“El arte de la defensa” de Chad Harbach. Auge y caída del sueño americano

el arte de la defensaCon todo lo que lee uno, a veces algún libro se puede quedar en el tintero, gracias a la insistencia de un “personajillo vasco” (él sabe quién es) me acabé leyendo “El arte de la defensa”, primera novela del norteamericano Chad Harbach; lo curioso es que si hubiera caído en el año de la publicación habría estado en mi top particular del año porque lo merece, es una novela soberbia. Pero tiene un hándicap de cara al público lector en España: la trama principal que vertebra la novela tiene que ver con el béisbol,  deporte sin atractivo por estos lares; no en vano, autores como Philip Roth siguen sin ver traducidas al idioma de Cervantes “The great american novel” o, en el caso de Stephen King, “Blockade Billy”, con esta temática de fondo también, fue publicada directamente en bolsillo.

La historia no tiene nada de original, Mike Schwartz, un ojeador (y miembro) de un equipo de béisbol, está buscando un jugador con el que el equipo pueda subir al más alto nivel, y que esta mejora consiga su propia mejora personal:

“Toda su vida Schwartz había anhelado poseer un único talento supremo, un brillo singular que el mundo accediese a llamar genio. Ahora que había visto de cerca esa clase de talento, no podía dejarlo escapar.”

La aparición de Henry Skrimshander como ese jugador con talento es toda una paradoja en sí, ya que se trata de un jugador defensivo perfecto, muy alejado de los tipos lanzadores o bateadores que hemos visto en tantas películas del estilo:

“Lo que sabía hacer era defender. Se había pasado la vida estudiando cómo salía la pelota tras el impacto con el bate, los posibles ángulos y efectos, y por ello sabía con antelación si debía echar a correr hacia la derecha o la izquierda, si la bola se acercaba a él, en el rebote, saldría alta o casi a ras de suelo. Atrapaba la pelota limpiamente, siempre, y la devolvía con un lanzamiento perfecto, siempre.” 

A pesar de su aparente protagonismo, no falta una galería de secundarios maravillosamente caracterizados, empezando por el rector Affenlight, amante lector, especialmente de la obra de Melville:

“En su despacho del piso de arriba tenía su colección más variada de teoría y  narrativa de posguerra, junto con el puñado de libros verdaderamente valiosos que poseía: primeras ediciones de Walden, Un yanqui en la corte del rey Arturo y unas pocas novelas menores de Melville, además de El Libro. En el despacho había tantas estanterías  que solo quedaba espacio para un objeto artístico, un letrero en blanco y negro pintado a mano que Affenlight había encargado hacía años y que constituía uno de su bienes más preciados: AQUÍ NO SE PERMITE EL SUICIDIO, rezaba, NI SE PERMITE FUMAR EN EL SALÓN.”

Cada uno de los personajes ejemplifica, a su manera, el auge y caída del “sueño americano” en algún momento de la novela: el hombre hecho a sí mismo es la base de dicho sueño y esto se encarna no solo en el caso de Henry sino en el de Mike, epítome del triunfo continuo:

“Sin embargo, ese era precisamente el problema: él era Mike Schwartz. Todo el mundo esperaba que triunfase allá donde fuera, y por tanto el fracaso, aun el pasajero, había dejado de ser una opción. Nadie lo entendería, ni siquiera Henry. Henry menos que nadie. El mito que se hallaba en la base de su amistad –el mito de su propia infalibilidad- se haría añicos.”

Harbach, indudablemente, personificará en Henry el miedo a este fracaso, sobre todo cuando, inexplicablemente, empiece a fallar en sus recepciones y lanzamientos:

“En el lapso de quince entradas había realizado los cinco peores tiros de su etapa en Westish: el que alcanzó a Owen, los dos errores del primer partido de ese día y los dos torpes tiros del segundo partido. Los cinco se habían producido en jugadas rutinarias y de hecho casi idénticas: bolas bateadas con fuerza directamente hacia él poco más o menos, con lo que había tenido tiempo de sobra para afianzar los pies y localizar el guante de Rick antes de tirar. Jugas elementales, en las que no la pifiaba desde la adolescencia.”

Mike, en su relación con Pella (la hija de Affenlight) también se hará más consciente de esto sobre todo cuando se dé cuenta de sus propias incapacidades:

“Ella no entendía su vida. No era que él quisiese que todo fuera difícil, sino que realmente todo era difícil. Dinero aparte. Él no era listo de la misma manera que ella. Lo único que sabía hacer era motivar a los demás. Lo que en definitiva equivalía a nada. Manipulación, juegos de muñecos. ¿Qué no daría por tener un talento propio, un talento como el de Henry? Cualquier cosa. Lo daría todo. Los que no destacan en el campo, se dedican a entrenar.”

En boca de Schwartz es, sin embargo, en quien Chad Harbach mostrará la paradoja del deporte con respecto al hombre:

“Para Schwartz, eso constituía la paradoja presente en la esencia misma del béisbol, o del fútbol, o de cualquier otro deporte. Lo adorabas porque lo considerabas un arte: una actividad en apariencia sin sentido, llevada a cabo por personas con aptitudes especiales, una actividad que escapaba a todo intento de quienes pretendían definir su valor y sin embargo, de algún modo, parecía transmitir algo verdadero o incluso fundamental sobre la condición humana.”

“El béisbol es un arte, pero para destacar en él había que convertirse en una máquina. No importaba lo bien que jugaras a veces, lo que hicieses en tu mejor día, la cantidad de jugadas espectaculares que realizases. No eras un pintor o un escritor, no trabajabas en privado y desechabas los errores, y no eran solo tus obras maestras lo que contaba. Lo realmente importante, como ocurría con cualquier máquina, era la cantidad de veces que pudieras repetirlo. Los momentos de inspiración no eran nada comparados con la eliminación del error.”

La ambición de Harbach: mostrarnos el deporte como metáfora de la condición humana y la propia novela como reflejo del sueño americano; no se queda ahí, el primer fallo producido por un jugador de béisbol en 1973 se convierte en las manos del escritor en el catalizador de la la cultura posmoderna (al mismo tiempo con Pynchon y otras referencias literarias):

“En la imaginación del público, 1973 no podía haber sido un año más tenso: Watergate, el caso Roe contra Wade, la retirada de Vietnam,  El arco iris de la gravedad. ¿Fue también el año en que se extendió la parálisis prufrockiana, el año en que se introdujo en el béisbol? […] De hecho, eso podría llegar a ser una definición viable de toda la era posmoderna, una época en que incluso los deportistas fueron modernos angustiados.  Así, el período posmoderno norteamericano se inició en la primavera de 1973, cuando un lanzador llamado Steve Blass perdió la puntería.”

De fondo no falta la crítica a un sistema que no duda en favorecer a sus artífices, aunque ese mismo sistema  desencadene la desesperación de los que no viven imbuidos en él y no lo puedan afrontar, como es el caso del rector, que oculta su condición hasta que es chantajeado por ella:

“-No concibo que la hija de un ex-rector pague la matrícula en Westish College. Ni sus nietos ni los nietos de sus nietos. No es así como funciona el sistema.

El sistema. Affenlight asintió, se miró la corbata, levantó una mano trémula para alisársela innecesariamente.”

En una parte final cargada de épica y desesperación a partes iguales, solo el sacrificio conseguirá que “el sueño americano” pueda ser posible. Mike Schwartz se convertirá en el Ahab que les guiará en esa quimera:

“Schwartz recorrió el círculo con la mirada una vez más. Percibió algo más que seguridad, una sensación de que el partido ya podría haberse jugado. No sabía si él mismo estaba listo para jugar –tenía la mente en todas partes, insomne, dispersa y sentimental-, pero desde luego ellos sí lo estaban. Si él era el Ahab de esa operación, y ese torneo constituía el blanco de su obsesión, ellos eran la tripulación secreta del Fedallah.

-Tíos –dijo en voz baja, con sincero respeto-, dais miedo, cabronazos.

Nadie sonrió al oírlo, y menos aún rio; solo asintieron y salieron al campo.”

Excepcional ópera prima que muestra como nadie la sociedad norteamericana y, por extensión, en este caso, los anhelos del hombre. No puede quedar en el olvido. Aquí hay magia.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Isabel Ferrer de “El Arte de la Defensa” de Chad Harbach en Salamandra.

“Lohengrin” en el Teatro Real: Apoteosis coral

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Empiezo de una manera poco común, ya que suelen ser reseñados en último lugar casi siempre; pero me gustaría empezar hablando del coro, uno de los máximos artífices del éxito que se vivió en la función de ayer de Lohengrin en el Teatro Real. El reconocimiento del público y su entusiasmo fue unánime, hacía tiempo que no oía ovaciones y “bravos” como en esta ocasión. Y no fue para menos, el coro, en esta ópera de Wagner tiene un papel protagonista, es indispensable y está claro que lo solventaron de una manera magnífica; como cantante que es uno, sé lo difícil que es cantar Wagner, extremo por momentos, delicado en otros, pero sobre todo, exigente;  el coro Intermezzo, particularmente la sección de hombres, lo bordó, simplemente, cuánto equilibrio y empaste en voces tan sobresalientes individualmente. No hubo crispación a pesar de las dificultades y los textos se escucharon con una fantástica dicción alemana.

Fue una de esas noches en que ni la errática producción ni las dificultades de los cantantes podían ensombrecer un triunfo como el que se vivió. La puesta en escena de Hemleb rozó el esperpento por su sencillez y arbitrariedad. Sencillez porque la ambientó en una cueva, onmipresente durante cada acto; arbitrariedad porque había un monolito iluminado en el centro de la misma que aparecía y desaparecía sin ninguna función clara. El pobre iluminador por lo menos intento hacer algo más vivo lo estático de la situación. La dirección escénica se reducía a mover al coro de atrás a delante del escenario o hacer dar vueltas a Elsa o Telramund; una pena, pero por lo menos en esta ocasión no entorpecía lo visionado/escuchado y la mayoría del público no creo que ni se acuerde de él por el éxito de lo musical.

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Harmut Haenchen transmite mucha serenidad desde que coge la batuta iluminada en total oscuridad y hace que se desenvuelva esa joyita inconmensurable que compuso Wagner para la obertura; gesto claro, enérgico solo cuando es necesario; manejó muy bien las dinámicas para intentar equilibrar todo el conjunto especialmente en el difícil segundo acto; en el primero quizá se dejó se llevar consiguiendo un resultado demasiado ruidoso y un poco caótico; el tercer acto, más intimista por momentos, estuvo muy bien llevado. Encomiable el trabajo de la orquesta que, como el Coro, empieza a demostrar su categoría cada vez más y el resultado fue excelso, transmitiendo con toda su intensidad una obra mágica (a pesar de su pesimismo final) a un público que se rindió a la dirección musical de Haenchen y al trabajo orquestal.

En cuanto a los cantantes, cumplieron; no podemos hablar de interpretaciones para la historia, pero, en el conjunto, no desentonaron ni restaron un ápice al disfrute masivo que se produjo a pesar de ciertas limitaciones evidentes. Ventris escogió una manera muy heroica de interpretar a Lohengrin, no creo que sea lo más acertado, las mejores interpretaciones han sido más líricas como es el caso de Konya, Windgassen o Jess Thomas; pero hay que reconocer que dio las notas aunque no matizó lo deseable, su “In fernem land..” no tuvo enjundia, resultó tosco y sin contrastes, y en el último acto rozó el grito por momentos al ir reduciéndose su caudal; aun así el primero y segundo actos, a su manera, funcionaron. Esperaba más del trabajo de Catherine Naglestad, Elsa no es un papel difícil por tesitura, es un caramelo para cualquier soprano y, aunque parezca mentira, abusó con frecuencia del portamento para coger algunas notas y otras, directamente, salieron caladas; su interpretación olvidó la inocencia de Elsa para mostrarnos una atormentada protagonista rozando la locura, su timbre no es demasiado limpio y virginal para el contraste con Ortrud; Thomas Johannes Mayer afrontó al maléfico Telramund  con mucha fuerza , atacando con potencia los agudos aunque su voz adolece de una oscuridad que sería deseable en la configuración de este papel (siempre recuerdo a Uhde en estas ocasiones), pero hay que reconocer que se mostró seguro y no perdió la voz en ningún momento en este barítono tan particularmente wagneriano. Lo de Polaski, a su edad, no tiene mucho sentido; su voz no puede cantar Ortrud, sin más, el vibrato (que se fue haciendo cada vez más acusado) está desde la primera nota de su actuación; el último acto fue un desfile de gritos desentonados sin ningún sentido; el público agradeció su perversa actuación pero vocalmente es un desastre que no debía haber ocurrido. Hawlata, veterano ya también en estos menesteres, no puede tampoco con su papel del rey Heinrich, su voz disminuyó cada vez más, ni siquiera en el primer acto estuvo bien, noble en la media voz, escaso de medios para los agudos.  Muy bien el Heraldo de Anders Larsson, con una voz hermosa, sin desfallecer en ninguna de sus actuaciones y una buena línea de canto.

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Como ya dije anteriormente, estos pequeños detalles que he ido citando no disminuyeron el brillo de un verdadero triunfo musical, una de esas veladas en las que todos los espectadores salieron con una sonrisa en la cara. Lástima que Mortier no pudiera verlo en esta ocasión pero ese es el mayor homenaje que se le puede hacer: disfrutar de la música.

Publicado inicialmente en Ópera World aquí.

Fotos de Javier del Real para el Teatro Real.

Las lecturas de Marzo del 2014. Cogiendo “carrerilla”….

El subtítulo que he puesto a este habitual resumen que hago de las lecturas del mes anterior no puede ser más explícito. Tengo que reconocer que este mes se ha caracterizado por coger una velocidad de crucero lectora bastante interesante, que me ha permitido alternar lecturas de todos los tipos posibles por géneros, nacionalidades, etc…; hay un par de peros que sí podría poner: me ha faltado alguna lectura en inglés y mi proyecto ha avanzado poco, sinceramente. No tengo que dejar en el mes de abril que las novedades me “coman” todo el espacio lector.

Me enrollo sin necesidad, a continuación el pequeño resumen de las lecturas; ya sabéis que pinchando en muchas de ellas tenéis reseña completa en el blog o Goodreads. Hay algún caso en el que no he hecho la reseña.

“El último guardián” de Eoin Colfer, la octava entrega del irlandés me reconcilia nuevamente con la saga; una aventura que puede que sea la última del protagonista pero nunca se sabe… lo lleva diciendo ya durante mucho tiempo.

“El joven Moriarty. El misterio del dodo” de Sofía Rhei,  novela juvenil con muy buenas ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera que hará las delicias de dicho público. Para los adultos quedarán los guiños al archiconocido enemigo de Sherlock Holmes ofreciendo otro nivel de lectura

“Jagannath” de Karin Tidbeck, otra de esas apuestas que ensalzan a Nevsky Prospects; esta recopilación de cuentos donde lo fantástico se entremezcla con la realidad auguran un buen camino para una autora muy diferente y que hay que leer ya.

“Deudas y dolores” de Philip Roth, la segunda novela del maestro norteamericano es toda una declaración de intenciones de su literatura posterior. Una obra densa y con múltiples interpretaciones y lecturas.

“El regreso de Titmuss” de John Mortimer, la segunda de la saga de novelas ambientada en los tiempos del gobierno de Margaret Thatcher, nos vuelve a traer a los inolvidables personajes de “Un paraíso inalcanzable” ,con suerte irregular (pero con), un buen libro.

“Un zombi ilustrado y otras anomalías” de Freddy Arteaga Canessa, los primeros relatos de Freddy suponen toda una sorpresa por su juventud en el momento de realizarlos. Para que luego digan que no se conoce a gente interesante por las redes sociales.

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown, por fin la reedición de una de esas obras geniales de la novela policíaca; qué mezcla más mágica entre sueño y realidad que, en efecto, no solo trasciende el género sino la ficción en sí.

“Nuestra señora de París. Vol. 1.” de Víctor Hugo con ilustraciones de Benjamin Lacombe, el maravilloso de texto de Víctor Hugo esta vez acompañado de los dibujines del francés; buena simbiosis entre ambos.

“Jugadores” de Don Delillo, cierto que no es la mejor novela de Delillo, pero por sumergirse uno en esa prosa tan alejada de los lugares comunes, bien vale el tiempo gastado en ella.

“Historia estúpida de la literatura” de Enrique Gallud Jardiel, me tenía que haber gustado más, estaba seguro pero… algo no funcionó y no conecté… a veces pasan estas cosas.

“Las dos señoras Abbott” de D.E. Stevenson, el tercer libro de la saga de la señorita Buncle resulta esperanzador y nuevamente divertido, está claro que seguiré con la compra de los libros de Stevenson, el exquisito costumbrismo británico.

“El hombre que arreglaba las bicicletas” de Ángel Gil Cheza, este hombre hecho a sí mismo pega el salto a una editorial grande tras su paso por la autoedición con una historia donde los sentimientos afloran por doquier en el trío de mujeres protagonistas, con un giro final que guarda sorpresas para el lector.

“La nariz de un notario” de Edmond About, una de esas pequeñas delicias que no llamarán atención por el tamaño pero siempre he dicho que las esencias vienen en frascos pequeños. Una estupenda propuesta de la editorial Ginger Ape.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin, este sí que no baja el pistón en ningún momento, tercer libro del detective Gervase Fen y, como de costumbre, un disfrute.

“Confusión de sentimientos” de Stefan Zweig, el austríaco nos mostró en este caso una historia llena de lirismo intimista.

“La ciudad de N” de Leonid Dobychin, la única novela del olvidado escritor ruso recuperada por obra y gracia de Nevsky, una gran muestra del puntillismo ruso.

“Muerto el perro” de Carlos Salem, el argentino vuelve a la novela negra en plena forma con una historia “de” y “para mujeres” pero que gustará  a todo el mundo.

“Lemony Snicket 2: ¿Cuándo la vio por última vez?” de Lemony Snicket, ¿quién dijo que no se podían hacer novelas de detectives inteligentes para jóvenes? Esta saga de Lemony Snicket con las ilustraciones de Seth es un ejemplo más que digno de ello.

“Nuestra señora de París. Vol. 2.” de Víctor Hugo nuevamente con ilustraciones de Benjamin Lacombe, volumen que recoge el final de la estupenda y amarga obra de Víctor Hugo, más disfrutable aún con el trabajo de Lacombe, ya que sus ilustraciones refuerzan el texto.

No pueden faltar, tras este resumen, las adquisiciones del mes que podéis ver en la siguiente foto.

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Aunque en Marzo lo tuve más claro, no sé, sin embargo, cuáles van a ser las lecturas de abril; va a depender mucho de lo que me venga a la cabeza. Lo que sí está claro es que el “tochazo” del mes va a ser “El jilguero” de Donna Tartt; a partir de ahí, el único que tengo claro es el nuevo libro de McClure “Piel de serpiente”, el sudafricano es imprescindible.

Veremos lo que sucede, un poco de incertidumbre lectora es buena también, no se puede ser tan programático.

“Jugadores” de Don Delillo. La obsesión de Delillo por reflejar la época en la que vivimos.

jugadoresLa tormenta lectora que tuve el mes anterior ha tenido sus consecuencias; una de ellas ha sido el retraso “ad infinitum” de algunas reseñas, en particular de este “Jugadores” de Don Delillo, alentado indudablemente por el hecho de no ser precisamente una de las obras fundamentales del autor. Aun así, no quería dejar pasar el momento de comentar alguna de las ideas más interesantes que aparecen:

1º El zapping televisivo como elemento de alienación primordial de nuestra sociedad; resaltando el carácter alucinógeno-repetitivo de lo que vemos en ella y cómo influencia nuestra manera de percibir el tiempo:

“Lyle pasaba el tiempo viendo la televisión. Sentado en la penumbra a poco más de medio metro de la pantalla, cambiaba de canal cada medio minuto poco más o menos, a veces con frecuencia mucho más alta. No buscaba algo que pudiera suscitar y mantener su interés. No se trataba de eso. Simplemente disfrutaba con el destello de cada nueva imagen. Exploraba el contenido solo hasta cierto punto. El deleite entre táctil y visual que le procuraba cambiar de canales era aún mayor, y transformaba incluso los momentáneos contenidos aparecidos al azar en plácidas abstracciones territoriales. Ver televisión era para Lyle una disciplina como las matemáticas o el zen. Los anuncios, los cortes de emisión, los programas en español daban de sí mucho más, por norma, que la programación al uso. La naturaleza reiterativa de los anuncios le interesaba. Ver muchas veces idénticas secuencias era una prueba de fuego para sus recursos oculares, para su capacidad de seleccionar, de fraccionar el tiempo y subdividir cada instante. Rara vez ponía el sonido.”

2º La percepción (ya manifiesta en la década de 1970) de que nuestro ombliguismo nos aisla cada día más de un mundo construido en una continua negación:

“-¿De qué me estás hablando? –dijo Lyle.

-Del mundo exterior.

-Ah, ¿todavía sigue ahí? Creí que lo habíamos negado con absoluta eficacia. Creí que ese era el resultado final.”

3º El sexo puede ser descrito sin abusar de los lugares comunes; Gaddis, Pynchon… y ahora Delillo, se unen a este selecto club:

“Conocían las imágenes cambiantes de la similitud física. Era un vínculo tácito, parte de su conciencia compartida, el silencio minado entre personas que viven juntas. Acurrucado cada cual en las extremidades y siluetas del otro, parecían repetibles, células hijas de alguna división muy precisa. Sus lenguas derivaron sobre carne más húmeda. Este presentimiento de lo húmedo, una intuición de la naturaleza sumergida, fue lo que puso a cien uno con otro, a mordiscos, a arañazos de ansia. A él le supo a vinagre el pelo alborotado de ella. Se separaron un momento, se tocaron desde una distancia calculada, se sondearon introspectivamente, un intercambio complejo. Él se levantó de la cama para apagar el aire acondicionado y subir la ventana.  La velada se había recargado de fragancias. Atronaba encima de ellos. Lo mejor del verano eran esas tormentas que llenan una habitación, casi medicinalmente, de climatología, de luz variable.”

“Jugadores” es uno de los mejores ejemplos de presagio del terrorismo y, en particular, de los atentados del 11S sin habérselo propuesto; la fuerza de las metáfora del World Trade Center que usa Delillo refuerzan lo ocurrido posteriormente y su importancia:

“En la planta 83 de la torre norte, Pammy se las ingenió para pasar el tiempo ideando una pregunta que formular a Ethan Segal. Si los ascensores del World Trade Center eran sitios, tal como ella creía que lo eran, y si los vestíbulos eran meros espacios, como ella también creía, ¿qué era entonces el World Trade Center en sí? ¿Una condición, un acontecimiento, un suceso físico, una circunstancia existente y dada de antemano, una presencia, un estado, un conjunto de invariables?”

5º La importancia de la tecnología, fundamentada en lo electrónico, como verdadero sostén de una realidad deshumanizada.

“-Reciben amenazas. Están al tanto. Hay vigilantes a cada paso. Pero matar a alguien en el parqué… Nos vino dado. Sabíamos que algo íbamos a hacer. Rafael quería trastocar ese sistema, la idea del dinero mundial. Ese es el sistema que, según creemos, encierra su poder secreto. Es algo que flota sobre el parqué. Corrientes de vida invisible. Ese es el centro de su existencia. El sistema electrónico. Las olas, las cargas de uno u otro signo. Los números verdes en la pantalla. Eso es lo que mi hermano llama su manera de continuar, de seguir a pesar de la carne podrida, su prueba más íntima de la inmortalidad. No es por el grueso de ese dinero, tantísimo dinero, una montonera de dinero. Es el sistema en sí, la corriente.”

6º La realidad fragmentada es la que nos da estabilidad; esta descomposición en partes con sentido da sentido a una realidad caótica:

“Le resumió lo ocurrido en frases cortas, meros enunciados. Pareció  servir de ayuda el descomponer la historia en segmentos coherentes. Suavizó el tormento surreal, la sensación de aberración. Oír la secuencia reafirmada de manera inteligible le supo en ese momento a algo más que a mero consuelo. Le aportó un punto focal, un punto diferenciado y nítido, en el que las cosas concebiblemente pudieran desvanecerse al cabo de un rato, caos y divergencias, enemigos de Dios.”

7º La poca fiabilidad del lenguaje como transmisor de ideas:

“Caminó bajo una marquesina de un albergue para vagabundos. Decía: TRANSITORIOS. Algo en esa palabra la confundió. Adquiría una tonalidad abstracta, como sucedía con las palabras en su experiencia (aunque no a menudo), si subsistían en su mente en calidad de unidades de lenguaje que misteriosamente se habían evadido de toda responsabilidad. Trans-isterias. Lo que transmitía no podía traducirse en palabras. El valor funcional se había deslizado fuera de la corteza, se había volatilizado.”

Me han salido más cosas de las que me esperaba… Quizá no estaba tan mal el libro.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Miguel Martínez Lage de “Jugadores” de Don Delillo en Seix Barral.

“Lemony Snicket 2: ¿Cuándo la vio por última vez?” de Lemony Snicket. Detectives para niños.

lemony-snicket-2cuando-la-vio-por-ultima-vez-9788424651732“Un pueblo, una estatua y una persona secuestrada. Cuando estaba en el pueblo, me contrataron para rescatar a esa persona, y pensé que la estatua había desaparecido para siempre. Tenía casi trece años y me equivoqué. Me equivoqué en todo. Debería haberme preguntado cómo podía estar una persona desaparecida en dos lugares a la vez. Pero me hice la pregunta equivocada. Cuatro preguntas equivocadas más o menos. Y en estas páginas relato la segunda.”

De esta guisa comienza este segundo libro de la saga “Preguntas equivocadas” del escritor Lemony Snicket (a.k.a. Daniel Handler); con la segunda pregunta equivocada, lo cual nos lleva a que, probablemente la saga tenga, al menos, cuatro entregas; esto, desde luego, es una suerte, habida cuenta de cómo la está llevando. Si en el primer volumen se dedica a presentar los personajes con una subtrama policíaca como línea principal y en un segundo nivel una trama general; en este volumen se dedica a presentarnos otra subtrama principal que le sirve, como en el anterior, para profundizar en la trama de fondo que está llevando en todos los volúmenes, relacionada con el genio criminal Hangfire.

Lo mejor: coge todos los personajes del anterior y empieza a evolucionarlos cada vez más, utilizando sus virtudes y llevándolas al máximo; un simple comentario de la periodista Moxie sirve para mostrarnos los pensamientos de un Lemony que va madurando desde sus escasos trece años:

“-Está bien saber quiénes son los buenos y los malos -continuó Moxie, pero yo negué con la cabeza. Se suele decir que las personas hacen cosas porque son buenas o malas, pero en mi experiencia eso no funciona así. Ellington Feint, por ejemplo, había mentido y robado, pero no porque fuese una persona malvada. Ella era buena persona, forzada a hacer cosas malas para liberar a su padre de las garras de Hangfire. Mi hermana, por poner otro ejemplo, era sin duda una buena persona, pero pronto cometería un delito con una de las piezas del museo.”

Buena prueba de la evolución positiva y necesaria de los personajes es el uso de “lo cómico” a través de la mentora de Lemony y de los policías: los Mitchum y su hijo, contrapunto de humor que nos sacan más de una carcajada de lo más saludable:

“Harvey y Mimi Mitchum estaban discutiendo como siempre, y Stew lucía su habitual sonrisa retorcida.

-Pensaba que te habías ido, Caramelito de Limón -me dijo-. En Stain’d-by-the-sea no hay sitio para los idiotas.

-¿En serio?-dije-. He oído que consiguen trabajo haciendo de sirena de policía.” 

Lemony adquiere cada vez más carisma, no exento de momentos divertidos que no ocultan la seriedad de un personaje cada vez más consciente de lo difícil que es avanzar:

“Le prometí la fórmula de una tinta invisible que funcionase verdaderamente a cambio de un encuentro con Hangfire. Es un buen plan Sr. Snicket.

-Seguro -dije-, más o menos como hacer malabares con dinamita, o darle una patada a un oso polar.

-No digas necedades.

-La necedad es intentar engañar a un criminal con algo tan simple.”

De hecho Snicket sabe que cualquier persona es susceptible de hacer el mal si llega la situación adecuada:

“-Mi padre nunca haría algo terrible.

No contesté. No le conocía. Me parecía que todo adulto termina haciendo algo terrible tarde o temprano. Y todos los chicos, pensé, tarde o temprano acaban siendo adultos. “

En esta situación, agravada por la trama familiar que continúa desde el primer libro, nuestro protagonista sabe que las cosas son muy difíciles y que no está seguro de nada a su edad, lo que sí tiene claro, como su compañero Widdershins, es que está aprendiendo cada día:

“-Apenas estoy seguro ya de nada, Widdershins -dije con un suspiro.

Widdershins volvió a asentir por última vez.

-Eso suena a aprendizaje -dijo-. Ninguno de nosotros está seguro de nada.”

La trama se resuelve tan satisfactoriamente como en el anterior volumen y nos deja con más ganas de seguir sus aventuras; las ilustraciones de Seth son, nuevamente, una perfecta muestra de cómo los dibujos pueden tener tal simbiosis con el texto. La edición de La Galera es, sencillamente, excepcional, para no perdérselo. Una novela que, como ya dije, tiene los suficientes ingredientes para que guste a niños y adultos, en diferentes niveles. Lo que sí es claro es que, aunque puede leerse como una aventura única, es mejor leerla después del que ya comenté por aquí, porque Handler utiliza elementos de aquél y los va introduciendo en pequeñas dosis cuando hace falta en este.

Lástima que haya que esperar al siguiente para ver cómo se sigue desarrollando la historia; eso sí, en mí van a volver a tener a un comprador fijo.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Pepa Devesa Seva de “Lemony Snicket 2: ¿Cuándo la vio por última vez”  de Lemony Snicket en Ediciones La galera.

“Ciudad de N” de Leonid Dobychin. Puntillismo y Costumbrismo ruso.

ciudad-de-n-840122En el fantástico postfacio de James Womack quedan muy claras, una vez leída la novela, las claves de “Ciudad de N”, única novela del desconocido autor ruso Leonid Dobychin (1894-1936), tanto en temática como en el estilo:

“Para Dobychin la situación es algo distinta: no se trata de que se viera excluido de la sociedad que quería narrar, sino de que dicha sociedad había sido destruida. Y ahí es donde cobra sentido entender La ciudad de N como una obra satírica. 

El narrador de Dobychin toma como su modelo, de forma accidental, la amoral Ciudad de N, el lugar en que se desarrolla la mayor parte de la novela de Gógol Almas muertas. Con su elección está haciendo hincapié en lo sencillo que es cometer el error de leer a Gógol como un escritor realista, que su sátira no era más que la simple y llana descripción de cómo es Rusia, y como será por siempre. En lugar de adoptar la línea soviética de que nuestros esfuerzos de hoy nos conducirán al futuro glorioso de mañana, Dobychin insiste en que nada cambia.” 

En primer lugar la atemporalidad y apoliticidad de la obra en sí, Dobychin juega con esta idea mostrándonos una Rusia destruida pero que no evoluciona; más bien, nos hace conscientes de esta falta de evolución.  Es por ello que, más allá de mostrarnos un relato realista, es, sin embargo, la sátira la que impregna cada palabra contenida en ella. Lo bueno de esta visión es que nunca pierde vigencia, la vuelve inmortal por su planteamiento.

En cuanto a la forma de hacerlo, la metáfora pictórica que nos comenta James es sumamente clarificadora y entronca, por extensión, en la creación de un cuadro costumbrista ruso:

“La comparación más obvia es con la pintura: La ciudad de N es una pieza de puntillismo literario, entendido como la técnica literaria en la cual minúsculos, “puros” detalles, equivalentes a los puntos de color utilizados por artistas como Seurat o Signac, van componiendo una imagen mayor. Después de leer la Ciudad de N, y sobre todo después de releerla, el lector siente que se le ha entregado un tapiz completo de una sociedad en su totalidad, con sus costumbres y sus creencias, sus hábitos y en cierta medida sus esperanzas, en el espacio de menos de doscientas páginas. Una imagen que puede mirarse infinitas veces sin que se vuelva obsoleta.”

Dicho puntillismo es fiel a los pequeños detalles que componen una imagen mayor, una imagen que engloba incluso pequeñas salidas hacia el exterior:

“Volvieron a venir visitas a nuestra casa. Las damas se interesaban por el conde y preguntaban por su apariencia. Los señores jugaban al vint. Barbicanos todos, conversaban sobre la creación en Estados Unidos de una máquina parlante y decían también que la iluminación eléctrica debía ser perjudicial para la vista.”

Pero estas pequeñas salidas no nos desvían de lo que Leonid considera más importante: el relato de las costumbres del pueblo ruso; todo ello a través de la figura del protagonista que representa al protagonista de un típico relato de formación y que irá creciendo según los acontecimientos se vayan sucediendo:

“La Navidad pasó volando. El número extraordinario del periódico Dvina informaba de que Japón nos había atacado. Los servicios eclesiásticos se volvieron aún más largos. Cuando terminaba la misa, comenzaba una plegaria “por la concesión de la victoria”. En la vitrina de L. Kusman aparecieron las Cartas abiertas patrióticas. Serge comenzó a recortar del Nueva Era fotografías de acorazados y portaviones y a pegarlas en su cuaderno de apuntes en sucio. Maman y yo una vez visitamos a los Karmánov. Las damas hablaron de que ahora en la guerra ya no se utilizaba la hila y las mujeres nobles ya no se juntaban para picarla.”

Lo construirá mediante la pérdida, mediante la negación, su incapacidad de decirle lo que siente a un amigo:

“Los Karmánov tomaron asiento en el vagón. El tren se puso en marcha. Nosotros agitamos la mano tras él. “Serge, Serge, ah, Serge… ¿me recordarás como yo te recordaré a ti?”, no llegué yo a decirle.”

No deja de ser curioso que la nostalgia, ese enemigo del raciocinio, se convierta en un síntoma de hacerse mayor; el recuerdo como un elemento de “madurez”, de pérdida de la inocencia:

“Serge, escribía yo durante las clases en hojas arrancadas del cuaderno, “me he dado cuenta de que me estoy haciendo como los mayores. A veces ya recuerdo momentos de mi infancia. Me parece que los demás también lo notan. Por ejemplo, nuestra cocinera Eugenia, cuando maman no está, parece cada vez más interesada en venir a mi habitación y charlar conmigo.”

Por todas estas características, la obra se caracteriza igualmente por una ambigüedad latente, que redunda en las posibles interpretaciones que se le pueden dar a varios momentos; por si fuera poco, en el final, el protagonista se da cuenta de que necesita gafas, que hasta ese momento todo lo había visto de una manera errónea:

“-Espera –dije, admirado. Tomé los quevedos de su nariz y me los puse. Ese mismo día fui al oftalmólogo y me puse cristales en la nariz.

Ahora veía con claridad los rostros en la calle, leía los números en los drozhki de cocheros y en los letreros al otro lado de la calle. Veía todas las hojas de los árboles. Miré la vitrina de la tienda de loza y vi lo que había en las estanterías de dentro. Vi doce platos colocados en fila con dibujos de judíos en harapos y la nota “concedidos a crédito”. […]

Cuando oscureció aquella tarde vi que había muchas estrellas y que tenían rayos. Me paré a pensar que todo lo que había visto hasta entonces lo había visto mal.”

Esto es un aviso no solo para el narrador, sino para nosotros, lectores de la obra del ruso; posiblemente sea necesario que la leamos de nuevo, posiblemente encontremos otros detalles, otros puntos de vista inherentes en su interior.

Me encanta descubrir la literatura rusa con lo que está publicando Nevsky, no solo por la lectura en sí, sino por todo lo periférico a ella; sobre todo con obras como esta pequeña maravilla de Leonid Dobychin.

Los textos vienen de la traducción del ruso de Inés Goñi Alonso de “Ciudad de N” de Leonid Dobychin.

“Muerto el perro” de Carlos Salem. La mujer es la verdadera protagonista

muerto-el-perroTras haber leído unos cuantos libros del argentino Carlos Salem, empezar las páginas de “Muerto el perro”, su último libro publicado por Navona en su sello negro, me demuestran dos hechos fundamentales: el estilo es muy personal, reconocible por una serie de rasgos distintivos que comentaré a continuación; el segundo hecho es que está en perfecta forma y vuelve a la senda de sus primeras novelas policíacas.

Quien no haya leído al autor, ¿qué puede encontrarse? Yo mismo contesto: una sabia mezcla en la que confluyen el buen humor, el sexo en su vertiente más sensual, una trama policíaca negra que nos guarda siempre un giro final sorprendente y, en esta ocasión, la potencia de un personaje central femenino que se convierte en paradigma de la eterna lucha de la mujer contra el sempiterno patriarcado que la oprime.

Piedad de la Viuda, con ese nombre, es la protagonista de la que hablo; una mujer que se dará cuenta, a la muerte de su marido, de que todo no pintaba de rosa: la mentía con frecuencia, la dejó una empresa en bancarrota, etc… La beata y comedida Piedad, aficionada a la utilización de refranes en cualquier momento, representará su situación de una manera muy gráfica:

“No sé los boleros. Pero los refranes, a veces mienten.

Uno de los de papá afirma que: “muerto el perro, se acabó la rabia”.

Y el perro ha muerto.

Pero una voz dentro de mí me dice que la rabia acaba de empezar.”

Esa rabia irá en aumento según avance el libro y pasen las páginas sin que casi ni nos demos cuenta, se producirá una brecha en su identidad, la situación la obligará a que su parte más salvaje (o eso cree ella) salga cada vez más a relucir, esa “Otra” representa su lado oculto, el que ha estado más cohibido a lo largo de los años; lo terrorífico para ella será darse cuenta de que, en realidad, este lado no es tan peligroso, sino que ella misma es la que está evolucionando más allá, en una escalada de violencia:

“Que lo mataste, Piedad. No fui yo, fuiste tú. Lo mataste sin una sola vacilación, y con un crucifijo. Por eso calle y volví a esconderme. Porque tuve miedo de ti.”

Afortunadamente esta evolución no se producirá únicamente en este incremento exponencial de la violencia, sino que, al mismo tiempo, se producirá una progresiva desinhibición de todo lo que no sacaba por darle miedo, que le hará brillar con luz propia:

“Busco en mi flamante teléfono hasta dar con un hotel de cuatro estrellas que no quede demasiado cerca de las calles más transitadas. Hago una reserva para dos personas a mi nombre, que pago con la tarjeta de crédito, y cuando acabo las gestiones, Svetlana me mira con admiración. Lo curioso es que la Otra, dentro de mi cabeza, me mira de un modo parecido. “Sabía que si te daban un buen revolcón acabarías espabilando, Piedad, me dice. Pero no pensaba que tanto.”

Camino orgullosa, fingiendo por dentro y por fuera una seguridad que estoy lejos de sentir. Ellas confunden con una llama lo que es el vacilante destello de una vela que el viento de la realidad apagará en cualquier momento. Pero por ahora, me ilumina.”

Salem, a la búsqueda siempre de la mejor imagen que nos refleje la situación, no duda en buscar metáforas operísticas que vuelven lo sexual en algo sensual y divertido a un tiempo, no me resisto a poner un ejemplo de esto como es el siguiente párrafo, una verdadera muestra del buen hacer del argentino:

“Ya no. Ya no más cantos gregorianos que mueren en el primer compás.

Esta noche seguiré cantando ópera con cada poro de mi piel como si fuera un sexo o una garganta que recibe todo y todo lo da. Esta noche soy María Callas, cantando el aria de su vida para un solo espectador que no puede evitar aplaudir en mitad de la función. Y aunque le deba tanto a Ricardo, ese espectador soy yo.

Él acaba de entrar al dormitorio. Me ve desnuda y famélica y prima dona de esta gala.

Se levanta el telón. Y en su cuerpo, se levanta algo más.”

La trama está llevada de manera muy satisfactoria y, como ya avancé, nos guarda sorpresas en su parte final, consiguiendo que el resultado definitivo sea más que recomendable. Quizá no sea “Matar y guardar la ropa” (para mí, sigue siendo su obra más redonda) pero, indudablemente, es una novela negra que nos trae de nuevo al mejor Salem tras el irregular “Un jamón de calibre 45”.

Como último apunte, es mi percepción, debería leerlo una mujer para confirmarlo, pero me da la impresión de que Salem sabe escribir y reflejar bien el carácter de la mujer protagonista; y esto, no tan sencillo de realizar por la mayoría de escritores, le puede traer un público eminentemente femenino, sin descuidar al masculino, claro. Creo que es una virtud difícil de encontrar, aunque puedo estar equivocado. Nunca se sabe.

“Deudas y Dolores” de Philip Roth. El final de un camino es el comienzo de otro.

P86631A.jpg“Deudas y Dolores” sí que puede ser considerada la primera novela de Philip Roth; al fin y al cabo, “Goodbye Columbus” era una antología de historias cortas, y nos encontramos ya con varios de los temas que continuarán durante toda su obra; lo curioso es que, para ser  una novela que escribió en 1962, demuestra ser una obra madura y un buen exponente del gran Roth, del coloso de las letras norteamericano.

Ambientada en los años 50 en EE.UU., Roth escoge como gran protagonista y narrador a Gabe Wallach; aunque cambie de punto de vista y focalización en otras ocasiones para representar la vida de Paul y Libby o de Martha Reganhart, el verdadero eje y observador es Gabe que le sirve para representar en todo su esplendor una época difícil, sobre todo, por las patentes restricciones de tipo social.

En Wallach Roth epitomiza la lucha interior del intelecto y lo sentimental; el libro se abre precisamente por una carta que le ha dejado escrita su madre recién fallecida y que dará un vuelco completo a la percepción que tenía de su vida hasta entonces:

“La muerte lo trastornó todo. Cuando murió mi madre en 1952, resultó evidente que por aquel entonces no se consagraba menos a ayudar a mi padre, para que mantuviera su equilibrio en el mundo, de lo que lo hiciera en 1942; que él no pudiera mantenerse en equilibrio por sí solo había sido la causa de gran parte de la aflicción que ella prefería no exteriorizar. Inmediatamente después de su muerte, culpé a mi padre de haber sido indigno de ella. Pero entonces recibí su carta y, pese a lo desolado que me sentía, pese a lo sobrecogido que estaba por las circunstancias en que la escribió, la confesión que contenía me obligó a aceptar una verdad que yo mismo me había negado a ver. Mi madre había sido una persona tan atractiva que me había resultado difícil juzgarla mientras vivía, pero, una vez muerta, llegó a parecerme una especie de mala de la película, y cuando abandoné el ejército estaba dispuesto a creer que era ella quien había arruinado la vida de mi padre.”

De pensar que su padre era una persona indeseable todo se volverá del revés, demostrando que su madre era la que había en realidad arruinado sus vidas;  se refugiará entonces, abandonando lo intelectual, en una vida más sentimental; Gabe representa claramente la confusión de no saber cuál es su verdadera identidad, un desbalanceo que le hará cometer errores y que se desarrollará según pasen las páginas:

“Cree ser mejor de lo que cuanto ha hecho en la vida le ha enseñado a ser. A menudo, cuando se separa de amigos y conocidos, sospecha que su comportamiento ha sido reprobable; lo que haya sucedido o no, en realidad, altera muy poco su actitud hacia sí mismo. Sufre el malestar de muchos hombres jóvenes saludables pero vulgares: no sabe muy bien qué hacer consigo mismo. Aunque también está sujeto a sufrir depresiones, pesadillas y melancolía, no puede disfrutar a fondo de nada de eso (y por lo tanto percibe su auténtico y trágico valor), debido a una duda insistente: piensa que es muy afortunado y debería estar agradecido y callarse.”

Teniendo en cuenta las acusaciones de misoginia que ha recibido frecuentemente a lo largo de su carrera literaria sorprende bastante encontrar tres mujeres tan poderosas y con  tanta personalidad en sus páginas; por un lado tenemos el caso de Martha Reganhart que se convertirá en la pareja de Gabe y con la que se establece un conflicto de clase, ya que es una divorciada  que intenta sacar a sus hijos adelante y que no ha gozado de una vida que ella consideraría “normal”:

“Al principio su inmovilidad se debía tan solo que deseaba volver a Hildreth’s y tomar una última taza de café. Pero entonces reparó en que quería que él se llevara a sus hijos, pero no solo al otro lado de la calle, sino tan lejos como le viniera en gana. Quería que los tres siguieran caminando y desaparecieran de su vida. Quería ser tan insensata como una universitaria de segundo curso. Quería tener una cita con alguien que se la llevara en el coche de su padre. Lo que deseaba era recuperar aquellos años desaparecidos. Jamás había gozado del sencillo placer de sentirse como una veinteañera. Un día había tenido diecinueve años; al día siguiente tendría treinta. Por un momento quiso que el tiempo se detuviera.”

Martha, que tuvo que madurar demasiado rápidamente, no busca más que alguien que la haga sentir especial, debido al bagaje que ha tenido que soportar; de ahí que le diga a Gabe:

“-No se trata de matrimonio ¿sabes? No tienes que pensar en eso… nadie ha de casarse conmigo. ¿Comprendes? Nadie ha tenido jamás que sentir la obligación de casarse conmigo. Por favor, no te preocupes por mis pequeños, no hay ningún problema con ellos. Solo yo debo preocuparme por ellos. Nadie tiene que quitármelos de las manos, Gabe. No necesito un marido, cariño… solo un amante, Gabe, solo alguien que pura y simplemente me quiera.”

En una durísima escena, Martha reniega de los hombres y del “consuelo paternalista”, no lo busca, no lo quiere para nada y así se lo dice a Gabe que demuestra habitualmente no estar a la altura de ella:

“Tuve a esa niña, no me la rasparon y desapareció por algún desagüe en un callejón oscuro. Y entonces una mañana me desperté y ese hijo de puta volvía a estar encima de mí, y tampoco entonces aborté. Se trata de vidas por el amor de Dios. Quiero a estos niños. Me alegro de haberlos tenido, me alegro muchísimo. He de trabajar de noche y lo detesto, no sabes cuánto lo detesto, pero me alegro de haber tenido a mis hijos. Son algo serio, maldita sea. Por lo menos no se dedican a hacer su equipaje continuamente. Los hombres son un fastidio. Alguien debería llevarse su equipaje y quemarlo. ¿Dónde estarían entonces? Te diré una cosa sobre los sentimientos, amigo mío: ya nadie los tiene. ¡Todo lo que tiene son maletas! Y no me toques con esas manos tuyas que acarician grandes tetas… tengo derecho a llorar. ¡No me consueles, coño!”

Libby Herz es la segunda mujer y junto con Paul representan el conflicto familiar, siendo de dos religiones distintas, judía y católica, se enfrentan a la incomprensión por ambos lados ante los eventos que les irán sucediendo: la dificultad de tener hijos, aborto, adopción, relaciones de pareja en conflicto, etc. La religión y la sexualidad mal orientada (en una frontera difícil entre la santidad y la concupiscencia) desestabilizan profundamente su relación; solamente cuando Gabe les ayude a conseguir un hijo en adopción este equilibrio parece producirse, aunque para ello Gabe destruya su relación con Martha:

“En la familia más protestante de Norteamérica no podría existir más frialdad que la que envolvió a Libby durante los primeros cinco años de su matrimonio. Pero tal vez ella tuviera en parte la culpa. Tal vez había una salida definitiva de aquel embrollo que no era el psicoanálisis ni el dinero en el banco ni la sexualidad ni la lástima de sí misma ni la locura, sino la religión. No aquella mistificación de Cristo y María, ni siquiera necesariamente la creencia en Dios, aunque, vete a saber, quizás el mismo Dios llegaría a su debido tiempo. Pero primero algo básico y vigorizante, algo que los preparase realmente para tener un hijo, que los hiciera merecedores de ellos; algo cálido, sagrado, válido: tradiciones y ceremonias, festividades y costumbres religiosas…”

La tercera mujer en discordia es Theresa Haug, se convertirá en la madre que dará en adopción una niña a la pareja Herz; a Theresa la vida no la ha tratado bien tampoco y, con la influencia de su marido no pondrá las cosas tan fáciles para la ejecución de la adopción; Gabe se erigirá como mediador en el conflicto:

“Miré de nuevo a Theresa Haug, que estaba a cierta distancia de nuestra mesa. Era callada y servicial con los clientes, y eficiente hasta llegar a la histeria (o tal vez fuese histeria hasta llegar a la eficiencia, me parecía lo mismo).  […] Tanto su cuerpo como sus facciones parecían haber sido diseñados y construidos por un comité de esposas de ministros baptistas. Las medias le colgaban por las pantorrillas subdesarrolladas de una manera lastimera, su piel carecía de misterio y su boca era un tímido guión en la cara inexpresiva. Sin embargo, alguien se había tomado la molestia de desnudarla, tumbarla y echarse encima de ella. Habían sembrado en ella una simiente, y yo había ido a verla para hablar de su fruto.”

Martha, en su infinita espera de la decisión de Gabe, lo abandonará, causando la más profunda de las humillaciones a Gabe; él, incapaz de buscar una solución a su vida se desorienta hasta el límite:

“Lo único que a él se le ocurría como respuesta, como defensa, era contarle lo sucedido aquella tarde en Gary. Pero, naturalmente, eso no era ninguna respuesta. No podía decir nada. La hora que había pasado con Bigoness… después de todo, ¿de qué iba a servir aquello? Aquel lastimoso intercambio, la humillación de un hombre estúpido, no bastaba para elevar su vida. La vida que llevaba era pequeña, insignificante. Penosa… En aquellos momentos nada parecía capaz de aportarle proporción o dignidad.”

En esta desesperación, conseguir que se produzca la adopción se convierte en una meta, en algo que pueda ayudarle a avanzar, a discernir entre la razón o el sentimiento o, simplemente , a unirlas como única solución.

“Abrazaba a la niña como si se estuviera abrazando a sí mismo, como si la niña abrazara al hombre y no al revés. Apretó los dientes, cerró los brazos: ojalá pudiera estar tan convenido como decidido; ojalá pudiera saber qué estaba siendo, si prudente, imprudente, valiente, sentimental… Un defensor de causas perdidas, un hombre de corazón frío, un blando, un duro, un cauto… ¿qué? Ah, si pudiera desmoronarse y romper a llorar. Pero no había consuelo para él ni en las lágrimas ni en la razón. Había ido más allá de lo que consideraba el recorrido normal de la vida, más allá de lo que se consideraba normal por fortuna y por estrategia. Las lágrimas solo resbalarían por su cubierta exterior. Y cada razonamiento tenía su pareja. Adondequiera que volviese, había una clase de horror.” 

No hay un final para Gabe sino el comienzo de un camino, un nuevo camino madura hacia esa identidad buscada; quizá es porque siempre estamos empezando y nunca sabemos si estamos en un final. Roth, maestro, ayudándonos a seguir nuestro camino.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Jordi Fibla de “Deudas y Dolores” de Philip Roth en Debolsillo.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin. Shakespeare como excusa.

trabajos de amor ensangrentadosSiempre es un acontecimiento que veamos publicada una novela de detectives; no deja de ser curioso que con el impulso de Agatha Christie, figura reconocible  y prestigiosa de este tipo de novelas y miembro del famoso “Detection Club” del que ya he hablado alguna vez en otros posts, no haya sido aprovechado para publicar otros autores similares del club o fuera de él.

Ni el auge de la novela negra ha conseguido que se publiquen más y es una verdadera pena; solo Chesterton y Christie son publicadas con regularidad. Berkeley no tiene pinta de aparecer más y no digamos el resto. Crispin no fue exactamente de dicho club pero es, inequívocamente, una muestra espléndida de dicho género, sobre todo por su capacidad de crear tramas detectivescas de alto nivel y poblar sus obras de referencias metaliterarias que hacen que los disfrutes aún más si cabe.

En “Trabajos de amor ensangrentados” tenemos otro ejemplo magnífico de su buen hacer con una trama que, desde el título, tiene resonancias “shakespereanas” que utiliza con frecuencia a lo largo de la obra.

El caso comienza, aunque parezca mentira, con un simple hecho, el nerviosismo de una muchacha en un campus:

“-Nada más. Esa muchacha es terca como una mula… Solo hay una cosa de la que estoy segura. 

-¿De qué?

-De que vio algo que la aterrorizó -sentenció la señora Parry.”

Un robo en el laboratorio de química y… a partir de ahí se desencadenan los crímenes.

La novela está a medio a camino de las “novelas de campus”, en las que se reflejaba con todo lujo de detalles la vida dentro de ellos:

“El resto del recinto, por su parte se iba animando paulatinamente. Los coches llegaban y se detenían en la diminuta media luna de gravilla del patio, o a los lados de la avenida que daba a la entrada. Los muchachos iban saliendo cada vez en mayor número para saludar, para guiar o controlar a su nerviosa parentela. El señor Philpotts venía corriendo por el campo de críquet de los first Eleven, y con su toga agitándose como una bandera. Y por todas partes había padres y más padres -padres como ratoncillos, padres agresivos, padres ostentosos, padres modestos, padres tímidos, padres animados: una riada de padres cada vez más abundantes se reunía bajo el brillante cielo azul celeste… ¿Y para qué?, se preguntaba el director. Era improbable que aquello les divirtiera en lo más mínimo. Era improbable, incluso, que sus retoños se estuvieran divirtiendo. Y sin embargo, aquello tenía un cierto glamour que hacía hervir la sangre de todos los participantes, y el propio director, mientras contemplaba el espectáculo, no era inmune a esa emoción.”

La figura del divertido Fen sigue siendo primordial a la hora de discernir quién puede ser el posible asesino, pero han pasado diez años desde “La juguetería errante” (Primer caso); Fen es famoso y reconocido por la gente; de hecho esto le sirve para bromear sobre sí mismo con los lectores:

“-Es usted el profesor Fen, ¿verdad? […] He visto su foto en los periódicos -añadió la joven-, y he seguido todos sus casos.

-¡Ah! ¡Excelente! -exclamó Fen, encantado-. eso es más de lo que los lectores de ese tal Crispin pueden decir. Y dígame señorita, ¿puedo ayudarte de algún modo?”

A mi tierno corazón literario le vuelve loco el motivo por el que se originan los crímenes, sobre todo porque tiene “lo literario” como razón principal y Shakespeare aparece de fondo, el bardo como excusa, como eje de la trama detectivesca y razón principal. Si Crispin me ganó con “El canto del cisne” y su reflejo de la ópera, aquí me ha encandilado definitivamente. Si a ello añadimos una prosa efectiva y que, por momentos alcanza gran calidad, estamos ante una de esas lecturas que siempre se vuelve necesaria:

“A Fen no le costó mucho imaginarse la escena: el fulgor de los frascos y las botellas y las pipetas a la débil luz de las estrellas, un esqueleto articulado, tal vez, con sus blanquecinos huesos pulidos, los macabros cuadros del sistema linfático, y el húmedo y penetrante olor de las ranas diseccionadas y abiertas en canal y metidas en formol. Un escenario bastante sórdido, pensó Fen, para ambientar los inocentes éxtasis del tierno amor.”

La broma final, con el propio Fen dispuesto a crear su novela aunque sin usar lo que ha acontecido en ese caso porque,  ¿a quién se le ocurriría hacer algo así? Nos muestra a un Crispin que se autoparodia, se ríe de sí mismo de una manera muy saludable.

“-¿Galbraith? -dijo Fen-. ¿Somers? ¿Trabajos de amor logrados? -Con un gesto desdeñoso apartó aquella idea de su mente-. Mi querido amigo, no hay nadie que pueda sacar una novela detectivesca de esta historia y estos personajes… Ahora bien, mi chica de los Catskills, verás…”

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(Máxima a seguir en siguientes ocasiones)

Los textos vienen de la traducción del inglés de José C. Vales de “Trabajos de amos ensangrentados” de Edmund Crispin en Impedimenta.

“Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig. En torno al intimismo

confusionsentimientosSi hay un autor clásico con el que disfrute en demasía ese es, sin lugar a dudas, el austríaco Stefan Zweig, elección ineludible para mi proyecto de acabar de leer toda la obra de algunos autores en los próximos años.

Y es imprescindible porque su estilo (gracias a las fantásticas traducciones que, por otra parte, le realizan) roza lo sublime en todo momento, de un lirismo exacerbado, lleno de imágenes, metáforas y belleza sin entrar en lo “cursi”, te puede gustar más o menos la historia que cuenta, pero, indudablemente, siento que me diluyo en esa prosa; es como entrar en el “séptimo cielo”, un sitio del que no quieres escapar.

Lo bueno del autor es que, además, suele interesarme bastante lo que cuenta; buena cuenta de ello es el último libro publicado por Acantilado: “Confusión de sentimientos”. En él, asistimos a una narración en primera persona de Roland que nos cuenta sus sensaciones cuando le hacen un regalo: una relación de los hechos de su vida y cómo, sin embargo, es consciente de que no refleja el hecho que de verdad cambió su forma de ser:

“Y así yo, que había dedicado una vida a describir a gente a partir de sus obras y a dar una dimensión real a las estructuras espirituales de su mundo, descubrí de nuevo, precisamente por experiencia propia, cuán inescrutable permanece en cada destino el núcleo esencial del ser, la célula motriz que da origen a todo crecimiento. Vivimos miríadas de segundos y, sin embargo, es uno solo, siempre uno, el que pone en ebullición todo nuestro mundo interior, es el segundo en que (Stendhal lo ha descrito) la flor interior, saturada ya de todos los jugos, llega como un relámpago a la cristalización: un segundo mágico, parecido al de la procreación y, como él, oculto en el cálido interior de la vida propia, invisible, impalpable, imperceptible, misterio vivido una sola vez. Ningún álgebra del espíritu puede calcularlo, ninguna alquimia del presentimiento puede adivinarlo, y raras veces lo capta la percepción de uno mismo.”

A partir de entonces se desencadenará una prolepsis que nos llevará a sus tiempos de estudiante y que va encaminada a reflejar ese hecho que vivió en su interior y que cambiará su percepción de la vida; el discurso del profesor, esa persona que será tan importante, fluye como una sinfonía, erigido como director de una orquesta de la elocuencia:

“Y bastaron unos minutos para que yo mismo, olvidando mi intrusión, sintiera la fuerza cautivadora de su disertación que actuaba con un poder magnético; sin querer me acerqué un poco más para ver, más allá de las palabras, los gestos de sus manos que envolvían y abrazaban y a veces, cuando una palabra prorrumpía majestuosa, se extendían como alas y se elevaban temblorosas para después descender musicalmente poco a poco imitando el gesto tranquilizador de un director de orquesta.”

La relación entre el profesor, su esposa y el narrador es entonces narrada desde su perspectiva y asistimos a una profunda lucha interior de los tres personajes por motivos que tendréis que descubrir vosotros aunque os podéis figurar. El reflejo de esta lucha, en el caso de profesor y alumno, queda perfectamente expuesto aquí:

“-¿De veras quieres irte… hoy, precisamente hoy? -Me cogía de la mano: una tensión invisible la hacía pesada. Pero de pronto la dejó caer bruscamente, como una piedra-. Lástima -exclamó decepcionado-, me habría alegrado tanto hablar una vez contigo francamente. ¡Lástima!

Por un momento ese profundo suspiro se propagó por toda la habitación como una mariposa negra. Yo estaba avergonzado, lleno de un miedo perplejo inexplicable; me retiré vacilante y cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido.”

El miedo a mostrar lo que uno es y el miedo a aceptarlo por parte del alumno, la vergüenza de ambos, la sinceridad encubierta por un falso miedo a complicar aún más las cosas. Su extensión será palpable en el bellísimo final donde sí que surgirá la sinceridad del profesor en su confesión “largamente pospuesta” con todo el impulso poético del autor:

“Pero aquí un hombre se reveló ante mí en toda su desnudez, aquí un hombre se rasgó el pecho, ávido de descubrirme su corazón roto a golpes, envenenado, consumido y supurante. Una voluptuosidad indómita se martirizaba, se flagelaba voluntariamente en aquella confesión contenida durante años y años. Solo quien durante toda una vida había sentido vergüenza, había bajado la cabeza y se había escondido podía, bajo los efectos de una embriaguez tan abrumadora, descender hasta el rigor de tal confesión. Pedazo a pedazo, un hombre arrancó la vida de su pecho, y en aquella hora, yo, un muchacho, penetré azorado, por primera vez, en las inimaginables profundidades del sentimiento humano.”

Parece mentira la facilidad que tiene Zweig para reflejar el dolor de ese secreto tanto tiempo guardado sin caer en sentimentalismos pero con toda la fuerza lírica de sus palabras.  Qué placer más inmenso siento con cada libro suyo. Basta de intentar explicarlo, solo hay que disfrutarlo.

Los textos vienen de la traducción del alemán de Joan Fontcuberta de “Confusión de Sentimientos” de Stefan Zweig en Acantilado.

“La Nariz de un notario” de Edmond About. Sátira, parodia, construcción de la identidad.

nariznotarioEdmond About (1828-1885) fue un escritor francés muy  conocido en su época por la fama de polemista que llevaban sus obras, muy críticas con la corte y con la sociedad en general. En esta obra de 1962 que acaba de publicar Ginger Ape Books & films, “La nariz de un notario”, tenemos un ejemplo fantástico de esto con una sátira de la beau monde parisien que le sirve de vehículo para criticar las relaciones de clase e indagar en la reflexión sobre la construcción de la identidad de una persona como fin último.

En las primeras  páginas tenemos la descripción del personaje principal, el central de la obra, ni más ni menos que el notario (y su nariz!); no deja de ser curioso que su descripción física vaya indisolublemente unida a su peripecia por la pérdida de su nariz, o su falta de ella:

“Maese Alfred L’Ambert, antes de recibir el fatal golpe que le obligó a cambiar de nariz, era, sin sombra de duda, el más brillante notario de Francia. En aquella época contaba treinta y dos años; era de elevada estatura, poseía unos ojos grandes y rasgados, frente olímpica, y su barba y sus cabellos eran de un rubio admirable. Su nariz (antes que su nombre) se curvaba en forma de pico de águila. Y créanme si les digo que la corbata blanca le caía de maravilla. ¿Sería porque la usaba desde la más tierna infancia o porque se la suministraba algún buen fabricante? Supongo que por ambas razones a un tiempo.”

Ya en la descripción de su personalidad percibimos cuál es la verdadera valía de un personaje que no duda en despreciar a la gente de la calle aunque, él precisamente, no se encuentre tan lejos de ellos, a pesar de que no le falten aspiraciones para ser noble:

“Legítimo heredero de un nombre y una fortuna considerables, el joven Alfred había mamado, a la par que la leche, los buenos principios. Despreciaba, como es debido, todas las novedades políticas que se habían introducido en Francia después del desastre de 1789. A su juicio, la nación francesa se componía de tres clases: el clero, la nobleza y el estado llano. Opinión respetable y compartida todavía hoy por un reducido número de senadores. Se situaba modestamente entre los primeros del tercer estado, no sin ciertas pretensiones secretas de formar con la nobleza de toga. Sentía un profundo desprecio por el grueso de la nación francesa, esa caterva de campesinos y obreros que recibe el nombre de pueblo o vil muchedumbre. Se acercaba a esta lo menos posible, por consideración a su amable persona, que amaba y cuidaba apasionadamente. Sano, esbelto y vigoroso como un lucio de río, estaba convencido de que aquella gentuza era morralla creada expresamente por la Providencia para servir de alimentos a los señores lucios.”

Esta lucha de clases será patente prácticamente en cada venenosa frase que suelte nuestro protagonista y servirá al autor francés para reflejar cuál era el sentimiento contra lo popular por parte de las clases más altas; está sátira es continua pero viene aderezada con momentos donde “lo absurdo” se vuelve parte de la irrefrenable trama, solo hay que ver la persecución del gato que se lleva la nariz del notario una vez que ha sido cortada:

“Nunca se vio en el pequeño bosque de Parthenay, ni indudablemente se volverá a ver, una cacería similar. Un marqués, un agente de cambio, tres diplomáticos, un médico rural, un enorme lacayo de librea y un notario con un pañuelo ensangrentado, lanzándose desesperadamente en persecución de un gato famélico. […] Ya agrupados, ya dispersos; unas veces  distribuidos en línea recta, otras formando un círculo alrededor del enemigo; sacudiendo los matojos, agitando los arbustos, trepando a los árboles, desgarrando sus botines con todas las raíces y sus ropas con todos los matorrales, se precipitaba en pos del gato como una tempestad. Pero aquel gato del infierno corría más rápido que el viento.”

Sátira desenfrenada, situaciones absurdas;  añadamos un elemento más: especulaciones médicas de dudoso valor científico y grabados que ayuden a comprender las posibles situaciones. Solo hay que comprobar cuando el notario, queriendo recuperar su nariz de la manera que sea, hojea un manual de cirugía de la época, de Ringuet:

“Pero el efecto que produjo su lectura fue muy distinto del que cabría esperar. Cuando hubo hojeado las primeras doscientas páginas, cuando vio desfilar ante sus ojos la impresionante serie de ligaduras, amputaciones, extirpaciones y cauterizaciones, dejó caer el libro, se echó en una silla y cerró ojos. Cerró los ojos y siguió viendo incisiones en la dermis, músculos separados con pinzas, miembros seccionados a golpe de escalpelo, huesos aserrados por manos de cirujanos invisibles. Los rostros de los pacientes, tal y como se veían en los grabados anatómicos, le parecían tranquilos, estoicos, indiferentes al dolor, y se preguntaba si tales dosis de valor podían encontrar algún acomodo en el alma humana.”

Tal es el terror que siente nuestro notario a que le hagan alguna cicatriz en su cuerpo para poder reconstruirle la nariz que, en su desesperación y su soberbia, se plantea una posibilidad más delirante:

“-En realidad –exclamó-, el mundo es una gran jaula de grillos, ¡felicitemos por ello al Creador! Tengo doscientos mil francos de renta y me quedaré tan chato como una calavera. Mientras mi portero, que no tiene más de diez escudos, tendrá la nariz del Apolo Belvedere. ¡La suprema Sabiduría, que tas cosas ha previsto, no previó que un turco llegaría a cortarme la nariz por saludar a mademoiselle Victorine Tompain! Hay tres millones de mendigos en Francia, todos los cuales no valen ni diez sueldos, ¡y yo no puedo adquirir a peso de oro la nariz de uno de estos miserables!… Aunque de hecho, ¿por qué no?”

Romagné será la víctima propicia, del que se hará el trasplante de piel que le servirá para obtener la nariz; en su forma peculiar de hablar expresará sus necesidades, y cómo no tiene miedo a ceder a la locura del notario y de sus compañeros si de esa manera consigue un dinero que le hará la vida más fácil, aguantará el efecto secundario de estar pegado a él durante un tiempo por esa mejora de su vida:

“-Monsieur L’Ambert te alimentará gratis.

-¡Gratich! ¿Echo echtá incluido en el precio? Aquí tiene mi piel. Córtemela encheguida.

Soportó la operación como un valiente, sin pestañear.

-Echto ech un placer –decía-. Me habían hablado de un auvernéch que che dejaba congelar en una fuente por veinte chueldoch la hora. Prefiero hacerme cortar en pedazos. No ech tan molechto y che gana mucho mách.”

Este período de convivencia de tan opuestos personajes, junto con el hecho de compartir una parte de su piel, los convierte en carne con carne, una relación indisoluble que traerá no pocas situaciones a cuál más alucinante y que llevan al notario, en última instancia, a cuidar a su donante. No desvelaré más de la trama. A partir de este momento sí que vale la pena comprobar cómo el autor es capaz de particularizar la sátira para llevarla a un tema más personal, que es el de la construcción de la identidad de una persona.

La inevitable relación entre ambos personajes hará que, de alguna manera, esta relación se estreche más y que el notario se dé cuenta de que no puede despreciar al auvernés; muy al contrario, se saltará su clasismo proporcionando el bienestar al miembro más pobre de la sociedad; un bienestar egoísta, ciertamente, pero que, en el impecable y divertidísimo final, nos corrobora la necesidad de llevarnos bien con nuestros semejantes.

Esta pequeña delicia solo tiene un motivo para la amargura: la breve extensión. Lo demás funciona todo tan bien que es imposible no disfrutar de ella.

Los textos vienen de la traducción del francés de Rubén López Conde de “La Nariz de un notario” de Edmond About en Ginger Ape Books & Films

“Las dos Señoras Abbott” de D. E. Stevenson. El costumbrismo británico.

las-dos-senoras-abbott-9788484289685Después de leer el segundo libro de D.E. Stevenson, que continuaba las peripecias narradas en el fabuloso “El libro de la señorita Buncle”, no voy a esconder que no guardaba muchas esperanzas con este tercero. “El matrimonio de la señorita Buncle” olvidaba toda la parte literaria que supuso una mezcla deliciosa de ficción-realidad del primer libro, mucha metaliteratura que ayudaba a la comedia y representaba una crítica al proceso de edición-publicación de novelas, para centrarse más en las relaciones de la protagonista con su futuro marido y con el resto de habitantes. La mezcla por momentos se quedaba a medio camino, perdiendo parte del humor que la caracterizaba.

En este, “Las dos Señoras Abbott”, volvemos a tener como centro  a la protagonista de los dos anteriores, ahora convertida en Bárbara Abbott, ya con dos hijos, cuando se encuentra con una amiga de su antiguo pueblo:

“La primera impresión de Sarah fue que su antigua amiga había cambiado mucho, pero al cabo de unos minutos se dijo que “cambiado” no era la palabra exacta. Bárbara se había desarrollado, eso era. Seguía siendo tan natural como siempre, se interesaba por los demás y poco por sí misma; y tan humilde y sincera como el primer día también. Había engordado un poquito, desde luego, vestía mejor y se comportaba con mayor seguridad… Pero eran unos cambios meramente superficiales. Le dio tiempo a advertir todas esas cosas mientras Bárbara intentaba convencer a su hijo, y finalmente lo convencía, de que se marchara por las buenas a cambio de una galleta de chocolate.”

Lo bueno de esta entrega es que, gracias a la presentación de nuevos personajes Stevenson consigue, prácticamente, una novela coral; descentraliza la atención de Bárbara sin perderla de vista y vuelve a presentarnos a una escritora nueva (Janetta) con el ansia de demostrar la calidad de su obra por encima de la simple literatura comercial. La hermana y mánager de Janetta, Helen, no querrá salir fácilmente de esta situación tan cómoda para ella:

“-Es una novela -dijo -Helen en tono tranquilizador.

-Quiero escribir algo sobre personas de la vida real -dijo Janetta. Le sorprendió oírse decir eso, porque no lo había pensado hasta ese momento, pero su sorpresa no fue nada comparada con el pasmo y la consternación que tan sencillas palabras causaron en su hermana.”

De hecho, intentará convencer al marido de la Bárbara para conseguir que esta escritora vuelva a ponerse a escribir las obras que hacía anteriormente con resultado adverso:

“El señor Abbott no respondió. Por supuesto, comprendía que por la editorial y por su socio, estaba obligado a hacer cuanto estuviera en su mano para que Janetta volviera al trabajo, pero le iba a costar un gran esfuerzo, porque no le gustaban sus novelas. No le gustaban nada. Había encontrado una definición (muy convincente para él) del último producto de su pluma: puro cartón piedra.”

El propio señor Abbott se da cuenta de que este tipo de literatura es más bien “cartón piedra”, nombre que podemos aplicar perfectamente a muchas de las novedades que salen actualmente…

El relato costumbrista de los vecinos del pueblo de las dos señoras Abbott funciona a la perfección: además de la trama literaria que servirá de trasfondo para reflexionar sobre la construcción de la identidad de uno mismo y sobre todo lo relacionado con la literatura; se suman una serie de subtramas que le sirven para relacionar a los personajes, según sus costumbres e interacciones con el resto de habitantes de la población, consiguiendo por momentos , alguna situación brillantísima que me sacó las carcajadas como todo lo relacionado con la búsqueda (delirante) del espía o los soldados alojados en la casa.

No falta la trama amorosa, pero, afortunadamente, se olvida de los lugares comunes:

“No tenía por qué preocuparme de Cyril ni de Edward y compañía. A ninguno de ellos se le ocurrió declararse en la sala de espera del dentista. Ni se me había ocurrido a mí, por cierto. La verdad es que no me declaré, a menos que se considere que enarcar las cejas es una declaración de amor, ¿verdad? -le preguntó al niño de piedra-. ¿A ti te parece que eso puede considerarse una declaración? Es muy importante, la verdad.

El Niño de piedra no respondió.

-Bueno, es igual -dijo Archie -. No me extraña que no puedas responderme de buenas a primeras. Piénsalo y después me lo dices.”

En su afán de declararse de una forma distinta a la de los libros de la escritora  que ya conocía, la localización es, ciertamente, poco común y la respuesta a la declaración se caracteriza por la sutileza.

Nueva muestra de ese subgénero costumbrista que tan bien han cultivado los británicos y tantas alegrías nos dan autoras como Stevenson, Gibbons o Mitford… pequeñas delicias para disfrutar sin complejos.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera de “Las dos señoras Abbott” de D. E. Stevenson en el sello Rara Avis de Alba.

“El regreso de Titmuss” de John Mortimer. La política como herramienta de control.

el-regreso-de-titmuss-9788415625711Los que leímos y nos maravillamos con las andanzas de la familia Simcox en “Un paraíso inalcanzable” teníamos claro que “El regreso de Titmuss” era una compra imprescindible, sobre todo teniendo en cuenta que consideré el primer libro como uno de los mejores de año pasado.

La lectura de este segundo libro de la saga nos trae de nuevo la prosa más que recomendable de Mortimer aunque hay diferencias sustanciales con el primero, que ya comenté aquí ; en dicho post me centraba en las características que, en mi opinión, hacían del primer libro un libro redondo alcanzando prácticamente la perfección.

En este segundo libro la trama se centra principalmente en Leslie Titmuss, el político conservador del partido político de Margaret Thatcher que fue beneficiario de la herencia del reverendo Simeon Simcox; la primera parte del libro supone la concisa caracterización de su carismática figura:

“Leslie siempre se sentía, le resultaba inevitable, como un rey de vuelta a su pequeño reino. ¿Acaso él, el niño despreciado y ridiculizado que se ganaba unas monedas cortando ortigas y haciendo trabajillos en el jardín de la rectoría, no se había abierto camino entre los niños bien, los banqueros y la aristocracia rural de su partido para convertirse en diputado por Hartscombe y Worsfield Sur, un escaño que había conservado por incontestable mayoría durante veinticinco años? ¿No era el candidato que había predicado por primera vez el evangelio –aprendido, solía decir, de su padre, empleado de la cervecera- que preconizaba el respeto por la frugalidad, el aprecio constante del poder místico del dinero  y una profunda desconfianza hacia aquellos que deseaban distribuirlo entre los pobres indignos de ayuda? Armado con este sencillo credo, reconvertido en la doctrina de su partido, Leslie Titmuss había contribuido a cambiar la cara de Inglaterra.”

No exenta de su capacidad de manipulación y manejo de la vida política:

“-Nunca ha sabido mantener la boca cerrada, Cantellow; me ha contado exactamente lo que quería saber. –Leslie se levantó, una vez concluida la conversación-. No hace falta que me acompañe a la puerta. Solo le diré que me alegra mucho que no sea usted mi abogado; sería como llevar mis asuntos personales al telediario de la noche.”

“-Bueno, al menos les has dado lo que quieren oír.

-Me gusta más cuando les doy lo que no quieren oír. Y tienen que tragárselo. Es entonces cuando la política empieza a ponerse interesante.”

De fondo, un plan urbanístico que pretende edificar en Rapstone Fanner, un valle idílico y pastoril donde sus habitantes viven en flamante camaradería; en primer plano, los intereses contrapuestos de Leslie como político y como habitante de esa zona donde creció, vive su madre y quiere formar una familia con Jenny Sidonia.

La trama policíaca de fondo, el enigma, el misterio que rodeaba todo, en esta ocasión se sustituye por el romance de Jenny y  Leslie y las tramas políticas asociadas; desde este punto de vista se mantiene, desde lo micro, el reflejo, no tanto de la sociedad (como ocurría anteriormente) sino de los vericuetos de los romances y, sobre todo, de la vida política con sus traiciones y triunfos.

Ya en una segunda parte aparece de nuevo la familia Simcox, en la figura de Fred, el médico que se convertirá en la figura visible del movimiento de resistencia contra el plan urbanístico, que cambie las vidas de los habitantes del valle:

“Fred se había sentido más próximo a la aceptación de los hechos inmutables de la vida y la muerte que profesaba el anciano médico que a la optimista marcha de su padre hacia un paraíso que cada vez se antojaba más distante e inalcanzable. A diferencia de su hermano mayor, Henry, que había empezado como joven novelista airado para convertirse en un viejo gruñón reaccionario que escribía artículos en que denunciaba como peligrosas ilusiones las más queridas creencias de su padre, Fred había optado por evitar toda actividad política, contentándose con la apacible vida de médico rural en el pueblo donde se había criado.”

Fred tiene personalidad, ya muy bien definida, pero resulta un personaje serio, grave, sobre todo sin el contrapunto cómico que suponía su hermano Henry, el joven airado, que ponía unos toques de humor ciertamente deliciosos y que pueden echarse a faltar en esta segunda parte de la saga de Mortimer.

Lo que no falta es el reflejo muy acertado de la vida política y, por extensión, de la sociedad durante el tiempo en que fue Primer Ministro Margaret Thatcher; lo más novedoso y que, afortunadamente añade un nivel aunque pierda otros, es la relación entre Jenny, Leslie y el marido muerto de Jenny, Tony.

“-Claro que no. Hablo de política. Es una palabra fea para ti ¿no?

-No necesariamente.

-Es otro mundo, indigno de ti. Un mundo donde hay que decir lo que no piensas para conseguir lo que quieres. Un mundo donde a veces hay que mentir. Eso no le habría gustado a tu precioso Tony Sidonia, ¿verdad?”

La soberbia recalcitrante de Leslie le conducirá a una situación de celos imposible de soportar, que le llevará a tomar decisiones no del todo correctas y que, en última instancia, desencadenará su  inseguridad; nuestro Leslie se volverá falible en lo personal y ello tendrá sus consecuencias ineludibles en su trabajo, en el manejo político. Él será capaz de justificar sus decisiones de la manera más vil: disfrazándola su egoísmo de altruismo para la pareja.

“De pronto Jenny le atacó, pero sus puñetazos eran como los de un niño. Ni consiguieron apartarlo ni le hicieron el menor daño. Leslie sonrió satisfecho, convencido, como siempre, de que tenía razón. Tarde o temprano, ella también lo admitiría.

-No solo lo intenté, sino que lo conseguí.

-¿Por qué? ¿Para qué? –Jenny lo miró no solo enojada sino perpleja, como si él fuera un ser de otra galaxia.

-Para liberarte de él.

Aquello era un golpe inesperado, él lo entendía. Jenny lo asimilaría. Tarde o temprano.

-¿Liberarme?

-Vale –admitió-, para liberarnos a los dos. Lo hice por nosotros.”

No puedo decir que sea mejor libro que “Un paraíso inalcanzable”; la confluencia de elementos del primero rozaba una perfección literaria difícil de olvidar. Lo que sí sé es que “El regreso de Titmuss” es un muy buen libro y me permito pensar de nuevo que es otra de esas lecturas ineludibles que te hacen disfrutar y te enseñan, a pesar de lo amargo que puede llegar a ser lo que refleja.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Magdalena Palmer de “El regreso de Titmuss” de John Mortimer en Libros del Asteroide.

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown. La ficción como (el mejor) reflejo de la realidad.

la-noche-a-traves-el-espejo-9788415973225Es difícil escribir algo sobre “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en la preciosa edición de “Reino de cordelia” sin caer en el entusiasmo fácil y en los lugares comunes: Obra maestra, imprescindible, mecanismo de relojería, adictivo, se lee en un santiamén, etc…

Pero quizá es necesario recurrir a ellos de vez en cuando para que, en este caso, todo el mundo se entere de que es un Must-Read, sin comentarios crípticos que la emborronen.

Hacía ya varios años (desde 1987) de la edición de la maravillosa colección de Etiqueta Negra de Júcar y era prácticamente inencontrable. Reino de Cordelia nos trae una nueva traducción de la obra (fantástica por cierto) de Susana Carral y una edición exquisita para que podamos disfrutar como se merece este clásico.

En el prólogo de Juan Salvador (sí, de la librería Estudio en Escarlata) tenemos una condensación de las diversas virtudes por las que se ha hecho célebre:

“La noche a través del espejo” es una novela redonda, de embriagadora precisión. Por eso es complicado decir qué me gusta más de ella. La trama llena de giros y sorpresas, los tragos de whisky, la crítica a la política y al periodismo, los personajes cercanos y creíbles, el bar de Smiley, la atmósfera nocturna y onírica, el despliegue de humor y paradojas, o el juego de espejos y distorsiones con Alicia en el país de las maravillas y A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí, de Lewis Carroll.”

Leer estas razones una vez acabado realza aún más las sensaciones que tuve, ese indefinible halo de felicidad que surge cuando te encuentras una lectura tan plena.

Doc Stoeger, el periodista dueño del Clarion, es el narrador; el espacio temporal es la noche y parte de la madrugada de un día; el espacio físico es la ciudad en la que vive, el bar de Smiley, un pequeño grupo de localizaciones que se envuelven en un sueño; nuestro protagonista, como Fredric, ama la literatura:

“Pero me conformo, todas las noches, con mis libros. Recubren por completo dos paredes enteras de mi salón y desbordan las librerías del dormitorio; incluso tengo una estantería en el baño. ¿Cómo que incluso? Creo que un baño sin una estantería está tan incompleto como lo estaría sin retrete.

Además, son buenos libros. No, no me sentiría solo, ni aunque Al Grainger faltara a nuestra partida de ajedrez. ¿Cómo iba a sentirme solo si llevaba una botella en el bolsillo y me esperaba tan buena compañía? Leer un libro es casi como escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti. En cierto modo es mejor, porque no te obliga a ser amable con él. Puedes cerrarlo y hacerlo callar en el momento en que te apetezca y dedicar tu tiempo a otro. Puedes descalzarte y apoyar los pies en la mesa. Puedes beber y leer hasta olvidarte de todo, excepto de aquello que lees y de que llevas encima la cruz de un periódico que te pesa día y noche, hasta que llegas al refugio de tu hogar, donde olvidas.”

Hacía tiempo que no me encontraba una definición tan redonda  como esta de leer un libro: “escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti” pero sin la obligación de sentirte amable con él, la lectura como afición libre, sin obligaciones, y que te ayuda a “olvidar” cuando te sumerges en él.

Su único sueño como periodista es conseguir tener una exclusiva en portada, todas las posibilidades de hacer algo diferente se le truncan, una tras otra; parece que todo está en contra y su único refugio es tomar una copa en el bar de Smiley (el sonriente!!) caracterizado por un humor difícil de entender a pesar de reírse cada dos por tres.

A esa noche sin pena ni gloria se le añade el contrapunto de conocer, en su propia casa, al enigmático y extraño Yehudi Smith, que viene a turbar su ánimo dándole la vuelta a todo en lo que creía, resaltando la fantasía, la ficción, como la mejor manera de reflejar la realidad:

“-Doctor ¿alguna vez se le ha ocurrido pensar que las fantasías de Lewis Carroll pueden no ser fantasías?

-¿Se refiere a que la fantasía suele estar más cerca de la verdad esencial que la ficción que quiere parecer real? –pregunté.

-No. Me refiero a que son literal y realmente ciertas.  A que no son ficción, que son reportajes.”

No solo le da vuelta a sus creencias sino a su propia existencia:

“-Que hay otro plano de existencia, además de aquel en el que vivimos. Que podemos tener acceso a él y que, en ocasiones, lo tenemos.

-Pero ¿qué clase de plano? ¿Un plano de fantasía  “a través del espejo”? ¿Un plano onírico?

-Exacto, doctor. Un plano onírico. No es una explicación totalmente precisa pero, de momento, no puedo ampliársela más.”

Y le invita a una reunión de “fanáticos” de Lewis Carroll y, en particular de sus dos obras de Alicia. En su desesperación acepta y a partir de ahí nada será igual, los hechos extraños y aparentemente  imposibles  van desencadenándose, produciendo una atmósfera donde lo aparentemente real se yuxtapone con la materia de los sueños, llevándole a una situación en la que se empieza a dudar de su propia cordura:

“¿Por qué no? Formaba parte del patrón. Tenía que haberlo imaginado. No por el tipo de letra, casi todos los talleres tienen la garamond ocho, sino porque la botella del “bébeme” contenía veneno y Yehudi no iba a estar allí cuando Hank fuese a buscarlo. Seguía un patrón y yo ya sabía cuál era: el patrón de la locura.”

No voy a contar más, porque precisamente la trama es uno de los grandes puntos fuertes, engranaje a engranaje se irá ensamblando y lo único que nos quedará es asentir, levantar la cabeza y sonreír satisfechos.

Como bien dice Juan Salvador, bebamos una copa a la salud de Fredric Brown y degustemos el libro como se merece, sorbo a sorbo, sueño a sueño.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Susana Carral de “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en Reino de Cordelia

“1914. De la paz a la guerra” de Margaret McMillan. Olvidar la historia puede llevar a repetirla de nuevo

1914Que el año 2014 podía originar la proliferación de novedades referentes a la Gran Guerra era de conocimiento general; que fuese tal el alud de textos, una “Granguerraexploitation” en toda regla, convirtiéndose en algo inabarcable, no era quizás tan predecible. No quiero ni pensar cuando lleguemos al 2039, teniendo en cuenta la mayor popularidad de la Segunda Guerra Mundial.

Entre tanto libro es difícil tener un criterio claro sobre cuál escoger, así que os voy a ayudar, dentro de mi humilde contribución, con algunos de los textos de referencia. El que traigo hoy es imprescindible y no debería quedar enterrado entre otros tantos no tan rigurosos; se trata de “1914. De la paz a la guerra” de la británica Margaret McMillan que nos acercó Turner el año pasado. McMillan no se centra en la guerra en sí, sino en indagar en las posibles causas que llevaron a desencadenar el conflicto más allá del famoso atentado, que fue simplemente la gota que colmó el vaso.

En la introducción encontramos las claves de las hipótesis que seguirá más adelante en su voluminoso análisis y que sirven para subrayar su importancia; en primer lugar, resaltar el hecho de que olvidar puede llevarnos a otra situación parecida en la actualidad, nada es inexorable:

“Resulta cómodo encogerse de hombros y decir que la Gran Guerra fue inevitable; pero se trata de una conclusión peligrosa, y más teniendo en cuenta que nuestro mundo se asemeja en algunos aspectos, aunque no en todos, al de los años previos a 1914, es decir, al mundo que fue barrido por la guerra.”

En segundo lugar aboga por un estudio analítico y pormenorizado del contexto anterior a dicha guerra:

“Al tratar de interpretar los acontecimientos del verano de 1914, deberíamos meternos en la piel de nuestros antepasados de hace un siglo, antes de insultarlos, criticarlos y acusarlos. […] Una cosa está clara: a la hora de tomar sus decisiones, o de eludirlas, tuvieron muy presentes otras crisis y situaciones previas.”

A partir de ahí nos encontramos con un ensayo exhaustivo donde la claridad de la exposición se convierte en su mayor cualidad, por encima de “lo literario”; es abrumadora la cantidad de datos y la rigurosidad con que son presentados capítulo a capítulo empezando, como no podía ser de otra manera, por los ingleses a través de Lord Salisbury que reflexionó por primera vez sobre el ascenso como nación de los Estados Unidos:

“Ninguna nación parecía desagradarle más que las otras; salvo Estados Unidos. En los estadounidenses encontraba todo cuanto le disgustaba del mundo moderno: eran codiciosos, materialistas, hipócritas, vulgares y creían que la democracia era la mejor forma de gobierno. Durante la guerra de Secesión fue un apasionado defensor del bando confederado, entre otras cosas porque pensaba que los sureños eran caballeros y los norteños no. Pero, además, porque temía el auge del poderío estadounidense.”

No falta ninguno de los participantes en la generación del conflicto, especialmente el caso de los alemanes y su emperador Guillermo II, figura clave, por su forma de ser en el ascenso de Alemania y en su actitud general:

“La errática conducta de Guillermo, sus entusiasmos cambiantes y su propensión a hablar demasiado sin pararse a pensar, contribuyeron a crear la imagen de una Alemania peligrosa, de un estado inconformista que no acataba las reglas del juego internacional, y que estaba decidido a dominar el mundo.”

Lo mismo podemos decir de Rusia, ahogada por sus problemas económicos y que, sin embargo, sería una de las partes preponderantes y el principal artífice de su antagonismo con Alemania y el imperio Astro-húngaro:

“El dilema era similar al que debería enfrentarse la Unión Soviética más tarde, durante la guerra fría: las ambiciones rusas estaban plenamente desarrolladas, pero no así su economía ni su sistema tributario. En la década de 1890, Rusia gasta menos de la mitad por soldado que Francia y Alemania. Además, cada rublo empleado en el ejército era un rublo que se dejaba de invertir en el desarrollo”.

Sorprende la capacidad de la inglesa para discernir todas las pequeñas causas que generaron la situación final, me llamó especialmente la atención el aumento de burocracia de los Austro-Húngaros, principalmente porque dicho aumento significó disponer de menos dinero cuando se estaba produciendo una carrera armamentística a gran escala:

“Entre 1890 y 1911, la burocracia creció en un doscientos por cien, debido principalmente a nuevos nombramientos. […] No es de extrañar que la opinión pública prefiriera referirse a la burocracia como un viejo jamelgo deslomado; pero sus consecuencias estaban muy lejos de ser jocosas. El desprecio por lo que el escritos satírico vienés Karl Kraus llamó “burocretinismo” contribuyó a menguar aún más la confianza pública en su gobierno; amén de que el coste de la burocracia significaba, entre otras cosas, que había menos dinero disponible para las fuerzas armadas.”

No faltan referencias al nacionalismo alemán (“El nuevo nacionalismo no auguraba nada bueno para las minorías, ni en el plano lingüístico ni en el religioso. ¿Podrían alguna vez los polacoparlantes ser verdaderamente alemanes? ¿Y los judíos?”) y a la progresiva degeneración europea reflejada en el libro homónimo de Max Nordau publicado en 1892:

“Degeneración, traducido a varios idiomas y comercializado en toda Europa, atacaba con energía el materialismo, la avaricia, la búsqueda incesante del placer y la pérdida del apego a la moral tradicional, tendentes a la “lascivia desenfrenada” que estaba destruyendo la civilización. Afirmaba Nordau que la sociedad europea “avanza hacia su ruina definitiva porque está demasiado desgastada y flácida para acometer grandes empeños.”

Lo bueno del análisis es que no se queda solo en los hechos políticos o socioeconómicos sino intenta integrarlo con “lo emocional”, así lo expresó uno de los mayores pacifistas:

“Incluso Angell, que tanto se había esforzado por persuadir a sus lectores de que la guerra era irracional, se vio obligado a admitir: “Hay algo en la guerra, en su historia y su parafernalia, que exalta profundamente las emociones y calienta la sangre en las venas hasta a los más pacíficos, y que apela a no sé qué instintos remotos, por no mencionar nuestra natural admiración por el valor, nuestro gusto por la aventura, por el movimiento y por las acciones intensas.”

No hay que olvidar que la guerra estaba vista como una posibilidad de ser un héroe; esta ansiedad vital del hombre es inherente a nosotros mismos y la guerra sirvió para este propósito igualmente. De hecho, es entonces cuando surgieron las famosas batallas aéreas, y el Barón Rojo fue uno de los grandes protagonistas.

McMillan ni siquiera se olvida de Italia, aunque sea, en este caso, para ridiculizarla de una manera poco caritativa…

“Los extranjeros iban a Italia por su clima y sus muchas bellezas, pero también se reían de ella, consideraban a sus ciudadanos encantadores, caóticos, infantiles; pero no un pueblo digno de ser tomado en serio. En asuntos internacionales, las demás potencias, y hasta sus propios aliados de la triple alianza, tendían a tratar a Italia con desdén.”

En la parte final llegamos a las conclusiones que resultan clarificadoras. Podemos enfocarlas en tres puntos principales:

1º La no existencia de una única causa generadora del conflicto:

“El comité entrevistó a docenas de testigos, pero, como cabía esperarse, no logró presentar pruebas. La Gran Guerra no tuvo una única causa, sino que fue provocada por una combinación de factores y, en última instancia, de decisiones humanas. Lo que hizo la carrera armamentista fue elevar el nivel de las tensiones en Europa y presionar a los líderes para que apretaran el gatillo antes que el enemigo.”

2º El papel fundamental de la Gran Guerra como detonador de la fe en el avance de la civilización; la situación actual no hace más que convencernos de este hecho:

“La Gran Guerra marcó un giro en la historia de Europa. Hasta 1914, Europa, con todos sus problemas, confiaba en que el mundo se estaba convirtiendo en un lugar mejor y en que la civilización humana estaba avanzando. A partir de 1918, ya no era posible para los europeos semejante fe. Mirando hacia el pasado, hacia su mundo perdido antes de la guerra, solo podían tener una sensación de pérdida e inutilidad.”

3º La imposibilidad de obtener respuestas y sin embargo, hacernos más preguntas (esto es una paradoja en sí misma, sobre todo ante lo abrumador de la presentación de datos de la inglesa):

“Una vez más, las preguntas son tantas como las respuestas. Acaso a lo más que podamos aspirar sea a entender lo mejor posible a aquellos individuos que debieron decidir entre la guerra y la paz, así como sus fuerzas y sus debilidades, sus amores, sus odios, sus prejuicios. Para ello tenemos también que entender su mundo, los supuestos de la época. Hemos de recordar, como lo hicieron estos líderes, lo que había sucedido antes de la última crisis de 1914 y las lecciones que se sacaron de las crisis marroquíes, de la de Bosnia, o de los sucesos de las primeras guerras balcánicas. […] Y si quisiéramos señalar culpas desde nuestra perspectiva del siglo XXI, podríamos acusar de dos cosas a quienes llevaron a Europa a la guerra. Primero, de falta de imaginación para ver cuán destructivo sería un conflicto semejante; y segundo, de falta de valor para enfrentarse a quienes decían que no quedaba otra opción que ir a la guerra. Siempre hay otras opciones.”

Me quedo sin embargo con la última parte de este párrafo: qué importante es llegar a calibrar las consecuencias de nuestros actos antes de realizarlos, y en base a esto, siempre, siempre, buscar la mejor opción posible a cualquier conflicto, hasta los cotidianos.

Excelente lectura la que nos trajo Turner; uno de esos libros que se tienen que convertir en referencia obligada cuando se habla de la Primera Guerra Mundial.

Los textos vienen de la traducción del inglés de José Adrián Vitier de “1914. De la paz a la guerra” de Margaret McMillan en Turner.

“Jagannath” de Karin Tidbeck. Elogio de lo extraño.

jagannath“Extraño” no es peyorativo “per se”; de hecho me quedo con su acepción de “súbito, inesperado y sorprendente”, que bien podemos aplicarlo  al caso del libro que traigo hoy, un libro de relatos cortos de la escritora sueca Karin Tidbeck y que nos trae por primera vez al castellano Nevsky gracias a su sello “Fábulas de Albión”: el libro en cuestión es “Jagannath” y estoy dispuesto a hacer proselitismo con él.

En la introducción de Elizabeth Hand resalta, entre otras cosas, características que afirman el hecho de ese “Bizarre” o “Weird” aplicable a la ficción de la autora sueca:

“Tidbeck comparte con el gran Robert Aickman un talento natural para insuflarnos una profunda sensación de disociación con el mundo que creemos conocer, apuntando en la brecha a través de la cual un número variado de cosas inimaginables podrían emerger, y de hecho lo hacen. Más que cualquier otra cosa, sus relatos están inundados por una destacable ausencia: de seres queridos (especialmente padres); del paso del tiempo: del conocimiento del propio mundo que habitan los personajes.”

En efecto, esa capacidad de disociación, de dar una vuelta a lo que conocemos, de subvertir las normas establecidas para demostrarnos otras formas de expresar la realidad; a veces gracias la ciencia ficción y/o lo mitológico/fantástico;  como en el cuento “Beatrice”, el amor a una máquina que se extiende a lo real:

“-Yo he aprendido más de una cosa desde que me enamoré de esta Koenig & Bauer. El enamoramiento no vale nada. No tiene nada que ver con la realidad. –Señaló la bomba, que estaba silenciosa en un rincón, junto a su cama-. Hércules y yo tenemos un acuerdo: cuidarnos mutuamente. Ese es un tipo de amor más valioso, a mi entender.” 

Otras veces simplemente mediante la descripción de “lo extraño” a los ojos de un niño, como puede ser en “Cartas a Ove Lindström”, su descripción sucinta de la desaparición de su madre:

“Este es mi segundo recuerdo. Ahora sé que es de después de una semana de la fiesta del cangrejo. Yo estaba en aquel arenero pequeño que teníamos; debajo de la primera capa, la arena estaba fría y húmeda; me había quitado los zapatos y estaba enterrando los dedos de los pies en aquella masa fría. Mamá me dio un beso en la frente y se fue. Llevaba el vestido rojo. Iba descalza. Se adentró entre los árboles y, suspendido en el aire quedó un tintineo como de campañas pequeñísimas. Cuando volviste de la tienda, me encontraste llorando a lágrima viva en el arenero.”

O en “Rebecka” donde la narradora  establece una relación más profunda con la protagonista gracias a sus intentos de suicidio:

“Vine a parar aquí porque era la única amiga de Rebecka. Yo era la que venía a limpiar después de sus intentos de suicidio desganados: la sangre de los cortes superficiales de las muñecas, lo vómitos de vodka mezclado con tranquis, ganchos de lámparas y marcos de puertas que habían cedido bajo su peso. Siempre me llamaba de madrugada: “Ven y ayúdame, he vuelto a intentarlo y se ha ido a la mierda…”, y allá iba yo, lo limpiaba todo y la curaba y la abrazaba, una y otra vez.”

A partir de los excepcionales “¿Quién es Arvid Pekon”? y “El complejo de vacaciones de Brita” todo va acercándose a la excelencia, y es en la ciencia ficción y en la fantasía donde está el vehículo que mejor utiliza Tidbeck para mostrarnos la extrañeza en la que vivimos, una realidad tan distinta que no nos transmite horror sino una cierta apariencia subyugadora como la de Cilla en “La montaña de los renos”:

“La visión le provocó una congoja que Cilla no pudo nombrar ni explicar. Era una especie de ansia, peor que nada que hubiera experimentado, pero por qué no tenía ni idea. Algo increíble la esperaba ahí fuera. Algo maravilloso estaba a punto de suceder, y le aterrorizaba la posibilidad de que se le escapase entre los dedos.”

La sensación al leer cada uno de los relatos de Karin es la de esa extrañeza/sentido de la maravilla que, unido a su prosa sencilla, sin artificios pero poética cuando es necesaria, nos lleva en volandas con sus brazos, nos sobrecoge, nos maravilla, el tiempo nos parece que transcurre de diferente manera, es él nuestro mayor enemigo, porque según pasa tenemos la sensación que se nos pueden acabar los relatos de la sueca; como dice uno de los personajes de “Augusta prima”:

“El muchacho señaló las distintas partes del reloj, explicando sus funciones. Las varillas se llamaban manecillas, y recorrían la esfera del reloj en consonancia con el paso del tiempo. La esfera indicaba el instante dentro del tiempo en el que uno estaba situado. Produjo una desagradable sensación en Augusta. El tiempo era una cosa aberrante, algo que pertenecía a los humanos. No tenía cabida en su mundo. Se trata del poder que convertía la carne y los sueños en polvo.”

Afortunadamente en los dos últimos relatos nos causa una última impresión, de esas que nos deja un sello a fuego en nuestra memoria, en nuestro corazón; la originalidad transgresora es súbitamente inesperada gracias los curiosos personajes que aparecen en “Tías”:

“Las Tías tenían una única tarea: aumentar su tamaño. Con paciencia acumulaban capa tras capa de grasa. Si se partiera en dos uno de sus muslos, se revelaría un patrón de círculos concéntricos, la grasa de diversas tonalidades. En el asiento central estaba recostada la Tía Abuela, que era la más grande de todas. Su cuerpo se derramaba hacia abajo desde su cabeza como en oleadas de nata montada, con brazos y piernas que no eran más que protuberancias ocasionales que sobresalían de su magnífica masa corporal.”

“Jagannath”, el cuento homónimo,  tenemos una historia que dignifica la forma de escribir de Karin Tidbeck, un culmen de su estilo y originalidad mezclada con la emoción que debe tener un buen cuento corto. Lo único malo es que se nos han acabado sus historias. Hasta que Nevsky nos vuelva a traer otro libro de la autora, no nos queda más remedio que releer estos… ¡hasta que se desgasten las páginas!

Los textos provienen de la traducción del sueco de Carmen Montes Cano y Marian Womack para “Jagannath” de Karin Tidbeck en Fábulas de Albión de Nevsky.

Febrero 2014: La lista de lecturas

Febrero no suele ser un buen mes de lecturas, habitualmente por diversos motivos. Parece mentira, pero esos tres días de menos con respecto al resto de meses unidos a que, tras enero, que suele tener el impulso inicial, el segundo mes del año suele ser de relajamiento. Con todo esto, era lógico que tuviera menos lecturas que el mes anterior. Aun así no han estado mal las que he sacado y que os pongo a continuación:

“Vida y época de Michael K” de J.M. Coetzee,  con el sudafricano (ahora australiano) retomaba el proyecto literario, le seguirían McCarthy y Philip Roth. Otra joya que me iluminó este post conjunto con la ayuda del primer norteamericano.

“I wear de Black Hat: Grappling with Villains” de Chuck Klosterman, su último ensayo podría haber estado entre lo mejor del año pasado. Qué capacidad para “leer” en la cultura popular.

“Mentiré si es necesario” de Daniel Ausente, ¿quién dijo que la nostalgia era siempre ñoña? Don Daniel Ausente lo confirma con esta obrita incomensurable.

“El guardián en el vergel” de Cormac McCarthy, una primera obra siempre es interesante, sobre todo cuando hablamos del bueno de Cormac. Su reflejo de la realidad lo traté en el post que tiene enlazado junto con Coetzee.

“Lionel Asbo: El estado de Inglaterra” de Martin Amis, el espléndido escritor inglés no estuvo tan afortunado con esta obra y de ello hablé más profundamente.

“Kinsey y yo” de Sue Grafton, defendí lo detectivesco a cuenta de la grandísima Grafton, estupendos relatos cortos de misterio , un ensayo muy clarificador y una extraña última parte donde la escritora juega con lo autobiográfico.

“Primer Amor” de Ivan Turgenev, estoy cada vez más convencido de que la literatura rusa es mi siguiente hito a explorar. Una pequeña nouvelle donde la condensación de lo lírico está más que presente.

“Maten al león” de Jorge Ibargüengoitia, el buen uso de la sátira por parte del mexicano siempre augura buenas novelas, en este caso nuevamente lo confirma.

“Clavos en el corazón” de Danielle Thiéry, una propuesta interesante de novela policíaca, aunque se quede sin brillantez la conclusión ante una trama potencial con muchas posibilidades.

“El resucitador” de H.P. Lovecraft, no es el mejor relato de Lovecraft, pero ay, es Lovecraft.

“El avión rojo de combate” de Manfred von Richthofen, un relato de aventuras del legendario Barón rojo en el marco de la Gran Guerra. Una propuesta excelente de una editorial humilde pero con ganas de editar, que no es poco.

“Le ParK” de Bruce Bégout, una de las primeras grandes sorpresas del año este texto dixtópico del francés. La edición exquisita de Siberia lo puso fácil, me tenía ganado desde el principio.

Se supone que lo que toca en marzo es lo que debería poner a continuación, siempre ayuda poner la foto de las últimas compras.

Adquisicionesultimas

 Lo que tengo claro es que hay ciertos libros que van a ser un MUST; en efecto, son fijos pase lo que pase:

“La noche a través del espejo” de Fredric Brown, por fin la reedición de un clásico de la novela policíaca.

“Trabajos de amor ensangrentados” de Edmund Crispin, el tercer caso de Gervase Fen es uno de los mejores motivos que existen para ponerse a leer.

“La ciudad de N” de Leonid Dobychin, Nevsky recupera uno de esos autores rusos con mucho que contarnos. ¿Un clásico olvidado?

“Jagannath” de Karen Tidbeck, nueva escritora sueca que nos trae igualmente Nevsky; imagínate que sale algo tan bueno como Anna Starobinets. Tenía tantas ganas de leerla que cuando salga publicado este post ya habrá caído.

“Las dos señoras Abbot” de D.E. Stevenson, el tercer libro de la saga de la señora Buncle siempre es un motivo para estar de enhorabuena.

“Muerto el perro” de Carlos Salem, “Matar y guardar la ropa” es tan bueno que, cualquier libro del argentino me parece un pequeño acontecimiento.

Y seguiré con el proyecto literario, no puedo descansarlo ni un mes. Este mes caerá Roth, Nooteboom, Delillo, Joyce Carol Oates…  en fin, una mezcla muy sana e interesante. Veremos hasta dónde llego.

Coetzee y McCarthy: Aproximaciones a lo inhóspito

michael-kLos beneficios de mi proyecto literario  cada vez se hacen sentir más de diferentes maneras. Inicialmente solo pensé en lo evidente: leo grandes autores contemporáneos y clásicos con los que estoy seguro de disfrutar y, en la mayoría de los casos, observo los temas que tratan, veo su evolución en temas y estilo, estudio el contexto, etc…

Según voy avanzando en lecturas, sin embargo, está aumentando la lista;, he extendido las lecturas más allá de su traducción y, en muchos casos, como el de Joyce Carol Oates, estoy adquiriendo su ingente obra en inglés; de esta manera, en muchos casos voy a poder disfrutar en plenitud de su literatura. Lo que no había pensado hasta ahora era en la posibilidad de relacionarlos, y eso me lleva al post de hoy.

Las lecturas de “El guardián del vergel”, ópera prima de Cormac McCarthy, y de “Vida y época de Michael K”, otra de las joyas del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee, han servido para darme cuenta de todo lo que tienen en común en cuanto a temas tratados y qué diferencias de estilo en su prosa a la hora de afrontarlos.

En particular me voy a centrar en el reflejo que hacen en su obra, lo que voy a llamar “Lo inhóspito”; ambos autores se caracterizan por mostrarnos la realidad “menos hospitalaria”, aquella que causa inseguridad al ser humano en todas sus vertientes; siendo la primera de ellas, la más evidente, la que tiene que ver con el lugar, con la localización en que ambientan sus obras. Esto se puede observar en los párrafos que voy a poner a continuación, en primer lugar en el caso de Cormac McCarthy y su guardián:

“Despertó antes de que empezara a llover. La brisa cada vez más fresca abanicó su cara y el sudor que le perlaba la frente. Se incorporó y se frotó la nuca. Dos sinsontes que hacían girándulas entre las ramas altas de los arces se quedaron quietos; y entonces, como sorprendidas ellas mismas en el calor verde dorado de la tarde, las primeras gotas de lluvia salpicaron oscuras el barro acumulado al pie de la casa. Una sombra plana ondeó sobre el patio, sobre la carretera, y trepó por el talud como si le hubiera entrado prisa; la lluvia arreció, medrando con el viento en la distancia y pintando de un verde plateado, casi amarillo, los árboles de junto al arroyo. El viejo observó la lluvia avanzar por los campos, la hierba que se agitaba, las piedras del camino que se volvían negras y después el lodo en el patio. Oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla.”

Que contrasta en estilo con la obra de Coetzee:

“La luna emergía difuminada entre las nubes cuando, a un kilómetro de la carretera principal, K se paró, ayudo a bajar a su madre, y se adentró en la espesa maleza de Port Jackson para buscar un refugio nocturno. En este submundo de raíces enmarañadas, tierra húmeda y sutiles olores putrefactos, ningún lugar parecía más protegido de los elementos que otro. Regresó junto al camino tiritando”.

La belleza de los dos párrafos es muy diferente, McCarthy escoge en esta obra (más adelante lo perfeccionará aún más) un barroquismo, por momentos exagerado, de un lirismo único (qué paradoja que retraté lo inhóspito mediante la exuberancia), no ahorra en adjetivos, en descripciones, en imágenes  que nos sirvan para entender la situación y vivirlas sensorialmente (“oyó bailar los tejemaniles al tiempo que una ráfaga le rociaba la mejilla”) como si presenciáramos la escena. Por el contrario, Coetzee aboga por una economía de la descripción, por una aridez que va indisolublemente unida a cada frase que utiliza y que tiene que ver muchísimo con lo que está describiendo, es consonante con la ambientación;  a pesar de dicha concreción, no deja de ser bella y en sus metáforas usa “sutil” con “olores putrefactos”, combinación poco habitual que imprime mucho carácter a la imagen; la sequedad del “regresó junto al camino tiritando” es simplemente sobrecogedora con el contexto usado.

el-guardian-del-vergel-mccarthy-cormacEl segundo nivel que ambos autores utilizan para definir “lo inhóspito” va unido a las personas, a los personajes que utilizan como representación de dicha cualidad, nuevamente utilizo primero al americano, y a continuación uso un texto del sudafricano:

“El viejo se detuvo para bajar por un trecho pizarroso hasta la garganta repleta de árboles partidos. El perro miró hacia abajo, levantó intrigado la vista hacia su amo, estudió una vez más la garganta y se alejó mientras el viejo cogía su bastón y seguía adelante. Uno de sus zapatos se había quedado casi sin suela y ahora renqueaba un poco, apoyándose en el otro zapato a fin de no malgastar el cordel con que la había sujetado.”

“Lo primero que advirtió la comadrona de Michael K cuando lo ayudó a salir del vientre de su madre y entrar en el mundo fue su labio leporino. El labio se enroscaba como un caracol, la aleta izquierda de la nariz estaba entreabierta. Le ocultó el niño a la madre durante un instante, abrió la boca diminuta con la punta de los dedos, y dio gracias al ver el paladar completo.”

El viejo, guardián observador de toda la trama en la novela de McCarthy, representa la fragilidad mediante la cojera y mediante el propio hecho de ser anciano, lo utiliza como personificación del paisaje;  curiosamente, en el caso de Michael K tenemos un marginado desde el propio nacimiento, su labio leporino es una seña de esta identidad “borderline”, es el epítome de “lo inhóspito” desde su primer instante de vida; funcionan bien los dos personajes, pero es indudable que lo marginal de Michael K es mucho más efectivo y consigue el objetivo que subrayaré en el final; además, el hecho de que su apellido no sea mencionado, lo universaliza, en el caso del viejo sí sabemos que se trata de Arthur Ownby, una persona con nombre y apellidos, una particularización.

Ambos cumplen a la perfección su papel de inadaptados, de estar fuera de la sociedad vigente, uno es un ermitaño, el otro no para de buscar su lugar en el mundo, como podemos ver nuevamente en estos textos:

“El funcionario hizo un fugaz esfuerzo por comprender, luego lo descartó. Lo único que necesitamos, dijo, es cierta información.

El viejo le miró. ¿Usted es también policía?, preguntó.

No, dijo el funcionario. Represento a la oficina para asistencia social… me han encargado que venga a verle… por si podíamos ayudarle de alguna manera.

Pues lo dudo mucho, dijo el viejo. Soy lo que podríamos decir carne de presidio.”

“Estaba mejor en las montañas, pensó K. Estaba mejor en la granja, estaba mejor en la carretera. Estaba mejor en Ciudad del Cabo. Pensó en la caseta oscura y calurosa, en los desconocidos amontonados en las literas alrededor, en el aire lleno de burlas. Es como volver a la infancia, pensó: es como una pesadilla.”

Uno es “carne de presidio”; el otro vive la pesadilla de no encontrar su sitio desde la infancia; “lo inhóspito” que viven los dos personajes se convierte el reflejo de su falta de adaptación: están fuera de la sociedad.

Esta particularización le sirve a los dos autores para, al final, llevarla a la generalización; además de lo catártico que tiene de por sí para los lectores esta visión, el fin último es mostrar la disconformidad ante una sociedad excluyente que no soporta las personalidades que no se adapten a lo que tiene que estar establecido; son estos pobre luchadores, los que se enfrentan al orden inherente, los que no recuerdan que no todo es tan maravilloso como nos quieren hacer entender:

“Se han ido ya. Huidos, proscritos en la muerte o el exilio, perdidos, arruinados. Sobre la tierra, sol y viento regresan todavía para quemar o mecer los árboles, los pastos. Ningún avatar, ningún vástago, ningún vestigio queda de estas personas. En boca de la extraña raza que allí mora sus nombres son ahora mito, leyenda, polvo.”

“Tu estancia en el campamento no ha sido más que una alegoría, si conoces esta palabra. De manera escandalosa y ultrajante, esta alegoría revelaba (utilizando el lenguaje erudito) hasta que punto un significado puede alojarse en un sistema sin convertirse en parte de el. “

La alegoría a la que se refiere Coetzee es, precisamente,  lo que acabo de comentar, y se refiere a ese sistema del que también hacía referencia y en el que no encaja de ninguna manera.

Dos formas, una más redonda que otra, pero igualmente válidas para reflejar “Lo inhóspito” y hacer que se “nos remuevan las entrañas” y seamos cada vez más conscientes de la realidad que nos rodea.

Los textos vienen de la traducción del inglés de Luís Murillo Fort de “El guardián del vergel”  de Cormac McCarthy en Debolsillo y de Concha Manella para “Vida y época de Michael K” de John M. Coetzee en Debolsillo.

“Alceste”: A medias…

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“A medias…” son las palabras que resumen a la perfección las sensaciones que me produjo el “Alceste” que tuve la oportunidad de presenciar el pasado día cuatro de marzo.

A medias estaba el teatro al empezar la función, ni la polémica atrae a la gente; 400 a 500 butacas libres todos los días que están disponibles en la web… y no hablemos de las entradas que encima son regalos. El propio Warlikowski estaba en el patio de butacas, pequeño, de apariencia frágil, con una gorrita puesta y observando los acontecimientos, nadie le reconocía curiosamente, le tenía a dos metros y en el descanso empezó él a aplaudir.

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A medias se quedó la propuesta escénica del polaco; venía precedida, como no podía ser de otra manera, de unas declaraciones bastante  curiosas sobre su concepción del teatro por encima de la música y el libretto, viniendo a decir que quien quiera oír música que se fuera a casa. El director de escena vive de este “status quo”, es un hecho que, además, es alentado por los directores de teatros como el que hemos “sufrido” en estos últimos años en Madrid. Sorprende especialmente el que los directores de escena de ahora se quieran convertir cada vez más en creadores, intentando ponerse por encima del propio compositor, no hablemos de los cantantes o directores de orquesta. El sentido común dicta que la escena debe funcionar como unión con la música y el texto y de esta manera se debe llegar a esa simbiosis que suele traer momentos aún más excelsos por aunar tantas facetas artísticas. Para Krzystof no es así, ya que considera que la acción teatral está por encima de todo. Eso le lleva a “reescribir” con sus insertos lo que nos cuenta la ópera “per se”. Así, comienza en su visión este Alceste, con una entrevista en inglés a Alceste que se convierte en sosias de Lady Di, aunque no se diga explícitamente (ya se encargaron de recordárnoslo antes del estreno); a pesar de que el paralelismo de los dos personajes no me parece tan adecuado ni en trayectoria ni en el final a menos que nos movamos a parámetros generalistas como la cuestión de lo necesario de la monarquía y del papel de la mujer, no  solo en dicha monarquía, sino en general en la sociedad patriarcal. Desde ese punto de vista, podemos encontrar más aciertos en la escena a pesar de que, en ocasiones, haya tantos elementos arbitrarios (la famosa bailarina…) que, irremediablemente, te sacan de la escena. Lo único que me queda pensar es si lo hace adrede o hay un hilo conductor por detrás, me temo que lo segundo no es así, ya que se queda en un estado intermedio donde, al final, no concluye lo empezado. Aun así, la analogía final del Hades con una morgue es lúcida y el tercer acto resulta por lo menos más acorde con la música y el texto consiguiendo esa simbiosis de la que hablaba al empezar.

A medias, muy a mi pesar, resultó la dirección musical del flamante nuevo director del Teatro real Ivor Bolton; sobre todo porque esta era su presentación tras su elección y, además, lo hacía con una obra de un repertorio que manejaba con soltura; desgraciadamente se evidenció, sobre todo en los dos primeros actos, una dirección plana que aunque hizo el esfuerzo de mostrar dinámicas, no sacó todas las texturas necesarias para que la obra de Gluck resultara atractiva; con lo cual todo resultaba pastoso, sin fluidez y, ciertamente, un poco aburrido, sobre todo en todos los recitativos acompañados que son la base de la obra. Producto quizá de una falta de entendimiento con una orquesta que tiene que acostumbrarse a lo que le pedirá el inglés no acababa de fluir como debe hacerlo la música del alemán. Me quedo con esperanza por  el tercer acto, donde sí se pudo apreciar una mejor aclimatación, a lo mejor ayudado por el contraste de tiempos y cambios dinámicos de la música en sí misma; pero esto es a lo que me agarro hasta el año que viene donde hará “Las bodas de Fígaro”.

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A medias también la desafortunada actuación de los papeles principales; Denoke no es una voz adecuada para el papel de Alceste en estos momentos, y no lo es porque todas las notas agudas estaban tremendamente forzadas, sin frescura, calantes y desafinadas; en una obra como la de Gluck, este flujo de voz debe ser continuo, sin estridencias y Ángela no puede acometerlo ahora mismo. Peor es el caso de Paul Groves con una vergonzosa línea de canto para el papel de Adméte; no se puede cantar peor, agudos fuera de estilo y cantados sin sutileza, su voz no es lo que era, pero dio la impresión de estar peor que nunca con esos vibratos y su falta de adecuación, una elección desastrosa para el papel principal. Willard White tiró de galones para realizar una interpretación poderosa, a pesar de que su voz no está en plenitud, siempre demuestra que puede actuar y resultar convincente en sus papeles sin que se note que se resiente musicalmente.  Mejores las prestaciones de Magnus Staveland y Thomas Oliemans en los papeles de Évandre y Hercule respectivamente, sobre todo teniendo en cuenta los roles principales. Muy interesantes Radó como Heraldo y Oráculo e Issac Galán en el corto, pero bien dibujado, papel de Apollon. Sorprendentemente hasta el coro titular, habitualmente regular en sus actuaciones en los últimos meses, se mostró inseguro en los dos primeros actos, con desajustes y pequeños problemas de afinación en sus numerosas actuaciones; ya en el foso en el tercer acto, todo sonó bastante mejor , devolviéndonos la sensación más habitual.

Más gris que brillante este “Alceste” gluckiano. El público recompensó a Bolton y la mitad abucheó  la propuesta de Warlikowski, nada nuevo bajo el sol.

Las fotografías son de Javier del Real para el Teatro Real

Publicado inicialmente para la revista Ópera World aquí.

“Le ParK” de Bruce Bégout. El miedo a la confusión.

lepark_grandeUna de las primeras sorpresas agradables de este año es este “Le ParK” del filósofo y escritor francés Bruce Bégout; era difícil que un libro que tenga esa portada, ese diseño y edición y un parque de atracciones para representar una distopía no fuera a gustarme y, ciertamente, ha sido así. Estamos ante una pequeña joya.

Estructurado en pequeños capítulos, desde prácticamente la primera página el francés adopta un estilo periodístico poco habitual para este tipo de narraciones; de hecho, la mayoría de las ocasiones suele hacerse de una manera ficcional como si se tratara de una novela representándonos alegóricamente dicha distopía. La adopción de este estilo periodístico resulta más terrorífica precisamente porque esta forma de escribir nos acerca aún más a la realidad en que vivimos; la sensación es la de estar leyendo una crónica que tratara sobre algo que es real, que está sucediendo de verdad:

“Le ParK es un parque, si bien un parque distinto a los demás. Hay muchas clases de parques: para plantas, para animales, para hombres, parques de empresa, destinados a vehículos e incluso a aparatos averiados, parques de ocio, de encarcelamiento, de estacionamiento, de espacios protegidos. Le ParK es eso y más. La K mayúscula subraya su singularidad absoluta. En cierto modo, este lugar expresa la esencia universal de todos los parques reales y posibles. Es el parque de todos los parques, la síntesis definitiva que revela al resto como obsoletos; el concepto universal, el invariante formal. Todo aquello que pueda caracterizar a un parque se encuentra reunido en Le ParK, bajo una forma inédita y un  tanto fantástica. Abominable, dirán algunos.”

La letra K en mayúscula subraya la unicidad del sitio, incluso a través del nombre, un sitio en el que lo lúdico que se puede mezclar con lo no tan lúdico de una manera explosiva:

“Le ParK guarda más similitudes con un sistema de gobierno cosmopolita en la era web 3.0 que con el antiguo esquema de panem et circenses. Y no es que –hagamos hincapié en ello- el goce y la distracción se hallen del todo ausentes en este emplazamiento singular, a contracorriente de lo habitual en esta materia, pero sí se encuentran combinados con otros elementos menos lúdicos que le confieren un giro especialmente asombroso, incluso explosivo. Nace una nueva geografía del sueño, con sus imágenes ambiguas, sus ambientes flotantes, sus condensaciones salvajes.”

Lo que más asusta, como dije anteriormente, es precisamente esta apariencia de realidad que se representa aún más por la sensación de confusión que nos transmite; esta confusión está emparentada con la visión que tenemos actualmente de una realidad que no acepta verdades absolutas; vivimos en tantos grises que no nos sentimos seguros, y esa es la baza más original del parque:

“El espacio psicopatológico de Le ParK se ocupa en cada una de las encrucijadas del terrorismo mundial y del urbanismo inmunitario. Como vemos, su originalidad tiene que ver con la confusión, en un solo y mismo lugar, de diferentes clases de enclave humano; con el juego sutil de los mestizajes salvajes, de los collages surrealistas,  de los acoplamientos monstruosos, de las relaciones inéditas, unas veces geniales y otras descabelladas, siempre provocadoras.”

La singularidad del parque se convierte entonces su mayor característica para la elección de los visitantes, vivir en él, sufrir sus confusiones, se vuelve su mayor baza, lo convierte en elitista; el siguiente nivel de terror al que podemos llegar, no solo lo pasaremos mal en la realidad que vivimos sino que nos pelearemos por estar entre los elegidos para dicha realidad:

“Le ParK no aspira rivalizar con Las Vegas, Macao o Dubái, esas vulgares trampas para turistas que deslucen su oferta al ampliar la admisión de su clientela. Lejos del circo popular, se postula como un producto de élite, una obra de vanguardia, severa y difícil, que no pueden apreciar sino los iniciados escogidos tras una cuidadosa criba. Lo que nos ocupa es una nueva clase de parque, más especializado, más riguroso, más selectivo.”

A la descripción inigualable que hace de Le ParK, Bégout añade, en su parte final, la experiencia de aquellos visitantes que han gozado del parque, a los dos niveles de terror mencionados añade un tercero, más allá, la aniquilación de la esperanza como posible elemento dulcificador de la realidad vivida:

“Se acuerda entonces, valiéndose de una reminiscencia escolar, de que la esperanza es el último de los males –el más temible y devastador- que sale de la caja de Pandora, contrariada por haberse dejado atrapar. Ere es el recuerdo particular de Le ParK que se llevará consigo y que no lograrán tapar, por su capacidad inimaginable de atraer el polvo, las mesas o chimeneas en el salón de sus ambiciones derrotadas.”

Por si fuera poco, para acabar, nos demuestra la vigencia de “Le ParK” y cómo nos conformaremos con esta situación por muy horrorosa y grotesca que nos parezca:

“Podemos apostar a que, a medida que el mundo occidental se vuelva más sano, hermoso, bueno, rico y viejo, menos soportable será para una franja importante de su población esta felicidad ineluctable de la que se empeñará en escapar cueste lo que cueste. Entonces la crueldad constituirá un nuevo mercado a explotar, una evasión lucrativa. No obstante, Le ParK no es un mero espejo del futuro, se asemeja más bien a una galería viviente de pinturas bárbaras alrededor de las cuales gravita, sin cuestionarse demasiado, un público ávido de emociones alacres y morosas.”

Quizá lo más doloroso es que no estamos hablando del futuro sino que Le ParK ya está imbuido en nuestras vidas. Excelente libro, sin lugar a dudas, en tema, edición, estilazo… no puedo ponerle ningún pero. Hay que leerla.

Los textos vienen de la traducción del francés de Rubén Martín Giráldez  de “Le Park” de Bruce Bégout en la editorial Siberia