Los beneficios de mi proyecto literario cada vez se hacen sentir más de diferentes maneras. Inicialmente solo pensé en lo evidente: leo grandes autores contemporáneos y clásicos con los que estoy seguro de disfrutar y, en la mayoría de los casos, observo los temas que tratan, veo su evolución en temas y estilo, estudio el contexto, etc…
Según voy avanzando en lecturas, sin embargo, está aumentando la lista;, he extendido las lecturas más allá de su traducción y, en muchos casos, como el de Joyce Carol Oates, estoy adquiriendo su ingente obra en inglés; de esta manera, en muchos casos voy a poder disfrutar en plenitud de su literatura. Lo que no había pensado hasta ahora era en la posibilidad de relacionarlos, y eso me lleva al post de hoy.
Las lecturas de “El guardián del vergel”, ópera prima de Cormac McCarthy, y de “Vida y época de Michael K”, otra de las joyas del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, han servido para darme cuenta de todo lo que tienen en común en cuanto a temas tratados y qué diferencias de estilo en su prosa a la hora de afrontarlos.
En particular me voy a centrar en el reflejo que hacen en su obra, lo que voy a llamar “Lo inhóspito”; ambos autores se caracterizan por mostrarnos la realidad “menos hospitalaria”, aquella que causa inseguridad al ser humano en todas sus vertientes; siendo la primera de ellas, la más evidente, la que tiene que ver con el lugar, con la localización en que ambientan sus obras. Esto se puede observar en los párrafos que voy a poner a continuación, en primer lugar en el caso de Cormac McCarthy y su guardián:
“Despertó antes de que empezara a llover. La brisa cada vez más fresca abanicó su cara y el sudor que le perlaba la frente. Se incorporó y se frotó la nuca. Dos sinsontes que hacían girándulas entre las ramas altas de los arces se quedaron quietos; y entonces, como sorprendidas ellas mismas en el calor verde dorado de la tarde, las primeras gotas de lluvia salpicaron oscuras el barro acumulado al pie de la casa. Una sombra plana ondeó sobre el patio, sobre la carretera, y trepó por el talud como si le hubiera entrado prisa; la lluvia arreció, medrando con el viento en la distancia y pintando de un verde plateado, casi amarillo, los árboles de junto al arroyo. El viejo observó la lluvia avanzar por los campos, la hierba que se agitaba, las piedras del camino que se volvían negras y después el lodo en el patio. Oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla.”
Que contrasta en estilo con la obra de Coetzee:
“La luna emergía difuminada entre las nubes cuando, a un kilómetro de la carretera principal, K se paró, ayudo a bajar a su madre, y se adentró en la espesa maleza de Port Jackson para buscar un refugio nocturno. En este submundo de raíces enmarañadas, tierra húmeda y sutiles olores putrefactos, ningún lugar parecía más protegido de los elementos que otro. Regresó junto al camino tiritando”.
La belleza de los dos párrafos es muy diferente, McCarthy escoge en esta obra (más adelante lo perfeccionará aún más) un barroquismo, por momentos exagerado, de un lirismo único (qué paradoja que retraté lo inhóspito mediante la exuberancia), no ahorra en adjetivos, en descripciones, en imágenes que nos sirvan para entender la situación y vivirlas sensorialmente (“oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla”) como si presenciáramos la escena. Por el contrario, Coetzee aboga por una economía de la descripción, por una aridez que va indisolublemente unida a cada frase que utiliza y que tiene que ver muchísimo con lo que está describiendo, es consonante con la ambientación; a pesar de dicha concreción, no deja de ser bella y en sus metáforas usa “sutil” con “olores putrefactos”, combinación poco habitual que imprime mucho carácter a la imagen; la sequedad del “regresó junto al camino tiritando” es simplemente sobrecogedora con el contexto usado.
El segundo nivel que ambos autores utilizan para definir “lo inhóspito” va unido a las personas, a los personajes que utilizan como representación de dicha cualidad, nuevamente utilizo primero al americano, y a continuación uso un texto del sudafricano:
“El viejo se detuvo para bajar por un trecho pizarroso hasta la garganta repleta de árboles partidos. El perro miró hacia abajo, levantó intrigado la vista hacia su amo, estudió una vez más la garganta y se alejó mientras el viejo cogía su bastón y seguía adelante. Uno de sus zapatos se había quedado casi sin suela y ahora renqueaba un poco, apoyándose en el otro zapato a fin de no malgastar el cordel con que la había sujetado.”
“Lo primero que advirtió la comadrona de Michael K cuando lo ayudó a salir del vientre de su madre y entrar en el mundo fue su labio leporino. El labio se enroscaba como un caracol, la aleta izquierda de la nariz estaba entreabierta. Le ocultó el niño a la madre durante un instante, abrió la boca diminuta con la punta de los dedos, y dio gracias al ver el paladar completo.”
El viejo, guardián observador de toda la trama en la novela de McCarthy, representa la fragilidad mediante la cojera y mediante el propio hecho de ser anciano, lo utiliza como personificación del paisaje; curiosamente, en el caso de Michael K tenemos un marginado desde el propio nacimiento, su labio leporino es una seña de esta identidad “borderline”, es el epítome de “lo inhóspito” desde su primer instante de vida; funcionan bien los dos personajes, pero es indudable que lo marginal de Michael K es mucho más efectivo y consigue el objetivo que subrayaré en el final; además, el hecho de que su apellido no sea mencionado, lo universaliza, en el caso del viejo sí sabemos que se trata de Arthur Ownby, una persona con nombre y apellidos, una particularización.
Ambos cumplen a la perfección su papel de inadaptados, de estar fuera de la sociedad vigente, uno es un ermitaño, el otro no para de buscar su lugar en el mundo, como podemos ver nuevamente en estos textos:
“El funcionario hizo un fugaz esfuerzo por comprender, luego lo descartó. Lo único que necesitamos, dijo, es cierta información.
El viejo le miró. ¿Usted es también policía?, preguntó.
No, dijo el funcionario. Represento a la oficina para asistencia social… me han encargado que venga a verle… por si podíamos ayudarle de alguna manera.
Pues lo dudo mucho, dijo el viejo. Soy lo que podríamos decir carne de presidio.”
“Estaba mejor en las montañas, pensó K. Estaba mejor en la granja, estaba mejor en la carretera. Estaba mejor en Ciudad del Cabo. Pensó en la caseta oscura y calurosa, en los desconocidos amontonados en las literas alrededor, en el aire lleno de burlas. Es como volver a la infancia, pensó: es como una pesadilla.”
Uno es “carne de presidio”; el otro vive la pesadilla de no encontrar su sitio desde la infancia; “lo inhóspito” que viven los dos personajes se convierte el reflejo de su falta de adaptación: están fuera de la sociedad.
Esta particularización le sirve a los dos autores para, al final, llevarla a la generalización; además de lo catártico que tiene de por sí para los lectores esta visión, el fin último es mostrar la disconformidad ante una sociedad excluyente que no soporta las personalidades que no se adapten a lo que tiene que estar establecido; son estos pobre luchadores, los que se enfrentan al orden inherente, los que no recuerdan que no todo es tan maravilloso como nos quieren hacer entender:
“Se han ido ya. Huidos, proscritos en la muerte o el exilio, perdidos, arruinados. Sobre la tierra, sol y viento regresan todavía para quemar o mecer los árboles, los pastos. Ningún avatar, ningún vástago, ningún vestigio queda de estas personas. En boca de la extraña raza que allí mora sus nombres son ahora mito, leyenda, polvo.”
“Tu estancia en el campamento no ha sido más que una alegoría, si conoces esta palabra. De manera escandalosa y ultrajante, esta alegoría revelaba (utilizando el lenguaje erudito) hasta que punto un significado puede alojarse en un sistema sin convertirse en parte de el. “
La alegoría a la que se refiere Coetzee es, precisamente, lo que acabo de comentar, y se refiere a ese sistema del que también hacía referencia y en el que no encaja de ninguna manera.
Dos formas, una más redonda que otra, pero igualmente válidas para reflejar “Lo inhóspito” y hacer que se “nos remuevan las entrañas” y seamos cada vez más conscientes de la realidad que nos rodea.
Los textos vienen de la traducción del inglés de Luís Murillo Fort de “El guardián del vergel” de Cormac McCarthy en Debolsillo y de Concha Manella para “Vida y época de Michael K” de John M. Coetzee en Debolsillo.