquetación 1Siempre que leo a Julian Barnes me vuelve a recordar el infinito placer que siento al leer cualquiera de sus obras y cómo dejo pasar demasiado tiempo entre una y otra lectura. Barnes tiene la extraña cualidad de conseguir emocionarme con una apariencia formal que no busca dicha emotividad sino una aproximación alejada de sentimentalismos.

En “Niveles de vida” Barnes nos propone un juego de relojería que divide en tres partes; en la primera de ellas “El pecado de la altura”, donde habla sobre los pioneros de la conquista del cielo mediante globos aerostáticos, consigue contarnos un hecho muy general que utilizará más adelante, ya que, de fondo, esta historia es una alegoría que le servirá de hilo conductor. Sólo hay que fijarse en lo que significa estar en las alturas según sus locos aeronautas:

“En este espacio silencioso, moral, el aeronauta experimenta una salud física y también espiritual. La altitud “reduce todas las cosas a sus proposiciones relativas, y a la Verdad.” Se esfuman las cuitas, los remordimientos, las aversiones: “Con qué facilidad se disipan la indiferencia, el desprecio, la desmemoria… y surge el perdón.”

En la segunda parte, “En lo llano”, se produce la particularización a través de uno de los personajes que veíamos en esa primera parte, Fred Burnaby, y refleja especialmente su obsesión por Sarah Bernhart, una de las grandes experimentadoras y conocida actriz de la época.

“Vivimos a ras del suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos. Terrestres, a veces ascendemos tan alto como los dioses. Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría con el amor. Pero al elevarnos también podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves. Podemos rebotar en el suelo con tal fuerza que se nos fractura una pierna y somos arrastrados hacia una vía férrea extranjera. Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos.”

Aspiramos a lo máximo, el amor nos puede elevar hasta lo máximo; pero también nos puede conducir a lo más hondo, “cada historia de amor” se convertirá en algún momento “en una historia de aflicción”.

La tercera parte, “La pérdida de profundidad”, supone el paso de lo ajeno a lo propio, en este caso, lo personal más íntimo, las consecuencias de la muerte de su mujer en su vida. Es aquí cuando te das cuenta de cómo ha ido preparando Barnes la narración para llegar a su punto culminante y aprovechar lo andado, donde el reloj, con todos sus mecanismos, funciona perfectamente, con su correcto tic-tac; como cuando dos personas se juntan y se produce dicha simbiosis:

“Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas. A veces es como aquel primer intento de acoplar un globo de hidrógeno a otro de aire caliente: ¿prefieres estrellarte y arder o arder y estrellarte? Pero a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por alguna razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible.”

Ese reloj que funciona a la perfección se rompe en algún momento, lo malo es que, como comenta el británico, se pierde mucho más que la suma, algo probable únicamente en el terreno emocional. Es capaz de entrar en un terreno tan espinoso sin caer en lo cómodo, solo hay que comprobar la forma en que la añora, en lo que hace y en lo que no hace:

“Lloro su pérdida de un modo muy simple y absoluto. Tengo esa buena y también esa mala suerte. Antes las palabras venían a mi cabeza: la añoro en cada acción y en cada inacción. Era una de esas frases que me repetía para confirmarme dónde estaba y lo que era. Al igual que, al volver a casa, me preparaba para el regreso diciendo en voz alta: “No estoy volviendo con ella ni hacia ella.” Al igual que, cuando algo fallaba o se rompía o se perdía alguna cosa, me tranquilizaba diciendo: “En la escala de las pérdidas no es nada.”

Sorprende siempre por su capacidad para racionalizar aspectos tan emocionales como es en el caso de discernir entre dos conceptos tan próximos como aflicción y duelo; exactamente, la aflicción es vertiginosa y es la que causa el verdadero estado de dolor.

“Está la cuestión de la aflicción frente al duelo. Cabe intentar diferenciarlos diciendo que la primera es un estado y el segundo un proceso; sin embargo, es inevitable que se superpongan. ¿Disminuye el estado? ¿Progresa el proceso? ¿Cómo saberlo? Quizá sea más fácil pensarlo metafóricamente. La aflicción es vertical –y vertiginosa-, mientras que el duelo es horizontal. La aflicción te trastorna el estómago, te quita la respiración, corta el suministro de sangre al cerebro; el duelo te proyecta hacia una nueva dirección.”

Cuando muere alguien más querido, no solo muere la persona sino lo que esa persona tenía de ti como he comentado en un texto anteriormente; esa condición de pérdida genera una añoranza inevitable que define con una palabra alemana única en su sonoridad:

“Hay una palabra alemana, Sehnsucht, que no tiene un equivalente inglés; significa “añoranza de algo”. Tiene connotaciones románticas y místicas; C. S. Lewis la definió como el “inconsolable anhelo” del corazón humano de “no sabemos qué”. Parece bastante alemana la capacidad de especificar lo inespecificable. El anhelo de algo o, en nuestro caso, de alguien. Sehnsucht describe el primer tipo de soledad. Pero el segundo tipo procede del estado opuesto: la ausencia de un alguien muy específico. No es tanto soledad como la ausencia de ella. “

Esta ausencia de la persona con la que has compartido (o no) tantas cosas es la que genera una añoranza casi mística, que roza el romanticismo pero no cae en el sentimentalismo barato, ya que, por momentos, se vuelve inespecificable. La dificultad de expresar lo vivido con Barnes fluye hasta transmitir un sentimiento de congoja durante su lectura que nos sobrecoge y subyuga. La facilidad de la palabra del británico, una total experiencia lectora donde no cabe la mediocridad.

Los textos provienen de la traducción de Jesús Zulaika de “Niveles de vida” de Julian Barnes para Anagrama.

“Laidlaw” de William McIlvanney. Las peculiaridades de un detective

laidlaw_300x458William McIlvanney es un escritor escocés que goza del privilegio de ser el precursor del “tartan noir”, ni más ni menos que el noir ambientado en escocia, un subgénero que han seguido más adelante Ian Rankin y Val McDermid; las características de este “subgénero” son tan comunes al hardboiled y la novela políciaca que no veo apenas diferencias para calificarlo como tal, pero bueno, la etiquetación de géneros que no falte.

Vayamos a lo importante, la novela. El comienzo nos desvela un narrador omnisciente particular, que alude a alguien en segunda persona, a nuestro protagonista; es una curiosa elección de narrador para una novela en 1977 donde ya se empezaban a utilizar habitualmente narradores en primera persona:

“Lo más extraño es que no hubo aviso. Te pusiste el mismo traje, escogiste cuidadosamente la corbata, te equivocaste al cambiar de autobús. Media hora antes estabas riendo. Después, tus manos te tendieron una emboscada. Te traicionaron. Tus manos, que levantan tazas, sostienen monedas y se agitan para saludar, de pronto se rebelaron, se convirtieron en furia descontrolada. Las consecuencias fueron para siempre.”

Y es que Laidlaw, Jack, nuestro protagonista, es peculiar, no nos engañemos. Si hay algo que nos lleva en volandas a lo largo de la narración es el cúmulo de sus rarezas, una paradoja en sí mismo:

“Le parecía que su naturaleza renacía como una acumulación de paradojas. Era un hombre potencialmente violento que odiaba la violencia, un defensor de la fidelidad que era infiel, un hombre activo que anhelaba comprensión. Estuvo tentado de abrir el cajón donde guardaba los libros de Kierkegaard, Camus y Unamuno, como si fueran una provisión encubierta de alcohol. En su lugar lanzó un buen suspiro y empezó a ordenar los papeles que tenía sobre el escritorio. No sabía hacer otra cosa que habitar en paradojas.”

Totalmente autoconsciente de sus contradicciones, no duda en señalar hechos que le causan la misma intranquilidad que su misma condición, como el morbo que causa un asesinato al público que se amontona cerca de donde ha sucedido:

“Pero lo más extraño del escenario no eran los policías. Lo extraño eran las personas que se aglomeraban tras el cordón. A Laidlaw no le gustaba mirarlas. Tenían esa extraña unidad que había observado en los grupos, estirando el cuello y hablando entre ellas, como una hidra hablando consigo misma. Un padre llevaba a su hija subida a hombros con las piernas metidas entre sus axilas. Un niño pequeño chupaba una piruleta. No podía comprender a esas personas. No estaban allí para intentar prestar alguna ayuda. Simplemente, eran mirones del desastre.

[…]

-Mírelos –dijo Laidlaw-. ¿Qué hacen todos aquí? Y probablemente creen que la chica muerta es el misterio. Probablemente creen que quienquiera que hizo esto es un ser muy raro.

-Solo tienen curiosidad, señor.

-Mucha.

-No son tan mala gente.

-¿Acaso es usted tan hermanita de la caridad? Yo no dejaría sola a la víctima con ellos. Podrían llevarse una uña a casa para sus hijos.

-Eso es algo cínico, señor.

-No me lo diga a mí. Dígaselo a ella.”

Es un cínico que dice sin cortapisas lo que piensa y, normalmente acierta, precisamente por su condición de saberse tan contradictorio en sí mismo; su crítica no es desde su ética, que no tiene, sino que viene de su innata observación.

La trama nos trae el escabroso crimen sexual de una chica y se divide rápidamente en tres líneas principales que irán alternándose hasta confluir al final; por un lado, la del investigador para resolver el caso, por otro lado el asesino que habla con su novio para que le proteja (la homosexualidad y cómo se trata es otro de los aspectos novedosos, ya que explora las relaciones además de su presión social) y por último una última línea que busca ajustar cuentas con el asesino, a nivel profesional o, incluso, personal, encarnado en la figura del padre sobreprotector que no supo tratar a su hija en  vida y busca venganza:

“-Solo pido una cosa –dijo Bud. Era la primera vez que hablaba en una hora. No había lágrimas en sus ojos; los tenía despejados y sin expresión-. Dejádmelo a mí cinco minutos. –La taza que hacía girar en sus manos parecía un dedal-. Sólo deseo tenerlo en mis manos. Eso es todo lo que deseo. Y nunca volveré a pedir nada.”

McIllvaney, no olvida además, su ciudad, no es anecdótica la descripción que hace de Glasgow, resulta bastante original mezclarla con los personajes que ha ido utilizando según desarrollaba la trama:

“Siempre le había gustado la ciudad, pero jamás había sido tan consciente de ella como esa noche. Captó su fuerza en las contradicciones. Glasgow es galletas de jengibre caseras y Jennifer muerta en el parque. Es la simpatía sentenciosa del comandante y la anunciada agresividad de Laidlaw. Es Milligan, insensible como un bloque de hormigón, y la señora Lawson, atontada por el sufrimiento. Es la mano derecha que te derriba de un golpe y la mano izquierda que te levanta, mientras la boca alterna disculpas y amenazas.”

A pesar de que el final se pueda esperar, hay que reconocer que, por lo que he comentado anteriormente, el cómo llega a dicho final es bastante concluyente y denota más que buen oficio por parte del escocés. Laidlaw es, sin lugar a dudas, un “personajazo” que no deja indiferente y que, en muchas ocasiones, suelta verdades como puños:

“-Lo que tengo contra tíos como Lawson no es que estén equivocados. Es sólo que estén tan seguros de tener la razón. La intolerancia es solo certeza no ganada, ¿verdad?”

Como siempre, habrá que rezar para ver si Serie negra, entre tanto Lee Child, le da tiempo a publicar al autor escocés.

Los textos provienen de la traducción de Amelia Brito de “Laidlaw” de William McIlvanney para RBA.

“La fille du régiment” de Gaetano Donizetti en el Teatro Real. Apoteosis “tenoril”

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

Pocas veces vivimos un éxito tan aplastante como el que tuve ocasión de presenciar ayer.

No puedo evitar sentir, como tenor de coro  que soy, un gran orgullo al escuchar un despliegue de medios como el que ofreció ayer el mexicano Javier Camarena, más tratándose de una de las arias más famosas que se conocen por su gran dificultad técnica; “Ah! mes amis”, con sus nueve “Dos de pecho”; es un escollo de gran dureza ya, que requiere una conjunción de técnica y una gran resistencia para llegar al do final sostenuto con garantías.  Y sorprende aún más porque lo afronta con voz de pecho, alejado de la más etérea interpretación de Flórez que adolece del volumen del mexicano. Camarena aprovecha la técnica sul fiato al máximo consiguiendo una proyección atronadora de cualquier nota que ejecute. En el caso de los proverbiales “Dos” era más que escuchable por todo el teatro, que asistía con reverencia a un espectáculo de esos que no se olvidarán nunca; no hay rastro de gola  sino que el sonido se proyecta desde la máscara central consiguiendo una gran resonancia, milagrosamente no necesita prácticamente vibrato en el sostenuto final, es prácticamente imperceptible; y todo ello con una afinación perfecta, no caló ni uno solo de ellos. Se notó durante toda la actuación, sobre todo cuando el protagonismo era de Marie cómo se adecuaba para empastar y no sobresalir demasiado; pero claro, con ese torrente en los “concertantes” se le oía por encima de todo. Quizá se le podría poner algún pero en la parte final, puede que fuera el cansancio, o la relajación, pero la mezza voce que manejó fantásticamente toda la obra se resintió un poco en su “Pour me rapprocher de Marie” pero fue un espejismo que finalizó brillantemente con otro de sus épicos agudos (improvisado en este caso).

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No todo fue Camarena claro. El montaje escénico de Pelly, muy conocido ya por llevar bastante tiempo trasladándose de un teatro a otro es tremendamente efectivo. Sencillo en concepción, ambientado en la primera guerra mundial, clásico, pero que aprovecha a la perfección los momentos cómicos que abundan a lo largo del libretto para acentuarlos aún más, sobre todo en la original disposición del segundo acto, donde aprovecha el carácter musical para realizar coreografías divertidísimas que arrancaron las sonrisas de los espectadores en no pocos momentos. Junto a este buen montaje no podemos olvidar la dirección musical del veterano Bruno Campanella, perfecto conocedor de la obra, que sabe sacar todo el jugo que destila su partitura. Sonó conjuntada la orquesta, con matices, con buen uso de los crescendos a pesar de que inicialmente los metales estuvieron un poco despistados. Todo se iba ensamblando en el gran espectáculo.

Aleksandra Kurzak hizo un esfuerzo encomiable con el endiablado papel de Marie, consciente de los medios de su compañero y de la rotundidad, intentó ganar por la parte actoral, se mostró muy divertida, pizpireta en su papel, buscando todos los rasgos que hacen encantadora a esta protagonista. Sin embargo, sus problemas de afinación durante buena parte de la obra lastraron su actuación. Fueron evidentes desde su “Au bruit de la guerre” donde transitaba por las notas agudas bruscamente y sin detenerse demasiado en las notas de paso para calar en la nota más aguda. Este problema de afinación fue más escandaloso en los momentos en piano de “Il faut partir” donde afeaba completamente muchos de sus pasajes, quedó ciertamente deslucida. Si a eso sumamos que su voz en el agudo no es precisamente bella, pues el resultado final  no fue todo lo que se podría esperar de un papel como este. Sonó mejor cuando cantó el dúo con Tonio o el trío con Sulpice. Lástima, aun así el público reconoció su esfuerzo. Spagnoli nos pintó un Sulpice muy Fille2dicharachero, un contrapunto cómico que brilló con luz propia, especialmente en los diversos momentos en los que cantaba con los protagonistas, su centro está bien timbrado y tiene la voz adecuada aunque le faltó un poco de proyección, quedando ligeramente en segundo plano su voz la mayoría de las veces. Podles, con la voz ciertamente avejentada, confío en su capacidad como actriz más que en el canto, ya en su “Pour une femme de mon nom” inicial prácticamente no se la oía con la entrada de coro, aunque sabíamos que cantaba, se esforzó porque por lo menos las notas finales se escucharan pero hablar de un intento de canto legato sería demasiado aventurado, todo sonó muy entrecortado aunque, por lo menos, fue divertida; el papel teatral de nuestra Ángela Molina como la duquesa de Crakentorp fue lo que tenía que ser, extravagante, rozando la parodia en todo momento, ni más ni menos que lo que se le tenía que pedir; bien Isaac Galán como Hortensius, otro de los contrapuntos cómicos y con solvencia. El resto de comprimarios cumplió sin más. Nuevamente tenemos que congratularnos del papel del coro del Teatro Real que volvió a mostrarse sólido en su actuación, especialmente en los concertantes del primer acto cantados con mucho gusto al mismo tiempo que tenían que moverse por todo el escenario; como siempre, plenos de energía y con una calidad en cada nota interpretada que no se puede poner prácticamente ningún pero. Siguen demostrando que son toda una referencia.

En conclusión, una noche magnífica, gozosa, de esas que ayudan a aficionarse al género. De las necesarias en estos tiempos. Así, yo digo sí.

Las fotos son propiedad de Javier del Real

“Candentes cenizas” de Erwin Schrödinger. La contradicción de un artista

candentescenizasParece una paradoja digna del gran Chesterton hablar, en la misma frase, del físico Erwin Schrödinger y de poesía o inspiración artística; sin embargo, en el prólogo de Feliz Schmelzer a “Candentes cenizas”, el sorprendente libro que acaba de sacar Salto de página con textos del físico, confirmamos rápidamente que no existe tal contradicción:

“De hecho, mi deseo de joven fue ser poeta, pero me di cuenta rápidamente de que la poesía no era un negocio pagado. La ciencia, por otro lado, me ofreció una carrera.” Eso decía Erwin Schrödinger en una entrevista, en 1931. Sabemos que dicha elección le otorgó  cierto éxito, nada menos que el Premio Nobel de Física, dos años más tarde en 1933. No obstante, es evidente que Erwin Schrödinger no podía o no quiso renunciar a su lado poético durante su vida, como demuestra el volumen presente, que reúne su poesía, por primera vez traducida a la lengua española. A veces, la lucha aparente entre la poesía y la ciencia, con una preferencia secreta por la primera, toma cuerpo en los mismos poemas: “Con frecuencia me reprochan /pasar la vida en el sueño, /preferir la rima al cálculo.”

El premio Nobel de Física era una persona marcada por dos mundos; mundos que consideraba totalmente complementarios y necesarios para su vida:

“La relación entre la poesía y la ciencia es, en última instancia la relación entre los sentidos y la razón, el sentir y el pensar, y el entrelazamiento indisoluble de ambos es algo que, evidentemente, fascinó a Erwin Schrödinger a lo largo de su vida. Como revela su obra ensayística, el físico poeta austríaco no se cansa de recordarnos el hecho de que la razón obtiene su contenido de los sentidos, y por eso de ninguna manera juega un papel superior a ellos.”

No puedo estar más de acuerdo con que “la razón obtiene su contenido de los sentidos” y “de ninguna manera juega un papel superior a ellos.” Lo que cuenta Schmelzer en este prólogo quedó perfectamente reflejado en la poesía de Schrödinger donde muestra un anhelo, quizás contraproducente por su condición de científico, por esa necesidad de algo que está por encima, en su caso Dios, es inevitable que la primera estrofa no nos recuerde a la escena del Nuevo Testamento y a la Magdalena en particular:

 

ANHELO

Tus Pies que yo lavé y besé

y sequé -y soñé día tras día…

por qué, de pronto, tendría que sentir tanto miedo

si  una noche no supiera de ti…

[…]

si no existieras tú, tú diosa, reina.

Si no existieras tú, quién querría afrontar la necia luz del día y un pasivo seguir.

 

Uno siente la vida meramente volátil

y acepta de buen grado presto desvanecerse

para perderse luego en tus honduras.

 

A pesar de su confianza en la ciencia, esta no era incondicional; muy al contrario, se encargó de desmitificarla, de librarla de su condición divina; en este poema habla precisamente de la falibilidad del empirismo como fuente para dar sentido a nuestra vida:

 

PARÁBOLA

[…] La confusa vibración de las manchas luminosas

no te hace captar las leyes.

Tus júbilos y temblores

no conforman el sentido de esta vida.

Tan sólo el alma del mundo, si se lanza,

apuntará el resultado

de miles de experimentos.

¿Acaso esto nos atañe todavía?

 

El poema homónimo es una total personificación del alma de Schrödinger, el alma de un poeta; las cenizas son en realidad ascuas de su genio poético:

 

CANDENTES CENIZAS

Irradian por el rescoldo los carbones candentes

y despiertan lo que sólo a medias conocemos

 

y convocan lo que es nuestro sólo a medias

y, por estar lejos, es casi molesto.

 

Deja que esta noche silente sea la última.

No tendría importancia. No sería asombroso.

 

Pues cuando el orbe del mundo habita,

como mucho, con rauda muerte recibe recompensa.

 

Creas en los dioses, o creas en Dios:

invócalos, invócalo, o se convierten en burla.

 

Yo creo en las cenizas vivas en las ascuas,

a nadie envidio, por más que sea su condición alta.

 

En este orden de cosas, para el poeta-físico, la mayor satisfacción, la gran recompensa, está en el amor, paradigma de la lírica; la última estrofa cierra el círculo, son las que refería Schmelzer en su prólogo y que suponen la encarnación de la personalidad del germánico.

 

RECOMPENSA 

Por qué todavía hoy una hermosa mujer

joven cual rocío matutino

me brinda sus cálidos labios

con precisión te comunico:

 

porque para mí nunca hubo

joya alguna terrenal,

ni gloria alguna de valor más alto

que el amor de las mujeres.

Todo resultaba pobre

frente al beso de la boca amada.

 

Con frecuencia me reprochan

pasar la vida en un sueño,

preferir la rima al cálculo.

Ahora -yo me desquito.

 

Después del “Fragmento inédito de un diálogo de Galileo” que añade una nota científica curiosa aunque anecdótica, tenemos el artículo de Clara Janés llamado:

“Los límites del mar

Erwin Schrödinger: conocimiento y gozo.”

Este artículo recoge textos de entrevistas al autor alemán bastante esclarecedores de lo que resulta su personalidad y que ya habían quedado adelantados anteriormente en su obra poética, me quedó con su reflexión sobre el papel de esa dicotomía ciencia-arte:

“-Al darme cuenta de que deportes, arte y ciencia son meramente salidas para la energía superflua. Observamos que, cuando un animal se libera en cierto modo de la lucha por la existencia, empieza a jugar. Así los animales domésticos que dependen de nosotros para su comida, usan su energía superflua en el juego. El hombre, cuando hubo conquistado su entorno, de modo que toda su vida no era ya una lucha por la existencia, empezó a jugar. inventó deportes, inventó las artes y la ciencia. Todas esas cosas son formas de juego. Existen para darnos placer.”

En efecto, ni más ni menos que están ambas para darnos placer; exquisita y sorprendente la propuesta de Salto de Página que, además, adereza el texto con fotografías de Adriana Veyrat que complementan otros textos de Schrödinger; una obra pequeña que se convierte en algo muy grande. Que no os eché para atrás su reducido continente.

Los textos provienen de la traducción de Felix Schmelzer y Clara Janés de “Candentes cenizas” de Erwin Schrödinger en Salto de página

“Poética Musical” de Ígor Stravinski. Clases magistrales

stravinskiHay que reconocer que Acantilado tiene una colección de libros relacionados con música que es ciertamente interesante. Si el otro día hablaba de la monografía de Charles Rosen sobre Arnold Schoenberg, hoy paso a reseñar un libro que  recoge unas clases magistrales sobre poética musical que dio el compositor Ígor Stravinski; en la presentación de Iorgos Seferis encontramos el origen de los textos:

“Las seis conferencias siguientes fueron impartidas en francés bajo el título general de “Poétique musicale sous forme de six leÇons”, y pertenecen a la famosa serie de Charles Eliot Norton Lectures on Poetry de la Universidad de Harvard. Durante años estuvieron agotadas y era imposible encontrar el texto original.”

Así como poner en perspectiva la importancia musical de la figura del ruso, equiparable en genialidad al gran Picasso:

“Sin embargo, donde hemos de buscar la expresión más profunda de Stravinski –y utilizo esta palabra en un sentido absoluto- no es en el campo de la palabra, sino en el campo del sonido. Ahí fue donde trasplantó a su persona y es ahí donde ha sido reconocido como un gran señor de la música, una figura comparable en estatura al otro pilar de nuestra época, Pablo Picasso.”

Las seis conferencias revelan la gran capacidad de síntesis del compositor; en “Toma de contacto”, la primera conferencia, establece la base que le servirá de argumentación, su pretensión era fundar unas teorías objetivas, alejadas de subjetivismos:

“No se trata, pues, de mis sentimientos y de mis gustos particulares. No se trata de una teoría de la música proyectada a través de un prisma subjetivista. Mis experiencias y mis investigaciones son enteramente objetivas y mis introspecciones no me han llevado a interrogarme sino para sacar consecuencias concretas.

Estas ideas que desarrollo, estas causas que defiendo y que defenderé sistemáticamente ante ustedes, han servido y servirán siempre de base a la creación musical, precisamente porque están basadas en el plano de la realidad concreta.”

Como ejemplo de esa realidad concreta toma, al hilo del controvertido estreno de su “Consagración de la primavera”, la opinión del compositor Ravel a la hora de valorar lo verdaderamente reseñable de dicha composición:

“Cuando la Consagración apareció, fueron muchas las opiniones contradictorias, mi amigo Maurice Ravel intervino casi solo para poner las cosas en su lugar. Él supo ver y dijo que la novedad de La Consagración no residía en la escritura, en la instrumentación, en el aparato técnico de la obra, sino en la entidad musical.”

Su exposición, cristalina, resume los pasos siguientes que llevará a cabo en las próximas conferencias:

“Como ven, esta explicación de la música que voy a emprender para ustedes y, lo espero, con ustedes, tendrá el aspecto de una síntesis, de un sistema que, partiendo del análisis del fenómeno musical, terminará con el problema de la ejecución de la música.”

Entrando ya en el capítulo “Del fenómeno musical” desbroza la música a través de dos de sus elementos fundamentales: sonido y tiempo.

“Porque el fenómeno musical no es más que un fenómeno de especulación. Esta expresión no les debe asustar lo más mínimo. Supone simplemente, en la base de la creación musical, una búsqueda previa, una voluntad que se sitúa de antemano en un plano abstracto, con objeto de dar forma a una materia concreta. Los elementos que necesariamente atañen a esta especulación son los elementos de sonido y tiempo. La música es inimaginable desvinculada de ellos.”

Si a ellos les sumamos el juego tonal, es cuando podemos hablar con propiedad de lo que es la música.

“Las articulaciones del discurso musical descubren una correlación oculta entre el tempo y el juego tonal. No siendo la música más que una secuencia de impulsos y reposos, es fácil concebir que el acercamiento y el alejamiento de los polos de atracción determinan, en cierto modo, la respiración de la música.”

Cada cierto tiempo utiliza ejemplos ilustrativos de lo que está explicando en ese momento, como la importancia de la melodía en el caso de Bellini y su carencia en el caso de Beethoven:

“Beethoven ha legado a la música un patrimonio que no parece sino fruto de su obstinada labor. Bellini recibió el don melódico sin haber tenido la necesidad de pedirlo, como si el Cielo le hubiese dicho: “Te doy justamente todo aquello que faltaba a Beethoven.”

Es interesante, cuando ya entramos en la conferencia “De la composición musical”, cómo desgrana la teoría musical con el tiempo vivido, el convulso siglo XX con el derribo de lo establecido decimonónicamente llegando a la raíz de la era de la información, la paradoja del desconocimiento:

“Vivimos en un tiempo en el que la condición humana sufre hondas conmociones. El hombre moderno va camino de perder el conocimiento de los valores y el sentido de las relaciones. […] En el orden musical las consecuencias son las siguientes: de un lado se tiende a apartar el espíritu de lo que yo llamaría la alta matemática musical para rebajar la música a aplicaciones serviles y vulgarizarla acomodándola a las exigencias de un utilitarismo elemental. […] por otro lado […] el nuevo pecado original […] un  pecado de desconocimiento: desconocimiento de la verdad y de las leyes a que da lugar, leyes que hemos llamado fundamentales.”

Prácticamente anecdótica parece sin embargo su conferencia sobre “Las transformaciones de la música rusa” que utilizó para detenerse en “sus avatares, sus transformaciones, en el curso del período tan breve de su duración, ya que sus orígenes, en su aspecto de arte culto, no se remontan más allá de un centenar de años.”

La última conferencia “De la ejecución” es, en mi opinión, la más jugosa y, sobre todo, más cercana al aficionado, llega a compararlo con el traductor de idiomas en su faceta más traidora y pone de relevancia la dificultad de interpretar cualquier obra, ejecutarla, según los dictados del compositor y las variables que influyen en las ejecuciones

“Advirtamos que coloco al ejecutante ante una música escrita en la que la voluntad del autor está explícita y se desprende de un texto correctamente establecido. Pero por escrupulosamente anotada que esté una música y por garantizada que se halle contra cualquier equívoco en la indicación de los tempi, matices, ligaduras, acentos, etc., contiene siempre elementos secretos que escapan a la definición, ya que la dialéctica verbal es impotente para definir enteramente la dialéctica musical. Estos elementos dependen, pues, de la experiencia, de la intuición, del talento, en una palabra, de aquel que está llamado a presentar la música.”

Me encanta cuando, en un ejercicio de sinceridad, habla sobre las prácticas actuales de inflar orquestas que no se pensaron de esa manera, como para la Pasión según San Mateo de Bach, escrita para un conjunto de música de cámara (34 miembros en total con solistas y coro); parece de sentido común pensar que no fueron pensadas para dichas sonoridades, cosa que, hoy en día, para qué engañarnos, no parece tan claro.

“Lo absurdo de semejantes prácticas clama al cielo desde cualquier punto de vista, en primer lugar en el aspecto acústico. Porque no basta con que el sonido llegue al oído del público: es necesario, además cuidar en qué condiciones y en qué estado llega. Cuando la música no ha sido concebida para una gran masa de ejecutantes, cuando su autor no ha querido producir efectos dinámicos macizos, cuando el marco es desproporcionado a las dimensiones de la obra, la multiplicación de los efectivos no puede producir sino efectos desastrosos.”

Y acaba con otra reflexión digna de su genio y que demostró una gran clarividencia, no puedo dejar de pensar en mi Spotify donde con un par de botones puedo encontrar prácticamente cualquier versión musical de una obra en cuestión:

“El oyente moderno no necesita hacer más esfuerzo que el de girar un botón. Pero el sentido musical no puede adquirirse ni desarrollarse sin ejercicio. En música, como en todas las cosas, la inactividad conduce, poco a poco, a la anquilosis, a la atrofia de las facultades. Así entendida, la música termina por ser una especie de estupefaciente, que, lejos de estimular el espíritu, lo paraliza y lo embrutece. De modo que el mismo agente que trata de infundir amor por la música, difundiéndola cada vez más, se encuentra a menudo con que aquellos a quienes quisiera despertar el interés y desarrollar el gusto pierden el apetito.”

Implícitamente, Stravinski defiende la autoformación musical como vía para poder apreciarla; estoy muy de acuerdo con él, que sea ocio no quiere decir que no se investigue sobre ello y esta idea debería aplicarse a otras artes, como literatura, pintura… esto, sin embargo, es algo de lo que se adolece cada vez más con las consecuencias funestas que todos conocemos.

Fantástico libro, accesible a pesar de que en algunos momentos resulte denso por su saber.

Los textos provienen de la traducción del francés de Eduardo Grau de “Poética Musical” de Ígor Stravinski para Acantilado.